El morado es el nuevo rojo (Cap. 2 y último)
Marcos se ha integrado como publicista junior en la empresa de Luis Sorensen, por quien siente un desprecio visceral motivado por conflictos de clase. Un encuentro casual con su jefe servirá para que Marcos descubra que es absurdo clasificar a las personas basándose en las simples apariencias.
Marcos se integró con una celeridad inusitada en el entorno de trabajo de una empresa líder en su sector que facturaba cada año muchos millones de euros, y que contaba con sucursales en Londres, París, Barcelona y Milán, además de la casa madre en Copenhague. En realidad aprendió mas de estrategias publicitarias durante sus primeros meses en la compañía que durante sus largos e interminables años de estudio y másteres varios, en los que sólo soñaba con ver el momento en que su bien domeñada imaginación y sentido estéticos le rindiesen por fin los réditos a los que él consideraba ser merecedor.
Lo primero que le llamó la atención de su jefe, aparte de su nada nórdico buen humor habitual y de su afición a estrujar las neuronas de sus subalternos hasta el paroxismo, fue su rimbombante nombre completo: Luis Felipe Sorensen-Orleans y Llano de la Encomienda. Un nombre tan asquerosamente monárquico y de raíz aristocrática como reminiscente de siglos pasados y que a Marcos le parecía el culmen de la estupidez humana condensada en una sola línea. Había escuchado rumores que ligaban su ascendencia paterna al rey “burgués” Luis Felipe I de Francia, mientras que otros aseguraban que mas bien procedía de la rama española de la familia fundada por su polémico hijo, el famoso Conde de Montpensier, mientras que los Llano de la Encomienda formaban al parecer una familia terrateniente de ascendencia noble procedente de la provincia de Jaén, donde contaban con un verdadero océano de olivares en propiedad desde tiempos inmemoriales. Sea como fuere, para Marcos su jefe representaba el rostro humano del fascismo patrio que llevaba jodiendo a su país desde hacía siglos, y no sentía por él en su interior mas que el mayor de los desprecios, si bien en público procuraba comportarse de manera educada y correcta, sin caer en infames peloteos como alguno de sus compañeros, a los que era alérgico de todos modos. Y lo era por partida doble, es decir, tanto a los peloteos como a la mayoría de sus colegas, a su modo de ver una panda de pijos con pretensiones insoportables por definición, a los que sólo aguantaba en horario laboral porque no le quedaba otro remedio, pero con los que nunca hubiera quedado a tomar unas copas fuera de sus horas de trabajo.
Tal vez por ser el único publicista de la firma nacido en provincias y pertenecer a una clase social supuestamente inferior a la de sus compañeros de oficina, a Marcos en su ambiente de trabajo comenzaron a conocerle a sus espaldas como “el siniestro” o “Mister Hyde”, sin que a él pudiera importarle menos los epítetos clasistas disfrazados de gracietas que le endilgaban sin su conocimiento. Cuando llegaba el viernes por la tarde, él se olvidaba por unas horas de campañas de marketing y de técnicas publicitarias y se entregaba de lleno, con dinero fresco en el bolsillo, a dar rienda suelta a sus nunca bien controladas pulsiones, algo de lo que a menudo se arrepentía durante el resto de la semana, cuando alguno de sus improvisados “happenings” de fin de semana amenazaban con enturbiar su tranquila existencia de ejecutivo de éxito, e incluso interferir en su faceta menos conocida de insurrecto en potencia. Una noche, atrincherado en la promiscua oscuridad del Cerro de los Angeles, tumbado sobre la mesa del merendero mientras mamaba un par de pollones de infarto y un tercero le petaba el culo a destajo, tuvo la mala suerte de perder el móvil, con la agenda a reventar de teléfonos de clientes, y, para su mayor vergüenza, de fotos íntimas suyas de las que harían palidecer a su querida abuelita murciana si llegaran, por un casual, a su conocimiento. Peor fue el día, meses después del primer contratiempo, en que se había metido de todo hasta las cejas y le dio su nuevo número de móvil a un grupo de bakalas expertos en dominación, que se pasaron varias semanas intentando concertar una quedada, con él como principal atractivo de la noche, en lo que había de ser una “gang-bang” masiva, y, como le espetó uno de sus contactos telefónicos para su consternación, “ya sabes, te follaremos a pelo, como la otra vez…”.
