El Mercadillo
Una joven pareja relata al narrador la experiencia llena de morbo vivida a lo largo de mucho tiempo, donde un vendedor ambulante de enorme herramienta satisface a ambos, cada uno a su forma.
El Mercadillo.
Estos hechos que se narran son reales. Tuvieron lugar en el sur de España hace unos años. Le ocurrieron a mi vecino y a su mujer. Sé que es costumbre decir que le ha pasado a otro lo que le ha ocurrido a uno mismo, pero no es éste el caso. No ganaría nada con ello ya que tú, lector, no nos conoces ni a mí ni a ellos y no creo que nos conozcas nunca. Pese a ello, los nombres no son auténticos. Lo que se cuenta comenzó cuando llevaban solamente un año de casados, luego, al cabo de unos meses, ella se lo contó a su marido y unos pocos años más tarde él, mi vecino, me lo contó a mí. Unos días más tarde le hablé de los foros de Internet donde personas cuentan sus aventuras, unas reales y otras inventadas, y le sugerí narrar lo sucedido.
Al principio no supo qué decirme y posteriormente me dijo que lo había comentado con su mujer y que tuvo un pequeño problemilla con ella ya que supuso tener que descubrir que me lo había contado a mí, cosa que ella no sabía, y después le costó un poco a ambos hacerse a la idea de dejar constancia "física" de aquello, ya que hasta ahora sólo había sido hablado. Finalmente su mujer aceptó e hizo falta además recurrir a su memoria para reconstruir algunas lagunas en el relato que me hizo inicialmente mi vecino ya que él no había vivido todos los pasajes y ella así. La sorpresa para mí fue cuando me pidieron que lo escribiera yo, ya que a ninguno de ellos se le daba muy bien expresarse por escrito.
Por eso, hoy, el ponerlo por escrito lo hago con el consentimiento de ellos y quieren que una historia que consideran tan excitante no muera ignorada y, asegurándose de que nadie identificará nunca a los protagonistas, al menos perdurarán los hechos.
Yo, narrador, por mi parte sólo tengo que manifestar que esto no se escribió en un solo día, sino en varios, que no se escribió ordenadamente, sino que se intercalaron hechos y se reordenaron alguna vez, que lo escrito fue supervisado por el matrimonio y lo retocaron en donde no era así. También he de advertir que aunque puedo haberlo hecho un poco más literario al imaginar algunos diálogos que los propios protagonistas no recuerdan, sin embargo no se han cambiado los hechos ni la esencia de los mismos. Aunque sea con mis palabras, he procurado describir las emociones y sensaciones que ellos me han explicado que tuvieron. Y, por último, que si para ellos fue excitante vivir aquella historia, para mí lo fue escucharla de sus labios, especialmente de la de ella, ya que no todos los días se escucha de boca de una vecina joven y atractiva cosas como éstas. Y ahora, empecemos la historia.
Mi vecino, digamos Eduardo, es un chico que yo calificaría de normal en todos los sentidos, ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, moreno, y más bien tímido y callado. Tiene un trabajo con el que gana un sueldo aceptable, el cual sumado al de Encarni, un poco más bajo, les permite tener una casa en una urbanización de nivel alto. Encarni también es una chica normal, rubia, de una estatura media y lo que más destacaría de ella es su cara dulce. Es todavía más tímida que su marido, de las que nunca quieren molestar y hablan bajito. Yo diría que está muy buena si te fijas bien en ella, y quiero decir con eso que, a primera vista no lo haces porque parece una niña buena, un angelito bajado del cielo y parece que no procede dedicarle una mirada que a veces echas a otras mujeres que te encuentras por ahí, más espectaculares. Luego, poco a poco, te vas fijando y dices ¡caray! vaya culo que tiene Encarni, no me había dado cuenta, otro día la encuentras en la piscina y dices, ahora que la veo en bikini, menudas tetas tiene.
Bien, pues Encarni trabaja en una oficina en otra población cercana a la nuestra y todos los días ha de estar fuera, viene solamente por la noche. El que sí viene a casa a mediodía para comer es el marido. La oficina de Encarni está en una calle donde un día a la semana (que no diré cuál es) ponen un mercadillo y ella se entretiene en la hora de la comida, tras comer, en hacer algunas compras y ojearlo todo.
Uno de los puestos habituales del mercadillo es el de Paco el Gitano, al cual llaman así pese a no ser de esa raza, aunque sí hay otros puestos que son propiedad de gitanos. Paco es bastante mayor que Encarni, casi podría ser su padre por edad, ya que cuando empezó la historia Encarni tenía 22 años y él tenía el doble. Es moreno, tiene la piel muy oscura por el sol y el aire de la vida ambulante, tiene los dientes muy blancos (según me cuentan, ya que no lo he visto nunca), y está un poco gordo, sobre todo tiene esa barriga que llaman "la curva de la felicidad". Con Paco está siempre su mujer, Pilar, tan morena como él, un poco entrada en carnes como él y muy "jamona". Una mujer espectacular ya que gusta siempre de llevar grandes escotes, labios muy pintados y ropa muy ajustada.
Encarni se para habitualmente en este puesto a hablar con los dos y a comprar algunas cosas a veces. Paco vende ropa interior: calcetines, medias, bragas, calzoncillos, sostenes, y también bañadores y bikinis según la época.
Paco es un hombre poco refinado y más de una vez sofocó a Encarni con sus comentarios, habiendo siempre de ser Pilar quien acudiera a protegerla y echarle la bronca a Paco, que acaba riéndose a carcajadas bien sonoras. Encarni terminó por acostumbrarse a aquellas bromas y no se encontraba incómoda con ellos.
Por ejemplo, el primer día que Paco le dijo como saludo: "Hola coñico, ¿cómo estamos hoy?" Encarni creyó morirse de vergüenza y se puso roja como tomate. Pilar llamó burro a su marido y éste, tronchándose, decía "¿Es mentira acaso? ¿no es un coñico tierno? ya ves tú, con veintipocos años... ¿qué puede ser? que se lo pregunten al marido a ver si tengo razón o no...". Al final, semanas después, Encarni estaba acostumbrada a que le hablara así y no le molestaba; sobre todo porque no era a ella sola, lo hacía con todas las clientes con las que tenía un mínimo de confianza. A ella la llamaba "nena" unas veces, sobre todo cuando habían desconocidos presentes, y "coñico" cuando los que habían era más o menos de confianza.
Una vez, cuando llegó, le dijo "nena, tengo una cosa que te va a encantar". La cosa eran unas bragas tanga de las que la parte de atrás es un simple hilo. Cuando se las mostró, Encarni se sofocó un poco de que fuese un hombre quien le cantara las excelencias de un producto así, pero nadie parecía prestar atención. Pilar atendía a otras clientes. "esta noche, cuando te las pongas, tu marido te va a echar un polvo que se va a partir los riñones empujando". Encarni protestó sonrojada y con una risa nerviosa, pero acabó llevándose la prenda. Efectivamente, Paco tuvo razón, y aquella noche Eduardo se excitó como un toro cuando la vio y tuvieron un polvo especialmente intenso.
Cuando a la semana siguiente volvió Encarni al puesto, lo primero que le dijo Paco fue "buenos días, coñico ¿cómo te fue con aquello?" Encarni sabía perfectamente a lo que se refería, pero prefirió hacerse la tonta y cambiar de conversación, pero Paco no se daba por vencido así como así "nena ¿me oyes? que cómo te fue con las bragas que te vendí..."
Encarni, la angelical Encarni, tuvo un acto de rebeldía, de osadía, no quería quedar como siempre por una mojigata y se extrañó oyéndose a sí misma decir: "me fue estupendo, pasó como usted dijo, señor Paco, mi marido me echó un polvo que casi me parte por la mitad". Y cuando esperaba que Paco se escandalizara de oírle hablar así, se llevó un chasco porque la reacción fue de lo más comercial. "¿Lo ves? género garantizado, Paco el Gitano sólo vende productos de primera calidad". La otra sorpresa le vino de Pilar que estaba escuchando y le dijo con toda naturalidad: "di que sí, nena, el coño hay que utilizarlo a menudo, que si no los hombres se buscan otra cosa por ahí" y siguieron cada uno a lo suyo. En aquel momento, Encarni comprendió que para aquella gente el sexo no era algo tabú como para ella, sino algo natural de lo que se hablaba como si fuese del sándwich del mediodía o de la gasolina que había que echarle al coche. Y sintió una gran envidia.
