El mejor amigo de mi hermano 4 (Final)

El que escucha lo que no debe, se entera de lo que no quiere...

El mejor amigo de mi hermano 4

-       Veo que lo estáis pasando bien… – comenzó a decir mi hermano. - ¿Me dejáis unirme a la fiesta? – dijo con voz nerviosa.

Respiramos de nuevo, aliviados. Me recosté en la cama y miré a Guille, que se pasaba la mano por la boca. Este me devolvió la mirada con los ojos llenos de lujuria. Miré de nuevo a mi hermano, que comenzó a sobarse por encima de los calzoncillos. Iba a contestarle cuando Guille se me adelantó, diciendo entusiasmadamente:

-       ¡Claro!

Escuché cómo Seba suspiraba, contento de que no nos escandalizásemos. Se acercó lentamente hasta la cama, donde Guille lo esperaba en el filo de la cama. Nunca había concebido la idea de hacer algo como eso con mi hermano, me parecía grotesco, sucio. Trepé como pude por el cuerpo de Guille y me bajé a la cama. Justo cuando iba a comenzar a andar, este me agarró del brazo.

-       ¿A dónde vas? – me preguntó Guille.

Pude ver la excitación que sentía, ya que me apretaba bastante el brazo para que no me fuese. Miré a mi hermano, que no me prestaba atención ninguna, sino que devoraba con la vista el desnudo cuerpo de su amigo.

-       Voy al baño, me estoy meando. – le contesté mientras le sonreía.

-       Claro, perdona. Pero no tardes, ¿vale? – me contestó.

-       Vale. – le respondí yo.

Sentí cómo sus dedos desataban mi brazo, devolviéndole el riego sanguíneo a mi brazo. Comencé a caminar, escuchando el susurrar de la fina tela que cubría la intimidad de mi hermano mientras que bajaba por sus piernas.

-       Madre mía… - llegué a oír a Guille antes de girar por el pasillo.

Fui hasta el baño, pensando en la idea de tener sexo con Seba. Realmente, no quería. Le tenía mucho cariño a mi hermano, pero no era capaz de verlo de manera sexual. Para mí era mi figura paterna, todo lo que quería llegar a ser lo hacía por él, por hacerle sentir orgulloso.

Subí la tapa del wáter e hice mis necesidades mientras le daba vueltas al tema. Guille se veía deseoso con la idea, encantado, podríamos decir. Iba a decirle a mi hermano que no creía que fuese buena idea cuando Guille lo invitó a unirse. No entendía por qué no le bastaba conmigo, yo creía que lo estábamos pasando bien los dos solos, pensé mientras me encaminaba de nuevo hasta mi cuarto. Me paré justo antes de llegar a mi puerta, cayendo en la cuenta de que no había tirado de la cadena. Me giré sobre mis talones para volver al baño, cuando escuché a mi hermano decir:

-       Dios… No sabes… cuánto… he echado de menos… esto…

Sus palabras se entrecortaban por los besos que le daba a Guille, ya que se escuchaba cómo sus labios se separaban de no sé qué parte del cuerpo de su amigo.

-       ¡Shh! ¿Estás loco? Nos va a escuchar Alfon… – dijo en un susurro Guille.

Me quedé petrificado al procesar lo que acababa de escuchar. Mi hermano y Guille… ¿Qué?

-       Está en el baño, tranquilo. – comenzó a decir mi hermano en voz baja. – Entonces, ¿tú no has echado de menos esto?

Guille guardó silencio. Me eché en la pared cuidadosamente, casi derrumbado. Por mi cabeza volaban mil ideas, mil pensamientos. Sentí mi mundo derrumbarse. Solo esperaba que Guille le contestase que no, que me quería a mí. Que lo que tuviesen ya estaba olvidado, que era agua pasada.

-       No sabes cuánto… - dijo, mientras más ruidos salían por la puerta. – ¿Estás seguro de que quieres hacerlo con tu hermano?

-       Bueno… no mucho. Pero si es lo que hay que hacer para estar contigo… - mi hermano hablaba casi embobado.

-       ¿Y qué ha cambiado desde que te lo propuse esta tarde? – preguntó Guille con tono sugerente.

¿Cómo? ¿Que se lo propuso antes? Había algo que se me escapaba de todo aquello.

-       No sé… Imagino que estaba celoso… Y sinceramente, creía que habías engañado a Alfonso para hacer algo así, pero veo que sabe perfectamente lo que quiere…

-       Sabía que te ibas a poner celoso. – rio Guille.

