El molinero de lavela

Es una historia con base real, con añadiduras complementarias.

EL MOLINERO DE LAVELA

Aurelio Torre, solterón, tenía un cuerpazo nada corriente: alto (algo más de 1,80), fuerte, con cara de hombre-hombre y nariz algo aguileña, manos grandes y… ásperas, en fin, cuando le conocimos le dije a mi marido que si fuera arreglado y bien vestido, por Madrid se lo rifarían las mujeres . Porque Aurelio tenía un único inconveniente, al menos, para mí: era "de pueblo", y creo que es suficiente explicación.

Durante muchos años, pasamos muchos fines de semana e, incluso, alguna temporadilla, en Roqueda, pequeña villa castellana situada en un alto y rodeada casi toda por muralla. Roqueda, lugar tranquilo con paisajes increíbles, con la Sierra al fondo, tiene dos núcleos pedáneos, Lavela y Tardos y, entre éstos y la misma Roqueda, no pasan de 150 habitantes.

Aurelio era molinero en Lavela o, mejor dicho, lo había sido, pues ni su molino ni otro allí existente, funcionaban ya.

Aunque Roqueda era frecuentada los fines de semana por visitantes, madrileños en su mayoría, eran escasos cuando iniciamos nuestras estancias, aunque con el tiempo aumentaron considerablemente. Fuimos bien acogidos desde el primer día por los roquedanos y fuimos invitados, al establecerse más intimidad, a bodas y festejos. Por cierto que, en una de las últimas bodas a la que asistimos, en el baile subsiguiente, Aurelio me sacó a bailar y, a poco, se me había pegado tanto que noté el bulto de su polla en mi vientre.

Esa noche, en la habitación que siempre ocupábamos en el único alojamiento existente entonces en Roqueda (cuatro habitaciones), ya metidos en la cama y cuando empezamos a acariciarnos, mi marido me comentó lo apretados que habíamos bailado el molinero y yo. Le dije que había sentido su polla tiesa contra mí y, a la pregunta de si me había gustado, le respondí que sí y que me había calentado un poco. Mi marido comenzó a acariciarme los pezones y me siguió preguntando acerca de si me hubiera gustado cogérsela

yo le cogí la polla que estaba ya dura

A ese punto, las caricias de mi marido y la conversación me habían calentado; además, le había cogido la polla y la tenía empinada.

Venga, que te vas a correr a su salud, que me vas a poner unos buenos cuernos.

Sí, cariño, sigue acariciándome, que me has puesto muy caliente.

Noté sus dedos entrándome en el coño y me sentí gemir de gusto.

Háblame, cabrón, dime cosas.

Abre bien el coño, como si te fueras a meter su polla, que seguro que la tiene bien gorda.

Así, así, déjame sola, date tú mientras.

Me cogí el coño con la mano derecha y comencé a acariciarlo, con los ojos cerrados y echándole imaginación a la cosa, mientras mi otra mano me rozaba los pezones. Me gustaba siempre masturbarme yo misma cuando lo hacía pensando en otro y, como siempre, cuando acabé el último orgasmo, le pedí a mi marido:

Ahora tú, méteme tu polla, jódeme tú.

Y así conseguía un orgasmo "tonto", como me dio por llamarlo.

Desde ese momento, cuando nos encontrábamos con el molinero, con el que follé mentalmente de vez en cuando, me daba un vierto apuro. Pero, a causa de que los visitantes de Roquera aumentaron de tal manera que en los fines de semana desapareció la tranquilidad, y de que las relaciones entre los habitantes de la villa se deterioraron de una manera inconcebible a causa de un quítame allá un munícipe, con el consiguiente malestar y disgusto por nuestra parte, pues apreciábamos sinceramente a esa gente, cambiamos el destino de nuestras escapadas eligiendo el norte de Guadalajara.

Hace unos veranos, hallándonos en Madrid a finales de Julio, a la vuelta de unos días de vacaciones, decidimos volver a Roqueda a ver qué había sido de nuestros añorados amigos. Llegamos un lunes por la mañana y nos acomodamos donde siempre. Todo el mundo nos acogió con afecto y, al día siguiente, decidimos bajar a Lavela, a dar un paseo y comer en un bar en el que siempre nos habían servido los guisos que preparaba la dueña para su familia.

Después de encargar la comida, salimos a pasear por una carretera junto al río. La carretera, en ligera cuesta arriba, se separaba, del agua hasta alejarse por completo. Después de caminar más de una hora, decidimos volver, pues el calor, a media mañana, era ya insoportable.

Al cabo de un buen rato, atisbamos a lo lejos, viniendo hacia nosotros, a un hombre cabalgando un asno. A poco, lo identificamos: era el

molinero que,, deteniéndose, nos saludó con la mano. Llegamos hasta él y, descendiendo del descapotable, como llamaba al asno, nos saludó efusivamente.

Pero ¡cuanto tiempo sin veros!¿donde os habéis metido?

