El Mercado de la Carne - II El Miedo

Tras ser descubierta por su amiga Verónica retozando con Oscar, el sobrino de ella, Silvia se teme lo peor. Sin embargo la actitud abierta de esta llevará a Silvia a descubrir nuevos placeres con tía y sobrino, pero también a ver resurgir viejos miedos cuando una noche se unen dos amigos de Oscar.

La repentina aparición de Verónica me había sobresaltado. Ahí estaba mi única amiga en el mundo pillándome con los pechos al aire al lado de su sobrino desnudo y empalmado, un chico de apenas veinte años. La misma mujer que me había confiado su casa y a la que había traicionado por un rato de placer con ese chiquillo. No sabía cómo reaccionaría Verónica, pero lo que realmente me perturbaba en aquel momento era la presencia de Víctor, mi hijo. El pobre chaval no sabía dónde mirar, si a mis tetas o a la larga polla empalmada de Oscar, su entrenador.

Verónica, captando mi nerviosismo, le quitó hierro al asunto.

-Esta sí que es una buena idea. Con el calor que hace tomar así el sol es lo mejor.

-Y tanto –dijo Oscar. A mí no me salían las palabras, estaba paralizada. Él, por el contrario, parecía muy tranquilo y no perdía la sonrisa.

-Pues yo estaba llegando a casa y he visto que Víctor venía andando para acá. Ya le he dicho que tiene que llamar por teléfono para que vayamos a buscarle, que es mucha distancia.

-La madre de mi amigo me dijo que bus era. –Dijo Víctor todavía cautivado por la imagen. Que se fijara así en mis pechos me ruborizaba casi tanto como a él.

-Aun así te deja lejísimos. –apostilló Verónica- Si estás tú solo y quieres venir me llamas y voy a buscarte. Imagínate que no me habría aburrido de tanto viaje y no hubiera vuelto hoy a casa. Aún estarías de camino. Y con el calor que hace es normal que estés entero sudado. ¿Quieres ir a la piscina?

-Sí.

-Deja que te ayude, que estás muy cansado. Y además me has ayudado a sacar mi equipaje del coche como todo un caballero.

Víctor se dejó hacer y ella, mirándome con malicia, empezó a desvestirle hasta dejarle solo en slip. Él estaba nervioso y ruborizado.

-No tengo bañador, solo calzoncillo. –Dijo mi hijo.

-Pues en pelotillas, como los demás.

-¿Tú también te vas a desnudar, Verónica? –Preguntó Víctor, dejándome alucinada.

-¡Mírale qué listo! Pues claro que sí, como todos. Mira.

Verónica se despojó lentamente de su fino vestido de paño con elegancia innata. Ninguno de los tres podíamos dejar de mirarla cuando quedó solo en un breve tanga blanco. Tenía un cuerpo delgado y esbelto, pechos pequeños y firmes, la piel tersa y bronceada.

-¿Contento? –Le dijo a Víctor, al que casi se le salían los ojos con la visión de esa imponente hembra.

-No, si tú no te quitas todo yo tampoco. –Se plantó Víctor. Me estaba dejando asombrada. Jamás había imaginado ese arrojo en mi propio hijo.

-Pero bueno. Este niño tuyo tiene mucha cara eh, Silvia.

Verónica estaba en su salsa. Cogió los tirantes de su tanga y jugueteó con ellos entre sus dedos. Poco a poco lo fue deslizando hacia abajo, despojando de cobertura su perfecto culo ante la mirada de Víctor. Cuando la prenda llegó a sus tobillos la apartó y se giró ante él, mostrándole su pubis del todo depilado y perfectamente bronceado. Víctor estaba al borde del colapso.

-Y ahora… ¿contento?

-Sí… sí… -acertó a decir Víctor.

-Pues hala, que un trato es un trato.

