El Mercado de la Carne - IV La Perversión

Tras ser humillada por sus repugnantes vecinos Silvia es descubierta por su hijo, lo cual altera su relación con él por completo. El deseo de su hijo y el recuerdo de su sometimiento, empuja a Silvia a fantasear con una nueva dosis de sexo con sus enemigos. Pronto sus deseos se harán realidad.

Cuando desperté era incapaz de moverme. Era como si mi cuerpo no me perteneciera. Abrí poco a poco los ojos, dedicando todas mis fuerzas a mover los párpados. Mi visión era borrosa y mi cabeza daba vueltas. Noté la luz del sol sobre mí. ¿Qué hora era? ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? Poco a poco mi cerebro empezó a recordar la noche anterior: el forcejeo con el Fino, la pérdida de mi móvil, todo aquel porno protagonizado por mí en su posesión y mi humillación a manos de él y del Churruca.

Me habían destrozado. Me sentía dolorida, pegajosa y sucia, aun del todo cubierta por sus fluidos. Rememoré sus enormes pollas entrando en mí y al instante noté el escozor en mi ano y una creciente humedad en mi entrepierna. Seguí casi inmóvil sobre el sofá en el que me había dejado caer desfallecida. Solo moví mi mano, lentamente, hacia mi entrepierna. La noté extraña y recordé que la habían rasurado antes de penetrarla. ¡Cuánto me habían hecho gozar aquellos miserables!

Les odiaba por supuesto. Aún podían destrozarme la vida, aunque sabía que estaban más interesados en destrozarme el cuerpo. Eran repugnantes, pero me volvía loca recordar cómo me habían tratado. ¡No podía ni moverme! Habían despertado un morbo en mí que siempre había intentado aplacar. Habían logrado que me dejara llevar por mi cuerpo y mis instintos y supe que, gracias a ellos, había descubierto cómo merecía ser follada. Empecé a estar realmente cachonda. Me sentí tentada a, así como estaba, subir en busca de un nuevo asalto pero mi cuerpo no respondía. Estaba agotada y aun así deseosa.

Moví mis dedos acariciándome. ¿Cómo podía estar ya tan húmeda? Seguía en la misma postura en la que me había despertado, casi en posición fetal, con mi coño expuesto. Mis dedos trabajaban cada vez más rápido pero era incapaz de obligarme a cambiar de postura. Estaba en la gloria. Suspiré y al rato pasé a gemir. No tardaría mucho en correrme con el mero recuerdo de la noche anterior, pero algo me sobresaltó. Tal vez fuera un pequeño cambio en la luz o un leve ruido, pero sentí que no estaba sola. Me incorporé sobresaltada todo lo rápido que pude, pero mi cuerpo estaba adormecido. Solo acerté a ver una figura que se perdía sigilosa por el pasillo.

Me costó levantarme, fue como si me despegara del sofá. Seguí sus pasos levantándome con extrema lentitud y caminando de puntillas por el pasillo hasta llegar a mi habitación ante aquella puerta que nunca terminaba de cerrarse del todo. Observé con cautela al interior y vi dentro a Víctor. Mi hijo estaba completamente desnudo y se masturbaba con fiereza. Sin duda, en su fervor, se había ocultado en la primera habitación disponible pensando que yo no me había percatado de su presencia. Su cuerpo se arqueaba ansioso con cada movimiento de su mano y noté que su orgasmo estaba próximo. Tan solo susurraba un nombre…

-Silvia, Silvia…

¡Mi nombre! ¡Se estaba masturbando pensando en mí! Empujé la puerta con sigilo y entré, hasta colocarme casi a su espalda. Al tocarle el hombro reaccionó aterrado.

-Víctor –Dije casi susurrando. Mi garganta estaba áspera por el tránsito de la noche anterior.

Intentó cubrirse los genitales pero tropezó con la cama y terminó cayendo de espaldas en ella, quedando sentado ante mí con su erección a la vista. Al notarse expuesto se tapó con sus manos tan rápido como pudo.

-¿Qué haces? –Le pregunté, admirando mi propia naturalidad en aquel momento.

-Yo, yo… -balbuceaba.

-Tranquilo, tranquilo. A ver, dime qué haces.

Aparte de lo obvio, lo que hacía en aquel momento era mirarme de arriba abajo. Estaba desnuda ante él, como muchas veces antes, pero jamás me había visto en aquel estado. Se me notaba ida y cansada, pero sobre todo machacada por el ímpetu de dos degenerados y cachonda con su recuerdo. Mi cara estaba roja por el rubor de la excitación, mi sexo brillante por la humedad y algunas partes de mi cuerpo amoratadas por el trato recibido de parte de aquellos dos canallas. Tal vez no eran las mejores condiciones para una charla educativa, pero a esas alturas no tenía más remedio. Me senté a su lado en la cama.

-Cuéntame qué haces Víctor.

-Es que te he visto y… -acertó a justificarse.

-¿Me has visto? ¿Y qué has visto?

-Pues a ti…

-¿A mí cómo?

-Pues desnuda…

-Bueno, ya me habías visto desnuda antes. Y yo a ti. Es algo normal. Ya te expliqué que no tenemos por qué avergonzarnos de nuestros cuerpos. De hecho no sé por qué te tapas.

Desde aquel día en el jardín con Oscar y Verónica ese había sido mi discurso. Él lo había aceptado encantado, probablemente porque tener ante sus ojos a una hembra como ella completamente desnuda era la fantasía de todo adolescente. Sin embargo, era ahora yo por la que babeaba. Apartó sus manos tímidamente y descubrió su pene ante mi mirada. Confirmé lo que ya sabía; había crecido. Estaba extremadamente erecto, tanto que palpitaba agitando las gotas de líquido preseminal que se acumulaban en su prepucio. Un instinto perverso me sugirió descapullarlo. ¿Qué me había pasado para tener esa clase de pensamientos con mi propio hijo? Él se sentía turbado ante mis ojos, pero su excitación no disminuía.

-Bueno, también te he visto… -Era lanzado, pero se le atragantaban las palabras.

-¿Qué?

-Pues tocándote.

Me puse en su lugar y me sentí culpable. Un chico de su edad, con las hormonas revueltas, llega a casa y lo que ve al entrar no es a su madre. Se acaba de encontrar a una imponente mujer desnuda en su sofá que además al rato le ofrece un excitante espectáculo. ¿Acaso podía reaccionar de otra manera?

-Eso es algo natural, Víctor. Es normal que todo el mundo se dé placer de vez en cuando.

-¿Y lo mío no? –preguntó con cierta culpabilidad en su tono.

-Claro que sí, no seas tonto. No tienes por qué avergonzarte ni aguantarte. ¡Que si no se pasa muy mal! ¿A que sí?

