El matón del instituto (I)

El macarra, el repetidor, el matón del instituto vuelve a aparecer en mi vida doce años después. Pero ya no sé si es tan hetero como yo creía.

Siempre me han gustado las reuniones de antiguos alumnos. Lo que voy a decir suena un poco pretencioso, lo sé, pero me encanta compararme con los que hace años fueron mis compañeros. La mayoría están gordos y medio calvos, y tienen trabajos de mierda. Yo estoy bueno, soy actor de musicales y gano una pasta.

Hasta las tías, que en el instituto pasaban del marica de clase, ahora revolotean a mi alrededor pidiéndome entradas o que les presente a algún famosillo.

Tampoco os quiero engañar. No lo pasé mal en el instituto. Era el marica oficial, vale, pero la gente me aceptaba… más o menos. Me toleraba. Estaba en el grupo de teatro, cantaba, bailaba. Supongo que era una rareza. A veces me insultaban, pero sin hacerme la vida imposible.

Hoy, como siempre que hay reunión de antiguos alumnos, me he despertado con una gran sonrisa. Anoche ya decidí qué ropa me iba a poner; nada demasiado formal, unos vaqueros y un polo ajustado que muestre con toda claridad lo cachas que estoy. Así que sólo tengo que ducharme, vestirme, coger el coche y conducir hasta mi antiguo instituto.

Pero aún es pronto. Tengo tiempo.

Echo un vistazo al otro lado dela cama. Minovio duerme, desnudo, encima de las sábanas, mostrándome el perfil perfecto de su espalda y de sus nalgas. Es rubio, de piel muy pálida, aunque en ese momento había adquirido un tinte dorado gracias a las tardes de agosto enla piscina. Tienelos ojos azules. Y un cuerpo perfecto, no demasiado fuerte, pero sin una sola gota de grasa.

Extiendo la mano y lo acaricio, sintiendo cómo su piel reacciona ante mi contacto tras cinco años de relación.

Me despojo del calzoncillo, me acerco a él y empiezo a besarle el cuello.

  • Mmmm, déjame dormir – protesta, no demasiado convencido.

Paso del cuello a la oreja, uno de sus puntos sensibles, mientras mi mano derecha se adentra hacia su región púbica, perfectamente depilada. El muy cabroncete me está engañando: la tiene completamente dura. Despacio, le masturbo, subiendo y bajando su prepucio con toda la delicadeza de que soy capaz.

Mi lengua abandona su oreja para viajar por su espalda, bajando con cuidado hasta verse enterrada entre sus glúteos. Le abro los cachetes con ambas manos, miro su agujero rosado y le doy un lengüetazo.

  • Eres un cabrón – me dice de nuevo, mientras se pone boca abajo y se abre bien de piernas.

Me entrego en cuerpo y alma a la tarea de comerle el culo. Primero son simples lametazos, pero después mi lengua empieza a violarle, a querer entrar en él. Gimo. Él gime. Abro el cajón de la mesilla y unto bien mi polla con lubricante. Con un dedo aplico también algo de líquido viscoso a su esfínter. Dos dedos. Tres dedos.

Él se da la vuelta, y tomando la iniciativa, cola sus piernas sobre mis hombros y se ensarta en mi polla. Me encanta esa postura: así puedo apreciar su cuerpo sin un solo pelo, sus pectorales definidos, su abdomen totalmente liso.

  • ¿Qué? ¿Querías follarme antes de ir a tu cole? – me pregunta, travieso.

  • Siempre quiero follarte – contesto.

Mi polla entra y sale, una y otra vez. La suya, blanca, grande y recta, me apunta acusadora. Haciendo gala de mi flexibilidad, me inclino para chupársela mientras le bombeo.

  • Sí… quiero correrme en tu boca – me dice.

  • Espérate.

Le abro bien las piernas, cogiéndole por los tobillos, y empiezo a follarle con todas las fuerzas. Él empieza a pajearse.

  • ¡Sí! ¡Fóllame! ¡Métemela!

  • Me encanta tu culito.

  • Qué grande la tienes, mamonazo.

A mi novio le encanta decir guarradas enla cama. Amí también.

  • Te voy a reventar el culo.

  • ¡Joder, me corro!

  • ¡Ni se te ocurra!

Volviendo a la postura anterior, me inclino todo lo posible para que la mayor parte de su polla me entre enla boca. Dosembestidas más y él se está corriendo en mi boca, mientras yo le lleno el culo de esperma. Cuando no le queda ni una gota más, trago, le miro a la cara, sonrío y le doy un buen morreo.

