El Mejor Sexo, la peor Loca

Gasta hasta la última – ordenó mientras pululaba en torno suyo. Ella se masturbaba con aquel prodigioso instrumento….sus ojos abiertos, sus piernas alzadas, sus pies apuntados, el primer orgasmo, por sorpresa, soltando su corrida sobre el colchón y dándose la vuelta para metérselo por el culo – No dejes de disparar o te capo – amenazó con el rostro mezcla de placer y dolor con cada centímetro que le estaba entrando – Ayúdame, mételo entero. ¡Entero joder, entero!.

Una y otra vez, me preguntaba que hacía allí, conduciendo con las ideas lejos de la carretera, con el intermitente indicando aquel desvío que muy pocos tomaban….una vez más, hacia ella.

Ella, la causa de todos mis achaques, de mi peor debacle, de todo lo que quebró hace cinco años y tuve que recomponer humillado, suplicando perdón y rehaciendo los hilos que a su paso, quedaron rotos.

Tendría que haber tirado la carta.

Así, en un arrugón directo a la basura.

No todos los días recibes una misiva con el membrete del Manicomio de San Epifanio.

La abrí pensando que se trataría de alguna solicitud de ayuda, de colaboración, de venta de lotería navideña.

Pero no lo era.

El director, desesperado sin duda, me informaba de que una de sus internas, solía mencionar mi nombre durante las sesiones de terapia.

Una interna férrea e indispuesta, que se negaba, sencillamente, a alejarse de su locura.

-         Es un excepcional caso de bipolaridad – me informaba mientras caminábamos por unos pasillos asépticos – Y se niega tajantemente a tratarse. Pensábamos que la ascendencia que usted parece tener sobre ella podría convencerla para no escupirnos las pastillas de litio a la cara.

Se equivocaba.

Ella era un caso perdido.

Durante el trayecto me la imaginé mil veces, amordazada, reclusa con camisa de fuerza en una habitación acolchada, desgreñada y ojerosa mientras clamaba al cielo que aquello era una equivocación y que no estaba loca.

Pero no.

La encontré mansa y apaciguada, sentada en un banco del ajardinado, bajo el cielo inmenso que pareció iluminarse todavía más cuando me senté a su lado.

Aquel abrazo….

-         Creí que no vendrías.

-         No estoy seguro de esto.

-         Ya – reconoció – Tu mujer no sabe que estás aquí ¿verdad?.

-         No. Volvería a costarme el divorcio – recordé que una mujer perdona una, pero no las segundas.

-         ¿No te extraña verme aquí?

-         No. Estaba seguro de que terminarías en un sitio como este. Solo que me sorprende que fuera tan pronto.

Quedamos solos, sin testigos y ella pidió que diésemos un pequeño paseo.

Hablamos de sus pinturas cada vez más oscuras, hablamos de sus escritos a poco más cenizos. Hablamos de todos aquellos sueños que se truncaron cuando la falta de tratamiento, convirtió su enfermedad en un peligro para quienes la amaron….sus padres, sus hermanos, los amigos que le dieron de lado.

-         ¿Tus padres te obligaron a venir?.

-         Y me obligarían a salir si supieran lo que es esto.

-         Ya….duro – imaginaba un régimen severo, una dieta poco energética, rica en farmacéutica con la que mantener a los pacientes domados….

-         Es que se la he chupado a todos los celadores. Y a los pacientes más cuerdos.

Suspiré hondo…”nunca cambiarás”….”siempre serás una desafiante loca”.

-         Ese doctor tan serio que habla de mi como si fuera un experimento, anoche me folló sobre la mesa de su despacho sin condón ni ostias. ¿Y sabes que pasó?- sonrió pícara- Que su mujer lo llamó y el le respondió mientras me tapaba la boca para que no escuchara mi corrida. ¡Joder como me puso!.

Olvidaba que la infidelidad, suya, tuya, de todos, era el mejor afrodisíaco para desatarle las lívidos.

-         No cambiaras.

-         ¿Te sorprende?. Tu  mismo tuviste ración de esto – cogió mi mano y la llevó a su coño. Un coño al aire, ninguna braga bajo el impersonal uniforme del centro.

Puse la yema de mi anular sobre su clítoris y acaricié sutilmente haciendo círculos, tal y como sabía que la derretía.

-         Veo…uffff que no has olvidado.

Era imposible hacerlo.

Era imposible olvidar aquel sexo, aquellos polvos furtivos, yo escondiéndome de mi esposa ahora reconciliada, ella con un novio picha floja.

Imposible borrar su cuerpo algo infantilizado, de pechos firmes y pequeños ofreciéndose ávida de sexo…sobre el escritorio con sus pies apoyados en mis pectorales, de pie en el ascensor, por detrás en cualquier rincón donde el riesgo de ser pillados, tornara su vagina en una riada húmeda….ese olor a hembra, esa manera de moverse, la naturalizada para abrir sus piernas para coger mi polla y enfocarla, para cambiar de postura cuando le entrara el capricho de ser follada de lado, por el culo, por la boca, sobre el suelo, en la cama de sus padres, con su novio en la habitación de al lado…y en cada embestida era capaz de venirse tres o cuatro veces…hasta cinco, como aquel día enloquecido en el que, sobre la mesa de diseño y sabiendo que teníamos cinco minutos, follamos a pelo, sin vergüenzas, a lo bestia y la llené hasta arriba de mi lefa.