Y sin dejarle reaccionar, paralizado como estaba, le agarró del slip quitándoselo de un hábil tirón. Víctor estaba completamente desnudo y su pene del todo erecto. Parecía tan duro que le debía doler. Hacía tiempo que no lo veía así y me sorprendió. No era ya el niño al que yo había criado con tanto esfuerzo. Había… crecido. Y se estaba transformando en alguien distinto. Me sentí aún más culpable solo por pensar aquello.

Verónica le sacó de su inopia con un cachete en el culo, lanzándole casi a correr hacia la piscina. Con una mirada indicó a Oscar el mismo camino. Mientras los dos jugaban desnudos en el agua Verónica depositó su espectacular cuerpo a mi lado. Temía que ahora llegara la bronca que sentía que me merecía.

-Víctor es un chico muy listo. Y muy lanzado. Los tiene bien puestos para su edad. Bueno, y de todo lo demás apunta buenas maneras.

-Es solo un niño, Verónica.

-No, Silvia. Ya no es un niño. No hay nada más sagrado que la inocencia de un niño pero Víctor ya no lo es. Ya has visto cómo ha reaccionado. Además piensa lo que ya andabas haciendo tú a su edad.

Tenía razón. Con sus años yo ya había hecho a chicos más pajas de las que probablemente se habría hecho él y empezaba a descubrir el placer que podía dar a mis amigos con mis primeras mamadas. Perder mi virginidad me llevó poco tiempo más.

-Puede ser. Puede que no me haya dado cuenta.

-Bueno, lo que está claro es que le he inspirado las pajas por una buena temporada.

Rio de su ocurrencia que, por otro lado, seguramente fuera verdad. Yo no pude evitar que me la contagiara.

-Lo de Oscar… -empecé a decir.

-Mira Silvia. Oscar es un chico del que hay que disfrutar. ¿Has disfrutado con él?

-Sí. –Respondí a esas escandalosas declaraciones por parte de la propia tía del chico.

-Pues hala, a callar y a tomar el sol. Y quítate el tanga que te van a quedar unas marcas feísimas.

La obedecí al pie de la letra ante su atenta mirada. Noté que me estudiaba con curiosidad y admito que yo hacía lo mismo. Su cuerpo parecía cuidado y trabajado, esculpido con esfuerzo para lucir espectacular. Sin disimular su mirada, empezó a hablarme sobre los muchos lugares que había visitado con su misterioso marido. El sol bañaba nuestros cuerpos desnudos y los chicos congeniaban en la piscina. El día pasó en un suspiro y yo no podía estar más contenta.

La noche llegó, nos vestimos con algo de ropa interior y cenamos. Víctor se retiró pronto y, para mi sorpresa, también Oscar decidió irse a su habitación sin sugerir siquiera acompañarme. Solas en el salón, Verónica y yo acabamos una botella de vino con una buena charla hasta bien entrada la noche. Se sentó junto a mí, nuestros cuerpos apenas cubiertos se rozaban y ella de vez en cuando acariciaba mi rostro y jugaba con mi pelo. Parecía una reunión íntima entre adolescentes que hablaban de sus nuevos novios.

-Sé que te ha sorprendido cómo me he tomado lo tuyo con Oscar, Silvia, pero para nosotros el sexo no es un tabú ni un compromiso. Si te sueltas y aceptas lo que quieres, es algo de lo que disfrutar sin límites. Mientras todos disfruten, ¿Cuál es el problema?

La actitud de Verónica fue todo un alivio. Su mentalidad abierta, su forma de quitarle hierro a la situación y de empatizar conmigo me permitía conservar la amistad con ella y hacerla más fuerte. Con el paso de las horas empecé a notar que estaba realmente agotada por el viaje y yo empezaba a percibir agujetas por el esfuerzo del sexo con Oscar la noche anterior. Subimos de puntillas las escaleras y nos despedimos entre risas ahogadas. El vino había hecho su efecto.