Marcos reconocía que perdía el control de sus acciones demasiado a menudo y con demasiados desconocidos como para poder estar completamente seguro de que no tenía nada que temer de la vida, por mucha Cruz de Caravaca bendecida por su santa madre que se echara al cuello en momentos de máxima tensión sexual. Hasta ahora se había librado de enfermedades venéreas, mas allá de las indeseables ladillas de rigor, pero él sabía que la suerte no siempre iba a estar a su servicio si seguía empeñándose en desafiarla de modo constante. Había noches en que recordaba vagamente haberse tirado a tres pibes distintos en el Strong, o haberse subido a un coche en marcha con cuatro chandaleros y haber tragado polla y lefa hasta quedar “preñado de gemelos”, como solía bromear con Germán, el único que parecía preocuparse por él y le hacía ver que su comportamiento sexual era, cuando menos, inadecuado.
Si de verdad quieres bajarte al pilón con el primero que pase a tu lado con un calentón del quince, adelante, pero al menos practica sexo seguro, se disfruta igual y luego no tienes que comerte la cabeza con movidas raras - le había advertido muchas veces su compañero de piso, sin resultado alguno hasta el momento.
No hace falta que me lances tus sermones de cura reprimido, Germánico - Marcos solía llamarle así cuando se rayaba con él por algún motivo, y debido a los roces inevitables de la convivencia diaria, éstos no faltaban a diario - Lo que a ti te pasa es que follas poco, tío, tienes que practicar mas con lo que predicas, que pareces un político de tres al cuarto.
El precio de fondo a pagar por su comportamiento antisocial era una soledad consustancial a su persona; él sabía que siempre estaría solo, como lo había estado desde que su madre le dejó abandonado quince años atrás en casa de su abuela, y que no había nada que hacer al respecto salvo respetar la voluntad del cruel destino que guiaba sus pasos hacia un abismo que parecía abrirse a sus pies cada fin de semana para cerrarse por arte de magia los lunes por la mañana cuando su segundo yo tomaba el relevo y procuraba mostrar una máscara social apta para todos los públicos.
El peso psicológico con el que cargaba en su interior debido a esta doble vida de estándares flexibles como el chicle le llevaba a veces a tomar decisiones incoherentes, y eso mismo le ocurrió un viernes cualquiera al salir del gimnasio, con las endorfinas a tope por el duro trabajo efectuado, y tras llegar a casa y encontrar una nota de Germán anunciándole que salía esa noche de copas con su pareja del momento y unos colegas, y que había dejado media lasaña en la nevera para él, se sintió tan vacío e indigno de ser amado que comenzó a golpear con los puños la puerta de acero inoxidable del frigorífico hasta que unos débiles hilillos de sangre comenzaron a surcarle los nudillos. Tal era su desesperación en ese momento que tiró la bolsa de deporte en el sofá, provocando la huida instantánea del mismo del avispado “Alazán”, se aplicó una cura casera con alcohol y gasas vendadas, cogió al vuelo las llaves del apartamento y se perdió en la noche madrileña sin rumbo fijo. No llegó demasiado lejos, porque en la calle Montera decidió detenerse a la entrada de los cines Acteón, y comprar de manera despreocupada una entrada para el último éxito de taquilla del director mexicano Alfonso Cuarón, la epopeya espacial “Gravity”; le pareció la elección ideal para pasar un rato de esparcimiento sin pensar en sus abundantes problemas, y estuvo esperando pacientemente durante diez minutos hasta que abrieran las puertas de la sala. Estaba distraído, absorto en sus nada amables pensamientos y lleno de conmiseración hacia sí mismo, cuando sintió desde atrás una cálida palmada en su hombro izquierdo. Despertó de su estado de ensoñación autoinducida y se dio la vuelta agitado, para descubrir a su jefe vestido de manera casual, con unos pantalones vaqueros muy ceñidos al cuerpo, según la moda imperante, una sudadera de camuflaje provista con capucha y unas zapatillas de deporte marca Bikkembergs que le hacía parecer mucho mas jovial y desenfadado que en sus maratonianas jornadas de trabajo de traje y corbata obligatorios.
- ¿Qué pasa, Marcos? ¿Tu también vienes al cine?