Asintió. Noté que seguía sin quitar ojo a mis pechos, que lucían unos pezones duros debido a la excitación, si no era para deleitarse con curiosidad de mi pubis recién rasurado. Su duro pene no dejaba de moverse por su cuenta. Estaba a mil, se lo notaba. Me daba lástima torturarle así, con mi cuerpo a su alcance y sin poder tocarse, pero aumentaba aún más mi excitación el pensar que era capaz de resultar tan atractiva y sensual para un chico de esa edad.

-Ahora por ejemplo, noto que lo estás pasando mal, ¿verdad? –pregunté con maldad. Él estaba al límite de su aguante y ni pudo asentir esa vez.

En mi mente cada vez más perversa el que fuera mi hijo solo aumentaba el morbo del momento. Mi hijo, el chiquillo por el que había sacrificado tanto, sentía tal impacto ante mi sensualidad que era capaz de olvidar aquel vínculo sagrado para dejarse llevar por sus impulsos. Aquel pensamiento, junto al hecho de poder estar al control de la situación al contrario que la noche anterior, me hizo sentirme poderosa y muy deseada. Para él era una mujer madura, imponente, desnuda y hambrienta de sexo en su propia casa.

-No eres el único, yo también lo estoy pasando mal. –dije con calculada sensualidad- Estaba disfrutando mucho cuando me interrumpiste.

No pudo más. Agarró con ambas manos las sábanas y suspiró. Su pene empezó a convulsionarse, lanzando copiosos chorros de semen espeso sobre su abdomen. Mi hijo se estaba corriendo delante de mí sin ni siquiera tocarse. Un morbo enfermizo me invadió ante aquella visión y mil ideas cruzaron mi cabeza. Intenté calmarme. Comprendí entonces el impacto que habían tenido en él mis palabras y también mi mera presencia allí, desnuda y excitada. Se moría de vergüenza.

-Bueno, no pasa nada. Es normal. No te preocupes. –le abracé y le besé con cariño en la cara- Ahora vamos a la ducha a limpiarnos un poco que falta nos hace.

Le cogí de la mano y le guie hasta el baño. Estaba tan sucio por sus propios fluidos que le tuve que indicar que no dejara que gotearan al suelo. Los tomó con su mano. La imagen era un tanto patética pero noté que seguía del todo erecto. Me metí en la ducha y le atraje adentro. Hacía años que no nos duchábamos juntos, precisamente desde que noté que sus miradas iban perdiendo inocencia y ganando en lascivia. La situación, pensé, bien merecía una excepción.

Me coloqué bajo el chorro de agua y mojé todo mi cuerpo ante su ansiosa mirada. Masajee mis enormes pechos, acaricié mi abdomen, froté mi coño y recorrí mis largas piernas con mis manos. Cuando noté que los fluidos que habían invadido mi cuerpo la noche anterior habían desaparecido, guie el chorro de agua a su abdomen. La mayor parte del semen fue arrastrada por el agua, pero como otra quedó pegada a su piel alargué la mano y lo froté. Noté como su cuerpo palpitó al ver que algunos de sus residuos quedaban prendidos de mis dedos. Le limpié y me dirigí a su erección, pero como si el baño me hubiera devuelto algo de sentido común, me detuve.

-Eso… Límpiate tú. –Le dije señalando su pene.

Nervioso y excitado como estaba, llevó su mano a sus genitales y los frotó por encima. Cuando lo dio por terminado le sugerí.

-Por dentro también. Baja la piel.

No me entendió del todo.

-Descapúllatela.

Y con un suspiro de gozo lo hizo, deslizando lentamente su prepucio hasta dejar su inflado glande a la vista. Lo acarició limpiándolo y lo uno le llevó a lo otro. Era incapaz de apartar sus ojos de mi cuerpo y su mano de su polla. Empezó a mover su prepucio de arriba abajo usando tan solo dos dedos. Sentí en ese momento un casi irrefrenable impulso de cogerla entre mis manos y enseñarle cómo se hacía, de darle el placer que merecía y de llevar a cabo su más obscena fantasía, pero me limité a indicárselo.

-Hazlo con toda la mano, te gustará más.

Alucinó al oír mis palabras pero siguió mi consejo a rajatabla. Empezó a gemir con esa nueva sensación, masturbándose cada vez con mayor furia. Nuestros cuerpos casi se rozaban y el vapor había sumado un calor mareante a la ducha. Noté que el morbo había tomado el control de aquel chico y que ya no veía en mí a una madre cariñosa y sacrificada, sino a una hembra madura y deseable de la que mucho podía gozar y aprender. Le llegó un espasmo acompañado de un grito irrefrenable y se corrió, lanzando potentes y copiosos chorros de semen que impactaron en mi vientre. Palpité con cada uno de los golpes de esa lefa impura contra mi piel, dejando que se deslizada hacia mi pubis y mis piernas. Tuve que hacer terribles esfuerzos para recuperar la cordura. Tanto me costó refrenarme que supe que la noche anterior se había roto algo impío en mi interior.

Intenté enfriar mi cabeza y comprobé que él pretendía lo mismo. Su erección persistía al ver a su propia madre pringada con su leche, pero noté que también intentaba controlar sus impulsos. Aquello era demasiado para ambos. Terminamos el baño y salimos sin hablar, casi sin mirarnos. No podía dejar que aquello quedara así. Sería como abandonarle en la oscuridad, en un mundo lleno de confusión. No quería eso para mi hijo. No quería para él ni represión ni culpabilidad. Al terminar de vestirnos le hice sentarse conmigo en la sala.

-Víctor, tenemos que dejar las cosas claras. Entiendo que a tu edad estés impaciente por descubrir el sexo, es normal. Puedes contar conmigo para lo que quieras y siempre podemos hablar con total sinceridad de lo que necesites, de lo que sea, pero tenemos que establecer ciertas reglas. No quiero que al masturbarte sientas que estás haciendo algo malo o prohibido. Aquí en casa puedes hacerlo cuando quieras y no te reñiré, pero ten claro que es algo que pertenece a la intimidad. Lo uno no quita lo otro.

-Lo entiendo –dijo mientras el paquete bajo sus shorts volvía a crecer.

-También es importante que cumplas con cierta higiene. Recoge justo después, porque si lo dejas secar es peor. No quiero tener que ir detrás de ti limpiando eso ¿me entiendes?

-Claro. –Sonrió con cierta malicia.

-Bien… una cosa más. –me miró temiendo que llegara cierta regañina- Soy tu madre. Entiendo que me mires y que fantasees, porque sé que en esos momentos ves a Silvia y no a mamá, pero hay límites.

