El mirador
Este es mi primer relato, espero que os agrade. Admito comentarios.
Hola a todos! Me presento: Soy un chico de 22 años, vivo en Teruel y de vez en cuando me gusta escribir relatos con contenido erótico. Este es el primero, espero que os guste!!
Gracias por leerme
Allí estaba yo, paseando arriba y abajo por aquella acera con los nervios a flor de piel mientras esperaba tu llegada, por fin iba a conocerte después de tanto tiempo hablando a través de una pantalla.
Por la tarde no dejaba de ponerme trabas contra ti, llegando a plantearme si de verdad se haría realidad lo que tanto esperábamos. Salí de la ducha, llena de pequeñas gotitas de agua que se deslizaban por todo mi cuerpo. Agarré el secador y empecé a intentar poner orden en el caos que se formaba en mi rizada y larga melena de tonos castaños y tras una larga pelea con mi cabellera conseguí terminar de peinarme. Me dirigí a mi habitación, era hora de elegir bien la lencería que acabaste conociendo tras la cena en ese bonito restaurante.
Dudosa con mi elección no paraba de remover las cajoneras de toda mi habitación y mirar detenidamente todas y cada una de las prendas íntimas que tenía a mi disposición, al final me decanté por un conjunto negro con pequeños detalles de encaje en blanco y un par de ligueros a juego. El vestido que quería llevar lo tenía claro un par de días atrás, mi favorito, un vestido de color rojo con escote en barco que hace resaltar las curvas de mi cuerpo, adornado en la cintura con un ancho cinturón negro a juego con mis zapatos de aguja.
Tras haber pasado un cuarto de hora esperándote, escuché un coche aparcar cerca de donde estaba y al momento llamaste mi atención con un saludo cargado de nervios y asombro ante la mujer que se encontraba en el trayecto de tu mirada.
--¿Irene? – preguntaste con la voz temblorosa a mis espaldas.
Me volteé para ver de quién provenía esa voz y quedé asombrada ante tal hombre, vestías una camisa blanca y unos vaqueros desgastados y apretados en la cintura que hacían ver que no había un ápice de grasa en tu cuerpo, en lo primero que me fijé fue en unos ojos verdes que me recorrían arriba y abajo.
--¿Carlos? – atiné a responder a tu pregunta quedándome sin habla cuando tu rostro dibujó una sonrisa adornada con dos hoyuelos en tus mejillas.
Nos presentamos entre nervios e incredulidad, recorrimos las calles de la ciudad en un tenso paseo en el coche hasta el restaurante, bajaste con rapidez y te dirigiste hacia mi puerta para ayudarme a bajar del coche y una vez de pie, entramos en el restaurante ante la mirada del camarero que parecía comerme con los ojos.
El primer plato, delicioso, transcurrió con las típicas preguntas que se hacen dos personas que no se conocen pero se gustan, que no saben qué decir por no fastidiar el momento ni quedar en ridículo.
--Bueno, y tú, ¿qué tipo de persona buscas? – conseguí preguntarte antes de que mi garganta se cerrase por completo.
--No busco a una persona concreta, busco a alguien que sea capaz de valorarme por lo que soy y no por lo que tengo. Las chicas que me gustan no sé cómo describirlas, son muy variadas, pero la que tengo delante de mí me está haciendo perder los papeles y todavía estamos en el primer plato.
Tu respuesta hizo que me ruborizase hasta tal punto que tuve que disculparme para salir corriendo al lavabo llena de vergüenza. Mientras me alejaba de la mesa notaba como tu mirada se clavaba en mis nalgas y aproveché para contonearme ante tus ojos y poder jugar un poco contigo, ese gesto me hizo perder la vergüenza y pensar en lanzarme a la piscina.
Volví del lavabo más tranquila y decidí entrar en acción, no podía dejar que me avasallaras con tus miradas.
--Toma, tenía la esperanza de caernos bien y así ha sido— me miraste con cara de incredulidad mientras agarrabas con cautela la pequeña cajita que encerraba en su interior la llave de una de las habitaciones del hotel que se encontraba frente al restaurante.
