El mejor amigo de mi hermano 3

- Seba…, yo… - comencé a decir, nervioso. - Tú nada. – me dijo mi hermano bruscamente. – Vístete ahora mismo. Bajé la cabeza, avergonzado, y me agaché de nuevo para buscar la ropa que había debajo de la cama.

El mejor a migo de mi hermano 3

-       Hola, Alfonso. Sal de ahí ahora mismo. – dijo mi hermano seriamente mientras me miraba a los ojos fijamente.

Vi en sus ojos una ira infinita cuando salí gateando de la cama, desnudo como estaba, y me puse de pie, tapando mis partes íntimas con ambas manos. En aquel momento solo quería que me tragase la tierra y desaparecer. Busqué con mi mirada los ojos de Guille, que miraba al suelo con la cara casi desencajada. Volví a mirar a mi hermano, ya de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho y mirándome con enojo todavía.

-       ¿Qué tal está Diego? – me preguntó fríamente mientras entrecerraba sus ojos.

¿Diego? Es cierto, dije que iba a su casa… No sabía qué responder. Cualquier excusa sería increíble estando desnudo en casa de su mejor amigo y la verdad era muy bochornosa. Estaba muy jodido.

-       Seba…, yo… - comencé a decir, nervioso.

-       Tú nada. – me dijo mi hermano bruscamente. – Vístete ahora mismo.

Bajé la cabeza, avergonzado, y me agaché de nuevo para buscar la ropa que había debajo de la cama. Saqué aquel montón de ropa y comencé a vestirme. La habitación estaba en silencio y yo ya había terminado de vestirme, cuando Guille habló nerviosamente:

-       Seba…, escucha… - fue a poner su mano sobre el hombro de su amigo.

Mi hermano le dio un manotazo y después un empujón con ambas manos, desplazando a Guille varios metros.

-       ¡No me toques! ¿Te parece bien abusar de mi hermano? – le gritó enfadado. – Seba estaba fuera de sí.

-       ¡Seba! Él no… - comencé a decirle.

-       ¡Tú a callar! – me gritó, señalándome con un dedo.

Me quedé mudo, incapaz de decir nada ante la figura de mi hermano mayor, que temblaba de ira.

-       Alfon, vete a tu casa. Déjame hablar con tu hermano… - me dijo Guille suavemente.

¿Dejarlos solos? Miré a Seba, al que se le notaban todas las venas del cuello y de la parte de la sien. Tenía los puños apretados y miraba fijamente a Guille, que estaba arrinconado frente a la pared, con su toalla amarrada a la cintura y con el torso desnudo. Siendo tan musculoso, se veía muy pequeño ante la figura de mi hermano, que parecía estar rodeado por un aura de ira. Pude imaginarme lo que pasaría si me iba de aquel cuarto.

-       ¡No! ¡No pienso moverme de aquí! – grité yo, mirando a mi hermano.

-       Alfonso, vete. Ya. – dijo mi hermano, lleno de cólera, sin apartar los ojos de Guille.

Me sentía minúsculo en aquel momento y lleno de impotencia. Tenía la sensación de que Seba quería golpear a Guille con todas sus fuerzas. Tenía que hacer algo para que aquello no ocurriese. Pasé rápidamente por el lado de mi Seba y me situé delante de Guille, dándole la espalda y mirando a mi hermano.

-       ¡Él no tiene culpa de nada! ¡Ha sido todo mi idea! – le dije, desesperado.

-       Alfonso, deja de decir tonterías. Vete a casa ahora mismo. – dijo mi hermano, fulminándome con la mirada.

Yo negué con la cabeza, murmurando un “no” que no era capaz de salir de mis labios.

-       Alfonso, haz caso a tu hermano. Déjame solucionarlo con él. – dijo Guille a mi espalda en voz baja.

Agarró mi hombro con fuerza y yo rompí a llorar. Me sentía impotente, sin que mi opinión importase en absoluto en aquella situación. Guille apretó mi hombro y me dio un leve empujón, invitándome a abandonar el cuarto. Mi hermano apartó la mirada cuando pasé a su lado arrastrando los pies, abatido. Salí del cuarto enjugándome las lágrimas de mis mejillas, que salían de mis ojos descontroladamente.

