El Monasterio de San Bartolo Pellón y el Peregrino

El Peregrino se pierde en el monte y concluye el monacato de San Bartolo Pellón o pollón como dicen los aldeanos y donde debe dar cuenta de sus cuitas y de su buen Bartolo...

Hacia ya tiempo que andaba berreando por la Comarca y era tiempo de refugiarse pues daban temporales y Penca tenía ganas también de recalar y comer algo decente, al igual que Nerón que ahora también me acompañaba a buen seguro que después de trajinarse a Casimira echaba de menos a Penca, y terminó localizándonos en un claro del bosque en plena liza.

Todo fueron saltos y ladridos, aunque no pudiendo calzarse Nerón a Penca, se conformó con una estocada a mi hambriento ojete tras las intensas lamidas de Penca, lo justo para pajearme mientras el Nerón me culeaba, eso sí un poco molesto porque no le dejaba meter su enorme bola.

Tras un descanso enfilamos camino por el espeso bosque buscando el viejo monasterio de San Bartolo Pelón, pero que socarronamente los aldeanos llaman San Bartolo Pollón, sin saber yo muy bien a que era debido, pero había habladurías de que era por el tamaño de los badajos de las campañas y el que tenían los monjes entre las piernas.

Busqué toda la tarde por el bosque el Monasterio, y tan solo cuando se hizo la noche y por las luces localizamos el viejo caserón, al que picamos con ardor dado el frío y el hambre, pronto acudió el portero un rechoncho monje metido en años, que se sorprendió mucho al encontrarse con un  negro con hábitos monjiles a su puerta, tras asegurarse de mis intenciones y de quien era mi persona, se ausentó por un rato, para pedir la  aprobación del Prior otro orondo monje   de finas maneras y mirada escrutadora, que debió intuir una buena pieza para el solaz de sus monjes.

Me dio la bienvenida y el fraterno abrazo digamos que me palpó lo suficiente para comprobar que era de carne y hueso, y que las noticias que le habían llegado no eran desmentían lo que entre sus brazos tenía.

Me hizo pasar al interior del monacato, donde los monjes unas  escasa quincena, ya metidos en años y  menos tres noveles novicios, los demás estaban rayando los 70 o más, pero se les veía bien cuidados, tras más abrazos y disimulados sobeos, y besos me quedé a merced de dos de los novicios, pues ya los Venerables Padres se retiraban a sus aposentos, tras el rezo de Laudes, quedando con el Venerable Prior para el dia siguiente para hablar largo y tendido.

Tras zamparme unos bollos y un caliente chocolate, del cual me pusieron más al igual que penca y Nerón, los dos novicios prepararon un jofaina para lavar mis pies y piernas, ya que era la costumbre en dicho monacato, en esas estábamos cuando al subirme el hábito monjil, le dejé entrever lo que colgaba al aire entre las piernas, le dio un silvo al otro novicio y pronto se entusiasmaron, por lo que uno se fue a la puerta a vigilar y el otro, como si fuera lo mas normal del mundo subía sus manos piernas arriba y empezó a lavarme los colgantes cojones y a D. Bartolo que aunque estaba de descanso lucía un buen tamaño.

Pronto noté cosa extraña, metió mano a mi tazón de espeso chocolate y se lo llevó consigo bajo mi hábito para embadurnar con el a Bartolo que entre la calentura del liquido y de la boquita de piñón del novicio, pronto se puso en condición de medio firmes, por los cual el adicto a los biberones no hacia nada más balbucear, con tan gordo pollón en la bosa, pero lo hacia bien el cabrón pues las oleadas de placer me venían a trompicones, al igual que le lechada que le escupí por su buen trabajo, llamó a Remigio, el otro novicio para que le acompañara en el festín y allí tenia a aquellos buenos mozalbetes de rodillas chupando a dúo mis enormes cojones y a Bartolo.

Tan entretenidos estaban que les subí el habito para dejar al aire sus flácidos culos de joven monje, y con los que  entretuve en calzarles mis buenos dedazos untados de chocolate, y la verdad que debían de estar entrenados, porque pronto los ojetes dejaron paso a más de un dedo, sorbían y chupaban como los  ángeles a la vez que buscaban mi ojete, pero la silla impedía tal maniobra, siguieron allí de rodillas y pronto a Nerón debieron llegarle los efluvios de sus culitos pues le vi ronronear a mi lado, una palmadita en uno de los nagaltorios d los novicios, hizo que Nerón ya armado buscara el agujero para insertarle el buen rabo que se gastaba Nerón, la sorpresa fue grande pues la noté en la polla , pero al buen cabroncete le tenía bien atrapado y Nerón ante tanto mejunje enfiló a la primera el ojete del aprendiz de monje, que se cagaba de gusto dadas las emburriadas que le daba el can y la cantidad de polla que se comía.

Ordené a Penca que se hiciera cargo del otro novicio al que embadurné de chocolate su ojete para delicia de la perra, mientras yo le hacia una paja a una sola mano, pero intensa y con dolor en aquel largo príapo que más bien parecía una anguila.

Fue un buen comienzo para una plácida noche, que pasé en una celda en frío monasterio en compañía de los dos perros, que no se separaban de mí, hasta que al dia siguiente por la tarde tras los oportunos rezos y trabajos en la huerta, los monjes se peleaban por atraérselos con mimos y golosinas, también a la tarde tuve que ir a la confortable celda del venerable Prior, que solícito me invitó a rezar unas oraciones mientras me palpaba el badajo.

