El momento tan temido, tan deseado

Para Araguasch

Luego de "Querían a su putito"….

Estaba lavando la ropa interior de mi madre, pero ella me llamó. Me sequé las manos y fui presuroso a su habitación. Parecía increíble, pero ya hasta podía casi correr con esos tacos que estaba obligado a usar todo el tiempo, para acostumbrarme. Por lo demás, estaba totalmente desnudo, si exceptúo un pequeño delantalito, que ella me había atado con un gracioso moño en la cintura.

Ella, también desnuda o casi, porque solamente tenía puestas las medias y el corpiño, estaba semi recostada en la cama.

¿Mami?

Vení, sentate aquí, a mi lado.

Estaba terminando de lavar tu ropa.

Quiero que me toques.

Si claro, me gusta hacerlo.

¡No en las tetas! ¡Hijito, que te has puesto obsesivo!

Tomó mi mano, y la acercó a su entrepierna, pero yo resistí el movimiento, aunque sin separar mi mano de la de ella. Con voz muy suave:

No mami.

¿Porqué no querés? No muerde, mirá no tiene ni un diente.

Mami, no seas así, eso no.

Pero ella tiró de mi mano, hasta que me hizo sentir el calor y la humedad de los labios de su vulva. Abrí la mano y deslicé los dedos muy suave, muy lentamente, siguiendo la guía de la suya. Ví sus ojos entrecerrados, su boca entreabierta, vi como se aceleraba el movimiento de su pecho. Ahora mis dedos eran llevados al pequeño promontorio y giraban haciendo los círculos que ella me indicaba. Casi sin saber como, mi dedo mayor comenzó a introducirse en esa bellísima cuevita, acariciando sus costados internos. No pude más y acerqué mi cara y empecé a besar esos labios abiertos por mis dedos, con suavidad, casi con dulzura. Hice girar mi lengua sobre el clítoris, jugé con mis dientes, mordisqueando y tironeando los labios, reemplacé los dedos con mi lengua golosa. Ella apretaba mi cabeza con sus manos y sus muslos. Me abracé a ellos y hundí mi cara en su vagina y chupé, chupé con ansias, con desesperación, con apasionada entrega.

Ella había hecho girar mi cuerpo y metió, no sé, dos, tres dedos en mi culo, que levanté para inducirla a más, mientras aceleraba los movimientos de mi boca llenos de sus labios, de su divino clítoris, de sus incomparables jugos. Me premió, metiéndome su mano y revolviendo con sus dedos dentro mío. Por momentos, sentía sus uñas, pero un leve gesto de mi cuerpo bastaba para que de inmediato la suavidad de la yema de un dedo, aliviara el exceso de la uña.

De pronto se puso rígida, elevó su cintura en el aire, los muslos apretaron mi cabeza, dejándola casi sin movimiento, su mano se cerró, crispada en mi culo, haciéndome proferir un quejido que quedó ahogado dentro de la concha. Escuché sus propios quejidos mientras contraía una, dos, varias veces su cuerpo, para luego dejarse caer en un delicioso abandono, en tanto atraía mi cara hasta dejarla pegada a la suya, unidos nuestros labios en un beso eterno, cargado de culpa y pasión.

¡Cogeme mariquita mía!

Clamó, imperativa.

-¡No, no, mami, no, eso no por favor!

-¡Dame esa pijita inútil, que yo le voy a dar vida, putita mía!

Pero resistí y finalmente abandonó sus esfuerzos. Me besó y se levantó.

Me quedé en la cama, sumido en pensamientos nada agradables, por momentos creo que hasta terribles, originados en el miedo por lo que había hecho. Parece estúpido, me decía a mi mismo, gozaste chupando las tetas de tu madre mientras su amante te la daba por el culo, y ¿ahora qué?, ¿te dio la moralina?. Pero yo sabía muy bien que no era eso, era algo más profundo. (Pensaba "profundo" y asociaba con la vulva con la que había jugado unos minutos antes). Pero no podía salir de ese trance; me pareció creo, que había cruzado límites que no había pensado, o no estaba preparado para cruzar. ¡Qué lío!. Finalmente, para sentirme todavía un poco más idiota, me puse a llorar como la marica que de última era.

No me levanté en el resto del día, ni mi madre me buscó. Por la noche, entró, se sentó en un taburete frente a la cómoda sin decir una palabra mientras yo solo la miraba, se soltó el pelo y se puso a cepillarlo, tirándolo hacia un costado. Su pelo era mi locura. Lo tenía de un subido color rojo y lo llevaba bastante largo. Desde que había empezado esta etapa de mi vida, como "el putito marica" de Ismael y mi madre, había decidido dejarme crecer el pelo, soñando con tenerlo algún día como el de ella.

