El mejor amigo de mi hermano 2
Guille Por favor ¡Vas a acabar conmigo! le dije, desesperado.
El mejor amigo de mi hermano 2:
- Alfonso, tenemos que hablar. – dijo mi hermano seriamente, parado en frente de la puerta de mi dormitorio.
Mierda, mi hermano tenía la cara como cada vez que se peleaba con mi madre. ¿Habría descubierto algo? ¿Se lo habrá contado Guille? Estaba jodido.
- Claro, dime. – dije, nervioso.
- Guille dice que le faltan 20€ de la cartera. – me dijo secamente.
Uff, no sabía nada de lo que pasó anoche. Espera, ¿me está acusando de haber robado a Guille?
- ¿Y a mí que me cuentas? – dije yo, enfadándome también.
- Pues que dice que tenía el billete en su cartera cuando llegó aquí, que se acuerda perfectamente. – empezaba a subir el tono voz.
- ¿Para qué iba a querer yo su dinero? – yo también estaba empezando a subir la voz.
- ¡Y yo que sé! La cartera ha estado toda la noche en tu cuarto. Ya puedes empezar a buscarlo para dármelo… - dio un paso hacia mí, amenazadoramente.
- ¡Yo no he tocado nada! – grité mientras las lágrimas me caían de los ojos de la impotencia.
- ¿Qué pasa aquí? – dijo mi madre, irrumpiendo en el cuarto.
- ¡Este, que le ha robado dinero a Guille mientras dormía! – dijo mi hermano, señalándome acusadoramente.
- ¡Mamá, yo no he tocado nada! – exclamé de nuevo.
Mi madre se puso entre nosotros y se giró hacia mi hermano.
- ¿Cuánto dinero dices que le falta a tu amigo? – le preguntó en tono neutro.
- Un billete de 20€. – respondió, con los puños apretados.
Mi madre metió su mano en uno de los bolsillos de sus vaqueros y sacó un billete azul.
- ¿Como estos 20€ que me he encontrado en el suelo al lado del sofá? – preguntó mi madre de nuevo mientras levantaba las cejas.
- Yo…, eh… - mi hermano enrojecía por momentos.
Mi madre se giró hacia mí y me sonrió. Se volvió hacia mi hermano, le metió el billete en el bolsillo de la sudadera y le susurró en el oído:
- Cuando acuses a alguien, asegúrate de llevar razón.
Le dio un beso en la mejilla y se fue de nuevo, cerrando la puerta tras ella. Me sequé las lágrima y me crucé de brazos en el otro extremo de la habitación.
- Enano…, yo… Lo siento, en serio. – dijo mientras se acercaba a mí. – No pensaba en serio que hubieses cogido nada…, pero Guille dijo algo de que se arrepentía de haber dormido contigo y…, no sé… No sé en qué estaba yo pensando, perdona. – dijo antes de llegar hasta mí y darme un fuerte abrazo. – He sido un tonto. – acabó por decir.
- Y un idiota. – le dije mientras le devolvía el abrazo.
Al final, acabamos riéndonos los dos abrazados. Seba me dio un beso en la mejilla y se fue hasta su cuarto. Después de aquel sofocón, la información comenzó a procesarse en mi cabeza. Guille se arrepentía de haber dormido conmigo… Bueno, imagino que se arrepentiría de lo que hicimos, en realidad.
Un sentimiento de tristeza comenzó a extenderse dentro de mí. No había sido más que el desfogue de Guille, un polvo más en una noche cualquiera. Me sentía sucio, vacío, usado. La ira comenzó a apoderarse de mí y cogí mi móvil furiosamente. Busqué entre los contactos de WhatsApp el número de Guille y comencé a escribirle:
- Hola, Guille. Soy Alfonso, necesito que me expliques un par de cosas.
Tiré el móvil contra la almohada y empecé a dar vueltas en círculos por mi habitación mientras me mordía las uñas. Al cabo de unos segundos, el móvil vibró.
