El mecánico y su taxista

Un fin sin principio... (Continuación de: El taxista y el mecánico)

¿Quién soy yo ahora? Bueno, si de honores se trata no llevo ninguno. Soy un simple universitario que en su tiempo libre ayuda a su padre en la mecánica de la familia. Es realmente divertido; eso de mancharse la cara y manos de hollín y grasa tiene su gracia (menuda rima me ha salido eh).

El caso es que me he atrevido a contar la historia de Loren por un suceso en particular que ocurrió hace días. Justamente cuando estaba en la mecánica, arreglando esto y aquello.

Recuerdo que vi un taxi estacionarse, pero lo común del hecho no llamó para nada mi atención. El ligero chasquido de sus suelas contra el piso tampoco me hubiese advertido de su llegada, hay 15 millones de personas en este país, ¿qué posibilidades existían de que fuese él?

Claro que mientras escribo esto no puedo dejar de preguntarme si lo que pasó fue producto de un destello de suerte, o por el contrario: la confirmación de la mala que siempre he traído (yo no creo en brujas, pero…)

Su voz tampoco era un buen indicio para reconocerlo, la armonía grave no se parecía en lo absoluto a la de un pequeño estudiante, corto y morenito que tenía la alegría tatuada en el rostro.

— ¿Dani? —sí, la clave del enigma radicó en la pronunciación. Podría decir el discurso del año, que al momento de decir mi nombre yo siempre terminaría detectando ese pequeño aire de melancolía en él.

—Bu… buenos días —saludó intentando empezar de nuevo, quién sabe, a lo mejor intuyó un error en su impulso…

Y como conmigo es siempre otra historia, ya se imaginarán todo el intervalo de emociones, desde la completa concentración en mi labor, agachado y con el ojo cerca del problema; hasta el absoluto desconcierto y temblor de mis dedos. Vamos, que hasta recuerdo que el destornillador en mis manos se volvió de mantequilla y huyó hacia el piso.

— ¿Loren? —fue lo que al final atiné a preguntar.

—Sí… el mismo —respondió cuando la barrera del tiempo se rompió y retrocedí 10 años.

Contestaré una pregunta antes de que se la hagan: Sí, Lorenzo ahora era un hombre en todo su esplendor. Y no es que yo sea muy de mieles pero sinceramente me hubiese encantado quedarme allí, observándolo como la manzana dorada que espera a Afrodita, deseando pertenecerle.

Pero yo solo soy un mortal que a fin de cuentas estaba volviéndose loco por una sonrisa traviesa y una barbilla de 3 días. Claro que no precisamente por todo lo guapo que lo ponían, sino más bien porque su rostro me recordaba todo lo que habíamos pintado juntos, las historias graciosas que siempre contábamos, las tímidas confesiones que alguna vez nos hicimos y sobre todo: ese lazo que creí roto y que jamás se había debilitado…

—Yo... —continuó nervioso— no sabía… que trabajabas aquí.

—Bueno, es el taller de mi padre…

Siendo más sincero aún, reconozco que las ideas se me escaparon, a mi cerebro solo llegaban fantasías disparatadas que trataban una y otra vez sobre él… pensé en todo y al mismo tiempo razoné nada. Me replanteé de nuevo lo que sentía y en una milésima de segundo me di de frente contra la puerta que me llevaba de nuevo hacia él. De hecho, todos los caminos lo apuntaban, o por lo menos los que yo alcanzaba a divisar…

—Esto… —pueden llamarme loco pero el instinto me decía que a él le pasaba lo mismo que a mí— necesito que me ayudes revisando… el… digo, la presión de aire en las llantas…

—Claro… por supuesto —atiné a pronunciar con esa sonrisa estúpida que estoy seguro todos conocemos.

Y mientras realizaba mi labor pensaba en las miles de cosas que podría decir, o lo que era políticamente correcto de conversar. Quería preguntar qué había pasado, las causas de su partida, cualquier cosa. Inclusive me seducía la idea de preguntar cosas tan ñoñas como: “¿Te gusto?” o algún disparate por el estilo. En verdad estaba sudando de los nervios.

