EL MATRIMONIO DE D. PABLO MENESES. Nueva versión 3

Y aquí finaliza la historia de Pablo y Mercedes. En realidad, es lo único nuevo que escribí, pues los capítulos 1 y 2 son, prácticamente, idénticos a los de a anterior serie.

CAPÍTILO 3º

Los días siguieron pasando, pero ni Pablo volvía al bar de Alberto Alcocer ni tampoco D. Pablo el Tonante a su casa… Pasaron ocho, nueve… Hasta puede que diez días, estando ya España abocada a las Navidades 1971-72,  persistiendo tanto Pablo como de D. Pablo en el mismo plan de radical desaparición, cuando el mismísimo 22 de Diciembre, en el que los niños del Colegio de San Ildefonso cantan   por la mañana los números de la Lotería de Navidad, la señorita Kitty se dijo que “si Mahoma no iba a la montaña, la montaña iría a Mahoma”, de modo que aquella tarde, a última hora, cuando sabía que en la clínica ya sólo quedaría Pablo, pues todo el personal de la misma, hasta la secretaria, se habrían ido ya, le llamó al teléfono. Como esperaba, le respondió él mismo

  • Hola mal hombre. ¡Landrú! ¡Que me tienes más que abandoná! ¿Cuánto tiempo hace que no te veo el pelo? ¡Malo, malo! ¡Más que malo! ¡Mal hombre! ¡Sí; mal hombre! ¡Malísimo! Yo aquí, esperándote cada día y tú… ¡A saber con qué pelanduscas andarás!
  • Hola Kitty. No, no; nada de pelanduscas Tú ya sabes que yo eso… Lo que pasa es que no he podido ir; y es que no veas la cantidad de trabajo que últimamente tengo…
  • ¡Trabajo, trabajo! Ya sé yo cuál es el trabajo que tú tienes, que todavía estás enfurruñado conmigo por lo del otro día. ¿Me perdonas, por fa? Te prometo que estoy muy arrepentida de aquello; te lo juro, cariño, te lo juro…
  • No…no te preocupes Si es normal. Tú…tú eres lo que eres, tienes clientes, te vas con ellos… Es normal. No; no pasa nada; de verdad, Kitty, que no pasa nada…
  • Ya; eso me lo dices porque conmigo eres más bueno que el pan, pero yo sé que no es así. Que te hice mucho, mucho, daño Lo siento; de verdad que lo siento ¿Sabes lo que pasaba? Que estaba muy, pero que muy cabreada con mi marido, y la pagué contigo. ¿Me perdonas, amor?
  • Que no te preocupes, te digo. No; no estoy enfadado contigo. Cómo voy a estar enfadado contigo si eres la luz de mis ojos, mi alegría de vida, mi razón de vivir Si, gracias a ti, he vuelto a vivir, a saborear el placer de vivir…
  • Gracias amor. Yo también te quiero; te quiero mucho ¡Hala! ¡Ya te lo he dicho! ¡Te lo he soltado! ¡Valiente puta estoy hecha! ¡Ocurrírseme hacer lo que una puta jamás debe hacer: Enamorarse de un cliente! Pero así es Pablo ¡Te quiero con toda mi alma! ¡Esto sí que te lo juro!
  • Yo también te quiero a ti; y con todo mi ser, con toda mi alma también. Mira si te querré, que te acepto tal y como eres; como lo que eres: Una mujer de muchos. No pretendo, en absoluto, que seas sólo mía, pues sé que eso no puede ser, así que sólo deseo que seas mía, sólo mía, cuando estás conmigo. Luego sé que eso así no puede ser, y lo acepto; y lo acepto sin problemas, ¿sabes? Sé que si no fueras lo que eres, nunca te habría conocido, nunca habría vuelto a vivir. Si he vuelto a vivir es porque eres lo que eres, esa mujer de muchos a que antes me refería…