-Es que…

-A ver dime. –Se cohibió, noté que se sentía muy culpable de desearme. Por algún motivo enfermizo aquello me encantó- Vamos, no te cortes.

-Todos mis amigos están locos por ti.

-¿Y tú cómo lo sabes?

-Cuando voy a casa de Elías… Bueno, a veces lo hablamos.

-¿Y de qué habláis? –Por algún motivo, toda aquella confesión me estaba empezando a despertar gran curiosidad.

-Pues que de todas las madres…

-¿Qué? Hemos dicho que total sinceridad.

-De todas las madres es a ti a la que más les gustaría follarse. A veces… -tragó saliva, pero estaba deseando decir aquello, lo noté- nos estamos pajeando y empiezan a hablar de ti y al correrse dicen tu nombre. Y claro, eso me come la cabeza.

Malditos niñatos. La confesión de Víctor me había dejado perturbada pero ser su diosa sexual, su fantasía suprema, me había embrujado. Aquella imagen, con todos ellos juntos compartiendo furtivas pajas y con mi hijo teniendo que soportar aquel tipo de revelación, me excitaba sobremanera. Le quité hierro al asunto, pero no pude dejar de pensar en todo aquello.

Los días siguientes fueron extraños. Por un lado me sorprendió sobremanera que ni Fino ni Churruca dieran señales de vida. Esperaba que aparecieran de pronto en mi puerta reclamando de nuevo mi cuerpo, pero parecían haberme olvidado. Comprobé espiando por la ventana que sus actividades criminales, como el saqueo de los edificios abandonados que nos rodeaban, no habían cesado, pero sí su interés en mí. Tal vez, pensé, una vez me habían humillado de aquella forma habían quedado satisfechos. Aunque mi cuerpo deseaba un nuevo asalto, pensé con frialdad que aquellas compañías no me convenían y que complicar las cosas me llevaría a peores problemas.

Por otro, la relación con mi hijo había cambiado. Ya no estaba basada en el cariño y la inocencia, sino en una pasión gestionada por una serie de normas adultas. Víctor me observaba con deseo pero seguía a rajatabla mis reglas. Se masturbaba a solas, en el baño o su habitación y limpiaba sus restos después. Aunque le sorprendí un par de veces, alentándole a continuar y a no avergonzarse, parecía que también había asimilado que sus fantasías con Silvia terminaban donde empezaba la convivencia con su madre por muy abierta de mente que esta fuera.

En cualquier caso aquello me había mantenido cachonda todo el tiempo. El infame deseo por repetir con mis dos repugnantes vecinos, el encuentro con mi propio hijo, la revelación sobre sus amigos… Esos pensamientos se adueñaron de mi mente aquellos días y el sexo se convirtió en lo único que me importaba. Realizaba el resto de tareas sin pasión, ansiosa de nuevas dosis. Me sentía una hembra atrapada en un pequeño apartamento durante su más tórrida época de celo. Tener a un joven macho continuamente erecto conmigo tampoco ayudaba.

Me costaba conciliar el sueño en aquella situación. Por mucho que me tocara intentando saciarme, mi apetito reaparecía casi de inmediato. Empecé a comprender a Víctor, que llegaba a homenajearse con tres o cuatro pajas al día, pero al contrario que él, que una vez se hartaba dormía de un tirón, a mí me costaba conciliar el sueño. Me sentía de nuevo inquieta en la cama, ávida de compañía. Habían pasado dos semanas y temía que aquel fuego se apagara y que mi vida volviera a ser la misma que antes de conocer a Verónica.

Aquella noche, pensando en su cuerpo de diosa y en aquellos placenteros tríos compartidos con Oscar, logré alcanzar cierta satisfacción con mis caricias y quedarme dormida. Estaba sumida en un profundo sueño cuando noté una sensación que me despertaba. La leve tela de mi tanga parecía deslizarse desde mis caderas a mis tobillos, recorriendo toda la largura de mis piernas hasta perderse. Mi larga camiseta subía, descubriendo mi pubis, mi abdomen y mis pechos. Mis pies eran elevados con fuerza y un elemento húmedo y caliente hacía contacto con ellos, lamiendo los dedos y subiendo ávido hasta mi coño donde empezó a devorarme con un talento salvaje. Gemí.

Aquello no era un sueño, era real. Tres dedos fuertes se introdujeron en mí y abrí por fin los ojos. Entre mis piernas, siempre sudado y maloliente, trabajaba el Fino. No me importó cómo habría entrado en la casa donde también descansaba mi hijo; estaba a su merced. Suspiré en la oscuridad, empujando su cabeza a mi anhelante coño pero cuando notó que me tenía apunto, apartó mi mano y colocó mis piernas sobre sus hombros. Me tuvo así unos segundos, ansiosa, mientras se bajaba sus sucios calzoncillos y liberaba su enorme y dura polla. Deseaba tanto volver a tenerla dentro…

Se recostó sobre mí, rozó su gigantesco glande contra mis hambrientos labios y me penetró de un solo empujón. Gemí de nuevo, pero su fuerte mano tapó mi boca silenciándola. Comenzó un brutal vaivén y el choque de nuestros cuerpos llenó de sonido el silencio de la casa. Aquel indeseable me estaba llevando de nuevo al cielo. Notaba que mi cuerpo le recibía extasiado, que me abría por completo a él lubricándome como nunca antes y que incluso mi piel agradecía el golpeteo de sus huevos cargados en ella.

-¿Me habías echado de menos, mami? –Me murmuró al oído.

Asentí, aún con mi boca tapada por su mano, y paró. Busqué ávida su contacto con mis caderas pero retiró su polla de mi interior. Me sentí vacía, desesperada, perdida. Sonrió con malicia al notar mi hambre.

-Estate quieta y calladita mami, no queremos despertar a nadie. –Susurró.

Apartó poco a poco su mano de mis labios dejando el nauseabundo sabor de su sudor en ellos.

-Abre la boca.

Obedecí y él introdujo en ella, poco a poco, el tanga que me había quitado. Con mi propio sabor impregnando la tela y ahora bañando mi boca, me levantó y me sacó al pasillo guiándome a la puerta cerrada de la habitación de Víctor. Palidecí al pensar que había comprobado antes de ir a por mí que él dormía, aunque lo que realmente me aterraba era imaginar lo que tenía preparado. Me empujó contra la puerta y colocándose de pie a mi espalda, me penetró. Empezó a follarme con furia provocando un sonoro golpeteo en la frágil madera que nos separaba de mi hijo. Aquella situación, con aquel repelente macho embruteciendo mi cuerpo y aumentando en cada envite la posibilidad de ser descubiertos me trastornaba. Gemía completamente ida por el morbo pero el tanga ahogaba mis ruidos. Me tenía rota, loca, a su total disposición.

