El morado es el nuevo rojo (cap. 1)
Marcos es un joven publicista de 27 años con un pasado traumático a sus espaldas, que vive la vida de manera incongruente debido a su incapacidad para relacionarse adecuadamente con sus semejantes. Una inusual entrevista de trabajo le abrirá nuevos e insospechados horizontes vitales.
Dejarse llevar…
Suena demasiado bien,
Jugar al azar,
Nunca saber donde puedes terminar,
…o empezar
Copenhague (Vetusta Morla)
Marcos se consideraba ante todo un superviviente, un chico de la calle, un “espabilado” que había aprendido de la vida a base de hostias y usando el infalible sistema de prueba-error. De niño aún, en su Lorca natal, miraba desde la terraza de su casa a la gente circular calle arriba, calle abajo en su cotidiano ir y venir, y jugaba a imaginarse las vidas de sus convecinos, se inventaba sus biografías y establecía inexistentes vínculos de tipo amoroso entre la lozana hija del panadero del barrio y el guapo ferretero de la esquina, o fantaseaba melodramáticas enemistades heredadas de padres a hijos entre los vecinos de los barrios altos próximos al Castillo y los de los barrios bajos, a los que él pertenecía. Y nunca dejó de hacerlo, porque cuando se marchó a Madrid con una maleta en la mano y un millón de sueños en el bolsillo a los 18 años recién cumplidos se instaló en una pensión de mala muerte del barrio de Lavapiés, en el corazón latiente mismo de la ciudad, para nunca mas salir de allí.
Su historia de amor con Madrid, y, en especial, con su barrio mas bohemio y castizo, con permiso de Malasaña, le hizo olvidar con facilidad los sinsabores vividos en su turbulenta adolescencia, los abusos y malos tratos de un padre alcohólico y homófobo que nunca hubiera aprobado su condición sexual y su estilo de vida alternativo. Su nueva vida en la ciudad que nunca duerme incluía una desenfrenada afición a los conciertos de música alternativa, y, en especial a los de su Santísima Trinidad indie, la cantautora Russian Red, y los prestigiosos grupos indie-pop Love of Lesbian y Vetusta Morla, esto súltimos sus grandes favoritos; pero también inició una búsqueda desesperada de paraísos artificiales que le ayudaran a superar la angustia y el dolor inmensos que acarreaba en su interior como una pesada losa desde su mas tierna infancia; empeño vano, sin embargo, porque ni la droga mas potente ni el sexo mas cañero y depravado consiguieron que olvidara por un solo instante la imagen de su madre siendo golpeada violentamente en cada rincón de su cuerpo y alma por aquel desalmado que aparecía por la cocina de su casa murciana de pascuas a ramos, cuando su frenético ritmo de trabajo como transportista internacional al frente de un camión de gran tonelaje se lo permitía. Marcos intentaba siempre interponerse en esas ocasiones, sólo para llevarse la peor parte de los golpes de su fornido progenitor. Tal vez por eso, por la inmensa rabia que acumulaba en sus entrañas desde que tenía uso de razón, y por la impotencia física que sentía al verse desprotegido frente a la violencia que le rodeaba desde chavalín decidió nada mas llegar a Madrid apuntarse a clases de boxeo en un gimnasio próximo a su barrio, y de este modo, mientras practicaba sombra, golpeaba inmisericorde al saco color carmesí o saltaba de forma lánguida a la comba antes del entrenamiento, imaginaba la brutal paliza que le daría a su padre el día que volviera victorioso a su pueblo y se le encontrara al doblar cualquier esquina. Pero eso no sucedió nunca, porque su madre, harta de tanta indefensión, simplemente se marchó un buen día, cuando él tenía 12 años, y le dejó a cargo de su abuela, en el pueblo vecino de Totana, para no volver a verle jamás. Nadie sabe que fue de ella. Unos dicen que emigró a Francia, donde tenía unos primos lejanos, otros, las lenguas viperinas del pueblo que nunca faltan en un caso así, aseguraban que un viajante de Marchena la había visto ejerciendo la prostitución en un puticlub de carretera cerca de Alhama o incluso en Murcia capital, y algunos otros ubicaban su paradero en lugares remotos de la geografía española, Valencia, Zaragoza, La Coruña o Bilbao, sin aportar ninguno pruebas concluyentes de su paradero real.