  • Para que te acuerdes de mí – le digo.

  • Voy a dormir otro rato. Llámame si vas a volver muy tarde, ¿vale?

Dicho y hecho. Lo dejo ahí tirado, con mi corrida aún dentro de él, me doy una ducha, me visto y me marcho a la reunión de antiguos alumnos.

Conocí a Marcos el primer día de clase, en 2º de BUP. Yo llegué un poco tarde a primera hora, y tuve que sentarme en la última fila. Junto a un tío grandote y moreno, con un poco de barba, un par de años mayor que el resto. Un repetidor.

  • ¿Tú eres el maricón, no? – me preguntó, según me senté a su lado.

  • Y tú debes de ser el retrasado mental. Encantado.

No hablamos el resto de la hora, y por supuesto, no volvimos a sentarnos juntos en mucho tiempo.

Empezaba el curso, y yo estaba hasta arriba apuntándome al grupo de teatro y movilizando a mis compañeros para cubrir el reparto de “Jesucristo Superstar”. Gracias al teatro, estaba experimentando una subida de popularidad completamente nueva para mí. Las clases no iban mal. Hasta gimnasia, que no era mi asignatura favorita, iba mejor de lo esperado: ese año nos íbamos a centrar en la natación, que por aquel entonces era el único deporte que se me daba bien.

¿A que no adivináis quién era el otro gran nadador de la clase? Marcos, claro.

A Marcos, por su parte, la cosa le iba fatal. Había adoptado la típica actitud de pasota en clase. No escuchaba a los profesores, se dormía en las clases de la tarde, se escondía en el baño para fumar… Lo único que hacía bien era jugar al fútbol en el recreo, e incluso ahí tenía fama de darle balonazos a los niños más pequeños y patadas a sus compañeros.

Mi colegio estaba apuntado a una especie de olimpiada escolar, y Marcos y yo fuimos seleccionados para el equipo de natación. Eso nos obligó a pasar mucho tiempo juntos, en clase de gimnasia o en los entrenamientos fuera de horario escolar.

Recuerdo la primera vez que nos encontramos a solas en el vestuario, a las cinco de la tarde, cuando el resto de chavales ya se habían ido. Me miró, con la ropa aún puesta, sonrió y me dijo:

  • Qué tal, maricón.

  • Bien, capullo.

Yo me di la vuelta y empecé a desnudarme para ponerme el bañador.

  • ¿Por qué te das la vuelta? ¿No quieres que vea lo pequeña que la tienes? – me preguntó.

  • Seguro que la tengo más grande que tú – contesté. En ese momento, probablemente estaba diciendo la verdad, porque la situación y las hormonas de la pubertad me habían producido una erección casi instantánea.

  • Tú flipas, chaval. Si eres un maricón de mierda.

Sin poder contenerme, me di la vuelta y le enseñé mi miembro erecto, en la plenitud de sus18 centímetrosde largo y un grosor más bien medio.

  • ¿Ah sí? ¿Quién la tiene más grande, a ver? – le pregunté.

Él, a medio desvestir, se quedó boquiabierto. Pero no se arredró. Siguió quitándose la ropa y me mostró una polla flácida, quizá morcillona, que en ese estado debía medir sus buenos 13 o14 centímetros.

  • Yo no estoy empalmado como tú, maricón. Así no podemos comparar.

  • Empálmate y lo vemos – le contesté, pensando que probablemente ése sería el momento en que me calzaría una hostia de las buenas.

Pero en cambio, se puso a pajearse muy despacio, cubriéndose y descubriéndose el capullo, hasta que se le puso dura del todo. La verdad es que la tenía más o menos tan larga como yo, pero mucho más gorda.

  • ¿Qué me dices? – me preguntó, orgulloso.

  • Tienes un buen pollón – reconocí.

  • ¿Qué, maricón, me la quieres mamar?

  • Ni lo sueñes. Cáscate una paja si estás cachondo.

Por algún extraño motivo, él me hizo caso. Volvió a tocarse el cipote, subiendo y bajando el prepucio a toda velocidad mientras con la otra mano se masajeaba los huevos.

  • Fijo que me corro más que tú – me dijo -. Y que la lefa me salta más arriba.

Qué demonios, me dije. Y empecé a pajearme también.

  • Eres un fantasma. Seguro que me corro yo más – contesté.