Al final no hice nada, y es que yo soy muy lento para estos menesteres, algo orgulloso inclusive. Quería arrojarme hacia lo que mi orgullo y cobardía no me dejaban, pero el cálido sentimiento que su rostro me despertaba me exigía a gritos: “Lánzate”, “¡LANZATE!”.

Menos mal estaba él para ayudarme un poco con toda esa mezcla de sensaciones que se me estaba saliendo de control.

Porque lo siguiente que vi fue a Loren acercándose.

— ¿Me escuchaste?

—Eh… no, lo siento, ¿me decías?

—Nunca cambias… —reclamó gracioso y sexy al mismo tiempo— lo que estuve gritándote es, que si te apetece, después vamos por un par de cervezas.

—¡Claro! —reflejos, siempre exageran todo—, pero después no, porque… porque tengo algunos deberes que hacer, mejor ahora ¿no crees?

— ¿Tan impaciente estás? —las ganas de reír se contenían descaradas en sus labios.

—Bueno, eres tú después de todo…

—Ya —afirmó neutral al tiempo que sus pupilas me escrutaban— y eso quiere decir que…

Hasta ese momento creo que él sabía muy bien lo que yo sentía, porque mientras buscaba una respuesta se acercó de manera bastante… peligrosa. En un instante hizo desaparecer su distancia y la mía. Se inclinó un poco y me miró directamente hacia los ojos.

Yo por mi lado estaba perdiendo la guerra de miradas de nuevo.

—Pues que yo… o sea… que tu… —su rostro estaba a escasos centímetros del mío, su aliento me acariciaba suavemente, drogando mi poros y mareándome un poco.

Pero hasta a mí me parece irreal que justo en el mejor momento, en el más crucial de todos… la impertinencia de un tercero arruine el momento.

— ¡Ey!, Romeo —gritó mi padre desde adentro del taller— ¡apresúrate que tengo más gente que atender!

—Creo… que debes irte —dijo al separarse y mirar hacia un lado, se relamió un poco los labios y con sus pupilas me indicó que mi padre estaba observándonos.

Y en efecto, papá estaba viéndonos con una expresión un tanto inexplicable, una mezcla entre confusión e incomodidad.

—Vale, entonces, te veo aquí a las… —ese maldito gato hidráulico me hizo tropezar cuando me alejaba sin darle la espalda, Loren río sin vergüenza— ¡cinco!, ¡te veo aquí a las cinco!

—Ok, te veo luego entonces.

—Chao, te veré después…

—Chau…

—Ya me voy…

—Sí, supongo que debes hacerlo.

—Ok, nos vemos a las cinco.

—Aquí estaré,  cinco en punto.

—Ajá, nos vemos…

—Emm… —continuó como quien no quiere la cosa— tu padre… sigue esperándote.

— ¡Mierda!, es cierto.

Y acto seguido dejé el tonteo, que hubiese continuado por la eternidad y con un par de zancadas llegué al interior del taller.

—Ahora sí Jefe Gran Jefe —era el apodo que le había puesto con el pasar de los años, mi forma especial de decirle: papi— ¿qué necesitaba?

Pero de tanta miel que llevaba en la cabeza no me percaté de que había otras dos personas en el interior. Eran clientes con los cuales papá estaba teniendo una charla de… ¡bah!, yo qué sé, el caso es que me pidió que esperase afuera un segundo.

— ¿Pero no me estaba llamando para que lo ayude? —le recriminé.

—Sí, tú espérame afuera, necesito un segundo.

— ¿No que tenía mucha gente que atender? —refunfuñé entre dientes.

— ¡¿Cómo?!

—Na… nada —respondí al escuchar esa voz retumbar, en verdad la situación se ponía fea si es que el Gran Jefe se enojaba.

Y con otro par de zancadas desaparecí de la presencia de mi progenitor, los clientes de papá no demoraron mucho en hacer lo propio; habrá sido en un par de minutos cuando los vi alejarse en sus respectivos automóviles. Mi padre me llamó de nuevo con esa voz de trueno.