Estando a mitad de la escalera empecé a escuchar un murmullo en el cuarto. Cuando ya estaba en el piso de abajo, comencé a escuchar claramente lo que decía:

-       ¡Es casi un crío! ¡¿En qué coño estabas pensando!? – gritaba mi hermano.

No escuché la respuesta de Guille, que hablaba en voz baja.

-       ¡Me importa una mierda! – dijo mi hermano de nuevo.

Estaba escuchando con atención lo que decían, cuando mi hermano se asomó a la escalera y gritó:

-       ¡Te he dicho que te vayas a casa! – rugió – Ya hablaremos tú y yo, ya…

Me fui corriendo rápidamente hacia la puerta, asustado de que mi hermano bajase las escaleras. La abrí y salí de la casa de Guille. Comencé a caminar hacia mi casa, llorando desconsoladamente de nuevo. El sol se estaba escondiendo en el horizonte, dibujando el cielo de naranja y comenzaba a refrescar. Aquel día había cambiado por completo en tan solo un abrir y cerrar de ojos. ¿Cambiaría también mi vida? ¿Cómo todo se podía haber ido a la mierda tan rápido? Todo por un maldito billete de 20. Joder, mi hermano no tenía otra cosa que hacer que ir a casa de Guille…

¿Cómo estaría Guille? Solo quería que Seba no le pegase, no era justo. Aunque Guille era completamente capaz de defenderse, no creo que le hiciera nada a mi hermano. ¿Se rompería su amistad por completo? Sería una pena, ya que son muy buenos amigos. Solo esperaba volver a ver a Guille para darle un fuerte abrazo y un beso.

Me sentía desolado, temeroso de las últimas palabras de mi hermano: “Ya hablaremos tú y yo, ya…” ¿Se lo contaría a mi madre? Esa era la pregunta que más miedo me daba, ya que dudaba que mi hermano me pusiese una mano encima. A parte de las típicas collejas, nunca me había pegado ni nada parecido. Al revés, estábamos muy unidos. Nunca lo había visto ponerse de esa forma, daba auténtico miedo. ¿Qué diría mi madre si se enterase? Ella no estaba en contra de la homosexualidad, aunque alguna vez soltaba algún comentario bastante homófobo. ¿Me castigaría? ¿Lo entendería? Mi mente no daba abasto entre tantas preguntas, cuando ya estaba en la entrada de mi casa.

Me sequé la cara y esperé un poco a que se me pasase el sofoco. Saqué mis llaves del bolsillo de mis pantalones y abrí la puerta.

-       ¿Hola? ¡Ya he llegado, mamá! – dije, después de entrar en casa.

El silencio fue la única respuesta que obtuve. Saqué el móvil de mi otro bolsillo y vi un mensaje de mi madre que rezaba: “Cariño, voy a dormir a casa de la abuela, que no se encuentra muy bien. Hay pizza en el frigo para que cenéis. Besos, te quiero mucho”

Dejé las llaves encima de la mesa de la entradita y subí las escaleras con pies de plomo. Entré en mi cuarto y cerré la puerta tras de mí. No sabía qué hacer, por lo que comencé a dar vueltas por mi cuarto mientras me mordía las uñas. Opté por ducharme de nuevo, ya que estaba pegajoso de pasar la tarde con Guille. Fui hacia el cuarto de baño y abrí el grifo de la ducha para que el agua empezara a calentarse. Me desnudé pesadamente mientras oía cómo el agua caía en el suelo de la bañera, llenando de vapor la estancia y empañando el cristal de encima del lavabo. Metí la ropa en el cesto de la ropa sucia y me dirigí a la bañera.

Regulé la temperatura para que el agua estuviese templada y me metí dentro. Puse la alcachofa en el soporte de la pared y me metí debajo de aquella cascada de agua. Me sentía triste, por lo que me demoré bastante, absorto en mis pensamientos. Para cuando terminé de limpiarme, había pasado un buen rato ya. Salí de la bañera y me sequé con la toalla. Salí del cuarto de baño y me dirigí de nuevo a mi cuarto, desnudo. Me puse unos pantalones cortos de pijama, obviando la ropa interior, una camiseta ancha y me tumbé en mi cama. Había pasado una hora y mi hermano no había regresado aún de casa de Guille.