  • Pablo; qué bueno eres conmigo. Y, ¿sabes? También yo he vuelto a vivir por ti, también yo vuelvo a alegrarme de vivir por ti, a disfrutar, de verdad, de la vida por ti. Cariño mío, amor mío, quiero que hagamos una cosa. Es por lo que te llamaba… Quiero verte; necesito verte, amarte, como necesito respirar para poder vivir. Te espero mañana, no me falles, por Dios te lo ruego Y ven pronto; cuanto antes puedas. Yo estaré dispuesta, lista para ti, a las cinco de la tarde como mucho. Si puedo antes, pues antes. ¿Vendrás, verdad?
  • Iré; no te preocupes. A las cinco o antes si me es posible
  • Sí mi amor. Seré tuya; sólo, sólo tuya. Mañana no habrá clientes, no habrá nadie. Tú y sólo tú, mi amor. Y como no quiero que haya clientes, no quiero que mañana me pagues. No serás mi cliente, por muy predilecto que sea, sino mi amor. Sólo, sólo mi amor. ¡Ay, Señor! ¿Sabes amor? Lo que más deseo es pasar toda la noche contigo; dormirme en tus brazos,  y despertar abrazada a ti. Pero sé que eso no es posible, que en algún momento  tendremos que volver a casa, pero eso sí, será tarde; muy, muy tarde, pues antes de la una no vamos a salir de la cama y, más, bastante más que menos seguro, que será más de la una cuando dejemos, por fin, la habitación ¿Te parece bien?... ¿Podrás?...
  • Me parece de perlas… Y sí; claro que podré…
  • ¿Y a tu mujer? ¿Qué le dirás?...
  • Pues ya lo sabes; lo que en estos casos dicen todos los hombres: Que tengo mucho trabajo, que tendré que estar reunido, que tengo cena de trabajo ¿No es eso lo que dicen los maridos  cuando quieren irse de picos pardos?
  • Sí; esas son las excusas que suelen poner. ¡Pobres mujeres, pobres esposas! Siempre sacrificadas, siempre engañadas ¿Cómo se llama tu mujer? Ah; ya recuerdo. Mercedes. ¡Pobre Mercedes!
  • ¡Y un cuerno pobre! ¡Pobre yo, que tengo que soportarla! ¡Y al cabrito de su niño!...
  • ¡Cómo eres, Pablo! Bueno; cómo sois los hombres. Sí: pobre Mercedes. Seguro que siempre sacrificada…
  • ¿Sacrificada ella? Esta sí que es buena ¡Cómo se nota que no la conoces!
  • Sí; sacrificada. Que aguantarte a ti tampoco será perita en dulce. ¿A que no has ido a casa últimamente? Seguro que no ¿Has pensado en ella en estos días? Seguro que tampoco Y ella, la pobre, hasta preocupada por ti estará Vuelve a casa esta noche, Pablo. Por favor te lo pido. Y dale un beso a Mercedes cuando llegues…
  • ¡Eso sí que no! Sería capaz de morderme, si le arrimo la cara… Lo dicho; no la conoces, que si la conocieras… Bueno, vale; iré a casa ¡Pero sin beso!
  • Irás a casa, y besarás a Mercedes al llegar.
  • Iré a casa, pero sin besar a Mercedes al llegar
  • Con beso a Mercedes, Pablo. Anda, amor; hazlo por mí que te lo estoy pidiendo…
  • Bueenooo… Pero que conste que por ti… Que si no…

No fue de manera inmediata a hablar con la “señorita Kitty”, pues cuando cortó con ella, del tirón, siguió con lo que hacía cuando ella llamó, sino después, cuando empezó a prepararse para volver a casa, al quitarse la bata para, de nuevo, vestir de paisano. Fue entonces cuando, recordando la reciente conversación con Kitty, que cayó en que todo  aquello no había sido sino una ensoñación, algo más onírico que real pues “miss Kitty”, la “señorita Kitty”, no existía sino que era, sola, exclusivamente que un “nom de guerre”, un seudónimo usado por Mercedes en su vis de prostituta.