Un día cuando estaba por llegar el verano, Paco le dijo: "coñico, tengo algo que te va a encantar, mira..." eran unos tops de colores, de esos cortos que dejan el ombligo al aire. "Pruébate alguno, anda". El probador era, como suelen ser esas cosas en los mercadillos, un habitáculo en la parte de atrás del puesto, con un espejo y cerrado por sábanas cogidas a tubos metálicos y comunicado con el puesto a través de una abertura que se cerraba con otra sábana a modo de puerta o cortina. Encarni escogió dos o tres de los colores que más le agradaban y paso al probador, cerrando lo mejor que pudo la cortina. Se quitó la camisa y se dejó puesto el sujetador. Luego se colocó el top que era blanco y semitransparente. Estaba mirándose al espejo cuando asomó la cabeza de Paco entre la cortina. "¿Qué, coñico, cómo te queda?" la primera reacción fue de echarle fuera pero inmediatamente después recordó la naturalidad de aquella gente para todo eso y se contuvo para no parecer ridícula. "No sé, no me convence mucho..." "
Quitarse el sostén con Paco delante fue embarazoso y excitante, pero no fue difícil porque Encarni tenía experiencia, como casi todas las mujeres, en soltarlo y sacarlo por una manga, por lo que no fue necesario enseñar nada. Con habilidad, Encarni hizo zas, zas y listo. Pero luego se miró al espejo y... ya no recordaba que el top era casi transparente. Le estaba precioso, ella tenía una cara preciosa, y... se le veían unos preciosos pezones. Se sintió muy incómoda, sin saber qué hacer, qué decir. Pero no hizo falta, el que dijo algo fue Paco: "coñico, estás para mojar pan, cuando te vean se le va a levantar a más de uno, aunque no sé... se te ven mucho las tetas" y cuando pensaba que Paco iba a intentar aprovechar la situación para sobrepasarse, volvió a sorprenderla. Sacó la cabeza y llamó a Pilar. Cuando entró su mujer, Paco le dijo "mira al chochete, qué bien le sienta". Pilar se quedó mirándola fijamente y dijo "sí... pero no. Una niña tan rubia y tan blanquita, a ver, vamos a ver... levanta los brazos
Mientras que Pilar cogía un top rojo Encarni hacía la estatua con sus pezones de punta apuntando a Paco, que la miraba sin cortarse un pelo, pero con toda naturalidad, como el que mira apreciativamente un caballo, una casa o un coche que le gusta mucho. Pilar le puso el top rojo, le acomodó las tetas en él sin ningún empacho, la cogió de los hombros, la giró y la puso frente al espejo. "A ver ahora". Encarni balbuceó.. "sí, es bonito,..." pero sin saber ya lo que veía y sintiendo y pensando cosas muy raras que no sabía explicar.
Entonces fue Paco quien mostró su disconformidad. "Pilar ¿estás loca? ¿tú crees que se va a poner una prenda que además de ser transparente sea roja? ¿la quieres vestir de puta o qué?". Pilar estuvo de acuerdo en que no era apropiado. Encarni se probó dos o tres más, de modo que el estar en tetas delante de ellos se convirtió en lo más normal del mundo. Al final el matrimonio alcanzó consenso con un top azul marino, que aunque era también algo transparente, resultaba más discreto y los pezones ya solamente se veían como unas manchas oscuras.
Encarni se miró al espejo y se encontró preciosa. Además se sentía libre, le encantaba haberse mostrado semidesnuda delante de Paco y Pilar.
"¿Qué tal? ¿Cómo te ves?" preguntó Paco. "Me encanta" dijo Encarni. "¿Te sujeta bien el pecho o se te queda muy suelto?" inquirió Pilar. "No sé, creo que bien". "A ver..." al tiempo que decía esto, Pilar le cogió las tetas y las sopesó, intentando adivinar el movimiento que podrían tener al moverse Encarni sin sostén. "Mira tú..." e invitó a su marido a probar él.
Paco hizo lo mismo que su mujer, pero se puso detrás de Encarni, de frente ambos al espejo, pasó los brazos por debajo de los de ella, le cogió una teta con cada manaza y las agitó. "¿Sueltas? ¿sueltas? ¿de qué se van a quedar sueltas? unas tetas tan duras y tan jóvenes como estas se quedan bien aunque sean desnudas.
"Bueno, venga, sobón, no se las toques más que se las vas a magullar. Y vuelve a atender el puesto..." Pilar echó al marido del probador y se quedó ayudando a Encarni a recoger las prendas sueltas. "Qué bruto que es, Señor, mira que ponerse a movértelas...¡para que te las quiebre!".
Encarni se encontraba en otra dimensión, otro mundo, no sabía muy bien lo que ocurría. Bueno, sí sabía algo. Sabía que por primera vez otro hombre además de su marido le había visto y le había tocado las tetas. De lo demás no se daba cuenta. Por eso no se dio cuenta tampoco, hasta que volvió a la oficina, que estaba húmeda, muy húmeda.
Aquella noche Encarni sentía remordimientos, quería hablar con Eduardo, decirle lo que había pasado, pero naufragaba en contradicciones. Para aquella gente todo era natural, por eso Paco había llamado a su mujer, si hubiese pretendido aprovecharse de ella no la habría llamado, además ella podía haberle dicho que se fuese y él lo habría hecho al instante, de eso no tenía la menor duda. Si había culpa de algo era de ella, por no saber oponerse o resistirse. Si se lo contaba a Eduardo habrían problemas, seguro, y graves. Y seguramente para nada, porque con ello no iba a evitar nada. Si quería evitar algo, le bastaba con decirlo a Paco y Pilar, sin más. Por eso, al final decidió callarse y volver a su vida normal.
Efectivamente, todo fue normal los meses siguientes. Paco gastaba sus bromas, Pilar era tan protectora como siempre con ella,... y nada más. Pero en el otoño, el 11 de Octubre, el puesto del mercadillo era una fiesta. Paco había puesto banderitas de papel y tenía en una nevera portátil varias cervezas de litro para invitar a los clientes porque al día siguiente era el santo de la jefa. Encarni también se tomó una cerveza en un vaso de plástico y unas almendras saladas. Paco estaba muy alegre y Pilar también, porque ya habrían bebido más de dos y más de tres.
Encarni le llevó a Pilar un adorno para la casa, era un jarrón con flores de cerámica muy bonito. Pilar se quedó maravillada y agradecidísima. Se empeñó en regalarle a Encarni unas medias nuevas que había recibido y la invitó a probárselas en el probador de marras para que eligiese el tono que más le gustase. Además, advirtió a su marido "y tú, sinvergüenza, que no se te ocurra ayudarle a decidir esto, que es muy íntimo ya para ti". Paco protestó entre risas diciendo que él era un caballero y que si tal y que si cual...
Encarni no sabía muy bien si Paco intentaría entrar o no, y en el caso de que lo hiciese, tampoco sabía lo que debería hacer. Pero Paco fue un caballero, como había dicho, y ni lo intentó. Encarni se sintió aliviada aunque, si era sincera, cuando se miró desnuda de cintura para abajo antes de probarse las medias, también se sintió un tanto decepcionada. Se miró a los ojos, se miró al sexo, se sonrió al espejo y se dijo: "te estás volviendo un poquito puta, cariño". Y empezó a meterse las medias. Y entonces ocurrió algo...
Oyó un ruido como si alguien hubiese abierto un grifo en la parte de atrás del puesto, aunque sabía perfectamente que en aquel solar no había agua corriente. Entonces no pudo evitar la tentación de mirar a través de las rendijas de las sábanas que formaban el probador y vio a Paco. Estaba a unos tres metros de distancia, en la callejuela que formaban las lonas de su puesto y el de al lado, que era de aceitunas, pepinillos, etc. Seguramente, la cerveza de la celebración del Pilar estaba haciendo su efecto y había ido a la parte de atrás a orinar. Encarni no pudo (ni intentó) evitar mirar el instrumento que Paco manejaba y con el que producía el efecto de un grifo de mucho caudal.
Y Encarni se quedó helada, aunque luego le entraron muchos calores. Paco tenía la polla más grande que Encarni había visto jamás, ni en revistas ni películas porno, ni en sueños. Es más, Encarni no sabía que podía haber una polla así.
(Nota del narrador: en este pasaje, inicialmente escribí pene, pero al corregirlo, mi vecina se negó. Me dijo que aquello no era una pene, ni un pijo, ni una cuca, ni una verga,... tenía que decir polla y aún así no encontraba una palabra que la definiese correctamente. Quizás habría que inventar alguna palabra nueva. ¿Me imaginan ustedes a mí escuchando aquello de mi vecina, delante de su marido, con su angelical carita?)
La polla de Paco era enorme, gigantesca, tanto en longitud como en grosor. Pese a no estar en erección Encarni calculó que la parte que sobresalía, colgando, de la bragueta de Paco tendría al menos unos 20 centímetros. En cuanto al grosor, era más gorda que la muñeca de su marido, y tendría unos 7 u 8 centímetros. Encarni se quedó fascinada mientras duró el espectáculo que no fue corto pues Paco orinó como un caballo, según palabras de Encarni. Cuando acabó, hizo lo que hacemos todos... sacudirla. Y entonces ya mi vecina sintió la boca seca, latidos muy fuertes en los oídos, y la humedad que le había desaparecido de la boca le apareció en otro sitio. Cuando se dio cuenta estaba acariciándose el clítoris con dos dedos y respirando muy fuerte.
