El Mercado de la Carne - V La Depravación

Ya al servicio de Sebastián, el marido de Verónica, Silvia empezará a conocer una nueva vida de lujo y placer. Usada a capricho por su nuevo jefe, Silvia empezará a sentir también un morbo prohibido por los amigos de su hijo sin saber que le aguardan nuevas y terribles experiencias.

Las siguientes semanas fueron un tanto extrañas pero también decisivas. Aunque el plan diseñado por Verónica y Sebastián, su misterioso marido, me había causado no pocas tribulaciones, tenía que admitir que también había supuesto un salto enorme en mi vida. Gracias a ellos había logrado asumir sin ningún pudor mi pasión por un sexo duro, sucio, auténtico y sin tabúes. Por supuesto, era asimismo muy interesante mi capacidad de aprovechar aquella aceptación de mis gustos para mejorar mi situación económica. Sebastián, aquel hombre frío y distante, empezaba a inculcarme su pragmatismo llevándome a la conclusión de que mi cuerpo y mi morbo eran habilidades que podía explotar para mi beneficio, como si fueran un título universitario o cierta experiencia laboral.

Con el enorme montón de dinero que recibí por mis molestias y mi nueva y próspera “ocupación” asegurada, mi primer movimiento fue mudarme. Por recomendación de Sebastián dejamos atrás los desolados bloques de extrarradio para trasladarnos a un sofisticado loft del centro que estaba a solo unos minutos del campo de entrenamiento de Víctor. Me sentí muy orgullosa de mí misma e increíblemente contenta cuando mi hijo abrió alucinado la puerta de su nuevo hogar. Había habitaciones más grandes que todo nuestro viejo apartamento, los muebles eran de gran calidad y su diseño transmitía sofisticación. Me parecía irreal poder permitirme todo aquello de la noche a la mañana pero como insistía Verónica, ahora era parte de una “élite sexual” y la recompensa debía estar a la altura de mi nuevo estatus.

Un tanto desocupada aquellos días una vez completé nuestro traslado, acepté la invitación de Verónica para renovar mi imagen. Quedamos fuera de horario comercial en una lujosa tienda del centro que la gerente dejó a nuestra entera disposición. Sin otros clientes importunándonos, navegamos por todos aquellos estantes eligiendo lo más adecuado para mi nuevo trabajo. Verónica, como si no fuera la primera vez que llevaba a cabo aquel proceso, caminaba con soltura por los percheros seleccionando mis atavíos. Chaquetas, blusas, faldas ajustadas y trajes de aspecto ejecutivo y gran sobriedad, contrastaban con tops, minifaldas y pequeños vestidos diseñados para provocar. Vero me hizo lucir todo aquello ante su mirada, deleitándose con ser la directora, siempre eso sí a las órdenes de su marido, de mi radical cambio.

Llegar a la sección de lencería hizo las cosas más interesantes para ambas. Verónica eligió todo tipo de prendas para mí. Tangas y sujetadores de rico encaje, medias de numerosos tonos que aumentaban la sensualidad de mis largas piernas, ligueros a juego del conjunto, provocativos bodis con estratégicas transparencias y sofisticados corsés que potenciaban la rotundidad de mis pechos. Como cuando descubrí su propio vestidor en su casa, me sentí ante el espejo así ataviada como una cortesana de lujo. Admiré mi propio reflejo, con mi cuerpo vestido con los mejores diseños ideados para despertar el deseo y me sentí cautivadora, como si nadie pudiera escapar sin quedar seducido por mi mera presencia. Verónica pareció leer mis pensamientos en aquel momento.

-¿Lo notas? Es lo que se siente cuando empiezas a darte cuenta de tu potencial. Desde el momento en el que me seguiste el juego en aquel entrenamiento luciendo tu culito ante todos aquellos padres, supe lo que eras. Me ha costado convencerte más a ti que a mi marido. ¡Pero aquí estás, tan perfecta!

Noté deseo en su mirada verde, aquella que tanto contrastaba con el fuego de su pelo, y supe que mi sensación era auténtica. Hasta aquella mujer imponente y cautivadora se sentía seducida por mi aspecto.

-Te agradezco todo lo que habéis hecho Sebastián y tú por mí, Verónica.

-Si lo agradeces, menos hablar y más actuar. Me he comido alguna polla aquí, pero nunca me han comido a mí.

Accedí a sus deseos con un lúbrico beso, uniendo nuestras bocas en la soledad de aquel probador. Así vestida, con aquella lencería fina que potenciaba mi belleza, sentía que mi único cometido era proporcionar placer. Directamente me arrodillé ante ella y liberé su falda, dejando que cayera al suelo. Lamí sus medias hasta llegar al muslo, donde la besé. Verónica, siempre sexual y juguetona, no llevaba aquel día ropa interior, como si hubiera premeditado aquel encuentro en apariencia casual. Deslicé con cautela mi lengua por el exterior de sus labios, despertando en ella un deseo aún mayor. Movió sus caderas hacia mi boca y supe que estaba lista para el siguiente paso. Separé sus labios con mis dedos y lamí el interior. Noté que al rato, entre suspiros, su clítoris crecía y lo capturé con mis labios manejándolo para su placer y golpeándolo con mi húmeda lengua. Ni se molestó en ahogar sus gemidos cuando llegó su orgasmo. Al salir, la gerente no hizo ni la más mínima mención a aquellos ruidos de placer entre sus dos únicas clientas, sino que simplemente se limitó a aceptar el dinero de Verónica con una gran sonrisa.

-Debes aprender a cuidarte más. –Me dijo Verónica en un tono imperativo- Estás muy buena Silvy, pero Sebastián y yo sabemos que puedes lucir aún mejor. Tratarás mejor tu pelo que hasta ahora y no te dejarás crecer vello púbico a no ser que te lo indiquemos. En cuanto a la ropa, Sebastián o yo misma te llamaremos para decirte lo que debes llevar cada día.

Supuse que aquella era mi vida ahora, ser un nuevo juguete sexual en manos de aquella poderosa pareja. ¿Pero cuál era el problema? Gozaba de lujos que jamás habría podido permitirme y a buen seguro también lo haría pronto de nuevos placeres que durante tanto tiempo me había negado. Además, mi nuevo estatus pronto tuvo impacto entre los que me rodeaban. Tras años de marginación, cuchicheos y monótonos saludos, el resto de madres del instituto decidió hacer un acercamiento. Aquellas mujeres de rostro seco, maneras frías y mirada tosca, sacaron a relucir todo su encanto al verme vestida con prendas que superaban en valor sus ingresos mensuales. Irónicamente, era ahora cuando para ellas me había convertido en una ciudadana respetable.

