El Mercado de la Carne VI - El Control

Entregada a los socios de Sebastián a cambio de favores y con su hijo rendido en manos de Verónica, Silvia será partícipe de un plan para humillar a un joven matrimonio. Con las provocaciones de los amigos de su hijo como único consuelo, Silvia tomará el control y les dará por fin lo que más desean.

Estoy a punto de alcanzar el autobús pero por mucho que grito intentando que pare sus luces se pierden en la oscuridad del polígono. Me quedo sola en la parada, resignada. El frío de la noche me abraza. La única luz a mi alrededor es la que proviene de mi refugio. Me empiezo a sentir nerviosa. Estar vestida con una ajustada y cortísima minifalda, una blusa abierta a pesar de no llevar sujetador y unas botas altas, no es lo más recomendable para aquel barrio. Pero tengo suerte, un coche se acerca. Se detiene ante mí. La ventana trasera se abre lentamente y revela el rostro de un hombre mayor, de tal vez cerca de los setenta.

-Suba, joven. –Dice sin más rodeos.

Dudo. ¿Me habrá tomado por…? No, parece un hombre honrado. Mi salvador. ¿Por qué desconfío de todo el mundo? Además, tengo que llegar a tiempo. Subo y el coche arranca. En los asientos traseros mi cuerpo queda pegado al del viejo para su evidente regocijo. Su expresión benevolente cambia. Al sentarme, mi falda se ha subido revelando gran parte de mi muslo y aunque intento arreglarla, es demasiado ajustada. El anciano no pierde ni un solo detalle de mis esfuerzos en cubrirme.  Llevar mis pechos enormes libres bajo aquella blusa semiabierta no me ayuda en absoluto. Se deleita con mi escote. Me siento violenta siendo estudiada con tanto descaro por aquel desconocido de aspecto casi cadavérico.

-¿Trabaja usted?

-A veces. En lo que surge.

-Necesitará el dinero entonces… Ya hemos llegado.

El coche se detiene pero no estamos donde esperaba. Seguimos en el polígono. Es una nave industrial abandonada. Maquinaria oxidada, vigas a punto de quebrarse, chapas de metal agujereadas forman las paredes.

-Salga del coche.

Su tono no admite respuesta así que hago lo que dice. Fuera ya se ha bajado el chófer. Es un hombre negro de llamativos ojos azules. Debe doblarme en tamaño. Su mirada me aterra.

-Yo… yo no soy lo que usted cree. –Digo asustada- No soy ninguna puta.

-Todas las de tu calaña lo sois. –Responde el viejo con soberbia.- Todas. La única cuestión es cuánto dinero cobráis. ¿Tú cuánto quieres por dejarte follar ahora?

Me ofende y amago marcharme de allí, pero estoy sola, el chófer es enorme y el viejo comienza a lanzar billetes al suelo.

-¿Cuánto, puta? –Pregunta.- ¿Cuánto por dejarte follar?

Dudo. Es mucho dinero. La propuesta es, en el fondo, excitante. Y algo me dice que de no aceptar, aquellos hombres me obligarán a hacerlo. Me agacho, cojo el dinero y lo cuento. Es una buena cantidad. Lo guardo en mi bolso y avergonzada camino hacia aquel viejo asqueroso.

-¡No me toques! –Grita- No eres digna de mi polla. Él te follará como mereces.

El chófer me agarra por la espalda como si fuera una muñeca y me da la vuelta. Sus manos salvajes abren mi blusa liberando mis pechos y desperdigando los botones rotos por el suelo. Rasga mi falda partiéndola en pedazos y destroza mi tanga. Me arroja de bruces contra el capó del coche y mi culo queda a su capricho. Sin el más mínimo preliminar, sin importar mi grado de excitación, se abre la bragueta, saca una polla gigantesca y me la mete. Mi vagina la recibe a duras penas. Es tan grande y todo ha sido tan súbito que duele durante un buen rato hasta que sus bandazos empiezan a humedecerme. Sus dedos comienzan entonces a trabajar mi culo, dilatándolo. Pero no hay dilatación suficiente para aquel pollón negro. Mientras aprieta su glande contra mi ano, puedo ver cómo el viejo babea, nos mira y se masturba.

-¡Eso es! ¡Eso es! –Grita.- Da a esa puta lo que se merece.

El chófer sigue las instrucciones de su jefe y de un empujón hinca toda su verga en mi culo hasta los huevos, con el único lubricante de la humedad de mi vagina que aún la impregna. Chillo dolorida, llena hasta lo enfermizo de toda aquella carne. Aguanta un buen rato enculándome con aquel pollón monumental. El viejo le indica que me lo llene de “lefa de negro” y mi tosco amante obedece. Al presenciar tan burdo orgasmo el viejo se corre derramándose en el suelo de esas nuevas ruinas.

Alec, que es como se llama aquel portentoso hombre de ébano, me susurra una disculpa clandestina que espera que su jefe no oiga.

-Lo siento si te he hecho daño, Silvia.

-No importa. Ya está.

Tobías está histérico de alegría. Al igual que en las tres veces anteriores que hemos repetido aquella fantasía, ha logrado correrse. Como me confesó la primera vez, hacía tiempo que no lo conseguía.

-Muy bien hecho. –Me congratula.- Magnífica. Felicita a Sebastián una vez más por tu contratación. Ese hombre tiene un ojo especial para encontrar entre el lumpen zorras como tú.

-Así lo haré, Tobías.

Me da la ya acostumbrada gratificación, un regalo de su elección que es solo para mí. En este tiempo en mi trabajo he recibido de todo. Ropa y joyas son los más habituales, pero también me han obsequiado con viajes o pases para exclusivos espectáculos. Tobías sabe que lo que más aprecio es el dinero. Entre la ropa que tengo guardada en el maletero para sustituir la que acabo de perder, ha dejado un buen fajo de billetes. Entramos en el coche y el tierno Alec nos lleva al centro. Al bajarme me mira con cierto cariño, temiendo que algún día llegue la despedida definitiva. No será hoy. Sé que su jefe, como todos los demás, volverá a llamar.