Cuando una oleada de placer se disponía a invadirme salió de mí. Me giró, me obligó a arrodillarme, escupió en mi cara y se pajeó ante mi rostro hasta correrse. Lo hizo suspirando, ahogando sus gritos de placer con férrea disciplina, manchando mi cara con espesos hilos de lefa. Cuando terminó de depositar hasta la última gota atrapada por su capullo sobre mi piel, me susurró de nuevo.

-Mañana más, mami. Y nada de tocarte que te quiero bien guarrita.

Y desapareció de mi casa. Me había dejado tan húmeda, tan atónita, que tuvieron que pasar unos minutos para que recobrara el ánimo suficiente como para quitarme el tanga de mi boca y lo usara para limpiar su semen de mi cara. A pesar de mi tremenda excitación supe contenerme y solo me toqué para seguir al límite. Me empezaba a perturbar perder aquel estado mental, en el que el sexo y el placer lo invadían todo. Quería seguir así, receptiva a cualquier perversión. Pasé todo el día siguiente ansiosa porque llegara la noche, por volver a sentir a aquel ser despreciable follándome sin compasión.

Durante toda aquella semana no falló a ni una sola cita. Le esperaba en mi cama despierta, desnuda y abierta de piernas, ya húmeda y dispuesta a que me penetrara con aquel infame trozo de carne dura que me volvía tan loca. Me follaba en silencio pero sin la más mínima misericordia hacia mi propio placer. Siempre que me notaba al borde del orgasmo, cesaba y me sacaba al pasillo, donde tan solo separados por unos centímetros de madera de mi propio hijo, continuaba con sus perversiones. Me follaba la boca hasta correrse en mi garganta o perforaba mi culo hasta llenarlo con su semen. Fuera la que fuera su elección, la aceptaba con gusto aunque siempre, sin excepción, se aseguraba de privarme de mi orgasmo. Para cuando llegó el fin de semana estaba tan desesperada por obtener su permiso para correrme que creí ceder a la locura.

Mi hijo, que a tenor del aumento de sus pajas había captado esa excitación en mí, se despidió para pasar el fin de semana con sus amigos. Solo de imaginarlos compartiendo fantasías protagonizadas por mí mientras se tocaban me hizo palpitar. Una vez cerró la puerta al salir me quedé ahí plantada, esperando que Fino apareciera para darme una dosis más de sexo. No lo deseaba, lo necesitaba. Estaba desesperada por sentirlo, por sorprenderme con lo que me tenía reservado, por dejarme llevar. Por fin escuché sus pasos al bajar las escaleras con decisión y cómo aparecía por la puerta.

-¿Me estabas esperando, mami? –Me dijo al verme allí plantada y percibir mi ansiedad.

-S-sí. –Admití.

-Desnúdate.

Le obedecí de inmediato, despojándome de toda mi ropa y quedando expuesta ante él. Dedicó unos segundos a admirarme. Entonces me cogió del pelo con fuerza y me llevó al pasillo, justo ante la puerta de la habitación de mi hijo, ahora abierta, donde cada noche me dedicaba la peor de sus perversiones. Esta vez no se detuvo ahí, me hizo entrar en la habitación y me lanzó a la cama de Víctor. Se bajó la bragueta y se sacó la polla, aún flácida.

-Ven. Ahora me la vas a chupar aquí, en la habitación de tu hijito.

No tuvo que repetírmelo, me lancé a comerla. Lo hice con toda la maestría de la que era capaz. Masajee sus gordos huevos, sorbí su glande, impregné con mi saliva el interminable tronco de su verga. En segundos ya estaba del todo dura en mi boca. Él suspiró ante mi hambre y yo no pude evitar sonreír complacida.

-Vaya, vaya. Qué ganas le pones, ¿eh mami? ¿Sabe tu hijo que comes pollas con tantas ganas en su habitación?

Sabía que lo decía para importunarme, pero que también había captado el morbo que despertaban en mí aquellas perversiones. Chupé con aún más ganas y él no pudo evitar dejarse llevar. Me agarró por el pelo y la hundió hasta mi garganta manteniéndola allí hasta que notó que se me acababa el aire. La retiró entonces de súbito, provocándome una arcada que bien pudo acabar en vómito.

-Bueno, bueno mami. Poco a poco, que te empachas pronto de polla y eso no puede ser. Hala, vamos a ver qué ropita te ponemos, que hoy vamos de paseo.

¿De paseo? Estaba aterrada ante la perspectiva de que llevara sus humillaciones fuera de allí, pero no podía evitar sentirme embriagada por una morbosa curiosidad. Quería descubrir más, sentir más y dejarme llevar por todo aquello. La vergüenza que quedaba en mí era solo un residuo de otro tiempo. Me guio por el pasillo dándome azotitos en el culo hasta llegar a mi habitación, donde abrió mi armario y con insolencia empezó a revolver entre mi ropa.  No tardó en encontrar lo que estaba buscando; destacaba entre las otras prendas mucho más humildes. El vestido de Verónica.

-Póntelo.

Otra vez aquel vestido. Cubierta solo por aquella tela me sentía expuesta, pero también me sabía admirada y deseada. Recordé aquel día loco por el centro de la ciudad y aquella morbosa entrevista en la que había vendido mi tanga a un desconocido. Todo por aquel vestido enviado por mi supuesta única amiga en el mundo. Tenerlo en mis manos me hizo recuperar aquella sensación de desnudez al caminar por toda la urbe sin nada debajo, embutida como un suculento manjar cuya degustación estaba al alcance de cualquiera. Un instinto de autoprotección me controló por un momento y abrí el cajón de mi ropa interior pero él me detuvo.

-No, sin nada debajo. No vas a necesitar braguitas a donde te voy a llevar.

Cada vez estaba más inquieta y encendida. Sus palabras directas, su tono imperativo, su desvergüenza y el modo en el que sabía despertar en mí mis instintos más profundos, me perdían. Hice lo que me exigía y cuando estuve preparada me observó juzgando mi aspecto. Supe por sus ojos que en esos momentos lucía irresistible para cualquier hombre. Aquello hizo que me sintiera poderosa ante él aunque fuera del todo incapaz de controlar aquella situación. Me sacó de casa así vestida y bajamos hacia la calle con el sonido de mis tacones resonando en las escaleras.

Me cogió del trasero haciéndome caminar a su paso. Estaba preocupada porque alguien pudiera verme en su compañía así arreglada y que sacara sus propias conclusiones, pero el barrio estaba desierto. Mis vecinos habían ido abandonando el lugar, expulsados por la subida del alquiler, y todo aquello era ahora territorio de indeseables como el que me forzaba a cruzar la calle. El paseo fue corto, porque terminó en uno de los edificios a medio construir que rodeaban mi edificio. Ascendimos por las precarias escaleras hasta llegar a uno de los pisos intermedios. Allí, la cuadrilla del Fino saqueaba todo lo que encontraba.

