El metro
Tara una chica cansada de su trabajo, de su jefe y de su vida la cual se ha convertido en una rutina, decide un día salir de ella.
El estruendoso ruido del despertador me sacó de mi ensoñación, como siempre sonaba a las 6:30 de la mañana. Apoyé mis pies calientes sobre el frío mármol del suelo eso hizo que me despejase un poco, fui al baño y comencé la rutina de alistarme para ir a la oficina, era viernes y eso me hacía sentirme un poco mejor al menos no iba a verle a mi jefe la cara de amargado en dos puñeteros días.
Una vez me había duchado y recogido mi rebelde pelo rizado en un moño austero en la nuca, fui a la habitación a vestirme, una falda de tubo negra ajustada y una camisa blanca junto con unos zapatos negros de tacón bajo daba un estilo de profesionalidad y austeridad.
Mi hermana se reía de mí siempre que nos veíamos al salir del trabajo los viernes y quedábamos para tomar unas cervezas, decía que algún día llegarían a confundirme con una institutriz y acabaría en un internado dando clases de moralidad.
Me aseguré de que todo estuviese desconectado antes de salir de casa, un último vistazo al espejo que tengo al entrar en el recibidor, totalmente impecable, ni una arruga en la ropa, ni un pelo fuera de su sitio, ajusté mis gafas y salí cerrando la puerta tras de mí.
Caminé con paso rápido por la avenida hasta la parada de metro, era hora punta y si no me daba prisa tendría que esperar al siguiente vagón y eso sería un error garrafal porque llegaría diez minutos tarde, no podía permitírmelo.
Bajé las escaleras con cuidado, evité las aglomeraciones que se formaba al entrar bajando por las escaleras mecánicas de esa forma llegar antes. Pero aún así cuando llegué abajo estaba todo abarrotado. Era una desesperación constante, cada día lo mismo, absorta en un trabajo que no me hacía feliz pero al menos pagaba las facturas.
El vagón llegó y entré nada más tuve oportunidad de ello, aquello estaba de bote en bote, no cabía ni un alfiler y para colmo iba a estar así al menos tres cuartos de hora hasta llegar a mi estación. Al menos me daba el lujo de fantasear como sería tener un trabajo en el que fuese totalmente feliz y me permitiera viajar sin preocuparme de medir si llegaba a fin de mes.
Cualquiera que tuviese claustrofobia le daría algo allí adentro, apenas te podías mover, si el vagón giraba bruscamente más valía que pudieses agarrarte a algo porque sino acababas por estrellarte contra alguien que tuvieses cerca, si antes lo pensaba antes me pasaba.
No pude controlar mi cuerpo y mi espalda chocó con algo férreo que había tras de mí. Una mano rodeó mi cintura con cuidado y un olor a perfume con tonos de madera y una mezcla de jabón invadió mis fosas nasales. Su agarre era sólido sin ser invasivo, era mucho más alto que yo, sin duda alguna mi cabeza quedaba por debajo de la suya, lo sentía, sus manos eran grandes y fuertes era lo único que podía ver, pero podía sentir su cuerpo y era ancho al menos comparado con el mío.
Pasó la mano por la cintura una y otra vez, recorriéndola. Subió una mano hasta mis pechos y empezó a masajearlos, un escalofrío recorrió toda mi piel, tenía miedo, pero también estaba excitada, era algo peligroso pero a la vez atrevido, y no sabía porqué pero sentía que conocía a ese hombre, sus manos me recordaba a alguien.
Un suspiro escapó de mis labios, cuando pellizco uno de mis pezones, era delicioso lo que estaba haciendo. Mis pechos se sentían doloridos e hinchados rozaban contra el sujetador y parecían a punto de desbordarse por encima de ello, el botón de la camisa estaba tan tirante que pensaba en que de un momento a otro iba a salir disparado.
Se acercó más a mí y empezó a rozar su polla contra mi trasero, la tenía dura como una roca, bajó la mano de mi pecho hasta mi trasero donde empezó a sobarlo con insistencia y fuerza. Subió mi falda por detrás y metió la mano dentro.
Si alguien pudiera verme seguro que me vería roja como un tomate, notaba como mis mejillas ardían por la vergüenza de hacer ese tipo de cosas en público.
Sobaba mi trasero una y otra vez con rudeza, pellizcándolo y después masajeándolo, me estaba volviendo loca, por Dios Santo que clase de tortura era esa… Lo peor de todo es que estaba disfrutando de ello, mi diosa zorra pedía más, aullaba por más, deseaba que me follase de una puta vez, tenía las bragas tan mojadas que apenas podía contenerme y rozaba un muslo contra el otro.
Bajó la mano por mi trasero, por encima de las braguitas hasta llegar a mi vagina. Acercó sus labios a mi oreja y me dijo susurrando con voz ronca:
- Jodida zorra, estás chorreando, estás deseando que te meta la polla hasta el fondo y acabarás por pedirme más.
Aspiré de tal forma que me mareé al escuchar su voz, era tan sexy, grave y oscura que daba rienda a la imaginación de noches llenas de sexo duro, salvaje…
Hummm… - Fue todo lo que acerté a decir.
