El Moro de profesor

El Moro imparte cátedra en cierta universidad. Las chicas están deseosas de aprender.

Un día, la profesora Luz María dejó de impartir su cátedra de Historia de la cultura contemporánea y, en su lugar, apareció un inquietante desconocido que se ganó, automáticamente, el singular mote de "El moro". Pocos conocían su nombre real. Algunos decían que se llamaba Abenámar; otros, Mohamed o algún otro nombre árabe. Muchos decían que era tan moro como el príncipe Felipe sólo que le decían así que tenía pinta de moro. También se dijo que el apodo le venía de su forma de tratar a las mujeres... El caso es que apareció un nuevo profesor en la facultad, se apoderó de una materia y se paseó por los claustros como Pedro por su casa. Nadie indagó demasiado acerca de si se cumplieron y respetaron los procedimientos administrativos de rigor.

No menos inquietante que las misteriosas credenciales y que la propia persona del recién llegado fue el giro teórico que le dio a la clase.

  • Así, pues, cuando una cultura que asigna roles fijos a las personas entra en crisis y se ve sustituida por una cultura con roles dinámicos, donde, por lo menos a nivel teórico, se supone que uno puede seguir la vocación que desee, ocurre que esos viejos roles antes impuestos se ven desacreditados y, por consiguiente, censurados, con lo que se da la paradoja de que la situación se invierte...

En la primera fila del aula, varias alumnas, pijillas bañadas en perfume y con varias horas de coiffure , lo miraban embobadas, algunas mordiéndose ligeramente el labio inferior; otras, con el dedo o el boli en la boca y las pupilas dilatadas...

El moro se acercó lentamente...

  • ¿Cuáles eran los roles que, tradicionalmente, se habían asignado a la mujer? Madre y ama de casa, en primer lugar; monja, en segundo... y puta.

Un murmullo recorrió el aula. Algunas de estas chicas se rieron nerviosas.

  • ¿Pero no es verdad acaso que, más allá de las imposiciones puede haber mujeres que de verdad sientan vocación de madres y amas de casa? ¿O vocación religiosa? ¿No es eso cierto? ¿Qué piensa usted, señorita Alba?

  • Pues.. esteee... Creo que sí... -dijo la chica en cuestión, visiblemente sorprendida.

  • Lo otro será tal vez más polémico y más políticamente incorrecto aún pero, ¿qué hay de las mujeres cuya vocación profunda, real, es la de ser...? Hum, no diré de nuevo la palabra que ya dije antes... Las mujeres cuya vocación profunda y real es la de ser un objeto sexual, una mascota sexual.

El murmullo de comentarios creció como una ola que avanzaba de atrás para adelante.

  • Degradante.

  • Machista.

  • Sin base científica.

  • Desfasado.

Y, sin embargo, a muchas chicas, Alba entre ellas -una hermosa rubia con un peinado de modelo ochentosa (así, ligeramente demodé es mucho más elegante)- la cosa parecía hacerles gracia.

  • Póngase de pie, señorita Alba.

Visiblemente nerviosa, Alba obedeció. Varias de sus compañeras y amigas quedaron boquiabiertas y casi la miraron con envidia.

  • Le haré una pregunta simple, ¿cuánto tiempo dedica usted a sus estudios y cuánto a maquillarse y arreglarse?

La risotada fue general.

Alba se sonrojó. Pero la salvó la campana.

  • ¡¡¡Riiiiiiiiiiiiiiiiingggg!!!

  • Ya saben, para la próxima clase, los tres primeros capítulos de Justine o los infortunios de la virtud.

Todos salieron excepto Alba, que se quedó, sin saber muy bien por qué, sentada en su pupitre.

El moro le daba la espalda, mientras guardaba papeles, fichas y apuntes en su pequeño maletín.

  • ¿Necesita algo, señorita Alba?

  • Esteee... Pues sí. Por qué me hizo esa pregunta.

El moro se volteó, luciendo una amplia y bondadosa sonrisa. Bondadosa pero siempre con ese algo indefiniblemente perverso que constituía parte tanto de la atracción como de la repulsión que ejercía.

  • Pero, pequeña, ¿te hice sentir mal?

Así, imperceptiblemente, comenzó el tuteo. Pero sólo de parte de él.

  • Pues, la verdad, un poco...

  • Vamos, niña -dijo mientras se acercaba- lo siento si fue así. Sólo quería ilustrar un punto.

  • Pero -respondió Alba, sacando fuerzas de flaqueza- ¡¿qué le importa a usted cuánto tiempo me toma...?

Calló por que El moro le puso el índice en la boca.

  • Shhh... Estoy un poco apurado ahora. Pasa a las ocho de la noche por mi despacho y te daré una explicación A FONDO sobre todo esto de los roles y las vocaciones.

Fue más fuerte que ella. Empapó sus bragas y sus pezones se cuadraron en posición de firmes ante su amo.

  • Bueno, sí, profe... Ahí estaré, señor profesor... ¡Glup!.. No sé si pueda... Este... sí, pasaré, creo...

Y salió precipitadamente del aula, casi corriendo, agrupando sus útiles y bártulos de cualquier forma. Tanto que, delante de la puerta, se le cayeron algunos y apenas pudo inclinarse para recogerlas.

El moro la vio alejarse mientras sonreía. "Esta noche cenamos una zorrita rubia en su jugo" pensó y terminó de recoger sus cosas.