El mejor de los amigos (3 - última)

Ricardo le confiesa a Miguel algunos detalles de su escabrosa experiencia que obligan a su antiguo amigo a replantearse su punto de vista. El trauma común parece haberles afectado de formas muy diferentes...

Miguel sorbía lentamente su Nestea de limón mientras recordaba impávido su calvario de un año a esta parte, su periplo por los mejores psicólogos disponibles, la disfunción sexual que le impedía mantener relaciones sexuales con Mónica desde aquel aciago día, su ruptura con el amor de su vida, incapaz de superar su incomprensible cambio de actitud respecto a ella, pasando de la más volcánica pasión del pasado a la más fría indiferencia del presente. Y, por encima de todo, un episodio lamentable que deseaba enterrar en su memoria, aquella noche de abril cuando, en un impulso irrefrenable que le torturaba ahora, había hecho el amor con su vecino una noche entera, disfrutando cada momento, aunque después lo negara, incluso a sí mismo.

Esto solo ha sido en pago por lo bien que te has portado conmigo en estos últimos meses – le había dicho a un incrédulo Nacho mientras procedía a vestirse para volver a su apartamento, situado a escasos metros – Como sabes, me gustan las mujeres, y siempre será así.

Sí, debí imaginarlo – el tono de Nacho denotaba disgusto y decepción a partes iguales- Siempre es igual, el chico que me gusta resulta que es hetero o bisexual, pero prefiere a las mujeres. Es mi sino. En fín, gracias por ser tan brutalmente sincero. Así al menos no me haré ilusiones contigo en el futuro.

Sí, es lo mejor – le respondió Miguel intentando mostrar un convencimiento que realmente no sentía. Salió de la habitación dejándole ensimismado en sus pensamientos. Le pareció un tío hiperatractivo, y deseó en aquel momento desdecirse por completo y comerle de nuevo la polla a bocados. Pero no hizo nada de eso. Simplemente cerró la puerta por fuera y regresó a la soledad de su piso de soltero. Dos soledades contiguas. Inmensas como el océano.

Ricardo le despertó de su ensueño al deshacerse de sus gafas de sol, y mirarle fijamente a los ojos.

¿No creerás que para mí fue fácil todo aquello? ¿Piensas que yo disfruté con aquella situación?.

Ahora Miguel no pudo evitar ser despiadadamente cruel con su antiguo amigo.

Si no lo disfrutaste lo disimulaste bien. Yo diría más bien que eres un maricón reprimido y que no veías la ocasión de romperme el culo como fuera.

Ricardo parpadeó un par de veces en prueba de su nerviosismo. Miguel había acertado al atacar de frente y sin miramientos. Como hizo él en su día.

Escucha, Miguel, tú no entiendes como es esa gente. Son muy peligrosos, podían habernos matado. Iban armados, no sé si te diste cuenta.

¡Nadie te obligó a hacer eso!. Tú lo hiciste para evitar que te lo hicieran a ti y punto. Yo te serví de conejillo de indias. Tú sabías que yo perdería aquel combate, que tus conocimientos de defensa personal me paralizarían.

Ricardo respondió con evasivas. Una mueca de desagrado y angustia cubrió su bronceado rostro, hasta entonces inalterado.

Mira, las cosas no fueron tan simples como lo pintas. Yo intenté dejarte al margen, pero aquel cabrón solo buscaba humillarme y se sirvió de ti para ello. El me amenazó con que si no te violaba allí mismo, en frío, en ese momento, lo harían los otros cuatro gorilas que le acompañaban. El sabía lo que yo sentía por ti, y se aprovechó de ello.

¿Qué quieres decir con "lo que yo sentía por ti?

Bueno, como habrás apreciado, mi socio es homosexual. Un homosexual muy retorcido, todo hay que decirlo, capaz de imaginar estas perversiones para hacer sufrir a los demás. El estaba enamorado de mí, y por eso en un principio me prestó el dinero para montar el local, a cambio…bueno, ya te puedes imaginar.

El asombro de Miguel ahora no conocía límites.

¿Quieres decir que te acostabas con ese tío tan repulsivo a cambio de financiación para montar un garito a todo lujo?

