El metro iba lleno y la viuda muy caliente

Soy una viuda morbosa y llevaba tres años sin follar, estaba muy caliente. Aquella tarde dos chicos jóvenes me sedujeron apoyándome sus pollas en un transporte público. Les seguí hasta un parque donde me sometieron a todos sus caprichos y me la metieron por todos mis agujeros.

Soy viuda desde hace cuatro años. Cuando tenía cincuenta a mi marido le dio un infarto fulminante. Llevaba una mala vida. Mucho alcohol, mucho trabajo y mucho vicio. Le fui infiel sobre todo al final, porque él andaba con unas y con otras, seguro me puso los cuernos muchas veces. En la cama era más guarro que nadie. Me lo hizo todo, le gustaba chuparme de arriba abajo, metió su lengua por cada uno de mis orificios. También me follaba el culo. Eso le encantaba. Al principio de casados yo no quería, no me gustaba, ni tantas guarrerías que se le ocurrían, pero acabé claudicando. Empezó masajeándome el ano, metiéndome los dedos, cada vez un poco más y un poco más, me daba cremitas y empezó a poner la punta de la polla en mi orificio hasta que me la metió. Me hizo daño, os lo aseguro, pero me acostumbré. Á él le encantaba follar, un vicioso.

Os podéis imaginar que he notado mucho su desaparición, pero no he tenido relaciones con ningún tío hasta la historia que os voy a contar, que ocurrió el otoño pasado, antes del covid y todo eso lío que se nos ha montado. Llevaba tres años sin sexo y empezaba a notar que miraba demasiado a los vecinos, a los jóvenes, a los hombres que veía en la cafetería donde desayuno. Me fijaba en ellos y me los imaginaba desnudos. Me iba obsesionando día a día.

Empecé a entrar por curiosidad en chat de sexo y en algunas web porno. Llevaba varios meses masturbándome a diario, me ponían a mil los videos de chicas con desconocidos, casi llegaba al orgasmo viendo a jovencitas japonesas a las que se follaban en transportes públicos. Cuando me tocaba creía ser una de ellas y los tíos me arrimaban sus pollas enormes. Empecé a pensar que tenía una vena morbosa, ahora sé que es verdad.

Nos os he dicho que soy una mujer grandota, no soy una tía buena, vale, sino una mujerona, mido 1,78 y tengo unas buenas tetas (110). No estoy gorda pero sí rellenita, tengo unos muslos poderosos y un culazo. Quizá de cara no soy muy guapa y se me notan un poco los años, claro, como a todas.

Así que estaba receptiva a lo que me ocurrió el pasado otoño. Casi  todas las tardes iba a una cafetería del centro a merendar con unas amigas y después a ver tiendas. Me volvía a mi casa en el metro. Siempre iba lleno pero aquel día estaba atestado el andén. Yo llevaba una falda a media pierna con una abertura en un lado. Cuando llegó el tren entramos casi en volandas, acabé contra una de las puertas del fondo del vagón y un chico joven, muy jovencito, quedó detrás de mí. Enseguida noté que se arrimaba mucho a mí, pero como había tanta gente era lo normal. En cuanto el tren se puso en marcha, la mano del chico se posó en mi cadera y entonces sí sentí una fuerte presión en mi culo. Pensé en los trenes japoneses de las pelis porno y me dio un escalofrío. El chico era muy atrevido y me estaba arrimando su polla descaradamente. Le dejé  hacer. «Ä ver hasta dónde es capaz de llegar», pensé.

El chico, ya os he dicho, era atrevido y estaba salidísimo. Metió su mano por la abertura de mi falda y la fue bajando hacia mi chochito. Como no le decía nada, se fue animando. Cuando llegamos a la siguiente estación se quedó quieto, pero todavía entró más gente. Al arrancar, otra vez volvió y con más descaro. Su mano estaba encima de mi sexo y me acariciaba por encima de las bragas. Por detrás me había ido levantando un poco la falda y su polla, dentro del pantalón, eso sí, reposaba sobre mis bragas entre los carrillos de mi culo. «Me está poniendo cachonda el chiquillo», pensé, y seguí mirando por el cristal de la ventanilla como si aquello no fuera conmigo. El chico no se conformaba, movió mis braguitas por la parte de atrás, se desabrochó la bragueta y noté la punta de su polla en mi culito, apretaba y apretaba como si quisiera traspasarme. Se apañó para meter su polla entre las bragas y mi culete. Yo la sentía palpitante y deseosa. Su dedo corazón se había abierto paso también y tocaba mi rajita. Seguí mirando por la ventanilla como ajena a lo que ocurría pero mi corazón se iba acelerando. El chico también estaba nervioso.  Pasaron dos estaciones y no avanzó mucho más, Entonces puso su boca en mi oído y me dijo muy bajito para que solo le escuchara yo: «Sé que quieres follar, mami». Volví la cabeza y le miré. Morenito, muy jovencito y delgadito. Un chiquillo esmirriado en el que nunca me habría fijado. Volvió a hablarme muy bajito: «Mañana en el mismo andén a la misma hora». Sacó la mano de mis bragas, se abrochó la bragueta, se dio la vuelta y pidió paso para salir. Me dejó allí cachonda perdida. Esa noche cuando llegué a casa me puse una peli japonesa y me masturbé como una loca pensando que aquel chiquillo del metro me follaba.

