El metro
Conocer a una desconocida en el metro e iniciar una relación sin palabras es lo mejor que me ha pasado en la vida.
EL METRO.
El metro, eso es lo que cojo todas las mañanas para ir a la facultad. La verdad es que no me entero de casi nada pues voy absolutamente sonámbulo, como un zombi. Luego soy incapaz de recordar ni siquiera una escena del trayecto.
Pero esa mañana era diferente. Me había levantado pronto a estudiar y a esa hora ya estaba bastante despejado. Por ello me dispuse a hacer algo que pocas veces había hecho, debido a mi somnolencia, mirar a la gente del metro. La verdad es que era bastante aburrido y me preguntaba cómo podía haber gente que le entretuviera eso de ir observando a los demás.
En la estación de Sol lo entendí. Subió ella... hermosa. No puedo decir guapa, bella, porque no estoy seguro de que lo fuese; ella era hermosa, atractiva, un imán para mis ojos. Un par de estaciones más allá entró un número tremendo de gente al vagón que ocupábamos, con lo que tuvimos que apretarnos bastante.
El destino quiso que ella se apretara contra mi pecho. Yo al principio aguanté la respiración, no esperaba un contacto así. Esperaba en cierto modo que ella se retirara, pero no lo hizo. Se quedó suavemente apoyada sobre mi pecho, su cadera en mi entrepierna y mi muslo en la suya.
Empecé a sudar, no por la aglomeración de gente, sino por el traqueteo del tren que nos mecía. Me estaba poniendo enfermo, no me podía contener, y algo empezó a crecer en mis pantalones. A punto estuve de echar a correr de vergüenza cuando ella me miró y sonrió. Debió notar ese "crecimiento" y yo pensé que la que echaría a correr sería ella, pero no lo hizo.
En el transbordo aproveché para tranquilizarme, me hallaba muy excitado y no podía pensar con mucha claridad. Así que con el paseo me intenté tranquilizar un poco. Cuando ya me sentí más tranquilo me dirigí hacia el andén. Pero, ¿el destino otra vez?, Al apretujarnos otra vez en el vagón sentí un perfume familiar y ¡allí estaba ella otra vez!. La misma postura, la misma sonrisa en su rostro y, ahora sí, unos leves movimientos de ella. Parecía como si, ¡ay madre!, se estuviera frotando contra mí, se estuviera masturbando con mis muslos.
Parece que el paseo del transbordo no fue suficiente y algo en mí se puso completamente erecto durante el resto del trayecto. En el cual estuvimos "muy apretujados" y con mucho "movimiento", debido al vagón, claro.
La verdad es que fue tremendo, estuve a punto de tener un tremendo orgasmo ahí mismo, por sus caricias a través de la ropa, y sus reacciones la delataban como que estaba en un estado, como mínimo, semejante.
Cuando llegué a mi parada nos bajamos los dos y entre la multitud la perdí. Mi desilusión fue enorme, si por lo menos me hubiera dicho dónde volver a encontrarla. Me pasé todo el día pensando en ella, en su sonrisa pícara, en sus suspiros ahogados, en su precioso rubor en las mejillas... casi no atendí a ninguna de mis clases, mi pensamiento sólo estaba con ella.
Cuando volvía al metro ya había abandonado la esperanza de volverla a ver, pero seguía pensando en ella. Entonces, en el anden me invadió de nuevo ese perfume, ¡era ella!, ¡Delante de mí estaba ella!. No sabía qué hacer así que carraspeé un poco para ver si se daba la vuelta. Lo hizo, me miró y su cara se iluminó con esa sonrisa que no podía borrar de mi mente, yo también sonreía, era ella otra vez.
Esta vez el vagón no estaba tan lleno y no había posibilidad de apretujarnos el uno contra el otro como esa mañana. En cambio nos sentamos el uno enfrente del otro, mirándonos fijamente. Desde el momento en el cual nuestras miradas se cruzaron no existió nada más a nuestro alrededor, no me percaté del más mínimo detalle de todo el trayecto hasta que llegó mi parada, de la cual me di cuenta por pura casualidad.
No sabía qué hacer, ella me seguía mirando fijamente, me fui a acercar a ella cuando unos empujones me llevaron al andén, alejándome de ella. El vagón cerró sus puertas y ella me miró por la ventana, en sus labios pude leer un "hasta mañana".
