El mejor de mis cumpleaños
Pues lo pasé contigo.
Éste relato lo comencé a escribir antes de mi cumpleaños, pero debido a la descompostura de mi máquina no lo pude terminar hasta ahora. Por tal motivo, puede probablemente resultar algo incoherente o el estilo cambiar abruptamente y sin razón. Además, al ser un relato personal, tal vez algunas cosas sólo sean comprensibles para Memo y para mí. Si aún así quieres leerlo, pues adelante, ya estás advertido.
Habían pasado quince minutos desde que Memo se vaciara dentro de mí y aún no lo creía, aún no lo asimilaba. Y no es que me arrepintiera o que el haber tenido sexo con él me causara algún tipo de conflicto, era sólo que, aunque lo había deseado muchas veces, aunque varias noches había soñado con ese momento, nunca pensé tenerlo así como lo tenía entonces: tan cerca de mí, durmiendo como un niño, con su cabeza descansando en mi pecho y su brazo rodeando mi cintura. Lucía tan tierno, y me parecía increíble que estuviera en mi cama, a mi lado. Me parecía increíble, pero era cierto, esa vez no se trataba de alguno de esos sueños que en varias ocasiones me levantaron a media madrugada, con la ropa interior mojada y suspirando por lo que no había sido, por lo que entonces era. Todo era verdad: sus ojos cerrados, mi esfínter abierto, lo que acababa de suceder, la espera por lo que sucedería, todo. Todo era real y así fue como comenzó
Me levanté un poco más tarde de lo acostumbrado, a eso de las doce. Mi madre, al igual que el resto de la familia, no se encontraba en casa y no hubo ruido alguno que perturbara mi sueño. Sí, me encontraba sólo, como generalmente me gusta estar, pero, a diferencia de otros días y por alguna extraña razón, eso no me hacía feliz. No sabía el porque, pero me hacía falta escuchar las voces de la televisión y el moler de la licuadora anunciándome que el desayuno pronto estaría listo, diciéndome que estaba acompañado. Como pocas veces en la vida, no me sentía a gusto sin alguien más rondando por los pasillos, pero, contradictoriamente, tampoco tenía ganas de llamar a alguno de mis amigos y hacer planes para salir, ya que eso implicaba recibir sus felicitaciones pues era mi cumpleaños, día que aún no termina por agradarme y del que numerosas veces he renegado. Era confusa y absurda mi situación: no quería estar solo, pero tampoco deseaba estar con alguien.
Luego de dar vueltas en el colchón por un rato, una palabra se me vino a la mente: Chat. Sí, esa era la solución a la extraña melancolía que me invadía sin yo así quererlo. Charlar con alguien por ese medio resultaría perfecto pues, tratándose de un contacto no físico, estaría a la vez solo y acompañado. ¿Estúpido? Tal vez, pero así de idiota había amanecido, así de idiota me sentía. Abrí la cortina para que entrara luz, encendí la computadora, me conecté a Internet y abrí el Messenger, esperando encontrarme con alguien más que uno de esos jovencitos incapaces de mantener una conversación más allá del tema sexual, algo que si bien no me parece del todo mal, no me apetecía en ese momento. Para mi sorpresa y alegría, Memo estaba conectado. Son muy pocas las ocasiones en que coincidimos y nuestra comunicación es más bien por mail, pero ahí estaba, justo en el momento en que lo necesitaba. Lo saludé e inmediatamente comenzamos a platicar.
Hola¡¡¡
Hola¡¡¡ Y ese milagro que te encuentro por aquí?
Pues ya ves, no había nada mejor que hacer.
Entonces soy algo así como el premio de consolación?
No, claro que no. Sabes que me da mucho gusto charlar contigo y más ahora.
Más ahora? Por qué?
Pues porque, no se, me siento algo extraño.
Extraño? Cómo? Triste? Preocupado? Deprimido?
Ni lo uno ni lo otro ni lo otro, sólo raro.
No, pues sí, ya te entendí.