--Vaya Irene, no me esperaba que fueses una persona tan directa, yo tenía planeadas otras cosas para hoy, pero esta me parece que va a estar bastante bien—tras aquellas palabras tu sonrisa más picarona apareció entre tus mejillas desarmándome para el siguiente movimiento.
-- No siempre los hombres tenéis que llevar la voz cantante, ¿no? – “si me apetece follarte te follaré cuando quiera”, pensé para mi mientras anotaba un punto a mi marcador.
Tras mi pregunta apareció el camarero para anotar los postres y ambos pensamos en pasar directamente a tomarnos una buena copa en la terraza de madera que quedaba suspendida en el aire a un costado del restaurante.
--Yo tomaré un gin-tonic de Nordés, ¿tú Irene?
-- Lo mismo, pero si puede ser sin rodajas de limón, pepino o cosas de esas. Hielo, ginebra y tónica. Gracias.
--De acuerdo—espetó el camarero con unos ojos que no paraban de observarme atentos a cada movimiento que hacía.
Tras la llegada de las copas, rebusqué en mi bolso y extendí mi mano hacia ti, depositando en la mesa un dobladillo de tela negra con pequeños detalles en blanco.
--¿Y esto? – atinaste a decir mientras ante tus ojos se desplegaban unas bragas de encaje.
-- Cuando fui al baño pensé en ponerme más cómoda y aquí tienes la prueba. – tu cara me miraba con la mandíbula desencajada, moviendo tus ojos de mi sonrisa a tu nuevo regalo repetidas veces.
--Vaya, parece ser que esta noche voy a tener que jugar duro contigo.
-- ¿Solamente tú vas a poder jugar conmigo? – espetaron rápidamente mis labios mientras tu mano comenzaba a subir lentamente por la cara interna de mi pierna y se aproximaba peligrosamente al nacimiento de mis ingles.
-- Carlos, ¿qué haces? Hay más gente, nos van a pillar, estate quieto, para por favor.
-- Por el momento no he empezado a hacer nada, esto solamente es el principio, y si quiero hacerte mía aquí, te haré. – esbozaste con el semblante serio mientras que uno de tus dedos comenzaba a subir y bajar por mis labios inferiores y mi cuerpo se tensaba ante tus caricias.
Tomé otro trago de mi copa y tal fue la sorpresa al notar uno de tus dedos en mi interior que acabó el vaso hecho añicos en el suelo, haciendo que los demás clientes se giraran por el estruendo ocasionado en la tranquila noche que estaban teniendo. Tu mano no se inmutó de donde estaba y yo, muerta de vergüenza no paraba de removerme en la silla que ocupaba, te lanzaba miradas de súplica, quería que desaparecieras de mi interior cuanto antes.
--Carlos, por favor. Luego jugamos, ahora no. –conseguí decirte mientras mi voz se quebraba por momentos ante los movimientos que se daban en mi vagina.
Tu sonrisa de haber salido victorioso de la situación no desaparecía de tu rostro y era algo que me molestaba, iba perdiendo la partida y era yo quien quería ganar. Decidí pasar a la acción. Como pude, acerté a colocar la aguja de mis tacones sobre tu paquete y comencé a presionar, haciéndote cambiar el semblante de tu cara mientras tus dedos desaparecían de mi interior, me sentí vacía, vacía y aliviada por no temer que nos pillaran en esa situación. Retiré el tacón de tu paquete y un gesto de alivio apareció en tu semblante, no duró mucho. Uno de los dedos que había estado mi interior se posaba sobre el borde de tu copa y comenzaba a recorrerlo, dibujando a la vez una sonrisa morbosa en ti. Acto seguido los limpiaste con ayuda de tu lengua, teniendo cuidado de no dejar nada de mí sobre ellos, sonriendo otra vez con esa cara de capullo triunfador.
Yo estaba de los nervios, quería desaparecer del restaurante y que me follaras hasta perder el sentido.
--Vámonos – acabé por decirte como si se tratara de una orden. Levanté el culo de la silla y me dirigí a la barra del restaurante para pagar, saqué la tarjeta de crédito y el camarero mirón se dirigió hacia mí.