Me pierdo entre los edificios y cuando me aseguro que ningún rostro familiar me sigue, me dirijo al parque. La actividad es mínima a esa hora, pero aún hay viandantes que vuelven a casa desde sus trabajos y aburridos vecinos que pasean al perro. Oscar me espera en un banco apartado, el más discreto del sitio. Me siento a su lado.

-Háblame de Verónica.

Ha cambiado. Ha descuidado su aspecto, se ha dejado barba y ya no parece tan joven.

-Bueno, como habrás adivinado no es mi tía. Hace ya… -Piensa por un momento- No sé, demasiado ya, nos encontró a mí y a mi novia Elia en una discoteca. Nos encantó y nosotros a ella. Pero apareció Sebastián y Elia cambió.

Se detiene en su relato. Creo que está recordando a su amada.

-La verdad… La verdad es que disfrutamos mucho con ellos. Yo nunca había tenido un sexo así, era como vivir dentro de una película porno. Verónica me encanta… me encantaba. Me volvía loco. Pero Elia… Se dejó llevar por todo esto. Nada era suficiente para ella. Yo no estaba a su altura. Es decir, ya sabes que me encanta el sexo pero esto era distinto. Más bestia. No la volví a ver. Creo que Sebastián la vendió a alguno de esos ricos amigos suyos y que a ella… a ella le excitó la idea. No sé. A saber. El caso… El caso es que no me importó. Vivía de puta madre a costa de Verónica y qué más me daba. Era una diosa y con ella podía conocer a otras mujeres. Mujeres como tú. Ahora todo se ha ido a la mierda…

Tiene razón. Le vi perdido en los entrenamientos, absorto en sus pensamientos. Pero yo no era nadie para acusarle de estar fuera de lugar. Solo iba allí con la esperanza de ver a mi hijo y de no suscitar demasiadas preguntas incómodas entre las otras madres.

-Verónica tiene un juguete nuevo, Oscar.

-Lo sé, me lo dijo cuando me echó de su casa. No te preocupes. Le hará disfrutar. Le enseñará a hacer disfrutar a otras personas. Le tratará bien. Para él será como vivir una fantasía. Verónica… en el fondo es solo una niña caprichosa.

-Me importa poco lo que sea en el fondo. Le ha comido la cabeza a mi hijo. Hace meses que no me habla. Ahora vuelvo a casa y no hay nadie allí.

Oscar me mira y por primera vez se esfuerza en recuperar su encanto.

-Bueno, Derek, Marco y Martín me han hecho un hueco a mí pero si saben que tú te apuntas te dejan hasta sus camas.

Rio ante su ocurrencia y sé que en el fondo siempre será así, un simple buscador de emociones y experiencias incapaz de ver más allá de todo eso.

-Ya me joden bastante en mi trabajo, Oscar.

Me despido de él con un beso y le dejo triste en su banco. Sola en mi cama soy incapaz de dormir, como cada noche desde que Sebastián y Verónica me usaran ante mi hijo y ella lo sedujera para apartarlo de mí. Sé que estoy dispuesta a hacer cualquier cosa por recuperarlo y también que dejarme llevar por ese impulso lo echaría todo al traste. El hechizo de Verónica es fuerte. Seguiré siendo obediente, sumisa, complaciente. Haré como hasta ahora todo lo que me diga Sebastián. Serviré de broche final a sus negocios, participaré en las enfermas fantasías de sus socios y le seré todo lo útil que pueda. Esperaré mi momento.

Cada día intento contactar con Rodrigo, pero desde que Sebastián comprobó que mis provocaciones, a pesar de su efectividad, quedaban desactivadas por su amor hacia su futura esposa, me ha mantenido apartada de él. Tengo la sensación de que aquella pareja se convertirá pronto en el nuevo juguete de Sebastián. Algo me dice también que podrían serme de gran ayuda. No en vano, la dulce María Elena ya intentó advertirme sobre todo esto. La fecha de la boda se acerca y siento que algo terrible va a pasar.

Desde que según él, “rompiera mi última barrera”, Sebastián no me ha vuelto a tocar pero no ha dudado en ofrecerme a hombres de su estatus como forma de endulzar sus negocios. En este tiempo he completado las fantasías de muchos. He sido aquella compañera de clase a la que siempre se quisieron tirar y no pudieron, la inocente niñera que esconde una ninfómana en su interior, la vecina madura que revolvía sus hormonas durante su pubertad e incluso la esposa que tras abandonarlos vuelve a su cama desesperada por un polvo de reconciliación. Todo aquello me ha proporcionado riqueza y, no puedo negarlo, también un placer ocasional. Pero no lo que necesito para destruir a Sebastián. Todos ellos callan cuando intento sacarles algo de información. De mí, solo quieren ese sexo de mentira.

Los momentos más auténticos en mi vida en soledad me los proporcionan los amigos de mi hijo. Para evitar dar más explicaciones de las necesarias he mantenido mi pacto con las madres del instituto. De cara a ellas Víctor pasa una temporada en casa de un familiar y pronto volverá. Es la mentira que a veces me cuento a mí misma. Mientras sus colegas siguen disfrutando de mi ducha, mis meriendas y mi cuerpo. Sus miradas son más habituales, sus sobeteos furtivos no cesan, sus comentarios son cada vez más directos y mi ropa interior escasea en mis cajones. Me excita excitarlos pero cuando siento que se propasan los calmo con una maternal regañina. En el fondo es fácil controlarlos y eso me gusta.

Cuando no soy cedida a uno de sus contactos, Sebastián me mantiene en la recepción de su despacho realizando tediosas tareas. Allí estoy vestida como él me ordena como si fuera un bonito florero al que poder admirar. Doy lustre al mobiliario, como se ha ocupado en aclararme. Por lo demás no suele prestarme demasiada atención, pero ahora me hace entrar a su despacho y cerrar la puerta.

-Me acompañarás a la boda de María Elena y Rodrigo.

-No sé para qué. A Rodrigo le pongo cachondo pero jamás le será infiel a ella. –Desde aquella noche en la que me humilló ante mi hijo soy siempre directa con él. Puede que deba obedecer pero no ser amable.

-Eso ya no importa. Irás y si sabes lo que te conviene harás lo que se te diga.

