EL MUJIK (El Campesino Ruso)
Un terrateniente que desprecia al campesinado conoce a un Mujik que hará tambalear sus creencias. "...Introdujo nuevamente su pene en mí, de una sola vez impulsado por todo el peso de su cuerpo enorme. Los gemidos entremezclados... []...Al ver sobre su verga restos de su semen, que ahora era mío..."
Mi nombre es Alexei Nikolaievich Petrov, en confianza Liosha. Desde la emancipación de los siervos de nuestra querida Rusia, poco he tenido por decir en favor del Mujik ruso, no así mi inseparable compañero Kolia quien siempre encuentra motivos para defenderlos.
Kolia y yo somos hijos de terratenientes de la Rusia del Zar y nos conocemos desde muy niños. Cuando cumplió veinticinco años, su padre lo consideró demasiado crecido para estar soltero y arregló un enlace con la hija de un renombrado General miembro de la Realeza, nos dijimos que eso no impediría que nuestra cercana amistad continuara.
Kolia vino a mí la noche previa a su boda, las lágrimas humedecían su pálido rostro de ángel, su figura endeble y espigada parecía mecida por el viento, pero era el efecto de la Vodka que corría por sus venas. Poco me costó sostenerlo cuando se desplomaba ante mí, si bien no soy de complexión grande, soy más atlético, carezco de esa fisonomía tan de moda en estos tiempos en que una apariencia un tanto débil y pálida habla de que no pertenecemos a la raza campesina. Kolia estaba destrozado, lo llevé hasta un sillón y me senté a su lado. Se mantuvo asido a mi cuello llorando sin apartar un instante su rostro de mi hombro, poco faltó para que llorase yo también. Tomé su cara entre mis manos y besé su frente, sus párpados húmedos y luego todo su rostro. Al llegar a su labios Kolia pareció encenderse de pronto y abrió su boca intentando invadir la mía. Sus manos comenzaron a recorrer mi espalda frenéticamente en caricias casi desesperadas. Lo abracé con fuerza respondiendo a sus profundos besos y caricias. Fui despojándolo de sus ropas hasta tenerlo completamente desnudo, nunca nuestra amistad había tomado este rumbo, pero lo seguíamos con toda naturalidad.
Kolia sonreía dulcemente mientras besaba su pecho, me detuve en sus tetillas jugando con ellas con mi lengua y dando suaves mordiscos que hacían que mi amigo se contorsionara de placer. Me alegraba el verlo feliz, poder hacerlo feliz. Bajé con mis besos a través de su torso y llegué a su polla que nada tenía de endeble, la firmeza de la roca poseía. mi lengua acariciaba el glande rosado del que manaban ya los primeros jugos, y yo los saboreaba gustoso. Mi saliva se escurría por toda esa verga enhiesta, rodeé con mis labios su glande y sentí las manos de Kolia que intempestivamente ejercieron presión sobre mi cabeza obligándome a engullirla de una sola vez. Creí que me ahogaba, nunca había tenido una polla en mi boca, pero me sorprendí a mi mismo habituándome rápidamente a ello sintiendo un delicioso placer. Subía y bajaba por todo el largo de su pija que traspasaba los confines de mi garganta y a la vez jugueteaba con mi lengua. La saliva escurría por todo su falo y seguía a los lados de sus cojones hasta alcanzar el inicio de su raja. Kolia, abandonado al placer, estaba desparramado sobre el sillón. Tomé sus piernas, las subí a mis hombros y dejando su polla lo alcé por las caderas quedando su culo hermoso ante mi rostro. Me dediqué a lamerle los cojones, y luego la raja que ensalivé cuantiosamente. Llegué al ojete en que introduje cuanto pude mi lengua, podía ver la satisfacción en su rustro, y sentirla en sus contorsiones. La saliva inundaba aquella raja y la entrada de su culo. Kolia pidió ansioso que lo penetrase, saqué mi miembro e intrduciéndolo poco a poco en él fui llegando a la gloria. Cuando estuve completamente dentro suyo, lo besé tiernamente, luego con pasión y después en forma desaforada, parecía querer comérmelo, y él respondía de la misma manera, éramos como lobos en celo, creo que incluso aullamos entre risas y gemidos, nuestra amistad había llegado a un punto del que ya no se podía volver. Kolia se sentó sobre mi vientre evitando que mi verga dejase de penetrarlo, y cabalgó sobre mí endemoniadamente. Pronto brotó la esencia de su miembro viril sobre mi pecho y los restos de mi ahora destrozada camisa. Veía su cara de ángel que mutaba a demonio en un instante y me acercaba al clímax, no tardé en estallar llenando con mis fluidos todo su ser. Se tumbó sobre mí dejando que mi pija saliese poco a poco mientras perdía su rigidez. nos besamos nuevamente y permanecimos uno junto al otro, muy pegados.
