El mejor Papá del mundo (escena 1)
Una niña, hija devota de su padre, hará lo que sea para impedir que los separen.
Este guión cinematográfico (que de ninguna manera apologiza la aberración del abuso infantil, ya que se trata de una ficción concebida para ser interpretada, como suele suceder en las películas, por una actriz unos años mayor de los que aparenta) es un regalo, un acto de amor, y espero que así tal cual sea recibido. Gracias.
ESCENA 1. Interior, living.
María está terminando de servir la cena, con suma prolijidad y esmero. Revisa que esté todo en su lugar, reacomoda algunos utensilios, hasta que por fin asiente satisfecha.
MARÍA- ¡Paapiiii! ¡A comeeer!
Entra Padre. Se lo nota serio, concentrado, taciturno. Sin decir palabra, ocupa su lugar y empieza a comer lentamente. Otro tanto hace María. Pasan así unos segundos en silencio. María va a servirse jugo de la jarra, pero se arrepiente, la deja y antes le escancia vino a Padre, que tenía el vaso vacío; recién entonces se sirve a ella misma. Siguen comiendo callados otro rato. María cada tanto mira furtivamente a Padre, quien come con la vista clavada en el plato.
MARÍA- ¿Está rico, Pa?
PADRE (distraído)- Msí.
Siguen comiendo. María lo observa cada vez más insistentemente, con expresión preocupada. Paulatinamente va dejando de comer hasta que abandona el tenedor sobre el plato.
MARÍA- ¿Qué pasa, Papi? ¿Por qué estás tan serio?
Padre la mira por primera vez. Termina de masticar y traga lo que tenía en la boca, y se limpia con la servilleta.
PADRE- Tenemos que hablar, hija.
Padre se pone de pie, toma a María del brazo y la conduce hasta el sillón, donde ambos toman asiento. María lo mira expectante y angustiada.
PADRE- Tenemos problemas, hija. Mirá: resulta que a Papá le salieron mal unos negocios. Pidió plata prestada y ahora no la puede pagar. Eso es lo que pasa.
MARÍA- Uy... ¿Mucha plata?
PADRE- Y... sí. Mucha.
MARÍA- ¿Y entonces?
PADRE- Lo que pasa es que puse la casa como garantía, entendés. Y como no puedo pagar... la voy a tener que entregar.
MARÍA (abriendo los ojos como platos)- ¿¿¿La casa??? ¿¿¿Nuestra casa, Papá???
PADRE- Sí.
MARÍA- Pero... pero.... ¿Y dónde vamos a vivir?
PADRE- Hay una sola solución. Yo me puedo ir a trabajar al interior.
MARÍA- ¿¿¿Y yo???
PADRE- Y vos... podés ir a vivir con las tías. Ya les dije y no tienen ningún problema.
MARÍA- ¡No!
PADRE- ¿Qué, no las querés a las tías?
MARÍA (lagrimeando)- ¡Sí las quiero! ¡Pero yo te quiero a vos! ¡Yo quiero vivir con vos!
PADRE- Yo también, hija, sabés que sí. Pero no queda más remedio.
MARÍA- ¡No! ¡No! ¡No! ¡Si vos te vas al interior, yo me voy con vos!
PADRE- Imposible. Voy a vivir en cuartuchos de hotel de mala muerte, yendo de acá para allá. Y vos tenés que ir al colegio.
MARÍA- ¡No me importa nada del colegio ni de nada! (cae de rodillas en el piso y se abraza a las piernas de Padre) ¡Mi papá sos vos! ¡Yo quiero vivir con vos!
PADRE- Sí, hija. Pero...
MARÍA (llorando desconsolada)- ¡No, Papi! ¡Algo hay que poder hacer! ¡No puede ser! ¡No me dejes sola, Paaaapiiiiii!
PADRE (se incorpora, soltándose de los brazos de María)- Basta, hija, por favor... Me hacés sufrir más todavía...
MARÍA- Pero...
PADRE- Por favor... Dejame un rato solo... Necesito pensar...
Padre se incorpora y con paso sufrido se retira del living. María, aún de rodillas en el piso, hunde la cara entre las manos y la apoya en el sofá, llorando desconsolada. Suena el timbre. María se para y, haciendo pucheros, se acomoda el pelo, se limpia un poco la cara con la manga de la remerita y va hasta la puerta. Abre, y del otro lado lo vemos al Señor. Es un hombre en la cincuentena, de traje, corpulento, desagradable y repelente por donde se lo mire. Aunque desaliñado y ataviado con pésimo gusto, viste ropas caras y luce ostentosos anillos de oro en sus choricescos dedos.
MARÍA- ¿Sí?
SEÑOR- ¿Está tu papá, nena?
MARÍA- Sí, Señor, está adentro, ya lo llamo.
SEÑOR- Bueno...
El Señor la aparta como si de un objeto cualquiera se tratase, y entra en la casa.
MARÍA- Pero... ¡No puede entrar así! ¡No es su casa!
SEÑOR- ¡Ja! Eso es lo que vos te creés. Claro que es mi casa. Preguntale a tu papá.
MARÍA- Ah... Usted es....
SEÑOR- Sí, yo soy . Así que ya ves.
Padre retorna al living y se acerca a ellos.
PADRE- Ah, cómo le va... (le da la mano al Señor) Venga, siéntese.
Señor se acomoda en el sillón grande, con actitud de dueño del mundo. Padre se sienta en un sillón de un cuerpo al costado. María se queda parada un poco más allá, frotándose las manitos, mirándolos angustiada.
SEÑOR- Vine para ver bien la propiedad, ¿no? Como mañana tomo posesión...
MARÍA- ¿¿¿Mañana???
PADRE- Hija, por favor, que estamos hablando los grandes. De acuerdo, mañana a primera hora dejamos la casa. ¿Cómo quiere que hagamos con las llaves?
SEÑOR- ¿Las llaves? No se preocupe, no hacen falta. Acuérdese que acá vamos a poner un estacionamiento al aire libre, así que vamos a venir directamente con las topadoras.
MARÍA- ¡Pero...!
PADRE- Hija, va a ser mejor que te vayas a tu pieza.
María atina a responder, pero la firme mirada de Padre la calla, y corre llorosa hacia la pieza. Padre y el Señor se quedan cuchicheando en voz tan baja que no llegamos a oír qué dicen. Al rato, reaparece María, que se acerca tímidamente cargando un objeto semiescondido entre las manos.
MARÍA- Perdón... ¿Le puedo decir una cosa al Señor, Papi?