¿Quieres que te folle? ¿Quieres sentir mi polla dentro de ti zorra? ¿Quieres que te haga correrte como una buena putita? –Susurró junto a mi oreja, para que nadie más excepto yo lo oyera.
Asentí con la cabeza y eso le bastó para entender que le decía que sí a todas las preguntas que me había formulado.
Empezó a pasar los dedos y jugar con mi clítoris por encima de las braguitas, sacó algo de su bolsillo, una especie de barra de labios que encendió y de momento empezó a vibrar, jugó con ella en la entrada de mi vagina sin llegar a meterla eso hizo que me mojase más todavía, sentía como mis fluidos corrían por mis muslos, y entonces puso el vibrador en el clítoris y jugó con él. Aquello era una bendita tortura, era delicioso sentirlo así, jamás nadie me había tocado de esa forma queriendo suplicar por un puto orgasmo, mojándome tanto y estirándome para sentir luego como me llenaría toda. Me mordí el labio para no gemir, si alguien se daba cuenta el juego acabaría y yo me quedaría insatisfecha, caliente, y entonces mataría a alguien porque me había dejado a medias.
De un tirón rasgo mis braguitas y se las guardó en el bolsillo del pantalón, un gemido ahogado salió de mis labios.
Noté como liberaba su polla de su pantalón y la frotaba contra mis nalgas.
- Dios pequeña, tu culo se ve delicioso para ser follado una y otra vez. –Volvió a susurrarme junto a mi oreja dándome un mordisco en el lóbulo.
Quería suplicarle que lo hiciera, que me follase ya, que necesitaba hacerlo con urgencia, entonces noté como se introducía entre mis piernas hasta llegar a la entrada de mi vagina y presionar la cabeza de su polla contra esta.
Era más grueso de lo que pensaba, empezó a introducirse poco a poco dentro de mí estirando mi vagina por completo, era delicioso sentirse así, era increíble sentir como me llenaba poco a poco cuando apenas tenía la mitad de su polla dentro con una fuerte embestida la metió entera, intenté por todos los medios no gemir sólo un fuerte suspiro salió de mis labios mientras mordía mi labio inferior con fuerza.
- Joder nena, eres jodidamente estrecha, se siente genial estar dentro de ti, me aprietas la polla tanto que estoy a punto de correrme. –Me dijo entre susurros.
Eso fue como un afrodisiaco para mí, lo sentía tan duro y tan grande que cuando se movía me mojaba más aún si podía.
- Tócate pequeña, tócate y córrete para mí como una buena zorra. –Dijo pellizcando mi trasero.
Metí las manos bajo mi falda y empecé a frotar mi clítoris con insistencia, las embestidas cada vez fueron más fuertes, llevo su mano a mi pecho y pellizco mi pezón con fuerza y ya no pude aguantar más. Me corrí como nunca antes lo había hecho, fue glorioso, recorrió todo mi cuerpo dejándome abatida y sin fuerzas.
Noté como él salía de mi y se corría sobre mis nalgas, sentí como su semen caliente me llenaba toda, después cogió un pañuelo que tenía en su bolsillo y me limpio con sumo cuidado, quien iba a pensar que alguien que hiciese eso fuese tan considerado.
Me bajó la falda una vez me había limpiado y posó un beso sensual sobre mi cuello.
- Pequeña bruja, te has portado como una fresca no pensaba eso de ti. –Me dijo esta vez un poco más alto.
Su voz me resultaba igual de familiar que sus manos y su perfume, me giré muy despacio hasta encararlo, mi cara de estupefacción lo decía todo, no me lo podía creer…
Me había follado mi jefe…
Señor Hunter…--Tartamudee y mis mejillas volvieron a ser rojas como un tomate.
Tara no crees que debemos de dejarnos de formalismos dadas las circunstancias. –Sonrió de forma ladina.
No sabía dónde iba a meterme. Como si pudiera leer mis pensamientos se río y me dijo:
Tranquila nadie nos ha visto, no te preocupes he sido cuidadoso con ello. Pero he de decir que no sabía que hubiese una gatita tan pervertida en ese disfraz de institutriz recatada.
No he hecho esto en mi vida señor, se lo juro. No sé porqué, pero de alguna forma sabía que era conocido, su perfume, sus manos, su voz, pero no podía pensar quien era. –Alcé la barbilla de forma altiva, no sabía porque le estaba dando explicaciones no las necesitaba pero algo en mi decía que debía dárselas.
Está bien Tara no tienes porque explicarte, te creo. –Me dijo acariciando mi mejilla de forma tierna.
En ese mismo momento sonó la alarma que indicaba que era nuestra parada. Me miró con los ojos brillantes y con una sonrisa descarada.
- Vámonos de aquí antes de que te roces una vez más tus pechos contra mi cuerpo, porque se me está poniendo dura de nuevo y no voy a poder controlarme esta vez. Y esas malditas gafas... Me la pones como un mástil, muñeca.
Sonreí por dentro pensando que era asombroso causar ese efecto en mi jefe, un hombre al que no quería cruzarme, por su cara de estirado y amargado y resulta que es el mismo hombre que me había follado de forma frenética en un vagón de metro.
Desde entonces me encanta ir a trabajar.