Mi querido Liosha, pareces un Mujik -dijo mientras miraba entre las tiras de tela de lo que había sido mi camisa, mi pecho cubierto de vellos, y a la vez reía de buena gana sabiendo que el comentario me molestaría-
Y tú una francesa debilucha
Quel est le problème?.. mon amour -respondió en francés, ya que todo ruso de alcurnia ha de hablar francés y alemán (aunque solo sean simples frases) para denotar cultura, y rió a carcajadas-
La noche había terminado, despertamos con la realidad de la inminente boda, pero Kolia ardía, la fiebre se apoderó de su cuerpo acentuando su debilidad y palidez. Le ayudé a vestirse e hice que el cochero trajese al doctor Kauffmann, una eminencia de la medicina alemana que establecido en Rusia atendía a la aristocracia (aunque se rumoreaba que en su país no atendía más que a ratas). El enlace debió posponerse hasta una comprobada mejoría del novio, lo cual nos dio una agradable temporada para pasar grandes momentos juntos, pero pasado un semestre, el matrimonio se realizó y la pareja salió en viaje de bodas por Europa por tres meses.
La partida de Kolia fue para mí una deslealtad ¿Qué necesidad había de ausentarse tres meses? Estaba furioso, en ese tiempo me dediqué a cobrar los pagos por las tierras cedidas a los campesinos tras la emancipación de los siervos. Esto me enfurecía aún más, y acometía con toda mi ira contra esos Mujiks que nunca tenían suficiente para la paga. Si no era por cosecha escasa, era por alguna nevada, desborde de un río o lo que fuese, pero siempre tenían excusas para intentar no pagar, y yo exigía con mayor ímpetu hasta que lograba la cobranza. Me resonaban todo el tiempo las palabras de Kolia "La tierra es de quien la trabaja" ¿Y estos? ¿no me hacían trabajar más de la cuenta intentando cobrar? La cuestión es que me fui ganando la enemistad de nuestros antiguos siervos. Cierta vez, siendo ya el atardecer, estaba aún en los caminos perdidos entre los campos y el cochero quiso parar por necesidad. Lo miraba desde la troika mientras sacaba su polla y se ponía a mear haciendo círculos en la nieve a la vera del camino. No pude resistir semejante imagen, saqué mi verga y comencé a sobarla. Cuando el condenado cochero lo advirtió, fue jugando con su tranca que aumentaba de tamaño considerablemente. Le dije que viniera, pero él solo sonreía mostrándome con descaro su pija en alto. Hacía frío, ordené que viniese pero en lugar de obedecer me miraba y sonreía. Comenzó a caminar por el sendero con su tranca en la mano. Salió de mi campo de visión. Oscurecía rápidamente y el viento era helado. Esperé unos instantes y bajé envuelto en mi manto de armiño y no pude ver al cochero. Caminé unos pasos y la noche ya prácticamente lo cubría todo. Grité y maldije al cochero para que terminase el estúpido juego, pero éste no aparecía. Al amparo de la penumbra llegaron, salidos de no sé donde, cinco Mujiks, fuertes como toros, y me rodearon. yo giraba a uno y otro lado intentando anticipar la segura agresión. Uno tiró del manto de armiño exponiendo mi pene que todavía pendía fuera del pantalón a medio colocar. Los cinco rieron burlándose. No tardó en llegar el primer golpe, le siguieron más y terminé en el piso, entonces vinieron las patadas. Los caballos huyeron en la negrura de la noche tirando de la troika, y los Mujiks, creyendo que me habían dado suficiente ya, se marcharon. El frío calaba en los huesos, yo permanecía en el suelo incapaz de moverme. Intenté colocarme el pantalón que había caído en la paliza, no pude, tenía los miembros entumecidos. Vi la luna azomar sobre el horizonte creyendo que moría, pensé en Kolia y cerré los ojos.
