El monstruo debajo de mi cama III - Final

Empecé a vivir desde que te conocí.

De la misma manera en la que las cosas buenas suceden luego de cosas malas, suceden cosas malas luego de las buenas. La sangre que dibujaba el rostro de Rou no alertó a nadie. Con las mejillas en rojo y los labios, la chica se puso de pie directo a la habitación de sus padres, pero se desplomó en el suelo antes de llegar.

El clima no contrastaba en lo absoluto con el sentimiento que cargaba Rou dentro de sí: se iba a morir. Veía las calles pasar delante, como malas películas de la vida a la que se aferraba. Todos tenemos miedo de morir, aunque lo neguemos. El hecho de estar en un sitio desconocido nos aterra, pero la muerte es tan necesaria como la vida.

Los sollozos de la señora Liddell se incrustaban en los tímpanos de Rou, escuchaba las voces tan lejos, sentía irse despacio, temblaba por dentro como si tuviese mucho frío, a pesar de que el sol brillaba como nunca.

– Ayúdenme – suplicó antes de cerrar los ojos por completo.

Todo estaba oscuro, la espesa visibilidad se le metía en los pulmones, la sentía en sus venas, sentía como se ahogaba en ella. Y mientras Rou luchaba por no perderse en su propio abismo, una chica en silla de ruedas era trasladada a su habitación.

– Tiene horas gritando y señalando esta habitación – explicaba la enfermera que la traía – no se a veces de dónde saca tanta energía – explicaba.

La señora Liddell la miraba – ¿conoces a Rou? – le preguntó de la forma más dulce que podía. Ella asintió.

– ¿Puedo estar con ella un rato? – gesticuló con la voz ronca, como si fuese la primera vez que pronunciaba palabra alguna.

La señora asintió y la acomodó al lado de la cama. Con movimientos lentos la chica puso su mano sobre la mano de Rou, que estaba fría y pálida.

– No te vayas aún – decía en susurros – Rou.

El sol se ocultó de nuevo, Rou aún no despertaba pero estaba estable. Su familia esperaba lo peor, las enfermeras esperaban lo peor. La señora Liddell yacía dormida sobre el mueble cerca de la ventana, su rostro demacrado, con ojeras y arrugas la confundían con un enfermo terminal.

Empezaba a hacer frío y Blink de pie junto a la cama, con su ropa negra parecía asistente de la muerte, de no ser por el brillo que reflejaban sus ojos se podría hacer pasar por un ser del mal augurio. Arropó a Rou hasta la barbilla y se acercó a su oído despacio.

– Despierta – le dijo.

Rou abrió los ojos y al mirarla le sonrió, somnolienta, como si la realidad de su decaída hubiese sido un sueño.

– Hueles a vainilla – fue lo primero que dijo – como mi hogar – esta vez fue Blink quien le sonrió.

– Ven, no tenemos mucho tiempo – fue la respuesta de Blink.

Rou aún pestañeaba despacio y se desperezó en cámara lenta.

– ¿Tarde para qué? – preguntó confundida.

Blink la tomó de la mano y salieron de la habitación. El pasillo olía a fresas y las paredes estaban pintadas de un tono rosa con rodapiés de madera oscura, mientras que las baldosas del suelo habían sido reemplazadas por una alfombra color morado.

– ¿Cómo haces todo esto? – preguntó Rou estupefacta.

– No hago nada – dijo sin quitar la vista del frente – son nuestras ganas de vivir.

– ¿Es real? – preguntó de nuevo.

– Totalmente – dijo.

Y al cruzar la puerta principal un hermoso jardín que no se parecía en nada al que Rou estaba acostumbrada a ver, se asomó ante ellas. Majestuoso y con sus mejores galas. Los árboles bordeaban los caminos de piedra y luces de todos los colores los adornaban.

Ambas se sentaron al borde del lago, mientras patos, cisnes y hasta pequeñas hadas revoloteaban y jugaban en él. Rou los miraba divertida y reía cada vez que alguno de ellos le salpicaba agua.

– Esto es increíble – dijo Rou mirando el lago y los árboles, mientras Blink la miraba a ella. Aún no le soltaba la mano.

– Te conozco desde que llegaste al hospital – dijo Blink. Rou la miró inmediatamente – me parecía increíble que alguien que tuviese cáncer fuese una persona tan optimista – continuó – pero luego tu sonrisa se fue borrando con los días, ya no salías a caminar como siempre, te quedabas encerrada en la habitación – dijo – y necesitaba verte – confesó – necesitaba verte sonriendo o sentada aquí – agregó señalando el lago – entonces decidí visitarte, una noche me escondí debajo de tu cama mientras te duchabas y no sé cómo lo hice, no entiendo cómo pude levantarme de esa silla de ruedas – explicó – lo único que sé es que estaba muerta y que esa muchacha no era yo en ningún sentido… Rou, empecé a vivir desde que te conocí.

