El masajista o la pasividad más absoluta

No me gustaban los masajes, pero necesitaba unos sesiones por una contractura. Claro que lo que me ofrecieron después acabaría con todos mis prejuicios para cogerle el gustillo a eso de ir al masajista.

Me llevé una grata sorpresa al ver el lujoso portal del edificio. Tras coger el número del masajista de un trozo de papel que colgaba en la ventana del estanco me imaginaba algo mucho más cutre. No me lo había planteado antes, pero cuando colgué mi anuncio allí mismo para ofertar mis clases de inglés y ver el suyo pensé que aún me quedaban secuelas del accidente de coche que tuve tiempo atrás y no me vendrían mal unas sesiones en el cuello y las lumbares. David solía hacer visitas a domicilio, pero preferí que no fuera en mi casa pues en aquella época había demasiadas visitas.

Me pidió que me quitara la camiseta y me tumbara boca abajo.

-Estás muy cargado – dijo al comenzar a trabajarme el cuello.

Qué comentario más típico por su parte, pues si estaba allí era porque realmente lo necesitaba y sabía que aquella zona no terminaba por recuperarse tras el esguince.

-Relájate – continuaba.

Me resultaba difícil porque aunque parezca mentira nunca me han gustado los masajes. Lo corroboré la temporada que estuve yendo al fisio tras el accidente. No me mola nada que me soben de esa manera. Pero tenía que hacerlo y ya está. Incluso David fue capaz de que llegara a relajarme en algún momento y no pensara en nada y ni siquiera fantaseara con él. No sé si seré yo solo por mi mente perturbada, pero la idea de ir a casa de un tío para un masaje podría pasar por algo mucho más lascivo que un simple toqueteo en la espalda. Y más aún cuando el masajista no está nada mal, como era el caso. De pelo oscuro y barba muy recortada, unas grandes manos y brazos fuertes, el masajista podía haber sido perfectamente víctima de mis sueños más húmedos.

-Ya está – concluyó -. Te espero en el hall después de que te vistas.

Hombre, lo raro hubiera sido que me esperara en la entrada y apareciera yo en pelotas. Me hizo una especie de factura que no servía de nada y le solté el billete de 50€. Con el poco cambio que me devolvió me entregó su tarjeta con la fecha de la siguiente cita apuntada al dorso.

-Te veo el martes – se despidió.

Y así transcurrieron las cuatro sesiones que tuve con él. Apenas hablábamos mientras me masajeaba, quizá para que yo estuviera relajado, o puede que por el seco comentario que le hice por teléfono la primera vez de que no me gustaban los masajes y sólo lo hacía por necesidad.

-Bueno Ángel, cuídate ese cuello y si te vuelve a molestar no dudes en llamarme.

-Ok, lo haré – le agradecí.

-Y bueno, aquí también damos otro tipo de masajes, por si te interesa – anunció bajando el tono de voz -. A lo mejor esos te gustan más.

-¿De qué tipo? – Me hice el ingenuo - ¿no serán cosas tántricas de esas rollo zen?

David se echó a reír.

-No, después de cuatro días ya me imaginaba que eso a ti no te va.

Se dirigió a un armario, sacó una carpeta naranja y me enseñó un par de fotos de tíos desnudos con cuerpos relucientes y brillantes.

-¡Pero esto creo que me va menos! – le informé sonriente.

-¿Pero tú no eres gay? – preguntó.

-Sí – confirmé -, pero no creo que me atreva a hacer eso.

-Te gustará – afirmó David.

-Ya, pero yo soy muy cortado y ya has visto que no tengo el cuerpo de esos que me enseñas.

-Eso da igual. Si vieras cada uno que viene a hacerse ese tipo de masajes…Pero bueno, te la chupan, se la metes y ya está. No hay besos, ni sentimientos, ni nada de eso.

-¿Entonces? – pregunté con curiosidad para tratar de convencerme y al menos tener la idea clara de lo que era.

-El cliente viene, nos desnudamos, me la chupa, se la meto y hasta la próxima.

-¡Ah! ¡Y encima cobras!

-Claro. La sesión cuesta lo mismo que un masaje normal porque yo disfruto, obviamente, pero los clientes lo hacen aún más. Suelen ser pasivazos que se dejan hacer de todo, pero en el fondo es el rollo de los masajes, los aceites y el relax lo que les atrae más.

-Pues nada, me lo pensaré. La verdad es que nunca me había planteado pagar por tener sexo.

-No es sexo normal – aclaró -. Verás cómo te gusta. Te espero – se despidió.

Le di muchas vueltas al asunto y me empalmaba pensando en ello. Aunque pagando, era sexo fácil, “limpio” y accesible, pero a priori muy diferente de lo que yo entendía por prostitución. Googleé un poco y me hice una idea más clara y me convencí. Le pedí cita a David para el día siguiente y me hizo un hueco.

-¡Pero si estás temblando! -, me dijo mientras me desnudaba.

-Lo sé. Me gusta hacer cosas nuevas, pero en el fondo soy un cagao.