El día de la boda camino aterrada de su brazo. Temo que prepare algo contra aquella joven pareja ante todos sus invitados, pero para mi sorpresa el día transcurre sin sobresaltos. Sebastián se muestra con ellos atento y cariñoso, cordial con los asistentes y correcto conmigo. La ceremonia termina, el banquete es devorado, la tarta partida, los bailes destrozados y el alcohol agotado. El ritual se completa y los comensales son arrastrados por parientes hacia sus habitaciones. Todos, incluidos los familiares del nuevo matrimonio, se retiran para dejar vía libre a la pareja hacia su noche de bodas. Todos salvo Sebastián.

-Os daré ahora mi regalo. Subid, recoged vuestro equipaje y venid al embarcadero.

-Sebastián… -ríe Rodrigo- agradezco el detalle pero tendrá que esperar a mañana… ¡Es nuestra noche de bodas!

-¡Obedeced!

El grito de Sebastián borra la felicidad de sus caras y me produce un espantoso recuerdo. La primera vez que escuché aquel trueno salir de su boca estaba siendo usada por sus esbirros y me cambió la vida. La pareja está nerviosa y se cogen instintivamente de las manos.

-Haced lo que os digo. Es por vuestro bien.

Se miran y tengo la sensación de que saben que no tienen más opciones. En unos minutos aparecen en el embarcadero y los cuatro subimos al barco de Sebastián. Partimos en la oscuridad y él guía la nave sobre las aguas tenebrosas. Cuando de tierra solo se divisa un pequeño punto de luz en la lejanía, echa el ancla. Descendemos a las habitaciones bajo cubierta. Suponemos que es hora de retirarnos pero Sebastián tiene otros planes. Les hace sentarse en la cama. Los tres nos miramos con pavor, pero él sonríe con satisfacción.

-Mis buenos amigos Rodrigo y María Elena. Celebro con alegría vuestra unión porque me concede grandes oportunidades. Sé en cambio que vuestro amor no surgió por el cariñoso roce propio del trabajo, sino como consecuencia de ciertas actividades furtivas que no han escapado a mi atención.

-Sebastián, no sé qué… -Musita María Elena.

-¡Calla! Callad. Solo hablaré yo y vosotros obedeceréis. –Se toma un momento que aumenta nuestra tensión- El espionaje industrial es un negocio muy lucrativo salvo si el comprador desaparece. Lástima, pero no he visto a ningún Maeztu en la ceremonia.

La expresión en las caras de la pareja es de desolación absoluta. Sé que acaban de darse cuenta de que están en sus manos y desearían haberse quedado en tierra. Al menos allí habrían encontrado algún apoyo, alguna escapatoria. Ahí aislados, como todos hemos estado alguna vez, se encuentran a merced de Sebastián.

-Como sabréis, ese tipo de actividades suponen también un delito. Suerte que estáis en manos de un hombre generoso.

-¿Qué quieres de nosotros?

Sebastián sonríe. Su satisfacción es absoluta. Su plan se está desarrollando como quería.

-Tengo pruebas de vuestros actos. Si quisiera, podría hacer que os encerraran y que una vez en la cárcel, no os faltara compañía a ninguno de los dos. Es una condena larga para estar solo… Pero como he dicho, soy generoso. Si satisfacéis mis exigencias, pasaré esto por alto y os pagaré lo que habíais pactado con los Maeztu. Es una buena cifra. Sobre todo para un matrimonio de recién casados.

-¿A cambio de qué?

Paladea sus palabras, saborea el momento.

-María Elena… nunca dejaste que te tocara y te respeté. Lo hice porque pensé que eras una mujer decente, pero esto que has hecho demuestra que me equivoqué contigo. Si queréis que olvide todo esto, te follaré ahora, en tu noche de bodas, ante tu marido y antes que tu marido.

Están conmocionados. Hasta a mí me altera aquella declaración de intenciones. Se revuelven indignados sobre la cama.

-Vete a la mierda. –Ella se levanta, pero es Rodrigo la que la detiene.

-Cariño…

-¿Qué? ¡Qué! ¿Acaso quieres que haga lo que dice? Él tiene tanto que perder como nosotros.

-Cariño… -Insiste Rodrigo al borde del llanto- No hay otra opción.

Ella se da un momento para pensar. Su indignación da paso a la desesperación al darse cuenta de que está perdida.

-No. ¡No lo haré! ¡No lo haré! ¡No lo haré! –Solloza ella. No puede aguantar las lágrimas y rompe a llorar.

La rabia se agolpa en mi garganta. Sí, ese morbo maligno y enfermizo de mi interior busca aflorar, pero lo controlo. Me dan lástima. No lo puedo consentir.

-Sebastián… Esto es una locura. Volvamos a tierra y hablemos allí.

Él me contempla con ira.

-Silvia, recuerda lo que te pasó la última vez que me contrariaste. Si no estás conmigo en esto, me aseguraré que le hagan a tu hijo lo que no le pueda hacer a ella.

Callo. Sé que es perfectamente capaz de eso. Yo tampoco tengo otra opción. Rodrigo y María Elena no se merecen esto pero tampoco mi hijo. La pareja, entre gimoteos mutuos empieza a aceptar su destino. Sebastián está hechizado con la situación, confiado en el poder que ejerce sobre todos nosotros.

-Después de esto… -dice con valor María Elena- Después de esto nos dejarás en paz y cumplirás con lo prometido.

-Al contrario que tú y mi fiel Rodrigo yo siempre cumplo mi palabra. Además, María Elena, esto te va a gustar. Eso también te lo puedo prometer.

La pareja se besa y aquello me rompe el corazón, parece una despedida. Rodrigo se aparta y se sienta a mi lado. Intento transmitirle cierto ánimo pero tengo claro que cumpliré lo que Sebastián me ordene. No tengo más remedio. El hombre se estremece de ira cuando su joven esposa queda en garras de su enemigo en plena noche de bodas.