Cogí mi móvil y, a parte de algunos mensajes de grupos de mis amigos, no tenía ningún mensaje importante, ni de mi hermano ni de Guille. De hecho, no me salía la foto de perfil de Guille. ¿Me había bloqueado? Fui a Instagram para mandarle algún mensaje privado, pero me salía que la cuenta era privada y que tenía que enviar una solicitud de amistad. ¿Qué? Si me metí ese mismo día por la mañana para ver una de sus historias… También me había bloqueado ahí, deduje.

Aquello era muy extraño, verdaderamente. Estaba dándole vueltas a qué podría haber pasado, cuando escuché abrirse la puerta de la calle. Mi hermano acababa de llegar. Mi corazón se puso a mil mientras escuchaba los pasos de Seba subiendo las escaleras. Mi puerta, entreabierta, se abrió lentamente mientras se me helaba la sangre. Mi hermano apareció en mi habitación, con el semblante serio y los rojos enrojecidos. Lo miré asustado mientras se acercaba a mi escritorio y se sentaba en la silla que había frente a él, mirándome fijamente.

-       Siéntate. – me dijo, con la voz tomada.

Me incorporé de la cama y me senté en el borde de mi esta. Mi corazón se iba a salir del pecho de la ansiedad que me propiciaba aquella situación.

-        Tienes tajantemente prohibido volver a ver o hablar con Guille, ¿entendido? – dijo con voz autoritaria mientras me miraba seriamente.

-       ¿Qué? ¡Eso no es justo! – dije yo, indignado.

-       No me importa si es justo o no. Lo que habéis hecho no está bien. – dijo mi hermano, sin alzar la voz. – Sobre todo por su parte.

-       ¡No puedes controlarme de esa forma! – comencé a exclamar – ¡No soy un niño pequeño!

-       Sí, sí lo eres. – continuó diciendo Seba. – Fin de la discusión.

Se levantó de la silla y comenzó a dirigirse hacia la puerta. Aquello era totalmente injusto y desproporcionado. No era quién para dirigir mi vida de esa forma.

-       ¡Me da igual lo qué me digas! No sabes nada de lo que ha pasado. – le dije antes de que llegase a la puerta.

-       ¡Sí! Sí que sé lo que ha pasado, Guille me lo ha contado. – dijo mi hermano, girándose para mirarme. – Me ha explicado cómo abusó de ti esta noche y cómo te hizo ir hasta su casa. – volvió a empezar a elevar la voz mientras que apretaba los puños. – ¿No lo entiendes? ¡Lo hago por ti! ¡Para protegerte!

¿Qué? ¿Guille le había dicho eso? No había abusado de mí, yo también lo había querido, lo había buscado.

-       ¡No es cierto! ¡Él no ha abusado de mí! Yo he querido hacerlo también. ¿Por qué no eres capaz de entenderlo? – le dije enfadado, poniéndome de pie.

Mi hermano guardó silencio. Respiró hondo y dijo suavemente:

-       Me da igual. Nada de verlo. Nada de escribirle.

-       Pero…  - comencé a decirle.

-       ¡Ni peros ni leches! ¡Hazme caso y punto! – exclamó, mientras se dirigía de nuevo a la puerta.

-       ¡No me importa lo que digas! – dije, alterado. - ¡No eres papá para mandarme de esa manera!

Mi hermano se volvió para mirarme a los ojos. Vi en su rostro el dolor que le causaron mis últimas palabras, ya que nuestro padre murió cuando éramos pequeños. Pude ver cómo sus ojos se empañaban antes de volver a girarse y salir de mi habitación en dirección a su cuarto. Cerró su puerta y el silencio reinó en la casa.