Estuvo a punto de negar la mayor y escaquearse discretamente con cualquier excusa rumbo a Gran Vía, Chueca o quien sabe dónde, pero al final el sentido común se impuso (para mas inri le había pillado de marrón con la entrada en la mano) y fingió una alegría inexistente a la hora de contestar al responsable de que su cuenta corriente no estuviera en números rojos por el momento.
¡Ah!¡Hola, jefe! No te había visto. Sí, acabo de salir del gimnasio, estaba sólo en casa y he decidido venir a ver una película para relajarme un poco…
Sí, ya veo que lo necesitas - y le señaló con una sonrisa ladeada los nudillos vendados - ¿Con quien entrenas, con Floyd Mayweather?
Bueno, no vas descaminado, practico boxeo en mis ratos libres…
No lo sabía, pero a las pruebas me remito…- y su gesto de dolor simulado dejó entrever la grima que le producía la visión de sus manos heridas - Sin embargo, yo tenía entendido que los practicantes de boxeo vendaban sus manos antes de calzarse los guantes.
Bueno, en realidad así debería ser siempre, pero hoy estaba demasiado “espídico” por el tema de la campaña del nuevo coupé de Renault y decidí hacer un poco de saco a puño descubierto, con el resultado que puedes ver - le aclaró entre risas, intentando quitarle hierro al asunto.
No deberías tomártelo a broma, en la vida hay que protegerse del peligro de manera conveniente. Locuras las justas, ese es mi lema - y parecía creer en cada palabra que decía.
Marcos creyó encontrar una segunda lectura a la frase, y un relámpago de inquietud asaltó su mente durante una fracción de segundo, pensando que tal vez había llegado a oídos de su jefe noticias de su estilo de vida disoluto.
- Pero no es momento de juicios morales, además el boxeo es un deporte muy sano y completo, según dicen -añadió su jefe, intentando rebajar el tono de la conversación de manera palpable - Por cierto, ¿qué película has venido a ver, Mark?
A Marcos le ponía enfermo que su políglota jefe le cambiase el nombre por capricho y a traición, llamándole de manera indistinta Marco, Marcus, Marcos o Mark, según su estado de ánimo particular. Eran muestras de desenfado que utilizaba de manera hábil con todos los miembros de su equipo creativo, pero en especial con él, pues era consciente desde hacía tiempo que Marcos se sentía algo desplazado dentro del mismo.
- Gravity, la de la misión espacial que se pierde en el espacio…¿Y tú? - y cruzó los dedos para que respondiese “12 años de esclavitud” o “La ladrona de libros”, por ejemplo, aunque su intuición le indicaba que se decantaría por el mismo tipo de filme.
-Yo también, que casualidad, y además he venido solo, así que si te parece bien podemos verla juntos. No suelo quedar a menudo con gente del trabajo, y es una buena ocasión para conocerse mejor ¿no crees?
De buena gana le hubiera respondido que él no necesitaba conocer mejor a pijos de su calaña, aunque se disfrazasen de modernos en sus ratos libres, como era su caso, pero encontró mas prudente callarse y esbozar un atisbo de sonrisa que se suponía aprobatoria.
- Claro que sí, jefe.
-Llámame Luis, que todos somos parte del mismo equipo, y en la calle no hay jefes que valgan.
- Muy bien, Luis, yo tampoco creo mucho en las jerarquías, salvo en la del ajedrez.
Dos horas después de intenso metraje, el ambiente entre ambos se había distendido tanto que salieron a la calle por la galería que conduce a la Plaza del Carmen entre bromas y chascarrillos, como dos amigos de toda la vida que hubieran quedado para ver una peli acompañados de la inevitable ración de palomitas y patatas fritas.
Creo que no podría soportar un jadeo mas de Sandra Bullock aunque me prometiesen la campaña en exclusiva de la nueva afeitadora de Gillette - reconoció entre risas Luis Felipe - ¡Que agobio de mujer, por Dios!
Casi hubiera sido mejor que hubiera seguido perdida en el espacio…en realidad no se la echaba mucho de menos aquí en la Tierra - añadió Marcos, que se volvía temible cuando sacaba su cáustico sentido del humor a pasear, lo que por desgracia no ocurría demasiado a menudo.
Luis rió de buena gana ante el comentario de su subordinado, y después permaneció en silencio por espacio de unos segundos, hasta que tomó aliento para enfocar el asunto de manera diametralmente opuesta:
- Ya en serio, en realidad la película habla un poco de la soledad fundamental del ser humano, y de cómo en el espacio es imposible maquillar esa sensación tal y como lo hacemos en nuestro planeta de mil maneras distintas, a menudo sin éxito.