Sebastián la besa el cuello y ella, asqueada, se deja hacer. La acaricia las caderas y el vientre sobre la ropa y ella intenta esquivarlo. Besa su cara ante otro intento de evasión y decide aplicar más fuerza para vencer su resistencia. La coge de la mandíbula y la besa. Ella mantiene la boca cerrada, pero una severa mirada de él la obliga a abrirla. La lengua masculina entra en la boca y busca la de la chica.

Sin más remedio, ella parece responder a sus estímulos y sigue con el beso. En cuanto él alivia su presa, ella aparta la cabeza. Ha sido hábil usando la seguridad en sí mismo de su captor, pero ahora llega el castigo.

-Le quiero empalmado todo el rato mientras ve lo que le hago a su mujer. –Me ordena señalando a Rodrigo.

Miro al pobre hombre con cierta tristeza pero me apresuro a desnudarlo. Mientras Sebastián sube el recatado jersey de María Elena y se lo quita, revelando sus pequeños pechos. Captura sus pezones entre sus labios y los sorbe. Ella recibe aquello con estoicismo. No parece sentir nada. Tampoco Rodrigo parece estimulado con la situación. Su pene está reducido a la mínima expresión. Lo cojo entre mis manos y tiro de él, comenzando a masturbarlo. A pesar de su deseo por mí, aquello no crece.

Sebastián desata los botones del pantalón a su presa y se los quita revelando unas virginales braguitas blancas como las que llevaría cualquier chiquilla. Por la expresión de su rostro sé que era aquello precisamente lo que esperaba encontrar. Sin dejar de lamer el cuello a la chica, introduce su enorme mano en sus bragas y empieza a acariciarla. Aunque ella pugna por resistir, el toqueteo la empieza a calentar. Muy a su pesar sus pezones se erizan y comienzo a escuchar cierta humedad que proviene de su coño. Como si fuera un reflejo del deseo de su esposa, la polla de Rodrigo se endurece levemente en mis manos.

Ante la evidencia de que su trabajo está teniendo impacto en su presa, Sebastián la despoja de sus braguitas y la tumba en la cama. Separa sus piernas, que ella ha dejado inertes, y empieza a comerla. Sé que si la saborea con aparente calma es porque sabe que aquello la estimulará más que una invasión más directa. Aquel bastardo parece tener un diabólico poder para detectar el deseo de la gente. Rodrigo no puede apartar la mirada de aquel bochornoso espectáculo y casi compadeciéndole, intento que se fije en mí. Sé que aquel hombre me desea pero que la situación le supera por completo. Me quito mi camiseta y le muestro mis enormes pechos desnudos, los mismos que tantas veces habrá degustado en su imaginación. Poso en ellos sus manos y los empieza a sobar casi por inercia.

María Elena empieza a suspirar. Sé que intenta resistir, pero su amante es experimentado y malvado; sabe perfectamente lo que hace y no duda en llevarlo a cabo. No puede evitar las convulsiones de su cuerpo cuando se corre. Aquella pobre chica, con evidente poca experiencia en estas lides no es rival para su enemigo. El orgasmo de su esposa despierta la polla de Rodrigo y aprovecho para llevarla a mi boca. La trabajo tan bien como puedo. Al menos le concederé ese placer a este pobre hombre.

-Te has corrido, María Elena. –La dice Sebastián para su vergüenza.- Díselo a tu marido. Díselo.

-Me he corrido. –Dice sollozando. Y se cubre la cara con sus manos para evitar la vergüenza. Sebastián se las aparta y la sigue comiendo.

Continúo chupándole la polla a Rodrigo hasta que adquiere su máximo tamaño. Para mantenerle así, me desnudo del todo ante él y dejo que me toque. Pero está distraído, viendo cómo Sebastián se sienta en la cama y libera su polla para que su esposa la chupe.

-Chúpame la polla, María Elena. Que tu marido vea cómo me la chupas.

La pareja se mira. Ella puede ver cómo una exuberante extraña se la chupa a su marido y él como su esposa acerca los labios hacia la polla de su repugnante rival. Sé que están destrozados pero también que ahora mismo sus cuerpos tienen un punto de excitación. La polla erecta de Rodrigo está cómoda en mi boca y pronto la de Sebastián se introduce en la de María Elena. Él la deja hacer y ella chupa sin pasión ninguna. Aquello, por alguna siniestra razón, excita sobremanera a mi jefe.

-Mira a tu marido mientras me la chupas. Mírale. Mira a ese traidor.

Ella le obedece y Rodrigo suspira. Las miradas de la pareja se cruzan de nuevo. Es demasiado para él y se corre en mi boca. Trago lo que puedo para no dar a Sebastián la satisfacción de lucir todo aquel semen ante su mujer. Aun así, se aprovecha de aquel orgasmo.

-Parece María Elena que a tu marido le gusta ver cómo chupas pollas. Con menuda joya te has casado. Ahora ven que te voy a follar.

Se tumba en la cama y la obliga a cabalgarle. Ella parece frágil, pequeña e indefensa ante el control de aquella mole musculada. María Elena se monta encima y se inserta poco a poco su polla enorme en su cerrado pero húmedo coño. Rodrigo ve el momento exacto en el que la verga de su enemigo se hunde en la vagina de su esposa. Supongo que piensa entonces que aquel momento le pertenecería a él en su noche de bodas. Sebastián apremia a María Elena con un cachete en su culo y ella empieza a moverse. La falta de intensidad de sus movimientos aburre a Sebastián que la voltea, la lanza sobre el colchón y la obliga a ponerse a cuatro patas. La penetra así y la empieza a follar con dureza. La chica no tiene escapatoria. Aquel metódico tableteo en su coño genera como resultado una imparable oleada de placer. Se corre entre gemidos y gritos de rabia.

-Atiende Rodrigo –se recrea Sebastián.- así es como te tienes que follar a tu mujercita porque está claro que le está gustando.

Él hace ademán de levantarse contra aquella infamia, pero le retengo. Perder la cabeza solo empeoraría las cosas. Sebastián, con su objetivo cumplido, se corre en el coño de María Elena asegurándose que al salir de ella su semen se derrame copiosamente del interior de la chica. Separando los labios de la mujer, le muestra su viscosa obra a su marido. Ella no lo tolera más, se levanta y corre al baño a lavarse.

