El Mercado de la Carne - III La Humillación

Tras rechazar participar en los morbosos juegos sexuales de Verónica, la vida de Silvia se complica. Las continuas humillaciones que el destino parece deparar para ella a cada paso, terminan arrojándola en manos de sus repugnantes nuevos vecinos.

Aquella noche no pude pegar ojo. No solo por los ruidos provocados por los tres jóvenes machos que seguían follándose sin contemplaciones a Verónica en el jardín, sino por la confusión en mi cabeza. Según mi experiencia, dejarme llevar por mis deseos traía consecuencias que me complicaban la vida. Puede que pensar en esos términos de mi precoz embarazo y de mi propio hijo pudiera parecer cruel, pero también era la verdad. De haber conseguido dominar mis impulsos en mi adolescencia, mi vida habría sido muy diferente. Aunque mi cuerpo no estuviera de acuerdo, sentía que había tomado la decisión correcta.

Con la llegada del amanecer los gemidos del exterior se atenuaron y yo empecé a recoger. Con el equipaje hecho bajé las escaleras para encontrarme allí con Verónica, que hacía lo posible por subirlas. Había perdido su garbo y más que agotada parecía destrozada. El maquillaje de sus ojos se había corrido, su pelo estaba pegajoso y alborotado, sus rodillas verdosas por el roce con el césped. Cada parte de su cuerpo parecía haber estado cubierta en algún momento de semen juvenil. Sus labios, su rostro, sus pechos, su pubis… hasta por sus muslos se deslizaba todavía una muestra aún fresca.

-¿Te vas? –Preguntó con una voz apenas audible. Las pollas de los chicos habían causado estragos en su garganta.

-Sí. Voy a aprovechar a hacer algunas cosas en casa antes del lunes y así os dejo más intimidad. Siento… -No podía continuar, se me atragantaban las palabras.

-No pasa nada Silvy, es sólo que… no sé igual me he equivocado contigo.

Quedamos ambas en silencio. Era extraño con ella allí desnuda, agotada y rezumando un potente olor a sexo.

-Estos cabrones me han destrozado. Sin tu ayuda me ha costado más jaja. –dijo sonriente ascendiendo poco a poco las escaleras –Ya nos veremos Silvy.

Y se perdió en el piso de arriba apoyándose en las paredes para no caer rendida al suelo. Abajo en el jardín estaban los tres machos agotados. Derek roncando en la hamaca, Oscar al borde de la piscina y Marco directamente tirado sobre el césped. Salí sin despertarlos de sus sueños sin duda cargados del erotismo de Verónica.

El viaje en autobús de vuelta a mi realidad fue desolador. Había que pagar las facturas, hacer frente al alquiler, comprar los libros, ropa nueva… Nada de aquello sería posible solo con mis casi extintos ahorros. Necesitaba un trabajo con urgencia. Mientras la silueta de los bloques de protección oficial en los que vivíamos se hacía más grande a través del cristal del bus, parecía que mis problemas también aumentaban. Última parada. Llegué por fin al barrio.

Había sido un ambicioso plan del ayuntamiento para expandir los límites de la ciudad dotando de viviendas de alquiler barato a gente que, como yo, tenía un bajo poder adquisitivo. Con la llegada de la crisis el proyecto había quedado parado. Decenas de edificios quedaron sin terminar y por las noches gente entraba a saquear todos los materiales que encontraban. En el resto, los ya terminados, muchos pisos habían quedado vacíos porque sus habitantes habían sido incapaces de pagar el alquiler. Aquel efecto parecía haberse propagado durante mi ausencia. De mi bloque huían casi todos los pocos vecinos que quedaban cargando sus bártulos en precarios utilitarios.

-Ay Silvia qué desgracia. –Era Tomás, un cincuentón enfermizo que aguantaba los envites de la vida sobre sus muletas- Y siempre nos pasan a los mismos.

-¿Pero qué pasa aquí? –Pregunté preocupada.

-Que le ha comprado los edificios al ayuntamiento un fondo… un fondo de esos…

-Un fondo buitre, papá. –le ayudó Lara, su hija. Era algo más mayor que mi Víctor y era una niña que destacaba por su belleza y su bondad. Parecía un ángel entre escombros.

-¡Eso es! ¡Los putos buitres esos! ¿Sabes lo primero que han hecho? ¡Subirnos el alquiler a todos! Y no creas que es poco, no. La mayoría no podía pagar antes así que imagínate ahora. Todos se van y nos quedamos cuatro gatos.

-Nosotros vamos tirando con lo de la pensión… -Dijo Lara entristecida.

-Y mira qué gentuza nos viene, Silvia.

Señaló al único grupo que hacía la ruta contraria, cargando variopintos muebles para meterlos en el bloque. La llamativa banda estaba formada por varios hombres de mala catadura. Tatuajes carcelarios, pelos grasientos, torsos descamisados y sucia vestimenta acentuaban su aspecto patibulario. Uno de ellos, que parecía dirigir la operación y cuya edad era difícil de determinar, se percató de mi mirada.

-No mires tanto niña, que te vas a poner cachonda. –Me gritó.

Aparté la mirada.

-Qué vergüenza, qué vergüenza… -Respondió Tomás.

-No tengas envidia viejo, que a la chiquilla tuya también la comía hasta la gomilla de las bragas.

Tomás, aún con sus muletas, hizo amago de hacer frente al bocazas, pero entre Lara y yo conseguimos calmarlo. Con la situación apaciguada corrí hacia el buzón ávida de más detalles. Allí encontré la carta que en tono muy cordial terminaba de arruinar mi vida. No podía hacer frente a ese gasto y no tenía adónde ir. Estábamos en la calle. La frustración y la impotencia se apoderaron de mí. Pero en ese preciso momento, como enviado desde el cielo, me llegó un mensaje al móvil.