Pasé el día siguiente alterada, nerviosa, la cita tenía un morbo especial, estuve sentada en una cafetería del centro como siempre, pero más distraída que nunca, solo pensaba en los achuchones, en la polla del muchacho queriéndome taladrar, en sus dedos acariciando mi chochito. A la misma hora del día anterior bajé al metro, al mismo andén, me latía con fuerza el corazón. También había mucha gente. Allí estaba el chico y a su lado, un negrito parecido a él, pero más alto y fuerte, con unos brazos poderosos. «Es un amigo», me dijo al oído.

Volvimos a entrar al tren en volandas, Los dos chicos me empujaron hacia el fondo, otra vez hacia la puerta. Yo quedé de perfil, apoyada con el hombro en la puerta, el negrito frente a mí y el chico detrás. No esperaron ni a que el tren se pusiera en marcha. El negrito metió su pierna entre las dos mías  y apoyó su polla en mi cadera mientras, una de sus manos quedaba como muertas a la altura de mi chocho y la otra recogida a la altura de su pecho y descansando sobre mis tetas. Por detrás el chico me levantó la falda, movió mis braguitas y volvió a colocar su polla en medio de mi culete. «Te vas a divertir, mami», me dijo al oído. Yo estaba aturdida, en extasis, expectante a ver hasta dónde llegaban aquellos dos.

El negro apretó su pierna y separó más las mías, después su manaza que parecía muerta se posó en mi chochito por debajo de la falda y suspiré. Con la otra mano apretaba mi teta. Noté enseguida un bulto descomunal que se arrimaba contra mi muslo y sentí cómo con su boca me daba un lametón en el cuello. «Ya verás cuando te chupe las tetas», me dijo. Yo temblaba de excitación. Y más cuando cogió mi mano y la llevó hasta su abultado miembro por encima del pantalón. Era un pene fuerte y poderoso.

El otro chico empujaba con su polla como si quisiera metérmela. Había pasado su mano por mi cintura y subía hacia mi otra teta. «Qué grandes, mami». No os he dicho que tengo las tetas especialmente sensibles. Cuando el chico rozó mi pezón, que estaba ya durísimo, estuve a punto de derretirme. Me tenían cachondísima sin que nadie se hubiera dado cuenta de lo que estaba ocurriendo.

El negro me arrimó la polla entre las piernas y volvió a hablarme. «Nos bajamos en la próxima estación, mami. Síguenos». Como el día anterior los dos se separaron, pidieron paso y se prepararon para salir. Esta vez les seguí. Me daba un poco de temor, pero ya no podía pensar. La polla del negrito me había convencido del todo.

Salimos a la calle, ellos delante y yo detrás, les seguía como el perro sigue al pastor. «Estoy loca», iba pensando. Conocía la zona. Se dirigieron a la orilla del río de esta ciudad, entramos en un parquecito, se metieron a la zona más profunda y oscura, que estaba solitaria, ni un alma. El negrito se había acercado a mí nada más que entramos al parque. Se quedó parado delante de mí, me desabrochó la blusa. «Dios mío, qué tetas, Angelito», se dirigió a su amigo. Me quitó el sujetador-« ­mejor sin esto, mami »- y me lo dio para que lo guardara en mi bolso. Después puso sus labios gruesos sobre mi pezón y me chupó la tetas con glotonería. Con una mano me tocaba el culo y sus dedazos trataban de introducirse en mi ano, mientras su boca golosa me hacía derretirme. Tenía unos labios gruesos y una lengua babeante. Me sentí desfallecer pensando en que esos labios pronto chuparían mi chocho. «Vamos por allí, mami, que lo hemos preparado todo para ti». Me llevaron a un lugar que yo desconocía, en semipenumbra, iluminado tenuemente por una farola, había una valla de piedra y delante una colchoneta grande. Sentado en un banco había otro chico, al que saludaron. «¿Esta es la pava que vamos a follarnos los tres?», les preguntó  Era gordo y feo. «Tú calla y mira», le dijo el negrito. Aquello ya no me gustaba y estuve a punto de irme, pero el negrito se dio cuenta, se quitó los pantalones y los calzoncillos. Su polla era el doble que la de mi marido. Me quedé sin habla. «Ven con nosotros, mami», vamos a seguir como en el metro». Me dio la mano y me llevó hacia la valla. Me hizo apoyar el hombro en ella. El se puso frente a mí también con el hombro apoyado en la valla. Detrás se puso el chiquillo. El otro, el gordito, seguía en el banco mirándolo todo, pero también se había sacado la polla y se la acariciaba.

