El morbo de lo prohibido

Las fantasías más ocultas y prohibidas pueden llegar a cumplirse, incluso cuando se refieran al sexo entre primos.

Porque no todo son fantasías. Algunas veces en la vida hay que dar un paso y ver mas allá de lo que nos dejan ver y hacer. Así empezó todo, lanzándome al vació para descubrir todo lo que mi cuerpo podía llegar a sentir.

Una tarde de invierno, fría como tantas otras, me encontré con mi primo Julio. Hacía mucho tiempo que no sabía de él y me encantó verle. Había sido mi fantasía más prohibida, aquel al que sabes que jamás podrás llegar a tocar, al que solo puedes desear. Ese deseo de tan antaño volvió a mi como si siempre hubiera estado ahí. Su cuerpo ya no era el de antes, su ropa solo me dejaba adivinar lo que dentro se escondía, un cuerpo fuerte y duro del que ya no podía escapar.

La tarde transcurrió normal, como primos dimos un largo paseo por la ciudad hasta que anocheció. Yo no me quería separar de él, y al invitarme a su casa acepté en seguida.

Vivía en un barrio pequeño y antiguo en el que nunca había estado, el misterio me hacia desearle cada vez más.

Ya en el salón, pude ver algunas revistas pornográficas, en las que había imágenes de sexo muy provocadoras. Él me descubrió mirándolas y así me preguntó si aún era virgen, yo le respondí avergonzada que no, él me miro sorprendido y acercándose cada vez más a mi en el sofá me dijo "hubiera querido ser yo el primero en tocarte". Mi corazón latía a toda prisa y mi cuerpo estaba ardiendo y deseoso por besarle, solo quería sentirle. Sin saber como mi mano estaba sobre su rodilla, fui acariciándole y poco a poco empecé a subir. Él respondió besándome. No lo podía creer, era mi primo el que me besaba, eso era lo más excitante, el sabor de lo prohibido. Cada vez más deseosos los dos nos desnudamos en su salón, ahí pude ver su cuerpo, tal como había imaginado, su torso era fuerte y al bajar la vista comprobé que no me defraudaba, tenía una poya grande, gruesa... y muy dura. Mis manos recorrían todo su cuerpo, como si fuera la última noche de mi vida. De la gran excitación nos pusimos en el suelo, ahí me abrió de piernas; mientras me lamía todo el cuerpo su mano acariciaba mi clítoris, con suaves caricias al principio, y cada vez subía y bajaba su mano más rápidamente. Mi cuerpo se estremecía y movía las caderas arriba y abajo queriendo cada vez más. Yo quería que él sintiera lo mismo que me hacía sentir, así que cogí su enorme poya y la puse en mi boca, me encantaba chuparla, la sentía tan caliente. Su cara de placer y sus gemidos hacían que me sintiera cada vez más mojada. Él me paró y con un beso me dijo "espera, no tengas prisa, todavía quiero jugar más contigo".

Ya en su cuarto me tumbó en la cama, me abrió de piernas y empezó a lamerme, sentía su lengua caliente dentro de mi y sus manos hacían que mi cuerpo vibrara, me aferraba a la almohada desesperada, quería tenerlo dentro de mi. Me sentía como una de esas mujeres de sus revistas, atractiva y ardiente, así que tomé la iniciativa. Coloqué mis nalgas sobre su poya y él la metió dentro de mi. Me movía arriba y abajo sin parar. Me recosté en la cama y ésta vez se puso él encima de mi, podía sentir su cuerpo sudando, moviéndose cada vez más rápido mientras me decía "prima siempre he deseado estar dentro de ti". Exclamé de placer y él se corrió sobre mi vientre.

Exhaustos, nos dormimos; yo me tumbé sobre su espalda para sentirle, sabiendo que sería la última vez que podría hacerlo.