¡Era una entrevista de trabajo! Tenía que presentarme al lunes siguiente en un edificio del centro para un “proceso de selección”. No especificaba nada más. Ilusionada, llamé a casa de Elías, el amigo de Víctor, para poner al día a mi hijo. Al colgar caí en cuenta de algo. Conocía el distrito y era una sede de oficinas donde todo mundo iba de traje así que no podía presentarme en vaqueros. Debía conseguir el trabajo dando la mejor impresión o terminaría definitivamente en la calle. Como no tenía nada en mi armario ni remotamente adecuado, recurrí a Verónica. Me costó pedirla aquel favor después de lo de la noche anterior, pero ella respondió encantada.

-El lunes a primera hora pásate por la tintorería, que te pilla de camino y ya te dejan algo mío. Te cambias allí de un momento, que el gerente es amigo de mi marido y estará encantado de atenderte. Ah, y ni se te ocurra pagar nada. Está todo cubierto. ¡Mucha suerte nena!

Más animada que horas antes, decidí aprovechar aquel fin de semana en soledad para ordenar un poco mi vida. Me dediqué durante todo el sábado a las labores propias de la casa y el domingo por la mañana a intentar cuadrar las cuentas. Estaba inmersa en aquellos números imposibles cuando mi teléfono empezó a vibrar. Era un mensaje de Oscar. En él tan solo había un breve video que me mostraba arrodillada mientras se corría en mi cara. ¿Qué significaba aquello? No sabía muy bien si el muchacho quería provocar un nuevo encuentro o era una amenaza velada por la decepción causada por la noche anterior.

-“¿Y esto?” –Le respondí.

-“Para que tú también los tengas, guapa”.

Durante el resto del día me lanzó un auténtico bombardeo de mensajes cargados con fotografías y videos de nuestros encuentros. El material menos escandaloso nos mostraba tomando el sol desnudos en el jardín. El resto era un recopilatorio de los momentos más morbosos que habíamos compartido. Verónica y yo en pleno 69, yo tumbada en la cama mirando directamente a la cámara mientras Oscar me penetraba o ambas compartiendo en nuestras bocas su dura polla. También había algunos de situaciones que yo no había vivido.

En uno Verónica se escabullía con él en el vestuario del campo de entrenamiento y con los chicos aún fuera empezaban a follar a hurtadillas, confirmando de una vez por todas que las vividas junto a mí no eran sus primeras experiencias juntos. En otro Oscar, en compañía de Marco, arrastraba a Verónica al baño de chicos del club para hacerla chupar sus pollas hasta el orgasmo. También me llegaron algunos de la noche anterior entre los que sobresalía el que mostraba el preciso instante en el que con la inmensa polla negra de Derek en el coño, el culito de una aullante Vero era penetrado por la gruesa verga de Marco.

Sin embargo el que más me perturbó fue uno que mostraba a mi hijo masturbándose hasta el orgasmo en la oscuridad de su habitación. Estaba superexcitado y no era consciente de que le observaban, algo que quedaba claro cuando una vez descargada su leche, capturaba algo entre sus dedos y la probaba llevándosela a su boca. Su reacción de extrañeza ante su propio sabor provocaba una risa en Oscar que por poco le llevaba a ser descubierto.

Repasar todo aquel material me había excitado. Me sentía húmeda, caliente y dispuesta, pero había decidido no dejarme llevar poco todo aquello. Al llegar la noche me esforcé tanto en dormir que no pude pegar ojo. Daba vueltas inquieta sobre mi cama con demasiadas cosas en la cabeza. La entrevista y la subida del alquiler se mezclaban en mi mente con el cuerpo suculento de Verónica y las pollas ansiosas de sus jóvenes amantes.

El calor tampoco ayudaba y en cuanto vi la primera luz de la mañana me fui lanzada al centro en busca del prometido vestido de Verónica. Al llegar a la tintorería me atendió un hombre de aspecto austero que escuchó estoico mis indicaciones, buscó un paquete y me indicó el camino a la trastienda, donde podría cambiarme de ropa. En aquel improvisado vestidor lo abrí ansiosa y se me hundió el mundo.

Era el vestido que Verónica había llevado el viernes anterior al club, apenas un trozo de tela azul. ¿Qué clase de broma era aquella? Pregunté alterada al hombre por si se había equivocado pero confirmó, muy serio, que le habían dejado la prenda el sábado por la mañana y que en ese momento no tenía nada más de mi “amiga”. O ella se estaba intentando vengar de mí o simplemente no había acudido nunca a una entrevista de trabajo. Estaba desesperada. No me quedaba tiempo y llegar tarde no era una opción. Pensé en ir como estaba pero unos pequeños shorts y una camiseta no eran tampoco muy adecuados. Valoré volver a casa pero necesitaba aquella oportunidad.

Me puse el condenado vestido. Era de un material sedoso y tenía vida propia. Aunque casi usaba la misma talla que Verónica, me quedaba algo más pequeño y con tan poca tela para repartir aquel algo se convertía en un mucho. Dejaba mis muslos desnudos y se ceñía a mi culo marcándolo por completo. Tenía que hacer malabarismos con la espalda descubierta para que su caída no dejara ver los tirantes de mi tanga y aunque se me ocurrió soltarme el pelo para tapar algo de piel, aquello tan solo me dio un aspecto más salvaje. Lo peor en cambio llegó cuando me di cuenta de que no podía llevar sujetador con aquel modelo o lo iría mostrando a mi espalda. Me lo quité y mis grandes pechos quedaron liberados hasta oprimir la tela del vestido. Al verme al salir con aquel provocador conjunto, el gris dependiente tragó saliva.

