El mundo de Bumbo (4 de 11)

Bumbo es un negro que provoca una epidemia de sumisión

La niñita caminaba contenta por la calle, vestida con un top y una minifalda de cuando aún no se había desarrollado. Taconeando con los zapatos más altos de su madre para parecer mayor, se relamía pensando en volver a usar a Tina y a Tana, pero también excitada con la idea de volver a dejarse llevar por Felicia, y sobre todo por la fuerza de Bumbo.

Llamó a la puerta un poco nerviosa. Felicia le abrió y se quedó embobada al verla tan emputecida.

-Veo que has vuelto, peque. ¿Traes el dinero?

La niña daba pequeños saltitos en el umbral, que hacían más evidentes sus tetazas desnudas al sobresalirle por la parte baja del mini top. Acercó su mano al pequeño bolso en bandolera, que le levantaba la faldita dejando ver su coño reluciente, y entregó los billetes a Felicia.

Ésta le llevó de la mano al interior, donde Bumbo terminaba de mear en la boca de Tina, que hacía honor a su nombre tragando como la madre abnegada que era.

-Vaya, bomboncito, te has puesto preciosa, ven.

Felicia empujó la cabeza de Nina, que entendió que debía gatear hasta la polla de Bumbo. Tina se fue con su nuera a prepararse para la niña.

-Hola, señor. Su polla aún tiene restos de orina. Permita que le limpie.

-Vaya, Nina, no has mentido al decír que vendrías esta tarde.

La niña lamía esa polla de negrazo que le tenía subyugada. Para ella, haber descubierto aquella casa y sus habitantes era algo así como estar en un sueño. Ya tenía la gran polla endurecida de Bumbo alojada en su garganta, cuando Felicia reapareció.

-Amo, las cerdas están listas ya para nuestra niñita.

Bumbo se levantó y agarró del cuello a su novia y a Nina, una con cada mano, arrastrándolas a la habitación de Tina y Tana.

-Felicia, cómele el coñito a nuestra pequeña clienta mientras usa a estas putas. Queremos que se vaya contenta.

Nina no podía ser más dichosa. Estaba de nuevo ante las dos madres de Bumbo, estrujando sus bellos cuerpos, insertando sus brazos en sus orificios, apaleándolas con pasión, mientras su adorada Felicia le mordía las entrañas. Volvió su carita hacia ella y le arreó un bofetón. Felicia puso cara seria.

-Pequeña, has pagado para utilizar a Tina y a Tana, pero acabas de pegarme a mí.

Nina no atendía a razones en ese momento. La dulce niña había dado paso a una bestia sexual, de violencia inusitada. Le daban igual las consecuencias, o más bien, las deseaba. Escupió en los ojos de Felicia. En ese momento, todo se desencadenó. Bumbo, que había asistido al desafío, se acercó a Nina y empezó a azotarle los melones, con toda la fuerza de su poderoso antebrazo. Nina sentía que le iba a arrancar sus preciosas tetazas a cada golpe, y disfrutaba con ello como nunca habría creído.

-¡Ah, señor! ¡Más, por favor!

Para entonces, las manos y los dientes de las tres esclavas de Bumbo se habían unido también al festín, y la niña se convulsionaba en una sucesión de orgasmos que parecía interminable, mientras su cuerpo era usado como saco de golpes, funda de puños, vertedero de fluidos y depósito de semen del adolescente fortachón, dueño y señor de la casa y de la situación. Esta vez, Nina no se desmayó. Cuando todo volvió a la calma, sintió que un dolor intenso recorría cada rincón de su cuerpo, y buscó en su mente racional un dios al que agradecer tanta emoción a flor de piel, tanto gozo. Y lo encontró en Bumbo.

-Vuelvo ya a casa con mis papás, señor. Le ruego que me permita regresar a este bendito lugar, donde todo es tan maravilloso. Me declaro su esclava incondicional y haré todo lo que sea preciso para ganarme su confianza.

Nina era totalmente sincera con esa declaración, que realizó postrada a los pies de su nuevo dios. Bumbo pensó que no le vendría mal una adoradora tetuda de ese calibre: tan niña, tan entregada, tan resistente, y alumna del centro educativo femenino del barrio, repleto de pequeñas estudiantes con las hormonas revolucionadas.