Intercambiamos las frases de rigor y nos propuso ir a su casa a tomar una cerveza; abrió una verja que había allí, por la que se coló el asno sin perder un segundo, siguiendo un camino descendente entre árboles, arbustos y maleza; por él fuimos los tres hablando animadamente, hasta que llegamos al molino. Era el clásico viejo edificio molinero, dividido en dos partes: el molino propiamente dicho y la vivienda situada tabique por medio. Rodeamos el edificio después d pasar por un puentecillo sobre el caz, sin corriente de agua y con la rueda inmóvil a la derecha del puentecillo. Nos sentamos en un banco hecho de tablones a la sombra de un par de sauces, junto a la orilla del río.. Aurelio sacó del molino tres botellas de cerveza, después de que rechazáramos el uso de vasos que nos ofreció y así, sentados en el banco, conmigo en medio, bebimos y comentamos cosas de Roquera. A pesar de la sombra, hacía calor.

¡Uf!, ¡Qué calor hace! – me quejé.

  • Pues daros un chapuzón – señaló Aurelio el río.

Sin bañador… ¿No hay nadie por ahí? – miró mi marido en derredor.

Por aquí nunca hay nadie; yo me meto tranquilamente. Y por mí no os preocupéis, me meto en casa mientras os bañáis y ya está.

¡Hombre! Ya somos mayorcitos. Nosotros solemos ir a playas nudistas; acabamos de llegar de Ibiza y hemos estado todos los días en pelota en la playa.

¿Y que tal funciona eso?.

Pues muy bien, cada uno está a lo suyo, aunque sí hemos visto un par de pollas levantadas, pero enseguida se pusieron boca abajo. De las mujeres no sé, porque no se les nota.

Te olvidas de la chica alenaba – intervine.

¡Ah! Sí, era una chavala jovencita que estaba con un chico también joven, no sé si serían recién casados o mo, pero se echaba encima de él y no hacía más que intentar cogerle la polla. Y él todo avergonzado retrayéndose.

Pues yo no sé si podría estar tranquilamente en esas playas, porque en cuanto veo enseñar algo a una moza, se me altera el rabo – comentó Aurelio riendo.

Te acostumbrarías enseguida. Por cierto, ¿cómo te las arreglas para estar sin moza?

¡Ja, ja , ja! Pues me voy a Segovia, estoy con una pájara que conozco y tan contento. Y, si no, me apaño solo.

Como debe ser.

Bueno – se dirigió a mí mi marido - ¿nos metemos en el agua? ¡Anímate!

Podría ocurrir que la cosa quedara en un simple baño "despelotado" aunque, conociendo a mi marido… Decidí dejarme llevar por los acontecimientos; de todas formas estaba un tanto excitada, tanto por quedarme desnuda delante de Aurelio, como por verle a él. Me apetecía verle la polla. Estaba dispuesta a follar con él, si las circunstancias eran favorables. Mi marido me había dicho que le gustaría ver cómo me follaban cuando le conté lo de Emilio, con el que había tenido cuatro citas en la Primavera última y que me dejaron un buen recuerdo, sobre todo los dos últimos días. No le conté lo de Rafael, con el que salí hacía muchos años, antes de conocer a mi marido, no había habido entonces mas que unas pajas; me lo volví a encontrar hacía a finales de Junio y, un poco por recuerdos y otro poco por curiosidad, acabé jodiendo con él; pero, como ya he dicho, no se lo confesé a mi marido, por miedo a que le molestara por haber sido un viejo conocido. Por otra parte, fue un polvo frustrante.

Venga, vamos – se levantó mi marido y tiró de mi mano y preguntó a Aurelio - ¿por donde se puede meter uno?

Ahí, donde se junta el caz con el río es el mejor sitio.

Pero ve tú delante.

Dejemos la ropa aquí en el banco, a la sombra.

Mi marido empezó a desnudarse, despojándose de los pantalones y decidí aparentar la mayor naturalidad; no era lo mismo haberme desvestido en las playas en medio de la gente desnuda que hacerlo en presencia de un hombre concreto; por otra parte,.paradójicamente, me excitaba hacerlo, independientemente de que ese hombre fuera Aurelio, tan sexualmente atrayente. Apenas tardé en depositar sobre el banco la pamela, el vestido y las bragas (no llevaba sujetador), a la vez que los hombres dejaban sus ropas: No me extrañó que los dos tuvieran el miembro tieso, lo que me sorprendió fue el tamaño de la polla del molinero; las comparé, claro: la del molinero era algo más larga, y de grosor también algo mayor, toda recta. Era congruente que la polla de Aurelio estuviera en consonancia con su corpulencia: resultaba chocante ver su cuerpo blanco en contraste con sus antebrazos y sus cara y cuello casi renegridos, a diferencia de mi marido y de mí misma, enteramente morenos. Me hice la indiferente y nos dirigimos los tres hacia el lugar indicado. Aurelio se metió en el agua que le llegaba algo más arriba de la cintura, siguiéndole mi marido y ambos me tendieron las manos para ayudarme a bajar sosteniéndo mis brazos. Entré en el agua entre ambos y notando el roce de sus pollas contra mis piernas.

El agua estaba fresca y, comentando tal hecho, me lancé dando unas brazadas hacia la otra orilla, pero enseguida di con el fondo, por poca profundidad. Volví hacia los hombres que charlaban metidos hasta el cuello por haber encogido las piernas. Estuvimos un buen rato hasta que decidimos salir: Aurelio, el primero, aupándose a la orilla y ofreciéndome la mano para tirar de mí, mientras mi marido me aupaba empujándome el culo. Observé que la frialdad del agua había dejado los penes un tanto caidos.