Estaba enfadadísimo. Comencé a dar vueltas por mi cuarto de nuevo. No entendía por qué no podía volver a ver a Guille. ¿Por qué no podíamos estar juntos? Escuché sollozar a mi hermano desde su cuarto. Mi enfado se fue calmando, siendo reemplazado por el sentimiento de arrepentimiento. Me había pasado diciéndole eso a mi hermano, pero…

Comencé a morderme las uñas, nervioso. No había excusa para la gravedad de mis palabras, ya que era un tema que intentábamos evitar a toda costa. Mi hermano siempre se ponía triste recordando a mi padre, ya que él era más mayor cuando este murió y lo recordaba mucho más que yo, que sólo podía imaginar su cara gracias a las fotos que mi madre guardaba en un álbum.

Fui lentamente hasta el cuarto de mi hermano y me paré en frente de su puerta. Me pensé si entrar o irme de nuevo, pero la culpabilidad pudo conmigo. Abrí su puerta despacio y entré dubitativo en su habitación. Mi hermano estaba sentado al filo de su cama, con las manos en la cara mientras sollozaba.

-       Seba…, yo… Perdóname… - comencé a decir, arrepentido. – No he dicho eso en serio.

Me acerqué a él y le di un fuerte abrazo. Mi hermano me lo devolvió mientras continuaba llorando sobre mi hombro.

-       ¿No lo entiendes? Lo hago para protegeros, a los dos. – me dijo después de separarse de mí, enjugándose las lágrimas.

-       ¿Pero por qué no podemos estar juntos? – le dije apenado.

-       Alfon, no conoces a los padres de Guille. Si se enterasen de que está con un chico, ¡lo meten en un internado! No lo aceptarían, seguro. Lo echarían de casa o algo por el estilo.

Guardé silencio, mentalizándome de la gravedad de la situación.

-       ¿Y mamá? Si se entera mamá… Es capaz de denunciarle y que acabe en prisión. ¿No lo ves? – dijo de nuevo.

-       Pero… ¡No es justo! – dije otra vez, impotente. – Seba… Creo que quiero a Guille. No sé lo que te habrá contado, pero él no me ha obligado a nada, yo también he querido.

Hice una pausa para ver la reacción que tenía mi hermano. Me agarró fuertemente de las manos y me dijo:

-       ¿Seguro?

-       Seguro. – hice una pausa para preguntarle. – ¿Vas a dejar de quererme porque me gusten los chicos? – le dije con lágrimas en los ojos, temiendo la respuesta.

Seba me soltó las manos, me dio un beso en la frente y me abrazó de nuevo, esta vez casi partiéndome los huesos.

-       Nunca voy a dejar de quererte, enano. – sentenció.

Le devolví el abrazo con la misma fuerza, sintiéndome aliviado por que por fin me entendiese y quitándome un peso de encima. Estuvimos un buen rato abrazados, hasta que finalmente le pregunté:

-       Entonces…, ¿puedo estar con Guille?

-       Vale, pero solo si es a escondidas. – se separó de mí y siguió diciendo. – Nada de hacer algo raro en público, nada de redes sociales… Al menos hasta que seas más mayor, ¿vale? – me contestó, mirándome seriamente, pero no como antes.

Respiré aliviado, contento con la noticia.

-       Trato. – sonreí, ya que me parecía justo. – Porfa, dile a Guille que me desbloque… - le pedí tímidamente.

-       De acuerdo. – me dijo mientras me acariciaba el pelo y me sonreía.

Me fui de su cuarto, feliz por haber arreglado la situación. Sentía que la relación con mi hermano se había hecho más estrecha, más íntima. Bajé corriendo hasta la cocina, hambriento por lo vivido de todo el día. Ya era de noche y mi hermano bajó al poco tiempo de haberlo hecho yo. Encendió el horno y se sirvió un vaso de agua antes de sentarse en la mesa de la cocina. Yo ya había sacado un par de pizzas y me senté a su lado.

-       Bueno, ¿y qué tal estás entonces? – me preguntó mi hermano.

-       ¿Yo? Bien, supongo.  – le dije yo, desconcertado.

-       Vale, vale… No, por nada… – me contestó.