No llegó a correrse porque se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo dentro, a toda prisa se puso las bragas, los pantalones, salió, eligió las primeras medias que se le ocurrieron, le dio las gracias a Pilar y se fue corriendo a la oficina.
Encarni sentía cosas que no había sentido jamás, eran instintos animales. Estaba encharcada. No hacía más que pensar en aquella polla monstruosa e imaginarse lo que se sentiría al verla levantarse, al cogerla ¿qué textura tendría, qué temperatura, qué dureza? Desde luego con su mano no podía abarcarla. ¿Y con la boca? ¿Sería capaz de metérsela en la boca? Ella tenía la boca grande, pero dudaba que pudiera abarcarla. Se asustó de darse cuenta de que estaba imaginándose chupándole la polla a Paco. Pero en seguido se marchó el susto y volvió la imagen de aquella monstruosidad, de aquella preciosidad, de aquella inmensidad. Inevitablemente, se imaginó sintiéndola dentro de ella. Por una vía y por otra.
(Narrador: al igual que antes, instintivamente utilicé otras palabras, pero mi vecina me corrigió y me dijo que aunque le costase trabajo y le diese vergüenza decírmelo, pero yo tenía que poner las palabras que se ajustaban a su estado y su estado era el de un animal, una perra en celo. Si no se entiende esto, no se puede entender la historia. Ella estaba poseída por un deseo animal. Y ella pensaba en follar, no en hacer el amor; en pollas, no en penes; en coños, no en vaginas; en mamadas, no en felaciones...)
Dicho esto, continúo diciendo que Encarni pasó la tarde en la oficina trabajando pero sin saber lo hacía. Pensando una y otra vez en qué se sentiría siendo empalada por Paco, tanto por el coño como por la boca o por el culo. Le daba igual el camino, lo que quería era "tragarse" aquello por donde fuese.
Cuando llegó a su casa aquel día, aquella noche mejor dicho, fue cambiarse de bragas. Lo necesitaba.
Los días siguientes fueron muy extraños. A veces se encontraba eufórica imaginándose con aquella lanza entre las piernas, otras caía en depresión y se sentía sucia, adúltera, puta... Aquellas semanas fue al mercadillo en diferentes actitudes, unos días llegaba muy recatada y fría, como si Paco fuese culpable de algo y hubiese de castigarlo, otras se sentía mujer fatal dispuesta a seducirlo y se ponía ropa algo más provocativa de lo habitual. Un día loco que tocaba mercadillo, incluso, se quitó las bragas en el trabajo antes de bajar al puesto y ya no se las volvió a poner. No pasó nada, pero se sintió muy excitada de estar desnuda, debajo de la falda, junto a Paco y su instrumento.
Ni pasó nada ese día ni pasó nada ningún día. Paco seguía siendo tan bromista como siempre y nada más. Las únicas cosas que pasaban era en la mente de Encarni. Ahora, cuando le decía "coñico", ella pensaba cosas diferentes a cuando se lo decía al principio. Ahora iba al puesto deseando que le ofreciese alguna prenda nueva que probarse, pero no ocurría. Ahora intentaba ver dobles sentidos que no habían en las bromas de Paco.
Desde que Encarni conoció a Paco y a su mujer hasta ahora había transcurrido ya más de un año y desde que Encarni alucinó al ver la polla de Paco y vivía obsesionada con ella, algunos meses. Volvía a acercarse la primavera, empezaba a hacer calor, a sobrar la ropa, y las hormonas a alterarse. En Encarni se había ido operando un cambio: si bien su obsesión animal por imaginarse con Paco seguía igual, su relación con su marido se había ido tiñendo de remordimiento. Estaba convencida de que ya que aquello no desaparecía ni ella conseguía quitárselo de la cabeza, debía compartirlo con su marido. Y un sábado por la noche, en la terraza (la cual es contigua con la mía, qué pena no haberlo sabido para intentar oír o ver algo), Encarni tomó a Eduardo por la mano, se sentó junto a él y empezó a contarle todo.
Esta parte he de resumirla en la historia porque si ya de por sí es larga, aquí puede hacerse eterna. Fueron sentimientos muy intensos y variados por los que pasaron mis vecinos. Hubo muchas charlas, muchas discusiones, muchas lágrimas, mucho de todo, pero yo lo voy a resumir en dos hechos solamente: la primera vez que hablaron de ello y la digamos última antes del desenlace.
Aquel sábado, cuando Encarni terminó, Eduardo estaba llorando. Apenas habló, se fue a la calle y volvió muy tarde, a media noche. Me dijo que estuvo andando por la calle y llorando. Encarni también se quedó llorando en la terraza y luego se acostó. Estaba despierta cuando volvió Eduardo pero se hizo la dormida. Y eso fue todo ese día.
Ahora vamos con la última. Tenga en cuenta el lector que entre una y otra hubieron muchos días, cerca de dos meses, con discusiones y conversaciones a diario. Durante ese tiempo Encarni siguió visitando el mercadillo, pero sin que ocurriese nada destacable.
Encarni y Eduardo, tras cenar, se acostaron disponiéndose a dormir. Calor, mucho calor, ventanas abiertas. Eduardo intentó abordar el tema una vez más. "Encarni..." "Dime..." "Necesito entender..." "¿Otra vez?" "Sí, otra vez... ¿cómo puede gustarte un hombre que puede ser tu padre?" "No lo sé, pero en realidad no es que me guste él, me gusta su polla..." "¿Así de crudo lo dices?" "Es la realidad. Yo te quiero a ti, te necesito a ti y quiero vivir contigo. Si me dices que no vaya más por allí lo entenderé y no iré. Si me dices que puedo ir pero sin dejarle que se acerque a mí, así lo haré. Pero no me pidas que no piense en él porque ya lo he intentado y no es posible. No lo puedo evitar" "¿Es que no te gusta la mía?" "Cariño ¿por qué dices eso, claro que me gusta, además la tuya la amo, porque es mía. Lo otro es precisamente lo contrario, como no es mía, como es diferente, distinta, extraña, además de ser tan grande, me fascina. Siendo hombre deberías de entenderlo, vosotros sois normalmente más promiscuos que las muejres".
Aquí, según me contaron mis vecinos, tuvo lugar el cambio de rumbo de los acontecimientos. Encarni, sin saber muy bien por qué, decidió adoptar el papel que más vuelve locos a los hombres: la ingenua perversa, a lo Marilyn Monroe, se sentó en la cama e inició una descripción de una sesión amatoria con Paco. Y cuando se dio cuenta, su marido tenía una erección tremenda. Al final en Eduardo habían aflorado esos sentimientos enterrados en tantos y tantos hombres: el deseo oculto y no confesado de ver a su mujer poseída por otros. Según me contó Eduardo ya le había pasado otra veces hablando o discutiendo con su mujer de aquello, pero había podido ocultarlo al estar vestido. Esa noche, en la cama y solo con unos calzoncillos no pudo evitarlo y aquello fue su perdición, a partir de ese momento cayó en las garras diabólicas de la angelical Encarni. A fin de cuentas ángeles y diablos tienen la misma naturaleza ¿no?
"Vaya, parece que no solo a mí me gusta imaginarme en brazos de Paco" "..." "¿a qué se debe esa exhibición? te gusta que tu mujercita sea un poco putita ¿no?" "claro que no" "¿no? entonces a qué viene que estés a punto de explotar" "bueno, es un relato erótico" "no, no es un relato erótico, es la descripción de lo que haría tu mujer con otra polla, una polla enorme, que no me cabe en la boca, que no me cabe en el coño, que tendría que romperme para metérmela y yo estoy deseando que me rompa, y mientras que tú estás aquí en casa, comiendo, a mí me lo estarían comiendo, y mientras que tú estarías aquí poniendo a lavar mis bragas, yo ya no llevaría bragas,... no es un relato erótico cualquiera, son las aventuras de la mujer de un cabroncete ¿verdad que sí, cabrón mío?"
La vuelta de tuerca brutal que acababa de dar Encarni, sin estar muy segura de querer hacerlo, dio sus frutos. El pene (aquí si puedo decirlo) de Eduardo sobresalía por encima de sus calzoncillos, duro como nunca, según Encarni. Y ella se encargó de que siguiera así, ayudándose de manos, boca, etc. además de su relato salvaje, acelerando y parando hasta tener a Eduardo totalmente vencido.
"Entonces ¿qué quiere mi cabroncete que haga?" "...no lo sé..." Una sabia succión y otra pregunta "¿Seguro que no?" "...no lo sé..." "¿no te gustaría que me penetraran con esa polla monstruosa y que luego yo te contara en nuestra camita lo que he sentido...?" "....." "¿no te gustaría que le hiciera a Paco una paja y luego te contase, aquí, los dos solitos, dónde me había salpicado la leche, mientras te hacía otra a ti?" ".....sí, sí, por Dios, sí, síííííí....."