Me quedé dormida nada más dejarme caer en la cama. Hacía calor y las sábanas sobraban. Estaba sobre tumbada el colchón, tan solo vestida con un tanga y una camiseta larga que usaba como pijama. En plena noche, algo me despertó. Sentada a mi lado estaba Verónica con su fino camisón de seda, casi transparente. Sus pezones erizados sobresalían bajo la tela. Me hizo una señal para que guardara silencio y la siguiera. Sin dudarlo me levanté, cogí su mano y caminé intentando amortiguar los pasos de mis pies descalzos. Me guio por el largo pasillo oscuro y se detuvo ante la puerta entreabierta de una habitación. Era la de mi hijo.

Me señaló el interior. Dentro, al pie de la cama, bañado por la luz de la luna, estaba Víctor masturbándose con frenesí. Podía ver cómo masajeaba rítmicamente su dura polla usando apenas dos dedos. Le faltaba técnica pero le sobraba motivación. Disfrutaba, con la respiración entrecortada, de cada subida y bajada a su prepucio. Miré a Verónica y esta se subió levemente el camisón y dirigió su mano a su entrepierna. No llevaba nada debajo. Empezó a tocarse con lentitud y yo no sabía cómo reaccionar. Aquello estaba mal. Amagué con volver a mi habitación pero ella me sujetó.

  • Ya se ha corrido dos veces y todavía sigue. –susurró a mi oído- Qué gusto tienen que darle estas primeras pajas. Descubrir algo nuevo…

Dentro, el cuerpo de Víctor empezó a convulsionarse mientras se corría. Regando el suelo con numerosos chorros de semen no podía dejar de gemir un nombre: “Verónica, Verónica”. En ese instante, ocultas tras la puerta, se pegaron nuestros cuerpos. Ella volvió a mi oído y susurró una vez más.

-¿No quieres descubrir algo nuevo tú también, Silvia?

Y acercó su boca a la mía y me besó. Al principio un simple roce de labios, luego un contacto mayor y finalmente toda una invasión. Su lengua jugueteaba con la mía y sus manos empezaron a trabajar. Tras sobar mis pechos introdujo una bajo mi tanga y frotó. Yo llevaba húmeda ya un rato pero notar sus dedos en mi coño me volvió loca. Nunca había tenido nada con una mujer y jamás me había planteado algo así, pero Verónica parecía haber activado algo en mí. Deseaba seguir su juego pasara lo que pasara y no quería que parara nunca. Pero paró. Víctor se movía inquieto en la habitación.

Esperamos inmóviles con nuestros corazones retumbando impacientes a que mi hijo limpiara su leche del suelo y se acostara. En ese mismo instante, ya a salvo, Verónica me dio un último pico, me cogió una vez más de la mano y me llevó hasta su habitación. Yo iba en volandas, transportada por una fuerza sobre la que no tenía ningún control. La imagen de mi joven hijo corriéndose en honor de mi amiga, las caricias lúbricas con ella en la clandestinidad de aquel pasillo y ahora, la sorpresa que aguardaba en el interior de la habitación. Allí, sentado en la cama, con su siempre minúsculo slip, esperaba Oscar.

-¿Te gusta lo que te traigo, sobri?

Oscar sonrió, asintió y tragó saliva ansioso. Verónica volvió a pegar su cuerpo al mío y a besarme delante de su sobrino. Era delicada pero firme y directa. El morbo de sus caricias casi me hacía temblar. Empezó a levantar mi camiseta hasta quitármela con mi total colaboración. Mis tetas botaron para deleite de nuestro espectador y ella, consciente del atractivo de mis pechos, no dudó en probarlos para provocarlo aún más.

-Te gustan las tetas de Silvia, ¿eh? –él asintió, casi fuera de sí mientras acariciaba su polla sobre el slip- La verdad es que yo también he querido comérmelas desde el primer día que las vi en el entrenamiento.

Atrapó mis pezones entre sus labios y los repasó sorbiéndolos. Recorría mi cuello con su lengua y volvía a besarme. Lo hacía deleitándose con cada centímetro de mi piel. Me volvía loca. Oscar ya se había sacado su polla, durísima, y se tocaba con lentitud.