Que, con quien, real y verdaderamente, acababa de hablar, era con Mercedes, su mujer, bajo ese ¿disfraz? de “señorita Kitty” y que a ella misma, a Mercedes, a quien soltara lo de que “Pobre  él, que tenía que soportarla” Y que, de besarla al volver a casa, nada de nada, pues “si le arrimaba la cara, sería capaz hasta de morderle”

Pero también era Mercedes, su casi aborrecida esposa, la que, más que seguro estaba, nunca le quiso, nunca le amó, quien acababa de confesarle, y casi con lágrimas en los ojos, que por él había vuelto a vivir, a disfrutar de la vida. Y lo más importante, que le quería, le amaba; con toda su alma, todo su ser. Y nada cambiaba, en nada influía, que ella, Mercedes, le  hablara como Kitty o que se refiriera a él como ese otro Pablo, cliente predilecto de la “señorita Kitty”, pues Kitty era Mercedes como ese Pablo, “cliente predilecto de la señorita Kitty”, era él mismo, Pablo Meneses.

¿Qué significado tenía todo aquello? Allí, entre ellos, habían cuatro personas; dos reales, el propio Pablo Meneses y su mujer, Mercedes Avilés, señora de Meneses, según la terminología de la época. Y otros dos personajes más, ficticios, creados: La “señorita Kitty”, y ese otro “Pablo”, el cliente preferido de la “señorita Kitty”, que eran pura fantasías, papeles de opereta casi bufa representados ora por Mercedes, ora por Pablo, sus creadores, según convenía.

Pero allí se daban, se decían, cosas muy, muy serias, trascendentes, expresadas, además, con el corazón en la mano, pura verdad de lo que cada uno sentía, en cada corazón vibraba, sin trampa ni cartón, sino verdades crudas, desnudas: Básicamente, que él amaba con toda su alma, todo su ser a una mujer que no era otra sino Mercedes, su esposa; vamos que estaba “chalupa”, “mochales”, loquito perdido por ella, su esposa y mujer. Y que a Mercedes, le pasaba tres cuartas de lo mismo respecto a él, su esposo y marido. Y no olvidemos que esas ansias de amor, de amarle hasta la saciedad, no eran de entonces, sino que con aluna veteranía contaban ya. Recordar, al efecto, la “Primera Vez” Pablo-Kitty, que Mercedes estuvo a punto, pero lo que se dice que a punto, de “caer” sin condiciones ante ese Pablo que, más palmariamente, imposible amar con toda su alma. Vamos, que bastaron unos pocos minutos de amor entre  ellos para que aquél amor que en tiempos se tuvieran reverdeciera con más que intensos  bríos.

Y sí, en esa noche D. Pablo, a eso de las diez, llegó a su casa. Mercedes estaba en el salón, viendo la televisión y él se quedó en medio del salón, un tanto cortado…

  • Ho…Hola… Ya he vuelto…

Mercedes ni se inmutó al entrar él, y menos ante su saludo. Sin dejar de mirar la “tele”, respondió

  • Hola… Pues sí; ya te veo…

Nueva vacilación de D. Pablo; quería hacerlo, besar a su mujer, su  amada Merceditas, pero, sin saber por qué, no se atrevía; era como si temiera, le diese miedo hacerlo, besarla. Aún titubeó un momento, pero, finalmente, se acercó a su mujer e, inclinándose sobre ella, la besó en la mejilla

  • ¡Dios; que doblen las campanas! ¡Mi marido me acaba de besar! ¡Cuánto honor, para esta mujer inútil, vieja y…zorra! El cabrito de mi marido acaba de besarme No me lo puedo creer ¿Qué te pasa, Pablo? ¿Te volviste turulato, acaso?...

Pero es que, entonces, nada más besarla, D. Pablo, Pablo, se sintió presa de un como fluido, como corriente ígnea que animaba un irresistible deseo de besarla en sus labios. De comerle, devorarle, esa su boca de diosa del Heleno Olimpo, una boca sólo digna de, una “Afrodita Saliendo del Baño”, una “Afrodita de Cnido”, una “Afrodita/Venus de Milo” una “Afrodita de Capua”. Y murmuro muy, muy, “por lo bajinis” ( en voz baja/muy, muy baja )

  • Sí; loco perdido, pero por ti, Mercedes, mi adorable mujercita… Sí, Mercedes de mi  alma, de mi vida, de mi corazón

A Mercedes llegaron, claramente, esas las postreras palabras, o “palabritas”, de su muy amado marido, y hasta comenzó a responderlas, pero la inesperada y harto vehemente acción de Pablo lo marchitó todo en flor * ¡Alma, corazón y vida! Eso tenía mús…

Pablo apenas si se movió, pues tras ese primer beso a Mercedes había quedado tan a su vera que más parecían estar juntitos los dos que muy, muy, cercanos; así que, de pie como estaba, lo único que hizo fue, todo él más que decidido y sin encomendarse a Dios ni al Diablo, agarrar a su “parienta”, más que bien agarrada, arreándole un “morreo” de esos que hacen época.