PADRE- Vas a terminar haciéndome enojar, hija.
SEÑOR- Bueno, hombre, no sea tan estricto, si a mí no me molesta... Pobre chica, yo la comprendo... Decime, nena, pero rápido que soy una persona ocupada. Dale.
MARÍA- No, lo que pasa es que yo... estaba pensando... A lo mejor... se puede hacer algo... para pagarle... Yo tengo unos ahorros...
María extiende hacia el Señor lo que traía: una alcancía rosada con forma de chanchito. El Señor, sorprendido, toma la alcancía y la sacude: se oye ruido de monedas. El Señor lanza una grosera carcajada.
SEÑOR- Un chanchito... Me muero.... ¿Nena, vos tenés idea de lo que me debe tu padre? ¿Te creés que va a alcanzar con un chanchito?
MARÍA- No, ya sé... pero... Tengo más cosas... y además, podría trabajar...
SEÑOR- ¿Cosas? ¿Qué cosas tenés vos que me puedan interesar a mí?
MARÍA- Eh... Tengo mis cds, mi ropa...
PADRE- Por favor, nena, no me hagas pasar vergüenza...
SEÑOR- No, espere... Vamos a ver... A lo mejor sí se puede hacer algo... Tus cds no, para que quiero yo esa música de porquería que debés escuchar vos... Pero tu ropa puede ser que me sirva; tengo sobrinitas de tu edad... Y capaz podés trabajar para mí, además... Quién sabe...
MARÍA (ilusionada)- ¿En serio?
SEÑOR- Con calma. Vamos por partes. Empecemos por la ropa. A ver.
MARÍA- ¡Bueno!
María comienza a caminar hacia su pieza.
SEÑOR- ¡Eh! ¿Dónde vas?
MARÍA- A buscar mi ropa, para mostrársela...
SEÑOR- ¡Pero nena! ¿Te dije o no te dije que soy un hombre muy ocupado? ¿Te creés que tengo tiempo para esperar que revuelvas en tu ropero? Nada de eso. No, lo que quiero es lo que tenés puesto. Vení acá.
María se acerca, y el Señor se pone a palparla.
SEÑOR- Sí, lindas sandalias, y la remera, me viene bien. Y este shorcito... Sí... bárbaro... ¿A ver? Date vuelta... Sí, de atrás también es lindo... Buena tela... Mmm, qué suavecita... Dale, los llevo.
MARÍA (dirigiéndose hacia la pieza)- Bueno, Señor.
SEÑOR- ¡Otra vez! ¿A dónde vas?
MARÍA- A cambiarme, así le doy...
SEÑOR- No, nena. Así empezamos mal, eh. Si no entendés que soy alguien muy ocupado y que mi tiempo vale oro, no vamos a llegar a ninguna parte. Si me vas a dar tu ropa en parte de pago, te la sacás y me la das. Y si vas a andar con vueltas, no hay negocio y listo.
MARÍA (abriendo los ojos como platos)- Pero... ¿acá, adelante suyo?
SEÑOR (fastidiado)- ¡Y qué! ¿Te creés que me voy a escandalizar por una pendeja desnuda? ¿Que nunca vi ninguna? Tengo sobrinas, te dije. Qué tanto lío.
MARÍA- Pero... Papi...
PADRE- Hija, no estás obligada a nada. Ya te dije para mí lo que tendríamos que hacer.
MARÍA- Pero yo...
SEÑOR- Bueno, se acabó. (Saca un handy del bolsillo interior del saco) Capataz, ¿me copiás? Decile a los muchachos de la topadora que lo de mañana se hace, nomás.
MARÍA- ¡No! ¡No! ¡Espere!
SEÑOR- ¿Qué?
María lo mira desesperada a Padre, que se encoge de hombros, desentendiéndose.
MARÍA- Espere, espere... Está bien...
María se sienta en el piso, se desabrocha las sandalias y las deposita prolijamente a los pies del Señor. Luego se para y, tras vacilar unos momentos, se saca la remerita, la dobla y la pone en el sillón junto al Señor.
SEÑOR (al handy)- Esperá, Capataz. No hagas nada todavía.
María se desprende el botón de su short, baja el cierre y calza los pulgares como para bajárselo pero, evidentemente violentada y muerta de vergüenza, queda paralizada en mitad del movimiento. Lo mira al Señor, implorante, pero cuando éste hace gesto de llevarse otra vez el handy a la boca, María, despacito, se baja el short hasta el piso, da un pasito hacia adelante para liberarlo de sus pies, lo levanta y lo pone en el sillón, y queda ahí parada en bombacha, tratando de ocultarse como puede con las manitos. El Señor guarda el handy en el bolsillo.
SEÑOR- Bueno, así es otra cosa. A lo mejor nos entendemos, al final. A ver, acercate un poquito. Dejame ver. Dale che, corré esas manos y dejame ver. Mmm, que linda, con elefantitos... Sí, a Laurita le va a encantar... Dale, la llevo.
MARÍA- ¡No! ¡La bombacha no!
SEÑOR- ¿Qué? ¿No me dijiste que podía agarrar cualquier ropa tuya que me guste? ¿En qué quedamos?
MARÍA- ¡No! ¡Digo sí! Si quiere se la lleva, ¡pero no me la voy a sacar acá! ¡Me da mucha vergüenza!
SEÑOR- Bueno, perfecto. Así no se pierde tiempo. (Saca el handy)
MARÍA- ¡No! ¡Espere! ¡Está bien! Pero aunque sea dese vuelta, o cierre los ojos, ¡por favor!
SEÑOR- ¡Cuánta historia! Mirá nena: esa bombacha ya no es más tuya, es mía, así que si quiero la agarro y listo, qué tanto.
El Señor se inclina hacia adelante hasta tomar a María del brazo, la acerca a sí y con brusquedad le baja la bombacha y se la saca, tirándola sobre el resto de la ropa. María retrocede un par de pasos. Se la nota muy nerviosa y avergonzadísima, por cómo se le mueven las piernas y se retuercen los deditos de sus pies. Vemos, incluso, que justo debajo de ella se forma un pequeño charco. María lo mira disimuladamente y da un pasito al frente intentando ocultarlo, y se queda ahí parada con las manos cruzadas sobre su sexo para taparlo.
SEÑOR- Bueno, ahora pasemos al tema del trabajo. Porque te imaginarás que con estos dos trapos no vas a pagar semejante deuda... Lo que no sé es qué va a saber hacer una borrega como vos... ¿Para qué me vas a servir? No sé si es tan buena idea, eh. Me parece que mejor te devuelvo la ropa y rompemos el trato.