Marcos, sin embargo, tenía su opinión formada al respecto. Su madre se había refugiado en Madrid y trabajaba de limpiadora o de camarera, que mas daba, pero eso sí, lo bastante lejos de aquel monstruo como para no tener que encontrárselo cara a cara durante el resto de su vida, pero lo bastante cerca y bien comunicada como para regresar a Lorca una vez que su hijo hubiera puesto fuera de combate al cerdo que profanó sus sueños de juventud y le provocó a golpes un aborto a los cinco meses de embarazo, lo que le impidió en lo sucesivo poder dar un hermano a su adorado hijo Marcos. Y tanto le quería que le obsequió antes de volatilizarse como el humo con su bien mas preciado: una Cruz de Caravaca de plata de ley que colgaba siempre en su delicado cuello de cisne, y que Marcos atesoraba en el interior de un elegante estuche de terciopelo, comprado al efecto a un anticuario en Tirso de Molina. El, ateo convencido, no solía ponerse encima lo que consideraba poco mas que un hermoso amuleto, salvo en las noches de desfase mas salvajes, cuando su presencia al cuello le tranquilizaba lo bastante como para adentrarse en los submundos del placer extremo y en las cloacas del vicio capitalino, sintiéndose protegido de males mayores en todo momento: “Ella está conmigo. Nada malo puede sucederme ahora”.
Pero su periplo madrileño no incluía sólo rutas nocturnas no aptas para bienpensantes o tardes de esfuerzo y sudor en el cuadrilátero del gimnasio, también hubo tiempo para formarse como persona y como profesional, estudiando con excelentes notas la carrera de Publicidad y Marketing y descubriendo el buen cine independiente y la mejor música (a sus oídos al menos) que le ofrecía aquella ciudad que le acogía con los brazos abiertos, como la madre que un día perdió y ahora reencontraba metamorfoseada en un mar grisáceo de asfalto y hormigón, golpeada también por la vida pero siempre en pie, como él prefería imaginar a su verdadera progenitora.
Desde hace un par de años Marcos compartía piso en un remedo de corrala situada en la castiza calle del Tribulete con Germán, un simpático aspirante a diseñador que trabajaba de dependiente en una franquicia de Springfield, un hecho que horrorizaba su marcado sentido estético pero que le venía muy bien a la hora de pagar las facturas, que era lo importante en estos tiempos de crisis económica. La relación entre ambos era todo lo buena que podía ser teniendo en cuenta que Marcos era un homosexual de marcada virilidad y gustos alternativos, o directamente raros para muchos de sus conocidos, mientras que Germán se distinguía mas bien por su voz de timbre atiplado, su sensibilidad a flor de piel y unos gustos musicales y cinematográficos que Marcos consideraba directamente “marujiles”. “El rey de los culebrones” se tragaba todas las series de televisión en las que los sentimientos humanos jugasen un papel primordial, y era todo un experto en infiltrarse en los foros televisivos de Internet para ensalzar sus series favoritas o, por el contrario, denigrar sin rodeos las de la competencia, especialmente si coincidían en el mismo horario de su serial favorito y existía el mas mínimo riesgo de que amenazasen su reinado en el misterioso mundo de las audiencias televisivas, volátiles por definición. Una de las escenas habituales en el minúsculo apartamento de dos habitaciones que compartía esta extraña pareja de circunstancias, era aquella en la que éste último, recostado en el sofá de tela gris marengo mientras acariciaba a “Alazán”, su refinado gato de angora, observaba con los ojos envueltos en lágrimas el capítulo de rigor de su culebrón favorito, ya fuera nacional, mexicano, o luxemburgués, si fuera el caso, que siempre que las pasiones hetero u homosexuales se desbordaran en pantalla y la maldad de unos seres pérfidos intentaran desunir lo que Dios o el destino había decidido unir, allí estaría él, “kleenex” en mano para luchar contra las fuerzas ocultas que pretendían impedir tan sagrada unión. Tampoco hubiera sorprendido a ninguno de los numerosos visitantes de la casa que Marcos permaneciese encerrado en su habitación, con el cartel de “FRIKIS TRABAJANDO: NO MOLESTAR” colgado en la puerta, escuchando a toda pastilla, si el horario lo permitía, el “Closer to the edge” de los 30 Seconds to Mars, o “El hombre del saco” de Vetusta Morla, si tenía el día tranquilón; pero mas a menudo se dedicaba mas bien a navegar a destajo por la red, buceando en las letrinas del poder para descubrir y denunciar nuevos tipos de conspiraciones nunca antes sospechadas: no sólo supuso un enorme “shock” para él conocer de primera mano la historia conspirativa de los poderosos del mundo, los rumores, nunca contrastados pero absolutamente veraces para una mayoría de creyentes acérrimos que hacían arder la blogosfera con su ira incontrolada y que señalaban con el dedo a los perniciosos miembros de la Trilateral, del FMI, del repulsivo Club Bilderberg, a aquellos mismos que se rumoreaba en los foros mas retorcidos de Internet que pertenecían a logias neomasónicas de un poder ilimitado, los indignos servidores del mal que se habían sacado la famosa crisis económica de su chistera mágica para empobrecer a las masas y esclavizarlas sin remisión con sus contratos basura, sus ERES de mierda, sus recortes de sueldo y su desprecio por los derechos sociales y la democracia real.