-- Lo siento señorita, no es necesario que pague la cuenta, se le adelantó él. – Dijo mientras con la barbilla apuntaba hacia donde te situabas.
-- ¿Nos vamos? – Preguntaste mientras tu mano bajaba por mi espalda y empezaba a recorrerme el culo peligrosamente.
--Si, ya estamos tardando en irnos, venga – apreté a andar hasta dejarte un par de pasos por detrás.
Me dirigía hacia el hotel cuando de repente me agarras de la mano y me pides que te acompañe.
--Sube al coche, por favor—me pides educadamente abriendo la puerta de copiloto. Yo, incrédula monto en el asiento y espero a que arranques el coche.
-- ¿A dónde vamos? Creía que íbamos a terminar lo que empezaste en la terraza – atino a decirte mientras aceleras el coche y mi cuerpo parece unirse al asiento.
-- Ahora lo verás, lo que empezó en la terraza puede terminar más adelante. – me dices mientras recorremos un sinfín de curvas interminables.
El camino parece ser eterno, pero cuando menos lo espero te adentras en un estrecho camino bordeado por altos pinos hasta que apagas el motor en lo que parece ser un mirador.
--¿Qué hacemos aquí? – te pregunto con algo de incredulidad mientras me pides que baje del coche con toda la tranquilidad del mundo.
-- Ven, acompáñame, siéntate aquí. – me agarras con tus fuertes brazos y acabo sentada sobre el morro del coche.
Caigo con las piernas abiertas y para mi sorpresa no intentas jugar conmigo, sino que te das la vuelta y te colocas entre ellas recostado hasta que tu cabeza toca mi abdomen, dejándome ver como tus ojos no paran de observar el manto de estrellas que nos cubre, a nosotros y a nuestra soledad.
El silencio se apodera de la escena, no sé muy bien que hacer y decido acompañarte observando las estrellas.
--¡Mira, una estrella fugaz!
-- Rápido Irene, pide un deseo, ¿lo hiciste?
Sonrío para mis adentros y me agacho hasta que mis labios se unen con los tuyos en un apasionado beso.
--Si, y de momento se ha hecho realidad. – una tonta sonrisa se apodera de mi rostro mientras te giras hacia mí.
--Carlos, no me mires, me da vergüenza lo que acabo de hacer.
-- ¿Vergüenza? Yo no tendría vergüenza por ello. – dices acercándote poco a poco hacia mi boca hasta que acabamos fundidos en un beso bajo las estrellas.
Empiezo a ver en mi cabeza el momento del restaurante y las ganas de tenerte dentro de mí se vuelven a apoderar de mi cuerpo y dirijo una de mis manos a tu paquete. Noto como los apretados pantalones que llevas puestos se quedan pequeños y abro los cinco botones que componen la bragueta, palpando como la polla que encierras en la ropa interior pide a gritos salir de ella.
Una de mis manos se desliza entre tu cuerpo y la goma de los boxers hasta agarrar firmemente lo que buscaba y tirando de ella la consigo liberar, tus manos buscan en terreno que ya habían conocido y noto como dos firmes dedos dentro de mi trazan círculos queriendo recorrer todas las partes de mi interior.
Nuestros jadeos, inaudibles al principio, se vuelven gemidos según va en aumento la temperatura de nuestros cuerpos. Deslizas tu mano libre por la cara externa de una de mis piernas y arrastras con ella la corta falda de mi vestido, desnudándome de cintura para abajo, solo para ti. Consigo hacer que tu camisa vuele por encima de tus hombros hasta dejar al descubierto tu torso, perfecto, sin ningún tipo de elemento que no me permita deleitarme con semejante visión hasta que llego a una cicatriz que detiene mi mirada por un momento sobre ella, haciendo que me pregunte lo que pasó para quedar marcado sobre tu piel para toda la vida.
--No te preocupes, nada importante – acabas diciéndome mientras veo cómo te agachas hasta colocar tus labios sobre los míos.
