El Mercader (4 de 4)
Ya completamente doblegada, Julieta es preparada para su destino final
El Mercader
Ricardo Erecto
Capítulo 4 de 4
Dos semanas más tarde la voluntad de Julieta estaba completamente doblegada. El té de brasilla había otra vez funcionado muy bien. Ya no se resistía a ser castigada, humillada, cogida o cualquier otra penitencia que se le impusiera. La mayor parte del tiempo estaba desnuda y era usada por cualquiera de los integrantes del plantel del “hotel”
Desesperanzada, sin posibilidades de escapar, hasta prefería ser comprada por Sanura y que la metiera a trabajar de puta. Por lo menos no recibía más latigazos en su cuerpo. No sería tratada peor de lo que estaba siendo en ese lugar.
Quería imaginarse lo que era estar en el salón con ropas ajustadas y mostrando las tetas y que llegara algún hombre y quisiera usar sus servicios. ¿Qué le podían pedir? ¿Habría más posibilidades que tuviera que mamarla, se la metieran en la concha el culo? No lo sabía. No tenía información de ese mundo.
¿Dónde quedaría el prostíbulo al cual quería enviarla? ¿Habría muchas putas? ¿Tendría alguna paga o solamente casa y comida? ¿Tendría servicios a domicilio?
Muchas preguntas y pocas respuestas
Evidentemente había sido domada, domesticada o como quisiese llamarse. Ya no pensaba en su vida de estudiante sino en su vida de puta. Se había resignado, a fuerza de castigos y humillaciones. Le pediría a Sergio si podía suministrarle algún libro de instrucción parala profesión. Despuésde todo la metodología de estudio que había aprendido en la Universidad debería aplicarla ahora al nuevo trabajo. Siempre le había gustado hacer las cosas lo mejor posible.
Ya no le avergonzaba estar desnuda, aun mostrando las marcas del látigo, ante cualquiera. Su foto, de gran tamaño, adornaba una de las paredes de la oficina de Sergio, que, orgulloso de tener ese ejemplar de mujer entre la mercadería en venta, quería lucirlo ante las personas que se acercaran a su oficina.
Una vez más Sergio fue a su celda y la llevó a la sala de castigos. Le ató los tobillos y las muñecas. Julieta dejaba hacer. Le fijo una cadena a los tobillos y la levantó quedando ella en posición invertida. Sus brazos pendían hacia el suelo.
-Julieta, dime ¿qué eres?-
-Una puta Señor.-
Un fuerte azote alcanzó su vientre. Entre cada pregunta y la respuesta seguiría esa modalidad. Una pregunta, un azote, en distintas partes de su cuerpo.
-¿Por qué eres una puta?-
-Porque el Señor Sergio quiere venderme al Señor Sanura como puta.-
-¿Qué harás con el señor Sanura?-
-Haré lo que me indique, pero seguramente trabajaré en uno de sus prostíbulos.-
El cuerpo de Julieta se iba cubriendo de marcas. Los azotes eran fuertes pero ella ya no se quejaba.
-Qué te pueden pedir los visitantes del prostíbulo.-
-Muchas cosas, aunque la principal será cogerme.-
-¿Estás dispuesta a abrir tus piernas para se cogida por dinero?-
-Si el dueño de casa así lo dispone, sí señor.-
-¿Sabes cuál es tu futuro?-
-Ser una puta, pero siempre he querido hacer las cosas muy bien, me esforzaré en ser la mejor puta.-
-¿Y tu culo estará dispuesto a recibirla si un cliente te lo solicita?-
-Sí, haré todo lo que se me pida. ¿Puedo pedirle un favor?-
-Dime.-
-Quisiera disponer de libros o revistas que enseñen secretos de la profesión de puta.-
-Es curioso cómo has cambiado desde que has llegado. El té de brasilla hace maravillas. Creo que ya estás preparada para ofrecerte e Sanura.-
-No puede venderme. No tengo documentos ni identificación de ningún tipo. ¿Cómo me van a identificar para venderme?-
-Los documentos personales los tengo yo, los llevabas en la cartera cuando te secuestramos. De todas maneras no es necesario identificar nada. Simplemente te posesionan, como se posesiona un animal. El comprador te lleva al lugar de trabajo y de allí no podrás salir. Recuerda que serás una esclava puta o una puta esclava, para el caso es casi lo mismo.-
A estas alturas, el cuerpo de Julieta presentaba no menos de veinte marcas frescas sobre su piel, en especial sobre las tetas, el vientre y el pubis Sergio había continuado azotándola El tiempo que había permanecido suspendida de sus tobillos ya estaba llegando a su fin. No era conveniente prolongarlo. La bajó, la desató y apoyándola sobre un caballete, desde atrás la penetró en la vagina.
