El Masaje IV. Completo

Tranquilamente, busco en mi maleta el bote de aceite, vierto un poco en una de mis manos, froto una contra otra para calentarlo, y empiezo a extenderlo por sus pies y piernas. Repito la operación, tomo más aceite, lo atempero entre mis

Nos levantamos del sofá  y nos vamos al dormitorio de invitados, que estos días ocupaba yo.

Me entretengo un minuto recogiendo algunas cosas, y cuando llego, veo su espalda ya completamente descubierta, y el vestido saliendo por su cabeza.  El sostén salía junto con el vestido, y enseguida veo cómo desliza sus bragas muslos abajo y se las saca levantando primero un pie y luego el otro, quedando así completamente desnuda. A continuación, se tumba  boca abajo en la cama.

Pienso: ¡Qué rapidez! Bueno, mejor así, porque si me hubiese pedido ayuda para soltar o quitar alguna prenda, es más que probable que se hubieran precipitado las cosas, y aplazado el masaje.

Tranquilamente, busco en mi maleta el bote de aceite, vierto un poco en una de mis manos, froto una contra otra para calentarlo, y empiezo a extenderlo por sus pies y piernas. Repito la operación, tomo más aceite, lo atempero entre mis palmas, y con firmeza y pasadas largas voy  subiendo por su cuerpo. Aparta la abundante y espesa melena azabache para permitirme llegar hasta sus hombros.

El aroma a jazmín, madreselva, lavanda... va llenando la estancia  y endulzando el ambiente.

Sigo con pasadas largas y rápidas sobre su piel para calentarla, abrir sus poros, permeabilizándola para que se empape de aceite, preparando así todos sus músculos para recibir el masaje.

Una vez tonificada la piel, tomo ambos pies con mis manos (derecha - derecho; izquierda - izquierdo) y comienzo a amasar: El pulgar sobre las plantas, los otros dedos en el empeine. Lenta pero profundamente en la planta; más ligero en el empeine. Bajo a sus dedos. Los amaso de forma simétrica. Primero los dos gordos a la vez, uno con cada mano, luego el siguiente, el otro, y así hasta el chiquitito, en el que me entretengo un poco, y regreso en sentido inverso, uno a uno, incluido los intersticios entre ellos, llegando de nuevo al gordo, sin prisas, sin dejar ni un milímetro de piel. Otra vez las plantas, un poco más lento que antes, y un poco más profundo.

Los tobillos, los talones. Los rodeo e hidrato bien. Pantorrillas. Subo presionando por atrás los gemelos, bajo ligero por sus laterales, para facilitar la circulación  venosa de retorno, una y otra vez. Las corvas. Suavemente, sólo los pulgares moviéndose en círculos, la derecha en sentido de la agujas del reloj, la izquierda al contrario. Los muslos, al igual que antes las pantorrillas, ambos simultáneamente, fuerte con la palma por detrás y el pulgar en el interior hacia arriba hasta el borde de las nalgas, suave el pulgar detrás y dedos por fuera hacia abajo, varias veces hasta las rodillas, y luego una larga, de nuevo a los tobillos, y otra vez hasta arriba, pero ahora con los pulgares por el interior.

Al  subir muslos arriba, sus piernas se abren para facilitar el deslizamiento de mis manos;  hasta que al llegar a la ingle, tan franco estaba el paso, que puedo contemplar,  entre esos gloriosos muslos, una concha cerrada y  peladita, peladita. La bordeo y subo por las nalgas,  de nuevo los pulgares por el  borde interior de las pompis, abriéndolas y  acercándose, aunque  sin rozar el violáceo círculo que ahora queda a la vista entre ellas; amaso los panes redondos de sus nalgas como un panadero experto amasa dos hogazas a la vez, una con cada mano. Subo espalda arriba, cada pulgar por un lado de la columna vertebral, abarcando ambos músculos en amplios círculos, desde el centro de la espalda hasta los costados. Al frotar el aceite incrementando más aún su temperatura, aumentan también la cantidad y matices de los aromas que desprende. Llego a los hombros, amasándolos con firmeza, desde el brazo al cuello y viceversa, desde el omóplato a la clavícula . Su piel ungida se desliza muy suavemente bajo mis manos, por lo que puedo apretar un poco más cada vez. Veo el perfil izquierdo de su cara, relajado y con los ojos cerrados. Sus labios tan apetitosos, unidos, pues hasta los mmmmmhhhh eran nasales. Echo más aceite en mis manos. Vuelvo a ponerlas en sus hombros, y bajo por el exterior de ambos brazos, dejando un rastro embriagador. Llego a sus manos, entrelazo mis dedos con los suyos, los apreta. Con ese apretón de mis manos entre las suyas lo ha dicho todo. Le sientan bien mis atenciones, le gusta lo que hago. Mi autoestima, maltratada durante tanto tiempo, ha renacido hoy gracias a un encuentro fortuito, a la confianza que ha puesto en mí, y al reconocimiento que me transmite con ese prender mis dedos con los suyos.