-- Ah, joder, Carlos para – consigo decirte mientras tu lengua empieza a jugar con mi sexo mientras me recuesto sobre el capó del coche.
Vislumbro tus ojos verdes observándome desde abajo mientras me haces retorcerme de placer con cada movimiento que logras en mi interior acompañando tu lengua con uno de tus dedos, buscando este la manera de llegar más adentro. Consigo incorporarme entre jadeos y te advierto que no estamos solos, unos faros se aproximan entre los árboles por los que nos hemos colado hasta este lugar.
--Vámonos, creo que estaremos más a gusto en otro sitio, sin compañía – aciertas a decir mientras me ayudas a bajar del morro del coche.
Recoges tu camisa caída del suelo y me acompañas dentro del coche a toda prisa, enciendes el motor y empiezas a conducir mientras me fijo en que todavía sigues con el pantalón desabrochado y tu miembro se deja ver por encima de la tela de los boxers. El morbo se apodera de mí y con cuidado, dirijo mi mano lubricada con saliva hacia tu polla y coloco la palma en forma de cuenco sobre el glande, trazo círculos presionando ligeramente sobre el, mientras veo como intentas concentrarte en conducir.
--Dios Irene…. – consigues decir mientras los gemidos escapan de entre tus labios y en tu cara se forma una mueca de placer que me hace querer seguir con el trabajo que he empezado hace unos minutos.
Noto como poco a poco tu verga comienza a hincharse entre mis dedos y decido frenar el ritmo, pasando ahora a hacer suaves caricias por el tronco para evitar que el orgasmo que amenaza con poseerte se vuelva incontrolable y termines corriéndote sobre mi mano. Tu expresión se relaja y veo como poco a poco recuperas la compostura hasta que consigues voltearte hacia mí y con tu mirada veo como intentas darme las gracias por no haberte hecho acabar. Presto atención al poco paisaje que consigo adivinar por la poca luz que hay y no consigo saber dónde estamos, viendo como poco a poco nos acercamos a un lugar del que nunca había oído hablar.
--Bienvenida – me dices mientras aproximas tu coche a una gran puerta de hierro que se abre tras pulsar un botón.
-- Carlos, ¿dónde estamos? – consigo decirte cuando ante mis ojos aparece un bonito jardín adornado con una piscina que me pide a gritos que me bañe.
-- Estamos en mi casa, mejor que en ese hotel, ¿no? – dices mirándome con esa sonrisa adornada con esos perfectos dientes blancos.
Joder, no sabía dónde vivías, a cada paso que doy por las estancias de la casa me quedo más sorprendida por lo que voy viendo, tú me acompañas yendo tras de mí, sin dejar de perseguirme para evitar que me escabulla de aquella casa.
--Aquí no, ven, vamos a esta habitación – tu tono de voz ha cambiado seriamente tras haberme dirigido esas palabras.
Abres una puerta y aparece una habitación que invita al pecado, llama al placer y pide a gritos quitarte la ropa. Me arrastras de la muñeca hasta un bonito sofá de terciopelo rojo en el que, a horcajadas, me siento sobre ti y empiezo a notar como la temperatura de nuestros cuerpos se va elevando cada vez más.
--Ahora sí que es un buen momento para acabar lo que dejamos sin final hace un par de horas, ¿quieres?
-- ¿Tú que crees Carlos? – te susurro al oído mientras noto como poco a poco tus manos empiezan a despojarme del vestido.
Entre besos y caricias cargadas de pasión terminamos por desnudarnos el uno al otro, admiro tu poderoso cuerpo con mis ojos cargados de lujuria mientras tú me llevas en brazos hasta la cama.
--Abre las piernas, es hora de empezar a jugar de verdad – tus ojos vedes están a punto de desbordarse de toda la pasión que los llena. Obedezco y poco a poco arrastras una de tus manos por todo mi cuerpo, haciendo caricias suaves con las que pareces quemarme la piel, la otra mano estira ligeramente de uno de mis pezones hasta que logras endurecerlo hasta tal punto que con solo rozarlo consigues que varios gemidos salgan de mi garganta. Poco a poco vas trazando un camino de besos desde mi boca hasta el interior de mis piernas, se lo que viene a continuación, una deliciosa tortura que terminará con hacerme ver las estrellas o incluso mejor, permitirme llegar al orgasmo que tantas veces se ha visto truncado a lo largo de esta noche.