Aquella noche fue una noche muy especial. Eduardo aceptó y reconoció que era un cabrón y que además le gustaba serlo, disfrutó como nunca con el sexo con su mujer y ella se sintió liberada del peso que la oprimía, al expresar libremente sus deseos sexuales y ser aceptados por su marido. Pero aquello no era el fin, ni mucho menos. Encarni no era ni es una puta. Encarni estaba poseída por un deseo febril, pero era una mujer normal y no sabía lo que podía, ni lo que quería, ni lo que debía hacer.
Encarni siguió yendo por el mercadillo, ahora mucho más desenvuelta. Se sentía como James Bond, con licencia para matar, aunque sin el oficio suficiente para hacerlo. Pasaron semanas y meses y llegó el verano. Y Paco volvió a llevar bikinis. Y un buen día Paco le dijo aquello de "Coñico, tengo unos bikinis nuevos que deberías probarte". Encarni sintió que le latía el pulso en las sienes y dijo que claro que sí.
Se llevó bastantes bikinis al probador, se quedó completamente desnuda y se puso uno de ellos. Paco no aparecía por la cortina, así que abrió ella un poco y lo vio ordenando artículo. No quería llamarlo con la voz para evitar que se enterase Pilar, estaba atendiendo en el otro extremo. Espero a que mirase hacia ella y una vez que lo hizo, con un dedo le indicó que se acercase. Paco vino sonriente y bruto como siempre. "Coñico, ¡estás para comerte! ¡tu marido te va a matar a polvos, como a las cucarachas...!" "Que va, si ya casi no me hace caso, como ya no somos recién casados... ¿oye, tú crees que este bikini me sienta bien? espera que tengo muchas dudas, voy a probarme otro" "vale, ahora vengo" "no, espera, no te vayas, si esto es muy rápido...".
No sabemos si Paco pensó algo raro en aquel momento, pero debería haberlo hecho. Porque Encarni se quitó las dos piezas del bikini, y totalmente desnuda salvo las chanclas, se puso a elegir otro de los muchos que se había entrado. Cogió uno y se lo puso por encima tapándose a medias las tetas y el coño con él. "Mira Paco ¿cómo me sienta este?" Paco tragó saliva y dijo que fantástico. Encarni siguió cambiando de bikini sin llegar a ponérselo de verdad, solamente sujetándolo con las manos sobre su cuerpo y dándole en pocos minutos a Paco la mayor exhibición de tetas, culo y coño que seguramente le habían dado jamás. Encarni supo que algo había cambiado aquel día en la forma de verla Paco cuando no le dijo "coñico" ni "nena" y la nombró por primera vez por su nombre. "Encarni, tengo que atender el puesto o Pilar va a venir a por mí". "Claro hombre, perdona por hacerte perder tiempo. Es que me gusta que me aconsejes. Ahora salgo" Paco salió disimulando un bulto considerable que se había formado por primera vez.
Aquel fue un gran día en casa de mis vecinos. Encarni disfrutó exhibiéndose, Eduardo disfrutó oyéndolo y los dos disfrutaron luego follando con desesperación. La semana se hizo interminable hasta que llegó el día de mercadillo. Aquel día Encarni estaba desatada, fuera de sí, volvió a experimentar lo de ir sin bragas, pero esta vez no se las quitó en el trabajo, sino que salió sin ellas de casa directamente. En la oficina, pese a saber que nadie estaba mirándola, se sentaba con las piernas más abiertas de lo normal. Le gustaba experimentar la sensación de ir desnuda bajo la falda y poder ser "cazada" en cualquier momento.
Cuando llegó al puesto habían cambiado dos cosas. Una era que Pilar estaba en el puesto de al lado, el de las aceitunas. La esposa del vecino se había puesto enferma y él había tenido que marcharse. Pilar le hacía el favor de atenderle los clientes. Aquello era fantástico. La segunda era la forma de mirarla de Paco. El hombre se ve que había estado recapacitando sobre aquello y ya no era igual, evidentemente. Aunque hablaba como siempre otra vez "Buenos días, coñico ¿cómo estamos?" su mirada era diferente.
"Buenos días, Paco. La semana pasada no me llevé ningún bikini pero de hoy no pasa que elija uno. Pero tienes que ayudarme tú, porque me cuesta mucho decidirme" "Eso está hecho, coñico, coge los que quieras". Encarni hizo la misma operación que la otra vez, pero en esta ocasión no hizo falta llamar a Paco. En seguida estuvo allí dentro revisando la operación. Esta vez, además, no se molestó en esconder o disimular su erección.
Encarni, completamente desnuda, se puso delante de Paco y le dijo "Paco mírame ¿tú crees que estoy más gorda o más fea?" "Por Dios, coñico, pero si estás tremenda ¿cómo dices eso?" "Es que mi marido últimamente apenas me folla y no sé qué pensar" Paco se atragantó "Bueno, nena, no sé que decirte, eso debe ser algo pasajero, quizás tenga mucho trabajo..." "Por ejemplo, él me ve desnuda y ya no se empalma. Y eso no es normal ¿verdad? En cambio tú, estás así por mí ¿verdad?" "Yo... no..." "Tú estás ahora muy empalmado, no me digas que no..." "Bueno, sí, pero..." "Pues tiene que ser por mí, porque no hay más mujeres" "Sí, es verdad, es por ti, pero no debería ser, yo no debería estar aquí y tú no deberías hacer lo que estás haciendo, así que me voy...".
Aquello no iba por donde Encarni quería, había apostado fuerte y ahora no podía dejar aquello así o no podría volver nunca más al puesto. "Espera sólo un momento antes de irte, no puedes salir así, se te va a notar mucho..." "Ya pero es que..." "Además, te va a doler mucho, eso es muy malo ¿verdad?" Y en ese momento dio el paso definitivo. O ganaba o perdía. Bajó la cremallera de la bragueta de Paco y metió la mano. Lo que notó era tremendo, como ya se esperaba después de lo que vio hacía muchos, muchísimos meses. "No, Encarni, me vas a buscar la ruina..."
Pero Encarni ya había sacado la tremenda polla de Paco fuera de los calzoncillo y la sostenía en la mano, aunque sin mirarla todavía. Miró a Paco a los ojos mientras su mano iniciaba un suave movimiento arriba y abajo. "Si te vas así te va a doler mucho. Paco. Tú me has ayudado muchas veces, déjame que te ayude yo esta vez". Mientras que hablaba, el movimiento lo hacía ahora con las dos manos, ya que con una sola le resultaba difícil al no poder abarcar ni por asomo aquella monstruosidad.
Paco la miraba, sudando, sin decir nada. Seguramente lo intentaba, pero estar con una mujer joven y bonita, completamente desnuda, que te está meneando la polla y resistirse es de ser un héroe mitológico. Y Paco no era un héroe, ni mucho menos mitológico. Aunque parecía llevar el garrote de Hércules con él.
Poco a poco, Encarni se fue agachando y se puso de rodillas frente al monstruo. Se quedó mirándolo fascinada durante unos momentos que a los dos les parecieron eternos. A Encarni le pareció que aquello era demasiado grandioso para verlo a medias y le soltó a Paco los pantalones que cayeron a sus tobillos. Luego le bajó los calzoncillos también a los tobillos. Y a Encarni le pareció precioso lo que veía, incluso la barriga abultada de Paco le gustaba, era un entorno perfecto para aquella arma, que pese a ser de un hombre que iba camino de los 50 parecía de mármol y miraba al cielo. Encarni sonreía como una boba. Por fin. Por fin era suya aquella maravilla. Por fin veía de cerca lo que había admirado de lejos.
En aquel momento Encarni no la midió, pero como lo hizo posteriormente, sabemos que tenía aproximadamente 37 centímetros. Y su diámetro en erección, en la parte más ancha, la que salía de su vientre, era de 10 cm. En la cabeza, era algo menor.
Tras contemplarla fascinada un rato, inició la exploración física. Con la mano retiró la piel del prepucio hacia atrás todo cuanto pudo y dejó el glande completamente descubierto, rojo y brillante. Después, al igual que hacía habitualmente con su marido, recorrió varias veces la polla entera con la punta de la lengua desde la base hasta la cabeza. A veces miraba a Paco desde abajo y le sonreía. Paco también le sonreía a ella, aunque con una sonrisa mucho más forzada y nerviosa, entre sudores y con la cara muy roja. Cuando se la hubo humedecido bien por todas partes se dispuso a la fase siguiente y más difícil: tragársela.
Como la polla apuntaba hacia arriba, Encarni se alzó un poco para atacarla desde arriba, pero se encontró con que le estorbaba la prominente barriga de Paco, de modo que volvió a arrodillarse y cogiéndosela con la mano tiró de ella de forma que apuntara hacia delante. Luego abrió la boca todo cuanto le fue posible y fue hacia ella. ¡Uno de los momentos tanto tiempo esperados había llegado!