Vierto más aceite, mucho,  sobre su espalda, siguiendo la línea dorsal de abajo arriba. Lo extiendo hasta cubrir toda su espalda, y me tumbo sobre ella. Tomo de nuevo sus manos con las mías, mis brazos sobre los suyos, mi pecho en su espalda, mis piernas sobre las suyas, empapándome así yo también de ese aceite de la vida tomado de su piel. Y mi sexo...  pues evidentemente, sobre su culo, aunque sin aceite, pues aún está enfundado en mi ceñida prenda. Acerco mi cara a la suya y alcanzo con dificultad sus labios, que rozo con los míos. Suelto sus manos, y me retiro hacia atrás, con la boca muy cerca de su piel, soplando, con los labios muy juntos, aire muy frío a lo largo de su columna, desde arriba hasta abajo . Los pulgares siguen a mi boca, aplicando de nuevo aceite, contrarrestando así rápidamente la anterior sensación de frío .

Llego con mi boca a la altura de las nalgas, que separo con ambas manos, para seguir soplando por su centro.  Sus caderas se arquean, el culo sube, para poner  mi disposición sus otros labios. Al llegar a ellos, abro mi boca y sigo exhalando, pero ahora mi cálido y húmedo aliento sobre ellos, que esponjosos, se abren para recibir mi calor. Caigo entonces en que estoy a punto de comerme su cuca, sin apenas haber besado sus labios, apenas sólo dos piquitos.

“¿Y si después no le gusta el sabor de su sexo en mis labios?”

Pienso, pues me he encontrado con chicas a las que no les gusta besarte tras acabar de hacerles cuni

Desando entonces el camino andado, vuelvo a subir soplando finamente al paso de mi boca, para adelantar una pizca del estremecimiento glorioso que puede subir en breve, pero esta vez más rápido. Noto como se eriza toda su piel, por lo que cubro de nuevo su cuerpo con el mío, compartiendo el aceite que nos une y emborracha. LLego hasta sus labios con los míos, y sólo entonces me bajo de su espalda para tumbarme a su lado. Se gira para quedar ambos frente a frente, nos fundimos en un abrazo, y mi pecho se restrega con el suyo (los suyos), devolviéndole el aceite que hace un segundo tomó prestado de su espalda. Al mismo tiempo, nuestras bocas se buscan  y nos devoramos como si hubiéramos estado esperándonos desde que nos conocimos. Besos profundos, besos largos, largos, sin interrupción, ella sólo cambiaba sus labios (Ahhhhh.... por fin, sus labios) y su lengua de sitio, pero en ningún momento dejaron de tener contacto con los míos. Saboreo el elixir que emana esta fuente de jade, que me revitaliza y fortalece, como mágica pócima del más sabio druida.

Mientras, nuestras manos acariciaban cuanta piel del otro son capaces de alcanzar.

Sus caderas, muslos, costados, pechos, sus gloriosos pechos. Que los tenía enormes, era evidente en público, pues semejante  tamaño era imposible de disimular, pero además eran muy, muuuuuuy sensibles. Los tomé en mis manos, acerqué mi boca, paseé mis labios por las areolas, grandes incluso para su talla, primero una, luego la otra, sin detenerme aún en los pezones, que  asomándose me llamaban reclamando su parte del festín. Acaricia mi pelo, amaso sus pechos uno contra otro, y ahora sí, tomo alternadamente sus pezones con mis labios, suavemente, para ir apretando un poco más en cada cambio.

Bajo besando su cálido vientre, su acogedor ombligo, embadurnando mis labios de aceite ardiente, sus ingles, sus muslos, entre los que me coloco, besando uno, otro, uno, otro, que se van abriendo de nuevo para ofrecerme el manjar más exquisito de su cuerpo. Mis labios se acercan poco a poco, vuelvo a acariciar con mi aliento, cada vez desde más cerca, hasta rozar sus labios íntimos con los míos. La ausencia de vellos me permite recorrerlos en un susurro, acariciándolos como una pluma,  de abajo arriba.

