El mejor de los amigos (1)

Miguel ha sufrido un trauma horrible y lleva un tiempo intentando recuperar la autoestima. Al salir una tarde de compras, coincide con su antiguo amigo, Ricardo, fuente de sus desgracias pasadas.

Aquella tarde de sábado de mediados de julio Miguel había salido de casa dispuesto a reventar la Visa. Sí, era consciente de que la crisis económica había llegado para instalarse en nuestras vidas de forma permanente, o eso anunciaban de forma alarmante todos los diarios y los noticiarios de las principales cadenas de televisión desde hacía aproximadamente un año. Pero eso no parecía afectarle en ese instante preciso.

Un año – pensó mientras esperaba la llegada del 52 en la parada del autobús – más o menos el mismo tiempo que hace de "aquello"

"Aquello" era algo que en una tarde veraniega tan cálida y alegre no deseaba recordar. Por eso había salido de su apartamento de soltero, sito en la calle General Pardiñas esquina a Goya, dispuesto a comerse el mundo y a devorar el asfalto con sus mejores galas. Vaqueros grises de G-Star, camiseta negra de Desigual de algodón y lycra, no demasiado ajustada, que tampoco quería parecer lo que no era, es decir, gay en activo, pero sí lo bastante sexy como para permitirle lucir sus trabajados bíceps en el gimnasio Palestra. El pelo, convenientemente despeinado y con toques de fijador. Sí, ahora se sentía lo bastante moderno como para salir a la calle en condiciones.

Estaba eufórico aquella tarde, por primera vez en mucho tiempo, sin razón aparente. No había motivo alguno para estarlo, racionalizó en el asiento del autobús, mientras contemplaba indiferente la familiar silueta de la Puerta de Alcalá. En su trabajo, en una conocida multinacional farmacéutica situada a las afueras de la ciudad, se rumoreaba que podrían mandar al paro hasta al 30% de la plantilla. Ordenes de arriba. Pero de arriba, arriba, es decir, directamente de la central en Suiza. Miguel llevaba semanas rezando, aunque era agnóstico, para que su nombre no figurara en la temida lista final. Pero ni ese pequeño detalle había conseguido hundirle en la miseria. Bastante tenía él con sus propios problemas como para adelantarse a los acontecimientos y sufrir con antelación por algo que tal vez no llegara a ocurrir al final. Bastante había padecido ya este último año, "¿verdad, Cibeles? Cada día estás más guapa"….piropeó a la diosa en tanto el bus rodeaba la plaza en dirección al Cuartel General del Ejército. Tanteó su cartera, buscando el último extracto del banco que solía guardar allí por rutina cuando sacaba dinero en efectivo de Caja Madrid. El saldo seguía siendo positivo, menos mal. El hecho de que su consumismo de marca impenitente se hubiera desatado de forma imparable en los últimos meses le tenía algo preocupado, pero de algún modo siempre conseguía llegar a fin de mes, pagar todas las facturas y hasta se podía permitir algún capricho. Como hoy, por ejemplo.

Al enfilar el vehículo la cuesta de Alcalá hacia Sol recibió un mensaje en el móvil. No le apetecía rebuscar en el bolsillo, pero la curiosidad le venció y descubrió que era su vecino Nacho el remitente de tan singular collage ortográfico.

Kiers k nos b-amos luego? Pña a sako sta noxe. Salu2.

Cualquiera diría que tiene 15 años, se sonrió al leerlo. Y no baja de los 27. Miguel no se engañó al respecto. Sabía de sobra que las llamadas y los mensajes de su amigo Nacho estaban relacionados con un hecho puntual que había sucedido tres meses antes, cuando, en una de sus habituales crisis de ansiedad de los últimos tiempos, había pasado a casa de su vecino de puerta en busca de consuelo y amistad. Y éste le había ofrecido algo más que una taza de ambas cosas. Pero aquello había sido un error imperdonable, razonó él, ya que si de algo estaba seguro en su complicada vida, era de su orientación sexual. ¿O tal vez no?. En realidad, su vida había dado muchas vueltas desde el verano pasado, y todas giraban en torno a aquel hecho traumático que no le permitía relajarse y rehacer su vida. Y su novia, Mónica, había sido la primera perjudicada. Su nueva personalidad no parecía compatible con la pasión devoradora de aquella morenaza de rompe y rasga, y, en noviembre, tras el fracaso de la terapia de pareja que habían efectuado un poco a la desesperada, la relación había colapsado. Ahora ella salía con un antiguo compañero de Universidad de ambos, y parecía haber superado la ruptura mucho mejor que él.