El chiquillo al que llamaba Angelito estaba detrás de mí y me quitó las bragas. Sus manos recorrían mi culazo con desesperación. El negrito puso su pollón entre mis piernas. Empezó a frotarme con ella toda la rajita, el otro mientras tanto me restregaba  la suya por toda la raja del culo. Yo estaba encendida. «Quieres que te la meta, ¿verdad, mami?». Le dije que sí. «Eso será al final, antes se la tienes que chupar a Ivan un poquito mientras Angelito te la clava en el culazo, verás que bien lo hacemos».

Yo estaba mareada, el negro me restregaba el pollón y ardía por los cuatro costados.  «Ponte en la colchoneta como un perrito». Así lo hice. El negro se colocó detrás de mí como si fuera otro perrito y empezó a lamerme el culo. Eran unos lametones húmedos y sensuales. Su lengua entraba en mi ano como una culebrilla y luego bajaba, se contorsionaba y me lamia el chochete. El negro se quedó tumbado debajo de mis piernas, con su lengua y sus manos en mi chochito.

Mientras tanto el gordo se había levantado y me ofrecía su polla. «Chupásela, mami, que yo te daré luego mi regalito», me dijo el negrito

El llamado Angelito había ocupado el puesto del negro y su mano se restregaba por todo mi culazo. Su dedo corazón entraba en mi ano, primero un poquito, luego más, luego me metió dos dedazos. «Te lo voy a follar, mamita, pero chúpale bien a ese chico».

Me metí la polla de Iván en la boca mientras la de Angelito apuntaba a mi culo, me metió la puntita despacito. El negro se había sentado en un banco frente a mí, con las piernas muy estiradas, dos piernas fuertes como columnas y la polla enhiesta, se la agarraba con las dos manos. «Verás como te gusta, mami. Te está esperando».

Yo solo tenía ojos para la gran polla del negrito mientras Angelito embestía mi culo, tardó muy poco en correse. «Ay, ay, que culazo tienes, mami». Iván duró todavía menos, yo era una experta mamadora.

El negrito me llamó: «Ven aquí como un perrito, mami, y cómete este regalito». Fui hacia él reptando como un perrito. Mi lengua también babeaba cuando entró en contacto con sus huevazos. Le lamí los huevos y el culo, mi marido me tenía bien entrenada. «Así, así, mami». Después fui lamiendo ese mango enorme que parecía chocolate y que no me cabía en la boca. Le lamí y le lamí. Me metí todo lo que pude de aquella polla enorme en la boca. Y el negrito también se puso a mil.

«Sí, sí, mami, sí, sí, te voy a follar y a follar». Sus manazas me levantaron, las puso en mi culo. Me metió la lengua en mi boca. Era una lengua caliente y rugosa. Creí que me iba a ahogar.  Me levantó con todo lo que peso y me despositó en la colchoneta.

«Sí, sí, fóllame, fóllame». Yo estaba desesperada y quería sentir ese pene dentro de mí. Él ahora parecía no tener prisa, con la polla en la entrada de mi vagina. La metió un poco, luego un poco más. Yo gritaba. «Más, más, empuja». Pero él parecía querer hacerme estallar de placer. Metió su pene hasta la mitad y se detuvo.

«Ay, ay, sigue, sigue»

«Sí, mami, sí, toma, toma, toma, toma». Gritaba y gritaba al tiempo que se movía frenéticamente dentro de mí. Yo también me movía para sentir más y más.

Cuando se corrió fue como un estallido. Me llenó el coño con su semen que se desparramó por mis muslos. Yo estaba destrozada. Entonces escuché al que se llamaba Iván.

-Yo también quiero follármela.

El gordito tenía una minipolla comparada con la del negro pero se le había puesto dura otra vez.

-Venga, follátela.

El gordito se tumbó sobre mí, me la metió aunque yo tenía en el coño la leche del negro

Yo ya estaba satisfecha, solo quería marcharme a casa. Pero mientras Iván me follaba , Angelito se acercó, también tenía la polla dura otra vez.

«Mami, mami, un poquito con las tetas».

Iván se corrió otra vez muy rápido y Angelito se había tumbado en la colchoneta. Me acerqué, puse su polla en medio de mis tetas, las moví, la recorrí de arriba abajo con mis pezones que se habían puesto otra vez duro muy duro.

«Mami, mami, qué tetazas»

Angelito se corrió como un surtidor encima de mí

Después me vestí de mala manera y me marché corriendo. Me corría el semen  por los muslos, por el culo, por la cara y por las tetas.

Fue el pasado otoño. Esa noche, con esos chicos, descubrí que soy muy morbosa y que me gusta follar con chicos jóvenes, pero prefiero chicos tímidos y oscuros a los que yo pueda dominar. He seducido a unos cuentos durante estos meses.

Ya os contaré si me escribís y me decís si os ha gustado mi historia. Y si podéis hacedme sugerencias morbosas para futuros relatos.