Las noticias volaban. Se habían enterado de mi mudanza a aquel barrio y ahora que ante sus ojos era una mujer próspera y decente, me comunicaron sus pesares. El vestuario estaba en unas condiciones infames debido a los recortes y no querían que sus hijos se ducharan en aquellas circunstancias. Ante mis dudas Lourdes, la madre de Elías, me recordó con poca sutilidad los muchos fines de semana que había albergado a mi hijo sin pedir nada a cambio. Aunque agradecía con sinceridad a la buena de Lourdes cómo había cuidado de Víctor, no podía permitir que todo un equipo de fútbol adolescente invadiera mi nueva morada. Sobre todo cuando mis actividades laborales apuntaban a ser contenido solo apto para adultos.

-Bueno… -dudé- No tendría problema con Elías, pero todos es una locura…

-Oh no, no, no cielo. Perdóname por haberme explicado tan mal. Solo serían Elías, Tino y Bruno. Son los mejores amigos de Víctor y en mi casa siempre han estado juntos. Se llevan muy bien y tienen mucha confianza.

Acepté. Le debía al menos aquello a esa mujer y también quería que todas esas otras madres, que tan de lado me habían dejado durante tantos años por ser joven y soltera, me debieran un favor. Por otra parte, tener a aquella pandilla para los que yo era su diosa de la paja en mi nueva casa hizo que se me pasaran un par de ideas por mi cada vez más perversa cabeza.

Con mi nueva vida en marcha, recibí mi primer encargo. A través de un mensaje de móvil, Sebastián me indicó que debía esperarle aquella misma noche a la entrada de mi casa. También me señaló qué vestir; uno de los espectaculares modelos de noche que Verónica había elegido para mí, ceñido al cuerpo como una segunda piel y provisto, a pesar de su elegancia, de un provocador escote. De igual manera dejó claro que no debía llevar absolutamente nada debajo; unos altos tacones y unas finas medias negras serían mi único complemento. El coche me recogió a la hora señalada y Sebastián, vestido de esmoquin, me habló de mi primer trabajo.

-La tarea de hoy es sencilla, sólo tienes que lucir bien. Habrá muchos ojos pendientes de ti. Serás amable y seductora porque su imaginación hará el resto. No dejarás que nadie te toque a no ser que yo te lo indique.

Guardó silencio desde entonces y no se dignó a dedicarme ni una sola mirada. Aunque yo me sabía imponente aquella noche, no pude evitar sentirme intimidada por aquel macho enorme y severo. Llegamos al edificio y tardamos cinco absurdos minutos subir en ascensor hasta la última planta, pero una vez allí quedó claro que la espera había merecido la pena. La que era habitualmente la zona de trabajo de Sebastián, donde aquel día había comprado mi tanga y probablemente también mi dignidad, era ahora un ordenado ajetreo de hombres maduros en traje e increíbles mujeres en sus mejores galas. Mi entrada del brazo de Sebastián causó impacto. Aquellos poderosos señores fijaron en mí sus miradas, deleitándose con mi físico y olvidando por un momento a sus acompañantes. Toda aquella atención hacia mí me pareció algo exquisito.

-Todos ellos ahora mismo, Silvia, no piensan en otra cosa que en las perversiones a las que te someterían. ¿Sientes su deseo?

-Sí. –Respondí a Sebastián.

-¿Y cómo te hace sentirte eso?

-Poderosa… y cachonda.

Sebastián sonrió. En ese momento una peculiar pareja nos salió al paso. Un hombre mayor, de cerca de los setenta, extremadamente delgado y pálido, llevaba del brazo a una exuberante mujer negra de exótica belleza, pues a pesar del tono de su piel, sus ojos eran de un azul vivaz.

-Curiosa elección, Sebastián -dijo el anciano- parece una chica de la calle.

-Lo es. –respondió Sebastián- Silvia es una madre soltera y trabajadora capaz de hacer cualquier cosa por su hijo. Cualquier cosa… Tobías.

-Interesante. Las chicas de tu calaña son muy promiscuas, ¿cierto? ¿A qué edad te follaron por primera vez, Silvia? –Preguntó el tal Tobías con auténtica curiosidad.

-Recién entrada la pubertad. –Contesté tras meditar unos segundos.

-Buena respuesta –halagó el anciano- esquiva y sugerente a la vez. Supongo que estás bien entrenada.

-Siempre hay algo nuevo que aprender.

-¡Magnífica! Muy deseable… lástima no haberte encontrado “recién entrada en tu pubertad”. Hablaremos más delante de tu madre de barrio, Sebastián.

Y arrastrando del brazo a su espectacular trofeo de ébano se mezcló con la multitud. Noté que mi acompañante, usando su altura, buscaba a alguien en particular entre aquella amalgama. Al localizar su objetivo, me llevó hacia él con cierta premura, como si fuera importante para él alcanzarlo en ese mismo instante.

-Con este hombre te mostrarás sugerente y turbarás su pensamiento. Has de torturarlo hasta hacer que le domine el deseo.

Era un hombre joven, de mi edad, que presenciaba visiblemente nervioso el desfile de belleza que tenía lugar a su alrededor.  Reconocí aquella expresión de sufrimiento en su rostro porque yo misma lo había padecido al intentar durante tantos años al intentar controlar mis impulsos. Era una batalla perdida. Desde que vio cómo nos acercábamos no pudo dejar de extasiarse ni por un segundo mirando mis curvas marcadas bajo la parca tela de aquel vestido. Cuando llegamos ante él, apenas podía aguantar su inquietud.

-Ricardo, amigo mío, permíteme presentarte a Silvia, la sustituta de María Elena. Silvia, este es Rodrigo, unos de mis empleados más cercanos y queridos.

Tomé nota de aquel dato porque nadie me había informado que venía a ocupar una vacante en esta curiosa profesión. ¿Qué habría pasado con mi predecesora? Ricardo hizo ademán de darme la mano, pero me adelanté para darle dos besos sensuales y posados en sus mejillas, procurando que mi cuerpo, en especial mis pechos, hicieran contacto con su torso. Dio una sacudida eléctrica al sentirme tan cerca de él.

-Encantada.

-Sí, sí… Encantado yo también. –Acertó a decir. Toda su concentración estaba entonces en mi cuerpo.- ¿Te has enterado de lo de los Maeztu?

-Una desgracia, Rodrigo. ¿No ves cómo todo el mundo a nuestro alrededor llora su pérdida? –comentó Sebastián con notable ironía. A nuestro alrededor discurría la más frívola alegría.

-Esos dos chiquillos con todo ese poder y sin tener la más mínima idea de cómo usarlo… Supongo que te has quedado sin rivales, Sebastián.