Es que no se muy bien cómo decirte, creo que ni yo mismo se lo que siento. Es algo muy confuso. Cuando me levanté sentí ganas de no estar solo, pero tampoco quiero estar con alguien. Me explico?
Pues no muy bien, pero creo que te entiendo.
Siempre lo haces, esa es una de las razones por las que te quiero.
Y otra es porque estoy bien guapo, o no?
Pues también, pero bueno, cuéntame, estás en el trabajo, en tu casa, en un café?
En ninguna de las tres partes.
A no? Entonces dónde?
En un taxi.
En un taxi?
Sí, en un taxi.
No te creo, cómo puedes estar chateando conmigo entonces?
Muy fácil, computadora portátil e Internet inalámbrico.
Vaya¡¡¡ Que avanzado me saliste. Y yo que apenas llego a conexión telefónica. Ahora sí que me siento mal.
Y con justa razón. Conexión telefónica¡¡¡ En estos tiempos, quién tiene conexión telefónica?
A sí?
No te creas, era una broma.
Más te vale, porque si no
Porque si no qué?
Porque si no te agarró del pescuezo y
Y qué?
Y te planto un beso bien tronado, de esos que te mando cada vez que te escribo.
Y cómo le vas a hacer estando tan lejos uno del otro?
No se, a la mejor desempolvo mi capa de superman y me voy volando. O tal vez le pida un deseo al genio de mi lámpara.
Cuidado con lo que deseas, se te puede cumplir, como en tu relato "Sueños hechos realidad".
Pues no estaría mal.
Qué? Que te arrollé un tractor y tus sesos se queden regados por el piso?
No, tonto. Que te pueda plantar ese beso tronado.
Quién sabe? A la mejor un día de estos.
Sí, a la mejor un día de estos. Pero bueno, y adónde vas?
A casa de un amigo, hoy es su cumpleaños y quiero darle la sorpresa.
Que coincidencia, cumple años el mismo día que yo.
Sí, el mismo día.
Oye¡¡¡ Por qué no me has felicitado?
No decías que no te gustaba?
Pues sí, no me gusta, pero esa no es excusa. El deber de un amigo es felicitarte aunque a ti no te agrade. Deberías saberlo.
Lo se, pero quería esperar a hacerlo en persona.
Qué? Cómo que en persona?
Sí, en persona. No sabes qué es eso?
Claro que lo se, pero cómo en persona? Tú estás por allá y yo por acá cómo?
Yo nunca dije que estaba por allá.
A no? Y entonces dónde estás?
Ya te lo dije, arriba de un taxi, camino a la casa de un amigo que hoy cumple años.
Sí, sí, ya me lo dijiste, pero en dónde estás exactamente? En Piura? En Lima? Dónde?
Todavía no captas? Mira que me voy a creer que en verdad eres medio retrazado como algunas veces me lo has dicho. Estoy en México. Tú eres el amigo al que voy a visitar.
No te creo. Es una broma, verdad?
No, no es broma. En verdad estoy en Guadalajara, camino a tu casa, a unas cuantas cuadras según me dice el chofer.
Ya no juegues, dime dónde estás.
Estoy
Dónde? Dónde?
Perdón, es que estaba pagándole al del taxi. No escuchaste el motor?
No, no escuché nada.
Pues se acaba de ir y ahora estoy a unos cuantos metros de tu casa.
Para broma ya fue mucho, dime la verdad.
Esa es la verdad. Si no lo fuera, no te podría decir que estás sentado frente a la computadora, con el cabello alborotado y vestido con un pijama de rayas azules.
No pude seguir escribiendo, esas palabras me lo confirmaron: Memo estaba en México, en Guadalajara, afuera de mi casa y viéndome por la ventana. No podía creerlo. En verdad que me había dado una sorpresa, una con mayúsculas. El corazón comenzó a latirme aceleradamente y mis manos empezaron a temblar, como siempre que un nerviosismo extremo me invade. Me quedé ahí sentado sin hacer más nada, sin reaccionar por un par de minutos. No fue hasta que él, cansado de esperar bajo los rayos del sol, que si bien no quemaban mucho tampoco eran una dulce caricia, me envió otro mensaje, que salí del trance.