Sí – reconoció él bajando la vista – no era algo agradable de hacer, pero mi sueño de montar un local de copas en una zona de moda me pudo más que los prejuicios. Para conseguir dominar mi asco, cuando le penetraba pensaba en ti

¿En mí? ¿No pensabas en tu novia para variar?

Ricardo levantó la vista de nuevo. Sus ojos claros parecían ahora transparentes y a punto del llanto. Algo difícil de creer en alguien tan frío como el acero.

Debo confesarte algo. Más vale tarde que nunca. En realidad, como mucha otra gente que tampoco lo reconoce, soy bisexual. Me encantan las mujeres, adoro a Laura, la quiero con locura, pero siempre me he sentido atraído sexualmente por mis semejantes. Y, en mis fantasías eróticas, tú solías ocupar el lugar central. Márquez lo sabía, y te odiaba por ello. Igual que odiaba a Laura, por el mismo motivo. Por eso, al tenerte allí, a su disposición aquella noche, quiso que aquellos matones te violaran. Yo conseguí evitarlo ofreciéndome a hacerlo en su lugar. Era la única solución para que no te tocaran esos mamones.

Claro. Y tú disfrutaste de tu propia fantasía sexual completamente gratis. ¡Y a mí que me den, nunca mejor dicho! ¡Cojonudo!.

No he terminado todavía – la voz de Ricardo sonaba ahora grave y profunda como una puñalada en el corazón – Hay algo que no te he contado todavía

Pues no sé a que esperas, ¿tal vez a que nos volvamos a encontrar en la residencia de ancianos?…-ironicé mientras me acercaba el vaso a los labios.

A cambio de ello, de dejarte salir sin que esos cerdos te tocaran un pelo, yo me ofrecí a cambio para recibir su venganza. El me perdonaría mi cuantiosa deuda, y haría conmigo lo que quisiera. ¡Y vaya si lo hizo!.

¿A que te refieres?

¿Pensabas por un momento que aquel monstruo iba a dejar que me marchara de rositas tras haberle engañado enrollándome con una mujer, y gastando parte del dinero que él me daba en fiestas o en el Audi A 4 que me compré por esa época?.

No me digas lo que te hizo…no sé si estoy preparado.

Tienes que escucharme. Solo así entenderás mi dolor. Yo no disfruté nada mientras lo hacía contigo. No se parecía en nada a mi fantasía, aunque me excité mucho, como pudiste comprobar. Fue horrible y morboso a la vez. Me marcó mucho. Pero lo que vino después fue mucho peor aún.

¡No jodas que también te violaron!

Si sólo hubiera sido eso…me llevaron a casa de Márquez. Allí me desnudaron y me rompieron el culo con un consolador gigante. Me desgarraron el ano y tuve que pasar por el quirófano poco después. Mientras tres de los rumanos o búlgaros o lo que cojones fueran me violaban en todas las posturas, otro nos grababa con una cámara y mi socio se pajeaba complacido en un sofá, observando encantado toda la repugnante escena.

Tuvo que ser espantoso

No te puedes hacer idea…lo hicieron de tal modo que pareciera que yo cooperaba voluntariamente. Naturalmente, estaba amenazado de muerte, y no tenía más huevos que colaborar. Los muy cerdos se corrieron en mi boca

Como hiciste tú conmigo. Donde las dan las toman

Tienes razón, no pude evitarlo. Te pido perdón por todo el daño que te hice pasar. Estaba fuera de mí, sabía lo que me esperaba y quería evitar que te sucediera lo mismo.

¡Bonita manera de demostrarlo!. Tuve que hacerme la prueba del VIH, y salió negativa, pero el trauma ya no me lo quita nadie.

Lo siento, no sé que coño pasó por mi mente. Estaba tan excitado

¿Y como terminó tu Via Crucis?...

Ricardo exhaló un suspiro entrecortado por la emoción.

  • Me obligaron a tragar toda su asquerosa lefa. Después, no contentos, me metieron en la bañera y los cuatro maromos, por turno, se fueron meando encima. Uno de ellos me abría la boca para que me tragara el líquido, y otro grababa mientras…- las lágrimas afloraron a su rostro congestionado por la emoción, y tuvo que pasarse una mano por la cara. Un gemido incontenible se abrió paso en su garganta.

