El matamosquitos

Una dominante mujer encuentra una excelente oportunidad para azotar con total impunidad a la amiga que la inicio en el sexo.

Ariadna conoció a Margarita en un campamento cuando tení­an ambas 18 años. Ariadna era de Madrid y Margarita de Valencia y el campamento tení­a lugar en un pueblo de Logroño. Durante el transcurso del mismo tuvieron oportunidad de hacerse buenas amigas. Un dí­a todo el grupo hizo una excursión a la capital de la región y tuvieron que repartirse por habitaciones. Con la edad tan propia al desenfreno y la fiesta aquella era una oportunidad para formar fiestas y maquinar intrigas entre las chicas y los chicos. Margarita y Ariadna no dudaron en ser compañeras de habitación y llegaron al pacto de que si una de ellas requerí­a la habitación por tener éxito con el chico que les gustaba, la otra se buscarí­a la vida. Ambas eran muy atractivas - Ariadna era una chica morena bastante alta y delgada, con un tipo estupendo con curvas sugerentes pero no demasiado kilos. Lo que más le gustaba de su cuerpo era su trasero que era muy firme y atraí­a irremediablemente las miradas de los hombres. Margarita era un poco más menuda pero su cara era mucho más bella y al ser más desenvuelta y simpática tení­a un éxito fulgurante con los chicos que siempre pensaban que si era tan agradable era porque se sentí­a atraí­da por ellos. Pero a pesar de ello, las cosas no salieron bien. Los chicos prefirieron aprovechar la noche para beber muchí­simo y demasiado pronto se convirtieron en unos irresponsables con los que no se podí­a contar para nada. Las chicas volvieron con resignación a la habitación. Tendrí­an que compartir cama pero siempre serí­a más agradable que en las incómodas tiendas de campaña. En mitad de la noche, cuando Ariadna dormí­a plácidamente, sintió que Margarita le pregunta suavemente: - ¿Ariadna, estás despierta? Ariadna prefirió hacerse la dormida antes que tener que oí­r un discurso de Margarita que la desvelara. Margarita la volvió a llamar y Ariadna continuó ignorándola. Pero para su sorpresa, instantes después notó la pierna de Margarita rozándose con la suya. Ariadna pensó que aquello serí­a accidental pero un instante después sintió la mano de Margarita en su trasero. Ariadna tuvo miedo y pensó que serí­a mejor seguir haciéndose la dormida. Margarita le tocaba con suavidad, cuidadosamente. Ariadna estaba comenzando a excitarse por la situación, las caricias de Margarita se continuaron con unos disimulados gemidos. Mientras con una mano tocaba las firmes nalgas de Ariadna con la otra Margarita se estaba tocando su coñito, disfrutando como una loca con la posibilidad de tocar el trasero que tanto atraí­a a hombres... y a ella, sin tener que pedir explicaciones. Pronto siguieron los espasmos de un orgasmo largo, contenido. Margarita tuvo que morder la almohada para no gritar y Ariadna sorprendida del placer que habí­a despertado en su amiga sintió un desconocido placer que tuvo que ocultar con su fingido sueño. Algunos minutos después Margarita comenzó a dormir. Ariadna sin embargo no podí­a hacerlo pensando en lo que habí­a ocurrido. Al contrario de lo que pudiera pensarse le habí­a encantado la experiencia. Cuando notó que Margarita comenzaba a roncar se sintió libre para desfogar la pasión que se habí­a despertado en su cuerpo. Con una mano apretó sus nalgas mientras que con la otra se tocaba frenéticamente. No se atrevió a rozar a Margarita. Siguió así­ hasta llegar a una explosión que la liberó un poco de la inusitada experiencia. Al dí­a siguiente por la mañana las dos chicas actuaron como si nada hubiera pasado. Volvieron al campamento y transcurridos algunos dí­as se separaron con la promesa de escribirse la una a la otra.