Miguel se bajó en Sol, se fijó según descendía del bus en sus desgastadas Adidas, y decidió que aquel sería su primer objetivo comprador. Pero antes se distraería un rato en la sección de música del Corte Inglés. Hacía años que ya no compraba cedés ni música enlatada, los mismos que llevaba descargándosela gratuitamente desde la red, pero le gustaba aquel ambientillo juvenil que le recordaba aquellos años 90 de su adolescencia, cuando quedaba con su peña del cole en la estatua del oso y el madroño, y se dirigían en comandita a este mismo lugar, o al Fnac de Callao, a cazar lo último de Sepultura o de los Red Hot Chili Peppers. Ricardo siempre estaba entre ellos; le recordaba allí mismo, con los cascos en la cabeza, escuchando "Scar tissue", moviéndose al compás de la música y tarareando la letra en su inglés macarrónico, con la carátula del recién publicado "Californication" en la mano, en el ya lejano verano del 99. ¿Qué había quedado de esa entrañable amistad? Menos que nada. Cero patatero, como decían los políticos cutres en la tele. Una vez más, estaba recordando algo que le ponía de pésimo humor. Se concentró en buscar algo que regalar a su hermano, su cumple se acercaba y no tenía ganas de darle muchas vueltas al tema, tal vez Coldplay valiera. "Viva la vida" le pareció un magnífico título para un disco, pero un sarcasmo sin paliativos si se refería a la suya propia. Se disponía a pagar en la caja cuando sintió un leve codazo en la espalda. Al darse la vuelta, casi por inercia, se encontró con la mirada seductora, casi insinuante, de un chaval de no más de 20 años, que seguía su camino hacia la puerta de salida del establecimiento, pero de un modo tan lento y sugerente que más bien parecía invitarle a que le siguiera. Miguel le dedicó una generosa mirada, y vio que se detenía en uno de los expositores, pero tan sólo era una táctica amorosa, pues sus ojos seguían más pendientes de los suyos que de lo que se exponía en las vitrinas. "Pues vas listo, majo" pensó en aquel momento, y salió disparado en dirección opuesta tras cobrarle la dependienta y recoger su artículo en la correspondiente bolsa del Corte Inglés. No es que el chico le pareciera feo, que no lo era para nada, se trataba simplemente de que él no era "uno de ellos". Eso era todo.

Decidió finalmente subir por la abarrotada Preciados, buscando la sombra protectora de sus extraños toldos, y patear la Gran Vía, su arteria favorita de Madrid, en dirección a la calle Fuencarral, su lugar de compras favorito. Una calle fea y estrecha a la que habían lavado la cara en los últimos dos lustros, el tiempo que llevaba instalado el Mercado de Fuencarral en sus inmediaciones, con sus tiendas fashion y su look londinense. Y, por un efecto contagio, todas las marcas de moda y complementos enfocadas a un público joven y moderno se habían puesto de acuerdo en amontonarse en los tramos de la calle más próximos a la Gran Vía hasta la altura de la calle Colón, más o menos. Aquel era su reino natural, se dijo a sí mismo al entrar en sus dominios, dispuesto a sacar brillo a la tarjeta de crédito hasta quedar más reluciente que la patena del cura. Pero lo primero era lo primero. Sus pies necesitaban un relevo inmediato, por eso encaminó sus pasos hacia el local de Puma, ya bien entrada la calle. Sintió una punzada de envidia al ver la cantidad de chicos y hombres vestidos con pantalón corto y sandalias, en el mejor de los casos, o chanclas, en el peor posible. "Si yo no fuera tan coqueto podría desinhibirme como ellos, pero es que da la sensación de que estén paseando por la playa en vez de por la zona más fashion y atrevida de una urbe cosmopolita de tres millones de habitantes (sin contar la zona metropolitana, que sumará otros dos) iba pensando Miguel. Sin darse cuenta, había llegado a la tienda. Subió a la planta superior, repasó de un vistazo los muestrarios, y eligió unas negras y blancas con remaches de charol en la puntera, por el que le clavaron más de 100 euros, y eso que estaban rebajados. Según salía de la tienda se arrepintió de la compra, no porque no le gustaran, sino porque opinaba que se había precipitado en elegirlos. "Tenía que haber mirado antes unas Bikkemberg", en referencia a la marca de zapatillas que estaba arrasando en el mercado europeo desde hacía meses. Con estos pensamientos tan elevados en mente, salió de la tienda, en dirección hacia el Mercado de Fuencarral, donde pensaba continuar su peregrinaje comercial, cuando, de pronto, sintió ante él la presencia de un espectro del pasado en forma humana, un familiar desconocido que se encontraba allí delante, tan asombrado y avergonzado como él mismo por lo impropio de la situación. Pero ya era tarde para disimular o dar media vuelta sin pecar de mala educación. El encontronazo había sido tan fortuito como fulminante. Se quedaron unos segundos contemplándose como dos pasmarotes, sin atreverse a dar un paso y mucho menos a decir nada, hasta que Ricardo, en un gesto que le honraba, pero que Miguel no sabía como interpretar, se acercó a su ex amigo con los brazos extendidos y se abalanzó hacia él atrapándolo en un interminable abrazo del que Miguel participó sólo en calidad de presa asfixiada.