- Hola, campeón. Dime.
Campeón. Esa palabra que susurraba en mi oído horas antes mientras me usaba como él quería. Del enfado que tenía, solo era capaz de escribir dos palabras seguidas antes de mandárselas.
- Cómo. Le dices. A mi hermano. Que yo. ¿¿Te he robado??
- ¿Qué? Yo no le he dicho a tu hermano que me hayas robado nada. Solo le dije que mi billete de 20€ ya no estaba. – unos segundos pasaron. - ¿Quieres que te llame?
- ¡No! ¡No quiero nada de ti!
Tiré el móvil de nuevo a la almohada y me tiré bocabajo en mi cama, con la cabeza cubierta entre mis brazos. No sabía por qué estaba tan triste. No entendía esos sentimientos hacia Guille. Hasta la noche anterior, Guille solo era el mejor amigo de mi hermano, que se preocupaba por mí, que siempre me acariciaba el pelo cuando pasaba por mi lado, que siempre me hacía alguna broma… Pero ahora todo había cambiado. Las lágrimas empezaron a salir de mis ojos, pero esta vez de tristeza.
El móvil comenzó a sonar a la vez que vibraba. Lo cogí y vi el nombre de “Guille” en grande en la pantalla, justo encima de su número. Rechacé la llamada y me tiré de nuevo encima de mis brazos. El móvil empezó a sonar de nuevo. Alargué el brazo y lo cogí otra vez. Tomé aire y descolgué, acercándome el móvil a la oreja.
- ¿Hola? ¿Alfon? ¿Estás ahí? – escuché decir a Guille.
- Sí. ¿Qué quieres? – dije yo, intentando que no se notase que estaba llorando.
- ¿Estás bien? – su voz se notaba preocupada.
- Pues, la verdad, estaría mejor si anoche no… - comencé a decir, dolido.
- ¡Shh! ¿Estás loco? ¡Te va a escuchar tu hermano! – dijo Guille, alarmado.
- Ah, ¿te importa lo que piense Seba pero no lo que yo piense? – me estaba enfadando de nuevo.
- ¿Qué? ¿Por qué dices eso? – mis últimas palabras parecían haberle afectado.
- ¡Le has dicho que te arrepentías de haber dormido conmigo! – grité en voz baja.
- No es como tú te crees, campeón… - empezó a decir Guille.
- ¡No me llames así! – dije muy enfadado.
- Vale, vale. No quise decir eso, en serio. Déjame explicártelo. – guardé silencio, por lo que él continuó hablando. – Ven a mi casa después de comer. Te prometo que te lo explicaré y lo entenderás perfectamente, ¿vale?
No sabía si tenía ganas de verle de nuevo, pero sí que necesitaba alguna explicación.
- Vale. – dije cortantemente y colgué el teléfono.
Unos segundos después, un solo mensaje con cuatro números llegó hasta la barra de notificaciones: 16:30. Las cuatro y media. Esa era la hora en la que tenía que estar en casa de Guille. Las horas siguientes pasaron muy lentamente. Comí desganado y me fui a arriba a prepararme para salir. Me di un duchazo, me eché desodorante y me lavé los dientes, para después irme a cambiar a mi cuarto. Me puse una camiseta blanca y unos pantalones cortos azules encima de unos calzoncillos cortos negros. Me até los cordones de los zapatos y me dirigí al salón. Les dije a mi hermano y a mi madre que iba a casa de Diego, un amigo de clase, y salí de mi casa en dirección a la de Guille.
Hacía un sol de justicia, por lo que mi nuca agradeció cuando llegué a la sombra que arrojaba la casa de Guille. Había estado un par de veces con mi hermano en su casa. Hacía mucho tiempo ya, pero el buzón decía que vivían allí y que no me equivocaba. Llamé con los nudillos a la puerta y me separé un poco. A los pocos segundos, la puerta se abría de par en par y Guille apareció detrás de esta. Iba vestido con una camiseta de tirantas celeste que dejaban ver sus grandes hombros e insinuaba la forma de sus pectorales y unos pantalones oscuros.