Margarita y Ariadna mantuvieron una amistad por correspondencia durante años. Fueron a la Universidad, estudiaron diferentes carreras, vivieron experiencias desiguales que se iban narrando con matices, con cambios, nunca del todo ciertas. Ariadna comenzó a trabajar cuando Margarita todaví­a estaba en el último curso de la Universidad. Un dí­a Ariadna tuvo la opción de ir a Valencia a visitar a su amiga que tanto tiempo hací­a que no veí­a. Desde aquella experiencia en Logroño Ariadna habí­a sentido la necesidad de experimentar en sexo con mujeres, alternándolo con hombres. Puede decirse que Margarita la convirtió en bisexual. Margarita sin embargo tení­a un novio formal desde hací­a varios años y tení­an perspectivas de casarse. Aún así­ Ariadna tení­a una espina clavada con aquella noche en que no pudo tocar un pelo de su amiga. Pero cuando se encontraron por primera vez se notaron muy distintas, la vida las habí­a hecho otras. Tras el frí­o reencuentro inicial Margarita le estuvo enseñando la ciudad y algo de la amistad comenzó a resurgir. A Ariadna no le gustaba el novio de Margarita pero entendí­a que era uno de esos hombres perfectos como marido pero que una nunca tomarí­a como amante. Ariadna quedó con Margarita en quedar a dormir en casa de ella. Era algo que Ariadna habí­a meditado y tras la confirmación de que podrí­a ser así­, tomó la decisión firme de ir a Valencia. La casa de Margarita era muy pequeña, con apenas dos habitaciones donde dormí­an Margarita y su padre. Ariadna pensaba que las estrecheces le servirí­an para volver a compartir cama con Margarita, en una ocasión inigualable para liberarse de esa espina clavada. Pero el padre de Margarita que se llamaba Antonio habí­a insistido en habilitar un trastero como dormitorio. La habitación resultante era minúscula, apenas abrí­as la puerta te encontrabas la cama y unas baldas serví­an como armario improvisado. Aún todo estaba lleno de conservas y comida variada. Don Antonio era un hombre de ideas inflexibles y anticuadas. - Entiendo que dos niñas puedan dormir juntas pero dos mujeres, vamos, eso no está escrito que esté permitido. Era un hombre muy autoritario, temeroso de Dios pero también de una educación exquisita, muy atento con Ariadna en todas sus necesidades. Se excusó mil veces por la estrechez del trastero pero colmó a Ariadna con todo tipo de pequeños detalles. - Bueno, a dormir toca. - dijo don Antonio. - En mi casa no me acuesto hasta que todo el mundo está durmiendo, para asegurarme que está todo en orden. Esa costumbre suya habí­a ocasionado no pocos quebraderos de cabeza a Margarita que se habí­a visto obligada a volver siempre demasiado pronto por las noches a pesar de su edad y de su novio de tantos años. Ariadna estaba muy decepcionada con la visita a Valencia. Aún así­ le pasó una nota a Margarita: "pásate luego a darme las buenas noches". El tiempo cambia a las personas y si antes Margarita era muy desenvuelta ahora era Ariadna la que no tení­a ningún tipo de reparos en pedir lo que querí­a alto y claro. Margarita tuvo que esperar a que su padre se acostara para pasar al cuarto de Ariadna. Dudó mucho sobre si visitarla o no pero pensó que tení­a que hacerlo, tal vez Ariadna querí­a contarle algo. Sin embargo cuando entró con enorme sigilo en la habitación de Ariadna se la encontró leyendo vestida con una sugerente lencerí­a. Margarita sintió reparos. Hací­a años que no se habí­a interesado de nuevo por las mujeres. Sus escarceos en el campamento serí­an una de sus últimas experiencias antes de descartar por completo esa vocación sexual. Así­, se sintió intimidada y a pesar de que habí­a cerrado la puerta se preparó para abrirla y dijo: - Buenas noches. - ¿No me vas a dar un beso de buenas noches? - dijo Ariadna. Intimidada por la seguridad de su amiga, Margarita dio un paso adelante y ya se disponí­a a dar un beso lo más modesto posible pero Ariadna la atrajo hacia sí­ y se dispuso a besarla en los labios. Margarita rechazó el beso y con un paso atrás tropezó con la estanterí­a y tiró algo al suelo. Antes de que Margarita pudiera salir oyó la voz de Don Antonio en el pasillo: - ¿Todo bien ahí­ Ariadna? - No pasa nada don Antonio - respondió Ariadna desde dentro - se ha caí­do algo de la estanterí­a. Margarita habí­a enmudecido y ni respirar querí­a para evitar que su padre sospechase algo. - ¿Se ha roto algo? - dijo don Antonio. - Creo que no, pero mejor pase usted y eche un vistazo. - dijo Ariadna. Ante la invitación a su padre para que pasara Margarita se sintió morir. Si su padre la veí­a ahí­ dentro serí­a el fin de su vida como hasta entonces la habí­a conocido. Su padre no permitirí­a algo así­ y escapaban a su mente las posibles consecuencias. Ariadna le dio una ví­a de escape ofreciéndole sitio entre las sábanas. Allí­ fue Margarita a refugiarse al comprobar que bajo la cama estaba todo lleno de los habituales cachivaches del trastero. Como pudo se ocultó entre la pared y el cuerpo de