El Mecenas

Un joven estudiante descubre a un acaudalado mecenas que le proporcionará patrocinio, si "juega bien sus cartas".

EL MECENAS

Gracias al patrocinio de una fundación cultural, mi profesor de arte pudo montar una exposición, donde exhibiría sus mejores pinturas. La noche de la ignauguración, hubo gran concurrencia y se sirvió un coctel en honor del expositor.

Yo caminaba por la galería admirando las obras maestras de mi profesor, cuando lo vi conversando con un caballero de edad avanzada, pelo cano, gruesos anteojos, aspecto distinguido y vestido con un elegante traje formal. Ambos charlaban animadamente y volvía a ver en mi dirección, con bastante frecuencia, lo cual llamó mi atención. Me acerqué y, al aproximarme, el profesor Colindres me hizo una seña y, dirigiéndose al caballero que lo acompañaba, le dijo:

  • Don Pablo, permítame presentarle a uno de mis más brillantes alumnos.

Supe entonces que el acompañante de mi profesor, era nada menos que uno de los más mentados y exitosos empresarios del país, hombre de gran fortuna. Después de intercambiar las frases corteses de rigor, charlamos los tres durante un rato, hasta que una joven vino a llevarse a don Pablo, para mostrarle algo especial. Al quedar solos, mi maestro me dijo:

  • Don Pablo es un hombre muy acaudalado. Quiero pedirle que patrocine nuestra escuela de arte.

Desde donde yo estaba, podía ver a don Pablo y me percaté que a cada momento volvía a verme. Picado por la curiosidad, decidí sacarle más información a mi maestro:

  • ¿A don Pablo le gusta el arte?

  • Así es. Y especialmente, le impresionan los talentos jóvenes. Si sabes jugar tus cartas, puede ser muy provechoso para ti y para todos...

  • ¿Cómo así?

  • Ya lo verás.

Me quedé mirándolo en forma pensativa y pregunté:

  • ¿Qué clase de persona es?

  • Tiene alrededor de 65 años, es divorciado y tiene varios hijos y nietos.

Mientras hablábamos, la directora de la galería se acercó a mi profesor, reclamando su presencia para atender a los demás invitados. Se retiró, por lo que yo decidí hacer un recorrido por el lugar para ver todas las obras de arte que allí se exhibían.

Mis ojos se deleitaban con las espléndidas pinturas que pendían de las paredes de la galería. Deteniéndome frente a una de las más espectaculares obras, sentí que un par de ojos me miraban desde una esquina.

Era don Pablo, quien me miraba con cierta insistencia. Al darse cuenta de que yo lo veía, se acercó a mí y, como quien no quiere la cosa, se paró a mi lado, comentando sobre la obra que originalmente había captado mi atención.

  • Es una pintura hermosa, ¿verdad? -dijo el caballero, deteniéndose a mi lado.

  • Impresionante -respondí.

Como si hubiéramos sido viejos amigos, el anciano y yo comenzamos a recorrer lentamente la sala, mientras él me explicaba el significado y las técnicas empleadas en cada uno de los lienzos.

  • Veo que le apasiona la pintura -observé.

  • Así es, me respondió-. Pero no solo la pintura me apasiona -agregó con una sonrisa enigmática.

El caballero me pasó un brazo por encima de los hombros, al tiempo quie hizo una nueva relación sobre el estilo utilizado en una obra que teníamos enfrente.

Tras unos momentos, el hombre manifestó su intención de retirarse, argumentando que ya era tarde.

  • Sí -dije-. Yo también me iré muy pronto.

  • ¿Tienes cómo irte?

Debí reconocer que no tenía vehículo y tendría que buscar un transporte público.

  • Ven -me dijo-. Yo te llevaré.

Nos despedimos de mi profesor y de otras personas conocidas. Antes de retirarme, mi profesor me dijo en tono confidencial:

  • Aprovecha la ocasión, tu sabes. ¡Juega bien tus cartas!

Intrigado por aquellas palabras, lo vi alejarse para reunirse con sus amigos.

Salimos a la calle y don Pablo se dirigió a un Mercedes Benz de película y partimos.

Durante el camino conversamos de diversos temas, principalmente arte. Guardamos silencio un momento y, de pronto, él me preguntó:

  • ¿Aceptarías cenar conmigo? Vivo solo y me gustaría tener compañía.

Tras un momento de vacilación, acepté. Él sonrió.

  • Tengo un apartamento por aquí cerca, para cuando no tengo deseos de irme a casa, afuera de la ciudad -dijo señalando hacia adelante.

Apenas llegamos a un pequeño pero elegante edificio, don Pablo estacionó el Mercedes en el sótano y subimos al tercer piso por medio de un pequeño ascensor. Una vez adentro, me invitó a sentarme en un sofá sumamente confortable.

  • ¿Te gustaría un cóctel? -preguntó don Pablo, dirigiéndose a un bien surtido bar junto a la pared.

  • Algo suave -repuse, con franqueza-. No estoy muy acostumbrado al licor.

Don Pablo se acercó con dos copas llenas.

  • Aquí tienes -dijo, pasándome el cóctel, mientras tomaba asiento a mi lado. Mientras bebía, don Pablo me observaba fijamente a través de sus espejuelos.