El ver cómo se dirigía a mí, y el "escuchar" unas palabras tan alentadoras de sus labios provocaron una excitación y una ilusión en mí sin precedentes. Me hacía sentirme como un colegial cuando la niña más guapa de la clase le dedica una sonrisa.
Esa noche no pude dormir prácticamente, me la pasé soñando e imaginando su tacto, su sabor, su voz, su risa... Me estaba volviendo loco esa chica, una absoluta desconocida con la que había compartido unos suspiros ahogados y unas turbadoras miradas.
Al día siguiente salí de mi casa más pronto de lo normal, cronometrándome para llegar a tiempo al metro, para encontrarme con ella. Llegué demasiado pronto, antes que el día anterior, y ella no estaba allí así que me bajé del vagón y me dispuse a esperar. No paraba de mirar el reloj, estaba inquieto, impaciente, excitado.
La aglomeración de gente que quería entrar en el metro era importante, y ella no llegaba, yo luchaba contra la corriente, tenía que esperarla. Entonces, puntual, unas manos me agarraron de la cintura y me empujaron hacia el vagón. Me di la vuelta y... ¡era ella!. Mi corazón casi saltó de mi pecho cuando la vi.
Instantáneamente mi erección se hizo notar. Entramos muy apretujados, en la misma postura que el día anterior. Sin preámbulo ninguno ella me sonrió, se apretó contra mis muslos y empezó a moverse. Las estaciones pasaban pero yo no me daba ni cuenta, estaba absolutamente concentrado en ella, en ese perfume, en cómo entreabría los labios, en su aliento, en sus gemidos aislados, ahogados.
Cuando llegamos a la estación en la que hacíamos transbordo fuimos los últimos en bajarnos del vagón, prácticamente no nos dimos cuenta de que nos teníamos que bajar hasta que nos sentíamos solos en el vagón.
Ella andaba primero, yo la seguía, me guiaba su perfume, sus caderas, sus manos... En el vagón nos volvimos a colocar juntos, en la misma postura. Nos frotábamos lo más disimuladamente posible... dentro de lo que cabe. Al salir del vagón estábamos los dos colorados por la excitación de nuestro continuo contacto. Entonces yo me dirigí hacia ella, quería hablar con ella, oír su voz, conocerla...
Cuando estaba frente a ella e iba a empezar a hablar levantó un dedo y lo posó delicadamente sobre mis labios, acariciándome. Me miraba fijamente, tanto que las rodillas me empezaban a flojear. Esos ojos me estaban hipnotizando, su mirada era tan clara, me hablaba con ella. Me decía que me callara, que no habláramos... sin dejarme decir nada, ni siquiera hacer un gesto, me saludó con la mano en un "hasta luego" y se fue. Me quedé ahí plantado en mitad del vestíbulo del metro, pensando en qué tipo de historia me encontraba metido.
A la vuelta de las clases también me encontré con ella. Esta vez no nos pudimos sentar pero permanecimos de pie, mirándonos fijamente durante todo el trayecto. Cuando me bajé en mi parada ella me sonrió, me lanzó un beso y me susurró: "¿mañana?", a lo que yo asentí: "claro".
Esta situación me tenía loco. Era tal el estado de excitación en el que me encontraba que era absolutamente necesario que me masturbara hasta tres veces para evitar ese... "dolorcillo" en la entrepierna.
Al día siguiente me encontré con una agradable sorpresa: ¡llevaba falda!. Estaba guapísima, la falda no era muy larga, aunque tampoco era una mini, no creo que se encontrara cómoda en el metro con una minifalda. En cuanto entramos ella se apretó con deseo hacia mí, mientras yo me estremecía. Al estar tan apretados no se notaba el lugar en el que se encontraban nuestras manos. Eso lo aprovechábamos para tocarnos por encima de la ropa. Pero ese día yo fui más lejos. Aparté la falda e introduje mi mano por debajo, un suspiro de ella y unas caricias más insistentes a mi entrepierna me indicaron que iba por el camino correcto. Posé las yemas de mis dedos encima de sus braguitas, húmedas, y empecé a acariciarlas en círculos. Mientras ella no paraba de masturbarme a través de los pantalones... la excitación era creciente, pero entonces llegó el transbordo, ¡mierda!.
Nos bajamos del vagón muy sofocados, muy excitados, apenas nos sostenían las rodillas en pie. En el siguiente vagón que cogimos seguimos con las caricias, ansiosas, pero no duró mucho, ya que nos teníamos que bajar al poco tiempo.
