El mirón de las duchas
Arturo está obsesionado con la churra de su entrenador, hasta el punto que lo espía cuando se ducha.
Marzo, 1996
Javier siempre había estado obsesionado con el sexo. Desde que tenía uso de razón se había visto atraído por las redondeces de las mujeres: sus pechos, sus nalgas…Todo lo que las hacia distintas del genero masculino llamaba su atención y su curiosidad por saber que escondían debajo de las ropas era mayor cada día.
Su infancia transcurrió durante los años sesenta, en una España donde la censura de una dictadura en decadencia y una ciudadanía ignorante se dejaba alimentar por unos dogmas retrógrados. Circunstancia que propiciaba que, los críos como él, se educaran en la creencia de que todo lo que tenía que ver con la sexualidad era pecaminoso y quienes sucumbían a los placeres de la carne tenían comprado su pasaje de ida al infierno.
La atracción que, de natural, ejerce lo prohibido en la mente humana, acrecentó el empeño del muchacho por experimentar todo aquello que tachaban de tabú. Para él los sermones de los curas estaban de más, pues consideraba que cualquier cosa relacionada con la religión y con quienes la impartían, tenía poco de cierto y mucho de superchería.
En la adolescencia, y a pesar de vivir en un pueblo de la provincia de Huelva donde el comadreo local estaba a la hora de con quien salía menganita y a quien se arrimaba fulanito, consiguió tener sus primeros escarceos amorosos. A ello ayudo su gran atractivo físico y su buena parla. Practicar el juego de la seducción se le daba tan bien y le producía tanta satisfacción personal que en cuanto obtenía su premio, su presa dejaba de interesarle y buscaba otra que supusiera un reto mayor.
De los cinco años que pasó obteniendo el título de técnico electricista, raro era el mes que una de las alumnas de la Rama Administrativa no terminaba sucumbiendo a sus encantos y enrollándose con él. Aquella gran promiscuidad le hizo obtener una fama de chico malo y no recomendable, que en vez de repeler a las chicas, lo convertían en un individuo de lo más tentador.
Lo malo de ser guapo y tener un físico potente, es que terminas atrayendo a quien no te apetece que se fijen en ti. A las tías cardos del pueblo no le importaba tenerlas revoloteando a su alrededor pues, en cierto modo, alimentaban su más que enorme ego. Lo que no soportaba era que los maricas se fijasen en él.
Había un tío de Isla Cristina que estudiaba delineante, un tal Alfonso, con más pluma que una manada de pavos reales y al que Javier no podía ver ni en pintura. Cada vez que lo veía se le quedaba mirando como si tuviera monos en la cara. Era más que obvio que al chaval le ponía mogollón, cosa que a él le indignaba. Era como si su hombría se viera mermada al sentirse deseado por lo que él consideraba una rareza de la naturaleza.
Un día, junto con dos colegas más, le tendieron una trampa. Aunque lo que pretendían darle un escarmiento para que lo dejara en paz con tantas miraditas y tanto rollo como se traía. En el transcurso de la pesada broma, en la que tras desnudarlo lo sometieron a las peores de las humillaciones, Javier sintió como su pene se hinchaba. Imponer su voluntad a otra persona, aunque fuera del mismo sexo, le excitaba cosa fina, luego estaba lo mucho que le atraía las redondeces de un culo, daba igual que este fuera peludo y en la parte posterior, en vez de un chocho, luciera un nabo. Pese a que el castigo solo fue vejatorio y lo sexual no tuvo cabida, a él le pareció de lo más estimulante. Tanto que aquella noche terminó pajeándose con la imagen del trasero del afeminado chico.
