El mejor verano que recuerdo

El azar, la casualidad es casi siempre la que marca las grandes historias. Esta vez son una madre y su hijo quien descubren inopinadamente una oculta pasión.

El mejor Verano que recuerdo

-                    ¿Te alegras de que haya venido?

- Claro que sí, ya lo sabes.

- ¿Tanto como tu amiguita?..., porque esa si  parece que está  contenta de verme.

Hace tres meses dejé mi casa para venir a vivir con mis abuelos maternos. Después de mucho pensarlo me incliné por Derecho y siempre estuvo claro que cuando me trasladara para estudiar desde Lanzarote, donde vivo, a Gran Canaria me quedaría con ellos. Mi madre, que vino a ver cómo se encontraba su niño del alma , pasaría unos días con nosotros: de compras y para cambiar de aires.

- Joder mamá! ¡lo siento mucho, de verdad¡ ¡Te pido disculpas¡ ¡no se qué me pasó¡ ¡lo siento de veras¡

- ¡Pero éste niño es tonto¡ Tanto estudio y resulta que eres más bobo que nadie. ¿De verdad me vas a pedir perdón por habértela puesto tiesa?. ¡Eso es un orgullo, muchachito y en lugar de pedirme perdón me tendrías que felicitar¡

La casa de mis abuelos es pequeña y humilde. Ellos duermen en la habitación grande y yo ocupo la pequeña, la que era de mi madre hasta que se casó. Mi madre es el único retoño de Juan y Saro como todos conocen a mis abuelos y yo soy el único hijo de Pino que ese es el nombre de mi madre. No había sitio para más así que tendríamos que compartir cuarto y cama. Nada nuevo porque ya más de una vez, con ocasión de otros viajes a la isla capitalina, hemos pasado noches juntos. Pero entonces era más pequeño y no me llamaban la atención ciertas cosas.

Entró en el cuarto justo cuando yo me desnudaba para meterme en la cama. De inmediato también ella comenzó a quitarse la ropa. No somos una familia de panolis pudibundos así que nos manejamos sin remilgos en asuntos tan triviales como cambiarse de ropa. Miré a mi madre mientras me hablaba de lo cansada que estaba. Permanecía de pie al otro lado de la cama que íbamos a compartir. Se quedó como tantas otras veces en bragas y sujetador  pero mi vista, contrariamente, descubrió algo distintivo. Algo  que hizo reaccionar el desconocido mecanismo del deseo y que convirtió mi calzoncillo en un remedo de tienda de campaña. Intenté disimular mi vergüenza tapando la evidencia física que la causaba pero poco pude hacer.

Mi madre llevaba en aquella ocasión unas bragas de delicado tejido color salmón que marcaban de forma obscena los labios de su coño. La hendidura bifurcaba nítidamente los contornos de su chocho y me lo hacía presente. Su coño estaba reivindicando atención  y como  único espectador que era puedo afirmar que obtuvo mi más rendida y silenciosa admiración. No es que no supiera que debajo de las  bragas  siempre había habitado su coño pero sólo ahora cobraba relieve y reclamaba mi atención.

Se quitó el sujetador y por encima de la cabeza deslizó su corto camisón. Ya estaba yo bajo las sábanas y aún más rápidamente me hubiera gustado deslizarme bajo su protectora cobertura hurtando  a la vista de mi madre la delatora erección.

- ¡joder, coño¡ ¡que eres mi madre¡

- ¡razón de más para no ser tan vergonzoso¡ ¡ni que me fuera a asustar¡

- no se trata de eso, ya se que no te vas a asustar pero es que ...!joder, me da corte¡

- ¡Pero que corte ni ocho cuartos¡. No sabes tu la alegría que me has dado. Ahora mismo me acabas de quitar 20 años de encima. ¡pero tu sabes lo qué es que  a un chico joven y guapo se  le ponga  dura por una viejita como yo¡ ¡Esa es la mejor cirugía estética del mundo¡

- ¡Tu sabes que no eres ninguna vieja!. Estás super bien.

- ¡Cariño, que tengo 49 taquitos¡. Con esta edad las mujeres somos invisibles. Te creo porque tu amiguita ha hablado por ti y más sincera, la verdad, no pudo ser.