-¿Ves Rodrigo? No ha sido para tanto. Tu mujer ha pasado un buen rato y además sois ricos y libres.

Espantada como estoy me doy cuenta de que puedo intentar sacar algo de todo este horror.

-Mañana quiero hablar con mi hijo.

Al día siguiente volvemos al embarcadero y bajamos apesadumbrados. Me despido de Rodrigo y María Elena lamentando todo por lo que han pasado y, cuando percibo que Sebastián no nos vigila, deslizo mi número de teléfono en la mano de ella. Les sigo con la mirada hasta que se reúnen con sus familiares y contemplo como, al igual que yo hago con mi entorno, intentan disimular la indignidad a la que han sido sometidos.

Acudo aquella tarde al entrenamiento y mi corazón da un vuelco cuando veo allí a Víctor. Verónica está a su lado, disfrutando de lo que ocurre en el campo como si no pasara nada más. Pienso que el ancla que la une con la realidad siempre ha sido débil, pero sus problemas me dan igual en ese momento. Camino hacia mi hijo y le doy un abrazo que él no corresponde.

-Te veo bien, Víctor.

-Estoy bien. Vero me cuida bien.

-Y estás aprendiendo muchas cosas, ¿Verdad Víctor? –Interrumpe ella.

-Quiero hablar a solas con él. –La digo con notable enfado.

-Bueno, bueno.

Camino con mi hijo por el precario campo donde sus viejos amigos dan patadas al balón y veo que mucho ha cambiado en él. Se le ve mayor, por fin un boceto casi completo del hombre que llegará a ser. Pero también percibo su confusión, su ira hacia mí. Hace meses que no tengo una oportunidad así y por primera vez en nuestra vida decido hablarle como a un adulto.

-Lo que pasó… No te engañaré. En parte lo hice por ti, por nosotros. Por poder seguir adelante, escapar de las facturas sin pagar, de la falta de trabajo y de… de todo aquello. Pero también lo hice porque me gustaba. Disfrutaba con todo eso. Desde que te tuve no había tenido ni un solo momento para mí y… poder volver a gozar así del sexo me encantó. Pero Víctor, he comprendido que sin controlar esos impulsos tampoco podemos disfrutar de ellos. Hay una línea entre el morbo y la marca que deja en nuestras vidas. Sé que la he traspasado pero por favor, soy tu madre. Te quiero y siempre te querré. Vuelve a casa conmigo.

Noto su frialdad. Sé que está dolido y que en su cabeza aún no sabe quién soy. Ahora le acaba de hablar su madre, la mujer a la que ama, pero tiempo atrás no pudo ver otra cosa que a una puta de lujo controlada por la lujuria. Sé que desea a esa mujer, a esa zorra capaz de proporcionar un morbo y un placer incomparables, pero no competiré con Verónica en esa faceta. No seduciré a mi propio hijo para recuperarle. Al verle alejarse con ella se me rompe el corazón una vez más, pero aquella conversación me hace guardar cierta esperanza. De alguna manera lograré apartarle de ella.

Vuelvo a casa escoltada por Elías, Tino y Bruno. Su ánimo y buen humor se me contagian. Me alegra tenerles a mí alrededor. Me gusta ser el centro de su atención y me excita ser su fantasía. Mientras están en la ducha me desnudo ante el espejo y comprendo por qué. Ya he entrado en la treintena pero el tiempo me ha tratado bien. Mi rostro no muestra todavía arrugas y sus grandes ojos negros y sus labios gruesos siguen siendo sus máximos exponentes. Mi pelo oscuro, mejor cuidado que antaño, forma una melena esmeradamente alborotada. Mis pechos siguen firmes, mi abdomen marcado, mis piernas sinuosas y trabajadas y mi culo más prieto que nunca. El entrenamiento de estos meses ha dado resultado y siento que mi cuerpo está al máximo de su atractivo. Que aquellos adolescentes no lo quiten ojo es algo natural.

Esta tarde, a pesar del doloroso encuentro con Víctor y de la traumática experiencia con Sebastián, me siento juguetona. Es un morbo distinto y especial que tal vez necesite para no pensar en mis problemas. Me siento encendida, pero también tranquila y segura. Es extraño sentirse así después de meses de aventuras sexuales tan extremas. Me empiezo a acariciar ante el espejo recompensando a mi cuerpo con una excitación que merece tras tanto sufrimiento, pero los tres jóvenes machos acaban de salir de la ducha. Busco en los cajones un tanga, un sujetador deportivo, un culotte y unas zapatillas y salgo. Sé que vestida así soy energía pura para su lujuria.

Me paseo traviesa ante sus miradas mientras les preparo la merienda. Les expongo mi redondo culo y mi coño marcado bajo el ajustadísimo culotte y me aseguro que al servirles obtienen una buena visión de mi rebosante escote. Aunque están acostumbrados a este espectáculo nunca le quitan ojo y nunca parecen aburrirse de la reposición cada día. Hoy, tal vez, captan que mi provocación es más directa que otras veces. Elías, lanzado como es, se acerca a mí y ya noto su cuerpo pegado al mío.

-Silvia… ¿Cómo haces para estar tan buena? –Me pregunta mientras su mano ya acaricia, una vez más, mi culo.

-Pues ya lo ves tú. Ejercicio todos los días y comida sana.

Cualquier otro día, tras unos segundos de magreo, llega mi regañina. Hoy le permito seguir y él, incrédulo, mueve su mano. Tino y Bruno observan la escena y alucinan cuando sin queja alguna por mi parte los dedos de su amigo llegan a mi coño.

-Oye Silvia… Yo creo que estas tetas por mucho ejercicio que hagas no se ponen así.

Rio y él alarga sus manos ahora a mis pechos porque sus dos compañeros se han levantado y caminan para ocupar su lugar en mi culo y mi coño. Sin recriminaciones por el momento les permito sobar mi cuerpo, ese que tanto desean y que ahora, creen, es ya por fin suyo. Cuando noto que Bruno me empieza a bajar mi pantaloncito y Tino juguetea ya con los tirantes de mi tanga les freno.

-A ver venga, que me distraéis y tengo que hacer ejercicio. Y terminaos la merienda.