Además del gordo y viejo Churruca había otros tres hombres. Se notaba que habían estado trabajando duro. Sus ropas estaban sucias, sus torsos desnudos brillantes por el sudor y sus músculos hinchados por el esfuerzo. Verme entrar en aquel sitio despertó de inmediato su lascivia haciéndoles olvidar el agotamiento. Supe que aquello era la culminación de todas sus fantasías y me sentí una diosa entre villanos. Formaban un grupo variopinto al que estudié mientras ellos asimilaban con cuidado mi anatomía. Estaba un tal Cheles, que era delgado, alto y desgarbado; el Toro, que parecía haber escapado de un concurso de culturismo con su cuerpo fuerte, duro y trabajado, y por último el Ratilla, un chiquillo menudo que sonreía con timidez y que no parecía haber perdido la inocencia.

-¡Os traigo el sobresueldo! –Les gritó el Fino mientras ellos le jaleaban. –A ver escuchad. Esta es Silvia, una mami que anda muy cachonda porque el cabrón que se la tira no deja que se corra. Por eso tiene tantas ganas de polla hoy, ¿a que sí?

-Sí –admití.

-Dilo. Diles de lo que tienes ganas.

-Tengo muchas ganas de polla. –Dije entonces con seguridad, consciente de la provocación que suponían mis palabras. Había comprendido que sentir vergüenza por mis deseos no llevaba a nada y a pesar de lo peligroso de la situación, estaba dispuesta a disfrutar.

-Muy bien, mami, así te quiero ver, bien putita y hablando claro. ¿Os gusta el regalito?

-Es la mami más rica que he visto en mi vida. –Dijo Toro con su vozarrón.

-Mejor en persona que en video, ¿a que sí? –Inquirió el Fino con desvergüenza.

-Bueno, en video también estaba bien –Dijo el Cheles.

Era lo que me temía. Fino había empezado a aprovecharse de tener en su posesión todo aquel comprometedor material que yo protagonizaba. Sin duda sus compinches habían esperado con ansia el momento de poder catar en carne lo que habían disfrutado en la pantalla. Saber que me tendrían tantas ganas aumentó aún más mi deseo de que me usaran. Al fin y al cabo, ser el centro de atención de tantos hombres era también una fantasía.

-Pues venga –dijo Fino- que me da que hoy esta zorrita nos va a dejar hacerla de todo.

No se equivocaba. Semanas atrás, antes de conocer a Verónica, antes de ser poseída por ella y por Oscar, vejada en aquella entrevista y humillada por Fino y Churruca, habría salido corriendo aterrada de una situación como aquella. En aquel momento, después de todo por lo que había pasado, no deseaba otra cosa que aquellos repelentes machos se aprovecharan de mí.

Me rodearon los cinco y pronto noté sus manos ávidas por todo mi cuerpo. El Toro me agarró el cuello y empezó a besarme introduciendo su lengua en mi boca. El Churruca, siempre obsesionado con mi culo, se colocó a mi espalda sobándolo con deleite. El Cheles pareció quedar atrapado por la rotundidez de mis pechos y no dejaba de acariciarlos. El más tímido era el Ratilla, que tan solo contemplaba la escena junto a un divertido Fino.

Pronto empezaron a ser más ambiciosos y mi vestido, que tanto había llamado su atención, comenzaba a sobrarles. Churruca lo levantó descubriendo mi culo, azotándolo con sus manazas y llevando sus dedos a mi entrepierna. El Cheles lo soltó de mi cuello para descubrir mis enormes tetas y sorberlas con avidez. Cuando el Toro decidió levantarlo dejándomelo por la cintura para centrarse en acariciar mi coño se encontró ya allí con los dedos de Churruca. Tener tantas manos dedicadas a mi cuerpo me estaba haciendo perder el sentido. Se turnaban para chupar mis pezones erectos, para masturbarme metiendo sus dedos en mi interior o para palmear mi culo. En unos segundos, o eso me pareció a mí, me tenían húmeda, sudada y desnuda entre sus cuerpos.

No pude quedarme quieta allí gimiendo mientras me dejaba hacer. Llevé mis manos a los paquetes de Cheles y Toro para medir su dureza. Cuando noté una ligera tregua en sus tocamientos, decidí soltarme y acuclillándome entre ellos liberé sus pollas. Me costó con Cheles, porque llevaba unos rancios vaqueros y un bóxer debajo, por lo que tuvo que ayudarme a desnudarle por completo, pero fue más fácil con Toro, que no llevaba absolutamente nada debajo del pantalón. Aquel chico enorme y musculado era la fantasía de toda mujer apasionada por los hombres de aspecto duro y salvaje. Su polla, de buen tamaño, lucía un glande mucho mayor que el resto del tronco que no tardé en succionar para su deleite. Me entregué a darle placer con mis labios mientras el resto admiraba mi talento, él gemía y el Cheles masajeaba mis pechos.

Las ganas que le ponía para chupar la polla de Toro levantaron la envidia de sus otros dos compañeros, que me obligaron a separarme de ella para centrarme en las suyas. Me fue fácil introducir por completo la de Cheles en mi boca, pues a pesar de su dureza su tamaño era discreto, pero la de Churruca volvió a suponer todo un desafío. Mamar sus absurdas dimensiones era agotador para mi boca pero al mismo tiempo encendía mi coño. Me turné entre las tres con una pasión única, saboreándolas, succionándolas, lamiéndolas. Las cogía por el tronco y las golpeaba en mi lengua. Lamía los huevos con ardor mientras pajeaba la del compañero. En un momento introduje en mis bocas los glandes de Toro y Cheles, trabajándolos con mi lengua mientras se rozaban, algo que no parecía importarles lo más mínimo. Mis esfuerzos resultaron efectivos cuando les noté dispuestos a correrse.

El primero fue Cheles, que soltó una buena serie de disparos bañando mis pechos, objeto de su admiración. Luego me dediqué a vaciar a Churruca, que manchó mi rostro con unas pocas gotas de su lefa como si a sus fluidos les costara recorrer toda la largura de su polla. Dejé a Toro para el final pues quería disfrutar su orgasmo esforzándome por introducir toda su carne dura en mi boca. Aquel gigante no pudo soportar mucho mi ímpetu y me regaló la boca con jugosos hilos de semen blanco y espeso. Aquel chico me encantaba pero seguía sin haber podido correrme. Ávida como estaba, reparé en el Ratilla.