-Cuidado con pasarte con la paja que hoy tienes que durar. –Le dijo Verónica.

-Vale tía. –Respondió él bajando aún más su ritmo.

Vero volvió a la carga haciendo trabajar sus dedos bajo mi tanga. Parecía conocer exactamente el lugar donde hacer saltar todos mis resortes de placer. Yo desbordaba humedad sobre su mano y gemía sin poder evitarlo. Con habilidad, como había hecho horas antes con el slip de mi hijo, me despojó del tanga y llevó su lengua por mi abdomen y mi pubis. Arrodillada ante mí me hizo separar mis piernas y lamió mis muslos hasta dejar caer su boca, por fin, en mi coño. Instantes después por primera vez en mi vida llegué al orgasmo gracias a una mujer. Caí sobre la pared mientras gemía sin importarme que mi hijo pudiera escucharnos desde su habitación. Cuando terminé de temblar ella se incorporó y me besó una vez más, dándome a probar mi propio sabor en su boca.

-Qué rica estás, Silvia. ¿Atendemos ahora a este nene que tan bien se ha portado?

Oscar, sentado en la cama, apenas podía controlar su respiración. Su polla se veía tan dura que parecía que podía reventar. Las primeras gotas de líquido brillaban en su capullo. Verónica se acercó a él y le besó en la boca.

-Ya viene tía a cuidarte, ¿vale?

Y sin demora se reclinó sobre su regazo y engulló la polla de su sobrino. Aquella visión, mientras aún me recuperaba del orgasmo, me perturbó. Delante de mí se había roto un tabú. Era algo prohibido, inaceptable, pero que hacía que el morbo me invadiera. Verónica movía rítmicamente su cabeza en una mamada que, a juzgar por el rostro de Oscar, tenía tintes épicos. Ella, generosa, le hizo levantar, se arrodilló ante él y me invitó a hacer lo mismo.

Con nuestros rostros ávidos frente a su polla, Oscar tomó por primera vez el control. Golpeaba nuestras bocas con su verga y la pasaba de una a otra. Llegado el momento repitió el ritual de la noche anterior. La introdujo entre mis labios, la hundió en mi garganta y empezó a follarme la boca. La mezcla de sabores en aquel trozo de carne era embriagadora. Empapada en mi saliva la retiró y la metió en la de su tía, repitiendo sus empujones. Poco más pudo durar. Sacó su polla y apuntando a la lengua de Verónica lanzó numerosos chorros de lefa espesa y blanca, que ella sujetó sin tragarla. Me miró con picardía y me besó, compartiendo así el fluido de su extasiado sobrino. El cuerpo me pedía seguir su juego y cuando terminamos, había tragado mi parte.

Descansamos unos instantes pero Verónica aún no había tenido su momento. Recuperó la polla flácida de Oscar y la masajeó con habilidad. Pronto se le puso morcillona y lista para que la engullera. No tardó mucho la habilidad de Vero en volver a ponerla dura como una piedra. Tumbó al chico boca arriba sobre la cama y se montó sobre él, introduciéndose la verga de su sobrino poco a poco en su húmedo coño. Se dejó caer hasta tenerla por completo en su interior, se despojó de su camisón dejando su perfecto cuerpo desnudo y comenzó a cabalgar. Movía las caderas con una gracia propia de una bailarina mientras se contemplaba en los omnipresentes espejos de la habitación. Viéndolos, tía y sobrino follando con tal pasión, volví a excitarme. Mi amiga lo notó.

-Dala un poco de polla a ella –Le mandó a su sobrino mientras lo desmontaba.

