El mecánico me sigue cogiendo

Después de que el mecánico cerca de mi prepa me quitara la virginidad, siguen nuestros encuentros cada vez más cachondos.

Hola, soy Vane. Ahora les voy a contar que pasó después de que Roberto, el mecánico cerca de la prepa donde estudiaba, me quitara mi virginidad.

Después de esa noche traté de no volver aunque cada vez que recordaba lo sucedido me ponía super cachonda. Era tal mi calentura que casi todas las noches me masturbaba pensando en él; empecé usando mis dedos pero después ya no me satisfacían y usaba cualquier cosa grande y alargada que encontrara, así como cepillos, tenazas para el cabello, desodorantes, etc.

Dos semanas habían pasado cuando una tarde decidí regresar. Ese día me había levantado demasiado caliente, me depilé mi panochita completamente y me puse un brassiere de encaje negro y una tanguita muy pequeña que no tapaba casi nada; de igual forma me puse mi falda escolar de primer año porque me quedaba muy corta y mi blusa blanca que transparentaba mi brassiere.

Para ir a la escuela pasaba el transporte escolar por mí pero como les dije mi nivel de cachondez era demasiado alto y quise exhibirme un poco, así que fui a tomar el metrobus, que gracias al cielo estaba lleno, y me subí en la última puerta, varios hombres me miraban con lujuria y eso me excitó demasiado. Conforme pasábamos las estaciones se iba subiendo más gente hasta que quedé pegada a la puerta de emergencia que nunca se abre; dos estaciones después sentí como unos dedos rozaban mi pierna, fue tan ligero el toque que pensé que había sido por accidente. Pero el tipo, al ver que no decía nada, decidió seguirme tocando. Acarició levemente mis muslos hasta subir por dentro de mi falda. Volteé a verlo y era un señor como de 36, de traje oscuro y cara amargada.

Sus dedos llegaron hasta mi triangulito y me sobaron  despacio para no llamar la atención. En eso el chofer dio un frenón y fue cuando el señor chocó contra mí y pude sentir que debajo de su pantalón ya estaba bien duro. En la siguiente estación entró más gente y el tipo ya no se pudo separar por lo que sentía su verga erecta contra mi vientre; como pude levanté mi mano y acaricié con cuidado por encima de la tela al mismo tiempo que el seguía masajeando mi conchita.

En la siguiente estación se bajó mucha gente y se despejó el vagón por lo que ya no pudimos seguir tocándonos, dos estaciones después el señor se bajó sin mirarme y yo seguí yendo a la escuela.

Ese encuentro me dejó aún más caliente de lo que ya estaba, solo podía sentir la tela de mi tanguita toda mojada y mis fluidos empapando la parte interna de mis muslos. Llegué a la escuela y fue cuando miré hacia la calle vacía; Roberto estaba trabajando debajo de un auto, vestido con unos jeans sucios y viejos y una playera blanca igual de mugrosa. Recordé como me cogió aquella noche y caminé hacia él como si estuviera hipnotizada. Llegué hasta donde estaba, el volteó a verme desde donde estaba y sacó una de sus feas y pervertidas sonrisas.

-Mira que tenemos aquí, una putita urgida. Si vieras la vista que me estás dando…

-¿Te gusta? –pregunté acercándome aún más y dejando mis piernas un poco abiertas.

Roberto se quedó viendo debajo de mi falda escolar, inconscientemente empezó a acariciar su miembro. Unas personas iban dando la vuelta a la esquina así que caminé adentro de su local y fui directo hacia una puerta que me llevó a una tipo oficina que tenía ahí; las paredes estaban repletas de fotos de chicas semidesnudas y en poses sugerentes.

El ruido de la cortina metálica se escuchó, unos pasos pesados caminaron hacia donde estaba y Roberto se quedó en la puerta bloqueándola, sus ojos me recorrían de arriba abajo y ya se notaba un bulto en su entrepierna.

-Me has tenido muy abandonado, putita. He tenido que jalármela pensando en tu conchita porque no has venido por tu ración de carne.

Yo solo lo miré y mis manos automáticamente empezaron a desabrochar mi blusa.