No piensas abrirme? Qué no te gustó la sorpresa? De ser así, dímelo y me voy.
No, no, cómo crees? Claro que me gustó, es sólo que me impresionó muchísimo y me quedé pasmado.
Bueno, pero ahora que ya reaccionaste ábreme, no? Por favor.
Sí, sí, perdóname. Ya voy.
Me levanté y corrí a abrirle. Si me sentí nervioso al leer la descripción que hizo de mi apariencia, al verlo ahí, parado afuera de mi casa, del otro lado del cancel, con una sonrisa en el rostro y una valija en la mano, me sentí morir. La sangre se me fue a los pies y la lengua se me entumeció. No atiné a decir palabra alguna, sólo le indiqué con un ademán que pasara y caminé detrás de él hasta la puerta, donde, como la persona educada que es, se detuvo en espera de otro ademán que le permitiera el paso. Yo lo hice y finalmente entramos a la casa. Cerré la puerta y entonces sí supe que hacer: me abalancé contra él como un niño se abalanza contra el padre que no ha visto en años y lo abracé emocionado. Él correspondió al abrazo con la misma efusividad y así permanecimos por un rato: con la cabeza del uno en el hombro del otro y nuestras manos moviéndose de arriba abajo por nuestras espaldas.
Cuando finalmente nos separamos, le ofrecí un vaso de agua, que es la única bebida que suele haber en mi casa, y le dije que tomara asiento. Él prefirió caminar conmigo hasta la cocina y observarme mientras llenaba el vaso, como si fuera algo sobrenatural. Y tal vez lo era, no que yo llenara el vaso con agua, pero sí que él pudiera verme haciéndolo luego de creer que tal vez eso nunca sucedería por la enorme cantidad de kilómetros que había entre nuestros lugares de residencia. A mí también me pareció extraordinario el verlo ahí: parado detrás del desayunador, con sus ojos sobre mí, quizá desnudándome o simplemente tratando de convencerse que en verdad era yo a quien miraban. No se si fue su presencia o la melancolía de que era presa, pero por unos segundos, mientras ese líquido vital llamado agua caía desde el garrafón hasta el vaso, me puse a pensar en la poca importancia que le damos a las cosas simples de la vida, a esas que en ocasiones ni siquiera notamos por ser tan obvias. Pero bueno, creo que me estoy desviando un poco del tema con detalles que a fin de cuentas pueden en verdad no importar. Estaba relatando como fue que Memo terminó acostado en mi cama y su semen en mi culo, así que continuaré con eso.
Luego de darle el vaso con agua y de que él calmara su sed. Nos sentamos en la sala a platicar: él en el sillón más grande, con las piernas estiradas sobre los cojines y los brazos extendidos en el respaldo, y yo en uno de los individuales, con mis codos taladrando mis muslos y mis manos sosteniendo mi cabeza, para que mi mirada diera justo a su rostro o tal vez un poco o mucho más abajo, la calentura y ese toque sexual en los mensajes que nos enviábamos comenzaron a concentrarse en mi cerebro y en mi entrepierna, empezaron a hacerme desear lo que después sucedería y para lo que aún no era tiempo pues aún faltaban algunos minutos de conversación, algunas palabras de preparación.
¿Cómo has estado? Me preguntó, fiel a esa tradición que generalmente nos impide ir a las cosas importantes desde el principio, esa costumbre que más que educación muestra vergüenza o pudor.
Bien le respondí -. ¿Y tú? Seguí con el estúpido juego de la cortesía.
También bien. Me dijo para luego ambos quedarnos callados por un eterno instante, en ese típico silencio en el que sólo la tensión sexual se escucha.
Es extraño. Comenté después de unos segundos que me parecieron horas.
