El Minotauro

Sexo gay con un mítico ser monstruoso... para muchos sentidos

Muchas noches sueño que soy un joven griego enviado como pago por la paz al poderoso rey Minos de Creta. Sé cual es mi destino, al igual que quienes me acompañan. Todos son jóvenes de los dos sexos que serán enviados al laberinto donde serán víctimas del terrible minotauro.

La entrada era una escalera que descendía hacia la oscuridad. A cada uno se le puso una venda en los ojos, se le ató las manos a la espalda, y se nos empujó hacia lo desconocido. La pendiente hace el resto de trabajo y nos obliga a caminar casi a la carrera para evitar caernos. Corre uno a ciegas, golpeándose contra las paredes, tropezándose aquí y allá.

Al final, me consigo colocarme contra una esquina y con paciencia acabo cortando la cuerda que ata mis muñecas. Una vez libre me quito la venda de los ojos y sólo veo oscuridad. Oigo voces aquí y allá pero todo está oscuro.

Siento lástima por el bruto animal si es que piensa comerme, pero este año la cosecha ha sido pobre y todos en la familia hemos pasado hambre, por eso me ofrecí como pago para el monstruo, así al menos podrían sobrevivir con los escasos víveres que quedaban.

Hasta mi padre ha llorado, pero yo no. Las costillas se me marcan demasiado, todos los huesos de la espalda sobresalen tenebrosos mostrando los días sin comida, sólo con agua y algunas hierbas secas.

Me siento bajo una pequeña abertura en el techo, como un tragaluz y me quedo dormido. Me despierta un ruido sordo, como la pisada de unas pezuñas, o un mugido grave y amenazador y es entonces cuando lo veo.

Es un monstruo inmenso, más de dos metros, con una cabeza de vaca con un gran anillo en su hocico. De su boca salen espumarajos mezclados con sangre. Tiene un torso digno de un titán o u semidiós como Hércules o Aquiles. Sus brazos son tan impresionantes como su pecho, e irradian fuerza bruta, sus brazos acaban en una toscas manos de tres gruesos dedos con unas uñas parecidas a las pezuñas de cordero. Sus piernas siguen el mismo patrón que el resto del cuerpo. Inmensos músculos cubiertos de pelos entre los que se intuyen las venas hinchadas. Y por pies las pezuñas abiertas como cualquier vaca o buey. Como va totalmente desnudo puedo ver su desproporcionado miembro: son no menos de dos palmos de largo, así de hinchado parece tan grueso o más que mi brazo y está coronado por una cabeza roja en la que sobresale una pequeña boca de la que sale un líquido espeso que empapa todo el miembro; que cae hasta sus colosales testículos, más grandes como melones de invierno y tan peludos como el resto del cuerpo.

Me ha visto, resopla profiriendo una especie de mugido y se acerca con paso lento pero amenazador. Me quedo inmóvil aterrorizado. Se coloca tan cerca que puedo oler perfectamente su pestilente hedor. Su aliento es casi aun peor y al bramar con voz ronca no puedo evitar apartar la cara.

De repente, me coge la cabeza con las dos manos presionando con un dedo a casa lado de mis mejillas para abrirme la boca y entonces empujarme contra su descomunal miembro. Me lo hunde en la boca sintiendo como mi mandíbula casi se desencaja y llegándome hasta el fondo de mi garganta provocándome arcadas… Pero en mi estómago hace muchas horas que no hay nada. Usa mi boca para su disfrute. El marca el ritmo. Soy un simple títere en sus manos que suda aterrorizado, pero que no puede evitar que mi sexo crezca y se hinche ante semejante humillación.

Cuando por fin se descarga, toda su semilla entra a la fuerza por mi garganta casi ahogándome. Parte entra en mi estómago, parte se escapa por las comisuras de mi boca, y otra brota por la nariz… Gracias a los dioses se retira ofreciéndome aire que respirar, pero a cambio recibo una abundante ducha del icor que mana de su sexo y que cae sobre mi cabeza como una catarata.

Sin parecer para nada cansado, me agarra del hombro y me levanta sin ningún esfuerzo. Grito asustado, de un manotazo me abre las piernas y coloca la cabeza roja contra mi ano.

  • No, por favor, no.- Suplico sudando aterrorizado sabiendo sus intenciones.

Pero él no me hace caso y comienza a presionar, a hundir mi cuerpo contra ese sexo inhumano. Siento el desgarro que me provoca al entrar. Mis entrañas se revuelven ante tan salvaje intrusión… Y el minotauro gruñe encelado por mi estrechez.

Boqueando como pez fuera del agua, llorando de impotencia y de dolor intento separarme a la desesperada del monstruo que me está poseyendo. Necesito de todas mis fuerzas para intentar que no me apriete más contra él. Entonces da dos pasos y empotra mi espalda contra la pared haciendo que su miembro se hunda aun más dentro de mí.

Grito, aúllo de dolor y del sofocante placer que me provoca semejante intrusión. Nada puede ser más doloroso y a la vez más gozoso que lo que siento en ese momento. Gimo y gruño. Lloro y río. Y el minotauro me trata como si fuera una muñeca con la que disfrutar un rato.

A cada embate me quedo sin aire y siento como si mi alma se fuera desvaneciendo de mi cuerpo. Hasta que llegó el punto en que su sexo se derrama dentro de mí, y todo mi cuerpo parece derretirse. Una pequeña parte de su polución se adentra en mis destrozadas entrañas y el resto se derrama por mi destrozado orificio. Una espesa crema blancuzca salpicada de goterones sanguinolentos cae a sus pies. Resopla disfrutando del momento. Y cuando el placer se le ha acabado, me deja caer en el suelo. Más muerto que vivo. Habiendo disfrutado de una pequeña chispa de lo que debe ser el sexo con los dioses.

Autor:

Jorge Rey Quinto

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