A pesar del odio que aún sentía por él me sentí conmovido por su relato. Acerqué la silla hasta quedar pegada a la suya. La gente sentada en las mesas de alrededor nos miraba con cara de pasmo, pero a mí no me importaba.

¡Que hijos de puta! Y no les denunciaste, claro.

Se secó las lágrimas a duras penas con una servilleta, y miró a los demás comensales avergonzado. Bajó la voz lo suficiente para que yo le escuchara.

Me amenazaron con utilizar la violencia contigo y con Laura, además de quemar mi negocio conmigo dentro si lo hacía. Y el bar es lo único que me queda ya en la vida. Ese hijo de la gran puta consiguió enemistarme contigo y con Laura, las dos personas que yo más quería en esta vida.

¿Laura se enteró de todo esto?

La sonrisa sarcástica de Ricky lo decía todo.

¿Para quién crees que era la cinta de video que estaban grabando? Lo tenía todo muy bien pensado el cabrón. Si no hubieras venido tú me hubiera obligado a luchar contra cualquiera de esos mastodontes, y se las hubiera ingeniado para que perdiera. Todo estaba calculado al milímetro. El sabía desde un principio que yo me había gastado el dinero y que no podía devolverle el préstamo. Todo fue una venganza muy bien urdida.

Incluyendo incluso a tu novia en la ecuación.

Eso fue lo peor, cuando ella recibió a la mañana siguiente por correo urgente aquella depravada cinta y la visionó no podía dar crédito a lo que sucedía en pantalla. Ni siquiera pude defenderme, nunca más volvió a cogerme el móvil. Incluso para recoger sus cosas de mi apartamento envió a su mejor amiga. Decía que ya no soportaba mirarme a la cara, que le había hecho perder la fe en el amor y en los demás. Pero mi sufrimiento no terminó ahí. Aquellos cerdos me drogaron y me dejaron tirado a la puerta de una sauna gay, medio desnudo y con un consolador enorme metido en el culo. Cuando se presentó la policía, y consiguieron despertarme, yo tuve que inventarme una movida y decirles que era una especie de vicioso y me había pasado de rosca con el popper en un jueguecito sexual, que mi acompañante se asustó al verme inconsciente y me dejó en la calle tirado. Me llevaron al hospital y me hicieron una cura de urgencia. Aquellos polis nunca habían visto una cosa igual, tenía un desgarro impresionante. No eran tontos y se olían que aquello era obra de un sádico, o bien una venganza personal. Me animaban a denunciar, pero yo me negué. Quería protegeros, y también a mi bar, que al final es lo único que tengo en la vida.

Joder, vaya historia. Y todo por una deuda de unos cuantos millones.

En realidad era una cantidad cercana a los 100 millones de las antiguas pesetas. Si llego a saber todo esto no hubiera aceptado aquel trato tan beneficioso que me ofrecía el muy cerdo.

Ahora me doy cuenta de lo que me he librado yo. – dedujo Miguel enrojecido – Por traumático que sea lo mío, no es lo mismo hacerlo con tu mejor amigo que ser violado por cuatro bestias salvajes.

Ricardo le miró cariacontecido. Parecía totalmente hecho polvo. Había perdido la serenidad que mostraba al encontrarse una hora antes en la calle Fuencarral.

No lo sabes tú bien, tronco. No sólo por las dos operaciones en el ano, que cicatrizaron fatal. Además, alguno de esos rambos me pegó con el semen o la meada una hepatitis B de caballo, y estuve tres meses en cama recuperándome. Y gracias a Dios que la cosa quedó ahí, y no ha sido la C, que es incurable, o algo peor. Todavía tengo que dar gracias de estar vivo y con salud. Pero ha sido un año horrible.