Fue una auténtica decepción para ambos. No conseguía introducir aquel miembro enorme en su boca. La humedecía por todos lados con la lengua para facilitar el que resbalase pero su boca no daba más de sí, empezaban a dolerle los músculos de las mandíbulas de forzarlos. Entre la temperatura ambiente, el estar en el pequeño recinto y calor de la situación, los dos sudaban como en una sauna. A Encarni aquello no sólo no le molestaba sino que la excitaba aún más, lo encontraba aún más instintivo, más primitivo, más animal en suma; y eso se correspondía mucho con su estado habitual de los últimos tiempos.
Cuando se disponía a intentar otro ataque desde otro ángulo, vio que algo estaba pasando, Paco tenía los ojos cerrados, respiraba mucho más fuerte y le puso las manos sobre la cabeza; en suma, no aguantaba más y estaba a punto de correrse. Se preparó para recibir lo que hubiese de recibir lo mejor posible, puso la boca entreabierta en el extremo del miembro y esperó mientras ayudaba con las manos sobre la polla en un movimiento rítmico. Lo que esperaba no se hizo esperar. Una descarga espesa entró con fuerza en su boca, el sabor era similar al de su marido y estaba acostumbrada a tragarlo desde que eran novios, de modo que no fue ningún sacrificio el beber aquel excitante líquido. A lo que no estaba acostumbrada era a aquella cantidad, ya que los borbotones de Paco no cesaban, de modo que cuando vio que iba a atragantarse se retiró un poco y se quedó frente al monstruo para permitir que le siguiese disparando a la cara.
(Narrador: recuerdo que cuando Encarni me contó personalmente este pasaje me resultó difícil mantenerme tranquilo aparentemente porque me excitó mucho escuchar de su boca cómo recordaba que sonreía y casi reía de felicidad mientras recibía los impactos de semen en su cara, ya que se estaba cumpliendo un sueño, una fantasía que meses y meses la había obsesionado).
Cuando la fuente se agotó, volvió la dura realidad. Sobre todo para Paco, que tenía varias clientes en el puesto esperando desde no sabía cuando. Se subió los pantalones tan pronto como pudo y salió haciendo de tripas corazón. Encarni estuvo todavía unos instantes disfrutando de aquella felicidad y cuando poco a poco fue aterrizando, fue recomponiéndose también. Se limpió todo lo que pudo con kleenex que llevaba en el bolso, se vistió y salió del puesto lo más rápido y discretamente que pudo, sin despedirse. Aquel día no fue a comer y volvió a la oficina a terminar de arreglarse antes de que llegasen los compañeros de trabajo. E hizo bien, ya que cuando se miró al espejo del baño, vio que todavía llevaba hilillos de semen por el pelo.
Cuando terminó de recomponerse y se sentó a su mesa de trabajo miró el reloj y recordó que su marido estaría a punto de volver al trabajo, pero todavía en casa, y no pudo resistir la tentación de llamarlo.
(Narrador: Fue una llamada realmente curiosa tanto por el contenido como por la forma. Realmente no es habitual que a uno lo llame su esposa para decirle una cosa así y menos el cómo te lo dice. Yo, que conozco su vocecita dulce y suave, bajita, que acaricia, me imagino la conversación y alucino. Ustedes no conocen su voz, de modo que tendrán que hacer un esfuerzo de imaginación).
"¿Diga?" "Muuuuuuuu" "¿Diga?" "Muuuuuuuu" "Oiga.. ¿quién es?" "Muuuuuuu" "Encarni ¿eres tú?" "Cornudo, ya eres cornudo amor mío" "¿Cómo... qué pasa?" "Que ya te he puesto cuernos, cariño" "¿Qué ha pasado, te ha follado?" "De momento sólo por la boca, pero ha sido increíble" "Cuenta, cuenta..." "Ahora no puedo, cabrón mío, estoy en el trabajo, tendrás que esperar hasta la noche, pero prepárate porque te voy a hacer lo mismo que a él. Ya verás, ya..."
(Narrador: A mí me contaron lo de aquella noche, pero no creo necesario repetirlo aquí, ya que fue una reconstrucción de los hechos, con todo lujo de detalles, para satisfacer la curiosidad de Eduardo.)
La semana se hizo interminable hasta que llegó el siguiente día de mercadillo. Encarni, que se había vestido interiormente de forma muy especial para aquel día, con unas bragas tanga, y que no fue al bar habitual a comer, sino que se fue directamente al mercadillo. Y su desilusión fue tremenda porque no estaba Paco. Estaba sola Pilar, que le explicó que su marido había tenido que ir al Ayuntamiento a renovar unos permisos de instalación del mercadillo. Encarni disimuló su desilusión lo mejor que pudo y se interesó por algunos artículos, terminó comprando unas bragas y unos calzoncillos para ella y su marido. Entonces Pilar le hizo un comentario extraño: "No te desesperes, nena, que la semana que viene estará aquí..." "Yo, si no pasa nada, es igual que me atiendas tú Pilar..." "Ya, pero quizás buscabas otra cosa que te pudiera dar él" Encarni se puso muy nerviosa y prefirió no seguir la conversación. Luego, en un momento en que no había nadie más en el puesto, Pilar se acercó y le di jo en voz baja:
"Venga, nena, si no pasa nada, mi Paco siempre me lo cuenta todo y ya sé el rollo que os traéis, pareja de sinvergüenzas..." y le guiñó un ojo. Encarni se ponía de todos los colores, pasaba de uno a otro y no sabía qué decir. Pilar intentó tranquilizarla "No te pongas así, nena, la primera vez que pasó me enfadé con él unos días pero aquello no iba a ninguna parte, así que hicimos las paces en la cama, como debe ser, y acordamos que siempre me lo contaría todo. Y yo a él también, por supuesto. Desde entonces, ya se ha tirado a tres o cuatro y ¿sabes una cosa? ahora nos llevamos mejor que cuando éramos jóvenes. Así que tú tranquila, de entre nosotros no sale esto. Tú toma las precauciones adecuadas y disfruta, que la vida es muy corta. Ya sabes, la semana que viene estará aquí... Por cierto ¿llevas vaselina en el bolso?" "No, pero si yo no..." En aquel momento entró otra cliente en el puesto. Pilar siguió con sus consejos "Pues deberías, es muy útil, ya sabes... para los labios" Y le volvió a guiñar un ojo.
Encarni salió a toda prisa del puesto sin saber muy bien qué pensar y se pasó toda la tarde en una confusión enorme. Cuando llegó a su casa Eduardo la esperaba dando brincos de excitación y se llevó, también él, la desilusión del día cuando Encarni le dijo que no estaba Paco, aunque omitió todo lo demás.
Las dos semanas siguientes Encarni no se atrevió a ir al mercadillo. No sabía cómo debía reaccionar ni lo que debería hacer. A la tercera, Encarni se vio en una decisión importante para todo aquello. Ella salía aquel día de vacaciones y durante un mes no iría por allí, de modo que si no iba aquel día al mercadillo, debería ser mucho tiempo después. Al final, se armó de valor y decidió ir aunque no sabía qué debía hacer o cómo comportarse. Sin embargo todo iba a ser mucho más fácil de lo que ella pensaba.
Cuando llegó al puesto estaban los dos, Paco y Pilar, que la saludaron como siempre. "Coñico, ¿qué ha pasado? ¿dónde te metes? nos tienes abandonados..." "Es que he tenido mucho trabajo y me he tenido que traer un bocadillo y comer en la oficina..." "Vaya por Dios ¿y hoy tienes tiempo? porque tengo muchas novedades" Encarni miró a Pilar que le sonrió cómplicemente. "Sí, hoy sí tengo un poco más" "Pues vamos. Pili... ¿te puedes hacer cargo del puesto tú sola mientras que le muestro la colección otoño invierno a Encarni? Vamos a tardar un rato..." "Claro que sí, aquí hay mujer para lo que haga falta" dijo Pilar acabando con una de sus sonoras carcajadas.
Encarni estaba roja de vergüenza y de excitación y entró en el probador que tan bien conocía, Paco entró detrás y le dijo "No es aquí, la colección de otoño invierno la tengo en una sala especial, es por aquí..." Salieron por entre las lonas que formaban el probador y Encarni vio que al lado, justo donde vio a Paco orinar aquella vez, había ahora otro tenderete similar al probador. Paco abrió la "puerta", que estaba formada por una sábana atada con hilos, como lazos. "Pasa..." Encarni entró y mientras Paco se entretenía en atar de nuevo los lazos de la puerta ella pudo ver que el habitáculo estaba vacío, salvo una gran colchoneta inflable de playa, unos cojines y un par de cajas de cartón. El resto del mobiliario lo completaba un cajón de madera sobre el que habían dos Coca colas de litro y unos vasos de plástico.