Marcos se quedó pensativo, hurgando como un niño perdido en la herida primordial que sangraba a borbotones en su interior, y sin saber que contestar. Al final, haciendo de tripas corazón consiguió rehacer el tipo para dar paso a una conversación sobre la condición humana, que comenzó en tono filosófico para ir bajando de tono de forma paulatina y culminar media hora mas tarde en medio de bromas y chanzas sobre diversos temas de actualidad mundana. Por un momento ambos sintieron que se conocían desde siempre, y decidieron alargar la noche tomándose unas copas en los bares y puestos de tapas del cercano Mercado de San Miguel, que ampliaba su horario hasta las dos de la madrugada los fines de semana. La noche terminó ahí para ambos, y cada uno se marchó a su respectivo hogar despidiéndose de manera cordial en la Puerta del Sol, desde donde Luis tomó un taxi rumbo a su domicilio en Chamberí, mientras que Marcos se marchó andando, silbando melodías conocidas en la oscuridad de la noche, hasta su apartamento compartido de la calle Tribulete.
A partir de ese día, Marcos se vio enfrentado a un conflicto interno como nunca antes había experimentado en toda su vida. Notaba claramente como se sentía atraído en todos los sentidos por aquel “fascista de mierda” a quien hasta hace poco despreciaba como “enemigo de clase” y como el “típico representante de las clases superiores”. Aquella noche de copas y confidencias había descubierto un Sorensen distinto, al hijo de un magnate danés de la publicidad con una presión enorme por destacar por encima de sus semejantes que le había inculcado su tiránico padre, con un conflicto irresuelto entre su mentalidad europea heredada del lado paterno de su biografía por una parte y su cultura netamente española por otra, a menudo tan opuestas, y con un desconocido fondo de armario post clasista que le había subyugado por completo.
Descubrió, por ejemplo, que había sido criado entre Dinamarca y España asistiendo en ambos países a institutos y universidades públicas, que su familia sólo era monárquica por tradición pero que él se sentía republicano por convicción, e incluso se despidió aquella noche de él, a punto de tomar el taxi que le conduciría a su opulento piso de soltero de la calle Miguel Angel, gritando medio en broma, medio en serio: ¡Salud y República!. Le contó además que era vegetariano por elección y amante del “trekking” y el alpinismo, y que un familiar materno lejano había sido un general del ejército español de ideas abiertamente progresistas represaliado por el franquismo por el “delito” de haber permanecido leal al Gobierno legal de la República tras el golpe de estado fascista del 18 de Julio de 1936, y, debido a ello, había terminado sus días en el exilio mexicano, pese a su aristocrático apellido.
Por todo ello y por mil razones mas que se le escapaban al intelecto pero que su corazón sí supo reconocer de inmediato, empezó a verle con otros ojos, al principio de manera vergonzante, sin querer reconocer los tiernos sentimientos que estaban germinando en su interior, para luego, con el paso de los días y de las semanas, caer rendido a la evidencia de que, por primera vez en su vida adulta, se había enamorado de alguien, aunque fuera de la persona menos conveniente y, por lo que él sabía hasta entonces, no era correspondido en absoluto. Lo mas probable es que aquel hombre enérgico de tez rubicunda y ojos claros no fuera homosexual ni bisexual, y que su imaginación le gastase malas pasadas cuando creía entrever que su jefe le seguía con la mirada cada tarde cuando se colgaba al hombro la bolsa de deportes y desaparecía rumbo al gimnasio de su barrio. Y eso que a él cada vez le costaba mas disimular sus sentimientos, y había veces que le daba un subidón de adrenalina y se empalmaba sin remedio cuando pasaba frente a su despacho para decirle adiós con un gesto de la mano; en esos breves momentos de imaginación desatada le bastaba para empinarse como un Mihura con imaginarse a sí mismo tumbado en plancha sobre la erótica mesa de caoba recibiendo en su incansable culo las descargas metódicas de semen de su jefe. Algo que sabía a ciencia cierta nunca podría ocurrir.