—Sí sí… aquí estoy —clamé algo fastidiado—, pero ya no lo entiendo… primero dice que me necesita de urgencia y luego me manda a esperar afuera…

— ¿Quién era ese chico? —preguntó yendo al grano.

—Bueno… —respondí con algo de nervios— pues… —lo miré como cuando niño él intentaba regañarme y yo apelaba a su lado “tierno” con mi mirada de oveja a punto de sacrificar— ¿la verdad o la mentira?

— ¿Crees que es correcto darme esas opciones?

—Pues… depende, uno a veces piensa que…

— ¡La verdad!

—Ya va… ya va… sin enojarse eh...

» ¿Recuerda que entre nuestras curiosidades una vez yo le conté sobre cierto personaje del curso de inglés que tomé hace varios años?

»Curso que por cierto —intenté echarle la culpa— usted me obligó a tomar.

—Ese no es el punto —reclamó enojado.

—Pues el caso es que es él. Contento o no lo he vuelto a ver… y pues… no sé —la sinceridad se me iba de las manos— ha sido verle y… como que todo se ha revuelto de repente.

—Bah —suspiró resignado—, tonterías…

»De todos modos siempre supe que este día llegaría —afirmó dándome la espalda

— ¿Este día?

—Si sí —continuó calmado sentándose al lado de una máquina enorme—, si pudieses ver la cara de engolosinado que traes…

»Ni hablar —dijo cambiando su pasado enojo por melancolía— estás… enamorado.

—Y de un hombre —aclaré con una risilla.

Casi me fulmina con la mirada…

A todo esto, la verdad es que papá y yo nos guardábamos poquísimos secretos. Nuestra relación era algo… dura. Pero la sinceridad era algo que siempre podíamos rescatar sea cual fuese la situación.

Claro que fue bastante duro para él enterarse que a su “varón” le gustaran los hombres. Y acepto que fueron épocas bastante difíciles, pero no hay nada que el tiempo no arregle. El hoy sin embargo me pertenecía a mí y a mis pequeñas bromas para que él se acostumbrase al hecho que acababa de presenciar…

—Y bueno —siguió como para asegurarse— ¿has quedado con él?

En ese momento los colores sí que se me subieron de lleno a la cara. Miré para todos lados y mis ojos no pudieron quedarse en un punto fijo…

—Mejor no me respondas —se contestó él mismo con su burlona ironía.

»Sólo déjame decirte una cosa —advirtió serio—, no te hagas ilusiones de la nada. Yo no entiendo mucho de esas cosas pero si algo sé es que el pasado debe quedarse en el pasado. Haznos un favor y hazle caso a tu viejo.

No le contesté, solo lo abracé como siempre. Él nunca aceptaba lo mucho que le gustaba sentirse abrazado…

Volviendo al tema en cuestión: ¿tuve mi tan ansiada cita con Loren?, pues sí. Pero con todo lo atolondrado que soy, ya podrán imaginar todo lo que me demoré en acicalarme hasta el último pelo, lo que vestiría fue otra triste novela del mismo tipo.

El caso es que maniobrando a la velocidad del rayo pude llegar a tiempo al taller. Como ya imaginarán le pedí permiso a papá para salir mucho antes de la mecánica y poder arreglarme. Ahora tenía que regresar al mismo lugar, me sentí tranquilo al saber que papá intentaría comprender la situación si Loren y yo… salimos.

Al llegar al taller mi padre me miró con desconfianza, no dijo mucho, sólo se limitó a un pequeño «estás muy guapo» y después continuó en el ruido de sus actividades.

Y Loren por fin llegó cuando empezaba a volverme paranoico sobre si me dejaría plantado o no. Me despedí rápidamente de Papá y en un segundo ya estuve dentro del carro de mi amigo. Solo en aquel momento reparé en que se trataba de un… taxi.

—Me lo ha prestado mi padre —contestó relajado cuando pregunté lo obvio.

—Ya… debes conocer la ciudad como a la palma de tu mano.

—Exacto —dijo como si le incomodase.