Para ocultar que la tenía tiesa como un palo le había dado la espalda . Estaba pegada a mi cuerpo y notaba la presión de sus tiesos y grandes pezones. Hablaba en voz baja, casi en susurros, pegando su boca a mi oreja. Su mano derecha hizo presa en mi paquete.

- ¡A ver el tamaño de tu entusiasmo¡

- ¡Mamá, por Dios¡

- ¡Anda, anda, no me seas memo¡

- ¡Mi niño¡ ¿y eso por verme en bragas?. no quiero imaginarme si me llegas a ver desnuda.

No le contradije aunque, a lo peor, verla desnuda me hubiera causado menos impacto. Era su perfilado coño impreso en la tela de sus delicadas bragas lo que me había puesto a mil.

Dejó de calibrar el tamaño de mi erección y apartando el calzoncillo se apropió de mi polla.

- ¡Dios¡ ¡pero qué haces, por Dios mamá¡

- ¡Tranquilo¡ ¡mira qué eres! ¡Vas a despertar a tus abuelos¡ ¡uhmm...¡ no pensaba yo, fíjate, que lo fuera a pasar tan bien en éste viaje. ¡El tiempo que habrá que no  hacía una pajita¡

No se el tiempo que haría pero lo cierto es que aún con los nervios de punta aquella era la mejor paja de mi vida, la primera, de hecho, que no me hacía yo mismo.

-          ¡ Que cosa más dura¡

- ¡mamá, mamá¡ ¡Como sigas voy a dejar las  sábanas hechas una pena¡

- ¡y que importa eso¡ ¡venga, disfruta¡ ¡no me seas aguafiestas¡

-           ¡Ah, si¡  ¡pues entonces se lo explicas tu a la abuela¡

- Bueno, vale...

- pero espera, se me ocurre una cosa.

A los pocos segundos, menuda es mi madre, retomó mi polla. Estaba decidida a hacerme una paja y, pasara lo que pasara, me iba a hacer una paja.

- ¿Ves?, ahora ya te puedes correr

- ¿Qué hiciste? ¿Qué es eso?

- Pues las bragas. Te corres en las bragas y nadie se entera.

Sentí algo entre la mano de mi madre y mi polla. No sabía qué era pero cuando la escuché decir que podía correrme en sus bragas volví a ver los labios de su coño dibujados, minutos antes, en la misma prenda que ahora envolvía mi nabo y en la que mi madre se disponía a recoger toda mi corrida. El efecto de  esa imagen, el roce de las bragas y el movimiento de la mano me provocaron un intenso placer que se tradujo casi en dolor.

-                     ¡ Ahhhhh¡

- ¡Ves que bueno¡ ¡Si es que estabas cargadito, ¿eh?¡ ¡el dolor de huevos no te hubiera dejado dormir¡

- ¡ahhh¡ ¡joder...qué pasada¡

- Dejaste las bragas enchumbadas, menos mal que caístes en la cuenta. Y ahora a dormir como un angelito.

Cuando desperté a la mañana siguiente lo primero que oí fueron las voces de mis abuelos.  Desayunaban en la cocina con mi madre. Recordé el favor que me había hecho y me dispuse a levantarme. Recordé  que existía una prueba material de lo acontecido aquella pasada noche en aquel mismo cuarto y me percaté del bolso de viaje de mi madre. Estaba sobre la silla que existe entre la puerta y la ventana. La abrí y vi de inmediato la bolsa de supermercado en la que mi madre había depositado las bragas con las que contuvo la explosión de mi polla. Me excité mucho de nuevo recordando el pajote del que había disfrutado. Salí al fin y saludé.