Aquella fue la frase que colmó el vaso. Me llevé las manos a la boca para ahogar los sollozos que comenzaron a salir de esta, pero mi agitada respiración y una ruidosa nariz avisaron a Seba y a Guille de que estaba ahí. No escuché el crujir de mi cama al bajarse estos de ella, ni sus pasos al dirigirse hasta el rincón donde me encontraba, sentado en el suelo y con las manos en la cara.

-       Ey, enano… ¿Qué te pasa? – comenzó a decir mi hermano.

No fui capaz de pronunciar palabra y continué llorando desconsoladamente.

-       Campeón… Mírame, ¿qué ocurre? – dijo Guille, intentando separarme las manos de la cara.

Miré a Guille a los ojos, llenos de tristeza por verme así.

-       M-me ha-beis eng-añado… – balbuceé.

Su complicidad y culpabilidad fue plausible en el momento que se giraron para mirarse a los ojos el uno al otro. Aquello incrementó aún más mi pena, ya que básicamente me lo acababan de confirmar.

-       Enano, ¿qué estás diciendo? – dijo mi hermano. – Nosotros no…

-       ¡No me mientas! Os he escuchado ahora mismo. – me puse de pie, secándome las lágrimas.

-       Escucha, campeón… Tiene su explicación, te lo prometo. – puso su mano sobre mi hombro.

-       ¡Déjame! Me has utilizado… - miraba a Guille lleno de rabia. - ¡Los dos! – dije, fijándome también en mi hermano, que agachaba la cabeza. – No he sido más que un juguete para los dos… Una moneda de cambio. No os importo a ninguno de los dos.

-       Alfonso… No digas eso… - dijo mi hermano, intentando tranquilizarme. – Claro que nos importas.

-       ¿Sí? ¿Antes o después de que haberme usado para daros celos?

Pasaron unos largos segundos, en los que ninguno fue capaz de responderme.

-       Entiendo. – dije.

Me abrí paso entre los dos y me metí en mi cuarto, cerrando la puerta tras de mí con un portazo. Me acerqué hasta mi armario y saqué unos calzoncillos limpios. Me los puse justo antes de ponerme unos vaqueros, para después ponerme una camiseta y una sudadera encima. Rematé la faena con unos calcetines altos y mis botines favoritos. Escuchaba a mi hermano y a Guille hablando detrás de la puerta en susurros. Cuando ya estaba vestido y cogí mi teléfono, escuché cómo tocaban a mi puerta.

-       Alfonso, ¿podemos entrar para hablar? – preguntó mi hermano, detrás de la puerta.

-       Dejadme en paz. Me voy a dormir ya. – dije, enfadado.

-       ¿Seguro? – preguntó Guille. – Venga, anda, campeón…

Estaba enajenado y solo podía pensar en salir de esa casa y desaparecer de sus vidas. No sabía a dónde ir ni qué hacer, pero tenía claro que ese no era mi lugar. Huiría a pie por los caminos de los inmensos olivares que rodeaban mi pueblo y que conocía bien, aunque nunca los había transitado por la noche. Iría hasta casa de mi amigo Sergio, a unos cuantos kilómetros de allí, él me protegería y me acogería en su casa encantado.

No respondí y seguí con mi plan. Cogí una mochila y metí apresuradamente un pantalón de chándal, un par de camisetas y otra sudadera. Me acordé de echar la cartera y una gorra negra, a parte de las llaves de casa y el cargador del móvil. Me acerqué a mi ventana y miré hacia la calle. Esta estaba desierta y la oscuridad se cernía sobre los lugares que no estaban bañados por la luz que salía de las pocas farolas de la acera.

Escuchaba a Guille y a mi hermano hablar acaloradamente detrás de la puerta. Abrí despacio la ventana, procurando no hacer ruido. La ventana no contaba con ningún tipo de recubrimiento, a parte del cristal con pestillo, y había salido varias veces por ahí, ayudado de los embellecedores de la ventana del salón y de los finos barrotes que la cubrían. Comencé a descolgarme, apoyando los pies en la pared y sujetándome con una de las manos a la canaleta que descendía desde el tejado para quitar el agua de este.

Bajé la mirada para ver dónde apoyar el pie cuando escuché a mi hermano decir:

-       Alfonso, esto no puede seguir así. – abrió la puerta y pude ver sus ojos una fracción de segundo, justo antes de colocar el pie en la barra superior de las rejas de la ventana del salón y comenzar a descender.