No les detengo por algún tipo de vergüenza o por inseguridad. Todo aquello quedó atrás para mí hace ya tiempo. Simplemente quiero asegurarme de que, pase lo que pase, es voluntad suya. Estoy cansada de ver cómo el sexo es impuesto de alguna manera a otros. Me dirijo a las máquinas y empiezo con las rutinas. Ellos apuran la comida y se acercan a mirarme. En silencio pasan los minutos deleitándose con mi cuerpo cada vez más fuerte, atractivo y húmedo. Cuando termino están completamente excitados, un punto más que lo provocado por el reciente sobeteo al que me han sometido.

-¿No os tenéis que ir? Vais a llegar tarde.

-Hoy es Viernes. –dice Elías.- Tenemos todo el tiempo del mundo.

-Pues ya sabéis que estáis en vuestra casa.

Subo a la ducha y sin dudar un momento dejo la puerta entreabierta. Si les conozco en cuanto oigan el sonido claro del chorro, sin nada que lo entorpezca, subirán. No me equivoco. Tras unos instantes que dedican a buen seguro a revolver en mi ropa interior, noto sus pasos subiendo. El vapor llena el lugar y me sirve como refugio. No quiero mostrarme ante ellos así, solo sugerir, hacer que su imaginación trabaje y que el deseo tome el control. El agua cae sobre mi cuerpo, me relajo y disfruto. Casi puedo notar sus ojos ansiosos sobre mí. Cuando juzgo que es suficiente, me giro bruscamente para encontrar lo que esperaba. Están los tres en la puerta, empujados al riesgo de ser descubiertos por una erección incontrolable que estimulan con la mano bajo sus pantalones.

-¿Pero bueno qué hacéis? ¡Fuera! ¡Cerrad la puerta!

Huyen despavoridos y los oigo lamentarse abajo. Rio con picardía. Podría haberlos atraído a la ducha conmigo, como aquel día ya lejano hice con mi Víctor, pero quiero estar segura de que están preparados y también, porque no admitirlo, torturar su lujuria un poco más. Salgo de la ducha sin secarme por completo y me pongo una pequeña bata de seda que me llega por los muslos. Parece estar siempre a punto de enseñarlo todo sin terminar de mostrar nada. Descalza bajo los escalones y me planto ante ellos en el salón. Están sentados ante mí, deleitándose con mi cuerpo apenas escondido bajo esa prenda húmeda que se pega a mis pechos y marca mis grandes pezones.

-¿Me estabais espiando? ¿Estáis locos? Soy la madre de vuestro mejor amigo.

Sé cómo manejar la situación; ya lo he hecho antes. Pero no quiero que hagan nada si no lo desean de verdad. He aprendido que cumplir ciertas fantasías deja a veces huellas que perduran más allá del placer del momento. Me miran con una pasión irrefrenable pero también con vergüenza. Están decidiendo si guiarse por sus miedos o dejarse llevar por su calentura.

-Es que no podemos aguantar. –Dice Elías erigido en portavoz de aquel trío de jóvenes mirones.

-¿Aguantar el qué? –Pregunto con malicia. Dudan unos segundos.

-Pues de mirarte y de tocarte. Eres la hostia… estás muy muy buena y nos gustas mucho.

-Y de imaginar… -Dice el tímido Tino.

-¿De imaginar qué? –Sus erecciones no bajan y son incómodas en sus pantalones. Se revuelven en el sofá.

-Pues… -Se miran pero Elías se lanza- Imaginar que nos dejas tocarte y que nos tocas tú y… bueno pues eso.

Cojo el teléfono y les miro seria. Les daré la oportunidad definitiva de elegir aunque conozco de antemano la respuesta. Están los tres deseando que el frágil cinturón que sujeta mi batita caiga al suelo pero si hacen lo que espero, serán del todo míos y yo, por fin, suya. Le lanzo el teléfono a Elías.

-Esto es lo que haremos. No le diré nada de esto a vuestros padres porque entiendo que estáis en la edad de hacer estas locuras. Os marcharéis ahora mismo y podréis volver siempre que queráis como cada día porque aquí siempre seréis bienvenidos. Pero no volveréis ni a tocarme, ni a espiarme, ni a robarme ropa interior ni nada parecido. Me respetaréis como lo que soy, la mamá de vuestro amigo. Y punto.

Apesadumbrados aceptan la regañina sin más remedio, pero sus cuerpos opinan de otra manera. Siento tanta lástima por ellos que casi rompo a reír. Es el momento. Mi tono cambia y se vuelve pícaro y sugerente.

-O podéis llamar ahora a vuestras casas y decirles a vuestros padres que pasaréis el fin de semana aquí, conmigo, los cuatro juntos. Poned la excusa que queráis.

Tras unos segundos en shock intentando captar el significado de lo que acabo de decir casi se pelean por hacer la llamada. Les oigo mentir por mí y sé lo mucho que me desean. Es, al fin y al cabo, una mentira inocente. Un precio pequeño por hacer realidad la mayor fantasía erótica de su juventud. Estoy determinada a gozar, por fin, a mi manera y a mi ritmo, pero también a hacer disfrutar como siempre soñaron a estos nobles chavales.

-Hay condiciones. La primera es que vais a hacer siempre lo que os diga sin rechistar. El que no obedezca se va. La segunda es que este será nuestro secreto. Nada de contárselo a nadie ni ir presumiendo. Y la última es que después de este fin de semana nada de esto volverá a ocurrir. ¿Entendido?

Asienten sin creer todavía lo que está pasando. La ansiedad les mantiene en vilo. Habrían aceptado cualquier cosa que les pidiera por seguir con ese juego, pero no seré cruel con ellos.

-Bien, pues fuera pantalones venga. Los tres solo en calzoncillos.

Mientras se quitan la ropa voy a por material. Al verme aparecer con lubricante, pañuelos desechables y condones juro que están a punto de correrse. Sus pollas intentan salir de sus slips pero no les dejo tocarse. Quiero alargar el momento, ser el centro de toda su atención y hacer que suspiren por su placer.

-Doy por hecho que os mataréis a pajas pensando en mí… -mis palabras les dejan sin respiración.- A ver… no os cortéis y hablad claro.