Aquella noche de lunes, semanas después de su inesperada cita conjunta, Marcos llegó a su casa después de hacer sombra en el gimnasio como un demente para encontrarse con un inesperado comité de recepción. No menos de siete amigotes de Germán, con distintas variantes de pluma entre ellos, armaban bulla en el salón, como si fuera a terminarse el mundo de un momento a otro. Cuando Marcos, tras dejar la bolsa en su cuarto, pequeño oasis de intimidad en aquel improvisado manicomio, pidió explicaciones a los allí presentes de la razón de tamaño fiestorro, sin que le constara que fuera el cumpleaños de su compañero de piso, la respuesta general fue unánime:
¡Velvet!
¿Cómo? - creyó haber entendido “¡vete! Y pensó que le estaban vacilando sin venir a cuento. - ¿Qué me vaya a dónde?
No, quédate con nosotros, que estás mas guapo. ¡Se trata de Velvet! Joder, Velvet, la nueva serie de Antena 3, la de las cortinillas con música de Birdy que trata sobre unas galerías comerciales en los años 50... ¿pero en que mundo vives, Marcos? Llevamos días planeando esta reunión ¿no te acuerdas que te lo dije el sábado? - le recordó su compañero de alquileres, con los brazos en jarras en señal de desaprobación.
Sí, me suena un poco lo de las promos de Antena 3 con la música que dices…bueno, en cualquier caso por mí está bien, mientras no os quedéis hasta muy tarde…yo estoy muy cansado, me parece que me voy a dormir, que mañana madrugo.
De eso nada, Marquitos, tu te quedas como todos nosotros a verla empezar, y además vendrás "canino" después de tanto guerrear por ahí con unos y con otros - terció Germán, y le acercó una bandeja desbordante de mediasnoches de distintos y tentadores sabores, que no pudo ni quiso rechazar.
Venga, hombre, siéntate, no me seas “sieso” - le espetó el novio andaluz de Germán con ese acento cordobés tan gracioso que gastaba - Relájate y disfruta… - y poco menos que entre dos de aquellos simpáticos desconocidos le hicieron un hueco en el atestado sofá, justo cuando empezaba a sonar la sintonía de la serie.
Poco a poco Marcos se fue introduciendo en la historia de amor de aquel par de huérfanos, Ana y Alberto, que se enamoran desde críos y cuyo amor imposible e interclasista amenazaba con hacer temblar los cimientos de una sociedad híper clasista, e intolerante al máximo con los que desafiaban las leyes no escritas de la moral establecida.
De manera al principio imperceptible las lágrimas empezaron a aflorar a su rostro cuando recordaba su propia orfandad, y la manera tan hermosa en que el inconfesable amor que sentía por Luis le había reconciliado con la vida. Intentó disimular su estallido emocional antes de que aquella sarta de cotillas tomase nota de su estado, sacando con disimulo un “kleenex” del bolsillo del pantalón, sólo para encontrarse con una esotérica nota que le había pasado su jefe, con una sonrisa de medio lado muy suya y un guiño cómplice, aquella misma tarde durante una trivial reunión de trabajo a solas en su despacho sin venir a cuento (y que él había interpretado entonces como una de sus bromas absurdas para intentar romper una frecuente situación de bloqueo creativo, a menudo con éxito) y en la que podía leerse en caracteres de molde: COPENHAGUE ES EL NUEVO MADRID, y que él no había sabido interpretar correctamente en su momento. Entonces cayó en la cuenta de repente de que Luis se refería en concreto, no a su ciudad natal en la lejana Dinamarca, sino a la canción del mismo nombre de Vetusta Morla, un grupo español de “indie-pop” alternativo que a ambos encantaba, y que Marcos admiraba mas si cabe tras grabar éstos últimos un álbum benéfico con la Orquesta Sinfónica de Murcia y cuyos beneficios irían destinados íntegramente a la reconstrucción del casco urbano de su ciudad natal, Lorca, tras el terrible terremoto que asoló la zona en 2011, y del que no se ha recuperado totalmente a día de hoy.