Tenía cierto atractivo y parecía una buena persona. Su pesar por la misteriosa tragedia de aquella para mí desconocida familia parecía genuina, igual que sus intentos por reprimirse ante tanta tentación y honrar así el compromiso con la mujer a la que amaba. Pero cuando al sentarnos crucé estratégicamente mis piernas para dejar ver el final de encaje de mis medias, pude notar su respingo en su sofá. Jamás había logrado excitar tanto a alguien con mi mera presencia y su resistencia tan solo hacía el juego más divertido.

-Hablemos de temas más livianos. Me he alegrado mucho al conocer vuestro compromiso. ¡Enhorabuena, amigo mío! –Me sorprendió que Sebastián se mostrara tan amable y cordial con aquel hombre cuando no lo era con nadie más.

-Sí… gracias… gracias. Ahora bueno, tenemos cierto lío con la preparación de la boda. Aún queda mucho tiempo, pero ya sabes, nunca es suficiente. –Sonrió despistado.

-Estoy seguro de que todo irá bien. A María Elena se le da bien organizar… todo tipo de cosas.

-Es… es un cielo.

Hubo un tenso silencio entre ambos hombres y percibí que toda aquella conversación tenía un significado que no lograba captar. Sebastián rompió el hielo con lo que parecía una sutil amenaza.

-Me he dado cuenta de que aún no he pensado en vuestro regalo. Pero no os preocupéis. Algo se me ocurrirá.

Lo que sí logré descifrar era lo más evidente. Aquella tal María Elena, mi predecesora, era la futura esposa de aquel tipo nervioso. Habiendo sentido los planes de Sebastián en mi propia carne supe que tramaba algo con aquella pareja, aunque no supe adivinar el motivo. Seguir su juego me hizo sentir perversa y algo excitada. Al despedirnos de Ricardo, consciente de que sus ojos no perdían de vista mi culo, fingí un pequeño golpe en mi tobillo y pretendiendo agacharme para ajustar mi zapato estampé para su deleite mi trasero en la tela fina del vestido. Al girarme para mirarle con una pícara sonrisa, comprobé divertida el enorme éxtasis con el que aquel momento había marcado la expresión de su rostro.

-¿Puedo saber de qué iba todo eso?- Pregunté a Sebastián cuando sentí que nadie nos atendía.

-Mira a tu alrededor. En los negocios se dice que para llegar a acuerdos se necesitan incentivos. ¿Qué mejor incentivo que el sexo? Lograr que estos hombres completen sus más secretas fantasías ha cerrado más tratos que las legiones de abogados que los acompañan. ¡Pero cuidado, Silvia! El sexo puede ser también una forma de castigo. También me serás útil para eso…

-Pero, ¿por qué yo? Miro a estas chicas tan espectaculares y no sé muy bien qué pinto aquí.

-Eres ingenua a veces, Silvia. Cualquiera de estos hombres puede comprar a una prometedora estrella de cine o a una modelo internacional y pasearse con ella del brazo. Lo que es más complicado de encontrar es una mujer con tu aspecto y tu deseo sexual… Aquí eres un producto único. Tú eres auténtica y el morbo de tu interior, tus sucios impulsos, también lo son. Estos hombres no solo desean ese delicioso cuerpo tuyo. También quieren tu lujuria. Una que no es ni fingida ni actuada, sino genuina.

Durante el resto de la velada Sebastián se ocupó de presentarme a un buen número de aquellos caballeros. Yo sabía que para él todo aquel proceso era una simple campaña de marketing; mostraba su último producto disponible a potenciales clientes. Pensar en lo que me esperaba en manos de aquella élite de depravados me inquietaba hasta el punto de activar en mí ese morbo enfermizo que tan bien lograba controlarme. Cuando la mayoría de invitados abandonó el lugar, Sebastián me acompañó al ascensor. Al quedarnos los dos solos en el interior vi que su expresión cambiaba.

-Esta noche te usaré, Silvia. Sin intermediarios. Ahora quítate el vestido.

Sus simples palabras causaron un shock en mi coño. Por fin iba a ser poseída por aquel hombre que tanto había alterado mi vida. Sin cuestionarle me giré para que con sus dedos fuertes deslizara la cremallera de mi espalda hasta su final. Con gracilidad, me despojé de la prenda, dejándola caer por mi cuerpo al suelo. Con un gesto me indicó que se lo entregara y así lo hice. Estaba ahí ante aquel tipo que había quebrado mi moral, vestida con medias y tacones de lujo, adornada con unas cuantas joyas y del todo expuesta en ese ascensor de cristales transparentes. Si alguien con buena vista la hubiera levantado desde la calle, habría presenciado un auténtico espectáculo.

-Chúpame la polla. Solo si logras que me corra antes de que lleguemos abajo, te devolveré el vestido.

Pulsó el botón y aunque recordé aquel eterno viaje de ascenso, supe que no tenía suficiente tiempo. Lejos de competir por mi vestido decidí disfrutar. Era la primera vez que tendría sexo con él, el maquinador de mi perversión. El hombre que había diseñado un plan maquiavélico para humillarme, emputecerme, hacerme suya para su uso y disfrute. Que además fuera el marido de mi mejor amiga solo aumentó mi morbo. Me puse de puntillas para intentar llegar a sus labios pero él me rechazó.

-Eso no es lo que te he ordenado. Ahora obedece.

Algo decepcionada pero aún caliente me acuclillé ante él. Usé mi mano para palpar con lentitud su pene aún flácido bajo su pantalón. Cuando noté que crecía levemente bajé la bragueta, metí mis dedos en su ropa interior y saqué su polla. La dejé unos segundos colgando ante mí. Todavía morcillona mostraba un buen tamaño, robusta, gorda y con un buen capullo que liberé de su prepucio para besarlo. Recorrí con leves ósculos toda esa carne y luego usé mi lengua para lamerla. Cuando empezaba a lograr hacer palpitar aquella incipiente erección, el ascensor anunció con un ping que habíamos llegado a nuestro destino.

-No te has esforzado lo suficiente.

-No, -le respondí- quería disfrutar del momento.

-Bien. Pero ahora afronta las consecuencias. No te devolveré el vestido. Vamos.

Me ayudó a incorporarme y me sacó así del ascensor, vestida únicamente con mis zapatos, mis joyas y mis medias. Estábamos en el aparcamiento y mis tacones resonaban contra el suelo creando un eco audible por todo el lugar. Aunque no había apenas gente allí aquel sonido fue todo un reclamo para los presentes. Verme exhibida por su colega ante ellos llamó aún más su atención. Sebastián me indicó que me arrodillara en el suelo, en medio de aquel oscuro lugar y que siguiera chupando. Succioné con pasión su polla y mi arte atrajo pronto a los otros machos. Eran tan solo tres los que quedaban a aquella hora allí, pero supuse que si hubieran sido una veintena habría sido indiferente para mi nuevo jefe.