Comenté, mientras volvíamos al banco:

¡Uy!, se agradece ahora el calor del sol. Lástima de tumbona.

Tumbona no tengo, pero algo habrá para tumbarse – respondió Aurelio yéndose hacia el molino.

Me dieron ganas de preguntar a mi marido qué e lo que iba a pasar, pero me contuve. Aurelio volvió con un rollo de sacos.

Están limpios ¿dónde queréis?

Ahí, al borde- señaló mi marido.

Extendió media docena de sacos de yute y me tumbé sobre ellos, cubriéndome la cabeza, hasta los ojos, con la pamela. Mi marido se echó a mi izquierda y Aurelio al otro lado, ambos vueltos ha cia mí, apoyados en el codo.

¡Qué bien se está en pelotas! Tienes que cogerte unos días y pasarte por alguna playa nudista.

Que iba a estar siempre con el rabo tieso – rió Aurelio.

Al rato ya estarías normal. Como si volvieras de Segovia.

De Segovia vuelvo contento… Tampoco quisiera ver unas tías desnudas y que no sientiera nada.

¿Ya no vas por Tardos de visita?

Aurelio dejó de reir y, a través de los huecos del ala de la pamela, ví que su rostro mostró asombro.

¿Cómo sabes…?

Nos lo dijo un pajarito, pro no voy a decir quien.

El "pajarito" había sido un suboficial de la Guardia Civil, destinado antaño en Roqueda, al que habíamos visitado hacía un año en su nuevo destino. Según nos dijo, en sus vigilancias nocturnas había visto, en la parte posterior de una casa de Tardos, atado a la verja de una ventana, el "descapotable" de cuatro patas, cuando el hombre de la casa, según sabía el "pajarito, estaba de viaje.

Bueno, ¿sigues yendo o no?

Pero… ¿qué sabéis?

Pues que cuando el marido estaba de viaje, tú ibas y supongo que sería para pasar un buen rato con la dueña de la casa.

¡Coño! Qué putada – rió Aurelio – Yo he creido que no lo sabía nadie.

Pues es muy posible que, salvo nosotros y el pajarit, no lo sepa nadie. Aunque durando tanto el asunto, ¿seguro que el marido no lo sabe o, al menos, lo sospecha?

¡Qué se yo! Porque, en cierta ocasión, en Segovia, nos lo encontramos el Setién y yo y, cuando comentamos que habíamos ido a echar un polvo, nos dijo que teniendo la puta en casa no hay necesidad de buscarla fuera.

¿Cómo te surgió el apaño?

¡Huy!, a la Evarista la conocía yo muchos años atrás, y nos echamos más de un baile en las fiestas. Es que es de un pueblo de ahí al lado – hablaba animadamente, riendo ligeramente, como acostumbraba – Luego se fue a trabajar a Madrid y allí aprendió mucho

Aprendió… ¿qué?

Pues, hombre, que estuvo de puta. Un año vino a las fiestas, conoció al Donato y se casaron.

Pero… ¿tú?

Nada, una mañana subí a Tardos y estaba a la puerta de casa, charlé un rato con ella y me dijo que su marido se había ido de viaje; le dije que si no tenía miedo de estar sola de noche… En fin, que subí esa noche y… pues, eso.

¿Está bien?

¡Ya lo creo!, Menudo par de tetas tiene.

Y ¿qué tal funciona?

¿Cómo?

Estás tonto – se rió mi marido - Que si es buena follando.

¡Ah! – se rió ahora el molinero – Buenísima, se las sabe todas, le gusta hacer de todo y que se lo haga a ella. No se contenta fácilmente. Es una guarra cojonuda. Siempre dispuesta a que se la meta por donde sea.

¿La mama bien?

De miedo, aunque, eso si, pide que le hagas lo mismo y se vuelve loca. Le gusta más que si se la metes.

Para que veas que no eres la única.

A la vez que decía esto, mi marido metió la mano entre mis muslos subiendo los dedos hasta el clítoris. Di un respingo, pero las circunstancias en que me hallaba, entre los dos, rozándome las puntas de las pollas tiesas, el tono golfo de la conversación y el sol cayendo abrasador sobre mi coño, calentándomelo, me habían puesto ansiosa de sexo.

¿Qué haces? – balbucí, pero sin rechazar la mano que seguía acariciándome el coño.

Lo que te gusta, que Aurelio diga si eres tan cachonda como la Evarista.

A ver si es verdad – dijo, riéndose como siempre, a la vez que me ponía su manaza, áspera, sobre mi teta derecha, luego, sobre la izquierda - ¡buenas tetas, si señor!.

Entre los sobos que Aurelio me daba en las tetas y las caricias que la mano de mi marido me hacía en el coño, mi respiración se entrecortó y, presa del placer que aumentaba en intensidad, me oí gemir; instintivamente, les cogí las pollas, duras y recia en su tamaño la del molinero, pajeándolas a la par. Los dos intercambiaban en sus sobos mis tetas y mi coño. Los tres dijimos un montón de golferías, hasta que, no aguantando más, les pedí que me follaran.