Caminar así vestida por la calle más céntrica de la ciudad en pleno día y con el termómetro a tope fue humillante. Intenté acelerar el paso pero aquel ritmo provocó el llamativo bamboleo de mis tetas libres bajo el vestido, lo cual no hizo sino centrar aún más miradas en mí. Entrar en el edificio donde tenía lugar la entrevista no fue más fácil. Mi llegada provocó susurros de reproche y admiración. Las mujeres me miraban con desprecio y los hombres con deseo y cierta malicia. Pude escuchar a un chico decirle a su compañero “ya sabemos cómo planea esta conseguir el puesto”.

Esperé sentada durante horas mientras el resto entraba en una pequeña oficina desde la que una voz masculina les citaba por su nombre. Durante toda la mañana tuve que soportar el escrutinio de las decenas de personas que siempre eran llamadas antes que yo. Cuando no quedaba allí nadie más, un pequeño hombrecillo salió de la oficina y la cerró. Al hacerle saber que no me había llamado me respondió:

-A usted la esperan arriba.

-¿Arriba? ¿Para qué?

Simplemente se encogió de hombros y siguió caminando.

Tomé un ascensor y subí, preguntando piso a piso sobre dónde me requerían. Todo el mundo me respondía lo mismo. “Arriba”. Así, por fin, terminé en la última planta del edificio. Aquello era muy diferente a lo demás. Se habían acabado las austeras oficinas para dar paso a una lujosa recepción. Tras el mostrador había una espectacular joven. Sus cabellos eran tan rubios y lisos que parecían sacados de un anuncio de champú. Se levantó y con una blanquísima sonrisa me abrió la puerta contigua para darme paso a un enorme despacho. Cerró la pesada puerta a mi espalda.

-Hábleme de usted. –Era una voz de hombre con cierto acento extranjero. Tardé en ver de dónde procedía. Estaba casi oculto en la oscuridad, al fondo del despacho. Su silueta me pareció enorme.

Respondí con timidez hablándole de mi formación y mi experiencia laboral potenciando mis puntos fuertes, tal y como me habían enseñado en las decenas de cursos para parados a los que había acudido.

-Eso ya lo pone en su currículum. Le pido que me hable de usted.

-No sé muy bien qué decirle… ¿Por qué estoy aquí?

-Por el momento para responder preguntas, no para hacerlas.

-Perdone. –acerté a decir. Su tono severo me había dejado cortada.

Se acercó a la mesa saliendo de la oscuridad. Era un hombre muy alto y fuerte. El traje parecía diseñado a la medida para él. Sus ojos eran negros y profundos, su mandíbula marcada, sus labios finos y su cabello canoso. Tendría unos cuarenta y tantos pero aún conservaba un gran atractivo. Sacó de su bolsillo un gordísimo fajo de billetes y posó uno en la mesa. Me quedé helada.

-Preguntaré yo y usted responderá. Lo hará con sinceridad. Obviamente recibirá una compensación.

Aquello era muy raro pero ver todo ese dinero junto me hizo pensar en mis terribles necesidades económicas. Estaba ahí, a mi alcance. Se concedió una pausa, como si se lo estuviera pensando aunque tuve la sensación de que tenía su cuestionario muy meditado.

-¿Por qué ha venido vestida así?

-No tenía nada más. Ya sé que no es lo más adecuado.

-Habrá atraído muchas miradas. –Esperó a que yo asintiera- Pero es usted la que lleva el vestido. No es culpable el que se siente provocado, sino el que provoca. ¿Qué ha sentido cuando la miraban?

-Vergüenza.

-¿Sólo vergüenza? Sea sincera. –Amagó con retirar los billetes que había posado en la mesa- ¿No le ha gustado sentirse así de deseada?

-Un poco. –Susurré. En cierto modo era verdad, pero ¿a quién no le gusta sentirse admirado?

-Dese la vuelta. –Dudé pero obedecí.- Sí, abajo lleva ropa interior. Puedo ver cómo se marca. Démela.

-¡¿Qué?!

-Quítese la ropa interior y démela. La pagaré por ella, por supuesto.

Empezó a dejar billetes sobre la mesa con gran parsimonia. Noté que mi cuerpo temblaba, como si fuera por su cuenta sin seguir ya mi voluntad. Quería aquel dinero y aunque me doliera admitirlo, su petición tenía cierto morbo. Rauda me despojé de mi tanga de la forma más discreta posible y se lo lancé. Quedó a medio camino, tirado en el suelo. Él me miró con severidad y avergonzada caminé hasta mi tanga, lo recogí y se lo di a la mano. Él lo dobló y lo guardó en un cajón. Me sentí muy avergonzada pero también algo cachonda. ¿Acaso estaba enferma?

-¿Practica sexo a menudo?

-No pienso responder a eso. –Me puse digna aunque no pegara con mi vestido. Tenía que parar aquello porque estaba claro adónde llevaba.

-Perderá el dinero entonces. Reformularé la pregunta. ¿Le gustaría practicar sexo a menudo?

Él seguía apoyado sobre la mesa, frío, impasible, como un funcionario sellando un documento. Me mantuve en silencio.

-Es una lástima. Tengo la sensación de que usted posee un gran potencial y que podría ganar mucho dinero.

-¿Mucho dinero? ¿Cómo?

-Dejando a otros usar su cuerpo y permitiéndose a usted misma disfrutar con ello.

Me planté.

  • Hemos terminado. Me quiero ir.

-Por supuesto. –dijo él calmado- Pero no olvide su dinero. Lamentablemente solo una parte de todo lo que podría haber ganado. Es lo justo.

