El matón del instituto (III)

La trilogía termina con un apropiado menage a trois... ¿os he dicho alguna vez que el tres es mi número favorito?

Siempre he dicho que lo que más me gusta de hacer teatro son los aplausos. Hoy no es diferente: cuando terminamos la última canción, se encienden las luces y empiezan los aplausos, la ovación del público me pone los pelos de punta.

Claro que hoy tengo un motivo especial. Marcos está entre el público, sentado en primera fila, aplaudiendo a rabiar. Aún no puedo creerme que hace apenas unas horas mi polla estuviera inyectando una cantidad desmedida de esperma dentro de su apetitoso trasero (técnicamente había un condón entre medias, pero bueno). Aún no puedo creerme que por fin me haya acostado con el primero y principal de mis mitos sexuales dela adolescencia. Aúnno puedo creerme que Marcos, el matón de la clase, el malote, el hetero que intentó hacerme la vida imposible, me estuviera rogando hace sólo unas horas que por favor le follara más fuerte.

En realidad, la presencia de Marcos entre el público no hubiera bastado para ponerme los pelos de punta… otra cosa quizás, ¿pero los pelos? No. Lo que me pone los pelos de punta es que, sentado a su lado y aplaudiendo con idéntico entusiasmo, está mi novio.

Recapitulemos. Aún estábamos Marcos y yo en su cama, retozando con nuestros cuerpos sudorosos, cuando mi novio me llamó por teléfono. ¿Tienen los novios una capacidad especial para oler los cuernos? En cualquier caso, me avisaba que iría a verme al teatro con una amiga suya. Fenomenal. Yo, no queriendo romper el momento, le dije a Marcos que era una llamada de trabajo. Craso error, porque un par de horas después, cuando yo ya conducía a toda leche hacia el teatro, Marcos me había llamado para anunciarme que acababa de comprar una entrada de primera fila para verme en el teatro, interpretando (o perpetrando, según el crítico) un osado Simba en la producción española de El rey león.

Ahora me toca comerme el papelón: mi novio, su amiga Maripepi o algo similar y Marcos, los tres ansiosos de salir a tomar una copa conmigo.

Terminan los aplausos, y cuando llego al camerino observo que los tres me están esperando allí. Resulta que Maripepi se llama Gemma, después de todo, para gran cabreo de mi novio que me ha hablado de ella cientos de veces. Hoy no hay adolescentes pidiendo autógrafos (ya sólo los gustan los cantantes yankis prepúberes, parece ser), así que en cinco minutos estoy cambiado y listo para entonar el ave Caesar, morituri te salutam…

  • ¿No os he presentado, verdad? – digo, mientras vamos de camino al bar de al lado del teatro -. Marcos, éste es mi novio Javier. Javier, Marcos es un antiguo compañero del instituto…

  • ¿Es el Marcos del que me has hablado? – pregunta mi novio con su angelical inocencia.

  • Supongo que te habrá dicho que era un cabronazo con él – ríe Marcos -. Ahora creo que me he convertido en una persona normal.

  • ¿Entonces es verdad que eras el malo de la clase?

  • Y tanto… suspendía todo, le daba balonazos a los pequeños, fumaba a escondidas… hasta le di una hostia a tu novio una vez que quiso chupármela, ¿te acuerdas?

Yo empiezo a palidecer por momentos. Maripepi pone cara de estupor, pero Javier (que ha oído la historia de Marcos con todas sus derivaciones cientos de veces) mantiene el tipo y consigue escudarse tras su sonrisa.

  • Éste es el bar donde venimos siempre – digo, tratando de cambiar de tema -. Así podéis picar algo. Yo tengo el estómago cerrado.

  • Qué gilipollas somos de críos, ¿eh? – Marcos sigue a lo suyo -. La de veces que me la he machacado después pensando en esa mamada frustrada. Algún día me la tendrás que hacer, ¿no? Prometo no pegarte esta vez.

  • ¿Entonces eres gay? – pregunta Javier.

  • No lo sé – contesta Marcos -. Bisexual, tal vez.