Cuando al fin Pablo la soltó, algún que otro minuto más tarde, a Mercedes le temblequeaban las piernas, tanto, que si no se apoya en su marido mide el suelo cuan larga era, el rostro, colorado cual tomates más que maduros, las cardíacas pulsaciones galopando a sus anchas. Pero, la verdad, se encontraba más ancha que larga. Las palabritas que él, más a su oído que cosa otra alguna, la habían llenado no sólo de dicha, pues eran la constatación de que sus conjeturas respecto a lo que, finalmente, su marido, Pablo, sentía por ella, lo mismo, lo mismito que ella sentía por él, un cariño, un amor, inmensos, sino también de legítimo orgullo, al saberse aún capaz de conquistar, enamorar, a un hombre. ¡Y anda que no lo tuvo difícil con “su Pablo”, pues había que ver la inquina que él le tenía!... Bueno, y la que ella le tenía a él, que tampoco era “peccata minuta

  • ¡Ay nene, y cómo “arrempujas!... ¡Señor, Señor, Señor!... ¡Y qué energías que te gastas!

Sí; Mercedes estaba exultante, feliz, tremendamente dichosa. En el mismísimo Cielo de Dios: “Que no acabe esta noche, ni esta luna de Abril/Que para entrar en el cielo no es preciso morir”…


La cena transcurrió en absoluto mutismo, callados los tres, D. Pablo, Mercedes y Pablito, sólo que éste no tanto, pues aunque tampoco pronunció palabra alguna, pues nada tenía que hablar con sus padres, para qué, si eran unos “carrozas” que no entendían nada de nada, sí que anduvo con la matraca del tarareo de la, según su padre, “musicorra”, amén de música de negros, que el mancebo daba en escuchar, para desesperación de su padre, que odiaba esos ruidos infernales, de nuevo según él.

D. Pablo, desde luego, echaba miradas asesinas a su hijo, de las que el mancebo ni se enteraba, tan interesado estaba en interpretar, a viva voz y muy a sus anchas, la “musicorra”, pero, pásmense, propios y extraños, esa vez fue su más que tolerante “momó” con su retoño, la que la emprendió con él, a cuenta de los “ruidos infernales”

  • ¡Te podrás callar de una “pastelera” vez, Pablito! ¡Que lo poco aún puede tolerarse, pero lo mucho se hace insoportable

Y, altamente sorprendido de que su “momó” le interpelara de tal manera, el “niño” se calló, a Dios gracias pensó su padre, que ante el gesto de su mujer casi le rinde eterno agradecimiento

Acabó, al fin, la cena en mayor silencio aún que comenzó, pues incluso el joven  Pablito se mantenía calladito ante las tarascadas que su muy benigna madre le endilgara. Además, sucedió que tanto Pablo como Mercedes coincidieron en su deseo de “pasar” de “caja tonta” en el salón para, sin más, irse al dormitorio, a descansar de todo un día; varios días, más bien, de muchos, muchos, nervios, los dos. Pero también se dio un hecho más bien inusual entre ellos: Cierto que, las más de las noches, Mercedes se pasaba a la habitación un buen vaso de leche caliente, pero ocurrió que esa noche, precisamente esa noche, cuando, ya en camisón y descalza, salía hacia la cocina por su sempiterno vaso de leche, repentinamente se volvió a su marido, inquiriendo

  • ¿Te apetece un vaso de leche calentita?
  • Pues, ¿sabes Mercedes?; la verdad es que si Y, acompañado de una aspirina ya estaría superior Y es  que llevo unos días, ocho o diez, con un dolor de cabeza que no parece sino que en momentos me estallará en pedazos. Y  que no para ¿eh?
  • Sí; también yo estoy sufriendo unas tremendas jaquecas en estos últimos días. Sí; te traeré un  buen vaso de leche bien calentita y un par de aspirinas, que ya verás lo bien que te sentarán