Cogí los billetes que me tendía y salí alterada de allí sin importarme demasiado lo que el vestido descubría de mi anatomía durante mi ajetreada evasión. Bajé sin dar crédito a lo que acababa de suceder. Las palabras de aquel hombre me habían ofendido, pero seguirle el juego me había excitado sobremanera. Me notaba ruborizada y rabiosa, pero también mojada. El mundo se estaba yendo a la mierda, sobre todo el mío. Sin embargo conté con alivio el dinero que me había dado. Era una buena cifra, más de lo que había ganado muchos meses en trabajos de mierda. No había sido muy digno cogerlo todo pero sí muy práctico, ¿aunque en qué me convertía aquello?

Para aumentar mis penas, Víctor me esperaba en el vestíbulo. El chiquillo se había preocupado porque yo no volvía y había decidido ir a buscarme. Era tardísimo y aún no había comido, aunque la visión de su madre en aquel provocativo vestido parecía haberle despertado otras necesidades menos básicas. Estaba ruborizado. Cogimos el bus por los pelos e intenté darle un relato positivo sobre cómo había ido la entrevista.

Cruzamos la ciudad hacia las afueras y el bus se fue vaciando hasta quedarnos solos, o casi. En los últimos tramos me percaté de la presencia de un hombre que no me quitaba ojo. Contemplaba con deseo mis piernas y mis pechos marcados en el fino vestido sin cortarse lo más mínimo. Era un hombre mayor, de unos sesenta, bajo, calvo, barrigudo y babeante. Al acercarse nuestra parada, la última de la ruta, nos levantamos para esperar ante la puerta, algo que imitó el viejo. Se colocó a mi espalda dejándome captar su maloliente aroma. Apestaba y respiraba con dificultad. Tenerle detrás de mí empezaba a inquietarme.

Un vaivén del vehículo confirmó mis temores cuando el tipo se pegó a mi cuerpo. Lo que había temido que ocurriera desde que me pasee con ese vestido en público estaba a punto de pasar. Amagué gritarle pero me contuve cuando señaló a mi hijo con una mirada maliciosa. Víctor estaba ahí sin percatarse de nada y yo quedé atrapada entre el cuerpo de mi hijo y el de aquel bastardo. Callé. Bastante había tenido con ver a su madre expuesta por ese vestido ante toda la ciudad como para hacerle consciente de aquel acoso.

El tipo notó mi miedo y aprovechó la situación sin demora.  Posó sus manos en mi culo y lo acarició. Me giré para mirarle con furia pero no se detuvo. Metió sus dedos por el escote de mi espalda y buscó el nacimiento de mis glúteos, metiendo el dedo entre ellos complacido al no encontrar ropa interior. Levantó mi vestido, dejando mi culito expuesto y me dio un sonoro azote. Tragué saliva cuando el cerdo apuntó sus dedos a mi coño. Cuando notó en sus yemas mi humedad noté que reía. Deseaba partirle la cara. Me sentía humillada pero no podía dejar que humillara también a mi hijo. Llegamos por fin, me cubrí como pude y salí disparada. No tardamos en dejar atrás al gordo. ¿Qué más podía pasarme?  El día estaba siendo terrible pero aún no había terminado.

En la calle ante nuestro portal estaba mi repugnante nuevo vecino. De nuevo gracias a mi vestido, no tardó en localizarme.

-Bueno, bueno, bueno cómo nos viene la mami. ¡Niño, si yo tuviera una madre con ese cuerpo no salía de casa!

Mi hijo se giró airado pero tiré de él, acelerando el paso hasta casa.

-Quédate conmigo guapa, que yo sé lo que te gusta. Si quieres te hago otro nene y todo. ¡Anda que no te iba a gustar a ti lo que yo tengo!

Así siguió a voz en grito sin importarle que los pocos vecinos que quedaban observaran la escena desde sus ventanas. Al borde del llanto logré meter a mi hijo en casa. La rabia provocada por aquel día cargado de humillaciones me invadió. ¡Maldito vestido! ¡Y maldita Verónica! Intenté llamarla para cantarla las cuarenta, pero móvil estaba fuera de cobertura. Seguramente se habría marchado con su marido de viaje a algún exótico país sin importarle ni lo más mínimo el daño que me había causado con su jugada.

Los siguientes días fueron de pesadilla. Sí, había logrado el suficiente dinero para pagar el alquiler un par de meses más, pero me sentí en mi propia casa como en una cárcel. Los pocos vecinos decentes que quedaban abandonaban el lugar mientras que aquellos indeseables se hacían dueños del sitio. Campaban a sus anchas por los edificios vacíos saqueando sin rubor lo que quedaba, invadían el pequeño parque para emborracharse con el resto de sus despreciables colegas y no dejaban de acosarnos cada vez que nos cruzábamos en su camino.

Si era mi hijo el que pasaba, siempre tenía preparado algún comentario para él.

-Niño, con la madre que tienes cómo tienes ganas de andar por ahí, si te tienes que estar todo el día matando a pajas en casa.

Si era yo, su tono aumentaba.

-Ay la mami, hoy con vaqueritos. Pero cómo te marcan ese chochazo que tienes. ¡El día que te lo coma me quitas el hambre para todo un año!

Con el paso de los días logré identificar a los más habituales. Al bocazas le llamaban Fino, probablemente por su habilidad para encontrar el más sutil piropo, mientras que al gordo del bus, con el que no me sorprendió que compartiera parentesco, le llamaban Churruca. Ellos eran oficialmente los únicos habitantes del piso, pero siempre solían ir acompañados de un grupo variable de acólitos.