MARÍA (asustada)- ¡No! Yo, em... (disimulando, se mueve tratando de ocultar todo lo posible el charquito con sus pies) Yo acá en casa lavo la ropa, los platos, cocino, limpio la casa, todo...
SEÑOR- Cocinar no me interesa, yo como siempre afuera, haciendo negocios. No. Pero limpiar capaz me sirve.
MARÍA (otra vez ilusionada)- ¿¿¿Sí???
SEÑOR- Capaz, dije. Hay que ver. Mostrame. Buscá algo sucio y limpialo, así veo.
MARÍA- ¡Y mire la casa! ¿¿¿No ve que limpito está todo???
SEÑOR- Ah, ¿y cómo sé que fuiste vos? Además, tengo que ver si sabés trabajar en mi estilo. Te tengo que ver en acción, ¿entendés?
MARÍA- ¿Algo sucio...? (Camina por el living, buscando) No veo nada... Hoy temprano limpié toda la casa...
PADRE- No del todo, hija. Estoy viendo un charco, ahí.
MARÍA (sonrojándose completamente)- ¿Qué charco?
PADRE- Ése, mirá. ¿Qué será?
MARÍA- No sé... Recién lo veo, yo...
SEÑOR- Bueno, ¿qué importa qué es? Agarrá y limpialo así veo si servís y a otra cosa.
MARÍA- Sí, Señor. Enseguida.
María se dirige a la cocina.
SEÑOR- ¡Otra vez! ¿Y ahora a dónde vas?
MARÍA- A buscar un trapo, Señor, para limpiar eso...
SEÑOR- No hay caso con vos, eh. No aprendés más. Cuando YO doy una orden , no hay tiempo de ir a buscar nada, hay que cumplirla ahí mismo como sea. Siempre . ¿Es claro lo que digo? ¿Entendés?
MARÍA- Sí, Señor, pero...
SEÑOR- Entonces, si yo a alguna mis mucamas le digo limpiá eso, ella inmediatamente lo limpia. ¿Sabés lo que quiere decir inmediatamente ?
MARÍA- Sí, Señor... Pero ¿y si justo no tiene un trapo en la mano? ¿Cómo hace?
SEÑOR- ¿Qué sé yo? ¡Problema de ella! Con la ropa, con las manos, a mí que me importa. Con tal que obedezca. Y si no, la despido ahí mismo.
MARÍA- Pero... yo no tengo ni ropa...
SEÑOR- Problema tuyo.
MARÍA- Y un charco con las manos no se puede...
SEÑOR- Problema tuyo.
María mira para todos lados, pero no ve nada que le sirva. El Señor mira su reloj, impaciente. María da dos pasos hacia la mesa, a unos metros, donde hay servilletas.
SEÑOR (al handy) -¿Capataz?
MARÍA- ¡No! ¡No! (Vuelve corriendo hasta el charco) ¡Espere!
María se arrodilla frente al charco y lo empieza a juntar con las manitos, pero lógicamente se le escapa entre los dedos; lo mira al Señor, ve que esta por apretar otra vez el botón del handy y entonces, cediendo a un impulso desesperado, se inclina hacia el piso y acerca la boca al líquido; vacila, como juntando coraje, abre y cierra los labios temblorosos, se los muerde, hasta que al fin, cerrando los ojos, aplica la boca contra el charco y con un "¡slurrrrp!" junta un poco. Sigue sorbiendo hasta llenarse la boca, pero al ver que no llegó ni a la mitad, intenta tragar para poder seguir juntando. Pero le da un ataque de tos, y el líquido vuelve al piso. Apenas se repone, vuelve a sorber pero menor cantidad y así, apretando los párpados y con ostensible esfuerzo, esta vez consigue tragar. Repite la operación tantas veces como es necesario hasta haberlo sorbido todo y luego, al notar que permanece cierta humedad delatora en el piso, completa la tarea pasando la lengua hasta dejar no más que una imperceptible película de su propia saliva. Se reincorpora entonces, y se para otra vez frente al Señor. Tiene los ojos hinchados por el esfuerzo al tragar, la tos y las arcadas; las lágrimas le llegan hasta el cuello. Pero ahora luce satisfecha y hasta como orgullosa de sí misma.
MARÍA- ¿Así estuvo bien, Señor? ¿Me va a contratar, eh? ¿Nos va a dejar la casa?
SEÑOR- No sé. Todavía tenemos que ver.
MARÍA- Pero... ¡si yo lo limpié todo, como usted quería!
SEÑOR- Msé... No estuvo mal eso... Se ve que servís para limpiar... Lo que estoy pensando ahora es QUÉ me podrías limpiar... Porque personal de servicio ya tengo... Mucamas, ni hablar... No necesito más...
MARÍA- No... Pero piense... Algo tiene que haber... Yo soy muy buena, ya le mostré...
SEÑOR- Sí, querida, pero... Qué tonto, no lo había pensado... En fin, qué le vamos a hacer...
MARÍA (suplicando de rodillas)- ¡No, por favor, Señor! ¡No sea malo! ¡Déjeme limpiarle algo! ¡Lo que sea, yo se lo limpio!
SEÑOR (chasqueando los dedos)- ¡Claro! ¡Ya lo tengo! ¡Cómo no se me ocurrió antes! ¡Ya sé qué me podés limpiar!
MARÍA (ilusionada)- ¿¿¿Sí??? ¿¿¿En serio???
SEÑOR- Sí, te digo que sí. Vení, sentate acá al lado que te voy a explicar bien de qué se trata. Tenés que conocer muy bien tu trabajo, para que te salga bien.
MARÍA- Sí, Señor.
María se sienta y lo mira al Señor con expresión atenta y concentrada, los ojos muy abiertos.
SEÑOR- Por ejemplo. Ya te dije qué persona ocupada que soy, ¿no?
MARÍA- Sí, Señor.
SEÑOR- Bueno. Entonces, para bañarme siempre tengo de 2 a 3 minutos, nunca más. Entendés que yo no puedo dedicarle más tiempo a eso, con tooodo lo que tengo que hacer.
MARÍA- No, Señor.
SEÑOR- El problema es que 2 ó 3 minutos me alcanzan para lavarme la cabeza, el cuerpo, pero hay una parte que nunca alcanzo a lavármela porque ya tengo que salir corriendo y no llego.
María traga saliva.