--No tengas prisa, tenemos toda la noche por delante – me dices mientras tu dedo corazón e índice empieza a adentrarse en mi interior.
-- Llevo con prisa desde que salimos del restaurante, ¿acaso no te has dado cuenta de lo que eres capaz de hacerme? – consigo decirte mientras tu dedo pulgar se une al trabajo, trazas círculos sobre el manojo de terminaciones nerviosas que es mi clítoris, logrando que me retuerza sobre la cama.
Tras varios minutos trabajando de esa manera, decido que ya es mi turno para jugar con tu cuerpo, consigo que abandones tu trabajo y te coloco tumbado sobre la cama, todo para mí, todo ese cuerpo que merece una estatua como el David de Miguel Ángel. Me deleito con cada una de las facciones que forman tu cuerpo hasta que decido por dónde empezar a jugar contigo, podría acabar rápido con mi calentura sentándome encima y cabalgando sobre tu cintura hasta que nuestros orgasmos nos hicieran caer rendidos en la cama. Pero no, no quiero eso, quiero placer, quiero verte disfrutar, quiero torturarte hasta que mi clímax amenace con irse sin permiso. Por fin decido colocarme sobre tu vientre, viendo cómo estás atento a cada uno de mis movimientos, me agacho hasta que mis labios atrapan el lóbulo de tu oreja izquierda y, tras unos segundos jugando con él, empiezo a llenar de besos tu cuello. Ligeros, suaves, llenos de placer. Arrastro las caderas hacia atrás y noto como tu sexo se encuentra con el mío, noto que la dureza de tu polla no ha disminuido, sino que ha aumentado desde que soy yo la que juega contigo, continúo bajando poco a poco con mis besos hasta llegar a tu pecho y cuando ambos sexos están unidos empiezo a contonear mis caderas viendo como tu cara parece descomponerse con cada movimiento.
Esa cara me invita a seguir regalándote alguno de mis movimientos hasta que me agarras de la cintura y comienzas con un rápido sube y baja que me hace tener que apoyar mis manos sobre tus piernas para no perder el equilibrio totalmente. Varios minutos así y noto como mis partes íntimas empiezan a pedirme más, mi cara pide más, toda yo te pido más y tus ojos parecen leer el mensaje que desprende mi cuerpo. Entonces actúas, sales de mi con rapidez y me colocas a cuatro patas sobre el colchón, tú, de pie sobre la cama, colocas tus piernas a la altura de mis rodillas y te agachas hasta conseguir penetrarme sin ningún tipo de miramiento.
Con cada una de tus embestidas creas en mi interior oleadas de placer que terminan saliendo por mi boca en largos gemidos acompañados por el sonido que crean nuestros cuerpos cuando se unen con cada arremetida. Paras de repente con tu polla ensartada al máximo en mi vagina y me empujas despacio hacia adelante, haciéndome caer poco a poco sobre la cama, en ese momento empiezas con un movimiento de caderas que crea en mi interior un delicioso roce de nuestros sexos, me haces gritar, estoy al borde del abismo.
--¿Preparada? – dices con la voz entrecortada mientras no dejas de moverte
-- Si, hazme acabar, lo necesito – mis palabras son órdenes para tus oídos puesto que ese movimiento de cintura se ve alentado y elevas la rapidez con la que te mueves hasta que consigues hacerme estallar, envolviendo el tronco de tu polla con cada contracción que se crea en mi orgasmo, en ese momento, tu erección crece en mi interior y comienza a palpitar con cada eyaculación que consigues tener en mi interior.
Exhaustos, nos recomponemos del orgasmo y tras unos minutos de besos y caricias caímos rendidos sobre la cama.
Mañana será otro día.
Espero vuestros comentarios. (teruelcl@gmail.com)