Por suerte no todo fueron malas noticias. Elías invitó a Víctor unos cuantos días más a su casa, lo que permitía ahorrar ciertos recursos y a mí me llamaron de una empresa de limpieza para la que ya había trabajado. Necesitaban personal extra para adecentar varias instalaciones antes de trasladar allí su actividad. Era un contrato por un par de noches, pero acepté sin dudar. Era desagradable y agotador, pero también digno.

Volví a casa la primera noche justo antes de que amaneciera y pude ver cómo en los edificios contiguos brillaban las linternas de los saqueadores. Nada más tumbarme en la cama me dormí, pero un estruendo familiar me despertó. Como cada día desde que llegaron el Fino, el Churruca y su banda, ponían música a tope como para celebrar el fin de su noche de trabajo en el saqueo. Tomás había subido a reprenderlos, pero el hombre tan solo logró ser objeto de sus burlas. Suspiré, me tapé con la almohada y logré quedarme dormida. Estaba demasiado cansada como para discutir con una banda de colgados.

La noche siguiente terminamos mucho antes. Habíamos trabajado tan duro que logramos tener listas nuestras tareas a mitad de jornada. El jefe se portó bien y nos dejó volver a nuestras casas con la promesa de cobrar el salario al completo. Llegaba cansada pero contenta. Hacía un calor terrible y era de noche cerrada pero en el parque, a lo lejos, pude distinguir dos siluetas que forcejeaban.

Aceleré el paso curiosa y pude contemplar la escena. Fino sujetaba con fuerza a Lara, sobándola con deleite por todo el cuerpo ante una cada vez más leve resistencia de la chica.

-Déjame, quiero irme, déjame. –Suplicaba ella.

-Ay mi niña, no haber salido así vestida cielo, que nos calientas al personal y luego pasa lo que pasa.

-Me quiero ir…

-Tú tranquila amor, que suerte has tenido de encontrarte conmigo y no con otro, que con estas pintas que me llevas esta noche te podía coger un cualquiera y hacerte de todo. Yo te voy a tratar bien.

La empezó a comer el cuello y a bajarla los tirantes de su top, descubriendo sus pechos para sorberlos. Cuando se cansó, con la nena a su merced, la subió la minifalda y bajó sus braguitas. Yo me había quedado paralizada. Mi mente estaba asqueada pero mi cuerpo parecía extasiado con la escena. Mi morbo amenazó con tomar el control regando mi cabeza de viciosos recuerdos. No solo de mi alocada adolescencia, sino de la casa de Verónica, de aquella morbosa entrevista de trabajo y del humillante acoso al que me había sometido el Churruca en el bus. Algo temible se apoderaba de mí y me sentí tentada a seguir viendo y disfrutando de aquella situación, pero un nuevo ruego de Lara me sacó de mis pecaminosos pensamientos.

-Por favor, no… Por favor… Quiero irme…

¿Pero qué me pasaba? Había estado a punto de consentir que aquel indeseable gozara de aquella angelical chiquilla. Corrí hacia ellos gritando.

-Eh tú, hijo de puta. ¡Déjala!

Le sorprendí por completo con un empujón y quedó descolocado. Lara aprovechó el momento para apartarse de él y recomponer su ropa.

-¿Pero qué coño te pasa ti, loca de mierda?

Avanzó hacia mí con rabia e intentó agarrarme el pelo pero me zafé. Sin embargo, no pude evitar que enganchara mi bolso.  Forcejeamos. Estaba fuera de mí.

-¡Déjame cabrón, déjame!

-¿Pero qué te pasa, mami?, ¿qué te pasa?, ¿tienes celos de la nena o qué, mami?

Tiré con todas mis fuerzas y el bolso reventó, desparramando todas mis cosas por el suelo. Me agaché y recogí rápidamente todo lo que pude. Agarré a Lara y corrimos al portal.

-Ay mami. Esta me la pagas. Ya verás cómo me la vas a pagar.

Subimos las escaleras hasta que los gritos del Fino fueron ininteligibles y llegamos a la puerta de la casa de Lara. La chica estaba muy avergonzada.

-Yo solo volvía de ir de fiesta con unas amigas y él me paró abajo. Para una vez que salgo…

-Esto no es culpa tuya, cielo. –La dije con seguridad.- Es de él que es un cerdo. Tú no tienes nada de lo que avergonzarte, faltaría más. No te preocupes.

Ya en mi casa intenté tranquilizarme. Sabía que la amenaza de venganza de Fino era muy real, pero también que contaba con ciertos fondos como para largarme de allí. Encontraría otro sitio, tal vez más cerca del instituto de Víctor… A la mañana siguiente empezaría a buscar. El subidón de adrenalina pasó, me desvestí y me fui a la cama.

Empezaba a quedarme adormilada cuando comenzó el estruendo de cada noche, que aquella llegaba horas antes. Era sin duda una provocación de Fino por lo que acababa de pasar, pero si pensaba que subiría a recriminarle estaba muy equivocado. Llamaría a la policía de una vez por todas y les contaría todo con pelos y señales. Seguro que aquello no le hacía mucha gracia, pero con suerte me lo quitarían de encima unos cuantos días.

Busqué mi móvil para llamar pero no lo encontré. Revisé los cajones más cercanos por si adormilada lo había metido en alguno. Nada. Cada vez más sobresaltada  busqué por toda la casa. ¡No estaba! Me paré un segundo a pensar y me di cuenta de que sin duda habría salido despedido de mi bolso durante la contienda con Fino. Sin ni siquiera ponerme nada más sobre mi camiseta larga, bajé descalza las escaleras y corrí hasta el parque. Busqué frenética pero no estaba.

¡Lo tenía él! No cabía otra respuesta. En mi carrera para rescatar de sus garras a Lara lo había dejado atrás. Era una estúpida. Valoré mis opciones y me dije a mí misma que lo mejor era dar de baja cuanto antes la línea. Olvidé el terminal, no quería subir a su casa a estas horas por nada del mundo. Pero al volver me di cuenta de que mis problemas eran mucho mayores.