Lejos de sentirse mal consigo mismo por aquel increíble descubrimiento sobre sus apetencias carnales, hizo lo que hacía siempre: calmar su curiosidad experimentando lo desconocido. En cuanto tuvo ocasión, y a espaldas del resto de sus amistades, hizo todo lo posible por ganarse la confianza de Alfonso. Follárselo le resultó una sensación de lo más placentera. Introducir su cipote en un orificio más estrecho de lo normal, someter a sus antojos a una persona de su mismo sexo, percibir sus huevos colgando a escasos centímetros de su miembro viril y escuchar sus jadeos de placer cada vez que su masculinidad perforaba su ano. Le agradó tanto o más que hacerlo con una tía. Conseguido su cometido, y a diferencia de las chicas a las que una vez se tiraba abandonaba como botellas vacías, prosiguió viéndose con el chaval durante un tiempo, ¡eso sí!, a escondidas de todos y con un absoluto secretismo.
Quizás porque Ayamonte y sus alrededores se le iban quedando pequeño para sus correrías sexuales o porque estaba ansioso por probar cosas nuevas, buscó trabajo en una empresa de Sevilla y se mudó a vivir allí. Lejos de los cotilleos de la plaza del pueblo y con el anonimato que da no tener un pasado conocido, prosiguió haciendo alarde de sus dotes de depredador sexual.
Con el paso de los años conoció a María José, una sevillana con la que formalizo una relación que acabó en boda. Como todo matrimonio que se precie terminaron trayendo hijos al mundo. Al año de casado vino Laura y dos años más tarde Asier. De ser una bala perdida pasó a ser todo un padre de familia responsable.
Que hubiera sentado la cabeza no quiso decir que abandonara sus flirteos tanto con un sexo, como con otro. Para sus relaciones con hombres, no precisaba frecuentar lugares de ambientes como saunas, zonas de “cruising”… Por lo que era bastante improbable que algún conocido pudiera descubrir su sexualidad oculta e ir a su mujer con cualquier chismorreo.
Para alguien que estaba siempre al acecho, no tenía ninguna complicación saber en qué momento alguien había sucumbido a sus encantos. Eso podía pasar en el trabajo, en el gimnasio, tomando un café en un bar o simplemente mirando un escaparate. Desde muy joven estaba acostumbrado a sentirse deseado y le era facilísimo detectar cuando esto ocurría.
Javier estaba tan enamorado de sí mismo que si a algo le dedicaba horas era a cuidar su cuerpo. A las muchas horas que pasaba en un gimnasio levantando pesas, había que sumarle las que dedicaba a entrenar a un equipo de Rugby de su barrio. Aquel deporte le había fascinado durante toda su vida, de joven lo practicó e incluso llegó a estar federado, sin embargo una lesión de rodillas acabó con su prometedora carrera. Del mismo modo que los padres intentan que sus hijos triunfen donde ellos han fallado, aquel grupo de jóvenes que entrenaba le servía a Javier como sucedáneo de su sueño incumplido.
Con tanta actividad extra curricular le quedaba poco tiempo para su familia. Por lo que, ante una especie de ultimátum de su esposa, tuvo que reducir las horas que dedicaba a su cuidado personal. Como no estaba dispuesto ni a renunciar a su puesto de entrenador, ni a seguir alimentando su vanidad con las horas dedicadas a levantar pesas. Optó por los tres días a la semana que pasaba preparando al equipo de rugby, hacer los mismos ejercicios que sus pupilos. No era lo mismo que los tutes que se pegaba en el gimnasio, pero al menos podía seguir puliendo su escultural físico.
Aquel grupo de adolescentes para otro tipo de depredador sexual sería un campo de cultivo, para él no era así. A él le gustaba despertar el deseo en los demás, no forzar a que este surgiera. Por lo que nunca se planteó tener rollo con alguno de los jugadores, máxime cuando no imaginaba que a ninguno le pudiera ir como él decía: “la carne en barra”.
Sin embargo, por estadística, siempre que hay más de diez hombres juntos por lo menos a uno le va la marcha. Cosa que constató un día mientras se duchaba, después de una dura sesión de entrenamiento. Uno de aquellos corpulentos jugadores, al descubrir su voluminoso y marcado cuerpo desnudo bajo la cortina de agua, no pudo reprimir lanzarle miradas furtivas. Aquello le pareció insólito, pues el chaval estaba lejos de lo que él pensaba que debía ser el prototipo gay. No obstante, a sus treinta y ocho años había aprendido que no siempre las cosas son lo que parece y que existían muchos corderos con piel de lobo.