"Las cocas están fresquitas, las acabo de traer del bar. Aquí se pasa mucho calor. En las cajas de cartón está la ropa, cuando quieras empiezas a probártela." "¿Y cómo sabías que iba a venir para traer las coca colas frescas?" "No lo sabía, también las he traído las dos semanas pasadas y luego no has venido" "¿Y también has montado esto las otras dos semanas?" "Claro, me ha ayudado la Pili, hemos tenido que venir una hora antes al mercadillo estas últimas semanas" "¿Y qué ropa es?" "¿Qué ropa va a ser, coñico, bragas y sostenes de esos que cuando te los pongas tu marido va a aullar como un lobo" Encarni ya se sentía mucho más desenvuelta "¿Y tú también aúllas?" "No sé, vamos a ver..."
Encarni se dispuso animar aquello haciendo un pequeño pase de modelos. Se desnudó completamente, sin prisas, y se puso un juego de los que encontró en las cajas. Era totalmente transparente. Como en aquella ocasión no hacían falta más disimulos, Paco se sacó el miembro ante el espectáculo y empezó a acariciarse. Y cuando Encarni volvió a ver su "oscuro objeto de deseo" al aire libre, decidió que el pase de modelos ya había sido lo suficientemente extenso, así que se acercó a Paco, le soltó el pantalón como la vez anterior y luego se agachó para sacárselo por los pies y dejarlo desnudo. Aprovechando la postura agachada cubrió de chupetones la cabeza de aquella polla que la volvía loca. Paco no fue capaz de quitarle las bragas y el sujetador normalmente, no resistió la tentación de romperlos con sus manos y dejarla en pelotas a lo bruto. Le gustó tanto como a Encarni, a la que nunca habían desnudado así.
"¿Te has traído la vaselina?" Encarni recordó entonces el consejo de Pilar. "No, lo siento". "Bueno, haremos lo que podamos, pero no va a ser igual." Le dijo a Encarni que se acostara en la colchoneta y se abriera de piernas. Luego se acostó él y le puso la cara entre las piernas. "Tendremos que suavizártelo así" e inició un largo cunnilingus. Encarni no tardó ni un minuto en tener un fortísimo orgasmo, y luego otro y otro. Paco se sorprendió de tantos orgasmos seguidos "Nena ¿es que nunca te habían comido el coño?" "Sí, muchas veces, pero nunca en un sitio así, tan cerca de la gente que pasa por la calle, es tan... excitante el oírlos, casi podría tocarlos..." "¿Y yo? ¿te lo como bien?" "Lo haces muy bien" y le cogió la cabeza y volvió a llevársela entre las piernas, invitándolo a que siguiera su tarea.
En realidad, Paco no era tan bueno comiéndolo, su marido era mejor, pensó. Lo fuerte de Paco era su herramienta, no su técnica. Eduardo era mucho más sensible, más hábil en buscar todos los rincones y puntos sensibles. Paco se limitaba a lamer y lamer. Sin embargo, aquello eran... tremendo, estar así, desnuda y abierta de piernas sobre en una colchoneta en la calle, separada por una sábana del río de gente que pasaba detrás, que... se volvió a correr una y otra vez. A Paco había que reconocerle otra virtud más: era incansable. Encarni estaba en la gloria pero llevaban así ya un rato muy grande y le apenaba un poco ver a Paco, que con su gordura estaba incómodo en la postura, sudando y chupando, chupando y sudando. "Paco ¿cambiamos?" "¿Te cansas de esto?" "Yo no, lo digo por ti" "Entonces, sigamos un poco, será mejor que lo tengas muy, muy, muy mojado, ya lo verás..."
Encarni lo comprendió efectivamente cuando Paco decidió ascender por Encarni y cambiar la lengua por otra herramienta. Cuando inició la penetración Encarni abrió mucho los ojos y solamente dijo "Dios". Paco apretó un poco más y los labios de la vagina de Encarni se tensaron al máximo. "Para, para, me vas a matar" Paco paró y luego volvió de nuevo. La operación se repitió varias veces. Encarni sentía una enorme excitación por aquella polla monstruosa que intentaba entrar en ella... y mucho dolor también. Cada vez que Paco apretaba, ella le decía que parara, él paraba y volvían a empezar. En un momento dado, Paco le dijo "Coñico, si quieres lo dejamos, por mí no te preocupes, pero así no lo vamos a conseguir" "¿Dejarlo? ¡Ni lo pienses! Llevo más de un año soñando con esto y no me voy a rendir..." "Entonces habrá que hacerlo de otro modo, yo ya he vivido esto otras veces y así no lo vamos a conseguir. Si quieres que lo hagamos, tendrás que sufrir un poco." "¿Qué hay que hacer? dímelo" "Tengo que metértela de golpe" "Prepárate, nena..." le dijo mientras aplicaba la cabella gigantesca de la polla a la entrada de la vulva. "A la de tres, muerde fuerte la madera". "¡¡¡Una, dos, y... ¡¡tres!!!".
(Narrador: Sólo una breve nota. ¿Se imaginan ustedes a mí, escuchando de mi vecina, en presencia de su marido, todo aquello?)
Encarni no sangró, por suerte. Pero el dolor fue infernal. Se sintió empalada, como si la hubiese colocado sobre el palo de un semáforo, según sus propias palabras. Apretó la madera hasta dejar las marcas de los dientes en ella. Lloró a raudales en silencio. Las lágrimas le mojaron el pelo más que el sudor. Después de penetrarla Paco se quedó quieto, muy quieto, dejando que la vagina se adaptara lo que pudiera a su nueva situación, totalmente estirada y tensa. Después, recordó el cursillo de parto sin dolor que había realizado en la Asociación de Vecinos e intentó relajarse lo más posible, soltó la madera de la boca y comenzó a respirar por la boca fuertemente intentando controlar el dolor.
Al mismo tiempo, Paco, que se había portado como un caballero, aguantando todo aquello sin ceder a la tentación de moverse, empezó a moverse muy poco. Encarni aceleró las respiraciones porque así le dolía más, pero se dijo que no iba a decirle más que parara. O terminaba aquello o no se llamaba Encarni. Paco iba bombeando poco a poco, el dolor cedía también poco a poco. Entonces, una frase se encendió en su mente: Por fin... "Estaba follando con Paco" "¡Estaba follando con Paco!" "¡¡¡SE ESTABA FOLLANDO A PACO EL GITANO!!!. No pudo evitar una risa nerviosa... Por fin aquella polla era suya de verdad. A partir de entonces, el 2 de Septiembre sería una fecha memorable y a celebrar en su vida como su cumpleaños o su matrimonio.
Sintió curiosidad por sentir hasta dónde había entrado y llevó la mano a la vagina. Palpó el miembro y comprobó, desilusionada, que sólo tenía dentro la mitad, aproximadamente.
"Aprieta, Paco, aprieta. Métemela entera, ¡entera!". "Estás loca, coñico, es imposible. Lo tienes lleno y no entra nada más. ¡Qué más quisiera yo!" "Bueno, pues aunque no entre, empuja más, quiero notar cómo empujas" Y Paco empujó, efectivamente empujó una y otra vez. Encarni sentía dolor y placer, pero cada vez menos de lo uno y más de lo otro. Poco después volvió a sentir un nuevo orgasmo, el último lo había tenido cuando todavía se lo estaba comiendo Paco. Aquello era buena señal. Luego otro, y otro... De pronto cayó en la cuenta de algo.. "Paco ¿tú no te piensas correr?" "Estoy aguantándome, reina, quiero que disfrutes tú primero" Aquello sí que era grande. El vendedor de un puesto de un mercadillo se la estaba tirando en una colchoneta y estaba comportándose como todo un caballero galante, cuidando de su placer. "Vamos Paco, córrete, quiero que me inundes, quiero que me des tanta leche como me diste el otro día por la boca, vamos... vamos... lléname ya...". Aquello fue superior al aguante de Paco y disparó una enorme descarga en su interior.
Cuando pararon, Paco se salió de Encarni y quedó tendido boca arriba junto a ella, con los ojos cerrados. Encarni se incorporó un poco y se quedó mirando a Paco con agradecimiento. Miró su barrigota, llena de sudor, su camisa abierta mostrando el pecho cubierto de pelo espeso y negro, aunque ya con muchas canas, y sobre todo miró aquella hermosa herramienta, húmeda y abatida por la batalla, pero que aún así sería la envidia de muchos hombres jóvenes en plena erección. Le pareció un salchichón enorme, acostado sobre el vientre de su dueño. Lo tomó con la mano y empezó a acariciarlo. Luego la lujuria y el deseo la invadieron de nuevo y lo tomó con las dos manos y comenzó a pajearlo. Pero Paco protestó. "No, coñico, no. Ahora no puedo... Si fuese más joven no te irías sin alguno más, pero ya no tengo veinte años. Tendríamos que esperar una o dos horas y no puede quedarse Pili tanto tiempo sola." "No te preocupes, Paco, has estado fantástico. Te lo agradezco mucho." "¿A mí? Al contrario, nena.