-       ¡¡Alfonso!! – comenzaron a gritar los dos mientras se apresuraban a la ventana.

Apoyé rápidamente el pie en la reja de abajo, mientras que escuchaba retumbar los pies de mi hermano y de su amigo que corrían hacia la ventana.

Justo cuando fui a quitar la mano de canaleta, el pie se me resbaló, y comencé a precipitarme al vacío. Pude sentir en cámara lenta cómo mi cuerpo empezaba a despegarse de la pared, cuando una mano agarró fuertemente la mía. Del propio balanceo, volví hacia la pared, estrellándome contra ella. Sentí cómo mi cabeza se golpeaba contra el rugoso muro de la fachada, siendo mi ceja izquierda la desafortunada en recibir el impacto y comencé a sentir algo caliente que se derramaba por mi mejilla.

-       ¡Ah! – se quejó Guille, sujetándome con todas sus fuerzas. – ¿Estás bien? – vio en mi cara el enfado y que no me alegraba para nada de que me agarrase. – Déjame subirte, por favor, estás sangrando…

El dolor casi me cegaba, pero seguía teniendo claro que no pensaba subir. Apoyé mis pies firmemente en la barandilla y la otra mano de nuevo en la canaleta.

-       Alfonso, ¿qué coño haces? – escuché decir a mi hermano, que se asomó por la ventana.

No le contesté y empecé a forcejear con Guille para que me soltase.

-       Alfon, ¡para! ¡Te vas a matar! – me suplicó Guille.

-       Aguántalo ahí, Guille, voy a bajar. – dijo mi hermano en voz baja.

Escuché sus pasos por todo mi cuarto. Quité la mano que me anclaba a la tubería y la llevé a la mano de Guille para conseguir liberar la mía. Este no pudo hacer mucho más, ya que además yo le tiraba hacia abajo y él ya no tenía a mi hermano para no caerse, por lo que, mientras me mirada asustado, tuvo que soltar mi mano para no precipitarse al vacío él también.

De mi misma fuerza, resbalé de nuevo y caí con un golpe seco en el suelo. Mis pies fueron lo primero que tocó el suelo, seguido de mis piernas, y el resto el torso después, frenando parte del impacto con las manos. Sentí incrustarse la gravilla de la acera en las palmas de mis manos, pero aquello no me importó. Escuché a mi hermano pelearse con la cerradura de la puerta, por lo que me levanté rápidamente y salí a correr tan veloz como pude.

Recorrí varios metros a toda prisa calle abajo, sin girar la cabeza hacia atrás para ver si me seguían, mientras escuchaba a mi hermano gritar mi nombre. Cuando iba a girar la esquina hacia otra de las calles, pude ver a mi hermano en mitad de la carretera, cubierto solamente con sus boxers y a Guille en la entrada de la puerta, semidesnudo también, llevándose las manos a la cabeza. Seba le dijo algo a Guille mientras gesticulaba alterado con las manos y se metieron de nuevo en la casa ante la atenta mirada de algunos vecinos que se asomaban a curiosear.

Volví a centrarme y comencé a trotar por las calles en dirección a los caminos. Guille tenía un antiguo coche (el que le regalaron al sacarse el carnet de conducir) en la puerta de su casa, por lo que no dudé que irían a por él para buscarme. Era bien entrada la noche, pero la luna llena iluminaba con su luz los oscuros callejones desalumbrados por los que comencé a transcurrir, ya agotado. Mi móvil no paraba de sonar y de vibrar, de las entradas entrantes y mensajes que me enviaban mi hermano y Guille, por lo que me paré y apagué el teléfono. Me encontraba algo mareado y sediento. Me senté en un bordillo, detrás de unos contenedores y me miré las manos.

La vista de mis manos ensangrentadas, llenas de heridas por pequeñas piedras clavadas en las palmas me mareó un poco. Parece que con la vista de estas piedras, el dolor llegó a mi abrumadoramente, sintiendo el escozor de cada pequeña grieta. Poco a poco, con las manos temblorosas, conseguí quitarme la gravilla de las manos. Sentía un calor intenso en la ceja izquierda y llevé mi mano asustado hasta esta. Había una buena brecha, que me partía la ceja en dos, justo en medio de la inflamada zona. La sangre me recorría la mejilla y me caía por el cuello.