Esa tarde no la vi e el metro, y tampoco a la mañana siguiente. Estaba desolado, había desaparecido y yo ni siquiera había oído el sonido de su voz. Pasé el día de lo más triste, pensando en ella y reprochándome mi propia estupidez al no haberla preguntado, dicho nada.
Iba a empezar la última clase del día, y yo no tenía nada de ganas. El profesor se retrasaba por lo que yo pasee la mirada sin rumbo, no me importaba nada. Los mismos compañeros, las mismas mesas, sillas, ventanas y... ¿y eso?. Me fijé mejor, parecía como si me despertara de un sueño. ¡Era ella!, ahí, sentada en la última fila, al lado de la puerta. Me estaba mirando fijamente, riéndose por mi cara de bobo, seguro. ¿Qué hacía allí?, ¿por qué?, ¿cómo me había encontrado?.
Cuando me estaba preguntando todo eso se levantó, me hizo una seña para que la siguiera y salió de la clase. Cogí mis cosas rápidamente y salí de la clase corriendo para que no me pillara el profesor saltándome su clase en sus propias narices. La seguí, iba muy rápido, casi corriendo. De sólo verla ya estaba excitado, esta aventura me tenía absolutamente embobado, ella me tenía embrujado. Subimos a la última planta, allí sólo hay unos laboratorios que sólo se utilizan por las mañanas, cuando llegamos arriba ella me miró fijamente y entró en los baños de mujeres.
No sabía qué hacer, no me atrevía a entrar, ¿y si me veía alguien?, ¿qué pretendía?, lo que era cierto es que la situación me gustaba, tenía morbo, misterio, sexo y un creciente sentimiento mucho más profundo. Al final me decidí y entré. Allí estaba ella, apoyada sobre los lavabos, seria, mirándome fijamente. Se dirigió hacia mí, me agarró de la solapa y me metió en uno de los servicios, cerró la puerta tras nosotros, todo esto sin decir una palabra, y me besó. Fue un beso de infarto, largo, apasionado, nos faltaba el aire, nos mordíamos, saboreábamos nuestra sangre en nuestros labios. No podíamos aguantarnos, nos acariciábamos por todo el cuerpo, palpándolo todo. En un momento estábamos sin pantalones, un momento después sin ropa interior... ella me masturbaba con la mano y me hacía gemir. Yo no desperdiciaba el tiempo y le acariciaba sus pechos, sus pezones, la besaba y la acariciaba su flor, abriéndola, buscando su clítoris, excitado, húmedo... Gemíamos sin control, nos acariciábamos de forma desesperada, buscando el orgasmo del otro, besándonos, chupándonos. Y entonces llegó, un orgasmo intenso recorrió toda mi espalda centrándose en su mano, a la vez noté un estremecimiento de ella y unos violentos espasmos nos sacudieron a ambos, nos derrumbamos en el suelo de ese cuartito.
Después de limpiarnos y arreglarnos ella salió primero, yo la seguía. No decía ni una palabra, por alguna razón ella no hablaba y yo no quería romper esa magia. Nos encaminamos al metro de la mano y cuando llegó mi parada me despedí con un suave beso en los labios que ella devolvió.
A la mañana siguiente, y durante todas las mañanas de esa semana, nos encontramos en el metro. Nos apretábamos el uno contra el otro. Yo la levantaba la falda, ya no me conformaba con acariciarla por encima de la ropa interior, sino que introducía mi dedo por debajo y le tocaba el clítoris directamente, penetrándola alternativamente con el dedo. Este ritmo la volvía loca, se agarraba a mí para no caerse y se corría ahogando sus gemidos para que nadie lo notara. Mientras ella no se quedaba quieta, en absoluto. Me bajaba la bragueta de mis pantalones e introducía la mano dentro. Para que pudiera llegar con mayor comodidad me ponía los pantalones más amplios y más grandes que encontraba en casa. De este modo me masturbaba con la mano metida dentro de mis pantalones. En ocasiones llegábamos a corrernos los dos a la vez, con el consiguiente problema de equilibrio que eso suponía, aparte de manchar todas las mañanas la ropa interior. No sé si alguien se daría cuenta de lo que hacíamos, pero nos daba igual, no mirábamos, sólo tenía ojos para ella y nunca nos dijeron nada o nos llamaron la atención. Eso debe significar que si alguien nos pilló con "las manos en la masa" le gustó el "espectáculo", pero seguro que no le gustó tanto como a nosotros...