-Tranquila, perrita. Tenemos toda la tarde. No te dejaré ir hasta que ya hayan salido los escuincles de la escuela así que vete con calma.

-¿Me vas a hacer esperar? –pregunté con inocencia.

-No reinita. Pero nos vamos a divertir mucho. Para empezar vas a hacer todo lo que yo te diga, ¿Entendido?

Roberto se acercó más a mí y empezó a oler mi cuello. Yo estaba que no podía más.

-Respóndeme puta –dijo nalgueándome.

-Sí, haré lo que digas.

-Muy bien, muñequita. Para empezar quiero que vayas al auto que está aquí adentro del taller y te subas al asiento de atrás.

Salí de la oficina y vi el carro que me decía, era un Chevrolet no tan nuevo de color negro. Me senté en el asiento de atrás y esperé a que Roberto saliera. Cuando llegó ya se había quitado la camisa, además llevaba una cámara digital en las manos.

-Muy bien, Vane. Acuéstate y posa para mí como la putita que eres.

Hice lo que me pidió y empezó a tomarme fotos. Traté de hacer varias poses, cada una más sugerente que la otra; y como la falda era demasiado corta, se subía y le daba una excelente vista de mis nalgas. Cuando tuvo varias, me pidió que desabrochara los botones de mi blusa, sacó más fotos y así estuvimos, cada sesión tenía menos prendas que la anterior; después de desabrochar la blusa me pidió que me la quitara, luego me dijo que me quitara el brassiere, luego la faldita, las calcetas blancas hasta que quedé solo con la tanguita. Cuando me quedé con esa única prenda me tomó bastantes fotos; quería que le abriera las piernas, que me pusiera en cuatro, que jugueteara con mis senos, que chupara una de sus herramientas, etc.

Cabe decir que yo estaba a mil. Una parte de mí sabía que no debía dejarle tomarme fotos, o al menos no donde saliera mi rostro, pero me sentía tan sucia que no me importó.

Cuando se cansó de las fotos me sacó del auto y él se sentó con las piernas hacia afuera. Me indicó que se la mamara y me hinqué para hacerlo. Se sacó su verga durísima del pantalón y un fuerte olor a macho llegó hasta mi nariz. Su pito estaba chorreando un líquido viscoso que me hizo agua a la boca.

Empecé besando la cabecita y todo el tronco lleno de venas, luego fui lamiendo como si fuera una paleta y terminé metiéndome todo su palo como si me fuera la vida en ello. Roberto seguía con la cámara en las manos pero esta vez estaba grabando como se la chupaba.

-Voltea hacia la cámara, zorra.

Hice lo que me pidió y chupé con más ímpetu. Succionaba y jugaba con mi lengua, a veces sacaba su tranca de mi boca y la agitaba golpeando mi lengua con ella. También la pasaba por toda mi cara, cuello y senos.

El seguía chorreando y más yo, mis muslos estaban completamente escurriendo.

-Basta, me estás sacando la leche zorrita.

Pero no me detuve, saber que le estaba gustando me dio más ganas de hacerlo y seguí chupando como loca hasta que sentí que una de sus manos me agarraba del cabello apretándome hacia su entrepierna para no dejarme escapar.

La cámara ya estaba enfocando hacia otro lado y no quería que esto se perdiera, así que tomé la cámara y de nuevo la enfoqué hacia donde estaba la acción.

Después de unos segundos sentí como Roberto temblaba y un líquido caliente me llenó la boca. Hilos de esperma empezaron a escurrir por las comisuras de mis labios y le siguió un chorro abundante cuando Roberto sacó su verga de mi boca. Tragué lo que pude y el resto cayó sobre mis senos.

Él me arrebató la cámara de las manos y empezó a tomarme más fotos, en especial a mis tetas embarradas de su semen.

-Te has portado muy bien, putita. Te toca tu premio –dijo cuando se cansó de las fotos.

Roberto salió del auto y fue a dejar la cámara en un estante con herramientas. Me levantó y me llevó a la mesa de la otra noche.

Se arrodilló y me besó el vientre. Poco a poco fue bajando y comenzó a chuparme por encima de la tanga. Sus dedos se metieron por debajo del hilo y acariciaron la entrada de mi conchita.