Me acordé de que en el pueblo había un desavío 24h, y, aunque era algo más caro, necesitaría algo de comida y agua para aguantar la noche y parte del día siguiente, además de algo de hielo para la ceja.

El único problema era que tendría que desviarme bastante del recorrido que tenía previsto, pero estaba sediento y pronto tendría hambre. Fui por las aceras sigilosamente, con paso rápido y escondiéndome detrás de los coches parados ante la señal de cualquier luz de los faros de algún vehículo. Poco a poco conseguí acercarme a la zona, cuando vi las luces de un coche llegando atropelladamente justo en frente del desavío.

Me escondí detrás de un coche negro y atendí atentamente. Mi hermano salió de la parte del copiloto del coche blanco apresuradamente, dirigiéndose al quiosco. No estuvo ni un minuto dentro, cuando salió negando de la cabeza del local. Se montó de nuevo del coche y salieron a toda prisa de allí.

Habían ido a preguntar por mí, por lo que los dueños sabrían que me estaban buscando. En el pueblo, todos nos conocemos y mi madre es muy querida por los vecinos, ya que no es de causar problemas, ni nosotros tampoco. El dueño del lugar era muy amable y siempre me regalaba alguna chuchería o cualquier cosilla.

Saqué de dentro de mi mochila una camiseta oscura y me limpié como pude la sangre del ojo, la mejilla y el cuello mientras gemía de dolor y me mordía la mano. La guardé dentro de la mochila de nuevo y vi la gorra. La saqué, cogí aire y me la encasqueté en la cabeza, bajando bastante la visera.

Caminé lentamente y entré dentro del local. No había nadie en el mostrador, por lo que continué adentrándome. Cogí una botella de agua de dos litros, una bolsa de hielo y algunos dulces. Cuando volví al mostrador, el dueño estaba justo detrás de este, mirando su teléfono. Hice un ruido con la garganta y este se sobresaltó bastante.

-       ¡Dios! – dijo, llevándose la mano al pecho. – Hola, Alfonsito. – me dijo al reconocerme. – Tu hermano acaba de pasarse por aquí buscándote. – me miró cariñosamente mientras levantaba sus cejas - ¿Va todo bien?

-       Sí, sí. – le dije, mirando hacia abajo. - ¿Cuánto es, Eugenio?

-       Cinco con treinta, señorito. – me dijo mientras me sonreía.

Busqué en mi mochila la cartera y saqué el dinero justo: un billete de cinco euros, una moneda de veinte céntimos y dos monedas de cinco céntimos. Los puse en el mostrador y recogí los objetos que acababa de comprar.

-       ¿Estás bien, Alfonsito? ¿Quieres que llame a tu madre, o que te lleve a algún lado? – me preguntó, mientras metía la bolsa de hielos dentro de una bolsa de plástico.

-       No, no hace falta, de verdad. Va todo bien, en serio. – le dije atropelladamente mientras metía todo en la mochila.

-       ¿A ver? Mírame un momento… - me dijo.

En cuanto volví a levantar la cara, supe que la había cagado. Noté cómo una gota de sangre se precipitaba desde mi ceja hasta mi párpado y cómo comenzaba a bajar por el exterior de mi mejilla. Eugenio transformó su cara agradable en una cara de preocupación. Intentó agarrarme del brazo, pero yo agarré mis cosas y me fui antes de que este hubiese dado la vuelta al mostrador siquiera.

Comencé a correr como alma que lleva al diablo en sentido contrario, volviendo por mis pasos, pero esta vez por medio de la calle. Continué corriendo hasta que no pude más. Me escondí en un pequeño callejón en el que olía fuertemente a pis. Me senté en el escalón de una pequeña escalera y abrí la mochila. Saqué la botella de agua y le di un gran trago. Comencé a tranquilizar mi respiración, hasta que esta finalmente volvió a la normalidad.

Tomé aire y eché agua en mis castigadas manos, aguantando los quejidos del escozor que me propiciaba aquella tarea. Saqué la camiseta manchada de sangre y le eché un poco de agua. Me quité la gorra, manchada también, y pasé la zona húmeda de la camiseta por las zonas ensangrentadas de mi rostro.

Cada vez que mi piel se estiraba, sentía la herida abrirse un poco y una gota volvía a caer por mi mejilla. Me di por vencido y metí un par de cubitos de hielo en la camiseta. Me acerqué temblorosamente el frío hielo a la herida y comencé a presionar un poco. De mi boca salían sollozos de dolor, pero sabía, después de varios esguinces, que el frío es lo mejor para la inflamación.