Se notaba que quería preguntar algo, pero prefirió no hacerlo. Metimos las pizzas en el horno y esperamos a que estas se hicieran. Cada uno estábamos con nuestros teléfonos, sentados en silencio en la cocina. Yo estaba pendiente del chat de Guille, esperando ver de nuevo su foto de perfil. Al cabo de un par de minutos, esta volvió a aparecer. Guille puso el primer mensaje:

-       Seba me ha contado lo que le has dicho. No sabes cómo me alegro.

-       Sí, yo también. Ojalá pudiera verte. – le contesté.

-       Yo también tengo ganas de darte un abrazo grande, no te imaginas qué mal rato he pasado antes… - puso con una carita triste.

-       Ya, me lo imagino…

Una idea rondó mi cabeza, aunque no sabía si era el momento apropiado para formularla. Bloqueé mi teléfono. Tenía que intentarlo, total, no perdía nada.

-       Oye, Seba… - comencé a decir.

-       Dime, enano. – me respondió, levantando la vista de su móvil.

-       Esto…, ¿puede venirse Guille a dormir? – le pregunté nervioso.

Hubo una pausa, en la que mi hermano se pensó su respuesta.

-       Bueno… Vale. Pero a dormir, eh… Que ya has tenido suficiente por hoy. – me contestó medio en serio medio en broma.

-       ¡Genial! Eres el mejor. – le contesté mientras me levanté para darle otro abrazo.

Se notaba que mi hermano estaba un poco arrepentido por la bronca que había tenido con los dos y esa concesión era su forma de compensarlo. Me separé de él y volví a sentarme, ilusionado. Desbloqueé mi móvil de nuevo y le escribí a Guille:

-       Le he preguntado a mi hermano si podías venir a dormir, mi madre no está en casa hasta mañana.

-       ¿Qué? ¿Estás loco? Eso es demasiado… Seguro que te ha dicho que no. – contestó.

-       Ven dentro de media hora. Ha dicho que sí. – le dije.

-       ¿En serio? – dijo.

-       Que síí. ¿Vas a venir? – no podía dejar de sonreír como un tonto mientras le escribía.

-       Por su puesto. Voy a prepararme. Nos vemos luego. – se despidió, con un par de emoticonos con besos.

El olor de las pizzas me hizo volver a la realidad. Mi hermano se había levantado y estaba sacando del horno las pizzas, ya hechas. Las sirvió en dos platos, mientras yo me levantaba a por las tijeras y la garrafa de agua.

-       Enano, ¿quieres que cenamos en el salón? – me preguntó.

-       Sí, claro. – le dije, sonriendo.

Cogí con mi mano libre los vasos que estaban encima de la mesita y acompañé a mi hermano, que llevaba los dos platos con las pizzas, hasta el salón. Allí, nos sentamos en el sofá y pusimos la comida, los vasos y la garrafa en la mesita bajera que había en frente de este. Nos comimos las pizzas mientras veíamos la televisión tranquilamente. El tiempo pasó rápidamente, hasta que la puerta de la calle sonó.

Mi hermano y yo nos miramos. Me levanté y me acerqué hasta la entrada. Abrí la puerta y pude ver a Guille esperando fuera. Estaba vestido con unos pantalones vaqueros y una sudadera gris. Su cara se veía nerviosa y no paraba de mirar hacia la izquierda, dándome el perfil. Me sonrió y entró en la casa con paso ligero. Justo después de que pasase, pude ver la parte izquierda de su rostro, algo inflamado y un poco amoratado.

-       Guille… ¿Qué…? – empecé a preguntarle en voz baja, mientras cerraba la puerta.

-       No te preocupes, estoy bien. Me lo merezco un poco. – me susurró en el oído, dándome un abrazo.

No dije nada más y acompañé a Guille hasta el salón, yendo directamente hacia la mesita. Guille se quedó en la puerta de la habitación clavado, mirando a mi hermano, que estaba de pie al lado del sofá. Cuando vio a Guille, su cara cambió y se fue hacia él con paso firme. Yo me encontraba demasiado lejos para frenarlo y Guille simplemente cerró los ojos para aguantar lo que viniese.

Seba rodeó con sus brazos fuertemente el cuerpo de su amigo, dándole un abrazo. Guille, sorprendido, reposó su cabeza en el hombro de mi hermano, que comenzó a sollozar:

-       Guille… No sabes cuánto lo siento, de veras.