Y ligera, ligera, seguida por la mirada, toda arrobada, de Pablo hasta perderla de vista pasillo adelante. Pero la ausencia de Mercedes fue mínima, tres, cuatro minutos, a más tardar, que ya estaba de vuelta. Dejó sobre la común mesita ambos vasos de leche, todavía humeantes, y los analgésicos, metiéndose ella, seguidamente, en su cama, aunque manteniéndose un tanto erguida y medio vuelta a la compartida mesita de noche, una postura muy semejante, por cierto, a la adoptada por Pablo, de modo que, más que nada, permanecían enfrentados, dándose mutuamen el frente. Ambos dos se mantenían callado, en silencio con sus vasos de leche sostenidas entrambas manos, bebiéndose la leche poco a poco, sorbito a sorbito. De  pronto dijo Mercedes en el plan más amistoso que darse pueda; diríase, que hasta cariñosamente

  • ¡Ay Dios!... Perdona Pablo; pero  es que hasta ahora mismo no he caíd en que, seguramente, un chorreón de coñac en la leche no te iría nada mal; pero no te preocupes que en un periquete el entuerto arreglado

Y estaba ya con los pies descalzos en la moqueta del piso, presta a salir a escape por la botella de brandy al mueble-bar del salón, cuando la voz y acción de su marido, ya también en pie y tomándola por una  muñeca deshizo en flor la afable intención de la mujer

  • No es necesario, mujer, que te tomes tantas molestias por mí. Yo te lo agradezco en el alma, pero, de verdad que en absoluto es necesario

Mercedes volvió a la cama, permaneciendo en casi idéntica  postura a la de antes, medio erguida dando cara, un tanto de soslayo, a la común mesita de noche, con el vaso de leche, poco más de terciado, entre sus dos manos y, de vez en vez, dirigiendo miraditas de soslayo a su maridito de su alma, pero guardándose más que mucho de que las tales miraditas fueran directas, a la cara de él, ni equivocándose.

Así el tiempo, los minutos, iban desgranándose uno a uno en un lento, lentísimo, pero inexorable, discurrir de segundo tras segundo, minuto tras minuto y todo ello en un sostenido silencio que, diríase se hacía tangible, pesando su gravedad en ese ambiente que, quieras o no, debían compartir los dos, Pablo y Mercedes; Mercedes y Pablo. Y fue ella, Mercedes, quien, finalmente, abrió la espita del diálogo

  • Gracias, Pablo; muchas gracias por la forma de conducirte esta noche con lo de Pabl..…

Y Mercedes se armó un ligero batiburrillo, pues bien sabía lo mal que a Pablo sentaba que llamara al chico, ¡19 años ya! por su diminutivo, Palito, que es como, precisamente, vaya por Dios, más le gustaba nombrarle a su  madre, Mercedes. Pero hete  aquí que fue Pablo, el marido y padre quien sacó a Mercedes del atolladero

  • ¡Pablito, Pablito!... Pablito está bien, ¿Por qué no usar el diminutivo si es así como más te gusta nombrarle a ti? Luego nada, Pablito, y punto
  • ¡Hombre marido! Pues muchas gracias también por esa encendida defensa de… Bueno, seamos francos: Esa encendida defensa de mis caprichos, que capricho es lo de empeñarme en llamar “Pablito” a quien, por su edad, más propio es ya decirle Pablo, como tú querías Y bueno, ya que estamos por “cantarnos” las verdades, decirte que en mi empeño por llamar Pablito al chico también habían muchas ganas de darte en los morros, ¡Ja, ja, ja! Me lo pasaba “pipa” sacándote a ti de tus casillas… ¡Ja, ja, ja! …
  • Mírenla, y “qué apañaíca” que nos salió para ponerme a mí frenético... ¡Ja, ja, ja!