Estuve alrededor de 15 minutos allí parado, cuando me encontré mejor para seguir con mi camino. Guardé todas las cosas, excepto el hielo, en la mochila y me la colgué en la espalda. Tiré varios cubitos de hielo al suelo y me quedé con unos 10 o 12. Cargué con ellos en la bolsa de plástico con mi mano derecha, mientras que me seguía llevando la camiseta a mi enrojecida herida.

Procedí a continuar mi recorrido y eché a andar sigilosamente por las calles de mi pueblo. Pronto llegué hasta los caminos, donde tuve que hacer una difícil elección. Continuar por el camino que me conocía de memoria o tomar el camino más largo y enrevesado. No creía que mi hermano me buscase por aquella zona, por lo que tomé el camino que tomaba siempre que queríamos ir al campo.

El sinuoso camino estaba completamente oscuro, escoltado por los terrenos de olivos, fangosos por la humedad. Mis ojos se acostumbraron rápidamente a la negrura, aunque la luz de la luna hacía que se pudiese ver en la oscuridad bastante bien. Ante la expectativa de varios kilómetros de aburrimiento y silencio, comencé a pensar en cómo había llegado hasta ese punto.

Guille y Seba, Seba y Guille. Los dos eran algo más que amigos, de eso no cabía duda. ¿Cómo podía haber estado tan ciego? Guille no me quería, me había usado para poner celoso a mi hermano, no sé por qué. Me había creído cada palabra de Guille, que simplemente jugaba conmigo mientras disfrutaba de mi cuerpo, ya de paso. Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.

Mi hermano, el cual yo creía que me defendía a capa y a espada… Solo me prohibió ver a Guille porque estaba celoso, no por querer protegerme. Me sentía triste, desolado, sin saber qué era cierto y qué no, mientras mis ojos seguían siendo cataratas por las que brotaban mis lágrimas, que casi no me dejaban ver el camino.

Estaba tan absorto en mi tragedia que no vi la sombra que comenzaba a proyectarse bajo mis pies, ni siquiera escuché el ruido del motor del coche que tenía detrás de mí. Tan solo cuando la luz era tan evidente que hacía ver los pequeños insectos que volaban por el aire, me eché hacia un lado, intentando ocultarme detrás de un árbol.

El coche pasó a mi lado sin problema ninguno, hasta que frenó en seco varios metros más adelante. Pude ver claramente el coche de Guille antes de que estos abrieran las puertas. Para cuando estos empezaron a bajar del coche, yo ya estaba corriendo campo adentro. Sentí la tierra húmeda llenar mis pies y mojar mis calcetines, tanto por dentro como por fuera de los botines mientras corría velozmente, dejando atrás las voces de mi hermano y de Guille.

-       ¡¡Alfonso!! ¡ALFONSO! ¡Vuelve! – gritaba mi hermano.

-       ¡Campeón, no seas tonto! ¡Ven! – decía Guille.

-       ¿¡Qué vas a hacer tú solo aquí fuera!? ¡Vámonos a casa, por favor! ¡Alfonso! – continuaban llamándome mi hermano, asustado.

-       ¡Alfon, tú ganas! ¡La hemos cagado! ¡Déjanos explicártelo! – gritaba Guille, desconsolado.

Continué corriendo, secándome con la mano las lágrimas que caían sobre mi rostro, alejándome cada vez más en la oscuridad de aquellas voces que me llamaban. Vi una pequeña edificación sin acabar, abandonada, y me dirigí a toda velocidad hacia ella para ocultarme.

Sentí cómo mi pie izquierdo se metía debajo de una raíz de una árbol que estaba levantada, haciéndome caer de bruces, golpeando mi cabeza de nuevo contra una pared. En aquel mismo instante, todo se apagó.

Lo siguiente que recuerdo, es la asustada cara de mi hermano, mientras me llevaba en brazos. Pude localizar con la vista a Guille, que me apoyaba algo en la cabeza, mientras me decía.

-       Shh, tranquilo, campeón. No pasa nada, ya estás con nosotros. – me susurraba.

Pestañeé una sola vez y me dormí de nuevo. Cuando volví a abrir los ojos, todo era confuso y oscuro. Me hallaba en una sala, tumbado en una camilla, con Guille a mi lado sujetando mi mano, mirando a unas figuras. Por la voz, pude deducir que una de ellas era mi hermano.