- Hola. - me sonrió desde el interior de su casa. – Pasa. – me dijo mientras se echaba para un lado, invitándome a entrar.
Pasé junto a él, casi rozándolo. Pude notar cómo olía a champú y a desodorante. Se había duchado hace poco tiempo, al igual que yo. Me quedé parado en mitad de el recibidor, mirando algunas fotos que había colgadas en la pared. En la casa solo se oía un murmullo robótico en la cocina, por lo demás, reinaba el silencio.
- Vamos al salón. – dijo Guille, después de cerrar la puerta.
Abrió una puerta que quedaba a la derecha, y se perdió en la estancia. Lo seguí hasta allí, con paso lento y dubitativo.
- Ven, no tengas miedo, que no muerdo. – me dijo tranquilamente desde al lado del sofá, dándole palmaditas a este. - Siéntate, ponte cómodo. ¿Quieres algo de beber? – preguntó tranquilamente.
Pasé por su lado y me senté donde me indicaba. Tenía la boca seca, por lo que:
- Agua, por favor. – le contesté yo, mirándome los zapatos.
Llevó su mano derecha hacia mi cabeza y me revoloteó el pelo en un cariñoso gesto antes de dirigirse hacia la cocina. Me sentía desarmado, no sabía qué decir ni cómo actuar. Por mi cabeza pasaban las imágenes de la noche anterior, nuestros cuerpos fundidos en uno solo…, luego me vinieron las palabras de Seba “se arrepentía de dormir contigo…”. Era un mar de sentimientos. La casa estaba realmente silenciosa y una pregunta llegó a mi mente:
- ¿Y tus padres? – dije en voz muy alta para que me oyese desde la cocina.
- Se han ido de fin de semana a la playa esta mañana. – le oí decir.
Así que estábamos solos… Mejor, así podríamos hablar con total libertad. Guille llegó justo después con un par de vasos y una botella de cristal rellena de agua fría. Puso ambos vasos en la mesa bajera que había frente al sofá y los rellenó de agua antes de sentarse a mi lado. Cogí mi vaso y bebí de un trago su contenido, sintiéndome mucho más refrescado, y lo volví a dejar en la mesa. Guille y yo estábamos en ambos extremos del sofá, sentados, mirando al frente y guardando silencio. Finalmente, Guille habló el primero:
- Bueno, ¿qué quieres que te explique concretamente? – dijo mientras ponía su mano sobre mi rodilla.
Miré a Guille enfadado y este retiró su mano inmediatamente.
- Quiero que me expliques lo que pasó ayer. – dije seriamente, mirándolo directamente a los ojos.
Guille se llevó la mano hacia la parte de atrás de su cabeza y comenzó a rascarse la nuca, nervioso.
- Eeh, pues… La verdad es que iba muy borracho y no sabía lo que estaba haciendo… - dijo, retirándome la mirada.
Ahí tenía mi respuesta. Yo estaba en lo cierto: se arrepentía. Había sido un polvo pasajero, como muchas otras chicas antes de mí. Había profanado mi virginidad por simple deseo y lujuria. Aguanté mis ganas de llorar y me levanté del sofá. Anduve con paso rápido hacia la puerta de la calle, decidido a irme de su casa, sin escuchar lo que Guille decía detrás de mí. Abrí la puerta, cuando Guille retiró mis manos de esta y la cerró dando un portazo. Me arrinconó frente a la pared y dijo:
- ¿¡Qué haces!? – su rostro mostraba incertidumbre y pena a la vez.
- ¡Me has mentido! ¡Sí que te arrepientes de todo! No soy más que otra de tus conquistas, ¿verdad? – grité, rompiendo en llanto finalmente.
Guille no decía nada, hasta que finalmente me rodeó con sus enormes brazos y me dio un gran abrazo. Giré la cabeza y la apoyé en su pecho, sintiendo su calor.