Y si a él le incomodaba, imaginen como estaba yo. Buscando uno y mil temas de conversación para que el silencio no se volviera más tenso y la pared de hielo empezara a ganar grosor.

En este punto sí que me agradaría contarles que lo siguiente fueron unas cervezas y una conversación amena, ya saben, con uno que otro coqueteo que abriera las puertas a más. El simple hecho de sabernos cerca o el más básico deseo de no alejarnos. Sin embargo creo que soy lo suficientemente ñoño como para imaginarme semejantes cuentos, porque la realidad era diferente, cruel y diferente.

— ¿Conoces algún motel cercano? —su tono descarado irrumpió lo vano de mis pensamientos.

Un punto en blanco y después un rubor en mis mejillas es lo que recuerdo de ese momento. Claro que en el fondo sabía que tener sexo con él era lo que hubiese preferido, pero para llegar a acordarlo de semejante manera no estaba siquiera un poco preparado.

Así que pensé rápido, acepté porque al fin de cuentas creo que todo se arruinó apenas él lo propuso, no vi el porqué arruinarlo más.

Un portal sucio y algunas esperanzas destrozadas que dejé al cruzar la puerta son las pocas cosas que valoro de aquel encuentro. El portal porque tenía molduras bastante bonitas (sí, a veces soy muy fijón) y las esperanzas muertas porque sabía que después todos los fantasmas nacerían a partir de sus cadáveres.

Lo siguiente es tan corriente como un mete saca mecánico o los preámbulos en los cuales  yo sí sentía como si mi pecho fuese a explotar, aunque quizá para el eran tontas convenciones sin pasión ni sentido. Hay algo que recuerdo con gran alegría, inclusive hasta las lágrimas, y es ese pequeño instante en el cual mi sonrisa se manifestó nerviosa al sentir mi barba cosquillear con la suya mientras nos acostamos; no sé, las cosquillas me recordaron a una inyección que inició muchas cosas en el pasado.

También recuerdo su torpeza al deshacerse de mis pantalones, la basta del pantalón se atascó en mi tobillo y sacarla de ahí resultó (para mí) de lo más cómico que me ha pasado.

Pero esos son pequeños detalles que guardaré en la cajita, esperando que cuando recuerde a Loren y la abra de nuevo salgan todos los demonios y al final se quede la esperanza conmigo.

Siendo menos cursi y más físico reconozco que sus manos resultaron expertas a la hora de volver a tocar partes que cuando niños exploramos juntos. Su aliento sobre mis nalgas era de lo más placentero, y el simple hecho de que intentara apretarme con fuerza mientras me aferraba a su cuello me daba el impulso necesario para no dejar caer el momento.

Claro que en cada emboscada hubiese preferido que me mirase al rostro, o que mientras lo “cabalgaba” no hubiese girado el rostro cuando intenté besarlo.

Hubo una parte sí, en la que intentó decir algo más, y fue en el momento en el que nuestras miradas por fin se cruzaron y le ofrecí una sonrisa, la más sincera que me salía, como para decirle que todo estaba bien y que no debía avergonzarse por lo que estaba haciendo. Que a pesar de ser un poco reacio a que me penetrasen, por el tierno sentimiento que me unía a él podía ser flexible conmigo mismo; en fin, que lo quería tanto como para arriesgarme a un “te amo”.

Pero él no sonrió, más bien volvió a la mecánica tarea de penetrarme, creo que se calló algo que por segunda vez se arrepentiría. Hubiese querido ayudarlo pero era consciente de que eso solo generaría una discusión que ninguno de los dos hubiera soportado. ¿Y para que molestarnos? si al final ya estaba quedando claro quién era el más patético de ambos.

No arruiné el acto sexual al menos, porque un suspiro ahogado por parte de él y un pequeño quejido de mi lado fueron los que anunciaron la culminación del acto sexual.

Y mientras mi respiración volvía a la normalidad reparé en que ya me había acostado con él. De hecho lo había hecho bastantes veces, una y otra vez con el mismo prototipo de persona. Quién sabe, todo ese tiempo me la pasé sobrevalorando a aquel amor de mi adolescencia, esperando inconscientemente a que regresara… y ahora que estaba de vuelta no era más que una cara bonita y unas manos ágiles y placenteras.