Por la tarde volvíamos a casa agarrados de la mano, acariciándonos suavemente. Esto ocurrió todo en una semana. Cuando llegó el viernes quise hablarla para decirla que viniera conmigo el fin de semana, pero ella me miró seria y posó su dedo en mis labios. Durante toda esa semana, pese a todo lo ocurrido, no habíamos cruzado ni una sola palabra. Esa circunstancia me excitaba y me molestaba a la vez, no sabía cómo era ella, no sabría ni reconocer su voz... Empecé a plantearme esta loca historia, supuse que no la volvería a ver, que desaparecería para siempre de mi vida. Eso me entristecía mucho, enormemente, ella no quiso que la hablara y decirla cuánto me importaba, aunque no hubiéramos hablado nunca.
Esa noche me la pasé en casa solo. Todos habían salido pero yo había preferido quedarme en casa y ahogar mis penas y mis locos sentimientos en alcohol, en vodka. ¿Me estoy volviendo loco?, hay una mujer que me hace sentir intensamente, que no deja de aparecer en mis sueños, que me excita con locura, de la cual me estoy empezando a enamorar y ni siquiera he hablado una sola vez con ella... es de locos. Entre esas cavilaciones me dormí con una borrachera tremenda.
Al día siguiente estaba apático, con resaca y con pocas ganas de salir con mis amigos. Ellos me notaron muy raro, yo no les había contado nada, ni pensaba hacerlo. Insistieron sin parar hasta que lograron que estuviera listo para salir esa noche, que me recogerían ellos. Pensaba estar un rato e irme a casa, me sentía triste, había perdido algo.
Visitamos los sitios de costumbre charlamos de todo un poco, como siempre. Me di cuenta de que mi vida era un poco tediosa, aunque fuera muy intensa y para mucha gente fuera divertida y excitante. Estaba necesitando un cambio, necesitaba algo más, algo que me diera la sal, un nuevo gusto por la vida. Y ese catalizador era una desconocida que se dedicaba a masturbarme en el vagón de metro delante de todo el mundo... ¡Era de locos!.
Cuando ya estaba dispuesto a irme a casa sentí un perfume, familiar. -"No puede ser ella, aquí no", pensé. Pues pensé mal. Ella estaba sentada en un taburete al lado de una mesa en el pub donde ponen la música que más me gusta. Me miraba fijamente, por un momento pensé que no estaba sola, que había venido con alguien y que aquello era casualidad. Pero no, esa mirada intensa, esa mirada que me desnudaba, que me observaba directamente el alma... era inconfundible.
No me lo pensé, dejé a mis amigos pasmados, me fui directamente hacia ella, despacio pero con el paso decidido, llegué junto a ella y nos besamos.. No sé cuánto duró ese beso, una eternidad. Cuando logré recuperar la respiración y la abrazaba más fuerte, miré a mi alrededor buscando a mis compañeros, pero ellos se habían ido dejándome solo. Bien por ellos, les debería una copa a cada uno desde entonces.
No nos podíamos dejar de besar y acariciar. Nos estábamos calentando cada vez más, cada vez nos faltaba más el aire, cada vez nos necesitábamos más. Introduje una mano entre sus piernas, entre sus finos pantalones, acariciando sus muslos, hasta llegar a un lugar ciertamente dulce. Estaba muy húmeda, por suerte el pantalón era negro ya que si no hubiéramos dado el espectáculo. Yo con una erección descomunal y ella con una humedad en un sitio característico, ja ja ja ja.
Yo prácticamente no podía contenerme más, en un instante me dejaría llevar y la poseería allí mismo, tal era mi excitación. Ella debió darse cuenta o simplemente se encontraba en el mismo estado de excitación que yo, porque me cogió de la mano y me llevó fuera de allí. En la calle nos seguíamos besando, acariciando y tocándonos cada pocos metros de caminar, ambos estábamos muy excitados. Tardamos prácticamente una hora en recorrer apenas dos manzanas. Cuando nos estábamos besando en un portal la puerta se abrió y salió una pareja acaramelada, se nos debió ocurrir a ambos la misma idea porque evitamos que se cerrara la puerta del portal y entramos dentro.