-¿Y a ti que te pasa? ¿Es que no te gusto? –le pregunté con sensualidad.

El chiquillo no respondió. Vi que estaba nervioso y cortado, como yo misma poco tiempo atrás, aunque me recordó más a mi hijo. Era tímido pero que le gustaba lo que veía. Me desprendí por fin del vestido, que llevaba hasta entonces enrollado a la cintura y caminé con mis tacones desnuda hacia él. Ver a aquella hembra madura avanzando hacia él en esa actitud le dejó paralizado, por lo que cogí su mano y la llevé a mis pechos. Al notarlos en su palma vibró excitado. Le dejé sobarlos un momento y luego dirigí su mano a mi coño, donde empezó a acariciarme. Sus compañeros no quitaban ojo, un tanto divertidos pero también atrapados por mi iniciativa. El chico no parecía tener mucha experiencia, pero obviamente le empezaba a gustar el juego.

-Ahora déjame a mí. –le dije mientras le bajaba los pantalones y los calzoncillos.

Su polla estaba flácida, a buen seguro por los nervios y la presión del momento, por lo que me decidí a animarle con mi boca. La devoré entera, tirando de ella con mis labios y moviendo mi cabeza con ritmo. Al empezar a notar su dureza supe que lo había logrado. Se puso como una piedra, como si aquel pene juvenil supiera mejor que su dueño lo que estaba a punto de sentir, y casi al instante descargó sobre mi lengua sus huevos cargados. El orgasmo le había alterado y respiraba con agitación. El Fino me miraba con gran morbo y también con cierto orgullo.

-Muy bien perrita, se te da bien esto cuando le pones ganas. Ahora que te lo has ganado te toca a ti.

Ya estaba mojada de degustar al resto de la banda, pero sus palabras lograron humedecerme aún más. Por fin iba a tener aquel ansiado orgasmo y algo me decía que no sería el último de aquel día. Me arrodillé ante él y escupí sobre su polla enorme el semen del Ratilla que no me había tragado. No le importó lo más mínimo. Se la chupé con avidez hasta que alcanzó sus máximas dimensiones y entonces le miré solicitando mi momento. Me lo concedió levantándome con furia, dándome la vuelta y penetrándome sin miramientos.

Mi interior se acomodaba ya a las dimensiones de su verga como si formara parte de sí misma. Empezó a embestirme sin piedad, haciendo resonar el choque de nuestros cuerpos y a mi garganta exclamar agudos gritos de placer. El Toro, de nuevo duro, aprovechó para acallarme llevando mi cabeza a su polla. Estaba en la gloria con aquellos dos depravados invadiéndome, pero en ese momento el sonido de un motor alertó a mis captores.

Con los edificios casi vacíos y la economía de los que quedábamos allí en estado ruinoso, era raro escuchar la llegada de un coche si no era el de la policía. El Fino salió de mí para mi desconsuelo y se acercó a mirar por la ventana.

-Ahora subo, no paréis de follaros a esta mami por nada del mundo, pero no hagáis ruido. –Y se subió los pantalones desapareciendo por las escaleras.

Toro, siguiendo la orden de su jefe, me agarró en volandas y plantó mi coño en su boca. Me manejaba a su antojo, como su fuera un objeto liviano fabricado para el placer. Aunque sentí deseos de gritar, me contuve para complacer las órdenes de Fino. Vi que los demás oteaban por la ventana y empecé a preocuparme; si era la policía tendríamos problemas. En mi interior la voz de la razón gritaba que aquello era lo mejor que podía pasarme, pero mi cuerpo tan solo buscaba correrse. Toro me bajó y me pude apoyar en la ventana para ver lo que ocurría en la calle.

Allí había un lujoso coche aparcado del que se había bajado una llamativa mujer a la que reconocí de inmediato. Verónica vestía un corsé, unos ajustados jeggins, botines de tacón y gafas de sol, sin duda el atavío menos apropiado para que una dama de su clase se perdiera en un barrio obrero. ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué había venido a mi casa? Estaba claro que me buscaba, pero parecía desubicada en aquel sitio extraño hasta que apareció el Fino. No podía escuchar bien lo que decían y mucho menos cuando Toro empezó a penetrarme a mi espalda. El chico usó todo su frenesí para empotrarme contra la ventana y su mano toda su fuerza en mi boca para evitar mis chillidos de placer. Pude ver aun así como Verónica, imponente, parecía preguntar por algún lugar en concreto y Fino intentaba embaucarla señalando el edificio en el que nos encontrábamos. Pasaron unos segundos de indecisión pero cayó víctima de su labia. No muy convencida, le siguió al interior.

Durante aquel rato en la que la tuve a la vista ni se me pasó por la cabeza avisarla. Podría haber mordido la firme mano de Toro y haber aprovechado para gritar, pero acepté que en mi interior había decidido no hacerlo. Quería verla a ella también sometida por aquellos salvajes. No en vano aún me dolía lo que desde mi punto de vista era una flagrante traición. No quería por nada del mundo que la hicieran daño, pero tampoco que escapara impune. Toro me dejó en el suelo y los cuatro me rodearon señalándome que guardara silencio. Las voces de Verónica y Fino se hicieron cada vez más audibles hasta que aparecieron por la puerta. Al verme mantuve su mirada, rodeada de aquellos indeseables semidesnudos y erectos,  y ella se quedó paralizada.

-¿Pero qué…? –Acertó a decir antes de que el Fino la sujetara con fuerza, retorciéndola el brazo a la espalda y agarrándola del cuello.

-¡Mirad lo que he cazado! ¿Os suena esta pijilla?

-¡Joder! –exclamó el Cheles- pero si es la otra puta de los videos.

Fino había sido tan cabrón como para pasar todo el material de mi teléfono a sus esbirros, incluidas las escenas más tórridas protagonizadas por Verónica. Ella captó el asunto de inmediato, o eso deduje ante su expresión de pavor.

-Bueno pijilla, ya ves que tu amiga la mami ha aprendido a pasárselo bien. ¿No nos irás a joder la fiesta, no?

-Déjame en paz… -respondió Verónica mientras pugnaba por escapar.

-A ver, pija, atiende. De aquí vas a salir follada y bien follada quieras o no. Viendo lo guarra que te pones con los chavales en tus videos yo creo que hasta te va a gustar, pero tenlo claro. Si te mueves te voy a hacer daño. ¿Entendido?

-Sí, joder. Entendido. –contestó Verónica a regañadientes. Se la veía furibunda y valiente, pero supe que en su mente calenturienta aquella situación la estaba encendiendo.

-Muy bien, ahora vamos a seguir con la mami donde lo habíamos dejado.