-       Sí, se ha escapado de casa y se ha caído en un bordillo.

La siguiente voz habló desconfiada, como si no creyese las palabras de Seba.

-       En una calle llena de barro, por lo que se ve. – era una mujer.

-       Mire, es la verdad. Se ha escapado hasta los caminos y ha corrido cuando lo hemos visto. Después nos lo hemos encontrado desmayado y sangrando al lado de un muro. – dijo mi hermano de nuevo.

No pude saber qué decía la mujer desconfiada, porque unas manos que no eran las de Guille empujaron la camilla hasta una sala blanca muy iluminada. Allí, varias personas cubiertas por trajes de médico verdes hablaban hasta que llegué yo. Una mujer, con un traje azul comenzó a hablarme.

-       Hola, jovencito. ¿Cómo te llamas? – me preguntó dulcemente, debajo de su mascarilla.

-       Al-Alfonso. – le contesté.

Al mover mi mandíbula, aprecié un fuerte dolor en la parte superior derecha de mi cabeza, un dolor que creí que me iba a partir el cráneo en dos.

-       Muy bien, Alfonso. Te vamos a pinchar una cosa para que te duermas, ¿vale?

Asentí asustado con la cabeza, mientras la enfermera se acercaba hasta una mesita cercana y cogía una jeringuilla. Cerré los ojos y me estremecí cuando sentí el pinchazo. Después de eso, me volví a quedar dormido.

Desperté de nuevo, al cabo de no sé cuánto, y lo primero que vi fue a Guille y a Seba dormidos en mi regazo, cada uno cogiéndome una de las manos. Estaba vestido únicamente con un camisón de hospital blanco con el logo de la Junta de Andalucía. Pude ver mi mochila embarrada en el suelo, justo al lado de un paquete transparente en el que estaba toda mi ropa, llena de fango. La cabeza me daba vueltas y me dolía muchísimo, tanto por dentro como por fuera. Di un pequeño gemido a la vez que movía las piernas y los dos se despertaron sobresaltados.

-       Ey, campeón… - dijo Guille mientras me sonreía y pasaba su mano sobre sus somnolientos ojos.

-       Hola, enano… - me susurró mi hermano.

Le devolví la mirada y este comenzó a llorar desconsoladamente.

-       Alfonso… No sabes cuánto miedo he tenido… - comenzó a decir entre sollozos. – P-pensaba que te perdía.

Acto seguido se lanzó hasta mí para darme un abrazo, sin importarle los quejidos de dolor que emitía.

-       Alfon, no vuelvas a hacer eso nunca más… - dijo Guille, con los ojos empañados. – ¿Sabes lo que se siente al pensar que no volveríamos a verte? – las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos. - ¿Y si no te hubiésemos encontrado? T-te habrías muerto Alfonso. – remató Guille, apretándome la mano mientras rompía a llorar finalmente.

La gravedad de mis actos cayó sobre mí de forma contundente. Si no me hubiesen encontrado, habría muerto. Esa realidad me atizó fuertemente en la cara, haciéndome ver lo afortunado que era por tener a esas dos personas a mi lado, ahora llorando desconsoladamente. Aunque me sentía muy mal por cómo me habían tratado, si no me quisieran, no me habrían buscado gran parte de la noche, no se habrían tomado la molestia de haberse adentrado campo a través, enfangándose hasta los tobillos para saber si estaba bien. A lo mejor se merecían una oportunidad para explicarme qué había pasado antes, en casa.

-       Ya, ya está… Ay, Seba, me duele… - le dije a mi hermano, que seguía apretándome.

Mi hermano me soltó finalmente y se enjugó las lágrimas. Me llevé la mano hacia mi cabeza, sintiendo una venda rodearla y un pequeño bulto en la zona donde el dolor era más agudo. Palpé un poco más y entendí que eran los puntos que sobresalían de mi cuero cabelludo. Pasé mi mano hacia mi ceja, ya desinflamada y con una gasa puesta con esparadrapo.

-       Bueno, y ¿cómo estás? – me preguntó mi hermano.

-       Bien, bueno… Me duele la cabeza… - dije.

-       Normal. Te has hecho una buena brecha, campeón. – me dijo Guille. – Te han metido 4 puntos en la ceja y 9 en la cabeza. Casi se quedan sin hilo…

-       Menos mal que siempre has sido un cabezota y tienes la cabeza dura, que sino… - me dijo mi hermano para que me riese.