Desperté con dolores en todo el cuerpo. La cama en que estaba no era cómoda, pero tenía unas sábanas de blanco lino barato muy limpias. La habitación era pequeña, entraba una débil luz por la única ventana de escasas dimensiones. la puerta se abrió y me invadió el terror al ver que entraba un Mujik. Era grande y fuerte como los que me atacaron. Me acurruqué en la cama temeroso pero él se acercó y acarició mi frente como buscando cerciorarse de que no tenía alta la temperatura. La mano cálida y su sonrisa me inspiraron confianza. Volví a dormir.
Pasaron algunos días de los que casi no tuve conciencia, solo algunas imágenes del Mujik prodigándome cuidados. Una mañana me despertó el aroma de pan recién horneado y el sonido de líquido que es vertido en un tazón de lata. Me levanté, miré a través de la puerta entreabierta y pude ver al hombre meando en un bacín. Su espalda era enorme, como lo eran también sus brazos, y esa mano que tantas veces había acariciado mi frente, sostenía ahora una polla con vestigios de una erección matinal. Salí a la otra habitación, dejó el bacín en el suelo, me tomó por los hombros y con gran alegría me dio los habituales tres besos que se dan entre la gente común. Los recibí con alegría también. Tocó mi frente controlando la temperatura, y yo solo pensaba en lo que esa mano había sostenido antes. Comimos pan de centeno y charlamos la mañana entera. Afuera nevaba, continuó así todo el día, al siguiente me encontraba ya mucho mejor, y con el correr del tiempo me fui integrando a las tareas propias del campesino, cosa que jamás hubiera pensado. Cada vez que veía a ese hombre sentía derretirme por dentro, sus manos enormes marcadas por el trabajo, su sonrisa clara, esas maneras toscas pero a la vez tiernas y protectoras, los brazos gruesos y rudos, el pecho cubierto de abundantes vellos y una barba espesa, todo en él me enloquecía. Una noche, mientras bebíamos abundante Quast sentados a la mesa en un mismo banco de madera, nos fuimos acercando hasta quedar pegados uno al otro. Nos miramos y comenzamos a reír, puso una de sus grandes manos en mi hombro yo apoyé mi cabeza en el suyo sin poder parar de reírnos. Desde mi posición podía ver que su polla había aumentado de tamaño, posé mi mano sobre ella acariciándola sobre las telas. Las risas cesaron. Giré mi rostro y fui dando pequeños besos en su cuello. Suspiró, pero de inmediato se puso rígido.
Liosha, hay cosas permitidas en su mundo, pero totalmente prohibidas y castigadas en el de los campesinos. Ésta, es una de ellas -dijo el Mujik-.