¡Jodedme! ¡Necesito una polla dentro!

Venga, clávasela – oí decir a mi marido.

Aurelio se colocó entre mis piernas, levantándomelas contra su cuerpo y noté su polla entrando en mi coño ¡bien que la noté y buen gusto que me produjo!. Empezó el metesaca, sin dejar yo de meneársela a mi marido. El placer iba en aumento y, al cabo de un rato, Aurelio me bajó las piernas y siguió dale que te pego. Me vino un orgasmo, pero siguió con sus arremetidas que, a poco, me vino otro orgasmo y otrs más hasta que llegué a esa pérdida de consciencia en la que soy presa de un placer loco. Apenas me di cuenta de que había soltado la polla de mi marido y que me abrazaba desesperada al cuerpo que tenía encima. En esa situación, alcancé el orgasmo último en el que me sentí gritar mientras me retorcía.

Aurelio resopló y, cuando nos calmamos un poco, se salió de mí; su polla seguía tiesa y de su punta colgaban hilillos de semen. Mi marido se colocó en su puesto y noté su polla entrando de un empellón. Otra vez el placer me llenó, pero de manera diferente, fue un orgasmo más calmado que los anteriores y cuando mi marido, que tan bien me conocía, se dio cuenta de que llegaba al orgasmo, me dio unas fuertes embestidas, provocándome un placer largo y dulce, igual que cuando me follaba después de haberme dado una buena sesión de vibrador.

Quedamos tumbados retomando mi marido y yo la respiración normal.

¡Bien jodida te has quedado! – comentó el molinero, con la risa golfa de siempre – aunque haya sido aquí te pillo, aquí te mato.

Creo que debemos irnos ya, pues mientras llegamos… - indicó mi marido, levantándose.

Me incorporé ayudada por ambos. Noté inmediatamente un chorreón que me bajó por la cara interna de los muslos y las piernas.

Voy a lavarme – dije y me metí en el río otra vez, a la vez que ellos hacían lo mismo.

La escena me hizo graci: mientras yo me lavaba las piernas y el coño, ellos dos lo hacían con sus pollas.

¡Al rico lavado! – exclamó Aurelio y reímos los tres.

Salimos del agua y, con el calor que hacía, enseguida nos secamos y nos vestimos.

¿Hasta cuando vais a estar?

Hasta pasado mañana – respondió mi marido,

¿Por qué no bajáis mañana por la mañana y preparo una chuletada?

Nos miramos mi marido y yo.

¿Te llamo por teléfono esta tarde y te lo digo?

Me parece bien.

  • Dame el número – Aurelio se lo dio y mi marido lo registró en el móvil.

Pues ya te lo diremos.

Vale.

Sin más, nos dirigimos hacia la carretera. Al llegar a la verja, mi marido me atrajo hacia sí y me besó en la boca.

Te has portado.

No contesté y callados fuimos has ta el bar de Lavela. Charlamos con los dueños y comimos tranquilamente un sencillo, pero exquisito menú, en el que los productos eran propios de ese matrimonio: la lechuga y el tomate de la ensalada, de la huerta; la tortilla de patatas, con huevos recién puestos y patatas de su cosecha y, luego, unas tajadas de lomo de cerdo, de su matanza, conservado en aceite. Hasta el flan de postre estaba hecho por la dueña. Tomamos café y, acto seguido, subimos al coche, que estaba más que calentito, y nos dirigimos a Roqueda. Nos metimos en la habitación del alojamiento, que estaba fresquito y, quitándonos la ropa, nos metimos en la cama, sin apenas unas palabras. Apenas me di cuenta de que me quedé dormida enseguida.

Eran las seis y media cuando salimos a deambular por las viejas callejas de Roqueda. Antes de salir, mi marido me preguntó:

¿Qué le digo a Aurelio? ¿Bajamos mañana?

Lo que quieras.

¿Te apetece?

Me encogí de hombros. En ese momento, me era indiferente, pues lo ocurrido, aún sabiendo que era real, lo sentía como algo lejano.

Mi marido insistió:

Entonces ¿qué?. Tengo que llamarle.

Decídelo tú – yo misma me asombré de mi apatía; si bajábamos, pues follaríamos y seguro que iba a disfrutar y, si no, seguiríamos en la normalidad.

Le diré que sí.

Cosa que hizo y pasamos el resto de la tarde paseando y hablando con la gente, Cenamos, tomamos una copa en una vieja taberna y, a eso de medianoche, volvimos al alojamiento. Una vez en la cama, mi marido me pasó el brazo izquierdo por debajo del cuello y me besó. Eso era una rutina, pero era una rutina que me gustaba y que, salvo raras ocasiones, terminaba en una buena sesión de sexo. Esta vez no fue distinto: me acarició las tetas y yo me sentí inmediatamente dispuesta.

Tengo las tetas doloridas de esta mañana - le cogí la polla - Cabrón, ¿ya estás así? ¡Cómo la tienes!

Tú tienes la culpa, por ser tan puta.

Bien que me la has preparado esta mañana.

Tenía ganas de verte – su mano me acarició el coño y poco a poco sus dedos se metieron dentro del mismo.

Y ¿qué te ha parecido?