Arturo, pues así es como se llamaba su admirador, era un tío grande, de casi metro noventa. Poseía una espalda ancha, unos enormes bíceps a juego con sus gigantescos hombros y unas musculadas piernas peludas que le conferían un aspecto de tipo rudo. De piel morena, con un cabello negro como el azabache y ojos grises, su aspecto estaba lejos de ser el del típico afeminado. Pero, por lo que había podido intuir su entrenador, el viril joven se sentía atraído por su desnudez y, sobre todo, por lo que le colgaba en medio de las piernas.
Vislumbrar la posibilidad de poderse follar un culo joven, y seguramente por estrenar, como el de aquel chico, hizo que no pudiera reprimir una leve erección. Circunstancia que no pasó desapercibida por el joven mirón, quien aterrorizado ante la posibilidad de ser descubierto, apartó la mirada de manera fulminante, se terminó de vestir y se largó como alma que lleva el diablo.
Aquella noche mientras le hacía el amor a su mujer, dejó que su mente vagara entre sus fantasías más recónditas. En ellas se veía sometiendo al muchacho, sodomizando su culo prieto de un modo tan salvaje que Arturo no podía parar de gritar, cuanto más imaginaba sus quejido, más excitado se sentía y con más frenesí penetraba a su esposa. Cuando alcanzó el orgasmo y tras dedicar unos cariñosos minutos de cortesía a María José, se tumbó a su lado y comenzó a idear un plan para embaucar a su nueva presa.
El siguiente día de entrenamiento, tras hacerlos sudar de lo lindo, los muchachos pasaron al vestuario del polideportivo para darse su merecida ducha. Con perspicacia y firmeza por igual, comenzó un arriesgado juego de seducción con Arturo. Se colocó junto a él y se fue desnudando con serenidad, charlando e intercambiando bromas con los demás jugadores para distraer la atención sobre el pequeño y sutil striptease que estaba dedicando a su joven admirador.
No contento con ello, una vez se quitó los slips siguió chanceando con los demás chicos, dejando su largo y moreno rabo a la altura de la cabeza de su admirador, a quien los nervios, dado lo tensa de la situación, no lo dejaban ni desanudar correctamente los cordones de sus botines.
Para seguir encendiendo el deseo del muchacho, Javier se colocó en una de las duchas que quedaba más visible desde la posición de Arturo. Con el resto del equipo transitando por los vestuarios, el entrenador comenzó a hacer alarde de sus habilidades incitadoras de un modo que solo era evidente para el muchacho, quien mantenía una fuerte lucha interior entre bajar la mirada o dejar que sus ojos se deslizaran hacia donde se encontraba el fornido treintañero.
Consciente de la pasión que despertaba en Arturo, el hombre se enjabonó copiosamente los genitales y el tórax. Dejó que una abundante cantidad de espuma cubriera su pecho, su barriga y su pelvis, para después restregarla de un modo que se aproximaba peligrosamente a lo sensual. Se acariciaba la areola de las tetillas, jugueteaba con los vellos de su pecho, paseaba los dedos por las marcadas líneas de su abdomen y se tocaba la verga de una forma casi impúdica.
Como tampoco quería ser muy descarado y no quería que nadie se percatara de su pecaminoso juego, una vez comprobó que sus sospechas eran más que ciertas, se colocó debajo del chorro de agua caliente, borró cualquier muestra de jabón sobre su piel, se secó y se vistió con su rapidez habitual.
Aquella noche llegó a casa tan caliente que mandó a los niños a la cama un poco antes de tiempo y, una vez consideró que estaban dormidos, volvió a follar con su mujer de un modo bestial y desmedido. En sus pensamientos no era María José quien soportaba los envites de su cuerpo contra el suyo, sino que era Arturo a quien poseía hasta llegar al paroxismo. Del mismo modo salvaje que la penetró, su cuerpo llegó a la cumbre del placer. De nuevo, después de cumplir con las protocolarias muestras de afecto hacia su mujer, comenzó a maquinar un plan que le permitiera convertir en realidad su deseo de taladrar el culo del joven jugador.
