El monstruo debajo de mi cama II

– Cierra los ojos – le dijo agarrándola de la cintura – te voy a mostrar.

– Blink – susurró Rou.

– ¿Qué? – preguntó su mamá mientras acomodaba las maletas.

Rou despertaba con la luz del sol en la cara. Detestaba que su mamá abriera las cortinas de par en par cuando ella dormía.

– Cariño despierta, nos vamos – dijo la señora Liddell sin dejar de guardar las cosas.

Ella abrió los ojos por completo mientras se desperezaba, por fin dejaría el hospital. Al levantarse se dirigió a la ventana y se asomó mirando a ambos lados.

– Mamá – empezó a decir – ¿en este hospital hay alguien que tenga los ojos muy pero muy verdes?

– No lo sé hija – respondió – ven aquí – le dijo sosteniendo la ropa que le ayudaría a ponerse.

Rou siguió mirando por la ventana a la vez que se deshacía de la ridícula bata. La señora Liddell que no le había prestado atención, la miró con curiosidad.

– ¿Qué tanto miras? – le preguntó.

– No nada – respondió Rou mientras se abotonaba la camisa.

Había algo en aquel extraño ser que le provocaba curiosidad. Ya de por sí era un misterio irreal, no podría adivinar si se trataba de un sueño, de una alucinación o si de verdad había una sombra de ojos verdes que merodeaba el hospital.

– Deja los botones en paz – le reprochaba su mamá mientras salían al pasillo principal.

– Me molestan – se quejaba Rou.

El pasillo estaba atestado de enfermeras y pacientes que iban de un lado a otro y entre aquel murmullo de masas andantes, sentada en una silla de ruedas y con la mirada perdida, estaba una muchacha delgada, sin moverse, con los ojos más verdes que haya visto nunca.

Rou la miró durante todo el camino hasta el final del pasillo, sus manos ya no se peleaban con los botones de su camisa, el tiempo y el ruido se habían detenido en su mente.

Si esa muchacha era la que había estado en su habitación la noche anterior no lo sabía, porque esa chica parecía estar más muerta que viva. Sin embargo, al pasar al frente de ella y en un movimiento que la asustó por completo, los ojos verdes se detuvieron en ella y sintió que le sonreía, aunque su rostro no demostrara gesto alguno. A pesar de haber sido descubierta mirándola como boba, no pudo despegar la mirada hasta que dejó el pasillo detrás de la puerta que acababa de cruzar.

Imposible que fueran la misma persona, Blink había salido corriendo como si toda la energía del mundo la tuviese dentro de sí y esta chica estaba en silla de ruedas, incapaz de moverse.

La mente o aquello que nos hace seres pensantes, racionales y sentimentales, parece estar ligada al cuerpo por un diminuto hilo conector que solo la muerte puede romper. Nuestro cuerpo puede estar postrado en una cama, sentado en un escritorio de oficina cuyo trabajo odias, puede estar detrás de barrotes que oprimen tu libertad, pero tu mente estará dónde quieras, cuando quieras y cómo quieras, es como si fuesen dos cosas diferentes y, sin embargo, no pueden estar la una sin la otra para coexistir en un planeta físico que te obliga a sentir todo aquello que no quieres, pero que necesitas.

Esto Rou no lo había entendido entonces, en su lugar, traía todas las dudas del mundo en su cabeza, toda la inquietud de los filósofos y, como un acontecimiento fuera de lo normal, el hambre no la dejaba pensar. Un gruñido de su estómago hizo que la señora Liddell pusiera toda su atención en ella, luego de firmar los papeles de alta, con una sonrisa de oreja a oreja se dirigieron al primer lugar donde pudieran comer algo sin sentimiento de culpa. La leucemia provocaba pérdida de apetito y un gruñido de estómago hambriento les había alegrado el día.

– Ese horrible hospital me quitaba el apetito – refunfuñaba Rou comiendo como si fuese la primera vez – tiene un ambiente de muerte – dijo.

Su madre la reprochó, como siempre hacía, con una mirada acusadora. Los pacientes, muy rara vez, salían felices de ese lugar. Pero así era la vida allí, era como estar en un purgatorio, escuchando las confesiones de pecados, los arrepentimientos, remordimientos y resentimientos. Escuchando en cada esquina cómo las personas hubiesen deseado vivir de forma diferente, amar cuando tuvieron la oportunidad y no aceptar aquel ascenso que les impidió pasar más tiempo con sus familias y ahora, enfermos terminales, no tenían ni trabajo ni familia. Irónico era todo.

Para el atardecer ya Rou estaba exhausta y se notaba. Al llegar a la casa de dos pisos que compartían la familia Liddell, Rou sonrió para sí, era agradable estar en casa de nuevo. Sentía como si nunca hubiese estado enferma. El señor Liddell la recibió con un agradable abrazo que le acomodó los huesos, su papá era fuerte y robusto pero dulce como la miel y su hermanita pequeña que apenas y sabía hablar le extendió los brazos balbuceando quién sabe qué. La felicidad no cabía en su pecho y el olor a vainilla tan característico de su hogar la reconfortó en exceso.

Su habitación estaba subiendo las escaleras, ayudada por el señor Liddell quien intentó cargarla como si fuese una niña pequeña y que, a pesar de su resistencia, al final optó por dejarse llevar, pues su cansancio iba en aumento. Su papá le contaba chistes toscos de sus clientes y ella reía con ganas. Antes, cuando aún no le habían detectado su pesadilla, ambos pasaban parte de la noche contándose anécdotas graciosas mientras tomaban jugo de mora y, de vez en cuando, una cerveza. El señor Liddell decía que siempre había que irse a la cama con una sonrisa en el rostro, que mejoraba la calidad del sueño. Pero eso había quedado atrás desde entonces.