-Puedes volver cuando quieras, pero acompañada. Recibirás un mensaje con las niñas interesadas. Tú ya no tienes que pagar nada. Tu precio ahora eres tú, mi nuevo juguete.

-Gracias, mi amo.

Nina volvió a su casa, donde la situación continuaba como la había dejado, o quizás un poco mejorada. Su padre la recibió cariñoso, como la había despedido hacía unas horas: manoseándola bajo la ropita y comiéndole la boca con familiaridad.

-Hola, hijita. Tu madre está haciéndonos la cena.

-¿Mami se ha portado bien, papi?

-Oh, sí. Ella necesitaba todo esto, y ahora es la perra que siempre llevó dentro. Chúpamela con suavidad; llevo toda la tarde usándola con ella.

-Claro, papi, me encanta.

La madre de Nina apareció con la cena. Su único atavío eran unos zapatos de tacón, y llevaba la melena atada en una coleta de la que surgían los dos cordones de un gancho de nariz, que su marido había improvisado con unos clips.

-¡Ay, mami, qué graciosa estás!

-Cosas de tu padre, hijita, querida. Dice que como ahora soy vuestra puta cerda, así se me pone la cara que me corresponde. En realidad tiene razón. Llevo semen chorreando de todos mis orificios, mira.

La abnegada madre dejó la cena en la mesa y mostró a su niña su boca, su coño y su culo rellenos. Tenía también las tetazas y las posaderas rojas de hostias.

-Es genial, mami. En cuanto papi acabe en mi garganta, te atiendo un poquito.

El feliz padre eyaculó pronto y se puso a cenar. Nina se acercó a su mamá y empezó a bombearle el puño en el coño, agarrándola del cuello.

-Ay, hijita. Esto que me haces es una maravilla. No sé cómo he podido vivir hasta hoy sin estas cosas. Pero cena algo, cariño. Ya te como el coño mientras.

Nina probó la cena mientras su madre le atendía bajo la mesa. Luego fueron al sofá, donde la niña se sentó junto a su papi, mientras la madre permanecía en el suelo. El padre jugaba con los pezones erectos de la pequeña, sintiendo los lametazos de su esposa en los pies.

-Papás, os tengo que contar una cosa que me ha pasado. Esta mañana he ido a una casa donde vive un chico negro que alquila a sus dos madres lesbianas a niñas como yo.

-¿Te refieres a niñas tetudas viciosas?

-Jajaja, sí, papi, exacto. Allí vive también la novia del chico, y las tres son preciosas y están a su servicio. Se llaman Tina, Tana y Felicia.

-Vaya con el negrito, qué campeón. ¿Por eso has venido tan cambiada al mediodía, hijita?

-Sí, papi. De no tener ninguna experiencia he pasado al máximo nivel, y no he podido evitar compartirlo contigo...

-Genial, y eso ha llevado a tu madre a liberarse...

-Mírala, papi, su cambio ha sido súper rápido también. Ahora es una perra arrastrada, encantada de su nueva condición.

-¿Y esta tarde has vuelto a esa casa, mi niña?

-Exacto. Bumbo, que así se llama el negro, me ha hecho su esclava y estoy muy contenta. Ahora le tengo que llevar más niñas para su negocio.

-Enhorabuena, preciosa. Estás creciendo a ojos vista, y aprendiendo mucho. Pronto dejarás de ser una niña. Tu madre y yo estamos orgullosos. Ven, sube con papá. Cerda, lámele bien el culo mientras me la follo.

La noche fue cayendo, mientras en el salón de la casa de Nina se reproducía esa escena doméstica. Siempre habían sido una familia feliz y unida, pero ahora lo eran aún más. El padre bombeaba su polla en el coño recién estrenado de su pequeña hijita, y la madre, encantada, lamía el culo de su preciosa niña mientras acariciaba los huevos de su marido, y aún le quedaba una mano para masturbarse con fuerza. Los tres alcanzaron un orgasmo compartido, y la esposa se encargó luego de arropar a sus dos nuevos dueños, que durmieron juntos y entrelazados en el dormitorio conyugal, mientras la perra descansaba en el suelo, hasta que se durmió con una sonrisa de satisfacción por el deber cumplido.