Dentro, agarrados de la mano buscábamos un sitio donde estar más tranquilos. El portal era grande pero diáfano, no había donde ocultarse, aunque fueran las cuatro de la mañana no nos podíamos quedar ahí en medio. Se me ocurrió una idea, me dirigí a los ascensores con paso rápido y los llamé. La agarraba de la mano con firmeza, no quería que se me escapara, que se desvaneciera como en un sueño. Cuando llegó el ascensor entramos, era grande, para seis personas. Le di al sótano, al garaje, y cuando estaba entre el primer sótano y el segundo lo paré y abrí la puerta interior para que nadie nos pudiera subir.
Nos miramos largamente, por fin nos empezamos a besar de forma apasionada, dejamos escapar pequeños gemidos, gritos y grandes suspiros. La temperatura en el ascensor subía de forma espectacular. La empecé a desnudar, la cazadora, la blusa, dejando a la vista esos preciosos y suaves pechos. No pude evitar acariciar sus pezones por encima del sujetados, sopesarlos, liberarte del sujetador y besarlos. Gimió mucho más cuando empecé a chuparlos, suavemente al principio mas luego con una creciente intensidad. Me gustaba, me encantaba saborearla, almacenar en mi memoria cada sabor, cada suspiro y cada gemido que procediera de ella.
Me hizo incorporar, me besaba y me iba quitando la ropa, que se mezclaba con la suya en el suelo del ascensor. Cuando me quitó la camisa y juntó nuestros torsos desnudos, notando el contacto con tus erectos pezones no pudimos evitar un tremendo suspiro. Aún me excitó más cuando mordió suavemente los lóbulos de mis orejas, introduciendo dentro su lengua, acariciándome. Eso me excitó muchísimo, tanto que estuve a punto de tener un tremendo orgasmo por eso mismo. Pero yo quería más, no quería una simple masturbación, la quería para mí, quería fundirme con ella. En un momento la ropa de ambos desapareció, como por arte de magia, pude observar su monte de Venus finamente depilado, dejando un estrecho y bien definido triángulo de vello... olía, olía a sexo en el ascensor, nuestros olores se mezclaban.
Acaricié su sensibilidad suavemente y se abrió para mí. Estaba muy húmeda y con el sexo inflamado. A pesar de que la acaricié con mucho cuidado gimió profundamente, estaba muy sensible. Nos masturbábamos mutuamente, yo la acariciaba los glúteos, los labios, mientras la besaba y ella me agarrabas el miembro, me acariciaba insistentemente el glande, moviendo la piel de mi pene no circuncidado arriba y abajo, haciéndome enloquecer de placer. Me atreví entonces a penetrarla con el dedo corazón, entraba tan suavemente que me decidí a meter también el anular. Los metía y los sacaba animado por sus gemidos. A la vez le acariciaba el clítoris con el pulgar. Estábamos totalmente disparados, ella me masturbabas intensamente y yo no podía parar.
En ese momento en el que ambos estábamos previos al orgasmo ella se separó de mí. Estábamos totalmente congestionados, respirábamos con dificultad, el ascensor olía sexo y la temperatura debía haber subido unos diez grados. Nos miramos unos momentos, ella no quería correrse todavía. La acaricié la cara suavemente, las mejillas, los ojos, los labios. La agarré de la barbilla y la di un suave beso en los labios, casi casto, que contrastaba con la pasión de hacía unos instantes.
Entonces ella puso sus manos en mis hombros y me sentó en el suelo, se colocó a horcajadas encima de mí y... la penetré. Sentía cómo sus músculos apretaban mi pene de forma increíble, nos movíamos muy lentamente, como cogiendo carrerilla, nos besábamos, nos acariciábamos, besaba sus pechos, lamía sus pezones, apretaba sus nalgas, las acariciaba, rozaba con mi pelvis su clítoris y ambos gemíamos y suspirábamos de forma creciente. Parecíamos un antiguo tren de vapor acelerando, cada vez más intenso, cada vez respirábamos más fuerte, gemíamos más alto, nuestros ahogados gritos dejaron de ser ahogados y en unos momentos estábamos moviéndonos a un ritmo endiablado. Chocábamos rápidamente, nos precipitábamos hacia el orgasmo a la vez. No mirábamos otra cosa que los ojos del otro desorbitados por el placer intenso que provocaba esta violenta cabalgada, hasta que por fin alcanzamos el clímax, la llené de amor, de sexo, de todo. Tremendo, violento, gritamos, nos estremecimos y nos abrazamos tan fuerte como pudimos. Cuando logramos calmar nuestros temblores nos besamos largamente, con dulzura, con ternura.