-¿Esta es nueva, no Sebastián? –Dijo uno que como el resto de ellos rondaría la cincuentena.- Tiene un gran físico, un aspecto un tanto tosco tal vez, pero muy excitante. ¿Está bien entrenada?

-Comprobadlo.

Me hizo una señal dándome permiso para actuar. A pesar de aquella breve interacción con él en aquel momento sentí que hablaban como si yo no estuviera allí, de modo que luché por hacer notar mi presencia. Quería además, por algún extraño motivo, lograr que Sebastián quedara bien ante sus colegas. No quería decepcionarlo por nada del mundo y siendo para mí tan morbosa aquella situación, me esforcé al máximo. Se sacaron las pollas ante mi cara y comencé a trabajarlas con ahínco. Las capturé con mis labios, turnándome entre sus glandes, para lograr en segundos que alcanzaran su máximo tamaño. Golpee sus capullos con mi lengua y usé la punta para juguetear en el agujero por el que pronto manaría su lefa. Bien lubricadas por mi saliva, empecé a usar mis labios para introducirlas por completo en mi boca. El sonido viscoso de sus pollas siendo víctimas de mi feroz mamada aumentaba la excitación de todos. En apenas unos minutos, incapaces de aguantar mi ímpetu, les tenía a los tres a punto. Capturé la primera en mi boca y sin dejarla escapar la masajee con mis labios ávidos hasta que con unos espasmos brutales descargó en mi boca. A pesar de lo copioso de la corrida no dejé ni gota.

-Dios mío, Sebastián. A esta putita le gusta lo que hace y bien que se nota. Qué habilidad la tuya para encontrar una hembra que disfrute tanto chupando una polla.

Todos los cumplidos eran para él a pesar de ser yo la que había demostrado tal arte. Sin embargo, por algún motivo extraño, me sentí también halagada por sus palabras. El segundo hombre, anticipando su orgasmo, me señaló.

-No, saca la lengua.

Obedecí solícita con mi lengua fuera hasta que su semen cayó sobre ella. Cuando terminó de descargar, tragué con apetito su leche recogiendo con mi dedo alguna gota que había manchado mi rostro y llevándolo también a mi boca. Quedaron hechizados por aquel gesto. El tercer hombre se dirigió también a Sebastián.

-Mucho me gustaría follarme esas tetas ahora, pero no quiero abusar de tu generosidad, Sebastián. Así que simplemente me correré en ellas.

Estimulé su polla unos segundos más y cuando estuvo listo, lo pajee apuntando a mis pechos. Unos chorros largos y veloces impactaron contra mis tetas, haciendo que todo aquel semen se deslizara por mi cuerpo desnudo. Satisfechos como estaban, se despidieron de Sebastián felicitándolo por su nueva adquisición y anticipando futuros encuentros no sin antes lanzar al suelo una buena cantidad de billetes.

-Recógelos, te lo has ganado.

Cogí todo aquel dinero, lo doblé y sin más sitio donde guardarlo, lo encajé entre mi media y mi muslo. Me sentí una prostituta de lujo y aquel pensamiento aumentó mi excitación.

-Bien hecho. –me dijo Sebastián- esas mamadas que acabas de hacer me facilitarán mucho las cosas en algunos negocios pendientes con estos caballeros. Ahora vamos a tu casa. Quiero follarte allí.

A pesar de estar perdidamente cachonda con todo aquello, mi mente me alertó rápido.

-Mi hijo está allí, Sebastián.

-Como si fuera la primera vez que te follan con tu hijo en casa. Supera esos miedos, Silvia, o te llevarán a serme del todo inútil. Haremos lo que digo.

Me cogió del brazo desnuda, caliente, lefada y con el sabor en mi boca marcado por los fluidos de aquellos hombres y me arrastró hasta el coche. Al llegar a mi nuevo edificio suspiré aliviada al comprobar que no había nadie que pudiera verme en aquellas condiciones. Aquello alentó a Sebastián a detenerme y hacerme arrodillar en pleno vestíbulo para que siguiera chupándosela. La noté más dura en mi boca y supe que aquel hombre frío empezaba a estar realmente caliente por mi culpa. Captar las cámaras de vigilancia sobre nosotros y pensar en la reacción de los guardas al ver a aquella nueva vecina desnuda chupar una polla con tanto frenesí, me hizo vibrar. Con violencia Sebastián me levantó del suelo y a base de azotes me fue acercando a la puerta de mi casa. Me di cuenta por sus métodos que Fino solo era un alumno aventajado de aquel hombre o más bien, un desagradable avatar que había usado para pervertirme. Antes de abrir la puerta me detuvo y cogiéndome por la garganta me empujó contra la pared del descansillo.

-No debes correrte ahora. Avísame cuando lo notes.

Dio unas cuantas palmadas en mi coño y sin más introdujo en mi interior tres dedos. Empezó a frotar con furia. Su fuerza incontrolable en mi cuello, la forma en la que me había tratado aquella noche cediéndome como una cara mercancía, la manera en la que me manejaba ahora y su preciso y brutal trabajo en mí, me estaban llevando irremediablemente a un intenso orgasmo. Estaba hambrienta de placer, pero me contuve.

-Para, para, para… Vas a hacer que me corra.

Me empujó al interior de mi nueva casa en cuyo piso superior dormía plácidamente mi hijo. Llegamos al salón y me lanzó al sofá. Sin dejar que me incorporara se desnudó por completo y con fuerza salvaje me colocó de tal manera que mi cara quedaba a su entera disposición.

-No hagamos ruido, por favor… mi hijo… -fue lo único que le pedí.

-Yo no haré ruido, Silvia, pero tú gritarás de placer esta noche.

Me penetró la boca con fiereza, clavando su polla dura en mi garganta y me la empezó a follar. Sabía por experiencia que si me resistía, mis reflejos me harían pasar un mal rato y que mis arcadas provocarían tal escándalo que despertaría a Víctor. Me relajé y le dejé hacer. Podía notar como su glande se hundía en mi cuello y como él gozaba con cada envite robado a mi propio sufrimiento. Cuando se agotó, salió de mi boca derramando sobre mi cara enormes cantidades de mi saliva. Se centró en mis pechos, aún pegajosos por la lefa de su colega, pero no le importó. Escupió entre ellos y acopló su polla, repitiendo sus empujes hasta quedar satisfecho. Me dio entonces la vuelta, manejándome con enorme facilidad, abrió mis piernas y devoró mi coño. La habilidad de su lengua era épica, jamás había tenido algo tan hábil en mi interior. Quería gemir pero me contuve…

-Gime Silvia. Deja que tu hijo te oiga gozar.