SEÑOR- Lavarse la pija, ¿sabés? es algo complicado, lleva su tiempo. Hay que correr la piel para atrás, enjabonar bien, repasar bien por abajo de donde empieza la cabeza, todo alrededor, porque ahí se junta más mugre, ¿entendés?
MARÍA- ...
SEÑOR- Y encima, para que quede bien limpia de verdad, con la pija así blandita no se puede; hace falta tocarse un poco para que se pare, así se puede acceder a todos los recovecos y lavarla mejor. ¿No es verdad? Dígale.
PADRE- Indiscutiblemente. Lavarse bien la pija siempre fue todo un tema.
SEÑOR- Y a mi edad, eso no es joda. Que se me pare, quiero decir. O sea, que debería dedicarle de 5 a 10 minutos nada más que a la pija, que ya es más del triple de tiempo que dispongo para todo el baño. Conclusión: nunca me la puedo lavar.
MARÍA- ...
SEÑOR- Y como si eso fuera poco: yo siempre ando de acá para allá, viste, a las corridas. Y cada vez que tengo que ir al baño a mear, siempre estoy en medio de una reunión o algo. Y cuando uno mea, se supone que al terminar hay que sacudirla bien, esperar un poco para que bajen las últimas gotas, volverla a sacudir, después enjuagarla en la pileta o al menos secarla con papel higiénico, etcétera... ¡Ni loco voy a perder todo ese tiempo! Y como siempre mientras estoy usando el handy o el celular, menos, todavía. Así como terminé de mear, la guardo, nomás. Toda chorreando. Qué le voy a hacer.
María vuelve a tragar saliva.
SEÑOR- Y después, como ya te expliqué, ni tiempo de lavarla. Es todo un problema para mí, ¿sabés? Porque a veces tengo reuniones donde hay mujeres, no pendejas de merda como vos, señoras importantes hay, y yo ando con mucho olor a pija sucia, tanto que atraviesa la tela del pantalón, y es un poco molesto, sabés.
MARÍA- Y entonces, yo... Usted quiere... O sea... ¿Yo se la tendría que lavar, a Usted?
SEÑOR- Claro... O sea, no exactamente. Lavarla ya viste que es un lío; imaginate que estoy en mi oficina, tengo que ir a una reunión o viene gente, y yo con la pija toda sucia... Y ahí te llamo... ¿Qué vas a hacer? Calentar agua, llenar una palangana, traerla, con una toalla, enjabonarme, enjuagarme, me tengo que sacar los pantalones para que no se mojen, después secarme, etcétera... Ya perdimos más tiempo que si me la lavaba yo mismo al bañarme. No, no, no.
MARÍA- ¿Entonces...?
SEÑOR- Por eso se me ocurrió que podías servir: ya mostraste que sos buena limpiando con la boca.
MARÍA (con los ojos desorbitados)- ¿¿¿...!!!
SEÑOR- Sí, nena. Con la boquita. Es ideal. Se hace enseguida, y ni siquiera tengo que parar de trabajar. Hasta puedo seguir atendiendo gente, mientras, si te metés abajo del escritorio y hacés lo tuyo, total nadie te ve. Me vendría bárrrbaro.
MARÍA- Pero Señor... Yo... yo...
SEÑOR- Otra cosa no hay. Lo tomás o lo dejás, y llamo a las topadoras.
MARÍA- ¡No! Pero yo... No sé si voy a poder...
SEÑOR- ¡Y probá! Si te sale, bien. Y si no, ya sabés.
MARÍA- Y no... ¿No hay ningún otro trabajo que me pueda dar?
SEÑOR- Nada.
MARÍA- Pero no sé... ¿La puedo ver, aunque sea, primero?
SEÑOR- ¿Me vas a hacer sacar la pija acá, nada más que para verla?
MARÍA- Por favor...
SEÑOR (tras pensar unos momentos)- Bueno, me agarraste en un buen día. Pero ocupate vos. (Abriendo las piernas) Toda tuya. Y rápido, eh.
MARÍA- Gracias, Señor.
María se arrodilla en el piso, entre las piernas del Señor, y tímidamente extiende sus temblorosas manitos hacia la bragueta. Despacito, temerosa, baja el cierre relámpago, y más despacio y más temerosa aún mete la mano dentro y baja el slip del Señor todo lo que puede. Mira a Padre, que tiene los ojos clavados en las manos de ella, con una expresión rara. Mira al Señor, que también la está mirando expectante. Vuelve su vista a la bragueta, mete la mano y hurga dentro hasta que, con mucho cuidado, consigue sacar hacia afuera el miembro del Señor. Es éste un miembro regordete, fláccido, oscuro y un tanto deforme. Apenas sale, María empalidece, y se notan en su carita los esfuerzos por reprimir una expresión de asco y las arcadas que la acometen. El Señor, en cambio, no reprime nada y cierra los ojos asqueado.
SEÑOR- ¡Puh! ¿Ves lo que te digo? ¿Te parece que yo puedo andar por ahí haciendo negocios con semejante baranda a pija? ¿Usted que opina?
PADRE- Totalmente de acuerdo. Hasta acá llega el olor. Y huele como el baño público de una estación de trenes de la línea Roca, si me permite.
SEÑOR- ¿Vio? Y eso no es nada. Espere a que me baje la piel y se descubra la cabeza. Dale, nena. Tirá para abajo.
María, con cierta torpeza pero compensándola con el cuidado que le pone, tira la piel hacia abajo hasta descubrir la cabeza del miembro del Señor. Una especie de crema amarillenta lo recubre todo, particularmente debajo del nacimiento del glande, donde la sustancia luce especialmente concentrada. María, que mira el espectáculo como hipnotizada, ya no está pálida sino blanca como un papel. Parece al borde del desmayo.
SEÑOR- ¿Y, nena? No tengo todo el día. ¿Vas a probar o no?
María, como un zombi, se acerca unos centímetros, pero a mitad de camino retrocede asqueada.
SEÑOR- En fin... Sí, es demasiado para vos. Bueno, acuérdense que mañana a las 6 llegan las topadoras y empiezan directamente a demoler; les recomiendo haber desalojado, ya.
MARÍA (hablando con dificultad)- Señor... Espere... Antes de irse... ¿No me dejaría hablar un minuto con mi papá? Un minuto, nada más. Por favor.
SEÑOR- Cuánta vuelta, querida... Dale, pero apurate, querés.
MARÍA- Gracias, Señor.
María va hasta Padre con paso tambaleante, se sienta a upa de él y se aferra a su cuello, al tiempo que rompe a llorar. Padre también la abraza.