Oscar se acercó a mí, escupió entre mis pechos y colocó allí su polla. “Tenía que follarme estas tetas”, me dijo mientras movía sus caderas. Pronto me levantó en volandas y cogiéndome con sus fuertes brazos me dirigió hacia su capullo. Con ganas empezó a follarme mientras Verónica nos miraba mordiéndose los labios de puro morbo. El sonido del golpeteo de Oscar contra mi cuerpo llenaba la habitación junto a nuestros gemidos.

Al rato el chico me tiró a la cama, me colocó a cuatro patas y me empezó a dar duro. Sus huevos chocaban contra mi clítoris inflado y Verónica aprovechó mi éxtasis para abrirse de piernas ante mi boca. Su coño rasurado estaba a centímetros de mí y no la decepcioné. Hundí mi lengua en él y empecé a saborearlo. Resultó ser algo natural, propio del momento. Pese a ser mi primera vez, Verónica gozaba con mis lametones. El morbo del sabor de mi amiga en mi boca y el ardor del yogurín a mi espalda me pudo y me volví a correr. Oscar paró, salió de mí y me aparté, dejándole vía libre hasta el coño de su tía, que le esperaba ansiosa. La penetró con fuerza y follaron a un ritmo salvaje hasta que llegaron al orgasmo casi al unísono. Oscar descargó en el húmedo interior de Verónica y quedaron exhaustos.

Había sido la experiencia más morbosa y excitante de mi vida. La cabeza me daba vueltas, incapaz de creer lo que había ocurrido. Acababa de estar por primera vez con una mujer y ni más ni menos que en un trío con su joven sobrino. Echando la mirada atrás, me parecía imposible haber pasado tantos años sin gozar de esta manera. El sexo volvía a mi vida y todo era gracias a Verónica.

Los siguientes días no podíamos quitarnos las manos de encima. Nos besábamos, nos tocábamos, admirábamos nuestros cuerpos desnudos o cubiertos apenas por una breve ropa interior a los que mi hijo tampoco quitaba ojo. Los tres contábamos las horas para dejarnos llevar por el placer de la noche. Víctor, alucinado por la visión de la que gozaba cada día, no dejaba de dedicar a Verónica pajas que espiábamos a hurtadillas. Observar a mi propio hijo masturbándose hasta el orgasmo era un ritual de la perversión que amenazaba con encender en mí algo más profundo, un deseo incipiente por lo prohibido que intentaba aplacar a toda costa.

En la habitación, desnudos los tres frente a los espejos, dábamos rienda suelta a nuestros deseos. Oscar gozaba viéndonos compartir su polla y también contemplando nuestras caricias. Con su móvil disfrutaba sacándonos fotos en todas las situaciones: Verónica y yo en pleno 69, su polla ante nuestras caras manchadas por su semen, mis tetas en escorzo mientras le cabalgaba… Al terminar había noches que, incluso en la enorme ducha, el morbo nos impulsaba a repetir bajo el agua. Tener a ese veinteañero taladrando nuestros cuerpos con su dura verga mientras el agua caliente bañaba nuestros cuerpos se convirtió en uno de mis momentos favoritos. Y sin embargo una sombra de duda atacaba mi ánimo. La última que había disfrutado del sexo, siendo apenas una adolescente, mi vida se había alterado para siempre. ¿No estaba cometiendo ahora el mismo error?

Pasaron los días y se consumió una semana inolvidable. Víctor recibió la llamada de su amigo Elías pero no quería separarse de nosotros ni, en especial, de la inspiración de sus pajas. Verónica, sabedora de su influencia sobre él, fue tan hábil convenciéndole que mi hijo casi saltó a su coche para que lo llevara todo el fin de semana lejos de nosotros dotándonos de una intimidad que a buen seguro ella planeaba aprovechar.

-Esta noche se sale. –Dijo Verónica.

-¿Los tres solos? –Preguntó Oscar.

-¿Andan tus coleguillas por ahí?

Oscar se apartó, hizo un par de llamadas y volvió con la respuesta.

-Marco está pero Martín no. El chaval con el que comparten piso ahora quiere apuntarse pero no sé quién es.