Me he tenido que aguantar para no correrme enseguida. Me ha puesto muy cachondo ver cómo te la metía. ¿La has sentido bien?

La he notado mucho cuando me entraba.

¿Te gusta la polla que tiene?

Es espectacular, muy dura – ya estaba yo jadeando por las caricias y excitada por la conversación – sigue dándome, que me has puesto caliente.

Buenos cuernos me has puesto, que hay que ver cómo te has corrido.

Me ha dado mucho gusto.

Se te han puesto los ojos en blanco y te han oído los gemidos hasta en el pueblo.

Ni me he enterado. ¡Ay! Sigue, sigue que me corro.

Tuve un primer orgasmo, sin dejar de pajear a mi marido.

Mañana quiero que te portes como una puta.

Sí, quiero ser muy puta. ¿Te gusta que lo sea?

Muy puta. Mañana le tienes que dar una buena mamada a esa polla tan gorda. A que te apetece

Ya sabes que me gusta mucho mamarla, que me pone muy caliente. Se la chuparé y tu me vas a mirar ¿verdad, cariño?. Quiero que me la vuelva a meter delante de tí y que me veas cómo te pongo los cuernos.

Yo seguía teniendo orgasmos y, de repente, mi marido me hizo poner encima de él para hacer un sesenta y nueve. Me metí la polla en la boca mientras él me lamía el coño y me daba mordisquitos en el clítoris. A poco, me corrí incontroladamente; le dí unos fuertes tirones a la piel de la polla y, entre los gemidos de los dos, recibí unos chorros de semen en la cara y en la boca. Cuando nos calmamos, me limpié la cara y nos dispusimos a dormir.

A la mañana siguiente, después de la ducha, al vestirnos, mi marido me pidió que no me pusiera bragas ni sujetador, así que me limité a un vestido de algodón con tirantes, abierto por delante y abrochado con tres grandes botones, atuendo que, por escote y cortedad, se hallaba en el límite entre lo discreto y lo provocativo: mostraba el arranque del canalillo entre las tetas y, por abajo llegaba a unos cinco dedos por encima de la rodilla, aunque, al andar, se abría la falda, enseñando un buen tramo de las piernas. Mi marido me entregó la botellita de lubricante para que lo llevara en la bolsa de rafia. Sin comentar nada de lo planeado, fuimos a desayunar a nuestro bar habitual. Después, ya eran las once, cogimos el coche y nos dirigimos al molino de Aurelio. Estaba cerrada la verja y mi marido bajó y la abrió; pasamos al otro lado y mi marido volvió a bajar del coche a cerrarla. Cuando arrancó, comentó:

¿Sabes que las nubes esas que hemos visto antes han crecido y están más oscuras? No sé si nos va a caer un chaparrón.

Al parar ante el molino, apareció Aurelio con su habitual jovialidad.

Buenos días, pareja, ya tengo las chuletillas preparadas y hasta he conseguido un par de haces de gavillas. Venga, pasad.

Contestamos al saludo y entramos por la puerta de la vivienda, atravesándola por una habitación en la que había en medio una mesa rectangular de comedor con la obligada media docena de sillas, un aparador y, junto a una ventana, una mesa camilla y dos butacas orejeras; a la derecha, una puerta abierta mostraba la cocina. Salimos al otro lado y, delante, estaban dispuestos en el suelo los sacos del día anterior. Mi marido miró al cielo, en el que se veían unas nubes grises que amenazaban lluvia.

Me parece que nos vamos a mojar.

Puede que sí, puede que no; en todo caso no creo que sea nada del otro jueves.

Espero que lleves razón – apostilló mi marido.

¿Nos bañamos antes de que caiga? Dejad la ropa dentro.

Nos guió al interior y, desde la habitación que habíamos atravesado, abrió una puerta que daba a un pasillo, en el cual abrió otra puerta y llegamos a un amplio dormitorio en el que había un armario antiguo y una cama enorme, alta, con cabecero y pie en metal dorado, además de un par de mesillas, un par de sillas y una percha de pie.

Los tres procedimos a desnudarnos con aparente naturalidad y comentarios sobre la posible lluvia y su consecuencia en la chulatada. Miré disimuladamente a la polla de Aurelio y, como si fuera su aspecto habitual, estaba tiesa, con las venas marcadas: daba gusto verla. Mi marido también la tenía erguida. Desfilamos los tres al exterior y nos dirigimos al mismo lugar del día anterior. Aurelio se metió en el río y, volviéndose, alargó los brazos para ayudarme cogiéndome por la cintura: puse mis manos en sus hombros y me dejé caer. Me sostuvo haciéndome descender lentamente, restregando su polla por los muslos y el vientre hasta que se detuvo contra el ombligo cuando mis pies se asentaron en el fondo. Oí el chapoteo de mi marido al meterse en el agua detrás de mí y sentí su cuerpo contra la espalda y la polla contra mis riñones.

Me resultaba agradable tener mi cuerpo emparedado, era morboso; además, el calor que recibía paliaba la frescura del agua, pero, sin saber por qué, les dije:

¡Qué prisas tenéis!

Bueno.