-Esta te va a gustar, ya lo verás – me dijo al tiempo que se quitaba la ropa él también.

Pude ver entonces su cuerpo entero. Estaba delgado y algo definido, pero no era el típico cachas. Su verga, aunque grande, tampoco resultaba ser excepcional para lo que se espera de un activo que se dedica a esos menesteres.

-Túmbate boca abajo – me pidió.

Obedecí y traté de relajarme. Mi última imagen antes de esconder la cabeza entre los brazos fue su polla flácida sin nada de vello a su alrededor. Poco después sentí las manos de David comenzando a extenderme un sugerente aceite con olor a coco. Lo hizo primero por mi espalda, después me masajeó las pantorrillas y finalmente acabó en mi trasero. Ahí no hubo nada sexual, quiero decir, que no jugueteó con mi ano ni nada por el estilo. Simplemente fue sobándome las nalgas hasta que quedaron bien pringadas de aquel untuoso líquido.

-Date la vuelta – ordenó.

Y lo hice con más timidez que nunca. Ya estaba inevitablemente empalmado por la sola idea de lo que me esperaba. David no hizo ningún comentario al respecto y se limitó a seguir extendiendo el aceite por mi pecho y mi vientre. Aquí sí que se detuvo algo en los pezones, tratando de endurecerlos con un par de dedos. De mi verga pasó de largo hasta llegar de nuevo a mis piernas, que también humedeció con calma.

-¿Todo bien? – me preguntó.

Asentí con un simple sonido y noté sus manos en mi cipote. Recibirlas junto con el bálsamo me hizo dar un respingo, aunque luego me contraje por lo bien que David lo estaba haciendo. Traté de no pensar en nada y simplemente disfrutar de aquellas manos expertas. Me pajeaba despacio con una de ellas mientras la otra sujetaba con fuerza la base del tronco tratando de extender la esencia por todo el contorno o hacía dibujos sobre mi glande con su pringoso dedo, cosa que de verdad me llevaba casi al éxtasis. Disimulé los gemidos lo mejor que pude, pues a pesar de todo aún sentía algo de vergüenza. “Hasta dónde has llegado, Angelito” me decía.

Juntó ahora las dos manos y comenzó a estrujarme la polla con las palmas, apretándolas con suavidad y deslizándolas por el resbaladizo falo. Después, iba turnándose con ellas para ordeñarme con movimientos más rápidos haciendo círculos con sus dedos pulgar e índice o simplemente me la agarraba con los cinco. Una detrás de otra sin darle a mi pobre verga algo de tregua. No tenía muy claro si debía esperar que me la chupara, pues en internet no leí información muy precisa sobre el tema, y si me ponía a ver un vídeo acababa machacándomela y quitándolo después de correrme.

David abandonó mi cipote y vi cómo se acercaba a mi cara. “Ha llegado la hora”, pensé. Empezó a darme masajes por mi rostro. En la frente, en el cuello, por la mandíbula y de vez en cuando me recorría con uno de sus dedos la comisura de los labios. Lo hacía con una delicadeza extrema, casi hechizante. La misma suavidad que noté poco después cuando su glande rozó por primera vez mis labios. La polla de David estaba ya algo morcillona, pero aún le quedaba mucho para empalmarse del todo. ¡Qué envidiable aguante tenía el tío! La ponía a su antojo sobre mi hocico y yo sencillamente la advertía allí, dejándome hacer completamente.

La parsimonia de David era asombrosa. No sé cuantificar el tiempo que estuvo haciendo aquello, únicamente acercando su polla a mi cara para despegarla poco después. La sentí también recorriendo mi nariz, sobre mi frente y hasta en los párpados, pues era incapaz de mantener los ojos abiertos. Posteriormente se detuvo durante más tiempo sobre el labio, aunque en él restregaba ya todo su cipote e interpreté que debía empezar a comérsela. Abrí una miaja la boca y él la fue introduciendo en ella  poco a poco. No llegué a tragármela porque el ajetreo me estaba resultando de lo más excitante, y aunque ganas tenía, le dejé a él imponer el ritmo.

Simplemente la recibía con mi húmeda lengua y unos labios que estaban ya empapados. David la apartaba de golpe para acercarla de nuevo poco después. Se le iba empalmando ante mis estímulos pero parecía dispuesto a alargar el asunto como si de una tortura se tratase. Tras eso, la fue metiendo tímidamente algo más, pero no llegué aún a tenerla dentro por completo. Repetía los fugaces movimientos de antes aunque cada vez llegara más lejos. Esto hizo que se le pusiera tiesa y entonces comenzaría lo bueno de verdad.

Porque ya sí que me hice con ella en su totalidad, tragándomela entera y sintiéndola en lo más profundo de mi garganta, pero incomprensiblemente David me seguía privando de ella y la extraía para restregarla otra vez en cualquier parte de mi cara o incluso de mi cuello. Apoyó los brazos sobre mi pecho y me la regaló otra vez, pero ahora la metía y sacaba avivando el ritmo. Vamos, que me estaba follando la boca por fin apartando por un momento tanta mesura y delicadeza. De hecho, alargó el brazo y me la estrujó con más fuerza que antes sin perder su propio ritmo turbándome ante tanto placer.