El sábado fue más estricto de lo corriente con el equipo. Por cada falta individual que cometieran, al final del entrenamiento les obligaría a dar una vuelta al campo. Hizo acopio de sus habilidades manipuladoras y procuró poner a Arturo, de por sí ya bastante nervioso y distraido, en las zonas de ataque más conflictiva para que terminara cometiendo multitud de “knock-on” y dos “line-out”, con lo que fue de los quince jugadores quien tuvo que correr durante más tiempo.
Uno a uno los demás miembros del equipo fueron abandonando el pabellón deportivo y el chaval seguía dando vueltas. Cuando concluyó su “castigo”, agotado, fue a darse una más que merecida ducha. Sin nadie en los vestuarios, solamente él y su víctima, Javier comenzó a llevar a cabo el plan que tan minuciosamente había gestado.
Lo primero que hizo fue desnudarse a escasos centímetros del muchacho. La lentitud con la que se quitó las botas de deporte, los calcetines, la camiseta… Una vez tuvo el tórax al descubierto, al igual que hiciera la vez anterior, comenzó a hacer círculos sobre sus tetillas, a juguetear con el rizado vello que cubría su abultado pecho…
Miró de reojo a Arturo y en la cara de este se pintaban reacciones contradictorias, por un lado estaba asombrado ante el proceder de su acompañante, por otro lado una expresión de pánico no se borraba de su rostro, al tiempo que una lujuria desmedida brillaba en el iris de sus ojos.
Javier, sabiéndose dueño absoluto de la situación, se quitó los pantalones de deporte con desidia, dejó su miembro viril pendular ante la atenta mirada de su acompañante y, sin prestarle aparentemente demasiada atención, caminó hacia una de las duchas que estaba más escondidas. Provocando con ello a que el chico tuviera que mover ficha si quería seguir disfrutando del espectáculo.
Como supuso, y escondido al amparo de una de las columnas del edificio, Arturo prosiguió espiándolo. La sensación de sentirse la diana del deseo de alguien era para Javier una de las emociones más gratificantes, el añadido de la juventud de aquel chico hacía esa sensación más satisfactoria aun. Saber que aquel corpulento joven anhelaba acariciar su cuerpo propició que comenzará a excitarse. Tal como si fuera un ritual largamente ensayado, tras lavarse bien el ano y las axilas, envolvió su pelvis, su tórax y sus piernas en una nube de espuma.
Se sobó los huevos de un modo soez, a la vez que borraba cualquier rastro de suciedad de ellos. Notó como su verga se llenaba de sangre, pero no se la tocó con impudicia, simplemente se limitó a limpiarla bien, esmerándose más en el glande el cual mostró sin pudor alguno. Arturo vio el enorme capullo en todo su esplendor y no pudo evitar que su polla se empinara levemente.
La situación para el muchacho era de lo más preocupante, nunca antes había estado con un tipo de la edad de Javier. Sus experiencias homosexuales se limitaban a hacerle alguna paja a uno de sus compañeros del instituto y aquella vez, que con tres cubatas de más, se la mamó a Oscar, el capitán del equipo, quien iba también tan pedo que no se enteró de nada de lo sucedido. Pese a que tenía claro que le gustaban los tíos y no podía apartar la mirada de aquel semental madurito, estaba aterrorizado por cómo pudiera acabar todo aquello.
El entrenador tras pasear sus manos de un modo insinuante por su duro abdomen, se la llevo a las tetillas. Dibujo círculos con sus dedos sobre sus areolas, para después terminar pellizcando contundentemente la punta de sus pezones. Aquello le ponía cantidad y para exteriorizar su satisfacción se mordía la punta de la lengua de un modo morboso. Parecía que quisiera envolver cada movimiento en un halo de intimidad, como si quisiera hacer creer al chaval que no se sabía observado, por lo que se abstuvo de dirigir la mirada hacia donde creía que se había ocultado su mirón particular.