-Da igual, que venga. Pero nada de emborracharse eh, que luego no rinden.

La ansiedad me controlaba activada por la incertidumbre sobre aquella noche.

-Esta noche Silvy a pasarlo bien. Somos jóvenes y estamos buenas así que a disfrutar. Tú suéltate del todo que a veces…

-¿A veces qué? –Pregunté extrañada.

-No sé, tía. Noto que te contienes. Que te gustaría ir a más y tú misma te lo niegas. Pero bueno, igual son cosas mías. Lo dicho. ¡A disfrutar!

Puede que Verónica tuviera razón y hubiera notado algo en mí que ni yo misma había captado. Tal vez en el fondo todo fuera un recuerdo apagado de la intranquilidad que me esperaba en mi mundo tras las vacaciones. Aquel lleno de facturas sin pagar y colas del paro que me aguardaba a pocos días. Puede que mi propio cuerpo sintiera que el paraíso se extinguía y que yo lo hubiera estado negando inconscientemente. Intenté quitarme todo aquello de la cabeza y aprovechar el tiempo que me quedaba en aquel oasis en el desierto de mi crisis.

La tarde fue todo un desfile de moda. Verónica no dejaba de sacar ropa del vestidor que nos probábamos ante los espejos, aunque ocultó la escandalosa lencería que descubrí al llegar a la casa. Algunas prendas debían costar más de lo que me habían pagado en algunos de mis trabajos. Al final elegimos un top escotado que hacía que mis pechos llamaran aún más la atención y una cortísima minifalda ajustada para mí, mientras que Verónica vestía un ínfimo vestido azul que descubría su espalda y dejaba adivinar el comienzo de su culo. Nuestras largas piernas terminaban en unos elevados tacones que dejaron boquiabierto a Oscar. Cuando al llegar al club bajamos del coche no había macho presente, independientemente de su edad, que nos quitara ojo.

Dentro el ambiente era el que recordaba de la semana anterior; niñatos pudientes que bebían y meneaban sus cuerpos al ritmo de una música atronadora. Lo que valía una bebida allí cubriría mi gasto en comida durante una semana. Casi nada más entrar Marco nos localizó. Ahora que lucía sobrio me costó reconocerle como el gracioso que no dudó en piropearme el viernes anterior. A su lado, en cambio, no estaba su compañero, el tal Martín, sino un chico negro al que presentó como Derek. Ambos eran mucho más altos que Oscar, pero también más delgados, menos musculados. Parecían haberse saltado las clases en el instituto para irse de fiesta sin permiso de sus padres.

Al vernos Marco se echó las manos a la cabeza.

-Diosss pero qué buenas podéis estar. Vero, tú como siempre pero tu amiga, madre mía. Sois unas diosas.

Nos besaron en la cara y aplicaron un sutil sobeteo. Oscar conocía a Marco y Martín gracias al fútbol. Eran un par de años más jóvenes que él y ahora que iban a empezar la universidad se estaban buscando un piso juntos. Derek estaba en su segundo año de carrera y tenía un loft listo para compartir, y así los había conocido apenas un par de semanas atrás. Martín por lo visto había tenido que volver a casa de sus padres a preparar la mudanza y por eso había perdonado esa noche la juerga de rigor. Todo esto nos lo contaba a gritos un animado Marco mientras no quitaba ojo a nuestros cuerpos.

Verónica asentía pero pronto les dejó claro que no estaba allí para escuchar historias. Cogió de la mano al charlatán y a su compañero y los arrastró a la pista de baile, donde entre la multitud les perdimos el rastro. Aquel rato la versión amable de Oscar emergió y charlamos de sus planes de futuro y de mis penurias económicas. Él soñaba con ser entrenador profesional y llegar a trabajar para un club grande. Yo me conformaba con encontrar un curro que me ayudara a pagar las facturas. Cuando no supimos qué más contarnos, nos lanzamos a la pista en busca del resto del grupo.