Aquella rabia incontenible había convertido a Marcos en un revolucionario convencido, al menos en su herido corazón de huérfano, porque él intuía que la era de las grandes revoluciones había quedado atrás, y que con “el puto ganado que tenemos en España” era imposible organizar una defensa de la clase obrera, tal y como se hizo en 1936, con resultados no del todo satisfactorios, pero al menos se intentó, que es lo que cuenta en la vida. El militaba en un partido de extrema izquierda extraparlamentario, asistía a todas las manifas en primera fila sin miedo a las represalias de la policía, ya se tratara de “mareas blancas”, “verdes” o de reclamar mejores pensiones y un mayor gasto social para los vilipendiados “yayoflautas”. Todo era uno y lo mismo en tiempos de emergencia como éstos, y él se consideraba un soldado de la Revolución al servicio del pueblo, de sus semejantes. Quizá debido a este estilo de vida, siempre en el filo de la navaja, o en “la vanguardia del proletariado”, como a él le gustaba pensar, Marcos no tenía tiempo para expresar sus nobles sentimientos de una manera individual, fuera del marco colectivo de las grandes movilizaciones de masas, como en los días gloriosos del 15-M en la Puerta del Sol, en los que su célula comunista tuvo un papel significado. A decir verdad, a sus 27 años podía decirse que nunca había estado realmente enamorado de nadie, y aunque se consideraba por completo vacunado contra el virus del enamoramiento, algunas veces se traicionaba a sí mismo cayendo en el mismo tipo de sentimentalismo vacuo del que hacía gala sin descanso su risueño compañero de piso.
Durante su último año de estudios, por ejemplo, después de comer frugalmente en la cocina tomó la costumbre de echarse la siesta en el sofá, aprovechando la ausencia de Germán, mientras en la televisión sonaba de fondo el ruido imperceptible de algún culebrón vespertino; no fallaba nunca, era el remedio seguro contra el insomnio, poner la tele a volumen casi inaudible y mirar en la pantalla una sucesión de imágenes absurdas y empalagosas y quedarse “sobao” era todo uno, y una buena práctica que Marcos seguía entre semana, a veces acompañado de “Alazán”, al que también parecían afectarle del mismo modo aquellas escenas costumbristas, a menudo ambientadas en tiempos pretéritos y envueltas en una onírica sensación de irrealidad que las convertía por momento en evasivas ensoñaciones salidas de algún rincón perdido del subconsciente. Pero una de las tardes en las que se apoltronó frente al televisor buscando un poco del sosiego que su ajetreada existencia le ofrecía con cuentagotas, su mirada cansada se topó con un escenario de otra época que le dejó petrificado ante la pantalla amiga con gesto de incredulidad: ante sus mismas narices, en pleno horario dominado por las necesidades romántico-evasivas de las amas de casa cincuentonas, dos fornidos hombretones se comían la boca con una pasión desbordante, haciendo que Marcos tuviera que palparse el paquete y recolocar su material tras comprobar que, después de todo, había señales de vida inteligente en el interior de sus gayumbos y, lo que era bastante mas improbable, en las cadenas televisivas llamadas “generalistas”. Hipnotizado por lo que sus incrédulos ojos le mostraban, se incorporó en su asiento y, sin darse cuenta, se tragó el resto del capítulo de una tacada, empapándose de los sinceros sentimientos surgidos entre dos personalidades aparentemente tan antagónicas como las del Capitán de la Guardia Civil Emilio Roca y el hijo de un poderoso terrateniente andaluz, Pablo Garmendia, en un serial de título tan poco apetecible en principio como “Bandolera”. A partir de ese día renunció a su socorrida siesta diaria para entregarse con fervor adolescente a las aventuras, y, mas frecuentes desventuras, de ese par de amantes elevados a la categoría de mito en su árido interior. De los dos actores que interpretaban a los amantes de ficción le gustaba todo: la manera tan viril y auténtica de interpretar a dos hombres enamorados, sus voces profundas y bien moduladas, la secreta complicidad que mostraban en sus miradas, repletas de pasión y comprensión mutua, y que les abducía por completo de la triste realidad circundante y, porqué no, sus respectivos físicos, a cual mas interesante de admirar; pero lo que le tocó en su fibra mas íntima fue enterarse de que el actor que daba vida a Pablo Garmendia se llamaba en la vida real Elio González… ¡Elio!, como el supuesto príncipe troyano que había fundado su ciudad natal, Lorca, que, en origen, se llamaba precisamente “Eliocroca” (Ciudad gobernada por el sol). Aún se sintió mas identificado con él tras descubrir por medio de su cuenta de Twitter que practicaba también el noble arte del boxeo en sus ratos libres entre rodaje y rodaje; pero muy pronto sus días de inconfesable adicción televisiva pasaron a la historia, cuando, en un giro melodramático muy del gusto del público de este tipo de series, el Capitán Roca fue mortalmente herido durante una batida en el monte contra los bandoleros que daban su nombre a la tira diaria.