-       No pasa nada, en serio. Lo entiendo. Yo hubiese reaccionado peor, te lo aseguro. – le dijo Guille, dándole palmadas en la espalda.

-       Perdona que te haya pegado… El que se merece una hostia soy yo. – siguió diciendo mi hermano.

-       No. No te mereces nada de eso, tonto. – dijo riéndose Guille.

Se separaron y vinieron juntos hasta el sofá. La escena me había conmovido tanto que se me saltaron las lágrimas.

-       Sois. Los dos. Unos idiotas – balbuceé.

Ambos se miraron sorprendidos antes de venir hasta mí y juntarnos en otro abrazo.

-       Ya pasó, ya pasó, enano. – decía mi hermano.

-       Ay, ¡pero que sensible eres, por dios! – dijo de broma Guille.

Nos separamos, riéndonos y le di con el puño en el brazo a Guille mientras terminábamos de llegar hasta el sofá para sentarnos. Seba se fue hacia el extremo contrario y Guille se quedó en el lado más cercano, sentándome yo en medio. Nos pusimos a ver una tertulia sobre fútbol y a comentar lo que decían y las imágenes que veíamos. El sueño comenzó a apoderarse de mí y eché la cabeza sobre el regazo de mi hermano y las piernas sobre el regazo de Guille. Mi hermano comenzó a acariciarme el pelo mientras que Guille masajeaba mis pies y me pasaba su mano sobre las piernas.

Así, acabé quedándome dormido, para ser despertado por mi hermano al cabo de un rato.

-       Venga, enano, a la cama… - dijo mi hermano, zarandeándome.

Me incorporé, somnoliento y me dirigí arrastrando los pies hasta la planta de arriba, siguiendo a mi hermano.

-       Buenas noches, anda. – me dijo antes de darme un beso en la frente.

No recuerdo responder a su despedida, solo que me fui directamente hasta mi cama, tirándome de pleno contra ella. Escuché cómo Guille le daba las buenas noches a mi hermano y cómo entraba en mi cuarto para después cerrar la puerta. Se desvistió, quedando en calzoncillos, y colocó su ropa en la silla de mi escritorio. Sacó de debajo de mi cama una almohada e intentó recostarse a mi lado, pero el colchón estaba ocupado en su mayoría por mí, por lo que me dijo en un susurro:

-       ¿Qué tal si me haces un hueco, campeón?

Respondí moviéndome hacia un lado, pegándome a la pared. Guille se tumbó a mi lado bocabajo, al igual que yo. Abrí los ojos y me encontré los suyos a escasos centímetros, mirándome fijamente. Sin mediar palabra, cerró los ojos y acercó sus labios hasta los míos y me dio un beso. Yo le correspondí con otro beso, más intenso aún. Estaba comenzando a despertarme de nuevo, en todos los sentidos. Metí mi lengua tímidamente en su boca mientras que me giraba para tener más libertad de movimiento. Guille también se giró hacia mí y comenzó a recorrer mi cintura con su mano mientras su lengua jugueteaba con la mía.

Con su mano, comenzó a acariciar mis piernas, subiéndola cada vez más en dirección a mi trasero. Metió su mano bajo mis pantalones cortos de tela y agarró con pasión uno de mis cachetes.

-       ¿Y tu ropa interior? – me preguntó pícaramente.

-       ¿Qué ropa interior? – le respondí, riéndome.

Se acercó de nuevo a mi para comenzar a besarme apasionadamente, mientras que su mano iba explorando cada curva de mi culo. Yo, por mi parte, llevé mi mano directamente hasta su paquete, que estaba comenzando a coger tamaño. Empecé a sobarlo, notando cómo se hacía cada vez más grande y duro, desprendiendo mucho calor. Guille sacó su mano de mi pantaloncillo y la dirigió hasta el bajo de mi camiseta. Entendí que quería quitármela, por lo que me incorporé un poco y de un solo movimiento me la quitó. Llevó su cabeza hasta mi cuello y comenzó a darme pequeños besitos, para después pasar a recorrer con su lengua lo largo de este.