No fue difícil. Verónica se había convertido en el centro de atención del local. Su cuerpo perfecto se contorneaba al ritmo de la música sincronizándose con ella a la perfección. Parecía estar cautivada por los brutales acordes que golpeaban desde los altavoces y su sensualidad no dejaba a nadie indiferente. De haber habido allí gogós, se habrían retirado humilladas por su competencia. Se acercó a los dos chicos y jugueteó entre ambos dándoles cancha a que empezaran un contacto mayor. Oscar agarrado a mi cintura contemplaba conmigo el magreo al que su amigo y aquel desconocido sometían a su tía.

Marco optaba por toquetear las piernas, las caderas y el pecho mientras que Derek, a su espalda, estaba centrado en su culo. Ambos empezaron a lucir notables erecciones en sus livianos pantalones que Vero no dudó en estimular con su baile. Derek, lanzado, elevó su pequeño vestido y dio un par de azotes en su culito desnudo. La multitud bramó excitada mientras grababa la escena con sus teléfonos. Yo tragué saliva y desee que me tragara la tierra.

¿Cómo era capaz de exhibirse en público de esa manera y encima junto a dos críos a los que doblaría la edad? Habíamos roto muchas reglas esa semana pero había sido en la intimidad. Me invadió el miedo de que me arrastraran a ese mismo juego y quise salir de allí. ¿Y si me dejaba llevar y alguien me reconocía? Ver a la gente llevarse el recuerdo de aquella escena en sus móviles me hizo pensar en las fotos y videos que había sacado Oscar durante aquellos días. Confiaba en el chico pero empecé a darme cuenta de la dimensión de aquello. ¿Qué pensaría mi hijo de mí si llegara a ver aquellas imágenes? ¿Y sus compañeros, sus profesores, cualquiera que quisiera contratarme? Busqué la salida alterada pero por suerte Verónica se me adelantó. Arrastraba a Marco y Derek de sus cinturones hacia el exterior. Cuando Oscar y yo logramos salir vimos cómo los tres se alejaban velozmente en un coche.

Pedí a Oscar que me llevara a casa y el chico me notó tan seria y desanimada que accedió sin hacer más preguntas. Apreciaba a Verónica y agradecía mucho aquel verano que me había regalado, pero no podía seguirla en este juego. No quería dañar nuestra amistad, pero su forma de entender el sexo… Descubrir lo que nos esperaba al llegar a la urbanización confirmó mis preocupaciones. El coche estaba parado en mitad del camino e iluminadas por las luces se distinguían tres siluetas. Acuclillada en plena calle Verónica devoraba las pollas de ambos chicos. Para comer la corta y gorda de Marco, abría su boca hasta casi lo que daba su mandíbula. Para mamar la larguísima y gruesa de Derek ponía a prueba su garganta, hundiéndola hasta casi hacerla desaparecer. Cuando notó que les tenía a punto, empezó a frotar un glande contra otro mientras los estimulaba con su lengua. Pronto premiaron su trabajo lefando su boca,  su cara y su vestido.

Admito que estaba confusa en aquel momento. Mi cuerpo palpitaba deseando unirse al festín pero mi ánimo estaba hundido. Ceder a aquellos impulsos durante mi pubertad y mi adolescencia había traído consecuencias y de algún modo todo aquello estaba ocurriendo de nuevo. No podía permitírmelo.

Ajena a mis tribulaciones Verónica se levantó, se quitó el vestido y solo ataviada con sus altos tacones caminó por la calle hasta la casa. Cualquiera desde alguna ventana cercana podría estarla observando, pero no parecía preocuparla nada al contrario que a mí. Oscar, percibiendo que no iba a sacar nada de mí se unió a sus dos amigos para seguirla al jardín. Entré tras ellos con la soledad de mi habitación como única cosa en mente. Cuando llegué los tres ya la habían rodeado. Marco y Derek se iban desnudando y Oscar aprovechó para abrirse la bragueta, sacarse la polla y follar la boca de Vero.