Tras ello, nos pusimos cómodos en su amplia cama y solicitó de mi una intensa confesión de mis andanzas, pues él dependía de la Reverendísima Abadesa, siendo un monacato dúplice, y debía darle cuenta de todo para ver si se me aceptaba aunque fue como huésped , así que le referí parte de mis aventuras que le fueron calentando y poniendo en situación, por lo que echó mano de mi buen Bartolo para darse unas fuertes relamidas antes de ponerme su buen polla a merced de mi lengua a la cual me invitó amablemente a hacerle las delicias de una buena corrida, pues reconocía que a su edad ya no estaba para mucho trajín de balano, aunque no le hacia ascos a una buena mamada.

Se gastaba el Prior un buen badajo largo y delgado , pero con una cabezota admirable que bien recordaba a los super helados de cucurucho, pronto le hice correrse a capricho con un dedito en su culo y el pulgar aparentando sus huevazos, estaría viejo y la churra ya no se le empinaba pero no cabía duda que sabía correrse a capricho.

Tras ello me despidió, para mi sorpresa pues digamos que me dejó a medias, pero no tardé mucho en ser captado por el bibliotecario que tenía un pandero de no te menes, y que pronto me hizo saber mis andanzas con los novicios, y él quería probar el nabuco que tenía entre las piernas, antes me llevó al oratorio en cuyas asiento del Coro, tenían un buen príapo de madera bruñida, a los cuales con guiños el resto de los frailes me invitaron a probar. Era una delicia de lugar con aquellos cánticos y el sube y baja con los balanos de madera.

A la cena me sentaron entre el Prior y el Bibliotecario, que no dejaron de manosearme a duo, hasta que concluida la cena el buen archivero, ya metido en años, me invitó a un paseo personal por sus predios, enseñándome laminas pornográficas y viejos utensilios para darse placer,  al final de un largo pasillo estaban sus estancias privadas a las que me invitó, la verdad es que vivía como un confort de eunuco,  al punto se sentó en un amplio sillón y sacó su peculiar pollón, pequeño y gordo, pero con un glande enorme, donde entraba no salía una vez encalomado, por tanto indicó que debía probarlo bien por vía oral o anal, preferí lo primero, mientras el buen monje escuchaba música sacra y leia en voz alta, mientras yo me afanaba con el trabuco de marras como bien podía que no era fácil, además el viejo monje era de largo recorrido, al final tuvo una larga y espermática corrida tras la cual se quedó dormido, mientras aparecieron dos de los novicios al rebañe de los restos del pajote del buen padre.

Los canes no aparecían por ningún lado, o sea que debían estar en buenas manos o ante buenas pollas, ya era el cuarto día que andaba por aquellos andurriales cuando un monje me vio a decir que a las 8 de la noche tenía cena en los aposentos de la Abadesa. Allí estuve  con Nerón, puntuales como el reloj de arena, me abrió la puerta una monjita escuálida pero de buen culo y tetas, y me encontré con una inmensa Reverendísima Madre Abadesa, cuyas carnes desbordaban por todos los lados.

Me sentó a su suntuosa mesa, y me invitó a contrale mis cuitas de las cuales ya tenia noticias, pero quería tener detalles íntimos y perversos de sus súbditos. NO me quedó más remedio que hablarle de unos y de otros, hasta que esta me invitó a ponerme cómodo y cuando vio al Bartolo, se relamió de gusto aunque antes debía pasar por la vicaría de su chumino, ante el cual me sorprendió ver una enorme pelambrera llena de trencitas, que según ella sus monjitas le hacían de  vez en cuando para poder sorber su buen fruto de noble señora.

Allí estuve amorrado, pero no soy de buen chupar, por lo cual le pedí a la buena señora iniciar un juego, para lo cual le vendé los ojos y le unté el chumino del guiso de cordero, del cual dio buena cuenta Nerón, que le metió la lengua hasta el cerviz, como aullaba la monja que quería deshacerse de la ataduras de la manos y ver cual era aquel portento que la hacía subir a los altares, por mi parte le chupaba los morros y los grandes pezones, mientras veía a la escuálida hacerse unos deditos detrás de un biombo.

Hice a la Reverendísima Abadesa ir a al gran camastro, en el cual la puse a cuatro patas, y le dí más al mejunje por culamen y el chocho, al que se aficionó como dios manda Nerón, entre los ayes de la reverenda, invité a la buena monjita escuálida a deshacerse del hábito y pronto la tuve amorrada a Bartolo, aunque no le quitaba ojos a Nerón y su tranca, era todo ojos para la estampa perruna, ya estaba la Reverenda saladísima para un buen polvo.

Dejé  a la escuálida para que jugase con Nerón  y me empleé a fondo con la Abadesa, tras haber puesto en forma su monjita queriendo abarcar todo mi buen  Bartolo, este se puso firme cuando me colgué de aquellos tirabuzones vaginales, y metiéndole un buen pepino a la doña en el culo, la encalomé con el Bartolo a plena vela, no es que no estuviera acostumbrada a las buenas pollas pues en el monasterio había unas cuantas, pero faltaba vigor, y a ellos los empellones como que no.

Combiné pepino con Bartolo , cambiando de lugar hasta  que la abadesa termino derrengada y desplomada de cansancio y fatiga y la buena monja escuálida  se morreaba con Nerón al que tenia preso entre sus piernas y enraba hasta la mismísima bola, y allí quedos estaban , mientras echa un canuto, pensando en el tiempo que me quedaría en el monasterio en tales faenas.

Gervasio de Silos