-Algún día con tus bragas hasta cinco me he hecho… -dice el hasta entonces callado Bruno. Su confesión me hechiza.

-Bueno, eso es normal a vuestra edad. –Hago una pausa para morderme el labio.- A ver cómo os las hacéis.

Tino y Bruno se miran indecisos y algo avergonzados pero Elías no se lo piensa y se baja el slip de un tirón mostrándome por primera vez su pene. Es largo, ancho y está muy duro. Su glande es morado y de buen tamaño. Aunque es alto y fibrado, parece la polla de un hombre pegada al cuerpo de un chico. Me siento excitada al pensar en lo que disfrutaré chupándola. Gracias a su tamaño ha de usar toda su mano para pajearla. Me mira con arrojo mientras lo hace. La erección le ha quitado toda su vergüenza.

-Muy bien Elías, así se hace. –le apremio.- Y buena polla para tus años.

Siento que mis palabras tal vez han cohibido a sus amigos, ya que cuando se bajan el slip puedo ver que la de Bruno es de un tamaño normal y que la de Tino es pequeña y fina. Pero las dos están duras y se muestran apetecibles mientras sus dueños se las acarician sin quitarme ojo. Decido subir la apuesta y su estimulación quitándome la bata. Al quedarme desnuda ante ellos Bruno se corre. Solo con mi imagen llega al orgasmo y eso me excita hasta lo indecible. Sus chorros copiosos manchan el suelo pero él, como muchas veces habrá hecho antes, los recoge con un pañuelo. Tino acelera el ritmo obnubilado con lo que ve. Sé que nunca han visto un cuerpo así y me siento única a sus ojos. Tino no lo soporta más y descarga gimiendo con cada porción de semen que abandona su cuerpo. Elías aguanta y decido premiarle.

-¿Te la han chupado alguna vez?

Niega con la cabeza y me acerco a él. Le beso en los labios y luego mi lengua desciende por su cuello, su torso, sus abdominales, su pubis y sus huevos. Se los lamo y chupo un rato sopesándolos con mi lengua. Está en el cielo y sé que no durará mucho.

-¿Has fantaseado mucho con esto, Elías?

-Desde que de pequeño empecé a hacerme pajas.

Sonrío por su confesión. Al instante lamo su glande y poco a poco lo succiono usando mis labios. Me introduzco centímetro a centímetro su polla en mi boca recorriéndola hasta su final. Está deliciosa. Joven, dura, limpia y ávida por explotar. Su respiración se agita y su mano tímida me acaricia el pelo. Cuánto habrá deseado este momento. Noto que se convulsiona pero lo controlo y logro que me deje llevar el ritmo mientras se corre. Su leche golpea mi paladar y desciende por mi garganta. Es un manjar.

-Gracias…Dios… Silvia, gracias… -acierta a decir.

Miro a Tino y Bruno y compruebo que vuelven a estar duros. El espectáculo no ha sido para menos. La madre de su amigo devorando una polla ante ellos… sé que no lo olvidarán jamás y estoy dispuesta a esforzarme para que lo hagan con cariño. Les indico con el dedo que se acerquen y obedecen. En un momento les tengo en pie ante mí, con sus pollas duras delante de mi cara. Al cogérselas se estremecen. Están ambas en mis manos y las pajeo con suavidad, lentitud y dulzura. No tiene nada que ver con sus habituales meneos y esa sensación nueva les hace alcanzar su máxima dureza. No los torturo más y me las llevo a la boca. Logro mantenerles a punto mientras alterno mi boca en sus penes. Es fácil engullir por completo la de Bruno y aún más la de Tino. En el instante clave me percato que ambas pueden convivir por un momento en mi boca y me esfuerzo por engullirlas a la vez. Con sus capullos rozándose lanzan lefa a la vez que capturo con mi lengua. Juguetona y excitada, les muestro su semen en mi boca cuando terminan y luego, con sonrisa pícara, lo trago.

Empiezan a asimilar que están haciendo realidad su mayor fantasía. Aunque estoy excitada hacemos una pausa. Les quiero descansados, llenos y listos para continuar. Les dejo tocarme, recorrer ese cuerpo que tanto han deseado con sus manos y su lengua. Mientras, confiesan.

-Nunca hemos visto nada como tú. Ni por la calle, ni en el cine, ni en porno… Con tu carita, con esas pedazo de tetas y con ese culo. Con todo lo que te pones estás para reventarte a pollazos.

Exageran pero que me vean así me vuelve loca y también el lograr sacar todo eso de su interior. Me hablan como hablarían entre ellos. Lograr tener esa confianza me deja claro que se sienten cómodos. Su constante magreo a mi cuerpo y la nueva dureza de sus pollas evidencian que están listos para más experiencias.

-Déjanos follarte. Silvia… por favor. –Ruegan.

-Está bien. Os habéis portado bien. Me podréis follar pero haréis lo que os diga. –Estoy loca de excitación.- Avisadme cuando os vayáis a correr y tendréis premio.

Cojo los condones y en un alarde educativo les enseño cómo ponérselos. Al ver mis manos ataviándolos para el sexo se endurecen aún más. Tengo un plan para disfrutar y también para hacerles disfrutar a ellos. La experiencia es un grado y planeo usarla a favor de los cuatro, sin abusar de ella en mi único beneficio. Siento a Tino en el sofá y lentamente introduzco su pequeño pene en mi coño. Entra sin dificultad y pronto se acomoda. Por su tamaño opto solo por mover mis caderas. Empiezo un baile sensual, calmado, con el que mi vagina masajea su polla sacándole gemidos de placer a su dueño. Mi contoneo, con mi culo asentado en su abdomen y a merced de sus curiosas manos, le lleva pronto al orgasmo pero, obediente, me avisa. Paro, me incorporo, le quito el condón y con una sonrisa le pregunto dónde se quiere correr.

-Yo me pido en tus tetas.