Poco después ambos amigos se separaron entre abrazos y promesas de una pronta reconciliación. Miguel parecía transfigurado. Por imbécil e insensato que le pareciera su antiguo amigo, y, aún sabiendo que la amistad de antaño era totalmente imposible en estas circunstancias, una sensación de catarsis y de perdón incondicional le brotaba directamente del plexo solar. Cada uno marchó en una dirección distinta, Ricky tiró hacia Hortaleza, y Miguel hacia Gran Vía. Según bajaba por la calle Fuencarral, no se fue fijando como otras veces en los escaparates de las tiendas, ni siquiera en los guapos extranjeros con sus pantalones cortos y sus ordinarias chanclas. No, esta vez agarró el móvil y marcó directamente el número de su amigo Nacho. Le pilló saliendo de casa.

¿Nacho? – su voz sonaba eufórica esta vez, muy alejada del tono cansino y apagado de los últimos meses.

Míguel, dime…¿recibiste mi mensaje? ¿Te vienes con nosotros?

Contuvo un momento la respiración antes de responder. No estaba seguro de que su vecino aceptara una proposición semejante, pero merecía la pena intentarlo.

Había pensado mejor en un cambio de planes

¿Un cambio de planes? ¿A qué te refieres? – su voz sonaba tranquila pero expectante.

Bueno, he oído decir que te gusta mucho la comida japonesa, y conozco un restaurante japonés en la Plaza de Santo Domingo que podría resultar ideal para la ocasión.

Nacho se echó a reír al escuchar aquel singular convite. Cuando reía estaba aún más atractivo que de costumbre, pensó Miguel.

Claro que me apetece ir a un japonés, pero ya he quedado con esta gente. ¿No podemos ir otro día? ¿Celebramos algo o qué?

Eso depende de ti…- dejó caer en tono misterioso.

¿De mí? – ahora sí que estaba mosqueado. No quiso hacerle sufrir más. Tampoco se lo merecía el pobre.

Sí, de si quieres celebrar que tienes nuevo novio o prefieres pasar una noche de soltero con nuestros colegas del barrio

La alegre risa de Nacho no podía dar lugar a confusión sobre la opción elegida.

Sólo déjame hacer un par de llamadas – su voz reflejaba nervios, satisfacción y alegría incontenible al mismo tiempo – ¡no hay más que una opción posible y es la A!. Dime donde estás y salgo escopetado. ¡Ah! Te quiero, tronco. ¡Por fin puedo decírtelo, aunque sea por móvil!

Quedará más propio cuando me lo repitas en persona. Te espero en la terraza del Círculo de Bellas Artes en media hora ¿vale?.

No faltaría aunque tuviera que acudir en patinete. Allí nos vemos. Un beso.

La ruta que Ricardo eligió pasaba por Hortaleza, la arteria central de Chueca, el barrio gay de la capital. Miró su elegante reloj de pulsera y comprobó que estaba en hora. Al llegar a la altura de un conocido café divisó a su cita prefijada. Era un bigardo impresionante, de unos 30 años, muy atractivo pero con cara de mala leche. Iba vestido de negro riguroso, llevaba una cuidada perilla y las patillas más largas de lo común. No supo precisar con exactitud a que tribu urbana pertenecería, si es que lo hacía a alguna. Le daba igual. Con que supiera dirigirse a él como correspondía le bastaba.

Hola, ¿Germán?

Para ti soy Anubis, pedazo de mierda – fue la respuesta que obtuvo de su boca- Vámonos de aquí, no soporto a estos maricones que nos rodean.

Se dirigieron a una conocida sauna de la calle Pelayo. Ricardo tuvo que pagar la entrada a su acompañante, que por si fuera poco le miraba con aires de superioridad infinita. Aquello no parecía importarle en absoluto, más bien le excitaba. Tras cambiarse en los vestuarios, pasaron a ocupar una cabina individual, tapados tan sólo por una simple toalla blanca. Ambos eran muy musculosos y varoniles, pero en el interior de aquella diminuta estancia quedó pronto muy claro quien era el amo de la situación en aquel reducto. Por si acaso, el tal Anubis cerró la puerta con llave.

¡Ponte de rodillas, perro! – fue su primera orden – Y a partir de ahora llámame amo, y no Anubis. Y mucho menos Germán, a ver si va a haber por aquí algún conocido mío. ¿Entendido, escoria?

Si, amo – Ricardo se despojó de la escueta toalla y se arrodilló frente a él.