Con la excusa cierta de ir al servicio, en vista de que la cadena de televisión no pensaba incluir anuncios durante la emisión del primer capítulo de su esperada serie de época, Marcos buscó en su IPAD la canción de marras y se concentró en su escucha como un poseso, sentándose en el sofá para no desentonar del resto de la hipnotizada manada y, mirando sin ver las imágenes de televisión, sino mas bien analizando cada palabra y cada estrofa de la canción, una de sus favoritas del grupo madrileño, se dedicó a buscar un significado oculto en cada coma y en cada inflexión vocal de la voz de Pucho, su cantante. Y sí, no cabía duda, allí estaba todo, aquello era una declaración de amor en toda regla, camuflada tal vez pero tan real como las irrefrenables ganas de vivir de la teniente Ryan Stone (Sandra Bullock) en la película que habían compartido juntos tiempo atrás. ¿O serían de nuevo imaginaciones desatadas suyas? ¿Podía existir realmente el amor entre dos personas del mismo sexo o todo terminaba cuando uno se subía la cremallera del pantalón tras haber disfrutado de una buena ración de sexo? Incapaz de encontrar una respuesta adecuada, desistió en su empeño, apagó el IPAD y se entregó sin complejos a disfrutar del torrente de emociones que prometía la serie de Atresmedia. No debió haberlo hecho, porque de inmediato quedó enganchado a la ficción de la productora Bambú como la mas locaza de entre sus ocasionales acompañantes.
No hizo falta que esperase demasiado, sin embargo, para descubrir que sus sospechas no carecían de fundamento, pues el viernes por la tarde, día en que el ambiente de trabajo se relajaba de forma notable, empezando por la manera informal de vestir del personal, se encontró, a su vuelta del servicio, con un misterioso sobre a su nombre sobre el tablero de su mesa de trabajo. Lo primero que le chocó fue el silencio imperante en la sala; no se había percatado hasta entonces de que ya eran las siete y media de la tarde y que todos sus compañeros habían ido marchándose uno detrás de otro, hasta quedarse él solito en el amplio espacio de trabajo reservado para los publicistas junior (en su caso) y senior (la mayoría de sus colegas, pues él había sido el último en incorporarse a la empresa). Cuando abrió el sobre aparecieron ante sus ojos dos billetes de avión de ida y vuelta con fecha cerrada, a nombre suyo y de su jefe directo, con destino a Copenhague. En ese momento pensó que se trataba de un error, pero volvió a releer los nombres y comprobó que todo estaba aparentemente correcto. La estancia, al parecer, duraría una semana, y entonces Marcos recordó que durante esos días se celebraría en la capital danesa un prestigioso congreso de publicidad internacional y que su jefe había anunciado que invitaría al trabajador mas destacado del año anterior a acompañarle a los actos allí programados con todos los gastos pagados.
Marcos no cabía en sí de gozo, y acudió al despacho de Luis a agradecerle en persona que le hubiera elegido como acompañante para asistir a aquel evento de probada significación en el mundo de la publicidad. Luis le sonrió de manera tranquilizadora a su llegada desde la lejanía imponente de su sillón de máxima autoridad de la compañía. En esos momentos ejercía de capo supremo de la entidad, de manera suave pero efectiva. Sin embargo, y pese a su sonrisa permanente en el rostro, su inesperada respuesta terminó de alterar por completo las ya alteradas constantes vitales de Marcos.
Bueno, a decir verdad no te he elegido tan sólo por ser un trabajador excelente y con unas ideas extraordinariamente útiles para la empresa, que también, por supuesto - reconoció Luis tomándose su tiempo para coger aliento y proseguir el discurso mas importante de su vida, ahora que ya no podía echarse atrás aunque quisiera - sino que ha habido también razones personales de fondo al tomar esta decisión de las que no sé si eres netamente consciente aún…
¿Razones personales? - la cara de Marcos era un poema a aquellas alturas, incapaz de disimular por mas tiempo su desazón interna - ¿Qué quieres decir con eso?
Exactamente lo que has oído. Marcos, TU eres mi razón personal, la única razón de que esté aquí delante de ti pasando este mal trago, que espero termine bien para los dos. Y es que estoy harto de esta vida tan solitaria y cargada de responsabilidades que llevo, y quiero compartirla con alguien. Y ese alguien me gustaría que fueras tu… - y en ese momento se levantó del mullido sillón y se dirigió hacia un paralizado Marcos, que se sentía asaltado por mil ideas distintas - No pensarás que no me he fijado en como me miras cuando crees que no me doy cuenta, ¿verdad? Y supongo que a mí me pasa lo mismo, se me nota demasiado que me gustas mucho, y prefiero decírtelo a viva voz antes de que los otros se den cuenta de esta situación tan grotesca …no sé…¿Qué me dices? ¿A ti que te parece todo esto? ¿estoy en lo cierto o son todo imaginaciones mías? Sácame de este pozo sin fondo, haz el favor…- y la huella de la desesperación se hizo visible de modo indeleble en su rostro desencajado mientras le abría su corazón sin condiciones, a tumba abierta y jugándose el todo por el todo.