  • Si gano yo, me das un beso en la punta del capullo.

  • ¿Y si gano yo? – pregunté.

  • ¿Si tú te corres más que yo? – se rió -. Si tú te corres más que yo, te dejo que me hagas una mamada entera, mariconazo.

Debería haberle dicho que aquello no era justo, pero estaba tan excitado que seguí pajeándome cada vez más deprisa. Miraba a Marcos, su cuerpo juvenil, pero ya recubierto de un espeso vello negro, su polla inmensa, sus piernas semiflexionadas… y sentí que me corría.

  • ¡Me corro!

  • ¡Y yo!

Marcos tenía dos años más que yo. Ni que decir tiene que su corrida llegó más alta y fue mucho más abundante quela mía. Ahíse quedó, tirada en el suelo de los vestuarios de tíos. Él me hizo un gesto, señalando hacia su polla. Yo me acerqué, muy despacio y sin apartar la mirada de sus ojos, y le dí un beso rápido y ríspido en el capullo.

Nos pusimos el bañador y nos fuimos a nadar.

Me bajo del Audi en la puerta del instituto. Es sábado y no hay chavales, pero la cantidad de coches aparcados demuestra que algo pasa, que no es un día normal. Apenas he dado unos pasos cuando me encuentro con Laura y con Rebeca, dos antiguas compañeras que acaban de ser mamás.

  • He visto las fotos de los bebés en facebook – les digo -. Son bonísimos, ¡enhorabuena!

  • Tienes que conseguirnos entradas para tu función.

  • Claro, cuando queráis. ¿Este jueves? Luego os invito a cenar.

Vamos charlando los tres cuando casi nos tropezamos con una aparición totalmente inesperada. El repetidor, el cafre del instituto, el matón de nuestra clase.

Marcos.

Es la primera vez que acude a una reunión de antiguos alumnos. A sus treinta y dos años está… estropeado. Se le ve mayor, claro que han pasado… ¿doce años? Está más calvo. Sigue teniendo unos músculos enormes, pero ha echado algo de barriguilla cervecera.

  • ¡Marcos! – exclamo yo, haciendo amago de ir a darle la mano.

Pero él se me adelanta y me da un abrazo.

  • ¡Tío! ¡Estás genial! He seguido tu carrera súper de cerca, joder, qué bien estuviste en aquella película… Ahora estás con “El rey león”, ¿no? Enla Gran Vía. Mefliparía ir a verla.

Yo me quedo estupefacto. Ése no es el Marcos que yo recuerdo…

  • Pues cuando quieras, tío.

Entramos los cuatro juntos en la reunión, que tiene lugar en el auditorio del instituto, donde yo hice mis primeros pinitos como actor hace tantos años. Marcos y yo nos sentamos juntos en la última fila mientras Miriam, la vieja profesora de literatura, nos da la bienvenida a todos y nos suelta uno de sus rollos interminables que parecen devolvernos a los quince años…

  • ¿Y qué es de tu vida, Marcos?

  • Tío, me acabo de divorciar. Estoy bien jodido, mi ex se ha quedado con la casa, con el coche… ¿Tú qué, te casaste?

En apenas una milésima de segundo, cientos de respuestas pasan por mi mente. “¿Yo, el maricón de clase, casado? Bromeas”. O quizá: “Qué va, sigo pensando en tu polla”. Aunque podría ser mejor dejarlo en un simple “tengo pareja”.

  • Llevo cinco años con mi novio – digo al fin, sin pensarlo demasiado.

  • Espero que te cuide. El muy cabrón tiene suerte de haber pillado un tío cojonudo como tú – y, mientras me dice esto, planta su enorme mano en mi pierna y me aprieta el muslo.

  • Gracias, tío – contesto, sin saber muy bien qué decir -. Tu mujer debe ser idiota si te ha dejado escapar – añado, sobre todo por quedar bien.

  • Bah, es una zorra, como todas las tías. Escucha, ¿por qué no nos vamos a comer después de la reunión? ¿O te espera tu chico?

  • Oye, hay tías geniales, habrás tenido mala suerte. Pero venga, vámonos juntos a comer y me cuentas bien.

  • Prefiero que me cuentes tú, tú vida es mucho más interesante que la mía.

Lo curioso es que, durante toda esta conversación, Marcos no ha apartado en ningún momento su mano de mi muslo, provocando un inevitable abultamiento en mi entrepierna que difícilmente le habrá pasado desapercibido.