Yuri, mi mundo eres tú, sólo eso me importa
Continué besándolo y él me tomó por la cintura y sentándome sobre sus piernas me dio un beso tierno en los labios. Sentía su barba varonil rozando la mía que durante esos días había crecido. Me sostuvo con sus brazos llevándome a la habitación. Desprendió uno a uno los botones de mi camisa desvistiéndome con dulzura. Sus manos rudas acariciaban suavemente mi pecho, mi abdomen y luego quitaron mi pantalón. Me sorprendía y a la vez me derretía más aún que un hombre tan varonil, de maneras toscas, pudiera ser tan tierno en la intimidad. Me tenía completamente desnudo boca arriba sobre su cama y me contemplaba sonriente, él solo se había quitado la camisa y desprendido el pantalón. Se tendió conmigo en la cama y tomando mis caderas elevó mi culo hundiendo su rostro en la raja que recorría sabiamente con su lengua que luego introdujo repetidas veces en el orificio de mi ano en una penetración lingual que en mí mismo jamás había experimentado. De este modo me fue dilatando para luego ir con sus besos por mi vientre y mi pecho camino a mis labios, a los que mordisqueaba suavemente. Mis piernas quedaron rodeando su cintura, Yuri largó saliva sobre aquella mano que tantas veces acarició mi frente mientas convalecía y la esparció sobre su pétrea verga, y la introdujo lentamente haciendo que mis sentidos estallen. Cuando estuvo completamente dentro de mí, nos fundimos en en beso profundo que nos suspendió en el tiempo, y luego, con un movimiento de caderas me clavaba muy hondo. Se retiraba y volvía a embestir con suma destreza. Con su pecho sobre el mío podía sentir el peso de aquel hombre enorme que me estaba haciendo suyo, pero suyo por completo, de una forma pura y sincera que jamás había imaginado siquiera. La pelvis de Yuri chocaba contra mis muslos alzados desde la cintura por uno de sus brazos poderosos mientras yo me aferraba a sus hombros. Se retiró de mí, besó mi bajo vientre y me giró sobre mi mismo colocándome boca abajo. Introdujo nuevamente su pene en mí, de una sola vez impulsado por todo el peso de su cuerpo enorme. Los gemidos entremezclados con los suspiros llenaron el cuarto. Las embestidas aumentaban su ritmo agregando el sonido de su pelvis contra mis nalgas a la música que generaba nuestro acto de amor. Mordí la almohada asiéndome de los barrotes del respaldo de la cama cuando Yuri en total frenesí daba ahora estocadas con total rudeza. Gemía sonoramente por no aguantar la inminencia de la eyaculación, y no pudiéndola ya contener, esparcí mi semen entre mi vientre y el blanco lino de las sábanas. Las constricciones de mi ano sobre su pija, hicieron que Yuri se viniera también, llenando todo mi interior con su varonil esencia. Quedó unos instantes tendido sobre mí dejándome sentir su peso, y yo pensaba "éste es mi hombre, al que quiero pertenecer".
Yuri se tumbó sonriente a mi lado con los brazos sobre la cabeza, pero enseguida me rodeó abrazándome tiernamente. Mi rostro estaba en contacto directo con su axila colmada de vellos, el aroma me extasiaba, mi lengua la saboreó con placer. Al ver sobre su verga restos de su semen, que ahora era mío, dirigí mi boca a ella para limpiarla con avidez. No había terminado aún la tarea que me había propuesto, y aquella polla comenzaba a retomar su esplendor. La introduje por completo en mi boca, y en ella fue aumentado de tamaño llenándome por completo. Yuri se movía con evidente placer cuando mi boca y mi lengua se adueñaron de su mástil alzado al cielo. Jugué con ella sin miramientos, y de improviso, las contracciones delatoras se hicieron presentes llenándose mi boca de abundante semen que a trallazos manaba la verga de mi hombre. Nada dejé escapar, devoré don deleite cada gota, luego me acosté a su lado y él me abrazó sonriente. Tiró del extremo de la manta para cubrirnos, asegurándose que yo estuviese bajo buen abrigo, tras esto me besó con la ternura que descubrí era natural en él. La mañana siguiente era esplendorosa, volví a la ciudad, solicité a mi padre un adelanto en tierras de mi herencia, accedió complacido sabiéndome inflexible ante el campesinado. Kolia había vuelto ya, lo encontré paseando alegremente de la mano de su esposa, parecían dos damiselas francesas.
¡Bonjour, mon cher! -dijo Kolia exultante mirando mi aspecto barbudo- ¡Ahora sí que pareces un Mujik!
Sí, y las tierras son de quienes las trabajan... -dije recordando su decir-
¡Oh! ya no creo tales estupideces, ahora administro las tierras de mi padre y del General. ¡Au revoir, mon cher, vous voir bientôt!
No volví a ver a Kolia, tampoco quise hacerlo. Con mi parte de las tierras hice una verdadera cesión de ellas, sin esperar paga alguna, entregándolas a quienes desde hacía años las trabajaban. Reservé una parcela para Yuri y para mí. Retorné a la tierra, al trabajo y a mi hombre. Ahora soy ya todo un verdadero mujik.
Javier
http://muchomachomachote.blogspot.com