El morbo de la luna llena

Una noche cualquiera, dos amigos... le puede pasar a todos. Calentito.

Aquella noche había Luna Llena. El aire templado animaba a los dos cuerpos tendidos en un colchón, en el suelo, mirando distraídamente a la televisión, a quitarse la ropa. Otra vez la misma película, los mismos anuncios... Ella, muy despacio, se levantó a por más cervezas. Él le dedicó un amago de sonrisa y se sorprendió imaginándosela sin más ropa que un tanga azul oscuro que sugería el denso bosque que escondía debajo. El camisón semitransparente dejaba asomar unas piernas ágiles, que ahora se movían perezosas esforzándose pugnando por alcanzar el firme suelo y avanzar hasta la cocina. Daba vértigo verla moverse así. "Es la marihuana" pensó, y cerró los ojos.

Ella entró a la cocina. Él, casi sin querer, comenzó a desabrocharse los vaqueros. Era la única ropa, además de la interior, que llevaba puesta. Notó cómo sus manos iban separando cada botón de su ojal, y deseó que fueran las manos de ella. Sintió una erección repentina que incluso dolía. "No puedo hacerle esto", se repetía mientras se acariciaba cada vez más desesperado y más loco de deseo por ella.

La había invitado a su casa con la excusa de enseñarle los últimos cuadros que había pintado. Ni él mismo comprendía porqué lo había hecho. Ahora no tenía remedio. La sangre le palpitaba en las venas, en todo su cuerpo, y sólo la piel de ella lo tranquilizaría, o lo haría perder la razón.

Ella volvió con otro litro más, espumoso, frío, quizás lo que él necesitaba para reaccionar. Le ofreció la cerveza y él bebió con ansiedad. Ella, sin darle importancia a los ojos crispados por ver más allá de su breve ropa, cogió la bolsita de marihuana y empezó a liar otro más. Él la observaba, silencioso, ardiente... Su respiración se cortó cuando ella, con más erotismo del que él podía soportar, deslizó la lengua por el papel y terminó su tarea. Se lo puso en los labios y lo encendió.

El humo escapaba entre los labios de ella como la paciencia entre las manos de él. El aire era cada vez más denso, cada vez más respirado, por los dos... Cuando ella le pasó el canuto, a medias, él absorbió hasta llenar sus pulmones, imaginando que era ella quien le llenaba por dentro. Siguió fumando, hasta acabarlo, y entonces reparó en sus pantalones, entreabiertos, sugerentes, con el bulto de su miembro hinchado de deseo, luchando por salir. Instintivamente sonrojó. Entonces levantó la vista y se encontró con los ojos de ella, mirando golosa su entrepierna, tumbada de lado, como ofreciéndole los pechos que parecían pedirle a gritos mordiscos y besos. No sabía muy bien porqué la había invitado, y ahora estaba allí, tumbada a su lado, mordiéndose con lascividad el labio inferior mientras su mirada recorría la abertura de sus vaqueros.

Sin saber cómo lo hizo, empezó a acariciarle el muslo derecho, subiéndole poco a poco, muy poco a poco, el camisón. Tropezó con su tanga. Ella se tumbó bocaarriba, suavemente, y abrió las piernas. Él deslizó su dedo índice dentro de ella, y sintió cómo temblaba. Ella suspiró de placer y relajó todo su cuerpo, dejándose invadir por los estremecimientos que él le producía. Con la otra mano, él despojó de su tanga, que era tal como había imaginado, y la acarició desde los pies a los muslos como si tocara una joya.

Hundió su cabeza entre las piernas de ella y empezó a mover la lengua hasta hacerla gritar. Al principio despacio, de abajo a arriba, disfrutando de todos sus jugos. Continuó haciendo especial énfasis en su clítoris, que endurecía por segundos. Su lengua jugaba traviesa, dejándose guiar por los temblores de unas piernas que a duras penas lograba sujetar. De la boca de ella salían gemidos que lo animaban a seguir lamiendo aquel pecado tan sabroso.

Cuando sintió que ella iba a desfallecer, la penetró con delicadeza, como si fuera su primera vez. Ella notó el enorme miembro contra sus paredes, gritó y le arañó, lo besó y lo apretó contra su cuerpo, rodeándole con sus brazos y piernas, con toda la fuerza que le quedaba. Él se excitaba cada vez más. Volvió a sentir que el orgasmo de elle se acercaba y cambió de postura. Ambos estaban perdiendo la razón. La tumbó bocabajo y la penetró por detrás, por el ano, apretando febrilmente sus caderas contra él, gritando juntos, llorando juntos, sintiendo juntos cómo sus almas se escapaban por cada poro de la piel. Entonces fue él quien estuvo a punto del orgasmo. En la misma postura buscó su entrepierna, queriendo terminar de hacerle el amor y tocar el cielo juntos. Ella sudaba. Él sudaba. Los mismos anuncios, la misma película en la televisión. Entre restos de humos y vapores de alcohol, un grito de dos compartido se adueñó de la habitación. Y él se desplomó sobre ella, sintiendo los latidos de sus paredes abrazando su miembro exhausto. Y se sintieron felices. Sexo sin palabras. Más marihuana compartida. Y más cerveza aclarando las gargantas cansadas.

Entonces ella volvió de la cocina con otro litro más, espumoso, frío... Y se encontró con él, tumbado bocaarriba, con una mancha blanca en el pecho que delataba que se había masturbado en su ausencia. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa de placer infinito en los labios. Ella se quitó el camisón y se sentó encima de él, lamiendo despacio su pecho manchado, su cuello palpitante, respirando sus suspiros, cubriendo con sus manos cada centímetro de su piel. Y deslizándose sutilmente le quitó los vaqueros y lo dejó, indefenso y desnudo ante ella. Él ni siquiera abrió los ojos. Paseó su lengua por sus piernas, deteniéndose en la parte de los muslos en que el vello se empezaba a rizar. Y continuó subiendo. Llenó su boca con sus genitales, y luego con su pene, aun húmedo y erguido. Como si de un helado se tratase, su lengua lo lamió y su boca lo rodeó. Él estaba a punto de desmayarse, cuando ella lo empezó a cabalgar...

La realidad esta en tu mente...cada uno de ellos inventó su final, ¿cuál es la verdad? Elige la que prefieras.