MARÍA- ¡Paaapiiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¿¿¿Qué hago??? ¡¡¡Yo no quiero que nos quedemos sin casa, yo quiero vivir con vos, pero no puedooooo!!! ¡¡¡Me da mucho ascoooooo!!! ¡¡¡Voy a vomitar!!!
PADRE- Entonces no lo hagas, hija. Nadie te obliga. Yo ya te dije que lo mejor es que te vayas con las tías...
MARÍA- ¡¡¡NO QUIERO!!!
PADRE- ¿Qué querés que le haga?
MARÍA- No sé... Pero eso no puedo... Es demasiado asqueroso, no se puede hacer...
PADRE- Bueno; todo depende. Hay muchos trabajos que a casi todos les daría demasiado asco, y sin embargo hay gente que los hace.
MARÍA (atenuando su sollozo)- ¿Sí?
PADRE- Y sí... Vos pensá nada más: los basureros, los que limpian baños... Los que limpian cloacas y pozos ciegos...
MARÍA- Es verdad... ¡Y los que cuidan enfermos! Como la bisa, que a lo último se hacía encima y esa señora la limpiaba...
PADRE- ¿Viste?
MARÍA- Pero... Ponele que agarro y lo hago...
PADRE- ¿Qué?
MARÍA- Vos... ¿Vos me vas a querer igual, aunque yo haga algo tan tan asqueroso?
PADRE- ¿Y cómo no te iba a querer? Sos mi hija. Y además: esos trabajos alguien los tiene que hacer, ¿no? Imaginate lo que sería si no hubiese basureros, o enfermeras. Es algo muy digno y respetable, para mí. ¿Y vos te creés que los papás de esa gente no los quiere?
MARÍA- No, sí, tenés razón... Pero una cosa es juntar la basura o cuidar enfermitos, son cosas buenas... Pero trabajar de limpiarle... la cosa a un Señor que la tiene tan sucia... ¡Y con la boca, Pa!
PADRE- Sí, pero el Señor es un hombre muy ocupado, no tiene tiempo de limpiarse la pija y entonces contrata a alguien para que se lo haga, es lógico... Yo no digo que esté bien... Pero así es el mundo... A Papá nunca le gustó mucho trabajar, ya lo sabés, ¿y no trabajó toda la vida para mantenerte?
MARÍA (abrazándolo fuerte)- ¡Es verdad, pobre Papá! Entonces... ¿Vos decís que lo tengo que hacer?
PADRE- No, hija; yo nada más te respondo lo que me preguntás; la decisión es tuya...
MARÍA- Yo si no vivo más con vos me muero, Papi...
PADRE- Yo también te extrañaría mucho, mucho...
MARÍA- ¿¿¿De veras...???
PADRE- Muchísimo...
MARÍA- Entonces... Yo... Está bien... Pero...
PADRE- ¿Qué?
MARÍA- Pero vos... Ya entendí que me seguirías queriendo igual, pero...
PADRE- ¿Pero?
MARÍA- Pero... (bajando la vista, avergonzada) ¿Me... seguirías dando besos, Papá?
PADRE- Mmmm... bueno; si te asegurás de tragar todo lo que limpies, para que no te quede nada adentro de la boca, y te lavás bien los dientitos, como Papá te enseñó, entonces sí, sí te sigo dando besos.
MARÍA- ¿¿¿En serio??? (Lo abraza fuerte) ¡¡¡Sos el mejor papá del mundo, Papi!!!
SEÑOR- Nena... se me hace tarde...
MARÍA- ¡Enseguida voy, Señor! Tengo que ir a trabajar, Papi. ¿Me querés?
PADRE- Sí que te quiero.
MARÍA- ¿Y si yo voy y hago ese trabajo horrible para que no nos tengamos que separar, me vas a querer más todavía?
PADRE- Mucho más no, porque ya te quiero muchísimo; pero un poquititito más, a lo mejor, puede ser.
MARÍA- ¡Entonces seguro que voy a poder!
María estampa un beso en la mejilla de Padre, y luego se dirige hasta el Señor.
MARÍA- Acá estoy, Señor. Vine a limpiarle.
SEÑOR- Así me gusta. Dale, nena, a trabajar.
MARÍA- Sí, Señor.
María, con actitud decidida, se arrodilla frente al Señor, toma su miembro, cierra los ojos, junta aire, y se inclina hasta metérselo en la boca. Una fracción de segundo después está a un costado con un acceso de tos y arcadas. Se lleva una mano a la boca, tratando de reprimirlas, sin apenas conseguirlo.
SEÑOR- Ya me parecía que no podías ser tan buena, que este trabajo es demasiado para vos.
MARÍA (haciendo esfuerzos por recuperarse)- No, Señor... Perdón, Señor... Primera vez... Ya se me pasa...
SEÑOR- Vale, pero que sea la última vez que interrumpís tus tareas, eh. Por mucho menos que eso despedí a unas cuantas, ya.
MARÍA- No, Señor. Se lo prometo.
SEÑOR- Mejor así. Y apurate que es tardísimo.
MARÍA- Sí, Señor.
María, aunque no luce ni lejanamente recuperada, se pone en posición y, con un esfuerzo sobrehumano, poniéndose de todos los colores y temblando, comienza a chupar el horroroso miembro del Señor. Chupa un poco, se lo saca de la boca para apreciar el resultado, pasa la lengua por las partes más sucias y (cerrando fuerte los ojos) va tragando lo que logra quitar.
SEÑOR (jadeante)- Eso... Así... Muy bien... Toda limpita la tenés que dejar... Sssssssssí... Mirá: ¿ves cómo me la estás haciendo agrandar? ¿Te acordás lo que te expliqué?
MARÍA- Sí Señor, que así es mejor para limpiarla...
SEÑOR- Claaaro... Seguí... Toda, desde abajo hasta la punta...
María continúa lamiendo y chupando, hasta que por fin puede examinar el miembro por todas partes y no descubrir ni rastro de la suciedad que había al principio. Aliviada por haber terminado, lo suelta y se sienta sobre sus talones.
MARÍA- Listo, Señor.
SEÑOR- ¿¿¿Listo???
MARÍA- Sí. Terminé. Quedó toda limpita, fíjese.
SEÑOR- ¿A ver? Sí, es verdad, como nueva... Muy bien... Pero...
MARÍA- ¿Pero qué?
SEÑOR- Es que así no va a durar mucho...
MARÍA- ¿No? ¿Por qué?
SEÑOR- Mirá, nena, no sé si sabés que yo soy un hombre solo... Nunca me casé... No tengo mujer...