¡Las fotos y los videos que me había enviado Oscar! Estaba todo allí, en mi teléfono. Creí que me ahogaba y estuve a punto de desfallecer ahí mismo. Si Fino o el Churruca veían aquel material estaba perdida. Fuera de mí no encontré otra solución. Hice acopio de todo mi valor y subí las escaleras hasta su piso. La puerta estaba abierta, tal vez para maximizar el efecto de la música que salía de dentro, así que entré.

-Bueno, bueno, bueno. Pero si tenemos aquí a la mami justiciera allanando nuestra morada.

Fino estaba vestido tan solo con un sucio calzoncillo. Estaba tan demacrado que se le marcaban las costillas pero se podía ver que era puro nervio. Sus tatuajes eran a cada cual más siniestro. Su pelo rezumaba grasa y su torso sudor. Allí hacía más calor que en la calle.

-Lo primero vas a quitar la música de una vez, que no son horas. –Le dije muy seria.

-Uy, que se nos pone chula la mami. Mami, no te pongas chula si estás en bragas en casa ajena mujer, que eso es de muy mala educación.

Mi camiseta era larga pero no tanto como para cubrir todo lo que me habría gustado. Podría haber dedicado unos segundos en casa para ponerme unos vaqueros, pero no pensaba con claridad. ¡Quería mi móvil!

-De educación no me da consejos un ladrón como tú.

-¿Ladrón yo?

-Entre otras cosas.

-¿Ladrón de qué? ¿Qué te he robado yo, mami?

-Ya lo sabes tú bien. Devuélvemelo.

-Yo no sé nada. Como no me lo digas tú…

-Mi móvil. Devuélveme mi móvil.

-¿Tu móvil? Yo me he encontrado un móvil en la calle, ¿Pero cómo voy a saber si es tuyo? Igual me estás engañando para quedártelo.

-Devuélvemelo.

-No me fío pero bueno, ven a ver si es el tuyo.

Me corté. No quería dar un paso más adentro de aquel lugar pero la puerta se cerró a mi espalda. El Churruca con su panza al aire me contemplaba allí plantado con la misma lujuria que aquel día en el autobús.

-Ven mujer, ven a ver el móvil.

Me hicieron pasar al salón. Tan solo había un moderno ordenador portátil, seguramente robado, y un sofá mugriento cubierto por una sábana hecha casi jirones. Me sentí allí muy expuesta y vulnerable, ataviada como estaba con la brevísima ropa que usaba para dormir, Fino mostró mi teléfono en sus manos.

-¿Es este tu móvil?

-Sí. –Dije tragando saliva. Estaba nerviosa y muy asustada.

-No sé yo. Igual es un móvil parecido al tuyo. Tengo que estar seguro porque igual me estás engañando. Vamos a ver.

Intentó encender el aparato pero no lo logró. Se había acabado la batería. Suspiré aliviada.

-Vaya mami. Ahora justo se acaba la batería. Si no podríamos haber mirado qué material había dentro y solucionado el misterio. Porque alguna cosilla tendrás aquí, ¿no? Alguna foto tuya o algo.

-Ahora lo tenemos más fácil. ¿Quieres que te demuestre que es mío? Pues bajo ahora a por el cargador y lo encendemos. Si sé el PIN pues es porque es mío, ¿no? ¿O eres tan listo como para adivinarlo?

-Ho no, mami, yo no soy tan listo. Yo de estas cosas no entiendo mucho, pero el móvil me ha molado y me lo voy a quedar.

-Pues que te cunda.

No me gustaba nada la situación y empezaba a pensar en ponerme a salvo. Confié en que jamás adivinara el PIN y me giré para salir, pero el Churruca se quedó en medio.

-Para lo que sí me da la cabeza mami –dijo el Fino encendiendo el portátil- es para copiarme todo lo que tenías en el móvil en mi ordenador antes de que se le acabara la batería.

Al ver la pantalla se me paró el corazón. Allí estaba uno de los videos que me había enviado Oscar. A todo color se me veía deleitada mientras le chupaba la polla a la espera de que la leche del chico inundara mi boca. La cabeza me daba vueltas.

-Shhh. Venga, mami, venga, que no pasa nada. Mira, nosotros somos buena gente, no como tú piensas. Somos gente razonable y de negocios. Si fuéramos mala gente, le podríamos haber enviado todo esto a tu hijo y no lo hemos hecho.

-No, por favor, por favor… -Supliqué al borde del llanto.

-Tranquila mami, que aunque me has jodido la noche con la Larita, ahora podemos llegar a un acuerdo para quedar todos contentos como buena gente de negocios que somos. Por ejemplo, aquí el Churruca y yo nos íbamos a hacer unas buenas pajas mirando tus videos antes de subirlos a internet, pero ahora que tenemos aquí a la actriz principal pues se pueden hacer otras cosas. Pero tienes que obedecer, eh mami.

Estaba aterrada.

-¿Vas a obedecer, mami?

Asentí.

-Muy bien. Pues hala. Para empezar quítate la camiseta que queremos verte las tetas.

Me quedé paralizada intentando aguantar las lágrimas.

-¿Quieres que le enviemos todo esto a todos tus contactos? ¿Quieres que tu hijo lo vea? ¿Nos vas a obligar a ser tan malas personas?

Ante mi quietud, el Churruca cogió la prenda y la hizo jirones con sus fuertes manos, arrancándola de mi cuerpo. Quedé solo vestida con mi culotte ante ellos. Intenté cubrirme pero el Fino apartó mis manos.