  • ¡Qué bien, hay una mesa libre! – exclamo yo -. Vamos. Maripepi, recuérdame a qué te dedicas…

  • Me llamo Gemma y estoy en el paro.

La noche continúa con similares niveles de surrealismo. Cenamos (ellos cenan, yo bebo cerveza) mientras Marcos cuenta el tercero y último de nuestros encuentros sexuales de adolescencia con todo lujo de detalles. Pedimos una copa. El vodka con naranja se me sube rápido a la cabeza mientras Marcos continúa hablando de cómo siempre se ha arrepentido de no haberme contado sus verdaderos sentimientos en el instituto. Yo le doy patadas debajo de la mesa, pero nada. Al final, presa del frenesí, doy un puntapié tan fuerte que hierro el tiro y golpeo a Maripepi en la espinilla.

Cambiamos de bar. Maripepi, Dios la bendiga, se marcha. Uno menos.

Javier, Marcos y yo nos dirigimos a Chueca. Ellos dos van cogidos del brazo, cotorreando sin parar, mientras yo simulo atender importantes asuntos en el móvil. Nos metemos en un antro, en Longplay o algo así. Más vodka con naranja quizá consiga que la noche pase antes…

  • ¿Cómo te vuelves a casa, Marcos? – pregunto, a modo de indirecta.

  • Me pillaré un taxi, no te preocupes.

  • ¿Entonces aún no has tenido ninguna experiencia sexual con otro tío? – le pregunta Javier a Marcos -. Aparte de las tres del instituto, quiero decir…

Marcos me mira con los ojos iluminados por el alcohol y yo siento que mi escroto se empequeñece de repente.

  • Sólo una. Una pasada, la verdad, no puedo creerme lo que he estado perdiéndome todos estos años.

  • ¿Y eres activo o pasivo? – pregunta Javier.

Yo tengo un buen trago de bebida en la boca y lo escupo con un estruendoso ataque de tos. ¿Javier se ha vuelto loco? ¿O lo está haciendo a propósito? ¿Sabe lo que ha ocurrido esta tarde y quiere torturarme? Me excuso y me voy al baño. Un poco de agua en la cara me hará bien. Diré que estoy cansado, que mañana tengo función otra vez y que necesito dormir. Esto es demasiado para mí.

Cuando vuelvo, me encuentro a Marcos y a Javier dándose el lote. Flipo tanto que por un instante me pregunto si he tomado alguna droga y no me acuerdo. No se limitan a besarse: Marcos ha metido ambas manos debajo de la camisa de mi novio y le soba los pezonas, mientras Javier masajea el paquete de mi amigo con sus dedos expertos. Cuando me vez aparecer, se apartan el uno del otro. Marcos clava sus ojos en mí y se marcha al cuarto.

Javier se me acerca con su rostro beatífico, me sonríe y me dice:

  • ¿Quieres que hagamos un trío con él?

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Después de la experiencia en su dormitorio, Marcos y yo estuvimos años prácticamente sin hablarnos. Al principio él seguía saludándome con su “Hola, maricón”, pero yo pasaba de contestarle. Durante ese curso seguimos entrenando natación juntos, pero yo me iba a la otra punta del vestuario para cambiarme.

Quien evita la ocasión…

A mí las cosas siguieron saliéndome bien. Seguí en el grupo de teatro del instituto. Sacaba buenas notas. Cuando estaba en 2º de BUP, hice varios casting y me cogieron para una serie de adolescentes, lo cual garantizó que todos los chavales del colegio querían ser amigos míos. Ya no les importaba tanto si yo era marica o no era marica…

En cuanto a Marcos, se mantuvo al filo de la navaja. Seguía suspendiendo casi todo, pero en septiembre, como por arte de magia, aprobaba y lograba no repetir curso. Fumaba a escondidas, intuyo que no sólo tabaco. En algún momento dejó de repartir balonazos a diestro y siniestro, pero tenía fama de tener muy malas pulga y casi nadie se le acercaba más de lo imprescindible.