Me resistí como pude, haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad. Al ver que no cedía a sus deseos, dirigió su polla a mi coño y me penetró. Su ritmo era violento, brutal, y sentí que estaba recibiendo un duro castigo por no obedecer aquella orden.

-Gime puta. Haz saber a ese chico cómo le gusta que se follen a su madre.

Aguanté a pesar de que todo aquello me estaba provocando un éxtasis extraordinario. Mordí mi mano para ahogar mis gritos cuando un increíble orgasmo convulsionó mi cuerpo. Frustrado, Sebastián salió de mí y se masturbó ante mi cara hasta vaciarse sobre ella procurando manchar cada parte de mi rostro. Al terminar de correrse sin proferir el más mínimo ruido, me ordenó…

-Límpiame la polla con tu boca. Que no quede nada.

Seguí su orden meticulosamente, recogiendo cada mínima porción de semen que quedaba en su polla con mi lengua. Al terminar, me apartó con un empujón dejándome tirada en el suelo. Podía notar cierta decepción en él mientras se vestía.

-Eres extraordinaria pero sigues negándote a alcanzar todo tu potencial. Creo, Silvia, que has aceptado lo que te gusta pero no lo que eres.

Le di muchas vueltas a aquella frase durante los siguientes días. Sebastián me colocó en la recepción de su lujoso despacho, donde algunos de sus colegas acudían a cerrar negocios, pero donde él apenas me prestaba atención. Supe que aquel seguía siendo un perfecto escaparate donde podía lucir ante ellos mientras en sus mentes maquinaban transacciones cuyo broche final era mi cuerpo. Mi jefe, distante, me ordenaba tareas sencillas y otras que para mí estaban cargadas de morbo. Cada mañana me llegaba un mensaje con la ropa que debía vestir y también instrucciones sobre cómo tratar a cada cliente. A algunos debía tocarles con una sutil sensualidad, otros disfrutaban con un determinado lenguaje y había incluso quien tenía un enorme fetiche por alguna vestimenta en concreto. Todo aquello parecía un lento cortejo o, más bien, una larga sesión de inocentes preliminares.

Con Rodrigo, cuya visita se aseguraba Sebastián diariamente, la única necesidad para excitarlo era estar allí presente. Aquel hombre se volvía loco con la más mínima atención y su deseo era tan evidente que rozaba lo patético. Sin embargo, su resistencia ante mis estímulos, casi un castigo físico para él, me hizo percatarme del profundo y sincero amor que debía albergar por su pareja. Fue por tanto muy interesante conocer a su futura esposa.

Cuando María Elena apareció ante mí la reconocí de inmediato. Era aquella joven de espectacular cabello rubio y cuerpo de pasarela que con tanta amabilidad me había atendido el día de mi morbosa entrevista con Sebastián. Estudiándola con calma comprendí que rondaría la veintena y que era una de esas raras personas dotadas de cierto ángel. Su rostro noble, de grandes ojos marrones y enorme sonrisa, transmitía honestidad. Su cuerpo, frágil pero atractivo, carecía de mis curvas pero era de una enorme elegancia. Rodrigo, muy avergonzado, intentaba paliar su atracción por mí ante su prometida aunque era una misión imposible para él. Ella, tal vez comprendiendo la lucha por la que pasaba su amado, decidió pasarlo por alto con gran diplomacia.

-Sebastián nos ha hecho venir juntos para hablarnos de nuestro regalo de boda.

-Sin duda estará a la altura del aprecio que os tiene. –Contesté. Seguía intrigada con la jugada que tenía preparada Sebastián para aquellas dos personas, pero sabía que no era nada bueno. Estuve tentada a dejarles caer alguna pista, puesto que me parecían buena gente, pero en ese momento Sebastián los mandó pasar. Cuando Rodrigo entró en el despacho, María Elena se quedó por un momento a solas conmigo.

-Silvia… ¿no eres solo la recepcionista, verdad?

-No entiendo muy bien…

-No te preocupes. He trabajado aquí. Sé de lo que va. Yo nunca dejé que nadie me tocara pero no te juzgo. Sé que eres madre y creo que haces todo esto por tu hijo. Solo quiero decirte que lo dejes en cuanto puedas. Coge todo el dinero que logres conseguir y vete. Sebastián no es de fiar. Y por favor… aléjate de Rodrigo.

No pude responder porque ella cambió totalmente de tono para entrar en el despacho haciendo gala de todo su encanto virginal. Supuse que sus palabras guardaban cierto resentimiento hacia su antiguo jefe, pero mi mente era incapaz de maquinar la verdad sobre todo aquello. No era tan ingenua como para pensar que Sebastián era solo un hombre de negocios que disfrutaba del sexo duro, pero aquel lado oscuro que empezaba a conocer era lo que me atraía de él. ¿Me estaba dejando atrapar por su cautivadora maldad? Y en ese caso, ¿no era yo tan perversa como él? Cuando salieron los tres parecían una gran familia, como un padre orgulloso que guía a su hija a los brazos de su alumno predilecto.

-Lo primero es la boda. Vosotros tan solo debéis preocuparos de eso. La luna de miel corre por mi cuenta. Ese será mi regalo. Y no os preocupéis. Será algo íntimo, entre amigos.

Se despidieron entre carcajadas y abrazos pero noté pesar en el rostro de María Elena y no pude evitar sentir cierto temor al recordar sus palabras. Hice lo posible por quitarme aquellas cosas de la cabeza. Mi vida era perfecta. Mi hijo estaba orgulloso de cómo había prosperado su madre, pasaba tiempo fortaleciendo mi amistad con Verónica, mi trabajo me encantaba y las madres de los amigos de Víctor estaban agradecidas por mi hospitalidad con sus vástagos.

Cada tarde tras el entrenamiento, Elías, Tino y Bruno acompañaban a Víctor hasta casa para ducharse. El baño de nuestra nueva casa era tan enorme y su ducha tan gigantesca, que no echaban de menos su cochambroso vestuario. Entre risas se duchaban juntos y luego degustaban una merienda comprada a su gusto mientras hacían sus deberes. Durante aquellos ratos, yo aprovechaba para seguir las instrucciones de Verónica y moldear mi cuerpo en las distintas máquinas que había comprado. ¿Para qué ir a un lejano gimnasio cuando ahora me sobraba el espacio en mi propia casa?

Por supuesto todo aquel contacto directo conmigo les mantenía continuamente excitados. Estaban en casa de su máxima fantasía sexual, la joven y suculenta madre de su mejor amigo a la que tantas pajas habían dedicado. Tenerlos pendientes de mí me calentaba sobremanera. Saber que era capaz de despertar aquel deseo en aquellos jóvenes era algo natural en contraposición a todas las perversiones que había vivido últimamente. Sabiendo que era para ellos todo un espectáculo erótico mientras me observaban realizando mis ejercicios, adquirí ropa deportiva cada vez más sugerente. Los leggins dieron paso a los culottes y las camisetas a unos mínimos tops. Cuando sudada tras las rutinas me contemplaba con aquella ropa ante el espejo, casi podía oír como su juvenil semen bullía en sus huevos.