-Madre de Dios bendito, mami. Con estas tetas tienes para amamantar a una legión. Qué perfección. Mira Churruca, mira.

Se quedó el viejo gordo mirando mientras el Fino me toqueteaba los pechos, extasiado. Sus manos enormes estaban sudorosas. Cuando empezó a sorber mis pezones con su amarillenta boca, me puse a llorar. El Churruca se partía de risa mientras su compañero impregnaba mis tetas con su espesa saliva. Estuvo un buen rato únicamente concentrado en mis pechos. Su lengua trabajaba con habilidad y logró ponerme los pezones duros. Mi llanto no cesaba.

El Churruca, algo aburrido, se situó a mi espalda y me arrancó el culotte destrozándolo por completo. Estaba ahora completamente desnuda, con el más joven chupando mis pezones y el viejo dando sonoros cachetes a mi culo. Como si recuperara el momento exacto en el que lo tuvo que dejar en el bus, llevó sus gruesos dedos a mi coño y empezó a masajear. Sabía lo que hacía. Sus movimientos eran brutales, pero también precisos. Pronto me tuvo húmeda. Mi cuerpo me traicionaba y pugnaba una vez más por escapar a mi voluntad. Me odié a mí misma.

-Oye mami –dijo el Fino separando su boca de mis pezones –una putita como tú no puede llevar el coño así de peludo. Tú tienes calidad para lucir.

El Churruca me arrastró hasta el sofá y me arrojó a él. Me abrió de piernas y me las sujetó así. Al rato vino el Fino con una navaja y un sucio caldero de agua, se arrodilló ante mí y empezó a afeitar mi pubis. Lo hizo con meticulosidad, sin dejar ni un solo pelo. Allí, abierta de piernas en aquel antro, desnuda, algo húmeda y entre enemigos, me empezaba a sentir dominada por mis impulsos. Cuando terminó, contemplaron mi pelado coño.

-Esto ya está listo para servir.

-Por favor… Ya está, déjame en paz. Por favor. –sollocé- Ya me habéis hecho bastante.

Pero como si no me escuchara aplicó su sucia boca a mis labios vaginales y comió con avidez. La lengua de aquel cabrón operaba con talento. Era totalmente diferente a lo que había experimentado con Verónica. Esto era más salvaje, más sucio… Empezó a hacerse visible que cada vez me estaba poniendo más cachonda. Suspiraba, contorsionaba mis piernas y mis pies y me agitaba con nervio.

-Esto ya te gusta más eh. Se quitaron las lágrimas con esto. –Miró al Churruca- Hazla eso tuyo, que tenemos que sacar esta noche la putilla que hay en esta mami.

Fino dejó su sitio a Churruca que tiró de mi clítoris con sus labios sacándome un gritito. Luego fue introduciendo sus gordos dedos en mi interior. Uno, dos, tres… Con su otra mano apretó mi vientre y dentro de mí noté que palpaba en busca de algo, como un ginecólogo de extrarradio. Noté que lo encontraba con un golpe de placer. Captando mi reacción comenzó a mover sus dedos en mi interior con gran violencia, haciéndolos masajear a la vez mi punto G, mis labios y mi clítoris. No me noté mojada, estaba encharcada. El sonido de mis fluidos escapando de mi coño llenaba la habitación junto con mis jadeos. Grité a todo pulmón cuando me llegó el orgasmo más brutal, intenso y sucio de mi vida.

En ese instante algo se rompió en el interior de mi cabeza. Olvidé tabúes y normas morales. Olvidé estar en casa de los mayores cabrones del barrio. Olvidé pagos y facturas, los fotos y videos porno en los que aparecía. Olvidé mi dignidad y olvidé hasta a mi hijo. Todo era secundario. Nada me importaba. Mi cuerpo había cedido ante aquellos cerdos. Quería más.

-Ya te dije que esta viene puta de fábrica. –Dijo Fino captando mi deseo en mi rostro para diversión de Churruca.- Bueno mami, ahora que te veo ansiosa te toca probar carne.

Se sobaba el sucio calzoncillo por encima y por primera vez reparé en ello. Debajo parecía guardar un monstruo que tensionaba la tela pugnando por escapar. Cuando se bajó su repugnante ropa interior, su polla quedó ante mi cara. Era descomunal. No pude más que pensar en aquel juguete negro que Verónica guardaba en su casa. Esta era su versión asquerosa. El morbo por el tamaño de aquel pollón me invadió. Me empezó a golpear con él en la cara y me di cuenta de que mi rostro era más pequeño que aquello. El Churruca sujetó mis manos a mi espalda con su brutal fuerza.

-A ver abre bien la boquita mami que ya ves que vengo cargado. –Dijo el Fino mientras dirigía su capullo a mis labios.

Obedecí. Introdujo su enorme glande pero mi boca estaba seca y no había la lubricación de la que gozaba mi coño. El Fino me hizo abrir la boca y sacar mi lengua para escupir directamente en ella. Lo volvió a intentar introduciendo su pollón poco a poco en mi boca y me la empezó a follar con ímpetu. No tenía nada que ver con los empujones juveniles de Oscar. Aquel cabrón me estaba intentando meter todo lo que tenía en la garganta. Su sabor repugnante, la falta de aire y su golpeteo en mi tráquea me provocaba fuertes náuseas que ellos recibían con júbilo.

Sujetando mi cabeza me estuvo follando la boca un buen rato. A ratos paraba para dejarme escupir saliva al suelo pero continuaba de inmediato. Alucinaba con el aguante de aquel tiparraco. Cuando se aburrió, aún duro como una piedra, dejó paso a su compadre. El Churruca me liberó las manos y se desnudó con torpeza. Si la polla de Fino era enorme la del gordo era surrealista. Superaba la de su compañero en algunos centímetros de longitud, pero era terriblemente gorda. Captó mi mirada de admiración por aquel duro trozo de carne y supo que no me importaba el inmundo cuerpo del que colgaba.