MARÍA- ...
SEÑOR- Y por eso no tengo... relaciones sexuales muy seguido, sabés. Entonces... Bueno, no sé si sabés que a los hombres cuando tenemos relaciones nos sale una... cosa de ahí, un juguito...
MARÍA- Sí, Señor. Lo sé del colegio. (orgullosa por sus conocimientos) Se llama esperma.
SEÑOR- Sí, bueno, eso... Se nos acumula si no tenemos relaciones, sabés... Entonces después cuando dormimos, nos pasa una cosa... No me acuerdo cómo se llama, tiene un nombre...
PADRE- Polución nocturna.
SEÑOR- Eso, gracias.
MARÍA- ¿¿Polución nocturna?? ¿Qué es eso?
SEÑOR- Es... Explíquele usted, hágame el favor... Que tiene más facilidad de palabra...
PADRE (en tono didáctico)- Cuando los hombres pasamos mucho tiempo sin sexo, se nos acumula el semen y entonces, para descargarlo, naturaleza nos hace soñar que está con una señora y así descargan el semen, gracias al sueño pero de verdad.
María suelta una risita.
PADRE- ¡Es cierto! ¿De qué te reís?
MARÍA- No, Papi, si te creo, pero me causo gracia porque...
PADRE- Decime...
MARÍA (tras mirar de reojo al Señor)- Me da vergüenza... ¿No te lo puedo decir en secreto?
PADRE- A ver...
María se acerca a Padre y le cuchichea algo al oído.
PADRE- ¿Y por soñarlo te hacés encima ahí en la cama? ¡Qué chancha!
MARÍA (toda sonrojada, dando una patadita en el suelo)- ¡Papi!
PADRE- Perdoná mi vida, se me escapó.
SEÑOR- Mmmm... Entonces no sé si me conviene, eh... Justo voy a contratar para limpieza a una pendeja que se anda meando y ensuciando todo...
MARÍA- ¡No, Señor! ¡Me pasaba de más chiquita! ¡Hace muuuuuucho...! ¡Ahora que soy grande no me pasa más! Por favor, contráteme, me voy a portar bien.
SEÑOR- ¿Muy muy bien?
MARÍA (asintiendo enfáticamente)- Muy muy bien. Le juro.
SEÑOR- Entonces, empezá por hacer bien tu trabajo. ¿Te parece bien que me limpies la pija solamente por afuera, dejándome toda la suciedad de adentro que apenas me vaya a dormir o me eche una siestecita en la oficina, como hago a veces, se me salga todo para afuera y otra vez todo hecho un desastre? ¿Sabés el olor que larga eso?
MARÍA- ...
SEÑOR- ¿Ves? Tenés que hacer bien las cosas. Me tenés que limpiar por dentro también.
MARÍA- ¿Y cómo hago?
SEÑOR- Igual... si seguís chupándomela como venías haciendo, te aseguro que en un ratito nomás se me sale eso y ya está. ¿Dale? Vamos.
María se queda parada donde está, con los brazos cruzados en pose desafiante.
SEÑOR- ¿Y? ¿Qué esperás?
MARÍA- Nada. No voy a hacer más nada.
SEÑOR- ¿Ah no? ¿Llamo a la topadora entonces?
MARÍA- Haga lo que quiera. Yo a usted no le creo más nada. Es un mentiroso.
SEÑOR- ¿Yo?
MARÍA- Usted.
SEÑOR- ¿A ver? ¿Y por qué?
MARÍA- Porque me tuvo toda la tarde así: hacés esto y te contrato, y yo lo hago, y después no, ahora resulta que tal otra cosa, y después otra, y al final nunca me contrata nada. Me cansé.
SEÑOR- Bueno... Si es por eso, te juro que esta es la última prueba. Si la pasás, quedas contratada.
MARÍA (ilusionada)- ¿¿¿En serio???
SEÑOR- Es más. Para que te quedes segura. (El Señor saca una hoja en blanco y una lapicera del ataché, y las pone sobre la mesita ratona frente al sillón). Sentate ahí que te voy a dictar una cosa.
MARÍA- Sí, Señor.
María se sienta en el piso ante la mesita, toma la lapicera y se dispone a escribir.
SEÑOR- Con letra linda, eh. Empiezo: En el día de hoy... poné la fecha, ahí... los abajo firmantes, el Señor y María, se comprometen a lo siguiente: Uno: una vez que María le haya limpiado bien la pija al Señor, por fuera y por dentro...
María, que venía escribiendo sin pausa, parece detenerse ante la dificultad que le provoca la escritura de alguna palabra. Tras vacilar un poco, y sonrojada, escribe rapidito esa palabra y continúa. Lo mismo les sucederá varias veces durante el dictado del Señor.
SEÑOR- el Señor la contratará a María como su... Este... ¿Qué vendría a ser? Personal de limpieza no, mucama tampoco, secretaria menos... Usted, que se ve es un hombre culto... ¿Qué vendría a ser una empleada que se dedica a limpiar pija con la boca? ¿Cómo se llama ese trabajo?
PADRE- Y... yo diría que... de puta.
MARÍA- ¡Papi!
PADRE: Hija, ese trabajo se llama así. No podemos andar inventando, es un contrato.
SEÑOR- Es verdad. Tiene que estar bien claro. Y si te vas a poner a protestar por pavadas y formalidades, lo dejamos ahí, eh.
MARÍA- No, Señor, está bien.
SEÑOR- ...a María como su puta... no, que sos menor; mejor poné: putita, ahí está, putita personal, para que la aludida se encargue de limpiarle la pija chupándosela, y/o, por el mismo procedimiento, sacarle toda la leche que tuviere acumulada... Cada vez que el Señor se lo ordene... Por tiempo indefinido, hasta que con sus servicios cubra la deuda contraída por el Padre. Dos: el Señor, por su parte, se compromete a no tomar posesión de la propiedad ni demolerla mientras María cumpla adecuadamente sus funciones.
MARÍA (sonriente y complacida)- ...funciones. Ya está, Señor.
SEÑOR- Bueno. Dame que te lo firmo. Ahí tenés. Ahora firmalo vos. Y listo. Guardalo bien, eh.
MARÍA- ¡Gracias, Señor! Perdone por haberme enojado.
SEÑOR- Ya, no importa. Ahora a lo tuyo.
MARÍA (arrodillándose)- Enseguida, Señor.
SEÑOR- No, no. Esperá. Así no. Tenés que ir aprendiendo algunas cosas.
