El mundo de Bumbo (1 de 11)
Bumbo es un negro que provoca una epidemia de sumisión
Tina y Tana eran aún adolescentes cuando decidieron unir sus vidas. Estaban muy enamoradas y adoptaron a un niño negro, Bumbo, que pronto llegó a convertirse en un hombrecito. Tina y Tana tenían al niño algo malcriado, y éste aprovechaba la situación para vivir lo mejor posible. Mientras, ellas se desvivían por su hijito y hacían lo que fuera necesario para mantenerlo feliz. Tina y Tana dormían juntas, en su cama de matrimonio, junto al cuarto de Bumbo. A él le gustaba levantarse a medianoche y acostarse entre las dos, que le daban mimos y calor.
Bumbo solía quedarse dormido amorrado a las enormes tetas de una de sus mamás, ambas excelentemente dotadas. Ellas lo veían bien, porque era su niño mimado. Claro que ahora era ya mayor, y su polla grande y dura necesitaba también de los cuidados de las jóvenes. Primero las obligó a masturbarle, hasta que las cubría con su semen. Luego ellas mismas tomaron la iniciativa de comerle la polla, seguras de que aquello era lo mejor para que el niño descargara su estrés.
El caso es que Bumbo disfrutaba mucho con esas atenciones, y sus mamás estaban contentas de verlo tan feliz. Tina y Tana eran ya las esclavas de aquel joven negro, que las trataba como dos perras arrastradas. Ellas vivían la situación con naturalidad, sometiéndose a todo tipo de degradaciones, siempre guiadas por el amor incondicional hacia su hijo querido.
Bumbo pasó de disfrutar de las bocas de sus mamás a penetrarlas por todos sus agujeros. La polla de ese negro era insaciable, y ellas debían atenderla continuamente. Además, debido a la fuerza que adquirió, Bumbo, todo músculo ya, usaba a sus jóvenes madres como receptoras de sus impulsos violentos. Ellas recibían las palizas de su hijo abnegadamente, acostumbradas por completo a un trato que veían que lo hacía dichoso. Y no querían otra cosa.
Un día, Bumbo apareció en casa con una chiquilla tetuda y preciosa agarrada de la cintura, y la presentó a sus mamás como su novia Felicia.
La niña Felicia adoraba a Bumbo, y siempre hacía lo que él le ordenaba. Pero su comportamiento con sus suegras era algo diferente. Tina y Tana veían a su nuera como una extensión de su guapo hijito, y procuraban mantenerla tan contenta como a él. Así que Felicia acabó instalándose en la casa e imponiendo su voluntad a las dos madres en todo momento.
Bumbo y Felicia entraban y salían de aquel hogar cuando se le antojaba al negrito, dueño y señor de las tres hembras. Tina y Tana tenían siempre preparada la comida y el alojamiento para su niño y Felicia, que en la práctica era como una nueva hija para ellas, a la que cuidar y consentir cualquier cosa, sin importar lo que fuera.
Al principio, Felicia se sorprendió un poco cuando comprobó el grado de sumisión de aquellas madres respecto a Bumbo. Pero al verse incluida en los cuidados de las dos lesbianas, las trataba con la misma actitud de desprecio que él, usándolas como los objetos en que se habían convertido.
Además, Felicia era por su parte también un objeto de uso para Bumbo, que veía la vida con sus ojos de negro poderoso, acostumbrado a imponer su voluntad en todo momento, sin fisuras.
-Hola, mamás. En cinco minutos, Felicia y yo queremos la comida en la mesa.
-Claro, hijito. Tana está terminando ya de hacerla. ¿Deseas algo mientras? Perdón, hija mía, Felicia, ¿tú necesitas cualquier cosa?
-Ay, Tina, cuántas veces tengo que decirte que cuando me tengas delante no basta con que te inclines. Debes arrodillarte. Bumbo, hay que hacer algo con esta madre tuya tan descarada.
Tina hincó sus rodillas en el suelo y se acercó a su hija para besarle los pies. Era verdad que había olvidado una obligación tan sencilla, y recibió con arrepentimiento sincero la consiguiente patada en la cara por parte de Felicia. Bumbo dejó a su novia y a Tina con sus cosas y se acercó a la cocina. Tana sí se arrodilló cuando lo oyó acercarse.
-Hola, hijo, precioso. La comida ya está lista, tesoro.
-Hola, mamá. Levanta la cabeza del suelo, toma.