Estuvimos así abrazados una media hora, acariciándonos, descansando y esperando recuperar fuerzas, pues no nos podíamos ni levantar ya que las piernas no nos respondían. Nos vestimos y salimos a la calle, ya casi amanecía. Nos montamos en el primer metro de la mañana, agarrados del brazo y besándonos suavemente. Cuando me bajé en mi parada la besé, ella me acarició la mejilla y cuando se fue el tren me lanzó un beso y me dijo: -"Hasta mañana"... en ese momento creí alcanzar el cielo.
El tener dos palabras suyas me hicieron el ser más feliz de toda la tierra, me había regalado algo precioso, algo importante tanto para mí como para ella. Era algo un tanto estúpido, pero estaba loco por ella. Estaba enamorado de una mirada, de unos suspiros, de una forma de caminar, de moverse. No conocía nada de ella, ni su nombre, ni su voz, ni sus ideas o pensamientos, pero mi corazón la pertenecía y lo único que quería era volverla a ver, volver a pasar otro extraordinario rato con ella, a solas.
Cuando la volví a ver, el lunes en el metro, intenté hablarla, pero ella me hizo callar con un gesto y noté en su mirada y en sus gestos que no quería que habláramos, por algún extraño motivo. Seguimos teniendo nuestro encuentros en el metro, con nuestros particulares "juegos" durante toda la semana. Yo esperaba encontrarla el fin de semana, para ello volví a ir al pub donde la encontré... o ella me encontró a mí. Allí estuve esperando toda la noche del viernes y la del sábado, pero ella no apareció. Me estaba volviendo el pesimismo, y empezaba a sentirme derrotado.
Cuando el lunes por la mañana no la encontré en el andén me temí lo peor. Y efectivamente así fue. No la encontré en toda la semana, y eso que la esperaba en el andén a todas horas por si acaso la veía pasar, por si se había retrasado, por si... Me estaba engañando. Esta vez no volvería, esta vez no.
Me había vuelto loco al enamorarme de alguien sin ni siquiera conocerla, era algo absolutamente estúpido que no podría terminar bien. El amor es algo mucho más complicado que una simple atracción física y sexual.
Pero había algo que no podía negar, en una pareja el deseo es fundamental. Esa corriente de hormonas que circula del uno al otro es uno de los motores más importantes de una relación. Y de ese deseo mi desconocida y yo teníamos mucho.
Pasé muy deprimido todo el fin de semana, y toda la semana siguiente, y la siguiente, notando la pérdida de algo especial en mi vida. Ella no aparecía por ninguna parte, no la encontraría nunca.
Ese fin de semana me decidí a olvidarme de mis penas, superar la pérdida y salir a la calle. Precisamente me habían invitado a una fiesta de inauguración de la casa de unos amigos. Iría mucha gente nueva, amigos de amigos, amigas de amigos, era una buena oportunidad para lanzarme. Así que me fui a la fiesta.
Estaba siendo una buena noche, había conocido a un montón de gente nueva, buena gente, me estaba divirtiendo, el ambiente era inmejorable. Entonces un conocido mío se me acercó.
- Caray, cuánto tiempo sin verte, ¿cómo te van las cosas?. Me preguntó. - Bien hombre bien, ahora mucho mejor, esta fiesta anima a cualquiera, es sensacional.
Estuvimos charlando un buen rato riéndonos de antiguas anécdotas y tomando el pelo a antiguos amigos. Entonces me confesó algo.
Pues la verdad es que no tenía pensado venir a la fiesta, no tengo mucho tiempo últimamente. Pero resulta que mi novia está muy decaída. Entonces he pensado que a lo mejor se animaba en una fiesta tranquila de amigos. No pude sino contestar que era una buena idea.
Mira, te la voy a presentar, a ver si tú la animas...
La verdad es que yo no estaba para animar a nadie, y menos a alguien con problemas sentimentales, pero no me dejó otra opción. Estuve esperando un rato cuando le vi aparecer con su novia... ¡No!. Era ella, ¿era su novia?
Mi amigo hablaba, pero no le oía, lo único que yo hacía era mirarla a ella. Era ella realmente, y estaba igual de perpleja que yo lo estaba.