-Esta buena zorra bien sabe apreciar un buen rabo –Dijo Churruca, abriendo por primera vez la boca desde que le conocía. –Chupa antes de aquí a ver a qué sabe.

Me ofreció sus dedos y superando el asco que me producía, terminé por chuparlos como si fueran la más apetecible polla.

-¿A qué saben? ¡Di!

-A mi coño –respondí complaciente.

-Eso es. Yo ya lo probé aquel día en el autobús. Si llega a durar un par de paradas más te había follado ahí mismo delante de tu niño. ¿A que te habría gustado?

Callé pero la pregunta me había alterado. Insistió dándome un par de sopapos.

-¿A que te gustaría que te follara delante de tu crío?

Para evitar responder le escupí en la polla y se la empecé a chupar lo mejor que sabía. Notaron que me soltaba, que aquella verga que penas entraba en mi boca me volvía tan loca como toda aquella situación. Volvió a acudir a mí el Fino y empecé a mamárselas a los dos con pasión.

-Pero qué puta eres, mami. Si ya lo sabía yo. No hay más que verte.

Me di un buen banquete de polla pero aquello no acababa. Seguían tan duros como al principio. Me pararon.

-Ahora toca follarte a pelo como la zorra que eres.

Me tiró el Fino al sofá, me abrió de piernas y me la metió sin contemplaciones. Grité notando cómo me abría, pero él empujó hasta que desapareció todo su pollón en mi interior. Me daba duro, usándome para regocijo de su polla aunque a mí me estaba volviendo loca. Me llegó el orgasmo con su brutal golpeteo y aquello terminó por provocarle el suyo. El tío más despreciable que conocía me estaba llenando el coño con chorros de su lefa.

-Hoy te preño, puta. Hoy de aquí sales preñada. –Dijo mientras se corría en mi interior.

Se retiró de mí y al instante el hueco dejado por su polla lo ocupó la de Churruca. Mi coño dilató aún más para recibir al viejo. Dio unos cuantos empujones con su peluda panza sudada rozando mi firme abdomen hasta que apenas pudo respirar. No tenía mucho fondo. Se sentó a mi lado y me cogió en volandas, arrojándose sobre su polla. Con un par de cachetes en mi culo me indicó que cabalgara, porque él no estaba por la labor de follarme; aquello era ahora cosa mía. Me dejé llevar por el monstruo que abría mi vagina y dancé sobre su barriga.

-Sabrá tu hijo que eres tan puta. Con razón se mata a pajas el chaval. Ya hemos visto que tienes un video de él meneándosela. Hay que ser muy puta para eso.

Su gorda verga, su repugnante cuerpo y aquellas palabras me llevaron a un nuevo orgasmo. Estaba agotada pero me rodeó con sus fuertes brazos impidiendo que me moviera. Su polla en mi interior no parecía perder tamaño pero noté que algo estimulaba otro orificio muy diferente. Las manos de Fino separaron mis glúteos y su lengua lamió mi ano con avidez.

-No por favor, eso no por favor. –Rogué.

No sirvió de nada. El grueso glande de Fino empezó a abrir mi culito para dar luego paso a todo el largo tronco de su polla. Cuando se acomodó en mis entrañas, empezó a bombear con furia. Notaba cómo en mi interior, apenas separados por una fina membrana de mi cuerpo, los dos pollones se rozaban dilatando cada una de mis cavidades. Perdí el norte. Ya no gemía, balbuceaba. Aceptaba los escupitajos de Churruca en mi cara sin rechistar. Me corrí por enésima vez y les permití sin una sola queja llenar de lefa mis dos agujeros. Pero para ellos no había sido suficiente. Tenían que humillarme aún más. No dije ni una palabra cuando me cogieron por el pelo, me arrastraron a la bañera y una vez allí orinaron copiosamente sobre mí entre carcajadas.

Me sacaron con el pelo chorreando y me llevaron de nuevo al salón. Allí Fino volvió a mostrarme la pantalla del portátil. El video mostraba todo lo que había pasado aquella noche. El muy cabrón lo había grabado con la webcam.

-¿Ves mami? Así de puta puedes llegar a ser cuando te sueltas. Así te lo pasas de bien. Escúchame, a partir de ahora eres nuestra. Vamos a conservar estos videos y si no obedeces ya sabe lo que pasará. Los verán hasta en la China. Ya no vives para tu hijo. Vives para nuestras pollas.

Y sin más abrieron la puerta y me echaron de allí.

Bajé las escaleras como pude y me vino a la cabeza aquella imagen de una Verónica destrozada por el placer. Por fin comprendí lo que aquello significaba para ella porque, aunque me costara admitirlo, dejarme llevar por los vulgares impulsos de mi cuerpo junto a aquellos criminales me había dado la mayor noche de morbo y placer de mi vida. Me sentí un monstruo. ¿Qué mujer con cierta dignidad admitiría que una humillación así le había proveído de tanto gozo?

Escalón a escalón pensé en las consecuencias que aquello traería a mi vida. Mi cuerpo estaba a total merced de aquellos cerdos que podrían chantajearme el tiempo que quisieran. ¿Cómo iba a evitar que mi hijo se enterara? ¿Cómo iba a poder salir de aquella situación? Por fin entré en casa y no pude llegar a mi cama. Me desplomé en el sofá y sin preocuparme de mi desnudez, de mi pelo manchado, ni de lavar el semen que manaba de mi interior, caí rendida.

CONTINUARÁ.