Y sí, al final, acabaron los dos riendo a mandíbula batiente y en los ojos el brillo del mutuo deseo amoroso. Fue Mercedes quien antes logró salir del estado de hipante para ponerse seria ante su marido:

  • ¿Sabes Pablo? Finalmente debo reconocer que en todo lo del chico, tú eras quien tenía razón, no yo y, como decías, PABLO está demasiado consentido y hasta mimado, haciendo siempre lo que le da la gana y sin dar palo al agua ni equivocándose.  Y sí, habrá que meterle en cintura. Pero una cosa sí quisiera yo: Encargarme yo de enderezar lo torcido; vamos, empezar, de verdad, a ejercer de “madre”, entre cuyas responsabilidades también está educar a los hijos
  • Pues qué quieres que te diga, sino que me parece muy bien. Pero una cosa, Mercedes: Bueno será que te muestres firme con él, llevándole más derecho que una vela desde ya mismo, además; pero sin pasarte tampoco, que el excesivo rigor puede llegar a ser peor que una lenidad más extrema
  • ¡Ja, ja, ja! ¡Y quién lo diría, D. Pablo! Que me vengas ahora pidiendo árnica para nuestro “PABLITO” ¡Ja, ja, ja! Desde luego, vivir para ver

Y Mercedes se dio la vuelta en la cama hasta darle la espalda a su marido, mientras se arrellanaba con hasta casi voluptuosidad, buscando la postura más cómoda dispuesta ya a abandonarse a los dulces, suaves, brazos de Morfeo, aunque, todavía, dirigió alguna que otra palabra a su marido que, apoyado en un codo, la mejilla descansado en la palma de la mano, se mantenía semi erguido, la vista fija en su mujer, Mercedes, admirándola, acariciándola, suave, tiernamente, con sus ojos.

  • Bueno  marido; que conste, tengas en cuenta, que me tendrás que explicar, pero que muy bien explicadito, el significado de esas palabritas que deslizaste en mis oídos segundos antes de darme el beso más monumental que jamás en mi vida me hayan dado. Pero esta noche no, que estoy que me caigo de sueño… ¡Ah! Y otra cosa, que ya se me olvidaba. Para mañana quedé con un grupo de amigas. Pensamos…bueno… ¡HASTA QUEMAR MADRID! si no encontramos otra cosa que nos divierta más, O sea, que saldré pronto de casa, nada más comer, a las cuatro de la tarde como muy allá y regresar, pues cualquiera sabe: No antes  de  la una  y pico de la madrugada y puede que sean ya las  dos y hasta las tres de la mañana…

Entonces sí que Mercedes empezó a dejarse llevar por el potente influjo de Morfeo, comenzando a abandonarse a sus acogedores brazos, mientras Pablo seguía mirándola, admirándola más aún si ello cupiera, pero ahora también con una sonrisa un tanto especial, por casi burlona; bueno, y sin el  “casi” lo de “burlona”; aunque también cabría calificar la  enigmática sonrisa como el gesto de un crío que se dispone a hacer la  gran trastada, capaz de poner la casa entera “patas arriba”. Y empezó a hablar, aunque para ese entonces Mercedes le oyera ya entre la neblina del primer sueño o, quien sabe si el “pre-sueño”, si tal concepto existiera, pudiera existir, en siquiatría

  • Esta tarde he recibido una llamada telefónica muy, pero que muy especial; muy interesante por lo que me dio a cavilar luego, cuando  ya, más que nada, salía de la clínica para volver a casa. Era Kitty, muy preocupada tras diez días sin saber nada de mí.

A esas alturas, Mercedes se mantenía en un estado de duermevela en el que ninguno de ambos estadios, sueño y vigilia, imperaba, plenamente, sobre el otro, sino que el estado general de la mujer era una amalgama de ambos caracteres, medio dormitando a trancos, casi despierta a ratos, oyéndole a él de vez en vez, hasta que escuchó un más que claro “Kitty” y, más/menos, hasta pegó un bote en la cama, quedando más que despierta, con los ojos como platos.