Rou le tocó las orejas puntiagudas con ternura, delineó sus labios con el pulgar y en un arrebató se puso de pie – vámonos – le dijo – vámonos de aquí.

– ¿Qué? – preguntó confundida Blink.

– ¿Qué vamos a hacer aquí? – dijo Rou – sufrir hasta que se nos vaya la vida, no merece la pena – agregó.

– Pero tu familia – intentó decir.

– Ellos lo entenderán – la interrumpió Rou – no quiero que me vean de esa forma – agregó señalando el hospital.

El sol salió más brillante que nunca ese día. Algunas enfermeras salían con pacientes a que les diera la luz de sol en la piel. El jardín seguía siendo igual de común, como siempre. Rou abrió los ojos y notó que su habitación estaba vacía. Se sentía más débil que nunca y una punzada de dolor en su pecho le hizo temblar los huesos.

Uno nunca entiende la razón, pero las personas tenemos un sentido que nos proporciona algún tipo de intuición, más en unos que en otros. Siempre esta esa persona que dice en un funeral “ella o él sabía que iba a morir”, “se fue en paz, sabía que no le quedaba mucho tiempo”. Eso sentía Rou en ese momento, que su tiempo se estaba acabando. Lo que había pasado la noche anterior no era un arrebato de malcriadez o de ganas de huir del dolor, era una premonición, algo que estaba destinado a suceder y que se había expresado en ese momento junto a Blink. Lo que la hizo pensar en ella.

Blink la hacía sentir todo lo que ella realmente era y si Rou hubiese sabido cómo era el amor o cómo se sentía estar enamorado, probablemente hubiese tenido la idea en cuenta. Pero no lo sabía, el cáncer no le había permitido conocer situaciones semejantes con anterioridad. No le importó la prontitud de sus sentimientos, ni se enredó buscando etiquetas para lo que pasaba, a ella solo le gustaba estar junto a la chica de las orejas puntiagudas, la chica que se escondía debajo de su cama durante las noches para hacerle ver el mundo en su realidad misteriosa, en la realidad que ningún otro ser humano sospechaba si quiera que existía en alguna parte, en ellos mismos.

El dolor que proporciona la carne, la piel y las neuronas, la atacaban sin cesar. Pensaba en su mamá, en su papá y en su hermana pequeña.

Su día transcurrió con ella en la cama, no pudo ponerse de pie, aunque lo intentara. Miraba con los ojos entrecerrados a su mamá en el borde de la puerta, sus manos tapando su cara, su papá rodeándola con los brazos y toda una secuencia corta de lo que hizo en su vida. No había tenido tanto tiempo, así que solo pudo recordar algunos cumpleaños y las salidas al cine con sus amigos, los cuales escuchaba en el pasillo. Nunca supo si realmente estaban allí, o si en su letanía de dolor las voces se reprodujeron en su cabeza, como recuerdos punzantes de la adolescencia interrumpida. Y lloró, porque su vida había sido solo eso, un respiro, se la habían quitado demasiado pronto. Soñaba tantas cosas para su futuro, que sus manos apretaban las sábanas de impotencia, de odio, de no entender lo que le pasaba.

Cuando anocheció, Blink la esperaba en el marco de la ventana, sentada mientras el viento le alborotaba el cabello. Estaba descalza, se veía diferente, más alegre y libre. Eso era, Blink era libre. Escuchaba el alboroto en la habitación contigua y sabía lo que significaba, el pitido continuo que salía de las paredes se lo confirmó.

Se puso de pie con facilidad, llevaba un suéter gris y unos pantalones hasta las rodillas, desgastados y también iba descalza. Se acercó a Blink y esta le tendió la mano, subiéndose con ella a la ventana.

– Tienes miedo – afirmó Blink mirándola a los ojos.

– Mucho – dijo mientras le temblaban los labios.

Blink se acercó a ella y le besó la mejilla. Salieron de la habitación y Rou se aferró a su brazo. Sus pies tocaron el césped y un sentimiento de libertad las arropó.

Caminaron siguiendo la luz de la luna, trazando un camino que solo ellas podían ver. Rou dio un último vistazo a su habitación y suspiró, seguido de otro beso por parte de Blink, esta vez en su frente. Y corrieron hacia el cielo, libres.

Mientras en la habitación 416 del hospital oncológico un pitido constante anunciaba que la paciente había muerto.

– Así que así se siente vivir – fue lo último que dijo Rou.

________________________________________

@MyLifeAsThunder

http://ask.fm/Thundervzla

IG: thundervenezuela

Pueden suscribirse a mi blog y recibir notificaciones cada vez que actualice :3 www.thuunderinwonderland.blogspot.com

Y suscribanse también a la revista digital en la que estoy colaborando http://bukowsker.wixsite.com/homotextual Es bien chevere.

Fin.