En otros momentos, a solas en mi habitación, me excitaba la idea de replicar los gestos de mami, sentado frente al espejo, cepillando y jugando con mi propio pelo.

Seguíamos sin cruzar palabra, hasta que ella, sin darse vuelta, me advirtió que si pensaba quedarme en su cama, me pusiera una bombacha y el camisón.

-¡No quiero correr el riesgo de tocar ese garbancito inútil, que usas para hacer pis!, me dijo, despectiva.

Obedecí, me puse un camisoncito corto y me acosté de nuevo. Pero ella reclamó:

-¡Ese no! ¡Ponete uno largo, porque no quiero siquiera que me rocen tus piernas!

Hice caso de nuevo. Me acosté, y estiré mi camisón cuanto pude para que me cubriera totalmente.

Mucho más tarde, escuchaba la suave respiración de mami que me daba la espalda. Estaba profundamente dormida. Cuidando de no hacer el menor ruido, fui girando mi cuerpo hasta que mi pecho casi rozó su espalda. Con temor, pero siguiendo una tentación irresistible, estiré mi brazo por sobre su cuerpo, hasta que mi mano se posó muy delicadamente sobre su vientre. Lo acaricié levemente y fui bajando la mano, pasando bajo el elástico de su bombacha, hasta perderla en medio de su sedoso penacho. Me quedé así durante largo rato. Estaba demasiado excitado como para dormirme, pero tampoco me atrevía a seguir. Reaparecía la misma inhibición de la mañana anterior, más perturbadora aún, porque comencé a pensarme a mi mismo como un histérico incapaz de darse y dar placer. Con ese pensamiento, me levanté, me fui al baño e intenté masturbarme, pero muy pronto, lo que había sido una prometedora excitación, se fue diluyendo en un sentimiento de desolada frustración y allí, sentado en la alfombra del baño, me encontró la mañana.

Ese día, Ismael regresaba de su viaje, y desde temprano mi madre se mostró alegre y ansiosa.

Yo estaba listo para ir a mi trabajo, con mi ropa habitual de gris oficinista, cuando ella vino a la cocina y me advirtió que volviera temprano, porque, dijo, "las dos nos tenemos que preparar para cuando venga Ismael". Asentí y me levanté para irme. Cuando me acerqué a ella para despedirme, me ofreció la mejilla para que la besara, mirándome de un modo algo enigmático, al par que me preguntaba si había pasado una buena noche. Le dije que había estado algo nervioso y me fui.

Durante toda esa mañana, siguieron atormentándome los encontrados sentimientos que se habían apoderado de mi desde el día anterior. Cerca de mediodía, no aguanté más, fingí no sentirme bien y me autorizaron a retirarme. Caminé un par de cuadras y de buenas a primeras me encontré con Ismael. Sin cuidarse en lo más mínimo, cuando me vio, me abrazó y me besó en la boca. Ante el sobresalto que le trasmitió mi cuerpo, divertido, me tomó de un brazo y caminamos hasta su auto. Ya en marcha, dirigiéndose hacia las afueras de la ciudad, me interrogó:

  • ¿Qué te pasa? ¿Dejé de gustarte, no me extrañaste? Yo en cambio, estuve pensando tanto en vos

¡Ay Ismael, por favor! Un hombre sale de su empleo, se aproxima otro, lo abraza y lo empieza a besar….No sé, no llego a tanto. En realidad, en estos días, ya ni sé quien soy ni adonde puedo o quiero llegar.

¿Qué te pasa? Contame

No, no, ahora no puedo.

Bueno, bueno, no te apures. ¿Y porqué estás vestido de esa manera tan horrible, tan gris, tan poco seductor?

¿Qué esperabas, que anduviera con pollerita por la calle?

Ya lo harás, ya lo harás, tené paciencia

¡Ni en pedo! ¡Ni lo pienses! Además tanto vos como mami dijeron que no querían una mujer….

¡Claro que no! Queremos lo que sos! ¡Una divina mariquita! Pero podrías serlo en todas partes, ¿porqué solamente en casa?

Si claro y después vos me vas a sacar de la Comisaría

¡Bah! ¡Sobran los travestis por la calle!

¡Pero yo no soy travesti! Bueno, si, claro. ¡Pero no lo soy! Al menos los travestis se arreglan como mujeres. Hasta pueden parecerlo. Yo en cambio

¿Qué?

Bueno, no es lo mismo. Yo solamente uso alguna ropa de mujer. ¡Y además, cuando a ustedes se les da la gana!

Bueno, bueno, no te enojes, Mirá, fijate, ¿no lo extrañaste?