- ¿Qué tal dormiste Alejandro? – preguntó mi abuela

- ¡En esa cama tan chica dos personas no creo que hayan dormido muy bien¡ - dijo mi abuelo

- Que no papá, que se duerme de lo más bien. ¿verdad hijo?. Yo dormí como una bendita

- Si, si, yo también dormí bien. Igual que siempre

Era sábado y acompañé a mi madre de compras. Le encanta ir de compras y cuando viene a  aquí aprovecha. Compró cosas para ella, alguna para mi y alguna, también, para Ralf. Me dijo que lo había pasado muy bien anoche y que se sentía muy feliz de haberme causado tanta impresión. Que ella supiera, me dijo, yo no tenía problemas para relacionarme con chicas de mi misma edad e, incluso, ella sabía de buena tinta que había tonteado con una que se llamaba, si no recordaba mal, Yurena. Tampoco era la primera vez, ni mucho menos, que me enseñaba las tetas, ni era raro, continuó, que se moviera por casa en ropa interior. Que, por tanto, me hubiera empalmado de la manera en que lo hice la había sorprendido despertándole las ganas de disfrutar de su cuerpo. La relación que desde joven mantenía con su cuerpo era la de la total aceptación. Su chocho le era de sobra conocido y había probado a masturbarse de cien formas diferentes y, a veces, en los sitios más extraños. A los quince años con una amiga de su misma edad había probado el sabor del flujo y la sensación placentera de que le comieran el coño. Perdió la virginidad a los 17 en la arena de la playa pero ya, meses antes, el mismo chico se la había follado por el culo. Fue de las primeras mujeres que decidió tener un hijo al margen de la pareja y cuando le pareció encontrar el candidato apropiado, en una noche de sexo desbocado, se entregó en cuerpo y alma  con el sólo propósito de quedar preñada.

- Si no te hago la paja me vuelvo loca. No veas el gusto que me dio. Pero todavía queda ésta noche y hay que aprovecharla. Esta noche vamos a jugar a los médicos. Nada de acostarse con calzoncillos. En pelota picada y juntitos. Ya verás que bién.

Llegó la noche y me fui a la cama. No me atreví a meterme desnudo entre las sábanas y cuando llegó mi madre minutos después me lo recriminó.

- ¡pero mira que eres soso¡ ¿no te dije que te desnudaras?. ¡Eres más aburrido que Ralf¡, anda, anda, quítate eso.

La obedecí pero me fastidió que me comparara con Ralf.  Ralf  es su marido. Lo conoció en  Lanzarote, es dueño de un bar de copas para turistas en el sur de la isla, es alemán y le lleva 11 años a mi madre. A los pocos meses se casó con él  y me trajeron a vivir con ellos. Yo tenía ocho y vivía con mis abuelos en Las Palmas porque para sacarme adelante ella, madre soltera, se había venido a trabajar  en un complejo hotelero donde las condiciones salariales eran bastante ventajosas.

En cuanto comenzó a desnudarse se me olvido, no obstante, el reproche. Mi polla crecía ante su vista al mismo ritmo que desaparecían las prendas de su cuerpo. Se bajó, al fin, las bragas y pude apreciar con detalle que, en efecto, los labios de su vagina eran tan abultados como me habían parecido. No tenía excesivo vello; en la parte superior de su pubis era sólo una rubia pelusa que a medida que confluía en el vértice inferior se tornaba un poco más densa pero no tanto como para tapar los pliegues de su chocho.  Su corta melena contribuía a reforzar la figura de mujer de bandera que sus anchas caderas y sus generosos pechos transmitían aún vestida.

- Ven,  pégate. Así, así, abrázame así.

Se había metido en la cama dándome la espalda y con las bragas en la mano. Me pidió que metiera la polla entre sus muslos y la apretó entre ellos.

- Ahora me vas a tomar la temperatura con tu termómetro. ¿tu crees que tengo fiebre?

- Todavía no lo se. Hay que esperar un poco para que marque bien.

Mi madre era muy hábil para quitar gravedad a los asuntos. Por la tarde me había prometido jugar a los médicos y ahora mi  polla atrapada contra los labios de su chocho había cobrado entidad de termómetro.

- Si, doctor, póngamelo bien.

Con un ligero zigzageo sobre el tronco de mi polla los labios de su chocho recibían el masaje suficiente para la consecución de su orgasmo. A la vez que su chocho mordía mi polla sus dedos describían dibujos sobre el ápice del glande que sobresalía de la prisión de los muslos.

-                     ¡ Vaya cosquillitas más ricas, mi amor¡. ¡qué gusto¡ ¡qué gusto¡. ¡Dime algo, chico¡  ¡no estés tan callado¡

- Estoy concentrado mamá. Estoy concentrado

- ¡nadie te va a examinar¡.Tienes que disfrutar. El sexo es sobre todo diversión. Déjate ir. Yo ya estoy a punto...