¿Qué es extraño? Me cuestionó.
Esto: el que "¿cómo estás?" sea la única pregunta que se nos ocurra hacernos. Creí que de conocernos en persona no pararíamos de hablar, pero ya ves, en los mails escribimos hojas y hojas y ahora ninguno de los dos sabe que decir. Le contesté.
Tienes razón acordó , yo también pensaba que nos acabaríamos la garganta cuando esto ocurriera, pero ahora que te tengo frente a mí simplemente no se que decir.
Bueno, ¿qué te parece si empiezas por decirme la razón que te trajo a México? Le propuse.
De acuerdo, me parece un buen comienzo. Vine para felicitarte en persona hoy que es tu cumpleaños. Aseguró.
Para felicitarme y - Lo animé a decirme toda la verdad.
Y nada más. Mintió.
No te creo, algo más viniste a hacer. No me voy a molestar por no ser yo el único motivo de tu viaje, no me siento tan importante. Dime para qué otra cosa estás aquí. Le pedí.
Para cerrar un negocio. Confesó.
Lo sabía afirmé , no que hubieras venido de negocios, pero sí que no era yo el único motivo.
Pero sí me importaba más conocerte que el trabajo. Me dijo, como tratando de disculparse.
No te disculpes, no has hecho algo malo y tampoco te estaba reclamando. Sólo quería que me dijeras la verdad como siempre lo hemos hecho. No me importa que hayas venido a hacer mil y un cosas o si era el verme lo que más querías. Lo que me importa es que estás aquí. Sabes muy bien lo que eso significa. Sabes cuantas ganas tenía de conocerte, de abrazarte, de be - A punto estuve de cruzar la línea, pero alcancé a tragarme las sílabas restantes de esa última palabra.
¿De qué? ¿Por qué no terminas lo que estabas diciendo? Me preguntó en un tono que más bien parecía exigencia, como si él también deseara lo mismo que yo no me atreví a decir.
Porque no es importante argumenté . Mejor cuéntame de qué se trata ese negocio que viniste a cerrar.
La empresa para la que trabajo quiere intercambiar ideas y tecnología con una de tu país, pero eso no es importante. Ya te dije que la verdadera razón por la que acepté éste viaje, la que en verdad me alegra, eres tú. ¿Por qué no me dices lo que ibas a decirme? ¿No hace rato me pedías la verdad? ¿Por qué entonces no haces tú lo mismo? ¿O es que tienes miedo? Si es así, créeme que nada de lo que digas me va a molestar. Prometió.
Está bien. Lo que iba a decir, es que ¡muero por besarte¡ - exclamé agachando la cabeza, como si hubiera confesado el peor de los crímenes -. Cuando te abrí la puerta no pude evitar chuparme los labios. Cuando te abracé quería mover mis manos más abajo. Mientras te servía el vaso de agua imaginé que me desnudabas con la mirada. Cuando te sentaste con las piernas abiertas mis ojos se clavaron en tu cremallera, como queriendo adivinar lo que hay debajo, como - no pude seguir hablando, sus manos acariciando mi cabello me lo impidieron.