Dijo, tomando mi mano y poniéndola en su entrepierna. Un calor súbitamente intenso hizo presa de mi, cerré la mano y aprisioné su bulto que reaccionó de inmediato. Comencé a frotarlo por sobre el pantalón y el me sonrió, alentándome. Es cierto. Era un hijo de puta que se divertía usándome a su antojo, maltratándome o pegándome cuando le daban las ganas, pero tocarlo y recordar esa verga en mi culo, me estremeció, Sin duda, pensé, soy un caso total y definitivamente de chaleco. ¡Que pija hermosa que tenía el desgraciado! ¡Y qué calentón que era! Pensando en esto, en cuanto me gustaba, pero al mismo tiempo en los confusos y desenfrenados deseos que tenía de mi madre, mi cabeza era un caos. Pero bueno, me dije, esto es lo que hay, y por cierto querido que te gusta mucho, Entonces no jodas y disfrutalo. Unos minutos más tarde llegamos a casa. Creo que si no hubiera sido así, me habría ya tirado entre sus piernas y me hubiera puesto a jugar a la Lewinsky, o no, mejor la otra, la de Hugh Grant. Nos dirigimos al encuentro de mi madre, que salía de la casa y muy feliz abrazó y besó a Ismael y como advirtiera mi gesto de fastidio, me dedicó también un ligero abrazo a mi, riéndose a carcajadas. Pero no bien entramos, Ismael compensó, se detuvo y me apretó en un largo, fuerte abrazo, mientras su boca buscó con ansias desatadas la mía. ¡Qué macho, Dios mío! Respondí a su beso y sus caricias durante unos minutos, hasta que se separó de mi y se dedicó a mi madre quien era la que ahora esperaba su momento. Pero al mismo tiempo, cambió su gesto hacia mi, frunció el ceño como si recién me viera y me increpó:

¿Qué hacés ahí parado? Fijate qué parecés, saco, corbata, peinado de ese modo. ¡Andá a vestirte como corresponde, que ya estoy pensando que lo mejor que podríamos hacer es irnos solos con tu madre, para pasarla realmente bien. ¡Vamos, vamos, que queremos a nuestra puta!

Mirándolo con odio, me encaminé a mi habitación y enseguida mami vino detrás mío, para elegir mi ropa y ayudarme.

Me di un baño, me puse la bombacha y el corpiño que me alcanzó mami y me senté para que me maquillara. Me puse luego las medias, el portaligas, me vestí con una blusa de gasa y una pollerita muy corta y ajustada, me calcé unos zapatitos con un taco altísimo, (le mostraría a ese adorado pelotudo cuanto había progresado) y nos dirigimos al comedor.

Mucho más tarde, ya todo nuestro arreglo, el de mami y el mío, eran pasado. Estábamos en la alfombra del living. Mi blusa había ido a parar a cualquier lado junto con el corpiño. Ismael estaba mordisqueando y chupando mis pezones y yo en éxtasis, me sentía como dueño de un par de divinas tetas. Además mami, ya se lo había chupado todo y lo había masturbado sobre mi pecho. Luego se la había cogido a ella, mientras era mi turno con sus tetas. Ahora, venía, semidesnuda también, trayendo bebidas.

Mientras ella las servía, Ismael se sentó, apoyando su espalda en el sillón y yo encendí cigarrillos para los tres. Mami se recostó al lado de Ismael, y yo aproveché, me acosté, apoyando mi cabeza en su muslo, de manera de tener su pija en mi cara. Demás está decir, que ni terminé el cigarrillo. Ellos se besaban, hablaban entre si muy bajito, y me dediqué entonces a acariciarle, frotarle y besarle la verga, que nuevamente tomó su devastador tamaño. ¡Ay querido!, pensé, ¡me pasaría la vida besando y lamiendo esta pija, chupàndola, besándola, comiéndola! Y yo realmente estaba ya absolutamente loquita, pensé. Hurgaba con mi lengua, endureciéndola en su puntita, tratando de meterla en ese precioso agujerito, lo lamía, sonreía, sintiendo el efecto que le causaba, y pensaba en ¡qué no haríamos en los cuatro días que teníamos por delante! Estaba tan chifladita, tan caliente, que se me ocurrió que si en ese mismo momento se le ocurriera orinar, hasta me tomaría su pis. ¡Ay! ¡Y lo desee tanto! Si, no había duda. Era ya un puto o una puta, no sé bien, total. ¡Ay! ¡Las cosas que se me ocurren! Pienso que en este instante si me pidiera que saliera con una pollera moviendo el culo por la calle, ¡con tal de darle el gusto, lo sabría hacer, como la más tentadora de las minas!. Como respondiendo a mis pensamientos, tomó mi cabeza y detuvo mis juegos.