Primero salió Paco. Encarni se quedó algo más arreglándose. Cuando salió había clientes en el puesto. Paco la miró y le sonrió. Pilar le dijo "¿qué, nena, te ha gustado? Me parece que sí por la cara de felicidad. La sonrisa te llega de oreja a oreja..." "Pues ya sabes el género que llevo -dijo Paco- y yo lo que quiero es vender" "Sí, pero a ver si le buscas un lío con su marido, que a lo mejor él no quiere que se gaste tanto" le regañó Pilar. Ahora era el momento de sorprenderles yo a ellos: "No, si mi marido sabe lo que compro" Los dos se quedaron mirándola fijamente. No sabían si Encarni había entendido el doble sentido de sus palabras o si estaba hablándoles realmente de ropa. "¿Tu marido sabe lo que te llevas hoy de aquí...?" preguntó Pilar. "Sí lo sabe, y está impaciente por verme esta noche. Y como seguramente le gustará mucho, estará encantado de que venga las próximas semanas al mercadillo a buscar más". Los dos estallaron en carcajadas. "Así me gustan a mí los maridos de mis clientes. Que sean generosos.
Fue una suerte que Encarni saliera de vacaciones ese día porque no habría podido ir a trabajar los dos o tres siguientes, ya que no se podía sentar ni apenas caminar. La irritación de la vagina era tan grande que tuvieron que traer de la farmacia crema y además tomar analgésicos para el dolor.
Eduardo disfrutó mucho aquella noche con el relato de su mujer pero, desde luego, no se la pudo follar. Se tuvo que limitar a una buena mamada. Luego cuando la veía andar por la casa despacito y con las piernas abiertas se reía de ella. Encarni también se reía y le decía "La culpa es tuya por ser tan cabrón. Si no fueras un cornudo yo no estaría así.".
Días después Encarni estaba restablecida y con la lujuria intacta. Llegó el día de mercadillo y, aunque estaba de vacaciones, no pudo dejar de ir. Como no la esperaban, Paco y Pilar no habían preparado la "habitación". Entraron al probador y Paco la penetró un poco, de pie, "para evitar que se le cerrara de nuevo el coño" dijo. Fue doloroso pero mucho más llevadero. Encarni le premió con una rápida mamada y quedaron en verse la semana siguiente, esta vez con más comodidad. Y así fue. En las fechas siguientes, un día a la semana, Encarni era follada en todas las posturas que podía ser follada; de pie, acostada, desde atrás, ora abajo ora arriba,... lo que nunca llegaron siquiera a intentar fue penetrarla por el culo. La experiencia había sido suficiente para saber que aquello era inviable totalmente. Además, tanto ni a ella ni a él les gustaba mucho esa vía, por lo que no fue ningún problema renunciar a la sodomización.
Terminaron las vacaciones y Encarni volvió al trabajo y a las visitas semanales al mercadillo. Las prácticas fueron un éxito ya que el coño de Encarni se adaptaba mucho mejor ya a la polla de Paco, los dolores eran mínimos y el placer máximo. Además, de tanto probar e intentar, Encarni también fue capaz de abrir la boca lo suficiente para tragársela. Y aunque nunca alcanzó a entrar más allá de un tercio de la longitud total, al menos ambos quedaron satisfechos con mamadas "completas". Paco era de esos hombres (como la inmensa mayoría) a los que le encanta que se la chupen. Y Encarni era de esas mujeres (como una minoría, cada vez más grande, pero minoría aún) a las que les encanta chupar pollas.
Eduardo disfrutaba enormemente con los relatos semanales de su mujer y las sesiones de sexo que tenían parejas a los relatos. Pero cada vez crecía algo más en él: el deseo de verlo. Necesitaba ver aquella polla inmensa entrar en el coño y en la boca de su mujer, no le valía con imaginársela. De modo que Encarni se lo planteó a Paco y Pilar. Paco estuvo conforme en hacerlo delante de él y a Pilar le dio mucha risa. Encarni tuvo que aguantar bromitas fuertes "Entonces, nena, tu marido es cabrón pero cabrón de verdad. Un cabrón pata negra, vamos" y una gran carcajada. Encarni pensó que como aquello sería una vez nada más, quizás merecía la pena hacerlo bien e invitar a Paco y Pilar a la casa un domingo, así lo harían con total comodidad a salvo de interrupciones imprevistas, sin prisas por motivos de trabajo y con facilidad para Eduardo de observar lo que quisiera.
El día grande llegó. Si para Encarni fue una fecha memorable el 2 de Septiembre, para Eduardo lo fue el 14 de Diciembre. Ese día iba a ver como se tiraban a su mujer delante de sus narices.
Y así fue. Completaron un día redondo. Paco llegó a media mañana y se marchó después de cenar. Él y Encarni estuvieron todo el día desnudos frente a los ojos primero asombrados y luego admirados de Eduardo por la herramienta de Paco. Reconoció que él tampoco había visto nunca nada parecido y que si hubiese visto algo así en alguna revista o película habría pensado que era un trucaje. Dijo que comprendía mejor el que su mujer hubiese quedado como quedó cuando se la vio.
Eduardo quiso tomar fotos con su cámara digital pero Paco se negó. Dijo que pensaba que era mejor que no quedaran testimonios de aquello y pensaron todos que quizás sería mejor así, aunque era una tentación conservar imágenes de algo como aquello. Eduardo tuvo que conformarse con guardar en sus retinas y en su memoria aquellas imágenes fantásticas de su mujer utilizando aquel instrumento de mil formas diferentes. Por eso Encarni le dijo que se fijara bien en todo lo que iba a hacer. Como no había romance, sino solamente sexo, no había necesidad de preámbulos y podían ir directamente al grano, sin embargo Eduardo pidió que bailaran desnudos al principio, le parecía extremadamente morboso ver a su mujer realizando un auténtico "baile sucio". Dejaron el salón con poca luz, bajando las persianas ya que era de día, y pusieron música suave. Paco tomó a Encarni y comenzaron a bailar; aunque al principio del baile el arma de Paco no estaba en toda su plenitud, lógicamente fue ganando a medida que bailaban agarrados.
Aquello le sugirió a Eduardo que hicieran una cubana para que él lo viese y entonces se dieron cuenta de que pese a la facilidad que suponía la longitud del rabo de Paco, nunca lo habían hecho en sus múltiples encuentros sexuales. Por eso, se pusieron manos a la obra con entusiasmo. Encarni cayó en la cuenta de que tampoco le había pedido a Paco que empleara palabras soeces con ella, algo que la excitaba mucho cuando lo hacía su marido. Parecía que la tranquilidad y la seguridad de la casa despertaba la imaginación. Paco no estuvo muy por la labor en aquella faceta, no le salía decirle obscenidades. Encarni le dijo "¿cómo es posible que lleves años diciéndome coñico, aun cuando no me conocías y ahora que llevas meses follándome no seas capaz de decirme puta?" "no es igual coñico, eso era con cariño y esto me resulta violento" "vamos Paco, por favor". Al final entre marido y mujer lo convencieron y mientras que Paco iniciaba la cubana poniendo su instrumento entre las tetas de Encarni.
Para Encarni fue un adorno más, para Paco no fue nada especial ya que lo hacía un poco forzado y sin salirle desde dentro. Sin embargo, para Eduardo fue algo fantástico. Si había llevado bastante bien el lo visto hasta ahora, en cambio el oír como decían obscenidades a su mujer le excitó hasta lo inimaginable. Sufrió una erección tremenda y se corrió sin tocarse, aunque nadie se enteró porque estaba sentado en un sofá, luego se buscó una excusa y se cambió de pantalones cortos rápidamente. Sin embargo, su entusiasmo no decreció y animaba a Paco una y otra vez a que siguiese con los epítetos. Tanto le entusiasmaba que Paco llamara guarra, zorra, etc. a su mujer que Encarni se mosqueó un poco, medio en serio medio en broma y le pidió a Paco que además de insultarla a ella también llamara cabrón a su marido. "Venga puta, chúpame la polla, seguro que el cabrón de tu marido no lo tiene así, disfruta de algo grande alguna vez. Fíjate como mira lo bien chupas, el muy cornudo".
Cuando estaban en plena cubana, Encarni le dijo a Paco: "Cuando te vayas a correr avisa para que mi marido no se pierda nada" "Tranquila, coñico, ya pensaba hacerlo". No tardó mucho. Paco empezó a resoplar, su gran barriga se contrajo y dijo "Atento Eduardo, que voy". Eduardo se levantó y se acercó a la cara de su mujer diciendo "pero trágate lo que puedas, como me dijiste que pasó con la primera mamada, quiero ver todo lo que has hecho". Dicho y hecho. Paco aplicó la polla a la boca de Encarni, que ahora sí era capaz de abarcar completamente y empezó a correrse. Encarni intentó agradar a su marido y empezó a tragar todo lo que podía, hasta que se le salía por las comisuras de los labios. Entonces fue Eduardo el que gritó "ahora por fuera". Paco se la sacó y la guió con su mano mientras seguía disparando. El semen salpicaba a Encarni por todas partes: ojos, nariz, mejillas, cabello,...