- “Siempre es igual” - pensó para sus adentros un cariacontecido Marcos - “tanto en la vida como en la ficción, siempre vendrá un hijo de puta a joderte el día sin remedio”.
Desde aquel día se prometió a sí mismo no volver a caer en tan reprobables fantasías, pues si de una cosa estaba seguro es de que algo así no podía existir en la vida real, y menos aún en un microuniverso tan frívolo y superficial como el mundillo homosexual, siempre repleto de historias de cuernos y traiciones sin fin, como su amigo Germán bien sabía por experiencia propia. Y eso que él debía su trabajo y su sustento a su bien dosificado manantial de fantasía creativa, aquel que le había convertido en uno de los creativos emergentes de la bien posicionada empresa de publicidad “Sorensen Publicidad”, una empresa de matriz danesa radicada en pleno Paseo de la Castellana, y en la que había sido escogido para el puesto de publicista junior un año atrás tras pasar por el mas caótico y surrealista proceso de selección que nunca hubiera podido imaginar.
Su presunto empleador, un atildado hombre rubio de ojos azules y aspecto nórdico que aparentaba tener unos 30 años, cuyo único rasgo distintivo parecía dárselo unas gafas de varillas ultramodernas sobre una nariz recta y demasiado pequeña para su tamaño facial, atisbó de forma amenazante por encima de sus lentes, reposando la mirada en su rostro de facciones inconfundiblemente meridionales y mas bien vulgares, mas allá de la parafernalia que rodeaba su atuendo y estilo capilar.
- “Me está tirando para atrás sin darme tiempo a mostrar mi valía” - pensó un inusualmente acojonado Marcos tragando saliva con disimulo mientras asistía impertérrito al descarado repaso visual de su examinador - “este pijo de mierda no quiere en su impoluta oficina a un agitador como yo con una cresta en la cabeza”.
Pero se equivocaba en el fondo, que no en la forma; por supuesto que Luis, su futuro jefe, no quería un revolucionario de pacotilla entre su “staff” de creativos, pero también era cierto que él presumía de tener buen ojo para captar el talento creativo en estado bruto, y lo que creyó percibir en el aura que emitía la indómita energía de ese joven era un potencial en bruto que él y su equipo de colaboradores se encargarían de pulir y refinar en adelante. Si superaba la prueba de acceso, por supuesto.
Luis Sorensen dejó el abultado (y en parte inventado) currícula de Marcos sobre la mesa de despacho color caoba y le lanzó un inesperado desafío en forma de pregunta que cambiaría la vida del lorquino para siempre.
- ¡Véndame en 30 segundos un producto que la gente necesite de verdad y que sin embargo les cueste ser consciente de ello!,… y le aconsejo que sea muy convincente si pretende colaborar en una firma como ésta.
La jugada le pilló a Marcos fuera de juego; él había confiado que el dossier que adjuntaba con su proyecto de fin de carrera y el del anuncio de una popular marca de cítricos que había conseguido colocar a una prestigiosa empresa de publicidad argentina, líder en su sector en el competitivo mercado local, serían suficientes para que aquel señorito de derechas encorbatado se hiciera una idea de su valía profesional, a pesar de su frustrante falta de experiencia laboral real. Estrujó sus manos hasta hacerse daño, tal como hacía la licuadora asesina con las sufridas naranjas virtuales de su anuncio argentino, tomó aliento unos instantes, se encomendó sin auténtica fe a la Virgen de las Huertas de su pueblo, cerró los ojos por un instante en busca de iluminación instantánea y se concentró durante unos segundos, que se le hicieron eternos, en busca de inspiración.