Entonces, lo vi sacar una pastilla azul de un estuche que llevaba en un bolsillo de su elegante chaqueta y la tomó. Vi cómo la mirada del caballero se volvía hacia mí, pesada y lujuriosa.

Don Pablo ya no se detuvo más. Rozó uno de mis muslos, al tiempo que avanzó su mano hasta mi entrepierna. Yo temblé al contacto de la mano dominadora del anciano.

  • Tienes un pene magnífico -me dijo el anfitrión, frotando mi miembro por encima de la tela.

Quise responder, pero sentía la garganta seca y me limité a darle otro sorbo a mi cóctel, al tiempo que mi verga crecía y se apretaba más contra la mano del veterano homosexual.

Don Pablo tenía el toque del hombre acostumbrado a acariciar penes, y sabía qué tanto apretar para que la piel sensitiva de mi verga se estremeciera de placer.

Puso su copa en una mesita cercana al sofá. Se volvió hacia mí y se inclinó sobre mi vientre, al tiempo que me descorría el cierre de la bragueta. Metió la mano.

Me estremecí con el roce de su mano contra mi pene. Podía sentir el fuego contenido en su epidermis, quemándome la piel del pene. Creí que me iba a desmayar de placer por las caricias de los dedos de don Pablo en mi verga palpitante.

Nuestros labios se fundieron en un beso apasionado y empujé mi pene más firmemente hacia esa mano experta. que me hacía estremecer de lujuria.

Entonces, entré en acción. Mis manos abrieron la cremallera de sus pantalones, dejando al descubierto un pene poderoso y erecto que, por momentos, crecía más y más. El espectáculo de aquel generoso pene desnudo, encendió los fuegos de mi lujuria hasta el máximo.

Don Pablo se puso en pie, caminó unos pasos y procedió a desnudarse, dándome la espalda. Cuando estuvo completamente desnudo, tomó asiento en una poltrona mostrándome la sorprendente erección que exhibía. Un pene rojizo, de unos 23 ó 24 cm, corcoveaba entre sus piernas.

Con excitación loca, me arrodillé frente a él y besé ávidamente su pene enorme, sintiendo en mis labios el sabor delicioso de su líquido preseminal. Nuestros cuerpos, en ese momento, estaban excitados y hambrientos de placer.

Don Pablo me fue rápidamente desnudando, y cuando estuve como vine al mundo, acercó su cara a mi pubis, y comenzó a lamer y chupar mi pene, con una maestría que yo nunca antes había sentido. Don Pablo, comenzó a besarme por todas partes, haciéndome presa de la excitación.

Tras un rato de caricias, el anfitrión suavemente se fue poniendo de pie, al tiempo que me tomaba de la mano y me convidaba a seguirlo a otra habitación interior. Era un dormitorio arreglado con abundantes espejos que cubrían las paredes y el techo, dejando en el centro de la habitación, como punto focal, una espaciosa y mullida cama en la cual el anfitrión se recostó, al tiempo que me hacía una seña incitadora, para unírmele en el lecho.

Con los ojos fijos en el delicioso pene del veterano, me acerqué, al tiempo que don Pablo se acariciaba lentamente la verga, con los ojos fijos en la mía y, con sólo mirarla, su mano frotaba su miembro con mayor avidez.

Me subí a la cama. Don Pablo comenzó a palpar y manosearme, hasta llevarse a la boca uno de mis pezones, haciendo que me estremeciera de placer. Nos abrazamos y nuestras bocas se unieron en un beso de fuego, rozando uno contra el otro, nuestros penes que vibraban de escitación, mientras su lengua se introdujo ansiosa en mi boca.

Posicionándonos lentamente en forma de "69", comenzamos a mamarnos mutuamente, elevando en ambos fuertes oleadas de emoción. Proyectando hacia adelante mi lengua, comencé a explorar el pequeño orificio de su pene, como queriendo introducirla en el diminuto e hirviente canal seminal.

Mientras más nos lamíamos, la sangre de ambos se encendía más y más de pasión. Entonces, interrumpí la mamada y me coloqué en cuatro patas, ofreciéndole abiertamente mi ano.

Ni corto ni perezoso, don Pablo enarboló su verga y, en forma firme pero con delicadeza, me lo fue introduciendo, a la vez que yo emitía un fuerte gemido de pasión. No me pude contener y, ante sus primeros embates, comencé a estremecerme sacudido por un violento orgasmo.

Él continuó ciegamente. Su movimiento rítmico y constante no se detenía. Aceleró sus ataques, hasta que, de pronto, comenzó a temblar y retorcerse violentamente, sacudido por ráfagas de placer, al tiempo que inundaba mi ano con su semen y emitía un salvaje grito de pasión.

Nos desconectamos y reposamos en el lecho durante un rato. Sin embargo, me sorprendí de ver que la erección no se le bajaba. Por tanto, me sentí obligado a mamarle la verga otra vez, hasta hacerlo volcarse en un nuevo clímax igualmente arrollador.

Era ya de madrugada, cuando exhausto, pero feliz, me quedé dormido en brazos de mi anfitrión. Ambos nos habíamos comprendido muy bien, pese a la diferencia de edades y él me había hecho disfrutar de una de las noches más agradables de mi vida.

Ahora ya sabía lo que mi maestro quería decir al expresar aquel "juega bien tus cartas". A partir de esa noche, don Pablo se convirtió en el mecenas de la academia y mío en lo personal.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com