Y luego ella, en plena asamblea, se giraba discretamente para susurrarme al oído como sentía la leche palpitando fuera de su vagina.

Solo cometí un error; creerme enamorado.

Dejé a mi esposa. Mi dulce e insustituible esposa.

La misma que en ese instante, con dos dedos hurgando deliciosamente en su sexo, mantenía olvidada.

Ella se acercó, metió su cabeza en mi pecho, me abrazó y hundió sus caderas para sentirlos más adentro y rogarme que le metiera un tercer dedo.

-         Ummmmm….Dios si sabes. Eras el mejor cielo….mi mejor polvo.

Continuaba siendo una soberana mentirosa.

Mentirosa y cochina como la noche en que escapamos hacia una fiesta de Bellas Artes y ella, no se como, me convención para follarse a aquel bombero machorro y cuadriculado habiéndome antes atado en el reposabrazos de aquel sofá de cuero agujereado.

-         Aggga ¿Sabes una cosa? – me preguntaba mientras aquel maromo aferraba sus tobillos para abrirla como una perra, incrustándosela hasta las entrañas - ¡Esto si que es una polla! – gritaba mientras el macho le aupaba asiendo su el culo para provocarle aquel goce que le obligaba a chillar, a echar el cuello hacia atrás y sofocarse soltando las barbaridades más pecaminosas - ¡Puta, puta quiero ser una puta!.

Luego cuando lo echó, quedó sobre el suelo, con su semen chorreando.

Me soltó, me llevó a la cama y se abrió frígida, para permitir que la follara corriéndome como un imberbe, en apenas diez segundos. No pude más, así me tenía de fanático.

Al terminar lloró como una niña y fue entonces cuando me di cuenta que su inabarcable proeza sexual, nacía de la insensatez que engendraba su cabeza.

Pero para entonces ya era tarde.

Tarde como lo era ahora, con ella tumbada sobre el jardín y yo con la polla fuera.

Ella se arrancó la vestimenta y su vulnerable cuerpo, blanco, suave con aquel tatuaje céltico rodeando sus caderas, quedó en apariencia indefenso.

Nunca he olido algo parecido.

Nadie ha exhalado un aroma semejante.

Ella, sobre la hierba, yo de pie y capaz de oler su sexo, sus jugos, el verso de su coño rogando por ser bien follado.

Y enloquecer….de nuevo.

Enloquecer como lo hizo con mi último regalo, el último antes de caer al pozo: una cámara analógica de los setenta y un vibrador de veinticinco centímetros.

-         Te quedarás corto – rió enfebrecida.

Pusiste un carrete y me la diste.

-         Gasta hasta la última – ordenó mientras pululaba en torno suyo. Ella se masturbaba con aquel prodigioso instrumento….sus ojos abiertos, sus piernas alzadas, sus pies apuntados, el primer orgasmo, por sorpresa, soltando su corrida sobre el colchón y dándose la vuelta para metérselo por el culo – No dejes de disparar o te capo – amenazó con el rostro mezcla de placer y dolor con cada centímetro que le estaba entrando – Ayúdame, mételo entero. ¡Entero joder, entero!.

No me capó.

Si lo hubiera hecho, no tendría en aquel momento, sus pies sobre los hombros, con sus dedos gordos jugueteando con mis lóbulos, ni estaría empujando, abriéndolas, arremetiendo contra aquel cuerpo frágil cuyas tetas, cuyos glúteos, cuya carne se mecía, loca, loca como su dueña.

Empujaba, empujaba tratando de destrozarla, de herirla como ella lo hizo cuando me rasgó, cuando me ordenó borrar y olvidar su número.

Pero ella no lloraba, no padecía….se agarraba a la tierra hasta estrujarla, sin reprimirse, chillando poseída por sus ansias de polla….”!clava, clava hijo puta, clava!”.

Y el imbecil que era lo hizo.

Se la enfundó desesperado, brutal, bárbaro enrojeciendo sus muslos, fatigando mis lomos hasta que no supo aguantar más y abrió la represa estallando, inseminando su entrepierna al grito de su última corrida….de otra de sus innumerables victorias.

Salí del recinto sabiendo que sus muros nunca la retendrían.

Jamás aceptaría ningún ansiolítico que le privara de su capacidad de sentirse humana, hembra, señora, decaída, eufórica…sobre todo puta.

Lo que no sabían aquellos que la trataban, que compartían aquel espacio de locos, es que dentro, ella sería la nueva reina, si ya no lo era, y que su veneno descompondría sus vidas al ritmo de cada orgasmo.

Ella era la seta venenosa que aun conociéndose, no puede evitarse el saborearla.

Solo quería ducharme y quemar la ropa, olvidar que en su coño se guardaría, para siempre, el mejor de todos los sexos.

Aunque supiera que para compartir la vida…debe elegirse algo más cuerdo.