Nadie que hubiera conocido a Julieta dos o tres meses atrás, la reconocería ahora, dispuesta a prostituirse de esa manera. Los azotes, el ambiente y las condiciones en las cuales tuvo que vivir, sumado al té, habían cambiado completamente su personalidad.
Luego del polvo le indicó que se incorporara. Quería observar ese cuerpo que tanto le había impresionado al llegar. La piel blanca cruzada por rayas rojas producto de los latigazos le gustó tanto que la condujo a su oficina para tomarle algunas fotos.
-Ya tiene fotos mías en su oficina. ¿Quiere más?-
-Sí, esas marcas resaltan más tu cuerpo y quiero conservar esa imagen-
Luego de tomarle varias fotos, en distintas posiciones, la condujo ala celda. Regresóa su oficina, cerró la puerta con un cartel de “No Molestar”. Quería meditar sin ninguna perturbación.
Cuando ingresó Julieta, casi de inmediato pensó en convertirla en esclava, primeramente para vender, pero luego pensó en tenerla a su servicio. La llegada de Sanura, ofreciendo el dinero que quisiera por ella, era una oferta tentadora, pero, ahora, nuevamente dudaba en venderla. Se había acostumbrado a todo, ya no mostraba rebeldía alguna. Muchas necesidades de dinero no tenía, por lo cual podía darse el gusto de mantenerla para su uso personal.
Por la tarea que desempeñaba, habían pasado cientos de mujeres por sus manos, pero nunca se había impresionado por ninguna de ellas, no eran más que objetos a ser comercializados, pero ésta…. ésta era otra cosa. Tenía que tomar una decisión. Si finalmente decidía desprenderse de ella, tendría que ponerle precio y llamar a Sanura, no tenía sentido tenerla más tiempo. Volvió a mirar todas las fotos de tenía de Julieta y sintió una leve erección. Decidió traerla a la oficina nuevamente. La buscó en la celda, regresó a la oficina y dio orden que nadie lo molestara.
Quieta, resignada, imaginó que recibiría nuevos castigos o que quisiera usar nuevamente su cuerpo. Ya casi no le importaba qué debía hacer. No le quedaba otra alternativa que obedecer. Esa palabra resonaba en su cabeza una y otra vez. Recordaba que mientras el látigo golpeaba su cuerpo sin piedad, el verdugo de turno le decía que debía acostumbrarse a obedecer, obedecer y obedecer. Por eso cuando Sergio le dijo que se arrodillara mientras él sacaba la pija del pantalón, le pareció lo más normal y acercando su boca comenzó a chuparla.
Conciente o inconciente hizo la mejor mamada de su vida. Un abundante chorro de semen lleno su boca que, luego de saborearlo, tragó de inmediato. Sergio contempló el cuerpo de Julieta en el que se notaban nítidamente los últimos azotes recibidos y otros, más tenues, de castigos anteriores. Observó con detalle las tetas, cruzadas por cuatro marcas recientes, pero siempre turgentes, firmes, como a él le gustaban las tetas. Se acercó y comenzó a magrearlas, mientras la muchacha dejaba hacer, como lo más natural del mundo.
Luego le indicó que se acostara en el piso, boca abajo. Ahora resaltaba el culo, tan respingón, de carnes firmes, jóvenes. También había marcas de los castigos recibidos. ¡Qué culo! No pudo evitar la tentación y metió su mano entre los cachetes hasta alcanzar el agujero dónde comenzó a introducir el dedo índice. Mientras tanto Julieta permanecía sin moverse, impávida como si en su cuerpo no ocurriera nada.
Otra vez lo asaltaron las dudas. ¿Vendería a Julieta? ¿No era un gusto disponer de esta joven a su antojo? Había domado cientos de mujeres, especialmente jóvenes pero nunca había logrado semejante sumisión en tan poco tiempo. Le ordenó que se volteara y quedara acostada en el piso, pero ahora boca arriba. Se sentó en la parte baja del vientre y comenzó a jugar otra vez con las tetas y los pezones, mientras observaba su rostro con atención. Apenas dejaban trasmitir una leve sensación de dolor y humillación. Apretó más los pezones, para que verdaderamente le doliera. Entonces sí cambió su rostro y alguna lágrima asomó en sus ojos.
-¿Te duele que te apriete así?-
-Sí señor, me duele mucho.-
¿Y vas a hacer algo para que deje de doler?-
-Solamente implorarle que no me retuerza los pezones. Me duelen mucho.-
-¿Qué crees que haré?-
-Continuará retorciéndolo hasta que se considere que ya no le satisface hacerme doler.-
-Has aprendido bien las lecciones. Te premiaré dejando tus tetas en paz.-
-Muchas gracias, señor.-
Sergio se debatía entre venderla o usarla como su propia esclava. Se tomaría unos días más para decidirlo. Una semana más tarde, volvió a visitarlo el Sr. Sanura.