- Me arrepiento de cómo ocurrió todo, no de que pasase. – dijo en voz muy baja. – Yo iba muy borracho y siento que te obligué a hacerlo, que no te cuidé lo suficiente, que te hice daño. Por eso me arrepiento.
Alcé la vista para cruzarme con sus ojos, que estaban empañados por algunas lágrimas. Le abracé fuertemente y le dije:
- No quiero que te arrepientas de estar conmigo.
- Eso nunca.
Acto seguido, me levantó la cabeza con su mano y agachó la suya para darme un beso. Cerré los ojos y sentí cómo su lengua invadía mi boca, buscando complicidad con la mía. Le devolví el beso, entrelazando mi lengua con la suya y llevando mis manos hasta su cuello
Guille se agachó y tomó con sus dos manos mi culo. Tiró de mí hasta que consiguió levantarme del suelo y que yo entrelazase mis piernas en su cintura. En esa misma postura me llevó hasta su cuarto, en el piso de arriba, entre risas y besos. Me dejó caer en su cama, que era mucho más grande que la mía, y se echó a mi lado.
- Bueno, no te he preguntado. ¿Qué tal lo pasaste anoche? – me preguntó Guille.
- Pues…, muy bien, la verdad. - le dije mientras me ponía bocarriba y observaba el techo.
- Bueno, me alegro de que te gustase. Yo me acuerdo de casi todo, la verdad, pero tengo lagunas. – me dijo, girando él también para mirar al techo. Pasaron unos segundos en silencio, en cuales cogió su móvil y lo puso en silencio, hasta que volvió a hablar. – Me podrías ayudar a recordar, ¿no crees?
Llevó su mano hasta mi paquete y la dejó ahí, frotando mi bulto, que ya estaba morcillón por el momento del morreo.
- Creo que voy a poder ayudarte a recordar algunas cosas solo… - le dije en voz bajita.
- ¿A qué te refieres? – me dijo mientras retiraba su mano de mis partes íntimas y la usaba para incorporarse y mirarme fijamente con el ceño fruncido.
- A ver…, es que de ayer…, me duele… el culo… - dije avergonzado y enrojecí al momento. Me moría de la vergüenza por decirle que me molestaba y me escocía el culo por habérmela metido hace unas horas.
- ¿En serio? Mi niño… - me volvió a dar un abrazo y me dio un beso. – Lo siento mucho, de veras. Ya sé, déjame compensarte.
Se incorporó de nuevo y me quitó la camiseta en un solo movimiento. Acercó su boca hasta a mi oreja y comenzó a lamerla, mordisqueando mi lóbulo y explorando con su lengua cada pliegue de esta. De mi boca comenzaron a salir gemidos, esta vez audibles, ya que estábamos solos. Comencé a acariciar su cabeza, su pelo limpio y suave era sedoso al tacto.
Mi pene estaba a reventar de la excitación y comencé a quitarme los zapatos con los mismos pies y a quitarme los pantalones con las manos. Finalmente, acabé quitándome los pantalones y los calzoncillos, tirándolos al suelo. Llevé mi mano derecha a mi ya húmedo pene y comencé a subir y bajar la piel de este, mientras Guille continuaba mordisqueándome el cuello, cuando este se separó de mí y dijo:
- De eso ni hablar.
Cogió mis manos y las levantó por encima de mi cabeza, sujetándolas con fuerza con una sola de sus manos. Intenté zafarme, pero él era mucho más fuerte, por lo que cedí a su control. Guille continuó bajando hasta mi cuello, estrellando su respiración húmeda contra mi clavícula y dándome mordiscos a la vez que pasaba su lengua a lo largo de aquella zona.
Agachó de nuevo su cabeza, esta vez hasta mi pecho, para meterse un pezón en la boca directamente. Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero. Me estaba haciendo cosquillas con su lengua a la vez que una sensación de excitación se apoderaba de mí. Mi pene comenzó a gotear de forma exagerada líquido preseminal mientras palpitaba, buscando algo que se apoderase de él para terminar con aquella tortura.