Al decir esto, Aurelio me soltó, dejándose caer hacia atrás y nadando de espaldas, con su gran polla sobresaliendo del agua. Un buen espectáculo. Me lancé a nadar. Por cierto que Aurelio nadaba muy mal, como un perro. Apenas llevábamos unos minutos, cuando el sol, ya ligeramente velado, se obscureció. Un trueno llegó a nuestros oidos, Salimos del río y empezaró a llover cuando alcanzábamos la entrada de la casa. Aurelio se demoró recogiendo los sacos. Caminamos hasta el dormitorio dejando las huellas de los pies mojados sobre la tarima. Nos secamos con las toallas que sacó Aurelio. Se oyó un gran trueno y, por la abierta ventana, contemplamos un auténtico diluvio, que el viento arrastraba dentro de la habitación. Cerramos la ventana y Aurelio, con su aire golfo, soltó:

¿Por qué no jodemos un poco? Tengo la herramienta hambrienta – se palmeó por abajo la polla.

A todos nos gusta.

No dije nada. Mi marido me pasó un brazo por los hombros y me metió la otra mano entre los muslos acariciándome el coño. El molinero se tiró de epaldas encima de la cama, con gran estruendo del somier que indudablemente era de los antiguos metálicos.

¡Pues todos a la cama!

¡A joder se ha dicho, cariño! – me empujó mi marido hacia la cama.

Subí a la alta cama a gatas y ante mis ojos se erguía la maciza polla de Aurelio que me atrajo de tal manera que, casi sin pensarlo, me la metí en la boca, que tuve que abrir al máximo. Su dueño me empujó la cabeza hacia delante.

¡Jode, qué bueno!, ¡Trágatela entera!

Tuve que reaccionar porque, a pesar de que lo intenté, al llegar la polla a la garganta, me dieron arcadas, así que me separé y le lamí los gordos huevos: Volví a meterme la polla en la boca. Mientras se la mamaba, adelante y atrás, me noté cada vez más excitada. Me gustaba, me gusta, mamar, sea una polla tiesa que una fláccida y notar que va creciendo y poniéndose dura. Esta era la tercera polla que mamaba: la de mi marido, infinidad de veces; la segunda fue la de Emilio, en los tres días últimos que con él me cité, incluyendo, en el tercer día, una mamada completa, haciendo que se corriera en la boca. Y, a la tercera… la vencida: la polla mejor de todas, tan fabulosa de tamaño y de dureza, ni antes, ni después volvería a disfrutar de otra igual. Y no es que la de mi marido sea desdeñable; en plan de guasa se la medí un día: 19 cms. de larga y, el prepucio, 6 cms. de diámetro aunque algo más estrecho el resto: estupenda ¿no?. Pero la de Aurelio… Ya sé que para conseguir unos buenos orgasmos no hace falta tamaño "extra grande", pero psicológicamente ayuda, salvo que haya desproporción entre polla y coño y se produzca dolor.

¡La puta! ¡Que me estalla! - gritó, resoplando.

Volví a separarme y a lamerle los huevos. Otra vez, adentro. Apenas había reiniciado, gritó:

¡Para, que me corro y quiero metértela en el coño!

No hice caso y continué, cada vez más excitada.

¡Joder! Que no aguanto más,

¡Déjala, que está disfrutando, que le gusta la leche! – oí a mi marido, sentado en el borde de la cama, detrás de mí.

"Gracias, cariño", pensé. Estiré la piel de la polla y pasé la lengua por debajo del glande.

¡Ay!, so zorra, que me corro, que me corro, toma leche, puta. ¡Agggg!

Sin dejar de lamer, giré hacia un carrillo la polla que, en repetidos chorros, me llenó la boca de semen; tragué parte y, cuando cesaron los espasmos, me separé, incorporándome, dejando que el semen resbalara de mi boca por la barbilla y cayera sobre los pechos. En ese momento, m marido me hizo girar cayendo de espaldas apoyada en Aurelio que, abrazándome por detrás, me agarró las tetas con sus grandes y ásperas manos. Mi marido me separó las piernas y, bruscamente, se tiró entre ellas y me metió la polla violentamente en el coño. Estaba yo tan caliente que me gustó esa salvaje metedura de polla y, enseguida, empecé a disfrutar; bien me conoce mi marido que sabe cómo hacerme tener un orgasmo tras otro hasta que, no pudiendo el pobre aguantar más, se corre dándome un fuerte empellón.

¡Qué! Aurelio, ¿quien la mama mejor, la Evarista o esta mujer tan puta que tengo?

Me molestó inicialmente la frase, pero pensé que yo misma le había dicho que quería portarme como una puta.

Pues, si te digo la verdad, tu mujer maneja la lengua como nadie. Y anda que no me la han chupado unas cuantas

¿Por qué no os calláis los dos un rato?

Quedamos medio adormilados, hasta que Aurelio exclamó:

Venga, chicos, que ya no llueve y hay que asar las chuletas.

Yo me quiero lavar, que estoy pegajosa.-

Ahí enfrente tienes la ducha.