Escuchamos abrirse el cuarto de mi hermano y nos separamos inmediatamente. Afortunadamente, mi hermano se metió en el cuarto de baño y cerró la puerta tras él. Escuchamos cómo abrió el grifo de la ducha y ambos respiramos tranquilos y aliviados. Me puse bocarriba y Guille se abalanzó encima de mí. Volvió a llevar su boca hasta mi cuerpo, esta vez pasando directamente a mi pezón y comenzó a lamerlo y a darle pequeños mordiscos. Yo me dejé hacer, llevando mis manos a su cabeza y acariciando se cabello, mientras daba pequeños gemidos cada vez que este atrapaba entre sus dientes mi pequeño pezón.

Continuó bajando hasta mi abdomen, pasando su lengua por todo aquel recorrido. Llegó hasta mis pantaloncillos de tela y comenzó a buscar con su boca mi bulto. Encontró como respuesta a mi pene, ya duro e hinchado, deseando ser devorado por él. Comenzó a lamer y a meterse en la boca el tronco de este a través de la tela. De mi boca comenzaron a salir notas de placer cada vez que su lengua frotaba la tela contra mi mojado glande. Guille era experto en hacérmelo pasar mal y en dejarme con las ganas hasta el último momento. Lo estaba consiguiendo, no cabía ningún tipo de duda.

Estaba deseoso de que se metiese mi pene en su boca, que mi punta se frotase con su lengua, sus mofletes, su garganta…

-       Guille…, por favor… no seas malo… - le dije, levantando la cabeza, casi suplicándoselo.

Este dio una pequeña carcajada y me dijo:

-       Hay que ver qué impaciente eres… Aguanta un poco más.

Me eché de nuevo sobre mi almohada, odiándolo con todas mis ganas por negarme aquel placer. Yo también tenía ganas de jugar con él, muchas ganas, de hecho.

-       Guille, yo también quiero…, chupártela… - le dije, avergonzado, ya que aquellas palabras aún sonaban violentas para mí.

-       Jajaja. Hay que ver…, qué mono eres a veces. – me dijo sonriendo, mientras me acariciaba. – Levántate, anda. – terminó de decir mientras se incorporaba para dejarme espacio.

Le hice caso y me levanté de la cama, poniendo mis pies descalzos sobre el frío suelo. Guille se tumbó bocarriba donde yo estaba hacía unos escasos segundos.

-       Ven, vamos a hacer una cosa que se llama 69. – me susurró.

Mis ojos se iluminaron de ilusión, ya que había visto muchos vídeos de esta postura, donde el hombre y la mujer se devoraban sus partes íntimas el uno al otro. El placer que se debía sentir tenía que ser glorioso, por lo que me abalancé encima de Guille, colocando mi cabeza a la altura de su cintura y mis piernas a cada lado de su cabeza. Guille me quitó finalmente los pantaloncillos, dejando a la vista mi pene, todavía a pleno rendimiento, esperando su turno en la boca de él. Yo hice lo propio con los calzoncillos, dejando a la vista su pene, ya erecto y con una pequeña gota transparente, que brillaba con el reflejo de la luz que nos brindaba la calle. Tiramos a la vez la ropa al suelo, quedándonos desnudos completamente.

Tomé su pene con una de mis manos, mientras que con la otra me apoyaba. Comencé a subir y a bajar, extendiendo el contenido de esa gotita por el resto del glande de Guille. Sentí cómo este hacía lo mismo a mi pene, que colgaba sobre su cara, mucho más mojado que el suyo, antes de llevárselo directamente a la boca. Guille ya había jugado lo suficiente conmigo y ahora se dedicaba a hacerme disfrutar de lo lindo, haciendo que mi pene entrase y saliese de su boca, lamiéndolo por todas partes, frunciendo sus labios en sus mamadas. Un escalofrío se apoderó de mí e hizo que todos mis vellos se pusieran de punta. Dios mío…, nunca terminaría de acostumbrarme a semejante placer.