Guille continuó bajando por mi abdomen, haciendo hincapié en mis poco marcados abdominales y jugando con mi ombligo. Yo me mordía el labio de la impotencia de no poder satisfacerme ante tantos estímulos placenteros. Si tuviese mis manos libres, podría haberme corrido unas cuantas veces ya, estaba seguro. Guille bajó con su boca hasta mi pelvis y comenzó a darme besos justo encima del nacimiento de mi pene, que ya tenía un pequeño charco formado debajo de su cabeza. Guille hizo caso omiso de este y pasó directamente a lamer mis huevos y a lamer la parte baja del tronco de mi pene. Comencé a gemir, desesperado por que se llevase a la boca mi pene, o al menos por que me soltase las manos.
- Guille… Por favor… ¡Vas a acabar conmigo! – le dije, desesperado.
- ¿Qué te pasa? – me preguntó con tono malicioso.
- ¿Que qué me pasa? ¡Que me vas a volver loco si no me sueltas! – le dije, suplicándole.
Guille comenzó a reírse y siguió lamiendo mis huevos, para seguir por el tronco de mi pene, subir hasta el glande y…, metérselo en la boca. Gracias a Dios. La sensación de su lengua enroscándose en la cabeza de mi pene era indescriptible. Finalmente, me soltó las manos y comenzó a introducirse centímetros en la boca, tragándose casi por completo el total de mi pene. Sentía cómo cada vez que su nariz me hacía cosquillas en la pelvis, atravesaba con la punta de mi pene su campanilla y la estrellaba contra su garganta. De mi boca salían gemidos ahogados, mientras que mi respiración se aceleraba.
No podía más. Todo aquello fue demasiado para mí. Sentí que me iba a correr y avisé a Guille:
- Dios…, Guille, ¡me corro!
Guille hizo caso omiso a mi advertencia y continuó devorando mi pene con fiereza hasta que notó que de este comenzaban a salir trallazos de semen mientras que palpitaba. Guille hizo ademán de toser, pero no se la sacó de la boca hasta que no terminó de recoger con su lengua hasta la última gota de mi corrida. Pude ver cómo se movía su garganta, señal inequívoca de que se había tragado toda mi esencia. Me sonrió y subió hasta mí para darme un beso de nuevo.
- ¿Te ha gustado? – me preguntó.
- Me ha encantado. – le contesté. – Déjame devolverte el favor…
En aquel momento, me di cuenta de que tenía muchas ganas de llevarme a la boca su pene. Le quité la camiseta y llevé mi boca hasta su cuello. Allí pude respirar su piel, sentir lo cálida que estaba y probar su suavidad con mi lengua. De la boca de Guille salió un sonoro “Uff” y continué lamiendo y mordisqueando su cuello, respirando apasionadamente. Bajé por su clavícula, sin separar mi boca de su piel y llegué hasta ese moreno, redondo y pequeño pezón. Pezón que era la cima de un rocoso pectoral y el cual devoré con avidez mientras que Guille continuaba gimiendo. Continué mi camino por su estómago, recreándome en cada uno de sus marcados abdominales e introduciendo mi lengua en su pequeño ombligo. Mientras, desabrochaba sus pantalones y bajaba la cremallera de estos.
El mismo Guille terminó de quitárselos, al igual que sus calzoncillos, que fueron a parar al otro extremo de la habitación. Dejó al descubierto el premio a mis caricias: su enorme y erecto pene, húmedo a más no poder. Yo no tenía la paciencia de Guille para no llevarme a la boca aquello inmediatamente, por lo que lo cogí con mi mano derecha e hice eso mismo. Introduje sin miramientos la cabeza de su pene en mi boca y comencé a pasar la lengua por toda su extensión. Guille puso su mano sobre mi cabeza y comenzó a acariciarme el pelo, justo como la noche anterior. Comencé a meter y sacar su pene de mi boca, intentando tragar cada vez más centímetros, pero aquello era desmesurado.