Arturo excitado ante la libidinosa exhibición que se desarrollaba a escasos metros de él, se metió mano a la polla la cual se erigía como una daga punzante que quisiera escapar de la prisión de algodón que lo envolvía.
Volvió a mirar al colosal semental que tenía ante sí y llegó a la conclusión que su entrenador estaba para hacerle la ola. Su imagen y sus movimientos eran de lo más sugerente: Su cipote moreno surgía de entre medio de la manta de espuma como un leviatán imparable y la testosterona fluía por cada uno de los poros de su enorme amasijo de músculos de una forma bestial. Ansiaba tocar aquella enorme pértiga de sangre que se mostraba orgullosa ante sus ojos. Una de sus manos se refugió bajo el pantalón de deporte y comenzó a masturbarse.
Javier parecía tener un sexto sentido para estas cosas, pues en el momento que creyó advertir que el muchacho había caído de pleno en su red, dio paso a la siguiente parte de su elaborado plan. Dejó de juguetear con sus pezones y se enjuago de manera fulminante, sin secarse ni nada camino con paso firme en dirección a donde se encontraba el caliente jugador.
Pasó por su lado, casi sin prestarle atención. Fue hacia la puerta de entrada y cerró su pestillo interior. Dejando que la arrogancia y la chulería impregnaran cada uno de sus movimientos, se dirigió hacia Arturo, quien a pesar de la incertidumbre y el nerviosismo, seguía tocándose la polla de forma descarada, como si actuara con el piloto automático puesto.
—¿Pero que tenemos aquí? —Su voz sonaba grandilocuente —. Pero si es Arturo con los huevos duros. ¿Te pone ver el cipote de tu entrenador?
Preso de la perplejidad ante la teatral reacción del viril treintañero, el mirón no supo ni qué decir, ni qué hacer.
—¡¿Qué pasa?! ¡¿Se te ha comido la lengua el gato?! —Las preguntas no cuestionaban nada y estaban pronunciadas con un tono autoritario.
El entrenador al ver que los labios de su admirador seguían cerrados a cal y canto, recorrió su robusto cuerpo con la mirada. Al comprobar que tenía una erección del quince, se sonrió por debajo del labio y añadió en un tono burlesco:
—Tu boquita no dirá nada, pero no hace falta, ya tu polla responde por ti. ¿¡Te pone mirarme la polla?! ¿Te gustaría tocármela?
El enorme jugador estaba absorto ante el cuerpo desnudo de su entrenador, verlo como su madre lo trajo al mundo y con una babeante verga mirando al techo lo tenía exultante, no obstante, la agresividad que emanaban sus palabras lo mantenían como petrificado y era incapaz de tomar ninguna decisión.
Javier estaba eufórico ante el comportamiento de su víctima, nunca antes se había encontrado con alguien tan manejable. Ver como el chico, a pesar de su madurez, era tan inocente como un colegial, propició que su polla vibrara de excitación. Alargó una mano hacia la muñeca del muchacho, la agarró con fuerza y la llevó hacia su entrepierna.
—Pues si te gusta mirar, también te gustará tocar.
Fue posar sus dedos sobre la erecta pértiga y el jugador notó como una electrizante sensación recorría vertiginosamente su columna vertebral hasta llegar a su cerebro. El vigor de aquel vibrante musculo encendía sus sentidos cosa mala y no podía evitar de agarrarlo con mas fuerza. Cerró los ojos plácidamente y se dejó llevar.
El entrenador no podía estar más satisfecho con el modo en que se estaba desarrollando todo. El adolescente a pesar de ser un catálogo de fuerza y vigor, estaba demostrando tener una personalidad débil y moldeable. Poder jugar con aquel contraste era mucho más de lo que el dominante individuo esperaba encontrar en aquel vestuario, por lo que decidió tensar más la cuerda y subir un escalón más en sus exigencias.