Si bien las sesiones masturbatorias que debía provocar en ellos debían ser antológicas, sus ambiciones no terminaban ahí. En cuanto podían se acercaban a mí, charlaban con cada vez más confianza y soltaban algún piropo poco sutil. Elías era sin duda el más lanzado de ellos y el que primero comenzó con los sobeteos. La primera vez fue en la cocina. Yo estaba con mi minishort y un sujetador deportivo, bebiendo agua para intentar recuperar la perdida con mi sudor y él, envalentonado por mi sugerente imagen, se acercó a mi espalda. Sin pronunciar palabra dirigió una mano temblorosa a mi culo prieto y la mantuvo ahí. Creo que la excitación que le provocó aquel tacto estuvo a punto de llevarle al orgasmo y aquello me encantó.

-Elías, esas manos…

-¿Qué?

-No te hagas el tonto. Le estás tocando el culo a la mamá de tu mejor amigo. Córtate un poco, ¿no nene?

-No me importa… -dijo tragando saliva y visiblemente nervioso. Solo la súbita aparición de Víctor logró que apartara asustado su mano.

Aquel juego de seducción, exhibicionismo y provocación me atrapaba. Su atención era genuina e inocente y curiosamente, yo era la que tenía todo el control. Revoloteaban a mi alrededor y cuando percibían una oportunidad, posaban sus manos en cualquier lugar de mi anatomía. Ante mis riñas y consejos maternales, ellos respondían con humor y retocando con ostentación las incipientes erecciones en sus braguetas. Con el paso de los días, noté incluso que me faltaba ropa interior y supuse que alguno de mis tangas estaría ya cubierto de toda aquella lefa juvenil.

Que mi hijo estuviera allí presenciando tan vulgar cortejo no les cortaba lo más mínimo. Sabían que Víctor, en cierto modo, compartía con ellos su deseo hacia mí. Mi hijo no había dejado de admirar mi cuerpo y sus pajas seguían siendo numerosas. Algunas, supuse, inspiradas por mi cuerpo y el arrojo de sus amigos. Pero otras, lo sabía, estaban dedicadas por completo a Verónica.

Cuando yo era retenida por Sebastián y me era imposible llegar a casa a tiempo, era Verónica la que ocupaba mi lugar. Pasaba mucho tiempo a solas con Víctor y era evidente que la confianza entre los dos aumentaba cada día. Hacían ejercicios juntos y los roces entre sus cuerpos eran habituales. Cuchicheaban, bromeaban y se susurraban secretos que nunca me revelaban a mí. Notaba que la atracción que mi hijo sentía por ella era cada vez mayor. Sus ojos y en ocasiones sus manos no podían apartarse de su trabajado cuerpo de mujer joven pero, a sus ojos, madura y experimentada. No podía evitar sentirme celosa al ver que mi amiga me robaba tanta de su atención.

Todos aquellos estímulos, mezclados con el recuerdo de mis últimas aventuras sexuales, un creciente deseo y la frialdad con la que me trataba Sebastián, me empezaban a hacer ansiar una buena sesión de morbo. Por suerte para mí, llegó a finales de semana.

-Verónica llevará a tu hijo al partido de esta noche. Se asegurará de que disfrute. Así podré follarte en tu casa como te mereces. Te indicaré cómo debes esperarme… Silvia… Te haré gritar.

Aquella tarde hasta mis tres mayores fans notaron que no les prestaba la atención habitual y aunque sus miradas no dejaron de gozar con mi cuerpo, su actitud fue más calmada. Al rato de que se marcharan apareció Verónica con un atuendo peculiar para su habitual clase, ya que vestía unos ajustados vaqueros y una sencilla camiseta.

-Vamos al fútbol, Silvia. No quiero ir vestida como para que me viole todo el estadio.

Rio de su gracieta y cogió de la mano a mi hijo. Víctor estaba entusiasmado de poder pasar otro rato con aquella diosa que le trataba como si fuera una especie de hermana mayor o una cariñosa ex novia. Por algún motivo aquella tarde, al verles alejarse compartiendo tanta confianza, sentí un inexplicable malestar. Supuse que la avidez por la sesión que me tenía preparada Sebastián me perturbaba. Por fin recibí su mensaje. Me señalaba que debía vestir y cómo debía esperarle. Aquellas morbosas instrucciones anticipaban una noche llena de lujuria.

Subí al vestidor y busqué la ropa que me había indicado. Un corsé estampado que hacía que mis grandes pechos formaran un escote espectacular, un tanga de encaje para potenciar las curvas de mi duro y redondo culo, medias y liguero para dibujar el contorno de mis piernas y unos zapatos de tacón para endulzar el conjunto. Siguiendo sus instrucciones con precisión, retiré el cinturón de tela negra de uno de mis vestidos y bajé. Como se me había ordenado, dejé la puerta de casa abierta, me cubrí los ojos con la tela hasta ser incapaz de ver nada y me arrodillé a esperar en el salón.

A ciegas como estaba, cada sonido durante aquella eterna espera me hacía saltar excitada. ¿Y si algún extraño entraba en mi casa y se aprovechaba de mí al verme en aquella apetecible situación? ¿Sería realmente Sebastián el que cruzaría esa puerta para usarme? Mi mera imaginación ya había logrado que me mojara. Escuché unos pasos entrar en la casa y supe que fuera quien fuera, mi momento había llegado.

Percibí que se paraba ante mí y que, por el aire que generaban sus movimientos, oscilaba su mano ante mis ojos para comprobar si veía algo. Al confirmar mi ceguera, me dio dos ligeros sopapos que recibí con un suspiro. Su mano acarició mi cara y sus dedos recorrieron mis labios. Ávida como estaba, me las ingenié para capturarlos y chuparlos con hambre. Los retiró y me dejó pendiente de más. Estaba inquieta y algo confusa pero sabía que quería sexo. La lujuria y el morbo se apoderaron de mí cuando noté que sus manos aprisionaban las mías y que con una cuerda ataba mis muñecas a mi espalda. Estaba completamente inmovilizada, indefensa por completo. De nuevo sus dedos abrieron mi boca y me indicaron que la mantuviera así.  Pude escuchar el ruido de la hebilla de un cinturón al desatarse y de una bragueta al abrirse. Instantes después, noté un olor apetecible y una presencia ante mi boca. A tientas, buscando probar por fin aquella carne, abrí mis labios y la encontré.