-Un gusto de verlo nuevamente por aquí, señor Sanura.-
-Necesito unas putas, pero en especial quiero una puta, esa que estaba entrenando como esclava la vez anterior que vine.-
-Seguramente se refiere a Julieta, esa estudiante de buen cuerpo que tengo aquí.-
-Esa misma. Necesito una ramera de ese nivel.-
-El problema es que no estoy decidido a venderla. Por un lado quiero tenerla como esclava, azotarle esas hermosas tetitas que tiene, clavársela en esa conchita que sigue apretada y por otro hacerme de buen dinero.-
-Entiendo su indecisión, pero creo que estropear con azotes esas tetas es un desatino. No es fácil encontrar esas tetas y ese culo. En una casa de putas se valora mucho ese cuerpo. ¡Véndamela! Por el precio no se preocupe, pago lo que sea.-
-No es sencillo conseguir mujeres así, jóvenes, de buen cuerpo que pueda traerlas aquí sin problemas. Si fuese así, no me ocuparía de comercializar otra carne, pero es difícil conseguirlas. Por eso mi duda.-
-Vamos Sergio, no me diga que no han pasado por sus manos mujeres de todo tipo y no le creo que ésta sea única. Para coger basta con una concha.-
-Usted se está contradiciendo. Para coger basta con una concha pero antes me dijo que se valoraba mucho como puta. ¿En qué quedamos?-
-Quedamos en que tiene que vendérmela. He sido siempre un buen cliente y no puede negarme ese ejemplar. ¡La quiero para el prostíbulo!-
-Y yo la quiero para torturarla, azotarla, romperle el culo, cogerla y sojuzgarla de las mil y una maneras diferentes.-
-No se excite. Dejemos a esa puta para el final. Necesito cuatro putas más. ¿Qué puede ofrecerme?-
-Tengo listas para la venta seis putas y dos esclavas. Una de las esclavas, aunque más cara, creo que su desempeño como puta será extraordinario. Será una de esas putas que se dejan hacer de todo y por lo tanto se puede cobrar más. Tiene apenas 18 años cumplidos hace tres meses. Su padre me la vendió porque no la soportaba más en su casa.-
-¿Solamente 18 años y ya domada para puta? Esa sí que no me la quiero perder. ¿Se deja coger sin problemas?-
-Sanura ¿aluna vez le vendí una puta que no se dejara coger? Es elemental. Los métodos que uso son infalibles. Verá que no tendrá problemas en ese sentido.-
-Bien quiero ver a esa de 18 años y a las otras que tiene para vender.-
Pocos minutos más tarde entraban en la oficina de Sergio siete mujeres jóvenes, completamente desnudas, con un pequeño cartel colgando del cuello con el nombre yla edad. Lamás joven era la postulante a esclava de 18 y la mayor una joven, traída del interior engañada y convertida en puta, de 27 años. Sanura observó primeramente a la más joven. Le palpó las tetas, el culo, le puso un dedo en la concha y le indicó que se inclinara para mostrarle el ano u los labios vaginales. L muchacha obedeció sin chistar ni molestarse por tener que exponerse de esa manera. Volvió a observarla con ojo crítico para valorizarla.
-¿Cuánto pide por ésta?-
-Ya le dije que no era barata. Pido setenta y cinco mil por ella.-
-Es un poco cara como puta.-
-Puedo venderla como esclava, que se valoriza más.-
-Pasemos primero a las otras.-
Sanura revisó la exhaustivamente a las otras seis mujeres. Todas estaban buenas para el fin que se proponía “el japonés” Eran putas jóvenes, rozagantes y atractivas. Era un buen material. Siempre se preguntó cómo hacía para tener tanto y tan bueno para vender. Conocía otros mercaderes, pero ninguno podía ofrecer la calidad y cantidad en que lo hacía Sergio.
De las seis, eligió tres, que justamente eran las más jóvenes, una de 22 y dos de 23 años. Se las veía bastante asustadas y tímidas pero se habían dejado tocar en todas sus partes sin oponer resistencia alguna.
-Me llevo estas cuatro. ¿Cuánto valen cada una de las putas?-
-La de 22, cuarenta y siete mil y las otras dos cincuenta mil.-
-¿Por qué las de 23 cincuenta mil?-
-¡Mírele el culo de ambas! Son una preciosura. Cincuenta es un regalo.-
-Por las cuatro le pago doscientos mil y no discutamos más.-
-De ninguna manera. Menos de doscientos diez no las puedo vender.-
Los hombres continuaban discutiendo el precio de las mujeres mientras éstas asistían a su propia venta y regateo. Ese fue uno de los momentos más humillantes de su vida, hasta ese momento. Les esperaban cosas peores.