Se la chupo unos segundos y cuando está a punto lo masturbo permitiendo que me lefe los pechos. Él queda extasiado al ver esas tetas soñadas pringadas con su leche y sus amigos al borde de la locura por la dureza que ha alcanzado su erección. Es el turno de Bruno así que con el semen de su amigo aun deslizándose por mi cuerpo, lo cabalgo para que se deleite con mis tetas viscosas. El tamaño de su polla es mayor y me permite cabalgarlo. Boto sobre él y me dejo llevar por el placer. A mi ritmo, llevando el control, estoy disfrutando y también haciéndole disfrutar. Tanto que se deja llevar y eyacula en el condón.

-Buf… lo siento es que… eres demasiado.

-No pasa nada cielo.

Le guiño un ojo, le quito la goma y vierto todo su contenido sobre su polla aún dura. Cuando está completamente manchada, la devoro entera y mis labios escurren cada gota. Al salir de mi boca está del todo limpia y su semen en mi garganta. Los tres se han quedado sin palabras y el rubor colorea sus caras. Elías, aún pendiente de visitar mi interior, está loco de excitación. Miro el buen tamaño de su polla y sé que voy a gozar con ella, que será con él con quien tenga mi momento. Le veo tan dispuesto que le ofrezco algo distinto.

-¿Quieres follarme tú, Elías?

-Sí… pero bueno, dime tú cómo…

Me tumbo boca arriba en el sofá, separo mis piernas y le atraigo hacia mí. Cojo su polla y jugueteo con ella, rozando su capullo con la entrada a mi coño que ya han visitado sus amigos, ahora absortos en nosotros. Hace fuerza por penetrarme pero falla, así que guío su verga hacia mi interior y palmo a palmo entra por fin. Al sentirme rodeando su erección gime, como si celebrara el preciso instante en el que cumple su sueño. Se mueve con torpeza, intentando hacer fuerza con todo su cuerpo. Cogiendo sus caderas le señalo que solo mueva esa zona y cómo debe hacerlo. Mejora y lo nota. Coge confianza y se mueve con cada vez mayor precisión y velocidad. Me saca el primer gemido y eso le proporciona más placer que cualquier otra perversión. Está haciendo gozar a su diosa.

-Sigue así… más fuerte… -le apremio- ¿Dónde te vas a querer correr, Elías?

-En tu…ah… en tu cara por favor.

-Tienes que aguantar para ganártelo… hasta que yo me corra… ¿Vas a hacer que me corra?

Mis palabras de desafío suponen para él toda una motivación. Acelera y el sonido de nuestros cuerpos la chocar gana volumen. Me pierdo en ese golpeteo rítmico. Elevo mis piernas y las coloco en sus hombros. La penetración gana en profundidad, le siento más dentro de mí. Me pierdo en esa sensación, en estar cumpliendo esa fantasía con esos chicos, en estar llevando por fin el control y el hacerlo con morbo, con cariño… Gimo y me empiezo a correr. No es intenso ni brutal pero sí placentero y prolongado. Disfruto de cada segundo y al verme así, saboreando ese regocijo, el chico no lo soporta más. Sale de mí, libera su polla y me pringa toda la cara de semen.

Los tres están satisfechos, alegres y de nuevo excitados. La visión de la madre de su mejor amigo, su diosa, su máxima fantasía, cubierta por fin por su lefa es el mayor estimulante al que se han enfrentado. Sé que esta experiencia la recordarán toda su vida y que, tal y como pretendía, lo harán con una sonrisa de satisfacción.

-No ha estado mal, chicos… Pero aún tenemos por delante todo el fin de semana.

Planeo satisfacerles en cada rincón de mi casa pero mi teléfono suena y tenemos que hacer una pausa. Les dejo solos para que hablen de lo que acaba de ocurrir y para que también, piensen sobre lo que quieren que ocurra durante los próximos dos días. Me visto y en unos minutos llego al aeropuerto. En una apartada esquina de un café están María Elena y Rodrigo. En su rostro aún se percibe el rastro de la humillación.

-Lo que te dijo Sebastián no es del todo verdad. –Dice María Elena, haciendo acopio de todo el orgullo que conserva.- Sí, le espiamos. Y sí, también planeábamos vender sus secretos. Pero si lo hicimos fue para aplastarlo. Es un demonio… ya hemos visto de lo que es capaz. Y no solo en el sexo. Su forma de hacer negocios… Alguien tiene que pararlo.

-Los Maeztu eran los únicos con la capacidad para hacerlo. –Se lamenta Rodrigo.- Con su fortuna y nuestra información podrían hacerle pedazos. Pero todo se fue a la mierda con el accidente. Sin sus padres los Maeztu que quedan son dos chiquillos que no saben nada del mundo.

-¿Y qué puedo hacer yo? No sé nada de todos estos asuntos, yo soy solo… -Estoy a punto de decir “una puta” pero me he propuesto evitar esa visión de mí misma.

María Elena parece leer mi mente.

-Tienes más poder del que te imaginas. ¿Crees que Sebastián o todos esos hombres que te usan tienen poder sobre ti? Es al contrario. Estarían perdidos sin tu obediencia, sin alguien como tú a quien poder someter y a quien poder usar en sus fantasías. Si quieres destruir a Sebastián y que tu hijo vuelva a tu lado, tienes que hacerlo a su manera. Manipulando, seduciendo y dominando. Tienes que hacerles creer que tienen el control, pero también tienes que saber que eres tú quien lo tiene.

-Hablaré con los niñatos Maeztu… pero no será fácil. Son… peculiares. -dice un apesadumbrado Rodrigo- Pero espero que encontréis la forma de poder trabajar juntos. Tan solo ten paciencia.

Se despiden y por algún motivo me quedo en el café mirando cómo su avión despega y se pierde entre las nubes. Todo ha terminado para ellos, aunque el recuerdo de su noche de bodas tal vez les acompañe para siempre. Para mí también ha sido un largo viaje. En unos meses he pasado de ser una joven madre soltera que había olvidado el sexo por completo, a convertirme en una puta de lujo capaz de disfrutar lo indecible completando fantasías ajenas. Pero todo ese proceso me ha pasado factura y sé que si quiero liberarme del tirano que me domina y recuperar a mi hijo tal vez deba seguir siendo una puta, sí, pero de nadie más que de mí misma.

CONCLUIRÁ.