Una sonrisa se dibujó tímidamente en mis labios, aunque yo hacía todo lo posible para que no se notase. Seguía enfadado, aunque me arrepentía de haberles causado tanto sufrimiento, por lo que les dije:

-       Oíd… Siento mucho haberme escapado y haberos asustado. No quería preocuparos, ni mucho menos partirme la cabeza…

-       Hombre, estaría bueno. – dijo Guille mientras ponía una cara graciosa.

Los tres empezamos a reírnos, hasta que mi hermano habló esta vez.

-       La culpa es nuestra, enano. Los que lo sentimos de verdad somos nosotros. – dijo mientras me apretaba mi mano.

-       Sí, la culpa es solo de nosotros. Siento mucho que te hayas enterado de ciertas cosas, pero todo lo que te hemos dicho es verdad. – Guille me apretaba la otra manos con las suyas mientras continuaba diciendo. – Te quiero mucho, tienes ese corazón tan puro que me ha cautivado en los pocos ratitos que he podido disfrutar contigo. Por eso me gusta estar contigo.

-       Claro, enano. Y ¿cómo no voy a quererte? Si eres mi enano, mi pequeño… Lo eres todo para mí, ¿lo entiendes? Me he muerto de miedo de pensar que te podía haber pasado algo. – cogió aire y continuó diciendo. – Lo que casi pasa ayer… Si tú no hubieses querido, yo tampoco. Lo hacía por Guille, pero nunca me atrevería a tocarte, espero que tengas claro eso.

Me sentía abrumado por todo lo que mis oídos escuchaban, sintiéndome un idiota por haberme escapado de esa manera. Me había comportado como un niño pequeño, en vez de hablar la cosas. Me sentía avergonzado de mi comportamiento, por lo que les dije:

-       Jo, no sabéis lo que lamento haberme escapado… No lo haré más, de verdad. – iba a llorar, pero el dolor de la ceja y de la cabeza me molestaba demasiado, por lo que arrugué la cara. – Lo siento mucho… ¿Me perdonáis?

No me contestaron ninguno de los dos, sino que se lanzaron a mí para fundirnos en un abrazo. Justo cuando nos estábamos separando, la puerta se abrió de golpe y mi madre apareció detrás de ella, avanzando hacia donde yo estaba con paso rápido.

-       ¡Ay, mi vida! ¿Qué ha pasado, cariño? – me dijo a la vez que se abalanzaba para abrazarme.

Me dio un fuerte abrazo y me analizó detenidamente. Su mirada se paseó de la cara de Guille a la de Seba, buscando algún rastro de culpabilidad. Seba comenzó a decir:

-       Mamá, verás… La culpa ha sido nu…

-       La culpa ha sido mía. – le interrumpí bruscamente. – Eeh… Es que Seba me dijo que no había pizza para los tres y que yo me buscase la vida. – mi madre empezó a arquear las cejas. – Y cogí y me fui de casa. – sus labios comenzaban a apretarse. – A los caminos. – pestañeó lentamente. – Y me fueron a buscar y corriendo por el campo me caí. – terminé de decirle.

-       Te has escapado de casa, ¿por una pizza? – me preguntó, sorprendida. Asentí con la cabeza y continuó diciéndome. – Muchacho, da gracias a Dios porque no te has matado, porque sino te hubiese matado yo. ¿Sabes que estás castigadísimo, verdad? – me dijo seriamente.

Asentí con la cabeza mientras miraba a mi hermano, que me miraba agradecido, diciendo un insonoro “Gracias” con sus labios. Aquello que tenían mi hermano y Guille, lo que teníamos Guille y yo, el secreto que guardábamos entre los tres era mucho más importante que un simple castigo.

Fin.

Así concluye esta serie de relatos. Espero que les haya gustado, de veras. Aunque sé que es una página erótica (aunque sobre todo la categoría donde estamos), me veía incapaz de mancillar una relación tan bonita como la que había entre los personajes, entre los hermanos fundamentalmente. Podría haberle dado otra salida eróticamente al relato, pero ya he hecho muchos del estilo y tenía ganas de darle otro final. No duden que por mi mente han pasado miles de posibles finales, de posibles secuelas, pero creo que era hora de despedirse de Alfonsito y compañía. No duden en dejar su comentario, aunque sea para mostrar su disgusto con el final.