Me repuse como pude y me obligué a no quedarme atrás. Guille estaba muy excitado, ya que su pene daba pequeños brincos y comenzaba a expulsar varias gotas de líquido preseminal, que iba a parar a su abdomen. Pasé mi lengua sobre su pelvis, limpiándola de aquel líquido con sabor amargo, para pasar a sus testículos, ya apretados y afeitaditos. Comencé a lamerlos, a recrearme en sus bolas, a metérmelas en la boca. Seguí por pasar mi lengua por el tronco de su pene, tan grande como siempre.

Todo esto mientras Guille devoraba mi pene con avidez, haciéndome casi temblar en todo el proceso. Obvié en todo momento el punto más placentero de todo hombre: aquella cabeza grande y rosada que coronaba lo largo de su rabo, hasta que Guille no aguantó más, se sacó mi pene de la boca y me dijo, desesperado:

-       Alfon, no seas vengativo, por lo que más quieras…

Ahora me tocó a mí reírme, justo antes de meterme por completo la cabeza de su pene en la boca. Sentí la calidez de su miembro en el interior de esta, mientras intentaba tragar la mayor cantidad de centímetros posibles. Enroscaba mi lengua en su glande, metía hasta casi tocar mi campanilla su pene, giraba mi cabeza para que su glande frotase el interior de mis mejillas…

Estaba sumido en un mar de sensaciones, sintiendo cómo mi pene era devorado mientras devoraba yo otro. Aquello era una carrera en la cual ganaba quien consiguiera hacer que el otro se corriese primero, por lo que puse todo mi empeño en ello, ya que él me sacaba ventaja.

Lo que no sabía es que Guille tenía un As bajo la manga. En aquella postura, yo estaba a cuatro patas, con mis piernas abiertas a la altura de sus fauces. No dudó en aprovechar sus cartas, sacando mi miembro de su boca, acercando mi pelvis con sus dos manos hacia su cara y levantando su cabeza para meter su lengua directamente en mi ano. Una sensación eléctrica me recorrió desde aquella zona hasta mi cerebro, haciéndome sacar su pene de mi boca y proferir un sonoro “Uff”.

Guille comenzó a introducir su lengua en mi hoyo, a hacer círculos dentro de él y a lamer repetidamente mientras pajeaba mi ensalivado pene. Yo, por mi parte, me concentraba todo lo posible en mamarle la polla como si fuese un becerro alimentándose, aunque los estímulos que me proporcionaba Guille eran superiores a mí.

Caí ante los placeres que este me propiciaba, rindiéndome y cediéndole la batalla, descargando el interior de mis testículos sobre su pecho, mientras gemía en voz baja, jadeando descontroladamente.

No escuchamos cuándo se cerró el grifo del cuarto de baño, ni abrirse la puerta de este, ni siquiera pasos, pero sí que escuchamos cómo se abría la puerta de mi cuarto, iluminando casi por completo mi habitación. La figura de Seba en ropa interior apareció en mi cuarto, observando la escena: yo, jadeando junto la polla de Guille mientras de mi pene salían chorros de leche, con la lengua de Guille en mi culo y con mi mano en el hinchado y erecto miembro de Guille todo lleno de saliva.

De nuevo, habíamos sido pillados, esta vez en mitad de faena. La luz entraba desde el pasillo al resto de la habitación, dejando el rostro de Seba, parado en la entrada de mi habitación, en la penumbra.

Guille y yo nos quedamos petrificados, sin saber qué decir o hacer, sin saber cómo reaccionaría mi hermano, que guardaba silencio, asimilando el contenido de lo que veía. Este se aclaró la garganta y dijo en voz baja:

-       Veo que lo estáis pasando bien… - comenzó a decir. – ¿Me dejáis unirme a la fiesta? – dijo con voz nerviosa.

Hasta aquí el final de la tercera entrega, espero que la hayan disfrutado tanto como yo lo he hecho escribiéndola. Muchas gracias a las personas que comentan, que me dan ideas, que me felicitan… Esto es para vosotros, que me animáis a continuar escribiendo. Les espero en los comentarios y en mi e-mail ( selulana99@gmail.com ) con ansia, ya que no saben lo importante que es para mí poder escuchar sus opiniones. Un saludo enorme.