Tensé los riñones y escupí todo lo que llevaba dentro que fue a parar, de nuevo, a las bragas que tenía preparadas.

- ¡Nos corrimos a la vez¡ ¡a la vez¡ ¿Te lo puedes creer? ¡Eso pasa muy pocas veces¡ ¡qué bueno, qué bueno¡ ¡y gratis¡. No cuesta nada y te deja de bien....

Esa misma tarde poco después de almorzar tomó el avión hacia Lanzarote. Al despedirse me aseguró que le iba a costar no echar de menos las dos noches pasadas.  Cada vez que pensara en lo bien que se lo había pasado tendría que hacerse una pajita. Tenía un consolador que se parecía bastante a mi polla; bueno en realidad tenía varios pero el que ahora más iba a utilizar era el que le recordaba a mi polla y le gustaría pensar, continuó, que alguna de las pajas que yo me hiciera también fuera como recuerdo a lo mucho que había disfrutado con ella.

Se me ocurrió entonces pedirle, ya que ella tenía un consolador que le ayudaba  a evocar mi polla, algo que me ayudara, también a mi, a recordarla a ella. Le pedí una de sus bragas.

- no tengo sino las que llevo puestas. Las otras ya sabes tu como quedaron.

Rebuscó en las bolsas en que llevaba sus compras, encontró una de tamaño adecuado y vació el contenido en una mayor. Se dirigió al aseo y cuando regresó me la entregó.

- Nunca me había subido a un avión sin bragas. Es excitante ¡no creas¡

De vuelta a casa en el coche no pude evitar parar y mirar  dentro de la bolsa. Solo vi el color de la prenda que perfectamente plegada formaba un rectángulo en su interior. Se me puso tiesa de inmediato. Quería llegar a casa pronto y con la excusa de tener que estudiar encerrarme en la habitación y poder cascármela a gusto. Conduje maquinalmente anticipando el momento en que pudiera, por fin, disfrutar del mejor regalo que jamás me había hecho mi madre. Las deposité con cuidado sobre la mesa. Estaban del derecho y desplegué, primero, un lado. Después el otro y, por último, la parte central. Me detuve contemplando aquel sugerente trozo de tela beige . Quería disfrutar largamente de aquel momento así que sin tocarlas acerque mi nariz al centro. Un delicioso aroma que no se parecía a ningún otro me obligó a prodigarme las primeras y convulsas sacudidas. Paré y  me decidí a darle la vuelta. Respiraba atropelladamente porque el ansía me podía. En el trozo afelpado que contactó con la zona húmeda del conejo de mi madre había, sí, había un rastro de algo. No tenía idea de lo que podía ser pero aquella huella atestiguaba una presencia real. Aspiré para llenarme de coño y esnifé las partículas concentradas en aquella mancha blanca con forma de gota. Volví a sacudírmela y aunque no era mi intención no pude evitar correrme.

Durante semanas aquellas bragas ejercieron un influjo mágico. Acordarme de que las tenía, a quien pertenecían y de cómo habían llegado hasta mi, hacían que me empalmara de inmediato, pero fue una casualidad la que les otorgó su auténtico valor de fetiche.

Estaba acariciándome la polla con las bragas de mi madre justo cuando sonó el móvil. Era ella y respondí de inmediato.

- Hola cariño, ¿qué tal estás?

- Bien mamá, muy bien. Ahora mismo, la casualidad, me estaba acordando mucho, pero lo que se dice mucho de ti. Tengo algo en la mano que es tuyo y que me pone que no veas.

- ¿interrumpo algo?. ¿Estás en tu cuarto?

- Si, iba a estudiar pero me acordé de ti y ...si no, no me quedo tranquilo.

- ¿estás desnudo?

- No, no. Con bajarme la cremallera tengo. ¿y tu estás en casa?

- Si, estoy en casa y sola. ¿estás pensando lo mismo que yo?

- Me da que sí. ¿por qué no vas por tu juguetito?

- Si, si. Espera que voy al cuarto. No te toques hasta que no pueda hacerlo yo.

- Vale...

-                     Ya, cariño. Ya estoy preparada.