Yo estaba a tono de nuevo y una idea me rondó la cabeza. Me saqué su pene de mi boca y gateé hasta situarme entre las piernas de Guille, tal y como él había hecho la última vez.
- Alfon, ¿qué…? - comenzó a decir Guille.
- Shh, no preguntes. – le contesté yo.
Me tumbé bocabajo en la cama y puse las piernas de Guille encima de mí, para después continuar con lo que estaba haciendo antes. Volví a llevarme a la boca su pene, mientras que con mi mano lo pajeaba. Sentí cómo su pene comenzaba a palpitar más de la cuenta y me la saqué de la boca de inmediato a la vez que retiraba mi mano.
- ¿Qué haces? Estaba a punto… - dijo Guille con desesperación.
- Esta es mi venganza. – le dije yo mientras sonreía y me reía malvadamente.
- ¿Qué? No irás a dejarme así, ¿verdad? – me dijo, con voz de incredulidad.
- No sé… - le dije yo, haciéndome el interesante.
- Que mamón… Mira que te… - comenzó a decir.
Cogí de nuevo su tronco y empecé a subir y a bajar lentamente mi mano a la vez que llevaba mi boca hasta sus testículos, apretados y pegados a su pelvis. Comencé a lamerlos con mi lengua, mientras que Guille volvía a llevar su mano hasta mi pelo. Me incorporé un poco, elevando sus piernas, y agaché mi cabeza hasta la zona que había entre sus huevos y su pequeño agujero. Comencé a lamer aquella zona que, por experiencia, era tan erógena, hasta llegar a su ano. Me detuve un momento, para mentalizarme de lo que iba a hacer. Guille empujó mi cabeza hacia abajo a la vez que abría un poco sus piernas, invitándome a devorar aquel agujero indefenso.
Introduje la punta de mi lengua en aquel hoyo y comencé a dibujar círculos con ella. De la boca de Guille salió una exclamación de placer a la vez que apretaba su mano en mi pelo. Ahondé con mi lengua en aquel ano rosado, moviéndola en todas direcciones, haciendo que las piernas de Guille se moviesen sin parar. Continué perforando con mi lengua aquella zona durante un rato, hasta que acerqué el dedo corazón de mi mano izquierda a mi boca. Lo llené de saliva y lo conduje hasta su ano. Allí, comencé a ejercer presión hasta que comenzó a entrar dentro de su recto. Guille llevó sus manos a las sábanas de la cama y comenzó a apretarlas, hasta que mi dedo estuvo completamente dentro de él. Sentía la calidez y los pliegues de su recto, y cómo este apretaba desde todas direcciones a mi dedo.
- ¿Estás bien? – le pregunté.
- Ah… Sí, sí. Es raro pero está bien. – me contestó.
- ¿Tú quieres que yo…? – no me atreví a terminar la pregunta.
- ¿Que tú qué? – me dijo Guille con una ceja levantaba mientras se sentaba a mi lado, sacando mi dedo de su recto.
- Ya sabes…, que yo…, te la meta… - acabé diciendo, nervioso, poniéndome rojo como un tomate.
- Joder, no lo sé, la verdad. No lo he hecho nunca. – dijo mientras se levaba las mano a la cara.
- Bueno, si te sirve de ayuda, yo tampoco lo había hecho nunca. Y me acabó gustando. – le dije, acariciándole una pierna mientras.
- A la mierda, venga. Métemela. – se decidió Guille.
Aquello me sorprendió satisfactoriamente, y que no pené que Guille aceptase. Se giró hacia su mesilla de noche y sacó un bote de lubricante del tercer cajón y lo dejó a mi lado.
- Pero quiero que tengas mucho cuidado. Y si te pido que paremos, paramos, ¿vale? – me dijo, preocupado.
- Me parece perfecto. – le contesté, ilusionado.