Pude notar un glande jugueteando sobre mi piel, aprovechándose de mi hambre y mi momentánea ceguera. Cuando su propietario no pudo aguantar más, satisfizo mi apetito permitiéndome probarla. Con mis manos atadas a la espalda y mis ojos cegados, chupar aquella polla era un deleite solo para mi boca. Moví rítmicamente mi cabeza, mamando con una creciente cantidad de saliva aquella carne dura. El ruido de mis chupadas me convencía de mi buen trabajo y que el hombre se retirara de mí para que no le hiciera terminar tan rápido, terminó de confirmar la habilidad de mi tarea.

-Reconozco tu polla. –Dije.

-Supongo que no es fácil con todas las que te has comido últimamente Silvia. –Respondió Sebastián.- Abre tu boca para que te la folle.

Hice lo que se me ordenaba y al momento, muy poco a poco, Sebastián introdujo su erección al completo hasta mi garganta. Su bamboleo era mucho más moderado que en la anterior ocasión. Se tomaba su tiempo y aquel ritmo calmado aumentaba mi tortura. Al sacarla, continuó con la conversación.

-De todas las que te han dado a probar gracias a mí, ¿cuál es la polla que más te ha gustado?

-La tuya.

-No mientas.

Decidí ser sincera.

-La de Fino. La polla de Fino me encantó.

-Ya sé que un buen pollón hace que te mojes entera, pero eres una mentirosa. Te mientes a ti misma.

Me agarró por el pelo y empujó mi cabeza hacia su abdomen, Esa vez sí que usó el ritmo habitual, salvaje y duro, introduciendo cada centímetro hasta llegar a la profundidad de mi pescuezo.

-No mientas, Silvia. Te han gustado todas y cada una de esas pollas. Todas han hecho que te pusieras cachonda perdida solo con chuparlas. Dilo. Admítelo.

-Sí. Me ha encantado chupar todas esas pollas.

-¿También las de aquellos tres desconocidos en el aparcamiento?

-Sí… sí… -Me costaba respirar cuando su verga salía de mi boca pero hablar así, de aquella forma ordinaria pero sincera y directa también lograba excitarme. Me sentía completamente poseída y usada, a merced no solo a través de mi cuerpo sino también mentalmente de aquel hombre.

-Levántate, posa para mí.

Me alcé no sin dificultad y posé todo lo sensualmente que pude teniendo en cuenta mis ataduras. Visualicé mi propia imagen en mi imaginación y no pude evitar cierta satisfacción. Mi poderío sexual allí atada, cegada, vestida con lencería fina, húmeda y babeante debía ser máximo.

-Parece que estás vestida para la ocasión, Silvia. ¿Para qué te has vestido así?

-Para que me follen.

-Sé que te gusta mucho que te follen duro. Supongo que te gustó mucho que te follaran los cinco tipos más indeseables de tu barrio, ¿no es así? Dilo.

-Me gustó mucho que me follaran aquellos cinco cabrones. Me hicieron gozar mucho.

-Cualquier mujer decente se avergonzaría de decir esas palabras. Pero muy bien Silvia. Vamos dejando claras algunas cosas.

Sobresaltada, noté cómo me empujaba y caía al vacío pero mis instantes de terror al verme atrapada por la gravedad terminaron al chocar violentamente contra el sofá. Sus manos elevaron mis piernas para quitarme casi con ternura mi tanga y después me las abrieron por completo. Besó toda la longitud de mis piernas, pasando de mis pies a mi muslo y empezó a dedicarse a mi coño con un cariño inesperado. Su lengua mimó mis labios y aunque me proporcionaba cierto placer, estaba algo decepcionada. Quería más.

-¿Te gusta?

-Sí. –respondí algo indecisa.

-Mientes. A cualquier mujer normal le gustaría que su hombre le dedicara tanto amor. Pero esto no es lo que tú quieres, ¿verdad? Lo que tú quieres es esto.

Palmeó en ese instante mi coño estimulando mis labios y buscó mi clítoris con sus dedos para sobarlo con fuerza. Suspiré demostrando que aquello estaba mejor. Sin ningún cuidado pero con gran acierto, metió sus dedos dentro recorriendo mi vagina en busca de sus puntos más placenteros y luego aplicó su boca al exterior. Me comía y me masturbaba con la tosquedad propia de un macho en celo y todo aquello me llevó a explotar.

-Me corro, para, para, para, me voy a correr…

Pero no paró. Y grité. Grité llevando a mis pulmones al máximo de su capacidad y lastimando mis cuerdas vocales. No sé qué me había hecho aquel hombre para que me derramara así. El líquido que escapaba de mi coño era un torrente y podía oír cómo mis flujos chocaban contra el suelo.

-Ay que me he corrido, ay Dios…  -acerté a decir sin tener aún mucho control sobre mi lenguaje.

-Sí, Silvia. Te has corrido. Todos lo hemos visto.

¿Todos? Sus manos arrancaron la venda de mis ojos y la visión me provocó una terrible náusea. Se me cortó la respiración, mi corazón intentó bombear su huida de mi pecho y creí que iba a vomitar.

Mi hijo estaba ahí.

Verónica lo abrazaba con una maligna sonrisa asegurándose que no se perdiera detalle del espectáculo. Víctor, fuera de sí, completamente ido, no quitaba ojo al cuerpo de su madre, vestido como el de una ramera y mojado por uno de los más brutales orgasmos que había experimentado en su vida.

-¡No! ¡No! –Grité desesperada intentando soltarme de mis ataduras- ¡Fuera de aquí! ¡Fuera todos de aquí!

Sebastián me sujetó con fuerza contra el sofá.

-No me obligues a amordazarte, Silvia. Sería una pena no poder oírte porque como te prometí, hoy te estoy haciendo gritar.

-Por favor… que no me vea… por favor –Supliqué.

Pero sabía que ya era tarde. Víctor lo había visto todo. Me había visto ataviada únicamente para dar placer, chupar con arte de cortesana aquella polla enorme y dura. Me había visto confesar mis perversiones y sucumbir al orgasmo… Al mirarle a la cara supe que no había vuelta atrás. Ya no me veía como a su madre. Veía solo a Silvia, una mujer de cuerpo de infarto y maneras de zorra. Veía solo un trozo de carne. Ante mi desesperación, Verónica parecía divertirse.

-Bueno Víctor. –le dijo a mi hijo- ¿Qué te ha parecido ver a mamá correrse así?

Él no respondió, no me quitaba ojo. Era incapaz de dejar de mirarme del todo sometida ante Sebastián. Verónica le empezó a desnudar y me sentí perdida.

-A ver… yo creo que te ha gustado mucho ver cómo se corría pero mucho más cómo le chupaba la polla a mi marido. ¿A que sí?

-Sí… -Asintió Víctor. Quería morirme.