Me entraron ganas de llorar cuando pensé en esto, sin embargo no quería hacérselo pasar mal con mi pequeño drama. En esos momentos lo que más se me antojaba era regresar a casa y jugar un poco con mi hermana pequeña, o mancharme la cara y las manos mientras pintaba con mis sobrinos; incluso armarle un poco la bronca a papá con todas las cosas homosexuales que él no entiende. Cualquier lugar se me antojó mejor que estar acostado en aquella cama sin poder librarme del sentimiento que aún no moría por Loren.

Me senté al borde de la cama, el no quería abrazarme y creo que yo ya había cumplido con mi cuota de patetismo. Miré el suelo, escuché como las maltrechas tablas se retorcían cuando las presionaba con mis pies. Recordé una vez más nuestra infancia, el primer beso, las primeras caricias y mi inseguridad sellada en aquel hermoso encuentro. Una gota de agua llegó hacia el suelo y decidí respetar esos recuerdos tan bonitos que conservaba de ambos, no quería mancharlos con lo que había sucedido.

Me puse de pie y con calma busqué mi ropa interior.

— ¿Qué haces? —no sé si en verdad estaba sorprendido de que buscara mi ropa.

—Pues no quiero que se me haga tarde —respondí mientras olía mi camiseta, aún conservaba el aroma del perfume que elegí con tanta minuciosidad hace un par de horas.

— ¡Pero si apenas hemos empezado! —dijo con esa pequeña mueca que siempre me había gustado, a pesar de que esta vez significara todo menos afecto.

Sonreí con nostalgia, entendía a la perfección lo que Loren había buscado desde el principio.

—Tal vez para una próxima ocasión felpudo…

Mentí,  ya que todo estaba arruinado no entendía el porqué debía ser sincero con él. Así, la puerta de esa habitación se convirtió en mi única meta, me apresuré con los pantalones.

—Ya nadie me llama así, pensé que no recordabas esas cosas… —su voz intentó disimular lo apenado que estaba, sin embargo sus ojos no podían mentir.

—Es lo que me ha traído hasta aquí. En verdad me creí lo de las cervezas.

—Ey… ey —se apresuró— ¡Pero qué dices!, pensé que sabías que… —lo maquilló con una sonrisa— o sea… que solo lo haríamos.

—Tienes razón... soy muy tonto a veces, pensar que tu y yo… ¡bah! no me hagas caso —intenté imitar su despreocupación.

—Pero —su rostro se tornó confuso—, hablas como si estuvieses…

— ¿Enamorado?, sí, y vaya que lo he estado. Creo que durante todo este tiempo, lo peor es que ni yo mismo lo sabía, pero ha sido verte…

No quise continuar, le iba a soltar todo de golpe y para el caso resultaba totalmente inútil. Lo que yo sintiera por él ya no tenía nada de especial si él no lo sentía también, o lo que es lo mismo: que lo negara.

Más silencio incómodo, me puse los zapatos a la velocidad del rayo y antes de llegar a mi meta lo miré y por un segundo me replanteé todo de nuevo.

Casi en la penumbra, con una sábana que cubría parcialmente su cuerpo y con el rostro afligido me miró casi sin mirarme. Parecía debatirse una decisión que le costaría la vida…

Y entonces ya no vi al hombre guapísimo en el que se había convertido, sino al felpudo adolescente del que siempre fui amigo; ya no al amante o al novio incluso; sino al amigo que siempre tuve y que creí siempre tendría. Lo vi intentando decirme algo que parecía obvio, pero para él le estaba costando bastante.

— ¿Tu me quieres? —pregunté llenándome de valor por ambos.

Dudó un poco y al final asintió casi con pena. En la oscuridad pude notar como un ojo se le humedecía rápido.

—Pero… —inferí con todo el tacto que pude, en verdad su pena me estaba contagiando.