Al percibir tan cerca los míos, golosos se abren, yo acepto la ofrenda y beso lo que me brinda, despacio, sólo con mis labios, de seda por el aceite que los cubre, recogido a lo largo de su cuerpo. Sorbo con mis labios  la miel que me regala su vulva,  y llego así al vértice de su sexo,  aún refugiado en su nido, que beso suavemente, humedeciéndolo con el interior de mis labios. Agradecido, descubre la perla que cobija dentro, que bebo delicadamente con lo más tierno de mis labios. Al rodear esta joya  para besarla, queda en el interior  atrapada  entre ellos, que a su vez llegan así abiertos a besar el sexo que lo alberga. Me desprendo del botón que me hechiza, y bajando con mi lengua marco el centro de arriba abajo, hasta encontrar la cueva por la  que me adentro. Mis dedos juegan untuosos en el agujerito de atrás, rodeándolo y llamando en el mismo centro con la yema de mi meñique, con toques cortos y rápidos.

Mi dedo corazón llega al hueco ocupado por la lengua, que le cede su abrigo, y llegando más adentro. Sube de nuevo mi boca labios arriba,  esta vez succionando sus labios al tiempo que la lengua presiona un poco más el centro, hasta llegar de nuevo a la cima. En el mismo instante que mis labios toman de nuevo el punto mágico, mi dedo se introduce hasta el fondo de su vaina despacio, pero firmemente, curvándose sus falanges al llegar al fondo, y salir así, para volver a empezar.

Con la pipi entre mis labios, saco la lengua para un contacto más fuerte, hasta acompasar lengua y dedo, de tal forma que cuando uno se relaja, el otro apremia  y viceversa, sintiendo cómo su cuerpo está se ha acompasado tan bien al ritmo, que más que contonear, serpentea para sentir cada caricia, cada beso, cada lengüetazo. Su pelvis empieza a acelerarse, virando sus contorsiones hasta un  movimiento exclusivamente vertical.

Acompaso mis movimientos a los suyos, siguiendo lo dictado por la sincronía que hemos alcanzado en tan sólo un momento de contacto físico. De tal forma que, tras una de las salidas del dedo corazón de su interior,  también mi anular le acompaña esta vez adentro, moviéndose con vida propia, cada uno por un lado, abarcando así cada terminación nerviosa, una y otra vez.  Mientras, la lengua actúa por sí misma, de nuevo a unísono, las caderas suben y bajan ahora con fuerza, su respiración se entrecorta, por momentos se detiene,  arriba para reanudar con suspiros cortos y cada vez más frecuentes Ah........, Ah......... ah,..  . Ah... Ah... .

Mi mano libre busca su pecho, de nuevo paseo mis dedos por su areola, atrapo el pezón entre mis yemas. Son por tanto tres los instrumentos  que ahora simultáneamente interpretan esta lúbrica sinfonía con y sobre su cuerpo. Toma con sus manos mi cabeza, sin forzar, sólo para indicarme el ritmo, que va in crescendo, desde el adagio al allegro, luego al vivace, de allí al presto, prestíiiiiiiiiiisimo...................., explotando en un volcán  que  expulsa mis dedos de su interior, para de un golpe devorarlos de nuevo. AAaaaaaaaaaaaaaaHHHHHHHHHHHH,   AAAAAaaaaHHHhhhhhh, AAAAAaaaaaHhhhhhhhhh, AAaaahhhhhhh, Aaaaaaahhh....

Sólo detengo mis dedos y separo mis labios cuando noto que el contacto ya no le es tan agradable  al punto donde en segundos han convergido todos los nervios de su cuerpo, para transmitir como un rayo esa  explosión a  cada una de sus células.

Trepo por la cama, y llego de nuevo ante ella, que me recibe con el beso más tierno, más húmedo  (en esto yo aportaba lo mío, es decir, lo suyo). De nuevo un beso largo, laaaaaargo, profundo, solo nuestros labios y nuestras lenguas se hablan sin separarse un segundo. Nos abrazamos sin apenas movernos esta vez, no podríamos, el aceite ha fundido nuestras pieles una con otra en una sola.

Nada me debía por el masaje, pues yo se lo había ofrecido para tonificar su cuerpo y sin esperar contraprestaciones, ahora bien, con  este beso en el que se fundían miles de besos, este abrazo cálido sellaba la complicidad alcanzada en tan corto espacio de tiempo, me daba por generosamente re-compensado.

Este beso sellaba la recuperación de mi autoestima ahora renacida. Por fin alguien apreciaba el cariño que podía dar, el bienestar y la felicidad que podía transmitir con mis manos, dedos, boca, lengua, labios.

Y no sólo eso, sino que me lo demostraba de la mejor forma posible, con la más apreciada por mí, señal de unión: Besos por miles, millones de besos, besos, besos, besos y más besos

...

Gracias, querido lector/a, por tu confianza y paciencia al llegar hasta aquí.

Aún no ha acabado esta mágica noche.

Hasta pronto