Sin dejar reaccionar a sus compañeros Toro me levantó del suelo hasta colocarme sobre su polla como si fuera una muñequita. Noté que su gordo glande actuaba como un ariete contra mis labios vaginales y que me penetraba de nuevo. Actuando desatado, haciendo gala de toda su brutalidad, empezó a embestirme con un ritmo infernal. Era una locura ser follada así después de tantos días conteniendo el orgasmo y tras haberles provocado tantos a ellos. Me agarré a su cuello y chillé como una niña.

-Joder me corro, me corro…

Y así me llegó un orgasmo increíble que él acentuó aumentando su ritmo. Llevaba días deseando aquello, pasando noches sin dormir ansiando alcanzar semejante placer. Cuando por fin logré calmarme noté que mi coño chorreaba humedad y que incluso había impregnado el escultural abdomen de Toro. Verónica me miraba excitada, algo de lo que se aprovechó Fino.

-Pijita, ya veo que te gusta lo que le damos a la mami, así que vamos a darte ya tu primera ración. ¿No crees?

-Que te jodan.

-No pija, te vamos a joder a ti. Ahora de rodillas y a chupar. Y como hagas alguna tontería te parto la carita esa de zorra que tienes.

Verónica, haciéndose un poco de rogar, se acuclilló frente a Fino, que se sacó la polla ante su cara. Ella intentaba apartar la cabeza, pero Fino la sujetaba por la nuca para golpear su rostro con su pollón. Era tan grande que el ruido que provocaba al chocar con resonaba por toda la habitación. Tras unos instantes de jugueteo, él la volvió a advertir.

-Déjate de hostias, pijita, y saca la lengua que me la vas a chupar. ¡Si sé que te mueres por probarla!

Ella, como no podía ser de otra manera, obedeció sacando su larga lengua y mirando con morbo a los ojos de su captor. Él golpeó su glande contra ella y entró en su boca. Curiosamente Vero no se sorprendió del tamaño de aquella cosa, sino que simplemente se puso a chuparla con un rigor casi profesional. Cuando notó que se soltaba, Fino liberó su nuca y se dedicó a disfrutar. Los demás estaban embriagados por la visión de aquella mujer con apariencia de diosa y artes de puta. Captaron su lujo, riqueza y poder y simplemente quisieron unirse a su humillación. La rodearon y la dieron a probar sus pollas.

Mientras Verónica daba buena cuenta de ellos con creciente excitación, Toro seguía embelesado por mi cuerpo. Supuse que para aquel gigante yo era su tipo ideal de mujer y que por mucho que le atrajera Vero, yo era el foco de todo su deseo. Me colocó a cuatro patas en el suelo y se situó a mi espalda para empezar a darme de nuevo duro. Me pareció increíble que mi cuerpo aún se sintiera insaciable tras aquel brutal orgasmo que me había provocado. Sus embestidas empezaron a germinar en mi interior una nueva oleada de placer.

Cheles y el Ratilla pronto cedieron a la entusiasmada mamada de Verónica corriéndose en su cara, algo que ella recibió con una pícara sonrisa. Cuando ambos se apartaron, Fino la incorporó, la bajó los jeggins lo justo para dejar su coño accesible y la penetró sin miramientos. Estábamos ahora las dos frente a frente, gozando al ser embestidas por dos machos dotados, duros y brutales. Como si nuestra mirada despertara en Fino cierta inspiración, lanzó a Verónica al suelo, dejando su cara justo frente a la mía, la hizo poner el culito en pompa y siguió follándosela. Notaba el aliento de mi amiga en mi rostro con cada uno de sus suspiros y juramentos y no pude evitar besarla. Nuestras lenguas se juntaron alteradas por los espasmos que nos provocaba el placer.

El Churruca interrumpió nuestro beso colocando su absurda polla entre nuestras bocas. Los labios de ambas empezaron a recorrerla mientras Toro y Fino decidieron cambiar de coño. Fino se situó a mi espalda y me penetró y pude ver como mi adorado Toro me abandonaba para proporcionar placer a Vero. La polla de Fino, de mayores dimensiones, y su enfermizo ritmo me llevaron de nuevo al orgasmo, pero no le detuvieron a la hora de buscar el suyo. Sacándola de mi coño apuntó a mi culito, aún cerrado, y lo abrió sin consideración. A esas alturas, superados los gritos orgásmicos, los ruidos que yo producía eran casi un balbuceo ahogado en ocasiones por la presencia de la polla del Churruca en mi boca.

El viejo, de nuevo extasiado, nos señaló que sacáramos nuestras lenguas para así impregnarlas de su asquerosa leche. A pesar de lo desagradable de aquel líquido infame, Vero y yo no dudamos en compartirlo con un pegajoso beso. El morbo de aquel pecaminoso sabor y el trabajo de Toro en su coño forzaron a Vero a correrse con un gemido histérico. Se dejó caer al suelo y quedó como apagada, casi inerte, probablemente pensando, o eso creía yo, en la vejación tan placentera a la que había sido sometida. Para mí aquello aún no había terminado. La gigantesca verga de Fino en mi culo era una tortura divina y la presencia de un aún erecto Toro ante mi cara demasiada tentación.

-Fóllame –le dije- Folladme los dos.

Mi súplica fue atendida. Toro me incorporó, volvió a cogerme entre sus brazos, me alzó en volandas y empezó a follar de nuevo mi coño con furia. Al tener mi culito a su entera disposición. Fino lo invadió de nuevo. Ser manejada así como si fuera una muñeca en sus brazos y penetrada con tanto ardor, me provocó el enésimo orgasmo de aquella lúbrica tarde. Ante mi placer, Toro no pudo soportar el suyo y descargó en mi interior. Agotado por fin, me dejó caer para que allí, con mi cara ante su tremenda polla, Fino vaciara su semen en mi rostro.

Las siete personas de aquella habitación ruinosa, enemigos irreconciliables, estábamos en aquel momento agotadas, sudorosas, sucias y complacidas. Había sido para mí una sesión brutal e intensa, que había crecido aún más en morbo con la llegada de Verónica, ahora destrozada para mi satisfacción con sus caras ropas sobre aquel suelo manchado de fluidos. De alguna manera conocer a Fino, dejarme atrapar en sus garras y seguir su juego, había liberado la hembra ávida de sexo que durante tantos años había logrado aplacar. Sabía que una vez descubierta y asimilada mi enorme pasión por el sexo duro, sucio y morboso, tan solo tendría que dedicarme a disfrutar.

-Fino –dijo Cheles- tío, vamos a llevarnos a estas zorras a mi casa. Podemos hacerlas allí lo que queramos.