-¿Pero no me dijiste que es su tía? –Preguntó Derek alucinado.

-¿Y tú desaprovecharías a tu tía si estuviera así? –Le respondió Marco que en ese momento reparó en mí. –¿No te da envidia? Porque me muero por comerte esas tetazas.

-Mejor no –respondí seria.

El chico se encogió de hombros y centró su atención en Vero. Llegué a la puerta con la intención de terminar aquella noche pero estaba cerrada. Verónica tenía las llaves, seguramente dejadas atrás por su calentura junto a su bolso y su vestido. No quería participar en aquello pero tampoco tenía el derecho de destrozárselo a mi amiga. Me senté en silencio en una hamaca e intenté pasar desapercibida.

Verónica ya saboreaba las pollas de los tres chavales. La habilidad de su boca les tenía completamente empalmados y gemían con cada vaivén de la mamada. Derek la irguió, se colocó tras ella, dio dos sonoros cachetes en su perfecto culo y la penetró. Sin mucho cariño empezó a taladrar con fuerza aprovechando toda la dimensión de su polla. Verónica suspiraba con agitación y al rato gemía con fuerza. Se la podía escuchar por toda la urbanización. Los otros dos chicos comenzaron a jalear a su compañero para que siguiera con su follada hasta provocarla un sonoro orgasmo. Derek sacó su polla de Verónica para que de su coño escapara un buen chorro de fluido. Ante tal visión el chico no pudo evitar terminar de correrse introduciendo de nuevo su impresionante verga en mi amiga.

Al retirarse Marco tomó su lugar sin importarle demasiado la mezcla de líquidos que albergaba  Verónica. Todo aquello me excitaba sobremanera pero al mismo tiempo me incomodaba. No tenía nada en contra de ellos pero me odiaba a mí misma por haberme puesto en esa situación. Para terminar de alterarme Marco llevó a Verónica hasta la hamaca continua a la mía, la puso a cuatro patas y lamió con avidez su culo. Vero me miraba fuera de sí hasta que cerró sus ojos al ser enculada por Marco. A pesar de la sensibilidad propia de aquel orificio lo trató sin contemplaciones hasta llenarlo con su semen. El cuerpo de Verónica, desde su cara y su pelo, hasta su coño y su ano, estaba cubierto de lefa. Hasta mi posición llegaba el olor de la mezcla de fluidos sobre su piel.

Era el turno de Oscar que me miró como rogando una última oportunidad. Mi quietud le desalentó y se lanzó sobre su tía. Como habían hecho sus amigos, sin hacer ascos al contenido, rellenó sus agujeros con dureza hasta descargar en la espalda de una ronroneante Verónica que con un suspiro dio el primer asalto por finalizado.

Nada más recuperar fuerzas salió tal y como estaba a la calle volviendo al rato con su vestido manchado y su bolso. Abrió la puerta y me dejó entrar. Esperaba su enfado pero no por eso me dolió menos.

-Que duermas bien. Yo voy a volver ahí a sacarles a esos tres sementales toda la leche que pueda. Si te animas eres bienvenida. Si no, ya nos veremos en el entrenamiento con las otras madres amargadas.

¿Me había convertido en eso, en una estrecha incapaz de abrazar sus deseos? ¿O acaso era una madre responsable preocupada por su futuro y su reputación? Subiendo las escaleras mientras ella volvía a paso ligero a disfrutar de aquellas tres pollas juveniles, me di cuenta que la ira de Verónica no la había provocado mi negación a participar en esa pecaminosa noche, sino demostrar que no compartía su visión de la vida. Yo, para decepción suya, era incapaz de dejarme llevar por lo que sin duda deseaba.

Mientras desde mi cama escuchaba los desinhibidos gemidos que provenían desde el jardín, no pude evitar empezar a llorar. ¿No era este el final de mi amistad con Verónica?

CONTINUARÁ.