Nada de esto significa que Mercedes estuviera preocupada, alarmada, menos aún, temerosa. Sabía de sobras de qué iba el asunto, la famosa conversación telefónica “Señorita Kitty”/”Pablo a Secas” cuyos reales, verdaderos, protagonistas fueran ella misma, Mercedes, y su marido, ese Pablo que en tal  instante le hablaba. Ahora lo  que sí había, y a manta, era interés, curiosidad: Ganas de saber la versión de él respecto a tal conversación. Y resultó que eso, en principio, apenas si tuvo interés, pues Pablo se limito a reproducir,  casi punto por punto, coma por coma, lo que hablaron.

Fue después, cuando él entró en lo que ya fueron sus sentimientos desde que bien podría decirse, descubrió la verdad de lo que estaba viviendo, esencialmente, que “Kitty” y Mercedes eran la misma persona, todo cambió para hacerse más que interesante, pues a partir de entonces él le abrió su corazón, hablándole a ella, Mercedes a  corazón, abierto de par en par

Y así, sin candelas, ni cerrojos, con el corazón más que abierto para ella, le confesó el gran amor que le profesaba, lo tremendamente enamorado que estaba de ella

“Sí; loco perdido, pero por ti, Mercedes, mi adorable mujercita. Sí, Mercedes de mi  alma, de mi vida, de mi corazón”…

Y esas “palabritas” no tienen más explicación que lo mucho, muchísimo, que te quiero, te amo, te adoro, ángel mío

Mercedes, entonces, riendo alegre, de  la mejor gana, respondió:

  • No, si ya te lo dije antes:”Cómo “arrempujas”, nene; cómo “arrempujas”. ¡¡Ay Dios, mi maridito, y lo gitanillo  canastero que, finalmente, me está resultando

Sí, a corazón abierto hablaba a Mercedes, su mujer, del enorme amor que hacia ella atesoraba, pero también del miedo que de sí mismo sentía, de ese Pablo que sólo sabía hacer daño en todo su derredor. Que ansiaba emprender una nueva vida junto a ella, una vida de amor y respeto mutuo, pero que, al  propio tiempo, le daba miedo, le aterraba, no fuera a reaparecer, finalmente, ese otro “D. Pablo”, su perenne “enemigo malo”, el que, finalmente, le hacía odioso a todo el mundo.

Entonces Mercedes, envolviendo a Pablo en su ternura, su dulzura de mujer enamorada y hasta las trancas, hasta ser imposible amar más, apartando sábanas y demás de su cama, se levantó y anduvo hasta la él, sentándose allí, más/menos, por su centro, junto al embozo y cuerpo de él, Pablo. Le acarició, pasándole la mano por los cabellos, mientras le hablaba

  • Cariño, mi amor; a ese “D. Pablo” no debes temerle ya pues ya no existe; desapareció y nunca más regresará. Le hemos llamado muchas cosas, pero  no lo que más le  cuadraba: “El Amargado”. Porque lo que realmente a tal ser le pasaba era sufrir, permanentemente, la amargura del desamor: Amar, desesperadamente, a una mujer, la suya, su esposa, precisamente, y al tiempo estar convencido de que esa mujer le odiaba, que nunca, nunca, le  amaría. Pero eso, mi amor, se solventó por sí mismo al descubrir que yo, tu mujer, tu esposa, estoy enamorada de ti hasta las trancas. Y mi amor, mi vida, “D. Pablo” sólo hay uno: Tú, tú mismo, cariño mío. Luego, “muerto el perro del desamor, se acabó la rabia de la amargura”.

Mercedes calló para, alargando la mano, tomar el paquete de cigarrillos de la mesita de noche; se sirvió uno ofreciendo, seguidamente, el paquete a Pablo

  • ¿Quieres uno?

Él declinó el ofrecimiento y Mercedes siguió.

  • Y, ¿sabes lo que te digo, amor? Que esta tarde quedaste con Kitty en pasar mañana una tarde-noche de amor infinito, inacabable. Y ahora que ya “Kitty” y los otros “D. Pablo” no existen, que ya sólo  existimos, estamos, nosotros, tú y  yo, ¿porqué no adelantar lo de mañana tarde/noche a  esta noche y lo que, ya de la mañana, aguantemos amándonos?