Verónica le bajó los pantalones, jugueteó unos segundos con la notable erección que pugnaba bajo su slip y por fin la liberó.

-Eso es. Claro que sí. Esto nunca miente. Vaya dura que la tienes, ¿eh Víctor? A ver…

Le cogió el pene entre sus dedos y comenzó a pajearlo. Su habilidad era obvia y los gemidos de un excitadísimo Víctor no tardaron en llegar. Paró y lo dejó del todo erecto, listo para correrse cuando ella lo deseara. Sebastián, sin desatarme, me quitó el corsé dejándome desnuda, salvo por la medias, el liguero y los tacones, ante todos ellos. La mirada de deseo de mi hijo era tan intensa que me atravesaba.

-¿Cuántas pajas te has hecho pensando en tu madre, Víctor? –Le preguntó Sebastián.

-Muchas… -respondió él algo cortado pero llevado por la lujuria.

-¿Y pensando en mí? –Preguntó Verónica.

-Muchas también.

Ella rio a carcajadas.

-Pues hoy se acabaron las pajas. Ven.

Le desnudó por completo y lo acercó a mí. Intenté cruzar mi mirada con la de mi hijo para hacerle entrar en razón, pero tan solo se fijaba en mis tetas turgentes, en mis piernas adornadas por aquellas medias, en mi coño mojado… Sebastián me levantó y sujetó con fuerza mis ataduras para exhibirme ante él.

-Qué buenas tetas tiene tu madre, ¿verdad? –Le dijo Sebastián.- Seguro que te mueres por tocárselas.

-Víctor… hijo, no por favor. –Le supliqué.

Dudó, pero Verónica tomó sus manos y las llevó a mis pechos. Me asquee de mí misma al notar que su tacto hacía que los más enfermizos resortes de mi morbo saltaran. La visión de su cara extasiada al ver cumplida de forma tan atroz su más perversa fantasía, contribuyó a mi excitación. Verónica notó una pequeña cesión en mi resistencia y fue a más. Sin soltar las manos de mi hijo, las hizo recorrer todo mi cuerpo hasta llegar a mi mojado coño.

-Vamos a poner cachonda a mami. Mira, pon aquí los dedos y muévelos así.

Condujo sus jóvenes dedos a mi intimidad y los hizo moverse con soltura y precisión. Las enseñanzas que proporcionaba a mi hijo empezaban a tener respuesta en mi cuerpo. Gemí.

-¿Has visto, Víctor? Silvia es tan guarra que no puede ni resistirse a eso- Le dijo Sebastián a mi hijo.- Verás cómo vuelvo a lograr que se corra.

Me lanzó boca arriba al sofá, separó mis piernas y me penetró. Empezó a follarme con furia, sabiendo que aquel ritmo desataba en mí todos mis demonios. Estaba siendo follada de manera salvaje ante mi propio hijo, que llevado también por la excitación ante aquella imagen, parecía pasando auténticos estragos para no correrse sin ninguna ayuda extra. Verónica, hábil, presionó la cabeza de su polla evitando un pronto derramamiento de su lefa. Sebastián seguí dándome una caña diabólica y mi orgasmo era inevitable. Ni la vergüenza, ni la moral, ni la más mínima decencia eran capaces de soportar aquel terrible empuje de mi cuerpo buscando saciar su hambre.

-Hijo de puta… -Gemía mientras me corría para su maquiavélico deleite.

-Eso es… Eso es… -Suspiró mientras aguantaba el suyo.

Comprendí que aquel espectáculo era el punto final a mi humillación, pero me equivocaba. Verónica, vestida como estaba aún en vaqueros y camiseta, sabedora tal vez de que solo la llevaría un momento, se arrodilló ante mi hijo.

-Me dijiste que nunca te la habían chupado, no Víctor.

-No, nunca… -Respondió mi hijo alteradísimo.

-Pues con tía Vero va a ser tu primera mamada. Ya verás cómo te gusta.

Y sin demora tragó su pene duro. Su talento épico no tenía un rival a su altura. Víctor estaba ido, gozando de sus más locas y juveniles fantasías en aquel momento. Su diosa, aquella por la que no debía ahogar su deseo, estaba por fin comiéndole la polla. Cuántas pajas habría dedicado a aquella imagen sin saber ni remotamente el placer que le aguardaba. Sebastián, aún duro como una piedra, me cogió del pelo y me arrastró hacia ellos, plantando mi cara a centímetros de aquella malévola mamada.

-Mira Silvia, como dejas desatendido a tu pobre hijo son otras las que tienen que darle lo que merece. ¿No te da vergüenza?

Vero me sonrió con su habitual malicia y aumentó el ritmo de su mamada hasta anticipar el orgasmo de Víctor. El chico gemía sintiendo por primera vez el sexo con otra persona que además, era una de sus máximas fantasías y una artista sexual consumada. Fue entonces cuando ella se sacó la polla de su boca y apuntó a mi cara.

-Hala venga, ya tienes permiso para correrte. Vamos a pringar la carita de mami, Víctor.

Lo masturbó con maestría y lo llevó a la gloria. De su pene juvenil empezaron a manar innumerables chorros de semen, locos por escapar por fin. El primero impactó en mi frente, impregnando todo mi rostro. El segundo, más fiero, manchó mi pelo y cayó en parte al suelo. El tercero y el cuarto fueron a mis pómulos y mis labios y el último se derramó en mi cuello. Víctor respiraba con dificultad, como tras correr una maratón, dejando claro el placer que le había proporcionado todo aquello. La imagen del rostro de su madre pringado con su leche mantuvo su polla dura.

-Muy bien, Víctor- le dijo una animada Verónica. –Verás cuantas cosas de estas vas a aprender con tía Vero de profe.

Yo estaba en shock. No sentía nada salvo un frío enorme. Para acentuar mi estado, Sebastián se masturbó ante mi cara mezclando sobre mi piel su semen con el de mi hijo. Al terminar de correrse me miró a los ojos.

-¿Ves, Silvia? Te dije que habías aceptado lo que te gustaba, no lo que eres. ¿Lo entiendes ahora?

Asentí. Sí, lo entendía. Supe que todas las anteriores humillaciones a las que me había sometido habían sido solo un juego morboso y placentero, pero que esta era la meta que buscaba. Había destruido mis límites y ya no tenía nada que perder; era completamente suya y solo suya. Mi hijo jamás volvería a verme como a una madre tierna, sacrificada y responsable; sino como un objeto de placer en manos de otros. Ahora era solo un cuerpo que poder usar a capricho.

-Dilo, Silvia. Dilo para que tu hijo oiga lo que eres. ¡Di qué eres!

Tragué saliva y musité la verdad que me había negado a aceptar.

-Soy tu puta.

CONTINUARÁ.