Rou se estiró cuán larga era, que no era mucho, sobre su cama suspirando de alivio. Ignoró el pitido en sus oídos y el mareo que la acompañaba, y una vez más en el día Blink se adueñó de sus pensamientos.

– Despierta – escuchó en su oído y abrió los ojos como platos. La sombra que ya empezaba a conocer se deslizó lejos de ella, para no asustarla supuso con el corazón a mil.

– ¿Blink? – dijo ya sabiendo la respuesta.

– Soy yo – dijo en un susurro – fue difícil encontrarte – agregó.

– ¿Cómo sabías dónde estaba? – preguntó cruzando las piernas sobre la cama.

Blink no dijo nada e imaginó que levantaba sus hombros.

– ¿Esta vez si me dejarás verte? – preguntó Rou acercándose un poco.

– No te quiero asustar – dijo Blink dando un paso hacia atrás.

– ¿Más de lo que me has asustado ya? – preguntó divertida. Escuchó a Blink sonreír también y se puso de pie – más bien parece que quien tiene miedo eres tú.

Se acercó un poco más y le palpó el rostro, tenía la piel áspera como el papel. Empezó por su barbilla y fue subiendo por sus mejillas, parecía normal y dudó de las palabras del primer encuentro donde Blink confesaba que era algo que ella no conocía. Pero, al ir subiendo notó algo que si escapaba de su imaginación. Blink tenía las orejas puntiagudas, se imaginó las orejas de los duendes o elfos. Se tensó un poco, pero al notar la respiración calmada de Blink, permaneció serena. El cabello le llegaba un poco más arriba de los ojos. Tocó sus hombros y sus brazos, parecía llevar una camiseta sin mangas de tela dura, como el cuero y detalló varias cicatrices en sus antebrazos, los dedos largos y finos. Decidió que había excedido su confianza y dio un paso atrás.

– ¿Qué eres? – preguntó al fin.

– Ojalá lo supiera – dijo. Esta vez se acercó a la ventana y la luz de la calle le iluminó el rostro.

Era la misma chica que Rou había visto en el hospital, pero esta tenía más color en las mejillas y más vida en los ojos, brillantes como esmeraldas. Sus orejas sobresalían con armonía y la media sonrisa que tenía en la cara, por la reciente hipnosis de Rou, dejaba ver unos colmillos relucientes.

– No soy un vampiro – dijo cuando notó la mirada de Rou en sus dientes – ni nada que se le parezca – aclaró – tampoco voy a comerte – agregó al notar que la chica no decía nada.

– Te he visto hoy – dijo Rou al fin – en el hospital.

– A quien sea que hayas visto, no soy yo – dijo cruzándose de brazos.

– Pues entonces he visto a tu hermana gemela – dijo Rou sentándose en el borde de la ventana, al lado de Blink, quien la imitó.

– Ella es algo que no me representa en lo absoluto – dijo Blink mirándola a los ojos mientras abrazaba sus piernas – tiene mi aspecto y mis ojos, pero no soy yo – agregó como si le estuviese contando el secreto mejor guardado del mundo – así como tú no eres tú – finalizó.

– Me he perdido – dijo Rou sacudiendo la cabeza.

– Ese cuerpo al que tanto te aferras no eres tú, libérate de él, así como lo he hecho yo – Blink miraba su propio cuerpo y se apretaba los brazos – no somos ni de carne ni de hueso – venga libérate – dijo poniéndose de pie y abriendo la ventana de par en par.

El frío le removió hasta el alma y se abrazó a sí misma sin entender, Blink parecía no tener frío a pesar de llevar los brazos descubiertos.

– Cierra los ojos – le dijo agarrándola de la cintura – te voy a mostrar.

En un instante Rou dejó de sentir el suelo bajo sus pies, con los ojos aún cerrados con fuerza, se aferró al cuerpo de Blink y poco a poco dejó de sentir el terrible frío. Dejó de sentir el dolor constante, el pitido en sus oídos y ya no se sentía débil ni mareada.

– Esta eres tú – escuchó.

Cuando Rou abrió los ojos casi se desmaya de la impresión. Estaba a mil metros de altura, por decir un número, porque Rou nunca había sido amiga de dimensiones. El corazón trabajando como si fuese un tren a toda velocidad, el cabello largo como antes y la vida en sus ojos brillantes.

Esa era la imagen de su alma interna, con la fuerza del universo dentro de ella, llena de vida, de sueños y de alegría. No se sentía enferma, no sentía que un miserable cáncer le comía los órganos por dentro, sentía como si hubiese ganado. Se sentía ella.

Durante toda la noche se deslizaron entre las nubes, entre los sueños de ambas, mirando el mundo bajo sus pies, las luces de las ciudades las cuales encerraban encantos y perversiones, porque uno no puede estar sin el otro. Esa noche Rou aprendió que los límites son autoimpuestos, que nos juzgamos en exceso y que la libertad está al alcance de solo cerrar tus ojos y liberarte.

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Por cierto, estoy colaborando en una nueva revista digital que, a pesar de estar iniciando, promete mucho. Vayan a curiosear: http://escritorasb.wixsite.com/homotextual