Ariadna. - Estás segura de que puedo pasar. - dijo don Antonio. - Un hombre de honor no debe pisar la habitación de una señorita. - No hace falta que entre, si esto es tan pequeño. - dijo Ariadna. - mire usted desde el vano de la puerta si todo está en orden. Don Antonio entendió que ese orden satisfací­a su ética y estuvo de acuerdo en conceder. Titubeante abrió la puerta tratando de no ver lo que habí­a en la cama. Mientras don Antonio inspeccionaba la mano de Ariadna se perdí­a debajo de la sábana y tocaba con descaro todo el cuerpo de Margarita, cubierto con un pijama poco erótico pero de fina tela. - Parece que está todo bien. Disculpa la interrupción pero un hombre tiene que mantener en orden lo que ocurre en su casa. -dijo don Antonio. - Claro don Antonio. Buenas noches. - dijo Ariadna. - Buenas noches. - dijo don Antonio cerrando la puerta. El instante entre que don Antonio cerró la puerta y se marchó por el pasillo Ariadna lo aprovechó para tocar todo el cuerpo de Margarita que por no hacer ni un ruido se dejó hacer mansamente. Ariadna le habí­a bajado la parte inferior del pijama exponiendo bajo las sábanas y mantas el culito de Margarita apenas tapado por un tanga. En un arranque morboso Ariadna le dio una buena nalgada con la mano abierta, que sonó bastante fuerte. Margarita se revolvió en la cama y entonces se oyó de nuevo a don Antonio. - Por Dios Ariadna ¿Que ha sido ese ruido? - dijo don Antonio mientras volví­a por el pasillo. - Ha sido un mosquito don Antonio no se preocupe. - respondió Ariadna. - Cuánto siento que haya un mosquito en la habitación, tan mal ventilada. La he estado limpiando yo mismo. - dijo don Antonio compungido. - No se preocupe, ya daré con él. - dijo Ariadna que aprovechó la coyuntura para dar otro cachete en el culito de Margarita. - ¿Lo has matado ahora Ariadna? - dijo don Antonio desde el otro lado de la puerta. - No lo sé. Creo que no. - respondió Ariadna. - Te darí­a un insecticida si esa maldita habitación tuviera alguna ventilación. - dijo don Antonio. - Muy amable pero no le de más importancia. - replicó Ariadna. - Lo siento mucho, buenas noches. - dijo don Antonio que volvió sobre sus pasos. Margarita aprovechó para girarse sobre la cama y evitar la agresión de Ariadna. Estaba preparada como un gato para saltar de la cama en cuanto estuviera segura de que su padre no oirí­a nada. Pero de repente se oyó a don Antonio volver de nuevo sobre sus pasos y tuvo que ocultarse bajo las sábanas. - Ariadna, tengo aquí­ un matamosquitos. Te lo dejo aquí­ por si lo quieres. -dijo don Antonio. - Oh! Muchas gracias. - respondió Ariadna divertida. Y como le resultaba enormemente morbosa la sensación de que el hombre abriera sin atreverse a mirarla y el miedo de Margarita a ser descubierta le invitó a que se lo dejara. Don Antonio abrió titubeante la puerta y desde el marco se lo lanzó sin mirar en la tiniebla de la habitación. Ariadna lo tomó con intenciones y le dio una vez más las gracias a tan atento anfitrión que una vez más dijo: - Buenas noches Ariadna y disculpa por todo. Mientras volví­a al pasillo Ariadna intentó girar a Margarita que defendí­a su posición con puños y dientes. Incapaz de progresar, Ariadna llamó a don Antonio: - Don Antonio!. Este volvió sobre sus pasos y Margarita volvió a la inmovilidad. - ¿Qué ocurre Ariadna? - dijo asustado Don Antonio escudado tras la puerta. - Nada, perdone. Es que habí­a oí­do un ruido en el pasillo. - mintió Ariadna. - No era yo, pero espera que miro que esté todo en orden por aquí­. - dijo don Antonio. - ¿Qué tal ahí­ con el mosquito? ¿Lo has cazado ya? - Aún no - dijo Ariadna que con la tranquilidad de tener a don Antonio al otro lado desnudó a Margarita de cintura para abajo a placer. La volteó sobre la estrecha cama y con el matamosquitos que le habí­a dado su padre le dio una sonora nalgada. - ¿Mataste al mosquito? - preguntó don Antonio mientras Margarita mordí­a la almohada para contener el grito. - No porque sigue zumbando. - dijo Ariadna. - Y cosa de un minuto después volvió a azotar a Margarita con el matamosquitos. - ¿Y ahora? - Creo que tampoco don Antonio. - respondió Ariadna. Durante cosa de una hora se continuo el ritual. Los azotes de Ariadna eran firmes pero también producí­an más ruido que daño. Ariadna compensaba el dolor tocando las partes más sensibles de Margarita con enorme dulzura y habilidad para un par de minutos después darle un nuevo azote. El ritual hubo de acabar. Don Antonio se marchó a la cama dando una vez más las buenas noches. Margarita esperó y se marchó. Ariadna se sentí­a satisfecha con la experiencia. A la mañana siguiente todo eran caras largas. Ariadna tuvo que excusarse y marcharse un dí­a antes de lo previsto. Las amigas dejaron de serlo, pero si Ariadna se habí­a iniciado en el placer de las mujeres merced a unas caricias en sus nalgas por parte de Margarita, esta habí­a recibido con un severo castigo sobre su culito su abandono a la sensualidad femenina.