Y otra vez se despegaba de mí y volvía con sus jueguecitos fuera de mi garganta dejándome ensimismado, con la boca abierta y la lengua estirada en su busca. Me giró con su propia polla la cabeza y se puso a uno de los lados. Allí, me la metió otra vez de golpe y continuó follándome, aunque esta vez las paredes laterales de mis tragaderas hacían de tope. Sentía mis mofletes darse de sí ante el empuje de la polla de David y él los observaría al hincharse por fuera. Contraía las mejillas para aumentar la fricción y mi lengua enloquecía tratando de encontrar un trozo de carne al que lamer, pues las rápidas embestidas no le permitían hacer de las suyas.

Tampoco sé el tiempo que estuvimos de aquella manera, pero se me antojó corto. Me encanta que me follen la boca, no lo voy a negar, y aunque cada vez lo hacía más veloz y casi me dejaba sin aliento, no me importaba en absoluto ahogarme ante tamaño trozo de carne húmedo y ardiente que entraba y salía de mí como le daba la gana. Así que una pena que David se apartara, cogiera el bote de aceite de coco, se lo restregara sobre su cipote y se dirigiera hasta mí otra vez mientras se la sacudía para que no se le bajase y no pudiese metérmela por otros sitios.

No era más que mi culo, claro, que le ofrecí al darme la vuelta y quedarme boca abajo. Pero el masajista me corrigió y me pidió que me quedara de lado. Doblé un poco el cuerpo para tener más estabilidad y le ofrecí mi culo en pompa para que hiciera con él y su polla lo que le viniera en gana. La sentí entonces rozar mi agujero empapada en aquel oloroso líquido y repitiendo los movimientos que hiciera con mi boca. La acercaba al ano, la retraía de nuevo, me la volvía a ofrecer…Así durante otros exasperantes segundos. Volvió a rociarse la esencia y a intentarlo de nuevo.

Y al igual que antes con mis morros, fue introduciéndola poco a poco para encontrar la mejor manera de acceder a mi hambriento culo. El glande ya había entrado cuando resoplé el más audible sollozo de la tarde. También lo fue sacando y metiendo con agilidad, como queriéndome privar de aquel placer de sentir su verga dentro de mí, pero sólo la hacía como continuación del juego que empezara hacía rato e imagino que para crear mayor expectación, o para que dilatara más o vete tú a saber. Así que le pasó como al lobo del cuento, y cuando se decidió a metérmela de golpe me pilló de improviso y lancé un alarido que ni yo mismo imaginaba haber sido capaz.

Esto no le hizo retroceder y extraerla de nuevo, sino avivar el compás de sus acometidas que ya le daban forma al acoplamiento entre su polla y mi culo. Y todo ello sin que yo me inmutara o me moviera, simplemente me dejaba llevar por el deleite de aquella follada y sollozar de vez en cuando como señal de que estaba gozando más de lo que su pobre invitación me hubiera podido sugerir. Sentir aquella verga embalsamada entrar y salir de mi agujero con una facilidad pasmosa, puede que inducida por aquella inusitada postura, no me ponía a mil, sino lo siguiente.

De vez en cuando David filtraba su mano para pajearme, pero se la apartaba porque si no supondría una corrida que yo consideraba prematura. Me hizo caso entonces, guardándose un as en la manga. Atizaba con las mismas ganas manteniendo una cadencia constante, pero que para nada se hacía monótona, sino todo lo contrario. Soy incapaz de describir más el placer que me tenía erizado el vello, que mantenía mi polla vibrante y que incitaba jadeos casi descontrolados. Parecía que era la postura definitiva, y no había visos de que aquello fuera a cambiar, sino que sencillamente pondríamos a prueba nuestro aguante.

Y yo podría haber continuado porque el vacío que dejó David al sacar precipitadamente su verga de mi culo fue estremecedor. Hizo girarme con rapidez para dejarme boca arriba otra vez, justo a tiempo para recibir los trallazos de su espesa leche sobre mi vientre. Le observé sacudírsela mientras se convulsionaba tras los espasmos, con sus ojos perdidos y un gemido agudo que fue apagándose al tiempo que su cuerpo se relajaba. Me miró sonriéndome avisándome de que la cosa no había terminado aún y se aprovechó de las gotas del semen que había descargado sobre mi barriga para acabar por martirizarme al hacerme la paja final con él. La verdad es que no necesitó mucho tiempo, pues el incentivo de sus raudas manos y la sensación de tener el agujero de mi culo aún bien abierto precipitaron que me corriera con furia sobre los dedos de David.

Puede que algún chorro se perdiera por ahí, pero desde mi rubor divisé gotas que se deslizaban por aquellas fuertes zarpas que jugaron un papel tan importante en esa jornada. Casi más que su polla, o incluso la mía. Al fin y al cabo David era masajista y se ganaba la vida usando sus manos.