Entonces nos presentaron: "- Victoria, este es Andrés". ¡Sabía su nombre!. Nos dimos dos castos besos en la mejilla y hasta nos permitimos el lujo de susurrar un
"- Encantado". Como nos mirábamos fijamente y no hablábamos mi amigo nos miraba muy extrañado, pero como le llamaban desde la cocina nos dejó solos, no sin antes disculparse e indicarnos que habláramos de algo, que él volvía ahora.
No hablamos, ella cogió su abrigo y yo el mío y nos fuimos directamente a un hotel cercano a la casa. Cogimos una habitación, pedimos algo más de beber y subimos. El cava llegó casi a la vez que nosotros. Cogimos las copas y brindamos: -"Por nosotros". Pocas palabras habían salido de nuestras bocas, pero todas lo suficientemente emotivas.
Estábamos junto al ventanal que daba a la calle, a la ciudad, que ya dormía. Nos mirábamos fijamente, me perdía en sus ojos, la cabeza me daba vueltas, no podía dejar de pensar en ella, en que estaba con mi amigo, en buscar los porqués, las respuestas, en desearla, en poseerla. Entonces ella me habló. "No digas nada, no hace falta; no lo pienses, la vida la jugamos con las cartas que nos tocan."
Entonces nos besamos, y llegó la pasión, entonces la estreché en mis brazos. Nos abrazábamos con furia, como intentando que el otro no se escapara, que no se esfumara como los dulces sueños. La acariciaba con ternura, los brazos, la espalda, las caderas... la cabeza me daba vueltas, nos faltaba el aire y nuestros besos se cortaban con la necesidad de tomar aliento. Seguimos besándonos durante minutos, sin ser conscientes de nada de lo que nos rodeaba, no existía nada salvo un eterno beso.
La agarré con fuerza y la empuje apoyándola contra el ventanal, la acariciaba con intensidad, buscaba su boca, sus pechos, sus glúteos... La lujuria se apoderaba de ambos lentamente, no podíamos evitar que el deseo acumulado por no habernos visto en este tiempo saliera de forma violenta con cada caricia, cada beso... Nos empezamos a despojar de nuestra ropa, tu vestido cayó el primero al suelo, dejándome ver ese cuerpo que me torturaba de deseo, de amor, de luz... Mi camisa, mis pantalones y mis zapatos fueron los siguientes. La di la vuelta, te abrazaba la espalda mientras mis manos llegaban hasta su sexo, sus senos estaban apretados contra los cristales, nos apretábamos contra la ciudad, de noche. Acariciaba su vulva lentamente, en círculos, cada vez más cerrados mientras la besaba la espalda, el cuello, las orejas, las mejillas, giró su cara y nuestros labios se unieron, dejando pasar nuestras ávidas lenguas a través. Empañábamos el cristal, notábamos su frío tacto cuando yo introduje mi mano lentamente en sus braguitas buscando el clítoris. Supe que lo había hallado por los sonoros gemidos y por su tremenda hinchazón, palpitaba de excitación. Lo agarré suave y firmemente con dos dedos y lo agité, al principio de forma imperceptible, mas luego de forma más y más intensa. Se retorcía de placer contra el ventanal, prácticamente no la aguantaban las piernas, entonces se dio la vuelta, me quitó la ropa interior y me empujó hacia la cama.
Se situó encima de mí, me besaba con dulzura, me acariciaba todo el cuerpo, la cara, el cuello, el torso, los brazos, la tripa, las ingles, las piernas. Me empezó a lamer como si fuera un dulce de miel, lentamente, saboreando con firmeza mi piel, mi pelo, dándome pequeños mordiscos por todo el cuerpo. Me estaba poniendo cardiaco, estaba tan excitado que mi pene palpitaba y me dolía levemente por la hinchazón. Ella debió notarlo y lo agarró suavemente, acariciándolo mientras me seguía saboreando. Llegó hasta mi entrepierna y se detuvo. Ese momento aproveché para incorporarme y situarme cerca de su lugar más dulce, yo también quería miel, quería su sabor, su sexo. Una vez situados empezamos por acariciar con la lengua los alrededores de ese lugar tan sensible, ella me hacía suspirar mientras yo la provocaba pequeños gemidos al soltar mi cálido aliento en su interior. El saborear su sexo era algo extraordinario, me encanta inundarme de olores, de sabores tan intensos, tan sexuales, con tanto deseo, siempre me lanzo a devorarlo con ansia, con sed, con hambre. Ella no se podía decir que estuviera quieta, me estaba chupando, mordiendo, agitando, explorando a fondo mi parte más sensible, arrancándome unos sonoros gemidos cuando agitaba su mano y me absorbía al tiempo el glande. No podíamos parar, estábamos como poseídos por una fuerza que nos impulsaba a explorarnos en profundidad. Mojé mis dedos en sus jugos y la penetré lentamente, moviendo dos de mis dedos en su interior, había conseguido que ella gimiera más que yo al atrapar su clítoris con mis labios a la vez. Ella me contestaba con caricias cada vez más enérgicas, más intensas.