- ¿estás desnuda?

- No, tengo un traje cortito y con abrir las piernas me vale

- ¿te sacaste las bragas?

- tampoco, me las hago a un lado y ya. ¿quieres que me las quite?

- No, vale así. Como tu quieras ¿qué te haces?

- Me la  estoy pasando por encima de todo el chocho. ¿y tu?

- Yo me la toco despacio,... despacio y huelo las bragas.

- Si estuviera ahí, te violaba

- No, yo a ti, yo a ti .¿ya te la metiste?

- Solo un poquito, me la meto un poquito y la vuelvo a sacar. ¿la tienes muy dura? ¿la tienes muy grande?

- Más grande y más dura que nunca. ¿y tu cómo lo tienes?

- Empapado, cariño, lo tengo que parece agua. Me imagino que es tu polla y me vuelvo loca.

- Ya no puedo aguantar más. Me voy a correr

- Si, cariño, si, Yo también me corro. Siiii, ¡córrete, córrete¡

Durante semanas, y casi siempre a la misma hora, mi madre y yo echábamos, al menos, un polvo telefónico. Estuve tentado más de una vez de acabar sobre las bragas pero, por fortuna, nunca lo hice, así siguieron conservando un rastro de su aroma íntimo hasta que, en verano, regresé a Lanzarote. Me esperaba en el aeropuerto. Estaba tan jovial y alegre como de costumbre pero tenía, además, un punto de malicia en la mirada y tal sonrisa de complicidad que no me fue difícil constatar que, en efecto, algo había cambiado entre los dos. Fuimos derechos a encontrarnos con Ralf. El bar a esa hora estaba repleto de guiris a los que había que dar de beber y nos pusimos manos a la obra. Yo al lado de Ralf en la barra y mi madre en la cocina preparando tapas. Volví a casa agotado y me acosté casi de inmediato.

Al día siguiente por la tarde coincidí a solas con mi madre. Ralf se marcha cada día en torno a las 2 de la tarde y ella no es hasta las 6 o 7 de la tarde, cuando llega de veras la clientela, que se incorpora al negocio. Estaba tirado en el sillón después de pasar toda la mañana fuera y se me acercó al salir de la ducha.

- no había tenido ocasión de darte la bienvenida que te mereces

Se arrodilló a mi lado y posó y restregó su mano sobre el corto pantalón que contenía mi paquete.

- hemos hecho el amor no se cuantas veces por teléfono pero esto es otra cosa.! ¡Ummm¡, mi vida vaya preciosidad de cosa¡

Una suave ducha de tibia saliva bautizó mi verga. El bálano era mimado por besos y lametazos mientras con dos dedos acariciaba a la altura del frenillo el glande brillante que reflejaba como un espejo la luz del mediodía. Se soltó la toalla que la ceñía y quedó como una venus de mármol desnuda y clara ante mi. Sus pechos rozaron mis muslos y en el canalillo perfumado y vaporoso perdí el sentido cuando se decidió a cerrar toda escapatoria a mis sorprendidas fuerzas.

- ésta es la crema que mejor le sienta a mi piel

Ni supe ni pude reaccionar a la sabia manipulación oral de que fui objeto. Más agradecido que anonadado sólo fui capaz de prometerme duplicarle en cuanto tuviera ocasión el placer que me había provocado.

Una aburrida tarde de sábado se convirtió días después en una ocasión para el recuerdo. Tenemos en casa un amplio garaje en el que se construyó una tronja que nos sirve, digamos, de trastero. Allí van a parar las cosas que usamos poco: maletas, adornos navideños, equipos electrónicos que aún funcionan pero que ya quedaron anticuados y, tarea exclusiva de mi madre, la ropa que no es de temporada. Volver allí y ordenar todo lo que se almacena es una tarea enojosa que apetece poco acometer.

- necesito voluntarios para que me ayuden a ordenar la tronja

Mutismo total. Ralf me mira y yo miro a Ralf. Mi madre nos mira alternativamente a uno y otro. Nadie dice una palabra.

- ¡Cuanta caballerosidad¡ ¡Qué entusiasmo y qué ganas de ayudar¡

Mi madre se estaba enojando.