Aquellas palabras provocaron un profundo terror en mi interior. Admitía haber gozado como nunca con todo aquello, pero el giro que podía dar la situación en manos de un desalmado como Cheles era muy peligroso. Temí por mi integridad y porque me separaran de mi hijo para hacerme quién sabe qué. Para mi sorpresa, Fino miró a Verónica como si la consultara.

-Ni de coña. Se acabó. –Dijo Verónica con firmeza.

-Ya la has oído. Aquí ya hemos terminado, Cheles. –Le dijo Fino a su compañero.

-¿Ahora vas a hacer caso a la pija esta? Te digo que podemos aprovecharlas más. Tal vez incluso vendérselas a alguien…

-Y yo te digo que ya has tenido lo que te prometí. No hay nada más.

-He dicho que se acabó, Ramiro. –le dijo Verónica a Fino. ¡¿Ramiro?! ¿Era aquel su nombre de pila? Y de serlo, ¿Cómo podía saberlo ella?- Dile a tu amigo que se pire.

-Tú cállate, zorra, que nadie te ha dado vela en este entierro. –Replicó un alterado Cheles levantando su mano amenazadora ante una desprotegida Verónica.

-¡Suficiente!

Había sido una voz de hombre, procedente del otro lado de la puerta. Salvo Verónica, Fino y Churruca, que parecían familiarizados con aquel estruendo, el resto nos estremecimos de pavor. Había sido como un trueno golpeando nuestros ánimos. Del vano de la puerta surgió una enorme silueta, tal vez más grande y robusta que la del Toro. Mi mente empezó a gritarme una chocante revelación y de pronto todo encajó. El vestido, la entrevista, la humillación, aquella tarde de perversión infinita…. Todo tenía sentido. Con paso calmado y seguro, vestido con su impecable traje, entró en la habitación el entrevistador.

El hombre de la última planta, aquel millonario desapasionado que me había pagado por mi ropa interior, que había realizado y provocado en mí tantas preguntas, era sin duda el maquinador de todo aquel proceso. Tendió su mano a Verónica, la ayudó a levantarse como un caballero de otra época y la besó en los labios.

-¿Todo bien?

-Todo muy, muy bien, cariño. –Respondió Verónica. –Ya te dije que yo nunca me equivoco.

-Hemos tenido que improvisar en algún momento –se justificó Fino, o Ramiro o como se llamara- pero en general hemos seguido sus instrucciones al pie de la letra.

-El resultado es lo que importa. –respondió el hombre del traje dándole un abultado sobre.- Ahora lárgate de aquí, Ramiro, y llévate a tu gente. Os llamaré cuando vuelva a necesitaros.

Fino hizo una seña a sus atemorizados compadres que recogieron sus cosas y abandonaron el lugar un tanto a regañadientes. Al salir, Toro me dedicó una mirada amorosa y quedé sola ante la pareja. Verónica me contemplaba sonriente y satisfecha, mientras que su acompañante me estudiaba con su habitual frialdad. Tenerme tirada en el suelo bien follada y cubierta de semen no parecía alterarle lo más mínimo.

-Ante todo, me disculpo por los inconvenientes causados por este teatro. A veces una ficción se asume mejor que la realidad si se ajusta a nuestros deseos y al parecer, ese es su caso. Ha mostrado por fin su nivel y eso abre un mundo de posibilidades pero decida lo que decida, será recompensada con generosidad. Ahora, supongo que tiene muchas preguntas que hacer. –dijo.

-La última vez me dijo que yo no estaba para hacer preguntas, sino para responderlas. –no pudo reprimir una leve sonrisa ante mi respuesta.

-Cierto. Aun así se merece la verdad, es lo justo. Verá, en estos tiempos muchos como yo vienen a este país a aprovechar, lo que llaman, oportunidades del mercado. La crisis genera muchas. Compran deuda, industrias, infraestructuras, bienes inmuebles. No niego que también tengo esa clase de negocios. Sin ir más lejos, estos edificios, incluido en el que usted vive, me pertenecen. Son movimientos necesarios para prosperar, pero mi pasión está en otros asuntos. No me interesa tanto conseguir activos como personas.

¿De qué estaba hablando? La cabeza me daba aún vueltas ante aquella revelación. Había sido una mera marioneta en manos de Verónica y aquel hombre, sin duda su misterioso marido. ¡Hasta se había asegurado de comprar mi edificio para aumentar el alquiler y también mis penalidades! ¿Cómo podía tener aquel hombre tanto poder? ¿Cómo había sido tan meticuloso en la creación y ejecución de su malvado plan para romperme? Habían causado mis más terribles penurias de los últimos tiempos, pero también habían logrado despertar en mí una pasión irrefrenable por el sexo.

-Usted, Silvia, es un activo difícil de conseguir. Casi una rareza. Es una madre joven, sin amantes activos, que atraviesa penurias económicas, dotada de gran sensualidad y atractivo físico y que, como me señaló mi esposa, llevaba apagado en su interior un fuerte deseo. Todo por lo que ha pasado en estas últimas semanas ha formado parte del proceso necesario para encender de nuevo ese deseo. Y créame, es de un tipo que se despierta en muy pocas mujeres y que aún menos se atreven a llevar a cabo. Pero usted… Hasta ha permitido que usaran a su mejor amiga solo por el morbo de presenciarlo. Veo que si se deja llevar por su pasión, puede ser usted muy perversa y complaciente. Y eso es exactamente lo que busco.

-¿Y qué quiere de mí?

Metió la mano en su chaqueta y depositó con calma en el suelo, ante mí, el mayor montón de dinero junto que había visto en toda mi vida.

-Como le dije, lo que quiero de usted es que deje a otros usar su cuerpo y se permita a usted misma disfrutar con ello. Me he tomado muchas molestias para que acepte que puede hacerlo, así que como habrá adivinado, mi oferta sigue en pie.

Miré todos aquellos billetes a mi alcance y supe que había mucho más esperándome, pero aquello no me importó. Aquel hombre, el marido de mi única amiga, había maquinado un plan maquiavélico y millonario únicamente para revelar mi puta interior. Estaba segura de que tras todo aquel proceso, ya no había para mí vuelta atrás. Ahora aquella sensación me dominaba, No podría vivir sin sexo y menos sin ese tipo de sexo. Un sexo diferente, amoral, prohibido. No sabía lo que me depararía el futuro en manos de aquel ser frío y distante, pero de lo que sí estaba segura es que quería averiguarlo.

Alargué mi mano, cogí el dinero y empecé a contarlo. Ninguno de los dos me quitaba ojo, allí tirada, desnuda, lefada, cachonda, inquieta y ansiosa por descubrir lo que tenían preparado para mí.

-¿Cuándo empiezo?

CONTINUARÁ