-Hueles a hembra en celo, y tu chocho está suavecito y peladito como me gusta, me encantas puta.

Me quitó la tanga y ahora si se puso como animal hambriento a devorarme la concha. Su lengua rasposa parecía tener vida propia, se movía como un gusano endemoniado, entraba y salía de mi cuevita y succionaba mi botoncito haciéndome gemir como toda una prostituta. Unos minutos después el primer orgasmo me estaba invadiendo haciéndome sacar más flujos de lo que creí capaz.

Cuando recuperé fuerzas Roberto me ayudó a levantarme y me besó metiendo toda su lengua dentro de mi boca. Era un beso sucio y pervertido pero a mi me encantaba. Mientras nuestras lenguas estaban en su lucha, sus manotas magrearon mis nalgas y en ocasiones sus dedos cochinos se metían serruchando mi cuevita.

Él siguió besándome pero en algún punto de dio la vuelta y ahora su boca estaba en mi cuello, mordiendo y chupando. En mis nalgas podía sentir como su pene iba creciendo de nuevo, y sus manos ahora estaban divididas pellizcando mis pezones y tallando mi clítoris; mis piernas estaban volviéndose de gelatina y un nuevo orgasmo me iba a llegar cuando me di cuenta que estábamos justo enfrente de la cámara que había puesto en el estante. El muy puerco nos estaba grabando y yo con toda mi identidad expuesta y abierta de piernas.

-Que cerdo eres –dije entre gemidos-. Como se te ocurre grabarme en esta situación.

-No te hagas, putita. Bien que te gusta, ya estás escurriendo de nuevo.

Ya tenía tres dedos dentro de mí y podía sentir como succionaba mi cuello. De seguro iba a dejar otro chupetón.

Era tal mi calentura que no me di cuenta cuando me inclinó sobre la mesa y se bajó el pantalón. Sus manos seguían apretando mis nalgas y la cabeza de su verga empezó a puntear la entrada de mi coño. Agarró su mástil y me restregó desde mi botoncito hasta la entrada de mi culito.

De una sola estocada me metió su verga, me agarró de sorpresa y grité por el dolor que sentía; ni siquiera la primera vez me había dolido tanto.

Roberto empezó a bombearme como semental. Su pito entraba y salía con tanta fuerza que me hacía chocar contra el borde de la mesa. A veces el muy cerdo me nalgueaba o me jalaba del cabello mientras decía cosas muy sucias y me llamaba su hembra, puta o zorra.

Volteé a ver la cámara y esta vez en vez de cortarme el rollo, me calentó aún más. Me imaginé la imagen que estábamos dando: una chavita de 17 años, nalgona y de muy buen ver, siendo follada por un mecánico maduro y sucio que la estaba serruchando como a cualquier puta barata de la merced.

Pensando en esa imagen, oleadas empezaron a nacer dentro de mí. Mis gemidos se hicieron cada vez más fuertes al igual que los bufidos de Roberto.

-¿Te gusta como te cojo zorrita?

-Sí, me encanta ­–respondí entre gemidos

-Tu conchita está bien apretada, mi reina. Se ve que nadie más la ha usado desde esa vez. ¿La has guardado para mí?

-Siiií… solo para ti… Para que me folles como a tu hembra.

El siguió bombeándome, a veces apretando mis nalgas y a veces magreandome las tetas. Ya no aguantaba más.

-Roberto… me vengooooo…

Roberto la siguió metiendo y sacando con más fuerza y cuando sentí el orgasmo llegar, el me dio una estocada demasiado fuerte y cayó sobre mi espalda. Su esperma caliente invadió mi conchita mientras su aliento soplaba en mi cuello. El sucio mecánico comenzó a besarme la espalda y lamerme el cuello. Cuando se separó de mí y sacó su verga flácida, hilos de semen comenzaron a salir escurriendo por la parte interna de mis muslos.

Roberto fue por la cámara que seguía grabando y cuando se acercó hasta donde estaba, me hizo abrir las piernas y mostrar mi conchita roja escurriendo su leche.

El día no terminó ahí, en el siguiente les contaré que sucedió después. Espero que les haya gustado; dejen sus comentarios y les mando besitos.