Así nos plantamos a finales de 3º de BUP. Yo estaba en el apogeo de mi fama adolescente y vivía rodeado de un grupo de admiradoras a las que yo ignoraba sexualmente pero con las que me lo pasaba genial. Los chicos de la clase estaban divididos: algunos se limitaban a  tolerarme, otros abrazaban la causa e intentaban jugar a ser mis mejores amigos.

Llegó el viaje de fin de curso: Italia. Yo me apunté, cómo no. Marcos… nadie lo esperaba, pero en el último momento se unió al viaje.

Roma, Florencia, Venecia… En todas las ciudades, las habitaciones eran triples o cuádruples, y nunca me faltó con quién compartir. Lo pasamos en grande. Estábamos ya de regreso en España, en el autobús, e hicimos noche en un pueblo de la costa catalana. La última noche. Fuimos de botellón a la playa, nos emborrachamos mucho, y juro que no sé cómo ocurrió, pero acabamos Marcos y yo en la misma habitación.

Solos.

Yo iba tan cocido que ni siquiera me di cuenta en un primer momento. Fue él quién llamó mi atención.

- Al fin lo has conseguido, ¿eh marica? – me dijo desde su cama.

- ¿Qué dices, tío? – contesté yo, desde la mía.

- Quedarte a solas conmigo. Quieres volver a chupármela.

- Paso de tu polla, chaval – mascullé yo, entre delirios etílicos -. Déjame dormir.

- Mírala, ¿a que quieres comértela?

Como aquella otra vez, Marcos se había desnudado y se masturbaba el enorme rabo mientras me miraba con expresión irónica.

No sé en qué estaría pensando. Estaba borracho. Me creía el tío más popular del instituto. Había asumido plenamente que era gay, y en el plató había tenido ya varias relaciones con otros actores. Me sentía muy seguro de mí mismo. Así que me levanté y me acerqué a su cama.

- Eres un calientapollas – le dije.

- ¿Me la comes o qué?

Yo me quité la ropa y le dejé que viera mi cuerpo, que ya empezaba a estar definido por el gimnasio. Mi polla se había puesto dura al instante, pero eso si que no había cambiado desde aquella primera vez en que nos pajeamos juntos en los vestuarios…

- ¿Tienes un condón?- pregunté.

- ¿Qué?

- Un condón, un preservativo…

- Sé lo que es un condón, gilipollas, pero no sé para qué coño lo quieres.

- ¿Tienes o no?

Marcos rebuscó un instante en su vaquero, que estaba tirado a los pies de su cama, y me dio un condón algo maltrecho, pero en condiciones. Sin decir nada, lo abrí y se lo coloqué en la polla. Él me miraba como alucinado. Yo me escupí en los dedos, me subí a horcajadas encima de él y coloqué su capullo contra mi ano.

- Estoy harto de hacer el gilipollas – dije.

Y me la metí hasta el fondo.

Benditos dieciséis años, bendito alcohol… no me dolió nada. Marcos estaba como en shock. No movía ni un músculo. Yo le cabalgué mientras me pajeaba como un mono furioso, cumpliendo de una puñetera vez la fantasía que llevaba repitiendo en mi cabeza desde que conocí a Marcos, desde que nos masturbamos juntos aquella vez, y sí, también, especialmente desde que me había hostiado en su casa por intentar chupársela.

- ¡Joder! – gritó Marcos. Yo sentí claramente que se estaba corriendo.

-¡Espera! ¡Espera! ¡A mí aún me queda…!

- ¡Maricón! ¡Te has aprovechado de mí! – gritó, dándome un empujón tan fuerte que me tiró al suelo -. Has aprovechado que estaba pedo para que te follara, maricón de mierda… ¡Ahí te quedas!

Se quitó el condón, ya lleno de leche, me lo tiró a la cara y se marchó con su ropa hecha un ovillo. Yo, tirado en el suelo, me metí un par de dedos por el culo y seguí pajeándome hasta que me corrí como una bestia.

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Abro la puerta de casa y Marcos y Javier se deslizan dentro. No me esperan mientras yo atranco la puerta y apago las luces. Cuando quiero llegar al dormitorio, ellos ya están en pelotas y se comen a besos.

Yo me desnudo despacio, mirándoles.