-                     ¡ arréglenlo entre ustedes pero uno de los dos va a tener que ayudarme.¡

Ralf  era absolutamente remiso a levantar su culo del sillón desde el que miraba un partido de la liga alemana y yo intenté escaparme saliendo al jardín pero al pasar junto a ella, mi madre me tomó del brazo para hablarme:

- voy a ir al baño a hacer un pis y cómo soy tan despistada a lo mejor se me olvida subirme algo. Tu verás.

- Oye Ralf, que no te preocupes. Que ya voy yo.¡vale1

Al subir por la empinada escalera, mi madre me dio la primera muestra de agradecimiento. Sus bragas habían quedado en la cesta de la ropa sucia y su almendrado y oscuro coño me prodigó tal perspectiva por debajo de su corto vestido que ya solo eso bastaba para compensar arduas horas de trabajo. Pero, además, el ir y venir en aquel espacio confinado y la postura forzada en la que estábamos me dieron ocasión para admirar una y otra vez el esplendor de su entrepierna. Intenté alcanzar con mi mano la encendida oquedad pero me persuadió a terminar primero el trabajo

- primero el negocio y después el ocio.

Me apresuré a acomodar lo mejor que pude aquel batiburillo de objetos y una vez estuvo todo a su gusto se abalanzó sobre mi abultada polla que extrajo del  corto pantalón de chándal con la clara intención de chupármela. Quería que me hiciera una mamada, claro que sí, pero me apetecía aún más hurgar en las entrañas de su chocho y atragantarme con su flujo así que la convencí para hacer un 69. Tenía mi madre cierta aprensión por la sensación de olores y sabores que me iba a transmitir su excitada vulva que se diluyeron no bien comprobó el entusiasmo con que mi boca succionaba los lubricados labios de su chocho extrayendo con la lengua hasta la más mínima gota de espeso caldo. Me olvidé en aquel trance de descubrimiento de mi propio placer y extraje con mi dedicada degustación del nuevo manjar el temblor de una corrida que mi madre expresó entre lo que parecían sollozos. Su cuerpo se tensó y distendió sin solución de continuidad y cogiendo aire y apretando los muslos, más con su mano que con su boca, logró que el chorro de esperma de mi polla refrescara su agitada garganta.

Fuimos a las playas de Papagayo dos día después de aquel encuentro. Mi madre me confesó que casi se muere de gusto cuando le había comido el chichi. Ya no recordaba, me dijo, la sensación de plenitud que se experimenta con el sexo oral. Se sentía, me dijo, rejuvenecida y con unas ganas enormes de disfrutar de su cuerpo. Que yo estuviera a su lado era todo un regalo. Contemplaba a mi madre estirada tomando sol a mi lado con los pechos al aire, los pezones tiesos y el bikini metido entre sus nalgas y tuve la certeza de que quería follar con ella. Era como tener a un ligue reciente a mi alcance y si hubiera cedido a mis impulsos le habría metido mano pero tuve que contentarme con sobarla con disimulo mientras le extendía el protector solar. Cada vez que la miraba echada sobre la toalla, abandonada a la caricia del sol sobre su espalda me venía el recuerdo de su chocho abierto a las caricias de mi lengua. Aplastada contra la arena mi polla crecía dolorosamente. Respira, respira, piensa en algo desagradable, joder, no me voy a poder levantar.

Estaba ansioso por llegar a casa. Quería, aunque no fuera más que eso, verla otra vez completamente desnuda. No tenía duda alguna en que al menos nos podríamos duchar juntos. Mi madre se sorprendió de la arrogante irrupción de mi polla en el confinado espacio del baño no bien me deshice del bañador.

- ¡Mi niño¡ ¡Qué ímpetu¡ ¿tu crees que me puedo resistir a esto?

No se resistió, en efecto, y su boca caliente y húmeda dio cuenta de la urgencia que me apremiaba. La humedad retenida por el bañador me la había puesto fría y el contraste con la calidez de la boca de mi madre hizo que se me erizara la piel de puro gusto.

- ¡Qué salada que está¡ ¡Qué rica¡

- Déjame ahora a mi, mama. A ver lo salado que lo tienes tu.