Levanté la mirada y me encontré con que Memo estaba hincado frente a mí, con su piel morena y su incipiente barba alentándome a seguir hablando, pero ya no con palabras sino con acciones, ya no con sonidos sino con caricias, utilizando no las cuerdas sino los labios. "Aquí estoy, ya me puedes dar ese beso tronado con el que hace unos momentos me amenazabas", me dijo, y yo no pude más que complacerlo y así complacerme a mí también pues lo deseaba más que nada, lo pedía a gritos silenciosos desde aquel instante en que cruzara la puerta de mi casa y nos quedáramos a solas, así como tantas veces lo había soñado, con esas imágenes que entonces se materializaron y destruyeron los inútiles pudores, otorgándole el control a nuestros sexos, pues en situaciones como esa son ellos los que mejor hacen, los que más saben. Así me dejé llevar y después de decenas de correos y una que otra llamada probé sus labios y él los míos, en un beso que no fue tronado como esos que al final de mis mensajes le soplaba pero que igual fue delicioso, pero que igual nos encendió a ambos y tiro sobre mí su cuerpo, atrapándome entre el respaldo del sillón y sus palpitaciones, las de su corazón y las de su miembro, ese que despertaba poco a poco presionando mi estómago y emocionando a mi boca y a mi ano. Nos hundimos en un charco de saliva y torpes caricias que prometieron convertirse en un mar de esperma y furiosas embestidas, y entonces sí las palabras sobraron y nos dijimos todo eso que no podíamos charlando, todo eso acumulado con cada golpeteo sobre el teclado y cada lectura de pantalla. Los kilómetros se hicieron menos y nuestras ganas se hicieron más arrastrándonos al cuarto, ese donde ahora me masturbó recordando y en el que después, sin yo poder creerlo, él dormiría con su cabeza recargada en mi pecho y su brazo rodeando mi cintura.
¿Quieres hacerlo? Le pregunté al entrar a la recámara, obviando la respuesta y deshaciéndome de su camisa, enredando mis dedos en el vello de su torso y en lo generoso de su abdomen.
¿Tú que crees? Me contestó con otra interrogante, mordiendo mi oreja y masajeando mis nalgas por encima del pantalón de mi pijama, que si bien era delgado igual estorbaba.
Que sí. Aseguré sentándolo al borde del colchón y yo en sus piernas, con las mías a sus costados.
Mientras nuestras lenguas seguían en esa lucha inútil por definir lo que era un beso tronado y sus manos continuaban posadas en mi trasero, las mías cerraron las cortinas a cualquier voyeur y tomaron la funda de una de las almohadas para taparle la vista a Memo. Algo de pena seguía habiendo en mí y pensé en disfrazarla con un juego: utilizando la funda, puse una venda entre sus ojos y mi futura desnudez.
¿Qué haces? Cuestionó entre sorpresa y negación.
Nada, cubriéndote los ojos para hacerte más placentero el momento. Respondí en una verdad a medias.
¿Más placentero? No lo creo. Quítamela, por favor. Me pidió.
Cuando te hace falta uno de los sentidos, los demás se agudizan. Confía en mí y te aseguro que gozarás más. Afirmé negándome a su petición y rozando su entrepierna, como queriendo desvanecer su resistencia con un par de caricias sobre su cautiva verga.
Ya no hubieron más palabras de su parte, no al menos entendibles, confiando en lo que le decía me permitió dejar esa venda sobre sus ojos y continuar con mis caricias, seguir desvistiéndolo y descubrir al fin, luego de bajar sus jeans y bóxer, el objeto del deseo, ese que antes emocionara a mi boca y a mi ano.
Subiendo por su pierna derecha con una lentitud desesperante, mi lengua se fue aproximando a su miembro, y una vez estando mi boca cerca de éste, lo estimulé con el aliento, provocándole a él palpitaciones y suspiros a su dueño. El aire caliente salía de entre mis labios y recorría toda la zona de la entrepierna, sin precipitarse, sin hacer caso a esas ansias infinitas que me rogaban tragara ese pedazo de carne de una vez por todas, esas ganas que, con grandes esfuerzos y con la intención de incrementar el placer cuando finalmente llegara el momento, pude controlar. Me detuve en sus testículos, gordos y peludos como los había imaginado, y los examiné a conciencia para luego regresar a su erecto pene y rodearlo, pero sin aún tocarlo. Así, sin rozarlo siquiera, subí y bajé mi mano por lo largo y firme de su instrumento, viendo su agitada respiración reflejada en su pecho y su impaciencia en ese río de lubricante que escurría hasta sus huevos, ese mismo río que me atrajo como imán y por el cual mi lengua nado para llegar a la punta y devorarla entera hasta la base, llenando mi garganta, quitándome el aire y saciando mi hambre.