Pasé al otro lado del pasillo. Había un cuarto de baño normal, aunque se le veía un tanto desvencijado; faltaban algunas baldosas y la cortina de la ducha se hallaba medio descolgada. Como compensación, el agua salió bastante caliente. Me sequé y me vestí en el dormitorio. Salí al exterior, en el que el sol lucía ya con fuerza, en el momento que Aurelio y mi marido montaban un tablero sobre un par de borriquetas y tres sillas plegables de madera, a la sombra de los árboles. El molinero trajo un hule y lo extendió sobre el tablero. Más tarde, partió unos sarmientos y, después de colocarlos entre unas piedras, los prendió fuego. Acto seguido, sacó del interior un tarro con sal y un paquete; sacó una exagerada cantidad de chuletas de cordero del mismo, extendiéndolas y salándolas. Volvió a sacar de la casa esta vez una hogaza de pan, una fuente de porcelana y una tela metálica, colocando esta última sobre las piedras y el fuego, convertido en brasas y fue colocando las chuletas encima. Le pidió a mi marido que trajera de la cocina una garrafilla de vino y tres vasos. Aurelio dio por hecho que no necesitábamos tenedores ni cuchillos. Dimos cuenta de la pitanza alegremente. Un café de puchero y unos tragos de orujo redondearon la comida.

Lo comido y lo bebido me produjeron somnolencia y Aurelio me sugirió:

Vete a la cama, ahora iremos nosotros, en cuanto terminemos los cigarros.

No me hice de rogar y, quitándome la ropa excepto las bragas, me metí entre las sábanas. Adormilada, a pesar de los crujidos del somier, apenas noté cuando Aurelio y mi marido se tumbaron junto a mí, uno a cada lado. No se cuánto tiempo pasaría hasta que me despertó la mano de Aurelio acariciándome el muslo; y su polla se apretaba contra mí.

¿Ya estás otra vez?

Es que se me pone tiesa ella sola.

Me has despertado.

Si has dormido un montón.

¿Qué pasa? – se desperezó mi marido, volviéndose hacia mí.

Aurelio, que es un obseso o, mejor, un obsexo. Ya está con la polla tiesa.

Y tú ¿cómo estás? – su mano se deslizó entre mis muslos hasta llegar al coño.

Muy normalita… hasta ahora, pero si seguís

¿Seguimos, Aurelio?

Yo creo que sí – su mano me agarró una teta.

Venga, cariño, agárranos la polla.

¡Hala! Cómo estáis los dos – cogí una polla con cada mano y empecé a pajearlas.

Ya se te está mojando el coño.

Es caliente tu mujer y está buenísima.

Claro que sí y le gustan las pollas ¿verdad, zorra?

Me gustan así, bien tiesas – respondí ya excitada y muy caliente.

Chúpalas, que te gusta.

Eso, mámalas, que lo haces cojonudamente.

Me incorporé, me puse a cuatro patas y me las fui metiendo en la boca alternativamente, mientras con las manos pajeaba a la estaba fuera. Al cabo de un buen rato, Aurelio saltó volviéndome, se puso a los pies, separándome las piernas y metiendo la cabeza entre ellas.

¡Te voy a comer el coño!

Dicho y hecho. Sus manos me abrieron la raja y su lengua se metió dentro, subía hasta el clítoris y sus dientes lo mordisqueaban. El placer me llenó y empecé a gemir, pero esos gemidos quedaron ahogados porque mi marido, poniéndose a ahorcajadas sobre mí, me metió la polla en la boca. Tuve varios orgasmos hasta que Aurelio, separándose, exclamó:

¡Y, ahora, te voy a meter toda la polla en el coño, hasta los huevos

Mi marido se quitó de encima y Aurelio me abrió la raja con las manos, metiéndome los dedos.

Este si que es un buen agujero, ¡cómo chorrea! – me metió el pollón sin que no solo yo sintiera molestia, sino que me produjo un placer intenso – ¡Cómo lo tienes, aquí cabe un camión!¡Qué buena zorra tienes!

La mejor y la más puta. Date la vuelta que se la meto a la vez por el culo.

Mientras Aurelio se daba media vuelta conmigo ensartada, mi marido se acercó a mi bolso, sacó el frasquito de lubricante, volviendo rápidamente a la cama; me untó el agujero metiéndome el aceita con un dedo y engrasándose desùés la polla.

Despacio, cabrón, métemela despacio – le pedí completamente excitada ante la realización de una fantasía de la que habíamos hablado tantas veces.

Mi marido se colocó detrás, me separó las nalgas y noté cómo su polla se metía poco a poco en mi culo, suavemente, al fin y al cabo, ya tenía cogida la medida. Pensé que si hubiera sido la polla de Aurelio me habría dolido, pero solo noté una cierta tirantez al tener las dos pollas metidas tirantez que hizo aumentar el placer que sentía. Con la sensación de notar los dos cuerpos contra mí y los primeros envites pensé que me volvía loca. Noté que, entre mis gemidos, les pedí que me dieran fuerte, mientras que los dos me trataban de puta y, llenos de excitación, soltaban toda clase de palabras y frases groseras. Pero los orgasmos que iba yo teniendo, cada vez más fuertes, hicieron que ya no fuera consciente de las palabras ni de los ruidos del somier, hasta que me vino un salvaje orgasmo que me provocó unos espasmos contenidos por los dos cuerpos que tenía arriba y abajo.

Yo no aguanto más.

Ni yo, joder.

Les sentí apretarse más contra mí, como si pudieran meterme las pollas más adentro y gritar un ¡aggg!, al correrse.