- Bueno, como una berberecho. Si siempre está saladillo imagínate después de estar de remojo

Se había desnudado pero permanecía de pie y no era fácil así acceder a su almeja para saborearla como era de rigor. Lo mejor, pensé, sería estirarme en el suelo del baño; sentir el frescor de las baldosas para mitigar el calor de aquel espacio confinado y, sobre todo, facilitar que mi madre pudiera colocar con comodidad  su coño al alcance de mi boca.

Como la tenía casi sentada sobre mi rostro pude sin esfuerzo hacer un trabajo minimalista en torno a su clítoris y a lo largo de sus generosos labios. Ella, mientras, me masturbaba. El sabor a mar, el olor a sexo y el arrullo de los gemidos que salían de la garganta de mi madre mantenían mi erección y en ese punto, retirándolo de mi cara con un leve movimiento pélvico hacia delante, embocó su dilatado agujero en mi polla para descender sobre ella de un empellón y dejar su culo apoyado en mi vientre. Al instante y entre profundos gemidos mi madre comenzó a follarme con un leve bamboleo de detrás hacía delante.

Aunque quise resistir se me antojó muy corto el tiempo de aquel supremo placer. El horizonte de mi vista se acababa en la espalda morena, el pelo alborotado y el culo blanco de mi madre. Cuando mi mente procesó la imagen del tallo de mi polla emergiendo alternativamente de entre su culo y fui consciente de que era sus músculos vaginales los que la apretaban ya no pude contener los escupitajos furiosos de semen. Mi madre seguía, en éxtasis, con su vaivén que detuvo sólo cuando fue consciente de la flaccidez progresiva que hurgaba en su interior.

Resbalando por el interior de sus muslos un charco de esperma quedó en mi vientre.

- Hubiera querido no ser yo quien te desvirgara pero no pude resistirme

- No se me ocurre nadie mejor

- No se. Alguien de tu edad.

- No me atraen las chicas de mi edad

- Bueno, ya te gustarán.

Casi siempre en torno a las 5 de la tarde mi madre cedía a mis requerimientos. Era la hora precisa en que después de la siesta y en la placidez silenciosa de la tarde podíamos disfrutar de plena intimidad. Yo quería siempre ponerla a cuatro patas y después de recrearme contemplando desde la retaguardia su inflamado coño, clavársela hasta el mismo nacimiento del escroto. Ella prefería cabalgarme dándome la espalda sospecho que para estimularse a la vez, y libre de mi mirada, el sonrosado clítoris.

En esto llegó el fin del verano, el principio de las clases y la vuelta al hogar de mis abuelos. Fue aquel, desde luego, el mejor verano que recuerdo y  aunque ya han pasado algunos años me sigue impresionando la angustia que sentí al despedirme de mi madre.

- Iré a menudo a visitarte. Estamos a 20 minutos de avión.

- Yo también puedo venir algún fin de semana

- Claro, cariño. Ya verás que se nos hace corto.

Con todo no me fue fácil aquella despedida. Me volvía loco la perspectiva inmediata de no tener a mi madre revoloteando a mi alrededor durante el día sabiendo que en determinado momento iba a poder subirle la falda y sobar su culo; bajarle las bragas y poner mi polla entre sus cachetes; colocar en popa sus nalgas y acto seguido hundir mi báculo entre el lubricado canal de su chocho. Eso cuando no era ella quien con un entusiasmo festivo sorbía hasta la última gota que en épicas mamadas podía darle mi verga.

A punto de cerrar las maletas apareció en mi cuarto.

- Quiero darte un regalo de despedida

Alargó su mano y me dio una bolsa pequeña como las que suelen dar en las farmacias.

- Me acabo de correr en ellas

Eran las que más me gustaban. Las blancas y semi transparentes bragas que tantas veces en los últimos meses le había quitado.

- joder mamá, sabes que esto me pone a cien y ya...

- Todavía puedes ir al baño y dejarme allí tu regalito. En la cesta te dejé otras.

Lo hice deprisa y me quede aliviado. Las doble con cuidado para que no cayera ninguna gota al suelo y después de dejarlas de nuevo en la cesta salí para encontrarme con la mirada de complicidad de mi madre y la cara de urgencia de Ralf que nos urgía a salir de inmediato porque teníamos el tiempo justo para llegar al aeropuerto sin perder el avión.