Cuando todo acabó y Paco se apartó de Encarni, ésta con los ojos cerrados porque los tenía cubiertos de leche, le pidió a su marido una toalla. Una vez aceptablemente limpia, comentaron entre los tres lo fantástico que les había parecido a todos la experiencia y se sentaron en la terraza, en tumbonas, a tomar el sol y a esperar que Paco se repusiera. Al ser un ático, la terraza de mis vecinos gozaba y goza de total intimidad para poder hacer esas cosas. Encarni se puso pegada a Paco y comenzó a juguetear con su polla que estaba morcillona, mientras que hablaban de cosas banales. A Eduardo le encantaba ver la escena de su mujer hablando de asuntos no sexuales mientras que acariciaba una y otra vez el "nabo" gigantesco de Paco, como decía él. Al cabo de un tiempo, el susodicho nabo empezó a dar muestras de estar vivo y fue cobrando rigidez, por lo que terminó por estar totalmente tieso y pegado al cuerpo de Paco, que seguía tumbado boca arriba.
Encarni le dijo a su marido "Bueno ¿quieres ver cómo me la meto?" "Claro que sí" Entonces Encarni le dijo a Paco "Es que a veces jugaba a cabrearme diciendo que todo era mentira, que yo no era capaz de meterme una polla como yo le contaba y que me lo había inventado todo. Y yo le decía que ya llegaría el día en que me la metiera delante de sus ojos para que se convenciera. Y el momento ha llegado. Ahora verás". Encarni cogió el bote de la vaselina, porque a pesar de todas las experiencias vividas todavía era aconsejable y la aplicó cuidadosamente sobre la polla de Paco, especialmente en el capullo, ya que era la parte que tenía que abrirse paso.
Paco fue a levantarse pero Encarni le dijo que no, que siguiera así, ya que por su barriga ésta era la postura más cómoda para él, y quería que centrara todos sus esfuerzos en bombear. Abrió las piernas y se colocó a horcajadas sobre Paco y de frente hacia él, que seguía cómodamente sobre el grueso colchón de la tumbona. Luego, con su manecita de ángel buscó la tremenda polla que contrastaba con ella tanto por el tamaño como por el color, y la guió hasta poner la punta en el agujero de entrada de su coño".
"Prepárate maridito mío y mira cómo desaparece dentro de mí."
Eduardo se acomodó detrás de su mujer, dispuesto a no perderse detalle. Luego Encarni comenzó a bajar poco a poco. Siempre que lo hacía tenía que hacer alguna parada para coger ánimo, ya que al principio el dolor todavía aparecía. Sin embargo, esta vez quería que fuera de un tirón, quería lucirse ante su marido. Así que se mordió los labios, se cogió con fuerza a los lados de la tumbona y siguió empujando seguido hasta el final. Como es lógico, no cupo entera, ya que ella solo tenía capacidad en su vagina para la mitad, pero el recorrido fue de un tirón. Cuando llegó a su tope, Encarni empezó a subir y bajar, primero despacio y luego más rápido. Entonces, cuando hubo recobrado el habla, le pudo decir Eduardo "¿Y ahora qué, cabrón, me la trago o no me la trago? ¿Has visto qué pedazo de polla es capaz de follarse tu mujer, cornudo mío?" Eduardo estaba sin habla, no sabía ni qué decir ni qué pensar.
(Narrador: Cuando Eduardo me explicaba esto, me insistía una y otra vez en que no es fácil decir lo que se siente y me invitaba a ponerme en su lugar para entenderlo. Me decía "tú piensa que estás viendo, desde fuera, como un espectador que eres, el coño de tu mujer, algo que siempre ha sido tuyo y únicamente tuyo, lo más sagrado, lo más íntimo, tu territorio exclusivo, y que ese coño se abre, se abre, se abre y si estira, los labios se convierten casi en una línea de estrechos y tirantes que están, y una polla tremenda, ajena a ti, va entrando y entrando, y luego empieza el mete y saca, y los sonidos, que se clavaban en mis oídos y que nunca seré capaz de olvidar; de una parte se oía el sonido de succión de la tremenda verga en la vagina de mi mujer, de otra los resoplidos de Paco, luego los gemidos de placer de mi mujer y por último, lo mejor o lo peor, según el día que lo recuerde, la voz de mi mujer diciendo a alguien que no era yo: "vamos, fóllame, fóllame, fóllame, más, más, mete más, métemela más, méte más".
Cuando Paco no pudo más, se corrió. Aunque, como siempre, fue un caballero y aguantó todo lo posible para que mi vecina se corriera antes, cosa que ella logró dos o tres veces. Luego, el orgasmo de Paco. Al poco de correrse, el semen comenzó a deslizarse por entre los labios de ella y la parte de polla que quedaba fuera de Encarni y se fue depositando sobre el cuerpo de él. Según Eduardo, fue una visión impactante, como corresponde a una situación así, pero mucho menos espectacular que la cubana con los chorros de semen cayendo sobre la cara de su mujer.
Después de aquello, comieron y volvieron a tener sexo por la tarde en diferentes lugares y diferentes posturas. Paco se corrió aquel día 4 veces en total, lo cual no es para salir en el Guinness de los récordes pero que para su edad estuvo más que bien. Cuando se hizo la hora de marcharse, Eduardo pidió una nueva cubana, ya que había sido lo más exitoso del día. Encarni estuvo encantada con la idea, pero Paco no podía más. Pese a que Encarni utilizó todos sus encantos y empleó la boca a fondo, el monstruo no llegó a adquirir la rigidez del principio.
Entonces Encarni sugirió volver a hacer otro baile sucio. Pusieron música y bailaron, pero la herramienta de Paco no miraba ya al cielo sino al suelo. Encarni la tomó con sus manitas y la pajeó un rato, lo que parecía que iba a devolverle la vida porque se puso semierecta, pero fue un espejismo. Al final Paco pidió disculpas y se veía un poco avergonzado. Encarni y Paco se dieron cuenta de que lo estaban humillando con sus intentos y cambiaron inmediatamente de rumbo. Se vistieron todos y salieron a la terraza a tomar café y hablar de todo en general, como unos amigos más. Al final, se despidieron de Paco, le dieron las gracias de todo corazón y se marchó.
Como las reservas de Eduardo estaban casi intactas, Encarni tuvo que desnudarse otra vez y siguió una larga noche.
Después de aquello, Encarni siguió yendo al mercadillo durante varios meses y siguió follando con Paco satisfactoriamente para todos. Pero un día Encarni le dijo a su marido que quería tener un hijo ya. Eduardo le dijo que tendría que dejar de tomar la píldora y ya no podría tener encuentros sexuales con Paco, al menos a pelo. Encarni le dijo que eso no era ningún problema, que no pensaba ya tenerlos ni a pelo ni con condón. Su deseo estaba satisfecho y aquello había llegado a su fin.
A la semana siguiente, Encarni fue a ver a Paco y a Pilar y les dijo lo que habían decidido. Paco recibió la noticia con un poco de tristeza, pero reaccionó bien. En los ojos de Pilar, aunque era así de abierta, creyó ver un reflejo de satisfacción. Encarni le dijo a Paco, en voz bajita, que como era la última vez que se iban a ver como amantes, si quería algo especial. Paco le dijo que quería una cubana como cuando fue a su casa, había sido algo especial también para él. Pasaron atrás y se la hizo. Encarni procuró dejar buen recuerdo en Paco y se empleó a fondo, utilizó la boca como ella sabía y le extrajo a él hasta la última gota. Luego salieron y Pilar le dio un kleenex a Encarni entre risas. Ella entendió en seguida de lo que se trataba, y riendo también se dio la vuelta para que no la viesen los clientes, sacó su espejo de mano y dejó su cara en condiciones. Hablaron un rato más sobre el nombre que querían poner al niño y todo ese tipo de cosas. Y allí acabó la historia.
Después de aquello. Encarni siguió yendo al mercadillo mientras siguió trabajando como una cliente más. Luego se quedó embarazada y tuvo una niña y después un niño.
Hoy, Eduardo le dice a veces que si ella siente necesidad otra vez de repetir aquello, él no tiene ningún problema. Es más, lo desea. Pero ella dice que esa etapa ya pasó. Que no necesita más que a su marido y que no renuncia a aquella etapa, pero que no es la misma Encarni de ahora que la de entonces.
Yo, narrador, cuando la veo pasar con su cara y su voz angelical, cogiendo a sus hijos de la mano, no puedo evitar pensar en esa cara cubierta de otra cosa diferente al maquillaje que lleva hoy y que esas manos asieron sin ningún empacho otra cosa que las manitas de sus hijos. Y siento algo raro dentro de mí.
Ella, que sabe lo que pienso porque una vez se lo dije, me mira y se sonríe.
Si alguien quiere hacer llegar algún comentario o alguna experiencia similar a mis vecinos, con gusto se la trasladaré si me la envían a cornud@yahoo.com