Con mis dedos húmedos le acariciaba la entrada de su esfínter, ella no se esperaba eso, con lo que paró las caricias, aunque yo no. Al seguir ella jadeando yo me sentí más atrevido todavía y empecé a lamer tan estrecho orificio, arrancando unos gemidos bastante reveladores. No sé si por venganza o porque nos estábamos dejando llevar por el placer ella empezó a hacer lo mismo conmigo. Acariciaba mi entrada, la besaba, la chupaba y la lamía, cosa que nadie me había hecho jamás. Eso provocaba que yo temblara de excitación, lo prohibido de la situación nos provocaba aún más, con lo que no nos sorprendimos cuando a la vez que nos masturbábamos con nuestros labios nos introdujimos el uno al otro un dedo en tan prohibido lugar. Creía que me iba a correr enseguida con semejante contacto, una sensación de placer inmenso me embargaba con un dedo en mi ano, era alucinante, increíble. Nos agitábamos buscando el mayor placer posible, nuestras caderas se agitaban en un ritmo endiablado, no podíamos parar de gemir de gritar ni de besar al otro.
Me incorporé de un salto, no quería correrme, la agarré de la cintura y la volteé, poniéndola en cuatro sobre la cama. Me puse detrás de ella, la acaricié el clítoris mientras le metía dos dedos en su vagina, cuando empezó a gemir y a mover las caderas me enderecé, con la otra mano guié mi miembro hacia su más prohibida entrada y empecé a empujar. Ella gritó y me exigió que me retirara, pero como yo no paraba con mis caricias y mi miembro estaba simplemente apuntado en la entrada pronto dejó de quejarse. Mi erección estaba provocando que a medida que ella movía las caderas para notar más las caricias en su clítoris yo me fuese introduciendo lentamente en ese lugar tan estrecho. Me apretaba mi miembro con una fuerza tremenda. Entonces cuando estaba ya la mitad dentro de ella nos paramos. Seguí besándola, acariciándola, la pregunté. "¿Te duele?; - Al principio sí pero ahora...". Se interrumpió con un gemido. Esto era muy diferente a todo lo que se considera "sexo normal", era excitante, novedoso y muy, muy intenso. Gemíamos sin parar y ya nos movíamos muy rápidamente, nuestros cuerpos chocaban con un ruido húmedo, provocado por nuestro propio sudor, nuestros propios jugos. Gritábamos, y nos embestíamos ya sin miramientos. Tú llegaste al orgasmo la primera y las contracciones de tus músculos hicieron que me desplomara encima de ti presa de unas convulsiones tremendas.
Estuvimos desmadejados en la cama durante un tiempo indeterminado. No podíamos creer lo que nos había sucedido. El deseo se había apoderado de nosotros y nos había provocado que gozáramos como nunca del sexo, del cuerpo, y de la lujuria.
Cuando logramos recuperar la conciencia nos levantamos para ir a lavarnos un poco. En la ducha nos jabonábamos el uno al otro suavemente, con nuestros intimidades suavemente enrojecidas nos acariciamos bajo la tibia ducha, suavemente nos besamos, nos acariciamos e hicimos el amor suave, lentamente sentados en la bañera, mientras el agua caía a nuestro alrededor.
Ella estaba encima de mí y se movía lentamente, no teníamos prisa. De este modo tan suave, tan retardado, alcanzamos el orgasmos, un placentero y lento orgasmo que nos sacudió de los pies a la cabeza tensando para luego relajar todo nuestro cuerpo.
Así nos dormimos, abrazados, el uno en los brazos del otro sintiéndonos tan cerca que nuestros corazones y nuestra respiración iba acompasada.
¿Te irás?. Me preguntó. -¿Me dejarás?. Pregunté yo.
Nunca.-Nunca.