La tensión en aquel despacho podía cortarse con cuchillo. Por la cabeza de Marcos pasaron mil escenas de película a velocidad de vértigo, y en aquel momento las ideas mas peregrinas se agolpaban en su cavidad craneal, pero una idea-base se abría paso entre todas ellas sin esfuerzo: que no importa lo diferentes que parezcan los seres humanos en un primer vistazo superficial, todos nosotros estamos interconectados a un nivel mas íntimo e inefable, mas de lo que nadie podría sospechar en un principio.
Bueno - se decidió a contestar Marcos después de unos segundos de pausa interminables - si me prometes que iremos juntos a un concierto de Vetusta Morla a la vuelta del viaje, puede que me digne contestarte - y se acercó hasta él agitando los billetes en la mano, sin dejar de mirarle fijamente a los ojos.
Si es por eso no te preocupes, son uno de mis grupos favoritos. Ya ves que no soy tan pijo como te piensas…
-Digamos que sólo lo eres a la hora de elegir modelos de gafas y corbatas - aclaró Marcos - pero vamos, yo te enseñaré yo a vestir en condiciones en tus días libres.
- Si lo dices por las gafas sólo las llevo para parecer interesante, veo igual de bien sin ellas - pero no le dio tiempo a terminar la frase porque Marcos se las había retirado con determinación de la cara para proceder a plantarle un sonoro beso y comerle la boca sin miramientos. Había oído contar historias sobreactuadas sobre lo morboso que resultaba el sexo canalla en la oficina, pero el polvo inaugural que echó con su jefe en su propio despacho superó todas sus expectativas. Comer rabo a saco a tu propio jefe, con la figura de autoridad apoltronada en su sillón resultó ser un placer de dioses del Olimpo al que Marcos no pensaba renunciar de ahora en adelante. Arrodillado como un perro en el hueco que formaba la suntuosa mesa, aprovechó su nuevo estatus para lamerle el glande a conciencia, concentrándose en proporcionar placer oral de primer grado al hombre que había conseguido sacarle de su autismo amoroso. Por otra parte, ser follado durante tres cuartos de hora por un macho de apariencia nórdica sobre la mesa de oficina mas golfa que hubiera podido soñar, con el peligro latente de que algún empleado hubiera olvidado su móvil en la oficina y volviera a tiempo de descubrir el pastel, tan sólo aumentaba el morbo inicial del asunto; pero es que además Luis resultó estar muy bien dotado y ser un follador de primera clase y un amante tierno y entregado en el delicado momento del primer post-coitum, tumbados ambos uno al lado del otro como críos en la cálida moqueta corporativa del despacho, en la que había de ser su primera noche compartida a medias como…¿pareja?.
Pese a la declaración de intenciones de Luis y el buen nivel alcanzado en ese primer intercambio de fluidos y pasión, Marcos, que no había conocido el amor y desconocía lo que es el compromiso entre dos personas, no terminaba de verlo tan claro. Pero sí estaba seguro de una cosa: que cuando miraba a los ojos a Luis y se cogían tiernamente de la mano, paseando como dos adolescentes enfermos de amor por las calles empedradas y los vistosos canales de Copenhague, él se sentía renacer y conseguía aparcar en un rincón de su conciencia los duros traumas vividos durante su turbulento pasado murciano. Y, lo mas importante e improbable de todo, era que desde que Luis había entrado en su vida en su calidad de compañero vital para todas las ocasiones, no había vuelto a sentir la tentación de entregar su cuerpo a nadie mas, y la cualidad balsámica del amor mutuo que compartían hacía innecesaria la presencia de terceras personas a su alrededor.
En el fondo se trataba de dos almas solitarias por definición que habían encontrado un refugio a su aislamiento proverbial en la compañía del otro, y al final eso es lo único que cuenta en esta vida, intentar ser feliz y hacer felices a nuestros semejantes sin hacer daño a nadie. Dejarse llevar, jugar al azar, nunca saber donde puedes terminar…o empezar.
FIN