Tienes una cara muy bonita – observó Anubis – Eres muy guapo ¿sabes? Tienes la cara ideal para que un cabrón como yo te la rompa en dos – y le soltó la primera hostia en la mejilla derecha, que a punto estuvo de hacerle caer de espaldas, a él, el experto en artes marciales, que si quisiera defenderse le aplastaría la cabeza a ese gilipollas sin darle tiempo a reaccionar. En lugar de eso, incomprensiblemente, sonrió complacido por el trato que recibía.

Esta acción tampoco pareció gustar a su nuevo amo.

A partir de ahora te reirás cuando yo te diga – la segunda palmetada, con la mano abierta, le sorprendió en la mejilla izquierda. Ahora, aquel cerdaka, como se definía a sí mismo en el chat en el que habían contactado, estaba inspirado.

¡Te voy a inflar a hostias, maricón! – decía mientras le caía una lluvia de golpes en la cara y en el cuerpo. Ricardo no trató de cubrirse. De todas formas la fuerza de los golpes estaban controlada por el deseo de Anubis de humillar más que de hacer realmente daño físico. Le dio la vuelta y descubrió un culo prieto y firme como pocos que había visto en su vida. Le apoyó en el camastro contiguo, y se dedicó a propinarle lo que a ojos foráneos debía parecer una brutal paliza a base de golpearle los glúteos con la mano abierta, mientras le tiraba del pelo hacia atrás. La erección de Ricardo aumentaba según lo hacía la potencia de los golpes que gustoso recibía. Eso era algo con lo que su amo contaba. Le pellizcó los pezones hasta hacerle aullar de placer y dolor, y, sin poder soportar más, se quitó la toalla, dejando al descubierto un rabo de considerable tamaño y grosor apreciable. A Ricardo se le hacía la boca agua, pero no debía demostrarlo. Tuvo que esperar a que el humor de su amo cambiase para que le dejara saborear aquella maravilla. Le hizo una mamada a conciencia, que el muy hijoputa le agradecía escupiéndole en la cara y pegándole cachetes en las mejillas. Pero a Ricardo ese tipo de mimos le volvían loco de un año a esta parte, y aquel maromo estaba impresionantemente bueno, y era lo bastante duro y cañero como para querer repetir con él otro día el tratamiento. Estaba colgadísimo, sin duda. Más de lo que ya estaba desde la violación colectiva del 23 de Junio, se entiende. Cuando Anubis consideró oportuno, le volteó y, tras tener el detalle (consigo mismo, se supone) de ponerse un condón, le atravesó el culo sin piedad de una sola lanzada. Aquello no supuso ningún problema para el dilatado ano de Ricky, que desde hacía tiempo mostraba predilección por los nabos de considerable magnitud, y que adoraba este tipo de comportamientos impulsivos y violentos por parte de los machos dominantes que se trajinaba en sus noches de pasión volcánica, cuando el recuerdo del 23-J le ponía tan cachondo que tenía que salir a buscar un hombre de verdad, que le humillara y le pusiera en su sitio de una puta vez.

En mitad de la jodienda, su amo abrió la puerta de la cabina para que los demás asistentes a la sauna pudieran contemplar, y hasta puede que participar en sus evoluciones. Así lo hizo un mocetón con pinta de camionero, que, invitado por Anubis a presenciar, primero, y a intervenir después, le folló la boca antes de intercambiar papeles con el dueño de la mercancía y romperle el culo, si es que eso era posible en alguien con una capacidad anal tan exagerada. Decidido a experimentar con ese trasero tan irresistible, Anubis se tumbó boca arriba sobre la colchoneta, y ordenó a su pupilo que se ensartara encima de él, lo que Ricardo cumplió a rajatabla, no fuera a llevarse otra somanta de hostias como la experimentada minutos antes. Al mismo tiempo, el ilustre invitado le penetraba por detrás, cabalgando casi en su culo, en un caso de doble penetración que hacía las delicias del recién descubierto furor anal de Ricky. Ni que decir tiene que ambos fornicadores se corrieron en su cara y luego le llevaron a las duchas y se mearon encima de su huesped. Perro viejo en estas lides, Ricardo tuvo el buen sentido de mantener en todo momento la boca cerrada para que no penetrase ni el semen, ni mucho menos la orina, que de este modo resbalaba por su cuerpo y se colaba después por el sumidero ante la mirada asombrada de los escasos testigos, que, a duras penas podían creer que alguien aceptara que le orinasen encima con tan buen ánimo. Para finalizar la tortura, el amo le hizo alternar el frío extremo con el calor intenso en la ducha posterior, lo que le dejó un poco destemplado. Pero allí no contaba su voluntad, sino la del macho dominante de la especie. El era un paria y un excluido en la fiesta del placer, y solo debía recibir las migajas que tuviese a bien su fornido amo concederle.