MARÍA (parándose otra vez, solícita)- Sí, Señor. Dígame.
SEÑOR- Yo, como siempre ando tan ocupado, me distraigo, me olvido de las cosas... Por eso mis empleadas están todo el día muy atentas. Por ejemplo, a veces me olvido de desayunar, o me pongo la misma corbata que use ayer, cosas así. Mis empleadas buenas, las que me duran, son las que están siempre listas y me hacen acordar. ¿El Señor quiere desayunar algo? ¿Quiere el Señor que le alcance otra corbata?, me dicen las mucamas. ¿El Señor quiere un café, necesita una aspirina?, cosas así me dice mi secretaria todo el tiempo. ¿Entendés?
MARÍA- Sí.
SEÑOR- Entonces ensayemos. Por ejemplo, yo estoy sacando cuentas, lo que sea. Vos justo pasás, y me decís...
MARÍA- Emmmm... ¿El Señor necesita... que... que le limpie ahora?
SEÑOR- Nena, nena, nena. Sabés la de empleadas que tengo yo. Te creés que me acuerdo de lo que hace exactamente cada una. ¿Que voy a dedicar tiempo a mirate la cara y tratar de acordarme qué hacías vos? Por favor...
MARÍA- No, Señor.
SEÑOR- Bue. Empecemos de nuevo. Dale.
MARÍA- Sí. Este... El Señor necesita que... que yo le...
SEÑOR- Tres segundos más y te despido. Uno, dos...
MARÍA- ¿ElSeñornecesitaquelelimpielapijayquelesaquelaleche?
SEÑOR- Bueeeno. Ahí vamos mejor. Pero si hablás tan rápido, ni te voy a entender, nena. Tenés que articular bien. Sobre todo las palabras pija y leche, que son las propias de tu función.
MARÍA- ¿El Señor necesita que le limpie la...?
SEÑOR- ¿La?
MARÍA- P-pija...
SEÑOR- Pija.
MARÍA- P... pija.
SEÑOR- Practicá. Pija.
MARÍA (suspira)- Pija.
SEÑOR- Eeeeso, muy bien. Varias veces ahora.
MARÍA- Pija. Pija. Pija. Pija.
SEÑOR- Leche.
MARÍA- Leche.
SEÑOR- Un poquito más larga la L. LLLeche.
MARÍA- LLLeche.
SEÑOR- Así, dale.
MARÍA- Leche. Leche. Leche.
SEÑOR- Pija. Leche.
MARÍA- Pija. Leche. Pija. Leche. Pija. Leche.
SEÑOR- Y no digas limpie. Decí chupe. Es más preciso.
MARÍA- Chupe. Chupe. Chupe. Leche. Pija.
SEÑOR- Ahora todo.
MARÍA- ¿Necesita el Señor que le chupe bien la pija y le saque toda la leche?
SEÑOR (un tanto sacado)- Vení acá. Vení acá, putita. Vení acá y chupámela. Arrodillate y chupá. Chupame la pija de una vez.
María, un poco asustada pero obediente, se arrodilla y comienza a chupar.
SEÑOR- Así. Muy bien. Eso. No, más adentro. Más, te digo. (Toma la cabeza de María con ambas manos y la empuja hacia abajo).
MARÍA- G-g-g.
SEÑOR- Chupá, putita. Chupá. Chupá. Chupa. (De improviso, toma a María de los pelos y le hace levantar la cabeza) ¿Qué estás haciendo?
MARÍA (jadeando, los ojos hinchados, unas lágrimas surcando sus mejillas)- ...Chupo, Señor.
SEÑOR (volviendo a hundir la cabecita de María entre sus piernas)- Sí, putita. Chupás. Chupás. Tan pendeja y tan puta. Mirá qué bien que chupás. (Levantándole otra vez la cabeza) ¿Y qué chupas?
MARÍA- ...Chupo pija, Señor.
SEÑOR (bajándosela)- Sí, putita. Chupás pija. Pija. Chupás. Puta. Putita chupapijas. (Subiéndola) ¿Y qué tenés que sacar de esta pija?
MARÍA- ...LLLeche, Señor.
SEÑOR- Te voy a llenar la boca, putita. Te la voy a llenar, de leche. En la garganta te voy a acabar, puta. Aunque te ahogues. Puta. Putita. (sacudiendo su pelvis a bruscas embestidas) Pendeja puta. La leche. Acabo. ¡Acabo! ¡Tomá! ¡Tomate la leche putita! ¡Tomá leche! ¡TOMÁAAAAAHHHHHHHHHHHHH!
Los bracitos y piernas de María se mueven convulsivamente, pero sea porque el Señor la sujeta con firmeza, o por celo profesional, no abandona su lugar entre las piernas del Señor. El Señor sacude su pelvis varias veces más, pero paulatinamente va aminorando las embestidas hasta quedarse totalmente quieto, y por fin la suelta. María se echa hacia atrás y queda sentada en el piso.
SEÑOR- ¡Ahhhhhh! Cómo necesitaba esto. (Se pone de pie) Nena, no te asustes si me pongo un poco loquito en esos momentos, sabés, es que a mi edad... Me tengo que entusiasmar, ¿entendés?
María, escurriéndose aún las lágrimas, asiente con la cabeza.
SEÑOR (subiéndose la bragueta)- Bueno nena, me voy a la oficina. Te espero ahí mañana temprano. Tu papá sabe dónde es. ¿Usted me la trae?
PADRE- Por mí...
SEÑOR- Bárbaro (se dan la mano). Hasta mañana entonces. Acompañame a la puerta, nena.
María corre a abrirle al Señor. Al salir, él le da unas palmaditas en la cabeza. Ella lo saluda con la manito y cierra la puerta. Y corre hasta quedar frente a Padre.
PADRE- Qué, hija, decime.
María se señala la boca con el dedo. Tiene el buche hinchado.
PADRE- Sí, ya te veo, ¿qué pasa?
María trata de explicar algo por gestos, pero desiste y finalmente abre la boca y se señala dentro, y podemos ver que aún la tiene llena con la espesa y grumosa descarga del Señor. Una vez segura de que Padre la ha visto claramente, cierra la boquita y, apretando los párpados y luego de unos momentos juntando coraje, hace un movimiento con el cuello, sacude la cabeza como de un escalofrío y abre otra vez la boca, bien grande, la lengua afuera. Está completamente vacía, ahora.
MARÍA- ¿¿Viste, Papi?? Me lo tragué todo, como te prometí...
PADRE- Muy bien, hijita. Así me gusta. Muy muy bien. Pero sabés, mi vida, te quedó un aliento...