Guille se tumbó de nuevo y abrió completamente sus piernas, dejando a mi plena disposición su ano. Abrí el bote de lubricante y me eché un par de gotas de ese líquido frío y transparente en los dedos. Me llevé el pene de Guille, ahora desinflado, a la boca a la vez que introducía dos dedos lentamente por su apretado ano. Guille dio una exclamación de dolor, que al minuto fue reemplazada por un sonoro gemido. Mi pene estaba durísimo de nuevo y ya comenzaba a expulsar pequeñas gotas de precum. Continué durante un par de minutos metiendo y sacando mis dedos a la misma velocidad que me metía su pene en mi boca, hasta que no pude aguantar más.
Saqué mis dedos de su culo y su pene de mi boca y busqué desesperadamente el bote de lubricante. Eché unas cuantas gota en mi mano y las extendí a lo largo de mi pene y por la entrada de Guille.
- ¿Preparado? – le pregunté a Guille.
- Despacito… - contestó este.
Asentí con la cabeza y coloqué sus piernas encima de mis hombros. Dirigí mi mojado pene al ano de Guille, ahora dilatado y embadurnado de lubricante. Coloqué la punta en su hoyo y comencé a ejercer presión. Lentamente, aquello cedió y comenzó a ser penetrado por mi miembro, que estaba duro e hinchado. El interior de Guille era aterciopelado y húmedo. Podía sentir los pliegue de su cálido recto, que hacían maravillas en mí. Guille agarraba con fuerza las sábanas mientras yo iba introduciendo poco a poco mi miembro dentro de él, arqueando la espalda. De su boca salían quejidos hasta que sintió que mi pelvis se juntaba con su culo.
- ¡Dios! Sí que duele, joder. – dijo, resignado.
- Y eso que yo soy más pequeño que tú… - le dije yo, riendo.
- Madre mía. No sé cómo pudiste aguantar anoche, normal que te duela… - me dijo, medio riendo medio quejándose.
No dije mucho más, cuando comencé a mover las caderas hacia atrás, sacando parte de mi pene, para volver a empujar despacito mi pene hacia el interior de Guille. Este se quejó, pero no me pidió que parase, por lo que continué haciéndolo hasta que sus gemidos ya no eran de dolor, sino que de placer. Tomé su polla con mi mano derecha y empecé a masturbarle salvajemente y comencé a sacar más y a meter más fuerte mi pene de su culo, gimiendo yo también en el proceso. La cara de Guille era un poema: se mordía el labio mientras gemía y jadeaba con cada una de mis embestidas. El sudor comenzó a apoderarse de nosotros, cayéndonos del cuerpo y empapando la cama.
Cerré los ojos, centrándome en el placer que estaba sintiendo, en las notas de placer que salían de la boca de Guille, en el chocar de mi cuerpo con el suyo, cuando noté cómo su recto comenzó a palpitar y a apretarme mientras lo penetraba. Abrí los ojos para encontrarme a Guille corriéndose, llenando todo su pecho y mi mano de un abundante semen mientras jadeaba de gusto. La imagen pudo conmigo, haciéndome llegar a mí también al orgasmo. Para mi sorpresa, pude notar cómo salía de nuevo semen de mi cansado pene, que se desinfló casi instantáneamente después de llenar el interior de Guille de mi corrida.
Saqué mi marchitado miembro del interior de Guille y me tumbé junto a él. dándole un beso en la boca.
- ¿Te ha gustado? – le pregunté.
- Me ha encantado. – me dijo, dándome un beso en la frente.
Estábamos exhaustos, por lo que no hablamos más. Eché mi cabeza sobre su pecho y me quedé dormido casi al instante.
Al rato, el ruido de alguien llamando a puerta me despertó.
- ¿Guille? ¿Estás despierto?
Era mi hermano. Me quedé inmóvil en la cama, casi petrificado. Guille no estaba en el cuarto. Pude escuchar el ruido del agua cayendo desde el cuarto de baño. Al menos, estaba a salvo si no entraba, pensé. Seré gafe. Escuché cómo una llave entraba en la cerradura y giraba para abrir la puerta.