Y, poniéndose en pie comenzó por despojarse del  camisón quedando pues como su señora mamá la puso en este “pastelero” mundo. Y así, desnudita por completo, en “cueritates vivos” que diría un castizo de los de antes, de los que, “¡cashinlá!”, quedamos ya muy, pero que muy poquitos, volvió a sentarse en la cama, pero abriéndola una miajilla, dijo  a su Pablo de su alma

  • ¡Anda, amor! Hazte un poco hacia allá, a la  pared… ¡Uff!... ¡Uff!.. ¡Uff!... ¡¡Señor, y qué apreturas!! Ya sé lo primero que voy a hacer por la mañana: ¡Comprar todo un señor dormitorio de matrimonio!

¿Hará falta añadir que, para los dos, la noche fue “serena y larga, como el tallo de la rosa”? ¿Tan larga, tan larga, que tiempo ha despuntaran las claras del alba cuando, al fin, la calma del sueño reparador substituyó la muy embravecida tormenta del amor en casi feroz cuerpo a cuerpo? ¿Verdad que no? Pues eso

Fue cinco o seis, tal vez siete semanas tras de aquella gloriosa noche, metidos ya los dos en la cama y después del segundo, puede que tercer cigarrillo de “después”, Mercedes dijo a su maridito

  • Cariño, amor; debo darte una noticia que no sé si te gustará; en fin, que debemos ir al médico
  • ¡¡¡Queee!!!

Pablo, de un salto, se puso en pie y en dos zancadas estaba al lado opuesto de la cama, junto a su mujer y con su mano entre las suyas, las del maridito

  • ¿Qué te pasa, mi amor? ¿Te encuentras mal? ¿Dónde te duele? ¡Apendicitis!... ¡Esto va a ser apendicitis!... ¡¡¡Seguro!!! ¡Al hospital! ¡Hay que llamar al hospital pero ya mismo, además! ¡Que lo tengan todo preparado, quirófano, toodooo, que salimos para allá ahora mismo!

Sí, D. Pablo, el maridito, estaba que se subía por las “paderes” de los ne…nervios que tenía, ¡¡¡huy qué “névios”, huy qué “névios”!!!, pero Mercedes riéndose a carcajada limpia

  • Pero cálmate, hombre, que tampoco pasa nada de lo normal
  • ¿Ah, no?... ¿No es el apéndice lo que te duele?... Pues, cuidado, cuidado, que muchas veces que duele es el  vientre. ¿Te duele el vientre?
  • ¡¡Hay Dios, y qué hombre!! ¡¡¡QUE NO ME DUELE NADA; NADA EN ABSOLUTO!!! Es al ginecólogo al médico que tenemos que ver. No estoy del todo segura, pero creo que estoy embarazada... ¡¡¡Ja, ja, ja!!! Que en nuestra famosa “Noche de Amor”, la primea que compartimos tú y yo, sin “Kitty” ya de por medio, estuviste “sembrao”: ¡Zas!, y en plena diana que fue a dar el “disparo”

Y, efectivamente, casi treinta y seis semanas más tarde, 35+5 días, exactamente 250 días más tarde o 276 días tras de la famosa “Noche de Amor”, Mercedes alumbraba una muñequita más maja que las pesetas a la que, como de otra manera tampoco podía ser, bautizaron como Mercedes, Merceditas en familia. Pero es que Merche aún no tenía tres años cuando Mercedes ofrendaba a su marido un Manolito, por su abuelo paterno, que no se podía aguantar de bonico que era el bebé. Pero es que también pasó que algo más de tres años después vino una nena más que preciosa a la que, miren ustedes vosotros por  dónde, su señora madre se emperró en llamarla Kitty. Y es que a tan peripatético personaje le debían mucho los dos, aunque a Pablo, por finales, el nombrecito no le hiciera tanta gracia por recordarle esa vis de prostituta que su mujer tuvo, pero bien se dice que “Bien está, lo que bien acaba”.

Pero también resultó que Kitty cerró el cupo reproductivo de Mercedes, a sus 52 años, antes más que menos pasados, pues tras ese “Canto del Cisne” que fue Kitty para la fertilidad de su madre,  ésta no volvió a menstruar.

FIN DEL CAPÍTULO Y DEL RELATO