El mercadillo.
..ella va casi desnuda, con sus chanclas de dedito, un pantalón tan corto que muestra la mitad de su voluptuoso trasero..su novio la sigue a unos cinco metros de distancia, viéndola cómo provoca a la concurrencia..Hace un calor horroroso dentro de la caja metálica en penumbra..empieza a lamer su sex
Ese calor húmedo de agosto en el Mediterráneo, ese bochorno, el aire muerto, de tono anaranjado, el polvo agarrado tiñéndolo todo. Ese ir y venir pesado de la multitud apretada entre las paradas, vistiendo sus vestidos multicolores. Montañas de ropa sobre el suelo, gritos roncos de vendedores
Señoooras, señoraaas,
Que se me lo llevan.
Pies que buscan no pisarse, cuerpos que se aprietan alrededor de una oferta chollo ganga, mezclando sus olores, enredando sus brazos.
Y ella, exultante como una gitana del mercado que chilla
Vamo que noh vamo,
Es centro de las miradas de los hombres, unos miran con disimulo, otros recorren con sus ojos su cuerpo impunemente, como si lo hicieran con la lengua y le gritan cosas
Rubiaaa, que estoy que me salgo
Luego te llamo guapa
Es el centro de las miradas de las mujeres, con los ojos le dicen desvergonzada y cuidan de que sus maridos no memoricen su desbordante belleza. Otras parecen tenerle envidia.
Y es que ella va casi desnuda, con sus chanclas de dedito, un pantalón tan corto que muestra la mitad de su voluptuoso trasero y un top tan ajustado que marca su pezones como madalenas. Lleva su pelo liso y dorado recogido en el ajuste de la gorra de béisbol y cubre sus ojos con unas grandes gafas de sol italianas de las que venden los ilegales. Saborea un helado de horchata lamiéndolo con la lengua y muchos querrían convertirse en ese momento en un polo de horchata.
Lo que nadie sabe es que su novio la sigue a unos cinco metros de distancia, viéndola cómo provoca a la concurrencia. Es él quien lo ha querido así. La ha hecho vestirse de esa manera, casi desnuda, y le ha introducido un consolador anal de color rosa, largo y gordo hasta el fondo, realmente incómodo. Ha metido las bolas chinas en su sexo humedecido previamente con una crema que crea una intensa sensación de calor y sobre su clítoris ha ajustado un vibrador de mariposa que puede activarse o desactivarse con un mando a distancia que él lleva en su bolsillo. Luego, le ha hecho ponerse las bragas y el pantaloncito para sellarlo todo. Le ha atado los pechos con una cuerda fina y suave, apretando sus volúmenes, así no necesita sujetador y solo los cubre el top que nace justo debajo de sus pechos y la tapa hasta el cuello. El collar siempre lo lleva, es de cuero trenzado, muy estrecho, con una pequeña argollita en el cierre, parece más una joya que un collar de pertenencia.
Busca unos pantalones tejanos en una parada muy concurrida y su novio activa el vibrador a máxima potencia. Un escalofrío la recorre como una descarga eléctrica.
Tiene demasiado calor, va a la auto caravana que es churrería y bar y pide una cola bien fresquita. El vibrador mueve su clítoris hinchado mientras busca calderilla en el fondo caótico de su bolso, las bolas chinas parecen querer escaparse de lo húmeda que está. Sus bragas ya deben estar mojadas y pronto la humedad traspasará el pantalón, todos podrán verlo, pues es de color claro. El consolador clavado en su recto la incómoda, la hace caminar con el culo salido, los pechos parece que vayan a romper las cuerdas que los envuelven de tan prietos, de tan duros. Tiene un orgasmo delante de la parada de aceitunas, lo contiene mordiéndose los labios. Hay un hombre barrigón a su lado, con una camiseta imperio que no puede cubrir su cintura, sudando a raudales. Le mira lascivamente y extrañado por su expresión.
La humedad empieza a dibujarse en la entrepierna, ha de hacer algo para remediarlo, decide comprarse los pantalones sin pensárselo mucho, unos cualquiera que encuentra en la parada sombreada y bien organizada de unos marroquíes. Ahora ya lo hace por necesidad. Coge un par de ellos y el empleado joven la acompaña al camión que les vale de probador. La ayuda a subirse y le dice muy profesional:
Si quieres otra talla, me llamas.
Hace un calor horroroso dentro de la caja metálica en penumbra. Hay paquetes de ropa al fondo y un taburete de plástico. Se descalza, el suelo está sucio, se baja el pantalón corto y con dificultad se enfunda en los tejanos elásticos, le van muy prietos y con el esfuerzo, acaba empapada de sudor. El vibrador vuelve a conectarse mágicamente con un zumbido amortiguado y el placer nuevamente la vence. Tiembla, se aprieta contra la pared de la caja, juntando las piernas, mareada por el calor y no puede evitar que su placer estalle con todas sus fuerzas. Gime, y teme que sus gemidos se escuchen, pero fuera sigue el ruidoso ir y venir de la multitud. Cae extasiada al suelo y la puerta se entreabre, es su novio, la observa un momento satisfecho.
Espera aquí – le dice.
Y escucha cómo conversa con el vendedor detrás del camión. No entiende qué dicen, pero lo imagina.
Al poco rato entra el muchacho marroquí. Es muy alto y delgado, de rostro hermoso. Huele a sudor de haber trabajado. Se le acerca sin reparo, le estira los pantalones y ella no se resiste, la manosea y sus manos son acogidas por sus carnes como si estuvieran hechas para ellas. Arranca las bragas y descubre la suerte de instrumentos que alberga en sus orificios, los arranca y empieza a lamer su sexo con fruición. Ella se tapa la boca con la mano para no gritar. Su siguiente orgasmo ya había estado gestado desde el precedente, desde que entrón desde que la tocaron sus manos. Se corre en su boca para su sorpresa, enseguida y con furia.
Él tiene la cara mojada, ríe divertido. Dice con acento salivero:
Sí que es verdad que eres una guarra.
Y la voltea y la coloca a cuatro patas, ella escucha el ruido de su bragueta, siente su polla caliente fregándose en su culo. Le manosea sus abultados pechos y descubre las cuerdas que los aprietan. Eso le vuelve loco. Resbala en la humedad de su sexo y la ensarta bien hondo, sujetada por la espalda de las cuerdas que la cruzan, la mueve a su placer, rápido, de manera animal. Chilla, chilla sin saberlo pero ya le da igual. Resbalan en sus sudores mezclados. La gira de nuevo, sobre el suelo abre sus piernas, las levanta hasta que sus rodillas tocan sus pechos, abierta y chorreante le dice:
sí, fóllame.
Y él entra y sale sobre ella, como un pistón, un embolo maquinal. Se tensa al borde del orgasmo, ella ya no sabe cuantos ha tenido. Retiene su esperma para sacarla y meterla en su boca. Los labios que le aprietas, la lengua saliveante bailando su carne, los ojos pintados hasta la exageración, la agarra del cabello rubio de bote, se la clava hasta la campanilla y la llena de su jugo, la saca aun corriéndose salpicando toda su cara.
Muy bien, perrita, muy bien – ronca.
Queda hecha un ovillo sobre los fardos de ropa, empapada y sucia.
Los pantalones te los regalo, guapa.
La puerta del camión se cierra y escucha que dice:
¡Señoras, que se me lo llevan!