Mi marido se salió suavemente de mi culo y yo me quité de encima de Aurelio. Los dos tenían aún las pollas bastante erguidas y brillantes. Me gustó la situación y, curiosamente, aunque era mi primera penetración doble, tuve una sensación de naturalidad.. Quedamos sobre la cama, yo en medio. Me acariciaban.

¿Qué tal, cariño?

Bien.

¿Bien, bien-bien o muy bien?

Muy… bien. ¿Y vosotros?

Por mí, muy bien – afirmó mi marido.

¡Hostias! Yo me lo he pasado en grande: con una tía tan buena y tan caliente como tú, se queda la polla la mar de contenta; ¡joder!, qué mujer tienes.

Pues búscate una.

Si la encontrara igual, desde luego.

No sé cuánto tiempo pasaría, pero sus caricias me fueron provocando un placer que fue en aumento, sobre todo cuando sus dedos se fijaron en los pezones y en el clítoris. Me noté los pechos, el coño y el culo doloridos.

Suave, que estoy dolorida - les pedí a la vez que les así los penes que, enseguida, se pusieron tiesos.

Me vinieron algunos orgasmos, cada vez más placenteros, con los jadeos de los tres y las frases habituales..

¿Te la metemos ya, cariño? – me preguntó mi marido.

Se me ocurrió algo que, de vez en cuando le pedía a mi marido y que, en esta ocasión, me apetecía. Les solté las pollas y mi mano derecha me la puse en el coño y la izquierda a acariciarme las tetas.

Yo ma la hago y vosotros soltadme la leche encima.

Se pusieron de rodillas girándose ha cia mí, sacudiéndose las pollas, mientras miraban cómo me acariciaba. Fui acelerando las caricias en el coño y, cuando me vino el orgasmo les grité:

¡Ayyyyy!¡Que me corro!¡Soltad la leche, cabrones!.

Ellos también gimieron:

¡Ahí te la suelto, zorra!

¡Toma leche, puta!

De sus pollas salieron ráfagas de semen que me cayeron sobre la cara y los pechos. Se tumbaron los dos mientras observaban cómo esparcía el semen sobre las tetas y la cara.

Buen riego – rió Aurelio.

Es que le encanta.

Al cabo de un rato, nos levantamos. Automáticamente, noté como me corrían piernas abajo unos chorreones de fluidos. Me lavé en la ducha y, cuando volví a la habitación, encontré ya vestidos a Aurelio y a mi marido. Se quedaron mirándome.

Que estás cojonuda – exclamó el molinero

Salimos al exterior, fumamos unos cigarrillos tomando unos botellines de cerveza y hablamos de la vida que hacía Aurelio allí. Cuando atardeció, nos despedimos del molinero, el cual me dio un achuchón, agarrándome el culo. Mi marido le dio una tarjeta, por si iba por Madrid, y subimos a .Roqueda.

Después de tomar algo de cena, nos recogimos en el alojamiento y nos acostamos, momento que siempre ha sido el de nuestras confidencias en los preámbulos del follar, con el brazo de mi marido debajo del cuello. Su mano se introdujo, también como siempre, por la abertura del pijama, cogiéndome un pecho.

Bien, ¿estás contenta?

¡Cuidado! Que tengo las tetas doloridas; acaríciame despacio.

Vale. ¿Contenta con el día?

Eres un cabronazo.

Pero has disfrutado ¿no? Por lo menos, eso es lo que me ha parecido. Entre la mamada que le has hecho, mi follada y, sobre todo, cuando te hemos metido las dos pollas a la vez, bien que has gemido y chillado. Por fin, has tenido dos pollas dentro. Reconoce que te ha gustado.

No digo que no.

¿Te gustaría repetir?

Si nos vamos mañana

No digo con Aurelio, sino con otros, si surge la ocasión.

Depende de con quien. Cariño, me vas a convertir en una puta.

Pero te gusta

Sí me gusta – ya me estaba yo calentando – me ha gustado sentir las dos pollas dentro, tan apretada. ¿Y tú?.

Bueno, tenía la polla contra la de él y hasta se han rozado los huevos.

¿Te ha gustado?

Pues… sí; la cosa tenía su morbo. ¿Qué es lo que más te ha gustado aparte de los orgasmos?

Todo… aunque la mamada, cuando se ha corrido, y ver los surtidores cuando os habéis hecho las pajas.

Entre las suaves caricias en los pezones y lo que hablábamos, ya estaba yo con ganas; alargué la mano y le cogí la polla.

¡Cómo la tienes! Vas a terminar con dolor de huevos.

Tú tienes la culpa de ponerme tan cachondo – hizo ademán de ponerse sobre mí.

Tengo el coño dolorido, déjame que me haga una paja, pero méteme la polla en la boca que te hago una mamada, que me apetece.

Así fue: me hice una paja suavemente hasta que me corrí, mientras con la polla dentro de la boca, le acaricié con la lengua la base del prepucio, hasta que me llenó la boca de semen.

¡Qué bien la mamas! Me gusta lo puta que eres y lo que te gusta joder.

No me digas nada si te pongo un montón de cuernos.

Al día siguiente, nos fuimos de Roqueda. No hemos vuelto.