Joder, Miguel, ¡hacía tanto tiempo que deseaba esto!…- esas palabras resonaron en el oído de Miguel como la falsa letanía de un sacerdote emparejado exigiendo castidad a sus feligreses.

Bueno, era tan fácil como llamarme al móvil y quedar para hablar – Miguel se separó de su torpe abrazo y recogió la bolsa del suelo – "solo faltaría que alguien se llevara las deportivas aprovechando la confusión del "momento reencuentro"- que yo sepa sigo manteniendo el mismo número desde hace muchos años, y no he recibido hasta ahora una llamada tuya disculpándose por lo ocurrido.

Ricardo bajó la cabeza un momento. A Miguel le pareció que seguía tan guapo y seductor como siempre, tan chulo y seguro de sí mismo como en otras épocas más felices para ambos. Porque ¿sería Ricky tan infeliz como lo era él, o su fortaleza interior se había impuesto al posible arrepentimiento por la acción cometida?. Por un instante, Miguel estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse sin dignarse a cruzar una palabra con aquel hijo de puta, pero el tono compungido de su amigo y la curiosidad por saber que habría sido de su vida en aquel año, y como le habría afectado su reprobable conducta en su ánimo, pudieron más que el odio visceral que sentía por él, y que su psicólogo no había conseguido desactivar del todo en estos largos meses de terapia. Y ahora, en el momento de la verdad, no sólo no le mandaba a tomar por culo, que era lo que realmente se merecía ese cabrón, sino que sin darse cuenta se dejaba invitar a tomar un refresco por un aparentemente emocionado Ricardo en una terraza de la cercana plaza del Mercado.

Imagino que este tiempo habrá sido muy duro para ti – abrió el fuego Ricky con los ojos bien ocultos tras las gafas de sol, temeroso tal vez de que delataran su inquietud natural por el curso que podría tomar la conversación una vez iniciada – pero la verdad es que se te ve estupendo ¿sigues entrenando en el gym?.

Ese era el momento que Miguel llevaba esperando tantos meses, el de la réplica descarada y mordaz a la persona que más detestaba en este mundo.

Yo sí, como comprenderás no tengo nada que esconder y sigo conservando mis amistades del gimnasio. Otros, en cambio, no pueden decir lo mismo. Huir como una rata de cloaca es más fácil que dar la cara en ciertas ocasiones ¿verdad?

Ricardo se atragantó con la bebida y tosió ligeramente intentando ocultar su embarazo. La tensión crecía por momentos y no sabía si sería capaz de hacer frente a la situación. Por lo menos lo intentaría, aunque no confiaba en un posible perdón de su antiguo amigo. Dejó la Coca-Cola sobre la mesa y replicó en tono desolado:

¿Y que querías que hiciera? Me sentía tan avergonzado

Vamos a ver, tronco – le interrumpió Miguel- una persona, o personaje más bien, como tú, que es capaz de hacer con su mejor amigo lo que tú hiciste conmigo no conoce la vergüenza.

Ahora Ricardo simulaba no encontrar las palabras necesarias para ejercer su defensa de un modo convincente. Porque él sabía que Miguel llevaba razón. El había actuado de forma cobarde y pusilánime en aquella ocasión, aunque entonces pensara que hacía lo mejor para ambos.

Daría lo que fuera porque todo eso no hubiera sucedido. Si yo hubiera sospechado algo así nunca te hubiera pedido que me acompañaras aquella noche.

Aquella noche…maldita sea su estampa. 23 de Junio de 2007, recién pasada la medianoche. ¿Qué coño hacían ambos, a la salida del gimnasio, dirigiéndose en el coche de Ricky a las afueras de Madrid, a aquel polígono de Madrid donde debían hablar con el antiguo dueño del local que ahora regentaba su amigo, y a quien le debía, al parecer, una cantidad imprecisa de millones en concepto de alquiler del local y otros conceptos?.

"Si la cosa se pone fea, no se atreverán con un experto en artes marciales y un boxeador amateur" había razonado Ricardo para convencerle de acompañarle en su singular excursión nocturna. Aquel había de ser el mayor error de su vida. Pero Miguel no lo sabía cuando subió en el reluciente Audi de su amigo, un modelo quizá demasiado caro para alguien que debía tanto dinero a sus antiguos protectores. Y aquella decisión irreflexiva habría de marcar su existencia de por vida. Ya nada sería igual que antes. Y su mejor amigo pasaría a convertirse a sus ojos en la peor de sus pesadillas soñadas.

(Continuará)