Tana enfundó el pollón de su niño en su boca, haciéndolo desaparecer en su esófago como tantas otras veces. Bumbo se acercó a la olla del guiso y probó un bocado. Su madre le seguía a gatas sin dejar de tragar.
-¡Qué rico! Eres una cocinera genial, mamá Tana.
Bumbo se apartó de Tana para ir al salón, no sin antes darle un bofetón que la tumbó. Tana permaneció unos segundos tendida en el suelo, paladeando el placer que le daba la aprobación de su niño fortachón.
-Felicia, deja a mamá Tina un rato. Vamos a comer.
La niña tetuda dejó de aporrear a su suegra, la arrojó a un rincón y acudió presta al lado de su novio y dueño. Ahora le tocaba a ella el papel de degradada, por supuesto. Ante la mesa, sólo una silla, la de él. Tana le puso a su hijo el plato de comida, y Felicia se lo fue sirviendo en la boca, como era su obligación. Él era algo condescendiente con Felicia, y siempre que comía arrojaba al suelo algún trozo para que ella pudiera alimentarse también.
Las fantásticas tetas de Tina y Tana servían a su niño como servilleta. Ninguna de las tres debía olvidar el cuidado de la tranca de Bumbo, que en ese momento estaba dentro de la boca de Tina, arrodillada entre las piernas de su hijo.
Tras acabar su comida, Bumbo eyaculó copiosamente en las entrañas de su mami Tina. Tana pidió permiso para fregar la vajilla y se retiró.
-Mamá Tina, hace un rato has hecho enfadar a Felicia. Yo quiero que Felicia esté contenta, ¿es que no lo entiendes?
-Perdona, tesoro. Ha sido un desliz, no volverá a ocurrir. Yo también deseo lo mejor para vosotros. Estáis en la etapa más feliz de vuestras vidas, tan jóvenes y sanos, y vuestras madres os queremos con locura. Felicia, hija, espero que sepas perdonarme.
-Claro, Tina, ya está olvidado. Después de la patada y la paliza que te he dado, seguro que recordarás que debes arrodillarte ante mí. Ven a comerme el coño un rato, mi cerda.
Tina, aliviada por el perdón de la niña, acudió a trabajarle los bajos con su boca. Bumbo se colocó tras su mami y la enculó de un golpe de rabo. Al rato se unió Tana y las tres perras recibieron su acostumbrada ración de polla y de hostias por parte de aquel negro tan varonil.
Bumbo era capaz de correrse incontables veces al día, y el ejercicio constante de follarse a sus madres y su novia le mantenía muy en forma, sin contar su afición al apaleo de las tres.
-Bumbo, novio mío, hoy has estado azotando las tetas de Tina y Tana hasta enrojecerlas, y las mías sólo han recibido algunos mordiscos. ¿Te encuentras bien, cariño?
-No pasa nada, Felicia, ven, que tengo ganas de mear. Traga, así. Estaba pensando que puedo hacer mucho dinero con estas dos putas lesbianas. Aún se conservan bastante bien, con unos cuerpos deseables y unas tetazas de diez.
-Gracias por darme de beber, mi amor. Tus madres son preciosas, sí, y aún son muy jóvenes. Es cierto que hasta yo pagaría por follármelas y aporrearlas. ¿Pero cuál es tu plan, mi amor? No creo que te apetezca mucho que otras pollas les atraviesen...
Eso era tan cierto como la hostia que soltó Bumbo a su novia, nada más oír esa blasfemia. Felicia se incorporó, con su oído aún pitándole del bofetón, y volvió a su posición de perra.
-Mi plan es sencillo: vas a buscar niñas malas en internet. Jovencitas que quieran coño y estén dispuestas a pagar. Haz unas fotos a Tina y Tana, sonrientes y cariñosas, y las cuelgas en las páginas de contactos donde abunden las candidatas. Pero debes ser selectiva, mi Felicia. No quiero adefesios en esta casa, sólo niñas realmente follables, como tú. Ponte a ello.
-Sí, mi amo. Le llamo así porque no puedo evitar mojarme con su proyecto.
Felicia era la admiradora más fiel de Bumbo. Hizo un reportaje de las dos mamás magreándose y besándose, vestidas con dos camisoncitos que dejaban poco a la imaginación, y las publicó en la red acompañadas de un texto dictado por Bumbo:
"Somos dos putas baratas dispuestas a todo. Sólo atendemos a niñas traviesas. Imprescindible mensaje privado con fotos".