Puesto que mi hambre era mucha, ya que había crecido con cada presionar el botón de enviar, por las distancias y los sueños no cumplidos, esos sueños húmedos que nada más consiguen frustrarte y levantarte a media madrugada a lavar calzones, me tomé mi tiempo para disfrutar de cada vena saltada, de cada centímetro de esa piel entre suave y arrugada que cobija esos conductos por donde la vida sube y después explota, pero no aún, todavía no era el momento y yendo en contra de mi voluntad me aparté de él, de su enrojecida polla que lucía hermosa y me decía "ven, sígueme besando", de su hinchado miembro que orgulloso se levantaba ante mis ojos y del cual negué a mi boca para poder después abrirle otra puerta: la trasera, esa que aunque no produce saliva se derretía en ella por tenerlo dentro, por también probarlo, por con violencia y rapidez gozarlo.
Con hilillos de baba escurriendo por mi barbilla, le di la espalda para arrancarme a toda prisa cada una de mis prendas e igualar sus condiciones, empatar su desnudez. Inclinando algunos grados mi espalda y separando mis glúteos, regresaron las caricias a la bella bestia, pero ya no bucales sino culares, de existir dicha palabra. Mis nalgas bajaban y subían por la anatomía del furioso animal y éste, cada vez que se descubría cerca de la entrada añorada por ambos, por él, por mí, empujaba por instinto pero no en la posición ni con la fuerza adecuada para penetrar. El canal, mi canal, se iba mojando con sus transparentes aguas y nuestros jadeos, aún débiles, se perdían en el ruido del ventilador de la computadora, encendida desde aquella plática virtual que diera comienzo a todo. Mi columna se fue levantando y la cabeza de su verga se fue acomodando en el dilatado orificio, en el arco de la lujuria que nos invadía y nos exigía hacernos uno, y con el impulso de mis piernas otra vez se separaron para después volverse a tocar, así hasta que él no pudo más y me sostuvo por la cintura, empujándome hacia abajo, invitándome a tomar asiento sobre su sofá afilado que poco a poco envolví con mis adentros, que poco a poco fuimos embonando hasta tocar fondo y entonces el cosquilleo de sus vellos en mis nalgas y el suspiro profundo de victoria en el ambiente.
Entonces, unidos espalda pecho, al borde del abismo, del colchón y del placer, sus dedos pellizcando mis tetillas y mis uñas arañando sus rodillas, dio inicio el sube y baja.
¿Verdad que es más rico si no ves? Le pregunté con agitada dificultad.
Sí respondió , pero es mejor si lo sientes. Dijo al mismo tiempo que su mano derecha intentó tocar mi pene.
No, no se vale tocar. Exclamé deteniendo su mano, como si en verdad jugáramos un juego con reglas, cuando en verdad me negaba por temor a que no le gustaran mis tamaños, fiel a esa otra tradición que dice que lo bueno es lo grande.
¿Por qué no? Nada de lo que seas o lo que tengas puede decepcionarme. Aseguró rodeando mi miembro con sus dedos para comenzar a masturbarme, sin dejar, por supuesto, de follarme.
Y con el meñique, el pulgar y los restantes acariciando mis complejos, el placer fue completo y nos tumbó, a su espalda sobre la cama y a la mía sobre su cuerpo, sin parar de hacernos uno, sin detener ese húmedo vaivén que amenazaba con humedecerse más, a juzgar por como crecía él dentro de mí, por como palpitaba en mi interior. Los movimientos se aceleraron y sus dientes rasgando mi oreja. Nuestras armas se alistaron para la descarga y los jadeos subiendo de volumen. El monitor de la computadora siguió iluminando la habitación, nuestros músculos tensándose, la sangre a punto de llegar a ebullición y luego BUM: los caballos blancos de Perú cabalgando en mis intestinos y segundos después las vacas mexicanas ordeñadas en mi estómago, pecho y cara. Los dos recuperando el aliento y la calma, los dos recostándonos juntos y satisfechos en mi cama y la inevitable despedida que ahí se viene.
