El mejor polvo de mi vida
Es un relato erótico, con un escenario natural, donde en cierto modo, el animal se conjuga con la persona.
MI GRAN POLVO
Relato erótico, por Julio Romero Méndez
Iba, como todas las mañanas, montando a mi caballo Favorito. Así se llamaba el estupendo caballo entero, negro azabache, con un lunar en la frente para definirle como lucero.
Aunque el sol todavía no apretaba, ya sentía el calor del animal entre mis piernas.
¡Siempre monto a pelo, siempre!. Ese vaho que me sube por el cuerpo, me gusta.
Conduje a Favorito hasta el río, como deslizándose en un ligero trote, y de pronto la vi. Allí, inclinada hacia el agua, estaba ella.
De rodillas, con las sugerentes nalgas seductoras, respingonas, provocativas a más no poder. Redondas, como dos pelotas de fútbol. Un tanto separadas, y su falda, haciendo un pliegue, justo en medio de su hermosa grupa.
¡Casi me tiro del caballo! Inmediatamente, mi miembro endureció. De tal manera, que hasta me dolía.
Cuando oyó el piafar del bruto, volvió la cara, envuelta en una melena oscura. Semejante a una fiera sorprendida, se incorporó. Envarada. Y entonces, me bajé de un salto.
Su mirada, fue directamente a mi pantalón. ¡Era tan evidente... ! mi erección se notaba.
Yo, no podía mirar sinó a sus pechos. ¡Dios! La blusa entreabierta... ¡porque se salían de ella! ¡Era sublime! ¡Toda ella era sublime! ¡Bendición!
Me acerqué, sorprendido. Casi temblaba, cuando cogí sus manos. Nos miramos, y en un acto reflejo, metí mi mano entre su pelo para acariciarla, y descubrir su bonita cara.
No hablamos. No era necesario.
Lo que mis ojos vieron al apartar su enmarañada melena, hizo aumentar el dolor.
¡Que ojos!... ¡que cara!... ¡que piel!... ¿era seda?... ¡no!... ¿algo divino?... ¡probablemente!
¡Mi pantalón, se rompía! La atraje hacia mí, y al notar mi dureza rozando su monte, y sus tetas pegadas a mi pecho, el calambre fue un relámpago. Sentí como su espalda se erizaba. Y por mi espina, recorrió el fragor de aquel rayo.
La besé, como con hambre. ¡Me apetecía tanto... ! Igual que una preciosa pera madura, bañada por el rocío de la mañana. Estábamos en abril, y todas las flores gritaban.
Su lengua, al principio tímida, empezó a explorar mi boca. Luego, mi cuello... mis oídos... Arrancó de cuajo todos los botones de mi camisa, convulsiva, lamiéndome los pezones, con pequeños y ávidos mordiscos. ¡Hervía!
Se resbaló por mi cuerpo, quedándose arrodillada en la fresca hierba. Mi aparato, ya estallaba al sentir su aliento a través del pantalón. Casi frenética, como desesperada, me soltó el cinturón, dejando al descubierto mi pene, en todo su esplendor.
¡Me parecía que iba a reventar!
Se lo tragó literalmente, porque dejé de verlo. Noté su caliente boca, envolviéndolo, al mismo tiempo que lo sorbía con ardor. Su pasión, y el desenfrenado deseo, me recorría el cuerpo de punta a punta. ¡Que placer! ¡Podría morir, en ese momento!
La saliva, fluía de su carnosa y ardiente boca, y resbalaba, babeando de placer. Mientras, sus manos amasaban mis testículos, durante un tiempo, que me fue imposible controlar.
Soltando mis trastos, se dejó caer, indolente... extasiada, y respirando con fuerza. Su excitación, aún me calentaba más.
Me incliné a su lado, y, despacio, muy despacio, fui desabrochando su blusa. Debajo de aquella tela, sólo las dos manzanas.
¡Eso me parecieron sus tetas! Dos manzanas en sazón, sugerentes y surgentes;... turgentes... desafiantes. Las rosetas, alrededor de sus magníficos pezones, erectos y gloriosos, hacían enmudecer. ¡Sin palabras, para describirlo!
¡Las tenía duras... apretadas... empinadas, insultantes! Tumbado ya, del todo, hundí allí mi boca, y ... le mordía y chupaba los pezones, de uno a otro, arrancando de sus labios pequeños gritos y gemidos, que aún me volvían más loco. Era, como una gata en celo... ¡casi agresiva!
Bajé la mano entre sus muslos... ¡santo cielo! ¡Su sexo, estaba como una esponja, recién sacada del agua!
Empecé a tirar de sus bragas, torpe, muy nervioso. Lo hacía con dificultad, porque al mover sus piernas para ayudarme, conseguía lo contrario. ¡Terminaron por romperse!
Oí resoplar a Favorito y al mirarle de reojo, vi que estaba armado, ¡el muy cabrón!. Sin poderme contener más, pasé a la acción directamente.
Aquel triángulo de musgo; negro, suave, rizado hasta la máxima expresión; abundante, húmedo... metí mi lengua hasta asfixiarme. Con las manos en sus caderas, empujaba su culo hacia mi cara.
Creo que se corrió, porque estuve a punto de ahogarme.
Fui subiendo entre sus piernas, hasta cuadrar nuestros cuerpos... y la penetré. El alarido que soltó, consiguió hacerme gemir, como en lo mejor del éxtasis. Lo había metido muy despacio, casi con cuidado, pero cuando llegué adentro, apreté con fuerza. Con rabia y con pasión a la misma vez. ¡Quería fundirme con ella!
Su jugosa almeja, succionaba mi miembro en contracciones continuas y acompasadas. Igual sensación que cuando la chupaba, multiplicada por mil.
Empujando nuestros cuerpos, como si quisiéramos pegarnos, la besé introduciéndole la lengua, hasta rozar su campanilla.
Mojados de sudor, y de saliva, me incorporé. Cuando ella, con su pecho, retorciéndose, buscó el frescor de la verde alfombra.
¡Eso no se podía dejar! Cogiendola por la cintura, alcé su pompa, y la penetré por detrás. Al estilo perro.
El caballo, relinchaba, balanceando la enorme verga, que golpeaba irremisible su barriga.
Aquella cintura entre mis manos, y su culo entrando y saliendo de mi polla, me hacían follarla como si estuviese poseído. Ella, balbucía entre gritos, como le gustaba sentir los huevos en su pipa.
Era tanto el desenfreno, que me dolían cuando golpeaba su clítoris. Creía, que también entrarían detrás de mi aparato.
Las tetas le botaban amenazando su boca, y se agachaba para rozarlas con el subido césped.
No sé, cuantas veces debió correrse, porque sentía bajar el flujo entre mis piernas.
¡Ya no podía más! Sus gemidos... las palabras entrecortadas... calientes... la postura, con aquel hermosísimo culo, entre mis manos...! ¡Me vacié como un loco!
El caballo, pateaba la tierra, con coraje.
No podría recordar, el tiempo que estuve corriéndome, mientras no paraba de follar. Hasta que ya, no me obedecían las piernas.
¡Nunca podré averiguar, como pude aguantar tanto!
Quedé tumbado en el suelo, sintiendo como la húmeda capa de verde, amortiguaba el calor de mí agotado cuerpo. Tenía los ojos vueltos... aquello... ¿era el cielo?... ¿dónde estaba?
¡Ay, aquella mujer! Por mucho tiempo que viva, jamás olvidaré aquel polvo. Ni su cuerpo. Ni su cara. Ni como sintió... ¡Era maravillosa!
Por cierto... ¿cómo se llamaba?