-¿Y qué acerca de Julieta? ¿Cuánto pide por ella?
Sergio no quería venderla. Pero no tenía una buena excusa para con Sanura. Se le ocurrió pedir un precio muy alto.
-Ya le dije que a Julieta la puedo vender como esclava a muy buen precio, por eso no creo que le interese.
-¿Y cuál es ese muy buen precio?-
-Pienso sacar por ella no menos de ciento cincuenta mil.-
-Ciento cincuenta mil es mucho-
-Ya le dije, es para venderla como esclava de alta calidad, no para puta.-
-Hagamos una cosa. Doscientos diez por estas putas y ciento cuarenta por Julieta. Total trescientos cincuenta mil. ¡No es poca cosa! Así me llevo a las cinco.-
Semejante cifra entusiasmó a Sergio. Había pedido una barbaridad por Julieta, pero en definitiva la estaba vendiendo a ciento cuarenta mil. ¡Muy buen negocio! Estrechó la mano de Sanura.
-Trato hecho. Las cinco por esa suma. ¿Cómo las va a llevar?-
-Que se vistan y las pongan en la parte de atrás del furgón a estas cuatro. A Julieta primero quiero cogerla por el culo.-
-Pase a la sala de violación que ya le traemos a Julieta.-
Sanura pasó a la sala y minutos después era traída Julieta con un collar y una correa.
-Aquí la tiene a su disposición, señor Sanura.-
Le quitó el collar y comenzó a magrear todo el cuerpo, comenzando por las tetas siguiendo por la espalda, el culo yla concha. Teníamarcas bastante recientes de haber sido azotada. Esas marcas realzaban aun más su cuerpo y evidenciaban su sumisión. Entonces le preguntó.
-¿Por qué has sido castigada?-
-No lo sé pero me castigan a menudo diciéndome que es para que aprenda a obedecer.-
-¿Gozas cuando el látigo marca tu piel?-
-Noo, me duele mucho, pero debo aceptarlo, no tengo forma de evitarlo.-
-Voy a seguir explorando tu cuerpo.-
Le introdujo el pulgar enla vagina. Observóque estaba húmeda. Estaba seguro que sería una buena puta, sumisa y que no se rebelaría. Su cuerpo sería atractivo.
-Ponte en posición que te quiero sodomizar. Ese culito me gusta mucho.-
De inmediato Julieta se inclinó y separando los glúteos ofreció su ano para ser penetrado. El entrenamiento previo le permitió saber cómo relajar el agujero. Por otra parte el dedo impregnado de flujo vaginal lubricóla entrada. Sanuraacercó el glande al agujero y comenzó a empujar.
Estaba acostumbrado a cogerse a sus putas con frecuencia y lo hacía indistintamente por la vagina o el culo y, mucho menos frecuentemente, se corría en la boca de sus pupilas.
La docilidad de Julieta, lo apretado de su ano y las tetas turgentes que apretaba mientrasla cogía. Porsu parte Julieta acompañaba los movimientos en una actitud de sumisión que agradó a Sanura. Poco después el semen llenaba su recto. El hombre permaneció en esa posición hasta que se le achicó, momento en que la retiró del culo de la muchacha.
-Te has portado muy bien. Serás una puta exitosa en mis casas y espero recuperar pronto el dinero que he pagado por ti.-
-¿Ya me ha comprado?-
-Sí, junto con otras que están aquí. Ahora vendrán por ti para que te vistas y luego te ubicarán en el furgón en el cual te llevaré.-
-¿Trabajaré de puta o también me van a azotar el látigo?-
-Trabajarás de puta. Si te portas bien y obedeces no será necesario castigarte. Lo único que quiero es ganar dinero con tu cuerpo, por eso debo cuidarlo.-
Julieta se vistió, después de tanto tiempo de estar desnuda. Casi se sentía incómoda con la ropa, especialmente con el corpiño yla bombacha. Unavez vestida fue conducida con las demás al furgón de Sanura, quién dejando un cheque por el importe se retiró del lugar.
Sergio quedó pensativo. Era la primera vez que lamentaba vender una de sus mujeres, pero ese era el trabajo de un mercader. Comprar barato (o conseguirlo gratis, como a Julieta) y vender lo más caro posible. El precio por Julieta era más que interesante.
Con esta experiencia, decidió que las universidades podían ser buenos lugares dónde reclutar jóvenes. Consiguió una lista de los institutos de la ciudad y planeó el siguiente secuestro.
FIN