¡El morado es el nuevo rojo! - se oyó decir a sí mismo en un hilo de voz tembloroso mientras abría los ojos de golpe, para encontrarse con el rostro estupefacto de Mr. Sorensen mirando al infinito mientras mascullaba en su interior el esotérico reclamo publicitario de Marcos.
¿Puede explicarse mejor? - fue el único comentario que surgió de boca de su interrogador una vez repuesto de la sorpresa inicial.
Si, claro…usted me pidió que le vendiese en 30 segundos un producto difícil de colocar en el mercado y que la gente necesitase sin ser consciente de ello. Pues yo al menos lo tengo claro en mi mente. Lo que España necesita en estos momentos no es otra cosa que la 3ª República, aunque todavía no lo sabe, y yo imagino su promoción asi: primer fotograma, se ve un vestido de alta costura en tonos violáceos, fundido en negro, y aparece a continuación un vehículo de alta gama de intenso color morado circulando por una autopista, nuevo fundido en negro, y es el turno de una caja de bombones preyslerianos del mismo color, nuevo fundido y, para terminar, un leve toque de erotismo, un viejo recurso que nunca falla en estos casos, con una pareja haciendo púdicamente el amor bajo unas sábanas…¿adivina de que color?…fundido final y aparece una bandera española tradicional, roja y gualda, a la que mediante un sutil proceso infográfico se le va sustituyendo gradualmente la banda roja inferior por una morada; sobreimpreso en caracteres llamativos aparece el siguiente reclamo:
EL MORADO ES EL NUEVO ROJO
(…y una leyenda debajo de tamaño algo inferior que diga simplemente: )
VE EL MUNDO DE DISTINTO COLOR:
III REPUBLICA,
EL CAMBIO NECESARIO.
Luis Sorensen se quitó las gafas y las depositó sobre la mesa en un gesto impulsivo, sin dejar de contemplar boquiabierto al extraño joven algo desastrado y con un corte de pelo quizá demasiado atrevido para una entrevista de trabajo formal:
- Esto es…sencillamente…¡brillante! - profirió entusiasmado después de una breve pausa artificial destinada a crear suspense - No tengo por costumbre pronunciarme tan rápido sobre la idoneidad de mis entrevistados, pero en su caso, Señor Cuevas, no tengo mas remedio que rendirme a la evidencia: usted ha nacido para el medio publicitario, y yo deseo tenerle en mi equipo. Así de simple… ¿Qué me dice?
Marcos sonrió de manera abierta por primera vez en mucho tiempo, iluminando la estancia al mismo tiempo que abría su corazón a su empleador, algo que rara vez le ocurría en la vida cotidiana.
¿Qué quiere que le diga? Que estoy encantado de formar parte del “equipo”, y que estoy seguro de que no se arrepentirá de su decisión.
Una última pregunta…simple curiosidad por mi parte: ¿llevaba preparado el material o se le ocurrió en el momento? - le espetó su nuevo jefe cuando ya se disponía a abandonar el despacho con vistas al bulevar central de la Castellana; notó de pronto un agradable olor a cítrico que parecía flotar por el ambiente y que interpretó que procedería de algún ambientador caro disimulado entre el mobiliario.
Se me ocurrió en el momento, pero si me permite la opinión, creo que el producto sería fácilmente vendible si se efectuara una campaña masiva en los medios con anuncios breves y despolitizados como éste. En realidad es un producto que se vende sólo, no hay color…. - añadió con descaro antes de despedirse con un informal gesto de la mano.
Le quiero aquí el próximo lunes por la mañana. Y recuerde que esto no es una quedada del 15-M, ya puede comprarse traje y corbata porque aquí se trabaja vestido de pingüino de lunes a jueves.
Ah, ¿sí?…¿Y que pasa los viernes entonces?
Los viernes, señor Cuevas, se relajan los estándares -había un extraño brillo sarcástico en su pétrea mirada habitual - y puede usted venir como le venga en gana. Aunque recuerde que esto es Madrid, no la antigua Esparta. Medítelo estos días, por favor…- y lanzó una breve mirada desaprobatoria, que quiso parecer casual pero no lo era en absoluto, hacia su alternativo estilo de peinado.
Así lo haré, no se preocupe - y se palpó la desafiante cresta en señal de sumisión voluntaria, sabiendo que tenía los días contados. Aunque no pensaba renunciar del todo a su estilo de vestir informal entre semana, y ya se encargarían detalles en apariencia imperceptibles de su vestuario, como una ristra de estratégicos alfileres perforando la americana de diseño impecable o una corbata con la efigie del Che Guevara de dejar bien claritas a todos su postura vital y sus posiciones políticas en su nuevo medio de vida.
(Continuará)