Cogió la barbilla del intranquilo chico y, forzándolo a que sus ojos se encontrara con los suyos, le dijo en un tono autoritario:
—Pues ahora que la has tocado, tendrás que probar su sabor.
La contundencia con la que fueron pronunciadas las palabras fulminó cualquier atisbo de dignidad que le quedará al ocasional mirón. Estuvo a punto de negarse, pero notar como aquel rabo palpitaba entre sus dedos lo tenía pletórico. Era tan inexperto en aquello que le pedía que temía equivocarse y podría terminar despertando la furia de Javier. Se agachó de un modo que rozaba la sumisión, miró el violáceo capullo, las venas que recorrían su tronco, los enormes huevos peludos y supo lo que debía hacer.
Agarró la vibrante pértiga entre sus dedos y acercó sus labios hasta su parte superior. Olisqueó levemente el enorme glande y posó la punta de la lengua sobre él. Su sabor era muy diferente al que recordaba de su primera y única vez. El regusto que quedó en su paladar le agradó cosa mala, sin más preámbulos envolvió el brillante capullo entre sus carnosos labios.
El treintañero al notar el calor de aquella caliente boca sobre su miembro viril, no pudo reprimir un largo bufido. Había deseado tanto someter al muchacho a sus caprichos, que al ver sus anhelos hechos realidad no se tenía en sí. Por la torpeza que demostraba, aquel niñato no se había comido muchas pollas, en un par de ocasiones le rozó levemente con los dientes y, aunque no le hizo daño, encontró una excusa perfecta para seguir con su ritual de adiestramiento.
—¡Ten cuidado y no me muerdas! —Gritó propinándole una contundente bofetada en la mejilla.
La reacción del obediente jugador no pudo ser más acorde con lo que esperaba el treintañero de él, en lugar de protestar o poner alguna pega como era lo normal ante un acto tan violento, abrió más la boca y procuró que su dentadura no rozara el caliente falo.
Comprobar como su víctima accedía a sus caprichos sin rechistar, hinchó el voluminoso pecho del depredador sexual que no podía estar más complacido por sus logros. Su forma de chuparla pasó de ser una vulgar mamada a estar muy próximo a lo excelente, con un poco de práctica sería una putita tragapollas de categoría.
El corpulento adolescente había adoptado una postura tan dócil que, aparentemente, se había transformado en una criatura mansa con la que Javier podía hacer y deshacer a su antojo.
Forzó de nuevo la situación y dio un paso más en su afán de subyugarlo. Impetuosamente, apresó su nariz entre sus dedos índice y corazón y, simulando asfixiarlo, lo obligó a tragarse su tranca al completo.
Unos lagrimones brotaron de los grises ojos del muchacho, sentimientos contradictorios florecieron en el interior de Arturo. Aquello le excitaba una barbaridad, sin embargo, el pánico de poder ahogarse con aquel oscuro carajo taponando su garganta le hacía sentirse mal. Comprobar que solo le produjo unas leves arcadas y que estas iban a menos cada vez, le empujó a seguir devorándolo con más ganas. En unos minutos había pasado de desconocer como chupar una polla, a devorarla con la misma maestría que un artista cérquense se tragaba un sable.
En un momento determinado, el entrenador soltó su apéndice nasal y atrapó su cabeza entre sus manos. Empujó su nuca contra su pelvis, como si todavía pudiera meter una porción mayor de su virilidad en la boca del chico y al notar como una electrizante sensación de placer recorría todo su cuerpo, aplastó la cara de su acompañante contra su entrepierna. Arturo sintió como la cabeza de aquella bestia babeante se clavaba en su garganta, un sabor amargo empapó sus papilas gustativas al tiempo que sus oídos se llenaban con el quejido seco de su entrenador.
—¡Me coooorrooo!
Estimado lector: Si te gustó esta historia, puedes pinchar en mi perfil donde encontrarás algunas más. Yo por mi parte, regresaré dentro de dos viernes con otro relato que se titulará: “Estrenando un culito muy delicioso”. No me falten.