Mami, boca arriba en la alfombra, se veía también a punto de ebullición, tocándose los pezones y la concha. Él me dio vuelta, y buscó con la verga mi culo. Yo tenía la bombacha hacia un lado, pero le molestó porque de un solo tirón me arrancó, además de la prenda, un quejido de infinito placer. ¡Qué me pegue, qué me pegue, pensé, y lo grité, ¡adueñate de mi, de tu puta esclava, mi querido! Ya estaba entrando en mi y yo sentía como mi culo parecía tomar el gobierno de mis actos, recibiéndolo, moviéndose, guiándome al loco y frenético danzar de mis caderas. ¡Cómo cogía mi amado, Dios! ¡Cómo me cogía! Hizo un fuerte movimiento con sus brazos, casi levantándome del piso y depositando mi cuerpo sobre el de mi madre, que pareció despertar de su ensueño privado, abrió los ojos y la lujuria que vi en ellos, me incendió y quemó en ese fuego, cualquier resto de los estúpidos pruritos que me habían estado atormentando. Vi su concha húmeda, mientras entre cada movimiento de los músculos de Ismael, iba subiendo por el cuerpo de mi madre, hasta tener sus ojos frente a los míos, su boca pegada a la mía, su lengua perforadora entre mis dientes, mi pija en la humedad de los labios que se abrían invitándome.

Al sentirlo, mi cuerpo entero hizo aún un último gesto que quiso parecerse a algo como una súbita resistencia, pero sus brazos me apretaron, luego su mano tomó mi pija, mientras prometía que ella convertiría en un hierro "el garbancito inservible de su putito". Ismael, bombeaba ahora en mi culo con toda su energía y en un solo empujón estuve dentro de mi madre. Lo sentimos los tres, lo gozamos por igual, un solo sonido fue el nuestro en ese momento; un grito de triunfo el de mami, un quejido de placer el mío, casi un rugido, el de Ismael. Nuestros brazos mezclados, nuestras palabras, imprecaciones, promesas y reclamos eran un solo rumor, el rumor de las pasiones por fin descontroladas, del placer sin restricciones, del goce inaudito. Besaba y me besaban. La lengua de mi madre tan pronto estaba en mi cara, como en mis pezones, enrojecidos y estirados, duros, hinchados. A su turno mi boca se deleitaba en los suyos. La boca, la lengua de Ismael, se paseaban por mi espalda, por mi cuello, buscaban la boca de mi madre, las tres lenguas al percibirse se forzaban a enredarse en un solo roce, mami se multiplicaba con sus manos, me acariciaba, me tomaba la cara, manos que de pronto corrían hacia mi culo, aprovechaban las salidas de la verga de Ismael para interponerse y participar del festín, mi pija entraba y salía también al ritmo que nuestro amante nos marcaba, la concha se abría y se cerraba con cada movimiento, nuestros cuerpos resbalaban unos contra otros empapados con el sudor de aquel despliegue sin fin.

Y ese pelo, esa roja cascada de la cabellera de mi madre en la que se hundía por momentos mi cara, cubría la suya, se mezclaba en nuestros besos, era aferrada por mis manos o cosquilleaba en mi pecho cada vez que mis pezones se proyectaban hacia delante para no perder una vibración del contacto de su lengua, de la prisión de sus dientes y sus labios. Repentinamente, Ismael se salió de mi culo. Se paró sobre nosotros con las piernas abiertas y se masturbó hasta venirse y dejar caer su chorro ardiente sobre mi cuello y la cara de mami. Fue de pronto una salvaje puja por quedarnos cada una con cada gota del néctar. Nos lamimos hasta no dejar la mínima huella de la leche que nuestro macho nos había regalado. Y en un instante, nuestros cuerpos que se tensaron, los ojos de mi madre clavados en los míos, gritándonos sin palabras, preanunciando el súbito final, y luego, por fin, los gloriosos segundos en que cada célula de mi leche se hundió para siempre en el interior de su vagina amada.

Me derrumbé. Nos derrumbamos. Pero yo me dejé caer hacia un lado, notando ahora si, el dolor de mis piernas y brazos, que por momentos habían soportado el peso del cuerpo de Ismael, el mío, para no aplastar al hermoso, al deseado debajo nuestro, que ahora descansaba a mi lado, con Ismael, reclinado sobre mi madre, besándola suave, dulcemente. Nos miramos. Las más completas de las sonrisas iluminaron nuestros rostros, agotados, pero henchidos, felices.

Ahora, mi madre en los brazos de Ismael, ambos boca arriba en el dulce abandono de los minutos posteriores. Mi cuerpo, boca abajo, entre los dos, pero hacia sus pies. Apoyaba mi cabeza, ora en un muslo de él, ora en uno de ella. Abrazaba con el brazo izquierdo la pierna de Ismael y con el derecho la de ella.

Podríamos haber descansado así, dormido allí, quizá durante horas.

Pero tal vez en muy pocos minutos, mi lengua decidió saborear con un leve beso la vulva de mi madre, apretar el glande de Ismael. Sólo un beso, un inocente beso, pero