Javier tiene la piel tan blanca que parece extranjero. Su cuerpo parece sacado de una estatua griega, suave, definido, perfecto. Su pelo rubio y sus ojos azules le hacen parecer un ángel.

Marcos es el típico macho español. Músculos grandes, torso peludo, un poco de barriga. Una polla de escándalo.

Yo me desnudo y me deslizo entre ellos. A medio camino entre el ángel y el macho ibérico, dejo que ambos me acaricien, me laman, me muerdan. Marcos se ha enganchado a mi polla y me la está chupando como un campeón. No le cabe entera, pero sus succiones de novato me están poniendo a mil. Javier me besa la boca y me pellizca los pezones.

Un giro, y estoy boca abajo comiéndole el rabo a Marcos. A mí si que me cabe, pero apenas puedo respirar. Javier me está chupando el culo… ¡qué bien lo hace! Siento cómo su lengua me dilata, me abre, me hace desear tener algo grande y duro dentro de mí…

Otro giro, y ahora es Marcos el que me come el culo.

  • ¿Quieres que te folle como aquella vez? – me pregunta.

Javier me mira con sorna. Sabe que no me dejo penetrar fácilmente.

  • Cómeme bien el culo y calla – respondo.

Marcos me mete un dedo. ¡Aprende rápido el cabrón! Dos dedos.

  • Qué dices, Javier, ¿me follo al estrecho de tu novio? Ya me lo follé esa vez en Italia…

  • Era España, gilipollas – le corrijo.

  • Me lo follé y me encantó.

  • Ya, y desde entonces no hay quien se la meta – protesta Javier -. Le debiste dejar traumatizado.

Oigo un ruido. Un condón. ¿De dónde ha salido? Marcos se lo pone.

  • Vamos, sé que quieres tenerla dentro…

Miro a Javier, que sonríe con lujuria. Desde luego, mi culo está bien abierto. Qué demonios. Es mi fantasía, tengo derecho a vivirla, ¿o no?

  • Fóllame – murmuro.

Me pongo a cuatro patas encima dela cama. Javierse coloca delante de mí, de manera que pueda chuparlela polla. Marcosse pone detrás, me mete la punta del capullo, empuja un poco. Me duele, pero estoy tan caliente que muevo el culo para ensartármelo bien.

  • Joder… qué culo tienes, maricón – dice Marcos.

  • Chúpamela – me dice Javier -. Venga, déjame que te folle la boca.

Los dos empiezan a follarme, por delante y por detrás. Yo me muevo como loco, no puedo creer lo que estoy viviendo… me siento vulnerable y expuesto, con mi novio y Marcos metiendo y sacando sus pollas de mí. Empiezo a tocarme con ansia, estoy demasiado caliente, necesito correrme.

  • Espera – dice Marcos.

Cambio de postura. Yo estoy boca arriba, con las piernas bien abiertas. Marcos me taladra el culo desde el suelo mientras mi novio se sienta encima de mí, me pone el culo en la cara para se lo como y empieza a enrollarse con Marcos.

Su agujero está abierto de sobra tras la follada de por la mañana. Él lo sabe, pero lo comprueba con un par de dedos. Se levanta, se gira y se sienta encima de mi polla. Yo no me muevo: Marcos me folla el culo mientras Javier me cabalga el rabo.

Ahora sí que no puedo controlarme.

  • Tíos, me voy a correr.

Javier empieza a moverse como loco, arriba y abajo, y yo veo mi polla entrando y saliendo de su agujero. Marcos me folla, oh Dios sí, me folla el puto culo, pero no da señales de ir a correrse. La lefa de mi novio me cae en la cara entre gemidos mientras Marcos me sigue reventando. Al fin grita:

  • ¡Me corro! ¡Tío, me corro dentro de ti!

  • ¡Sí!

Yo también empiezo a correrme. Los tres seguimos moviéndonos unos segundos más hasta que la tranquilidad se impone. Nos acostamos los tres juntos y nos damos un húmedo beso a tres lenguas.

  • Vosotros dos habéis follado esta tarde, ¿verdad? – pregunta Javier.

Prefiero no contestar.