¿Cuándo tienes que irte? Le pregunté tratando de disimular mi tristeza.
Hoy mismo, el avión sale a las siete. Me respondió evadiendo mi mirada, con la suya apuntando al techo.
¿No puedes quedarte un poco más, al menos hasta mañana? Lo cuestioné queriendo que la pregunta fuera una orden que no pudiera negarse a cumplir.
No, no puedo dijo achicándome el corazón . De hecho se supone que ya debería de ir rumbo a Perú. El trato que tenía que cerrar era en la Ciudad de México y mi vuelo de regreso estaba programado para ayer a la media noche. No debería de estar aquí, pero tampoco quería irme sin conocerte, sin abrazarte y todo lo demás.
Gracias por eso, y perdóname por el regaño que seguramente te pondrán cuando llegues. Me disculpé.
No te preocupes exclamó besando mi frente , cualquiera que éste sea es poco comparado con el estar así contigo.
Te quiero mucho. Le dije colocando mi mano en su entrepierna.
Yo también. Me dijo metiéndome en la boca su lengua.
Las caricias regresaron y las llamas se avivaron, fundiendo nuestros cuerpos y exprimiéndolo hasta que se quedó dormido: con su cabeza recargada en mi pecho, su brazo rodeando mi cintura y sin yo poder creerlo. Quince minutos pasaron y yo que no lo asimilaba, yo que aún me creía en un sueño. Quince minutos pasaron y luego otros quince, veinte, treinta y que se hace tarde, que nos dan casi las siete y que salimos corriendo a pedir un taxi que nos lleve como bólidos al aeropuerto y ya estando ahí que siempre eran las seis y nos sentamos a esperar, sin hablar, ya no con ese silencio en el que sólo se escucha la tensión sexual sino con ese otro en el que se respira el amargo y próximo adiós.
"Los pasajeros del vuelo ciento doce con destino a la Ciudad de México, favor de abordar por el pasillo siete", anunciaron con voz dulce las bocinas y Memo se dispuso a obedecerlas.
Bueno, pues llegó el momento. Ahí te debo tu regalo para la próxima. Dijo como si en verdad estuviera convencido de que abría una próxima.
¿Me lo debes? Le pregunté como queriendo decirle que sí me había dado uno.
Sí, te lo debo. La verdad es que no tuve tiempo para comprarte algo se justificó , pero cuando nos volvamos a ver te regalo doble.
Si insistes en que no me regalaste nada y que me vas a dar doble regalo para la próxima, pues allá tú. Yo nada más te digo me le acerqué hasta chocar nuestros cuerpos , que mejor regalo que el que hoy me has dado posé mi mano sobre su bragueta no lo hay. Aseguré con una pícara sonrisa.
Hasta luego me dijo sonriendo . Si cuando llegue al D. F. no tengo que trasbordar de inmediato - se acercó aún más y restregó su abultada entrepierna contra mi mano , te llamó. Prometió plantándome un beso que se escuchó en toda la sala.
¡Ese sí que fue un beso tronado¡ - Exclamé.
¡Vaya¡ Creí que me iría sin uno. Ahora puedo marcharme tranquilo. Afirmó.
Es una lástima que te vayas. Dije con una marcada pena que desdibujó mi sonrisa.
Fue un gusto haberte conocido en persona. Dijo él, antes de darme un último beso y luego la espalda.
Memo le entregó el boleto a la señorita que resguardaba la entrada al pasillo para luego atravesarlo y perderse poco a poco de vista, convenciéndome de que todo había llegado a su fin. Yo me quedé parado en medio de la sala, con las miradas de todos aquellos que escucharon el beso sobre mí, la amargura de ver partir a un gran amigo doliéndome en el corazón y el deseo de que todo hubiera sido verdad revoloteando en mi interior. Así terminó el mejor de mis cumpleaños: entre bellos recuerdos de mentiras y la esperanza de volverlos ciertos.
Dedicado a ti con cariño, por ese quizá vernos un día.