—Pero no puede ser, en verdad que no…

Hundió la cabeza entre las rodillas. Y esta vez sí intenté ayudarlo, aunque realmente fuese poco lo que yo podría hacer. Lentamente me acerqué a él y le froté la cabeza con calma, regresó su mirada hacia mí y una vez más me limité a sonreír.

—No pasa nada —aclaré intentando calmar las cosas—, no voy a preguntarte el porqué… con lo que recuerdo sobre ti entiendo que debiste pensarlo mucho…

—Lo siento Dani —profirió sin contener su congoja— de veras que lo siento.

Y allí fue cuando deseé con todas mis fuerzas abrazarlo y decirle que estaría con él, pero una vez más: ¿para qué?, tarde o temprano su indecisión nos llevaría a ambos por el escabroso camino de la desdicha. Si él no era capaz de cruzar esa barrera que se había autoimpuesto jamás tendríamos un futuro. Nunca podría pasar dos noches seguidas a su lado o simplemente acariciar su rostro somnoliento un domingo por la mañana. Me sentí adolescente de nuevo, como si llegara a la puerta de su casa con una moto y le estuviese extendiendo la mano…

Pero el ya había elegido, y por más que me doliera debía decirle adiós…

Así que no le respondí, me limpié la lágrima fugaz que se me escapó y volví a acariciar su cabello. Dejé pasar un momento para que ambos pudiésemos volver a la normalidad y entonces continué.

—Pues nada felpudo, venga ya, levanta ese ánimo. En algún momento seré yo quien de verdad te invite ese par de cervezas, ¿te apetece?

Aún se limpiaba el rostro cuando volvió a asentir con los ojos llorosos y una mueca de alegría.

—Tienes razón —dijo controlándose un poco—, en cualquier momento me paso de nuevo por el taller a visitarte.

—Así me gusta —continué aguantándome lo mío—, pues nada, que ya me tengo que ir…

—Ok, entonces te veo luego, cuídate mucho ¿sí?

—Lo haré, nos vemos luego… felpudo

Me despedí con la mano alzada y el cuerpo destrozado por dentro, el teatro de cristal se rompería en cualquier momento. Antes de cruzar la puerta por completo volvió a llamarme.

—Dani…

Demoré un poco en modular mi voz.

— ¿Si? —contesté sin darme la vuelta.

—Siento mucho que haya pasado así…

—Yo… —ultimé cuando el corazón me dio un giro y quise volver con todas mis fuerzas… no sé, llorar, gritar, darle una paliza y luego comérmelo a besos— yo también lo siento…

Me apresuré en cerrar la puerta y salir cuanto antes del edificio. La máscara no duraría mucho más. Ya en casa pude torturarme con todos los recuerdos y con una canción que siempre me recuerda a él, a nosotros y a un curso de inglés que marcó 10 años de mi corta vida.

Es de Liliana Esther Maturano y el verso que más me gusta es: “Si vienes hacia mi puerta duerme entre mis brazos y descansa ya...”

Días más tarde, papá me confesó, no sin poca vergüenza, que el padre de Loren era su cliente desde hacía varios años y que alguna vez, cuando los hijos salimos como tema de conversación, se había enterado de que Loren era… casado. Tuvo que dejar la universidad por el mismo motivo y con la ayuda de su padre compró un taxi.

Y allí fue dónde entendí muchas cosas y muchas cosas se quedaron en suspenso. Lo sufrí con toda la angustia de un amor imposible y con una pequeña parte satisfacción por saberme libre de problemas. Pero en ese punto, ¡cuánto hubiese deseado tener problemas!, no sé si poco o más que su esposa pero yo lo quería y me arriesgaba a muchas cosas al estar con él, era una lástima que él no quisiera arriesgarse conmigo.

Sé que dirán que soy falto de carácter, o que la mía es una posición bastante inmadura, pero en cambio yo pregunto: ¿La prudencia me traerá gratos recuerdos cuando envejezca?

Claro que hay que tener una noción de nuestros propios límites, pero al final creo (como se muestra en un libro que leí cuando tenía 18) que perder el equilibrio por amor es parte de vivir una vida equilibrada…

Porque cuando Loren pase de nuevo por el taller siempre seremos… el taxista y su mecánico.