- ¿Hola? ¿Guille? – dijo mi hermano, esta vez desde dentro de la casa.
Escuché cómo empezó a subir las escaleras y salté sigilosamente de la cama. Recogí toda mi ropa que tenía a mi alcance y la metí debajo de la cama, para meterme yo después. Justo cuando terminé de meterme bajo la cama, mi hermano se asomó por la puerta para dar una visual al cuarto. Se dirigió al cuarto de baño y llamó a la puerta.
- No hace falta que llames, tontorrón. – dijo Guille con voz pícara.
- ¡Hey! Hola, Guille. – dijo mi hermano después de abrir la puerta.
El agua dejó de caer de forma súbita.
- Seba, ¿qué coño haces aquí? ¿Cómo has entrado? – dijo Guille, alarmado.
- Eh…, perdona, tío. Es que llevo toda la tarde llamándote para devolverte el dinero y como no me respondías me creía que te había pasado algo. Me acordé de la llave que guardas en la maceta y he entrado para ver si estabas bien. – dijo mi hermano, con voz de estar arrepentido.
- Joder, qué susto. – hubo una pausa – No pasa nada, estoy bien, gracias. Me he quedado dormido y tenía el móvil en silencio, por eso no te he respondido. Me he despertado hace 10 minutos o así. – le contestó Guille, más tranquilo ahora.
- ¿Estás solo? – preguntó mi hermano.
- Sí, ¿por qué? – dijo Guille.
- Como me has dicho lo de que no hacía falta que llamase y después te has asustado de verme… - dijo mi hermano, con voz de intriga.
- No, no… Estoy solo. Mis padres vuelven mañana. – dijo Guille. – Tío, ¿podemos hablar mañana? Es que no me encuentro muy bien y quiero echarme otro rato.
- ¿Seguro? ¿No sería mejor que me quedase? Por si acaso te pones peor – preguntó preocupado Seba.
- No te preocupes, de verdad. Mañana nos vemos mejor, ¿vale? – contestó Guille apresuradamente.
- Vale, vale. – hubo una pausa – Toma, tus 20€. – dijo mi hermano.
- Estoy empapado. Déjalos por ahí abajo, porfa. – dijo Guille.
- Perfecto. Mejórate, tío. – se despidió Seba.
- ¡Hasta mañana! – dijo Guille.
Se escuchó la puerta del cuarto de baño cerrarse y a mi hermano andar por el pasillo. Estaría a mitad de recorrido cuando dijo:
- Dejo el billete en tu escritorio, ¿vale?
Seba entró en el cuarto y se dirigió hacia el escritorio, en frente de la entrada de la habitación. Desde mi posición, pude ver cómo uno de mi zapatos estaban debajo del escritorio. Crucé los dedos para que mi hermano no lo viese. Guille apareció en el cuarto atropelladamente con una tolla liada por la cintura.
- ¿No te he dicho que los dejases abajo? – preguntó Guille.
- Bueno, era para que no se te perdiesen. – contestó mi hermano.
Pude ver cómo Seba le tiraba el billete a Guille y cómo este no era capaz de cogerlo. Este cayó al suelo, justo al lado de mi zapato. Seba se agachó a por el billete y cogió también mi zapato. El silencio se hizo en el cuarto. Pude ver cómo mi hermano se hincaba de rodillas y agachaba la cabeza, mirándome a los ojos.
- Hola, Alfonso. Sal de ahí ahora mismo. – dijo seriamente.
Bueno, aquí acaba esta historia. Espero que les haya gustado y que me dejen su opinión en los comentarios o por e-mail ( selulana99@gmail.com ) , que básicamente es lo que me anima a continuar relatos. Este no hubiese salido si no me lo hubieseis pedido, por ejemplo. Sinceramente, no sé cómo continuar esta historia, pero estoy abierto a ideas. ¡Muchas gracias de antemano y saludos!