He quedado satisfecho con tus servicios – le confesó en un alarde de sinceridad Anubis mientras se cambiaban – Si estás dispuesto a aceptar mi disciplina espartana, es posible que nos veamos de nuevo en mi casa. Allí tengo un equipo de tortura completo. Pero quiero que entrenes en el gimnasio todos los días. Me gustan los esclavos fuertes y complacientes ¿me has entendido, perro?.

Sí, mi amo.

Muy bien. Espero tu llamada. Ya sabes como dirigirte a mí.

Sí, señor.

Según salían de aquel antro de perversión, cada uno enfiló en una dirección distinta. No se despidieron, ni tampoco se miraron a la cara. A la basura como Ricardo no se le debía conceder ese honor, según la escuela de pensamiento de Anubis. No había alcanzado la calle Hortaleza cuando el móvil de Ricardo sonó de repente.

Hola, cariño, dime – respondió un transfigurado Ricardo con voz tierna y entrañable.

Una voz femenina contestó al otro lado.

¿Dónde andas? Te he llamado varias veces y me salía apagado o fuera de cobertura.

Lo estaba cargando, mi amor. ¿Cómo te encuentras?.

La voz de su novia sonaba cansada desde el otro lado del teléfono.

Ya estoy sintiendo las primeras náuseas. Pero me ha dicho el ginecólogo que es normal. Ya estoy de casi 8 semanas.

Joder, Cristina, no sabes lo feliz que me siento al saber que vamos a tener un hijo juntos. Me parecía imposible encontrar a una persona tan especial como tú después de que Laura me abandonara el año pasado. Y quien me iba a decir que encontraría a un ser tan maravilloso como tú, y que nos decidiríamos a formar una familia tan rápido.

Bueno, ha sido cuestión de suerte, cariño. Nos hemos conocido en el momento justo de nuestras vidas, eso es todo. ¿Has terminado ya el trabajo pendiente? ¿Llegarás a tiempo a la cena en el House of Ming?.

Con un cinismo rayano en lo patológico, Ricardo dejó entrever sus planes para el próximo semestre.

Sí, por hoy he terminado. Pero voy a tener que mantener una nueva reunión con mis nuevos socios la semana que viene, todavía no sé el día. Es posible que en el futuro no pueda estar tan disponible como hasta ahora, una vez que el negocio se expanda por otras zonas de España – mintió descaradamente a su novia.

Que pena, con el niño recién nacido y tú viajando por esos mundos de Dios.

Bueno, todo sea por darle lo mejor de lo mejor. Te veo en el restaurante. Llegaré en cuanto pueda. Tres cuartos de hora a lo sumo.

Vale, mi amor, no tardes.

Un beso, mi vida.

Ricky se sintió culpable nuevamente por su comportamiento disfuncional y esquizoide, pero sabía que no podía evitar actuar de este modo. Se dirigió hacia el Metro, no sin antes añadir al móvil el teléfono de Anubis, al que puso como contacto: GERMAN (SOCIO) por si a su novia y futura madre de su hijo le daba por hurgar algún día en la agenda, en un supuesto ataque de celos. Se limpió después la cara con un kleenex en un acto reflejo, pues le parecía aún oler a lefa y orín de macho, aunque se había duchado a conciencia en la sauna, y bajó deprisa las escaleras del Metro, impaciente por llegar a casa y cambiarse de ropa, antes de acudir a la cita prevista con su prometida.