MARÍA- Perdón, Papi. ¡Ya vengo!
María, revoleando las piernitas, corre hacia el baño. Se siente ruido de agua al correr. Al rato, María asoma por la puerta: se está lavando los dientes concienzudamente, exagerando los movimientos, un poco payasescamente. Padre le sonríe. María se vuelve a meter al baño. Pasa otro buen rato. Cesa el ruido del agua, y María emerge toda limpita y peinada (aunque siempre desnuda).
MARÍA (corriendo hacia Padre)- ¡Paaaaaaaapiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! (echándose a sus brazos). ¿¿¿Papi, estás contento??? ¡No nos tenemos que ir nada! ¡No tenés que ir a vivir a esos hoteles feos! ¡Y nos podemos quedar juntitos!
PADRE- Sí, hija, estoy muy contento.
MARÍA (con brillito en las pupilas)- ¿¿¿Me querés???
PADRE- Sí, hija, te quiero mucho (la besa en la frente). Bueno, y ahora andá a recalentar la comida, que se enfrió, y ahora que pasó todo a Papá le volvió el hambre... ¿A vos no?
María retrocede dos pasos y se lo queda mirando, incrédula. De a poco su carita se va deformando con la expresión del llanto, hasta que pega una patadita en el suelo, dos, tres, y tapándose la cara con las manos da media vuelta y corre hacia su pieza, entra y cierra de un portazo. Padre se queda mirando unos instantes, finalmente suspira, se pone de pie y camina hasta la puerta de la pieza. Golpea, y no hay respuesta.
PADRE- María... (golpea otra vez) ¡María!
Padre abre la puerta. Adentro está a oscuras. De pronto empiezan a llover sobre padre: almohadones, muñecas, un osito...
MARÍA- ¡Salí! ¡Andate de acá! ¡No te quiero más!
PADRE- Hija...
MARÍA- ¡Malo! ¡Sos malísimo! ¡Andate!
PADRE- Me querés decir que te pasa...
MARÍA- ¡Andate!
Padre, atajando la lluvia de almohadones y muñecos, se acerca la cama y prende el velador. María, hecha un ovillo en un rincón de la cama contra la pared, se tapa la cara con la almohada.
PADRE- Hija...
MARÍA- ¡Te vas! ¡Sos un mentiroso!
PADRE- Pero por qué...
MARÍA- ¡Todo lo que hice para que no nos echen! ¡Le chupé la cosa toda sucia a ese viejo asqueroso! ¡Y me tragué toda la cosa que le salió!
PADRE- Sí, hija, y te di las gracias...
MARÍA- ¡Tuve que trabajar de putita! ¡¡¡De pu-ti-ta!!! ¡O no! ¡Y encima! (asomando la cara por sobre la almohada) ¿Sabés que era ese charquito que limpié? ¿Sabés qué era? ¡Era pis! ¡Era pis mío! ¡No sabías, eh! ¡Ahí tenés! ¡Y yo me lo tragué igual! ¡Tragué pis del piso! ¡Hice un montón de cosas horribles! ¡Pero vos me prometiste que no te iba a dar asco yo si hacía todo eso! ¡Me men-tis-te!
PADRE- ¿Por qué decís eso, hijita?
MARÍA (haciendo burla)- ¿ Por qué decís eso, hijita ? ¿ Por qué decís eso, hijita ? ¿Te creés que soy tonta? ¡Siempre me das besos en la mejilla, y esta vez me diste en la frente! ¡Porque te doy asco, ahora! ¡Yo sabía! ¡Yo sabía! ¡Y eso que me lavé los dientes cinco veces seguidas, y la cara y todo!
PADRE- Te equivocás, hijita. (Le acaricia la pierna) No me das ningún asco.
MARÍA- ¡NO me TOQUES! ¡Salí! ¡Mentiroso!
PADRE- María... si te doy un beso como vos decís, ¿me creés?
MARÍA- ¡No! ¡Ahora lo vas a hacer porque lloro, y después vas a ir corriendo a lavarte!
PADRE- ¿Para qué si ya te lavaste mucho vos, y antes tragaste todo todo, yo te vi?
MARÍA- ¡Mentiroooooooosoooooooooooooooooooooooooooo!
PADRE- ¿Y si hago una cosa especial, me creés?
MARÍA- ¿Qué, a ver? ¿Qué?
PADRE- Vos sabés que los papás besan a sus hijas en las mejillas, porque los besos en la boca son para más de grandes, con el marido....
MARÍA- ¡A mí qué me importa! ¡Yo nunca me voy a casar! ¡Yo quería vivir toda la vida con vos! ¡Ahora no me importa nada! ¡Voy a vivir sola! ¡ Sola !
PADRE- Pero hija... ¿Y si yo agarro y, como una cosa especial, por una vez, para que me creas, te doy un beso en la boca? ¿Me creés ahí?
MARÍA (menos enfáticamente que antes)- No.
PADRE- ¿No? Pero un beso beso, eh, con la boca abierta... Y con la lengua... No tendría, porque soy tu papá, pero para que veas...
MARÍA- Mentira. No te creo.
PADRE- Dejame y te muestro...
María baja la cabeza, pensativa.
PADRE- ¿No querés? Bueno... (amaga levantarse)
MARÍA- Pará... (lo mira furtivamente, ilusionada y vergonzosa al mismo tiempo) Bueno... Está bien, una vez sola, ¿no? Para que yo te crea...
PADRE- Eso, sí. Pero con una condición, eh.
MARÍA- Qué...
Padre le saca la almohada que María aún tenía abrazada, la tira al piso, y se acuesta a su lado.
PADRE- Primero me abrazás...
MARÍA (abrazándolo fuerte, del cuello)- Sí, Papi...
PADRE- ...me decís que me querés...
MARÍA- Te amo, Papá.
PADRE- ...y me repetís eso que me dijiste hoy hace un rato, que me gustó mucho.
MARÍA- ¿Hoy? ¿Qué te dije?
PADRE- Tenés que adivinar...
María mira hacia arriba, pestañeando, y tras unos instantes sonríe y lo mira, pícara.
MARÍA- Papi...
PADRE- Hija...
MARÍA (suspirando)- Sos el mejor Papá del mundo, ¿sabés?
PADRE- ¿El mejor mejor de todos?
MARÍA- Besame, Papá................
Padre acerca lentamente su boca a la de María, hasta que los labios de ambos se funden en un profundo e interminable beso.
FUNDE A NEGRO - FIN ESCENA 1.