El Masaje III.Interruptus

Durante los últimos minutos me estaba llevando al borde de la exasperación, paseando sus manos una y otra vez por las proximidades de mi sexo sin siquiera rozarlo.

"Tengo que detenerle un momento, y tengo que hacerlo ya": Pienso en un segundo de lucidez, y decido actuar con determinación y firmeza.

Alargo mis brazos para asir sus manos con las mías. Por fin mi mente ha logrado imponerse a mis primarios instintos del goce inminente.

Durante los últimos minutos me estaba llevando

al borde de la exasperación,

paseando

sus manos  una y otra vez por las proximidades de mi sexo sin siquiera rozarlo.

Lo normal en estos casos es que me acariaciara un poquito para ver cómo reaccionaba yo, y dado que estaba clarísimo que aceptaba de buen grado sus caricias, avanzar hasta mi vulva bajo mis bragas y comprobar que ésta ardía, o incluso quitármelas para acariciarme y manosearme a placer sin barreras de por medio.

Pero una y otra vez yo sentía cómo sus dedos se encaminaban al centro donde se unen mis muslos, y, cuando ya parecía que esta vez sí, que por fin le iba a sentir en mi sexo, de nuevo retrocedían, unas veces con la misma lentitud del acercamiento, otras bruscamente.

No sé si sería porque no se atrevía a dar el paso, y por eso titubeaba al llegar a la costura -que yo estaba a punto de fundir y reventar- y volvía a empezar una y otra vez, o por el contrario era una táctica premeditada para calentarme, a fuego lento, haciéndome esperar, para que así lo que él insinuaba y no me daba, yo lo deseara cada vez más y más.

Y lo estaba consiguiendo el muy cabr...ito.

Intentaba resistirme a los deseos de mi cuerpo, pero era tan agradable cerrar los ojos y abandonarme, sintiendo sus manos subir por mis muslos, ora rozando la piel, ora amasando cada músculo de mis piernas, y siempre calientes, muy calientes, cada vez más, pues al hacer subir la temperatura de mi piel, ambas epidermis, la mía y la suya, alimentaban una la energía de la otra, mi sexo empezaba palpitar, y mis labios

ya

también

ardientes, además de húmedos y esponjosos ansiaban un contacto más firme y que esa tórrida piel por fin los alcanzara y se paseara por, sobre y entre ellos.

La primera vez que tocó mi pierna con la excusa del tatuaje, sin bien apenas fue un ligero roce, ya sentí esa calidez, y pensé que a poco hábil que fuera, sería estupendo recibir un buen masaje de esas manos tan calientes.

Había venido con la intención de tantearle, y si este tanteo era positivo, echar un polvo, para qué engañarnos. Le conocía desde hacía dos años, tal vez tres; aunque en todo ese tiempo apenas le había visto una docena de veces. Le había catalogado entre los, digamos, “pícaros”: Un punto descarado pero con educación, siempre me decía algo agradable sobre mi aspecto, sin ser adulador; Me miraba el escote de cuando en cuándo pero sin babear; entre nosotros desdeelprincipio elcontacto fluyó espontáneo: Con cualquier excusa , como al saludarnos con un par de besos, nuestras manos se rozaban aun cuando apenas fuera un breve soplo  entre las yemas de nuestros dedos, y yo sentía ese contacto como un tercer beso, añadido a los dos que, muy cerca de la boca, nos dábamos en las mejillas. En todo ese tiempo pude ver cómo saludaba a muchas otras chicas, y observé que no con todas hacía lo mismo, sólo con algunas. Coqueteaba como conmigo, a las mismas a la que saludaba como a mí y tocaba como a mí. Por tanto, según mis observaciones, no apuntaba a todo lo que llevara faldas, si no que elegía con quién flirteaba. Y a mí me gustaba que fuera selectivo. Aunque hasta cierto punto me intrigaban los criterios de su particular "casting", me agradaba estar entre las elegidas.

Vamos, que estaba claro que nos gustábamos mutuamente. Y este era el momento de comprobar cuánto.

Una amiga común me había comentado que estaba por aquí, e inmediatamente rememoré los piropos que me había dedicado

y los dulces besos intercambiados

, así que decidí venir a pasar un rato agradable en su compañía.

Y ahora que había disfrutado de los primeros acordes de esta estupenda melodía interpretada por sus dedos sobre mis piernas en forma de masaje, no iba a desaprovechar esta ocasión.

En general, no tenía demasiados problemas para encontrar un tío que llevarme a la cama y echar un polvo, aunque con resultados irregulares y bastantes sorpresas, pero toparme con uno que manejara bien sus manos para tocarme, acariciarme, que estuviera atento a las reacciones para amasarme, rozarme o estrujarme dónde y cómo en cada momento necesitara, eso era bastante más difícil. Y, dada la labor que me estaba haciendo en los minutos que llevaba tocándome, y la calidez de su piel, éste como masajista prometía. Y mucho.

Por lo poco que yo sabía, llevaba unos meses en el dique seco, o mejor dicho, en cama seca, y a mí eso me parecía una lástima y un imperdonable derroche, pues creo que en ese terreno podía dar buen juego. Por supuesto que íbamos a follar, pero después de recibir yo un buen masaje. Al fin y al cabo, él solito se había metido en este charco.

Por eso ahora tenía que sacar fuerzas de flaqueza y dar un golpe de timón para cambiar de ritmo, pues si le dejaba seguir encendiéndome, el polvo era inminente, y si éste empezaba antes de tiempo, me arriesgaba a quedarme sin el masaje.

Así que, como decía, estiré mis brazos y cojí sus manos para que me ayudara a incorporarme, mientras le decía:

  • Mejor seguimos en la cama, que estaremos más cómodos, ¿no?

  • Mucho mejor, así podré ponerte aceite y masajearte todo el cuerpo, no sólo pies y piernas.

La sola idea de sentir mi piel ungida por un reconfortante aceite de masaje aplicado por las manos que con tanta dulzura me habían dejado las piernas como nuevas y el sexo como una esponja, me hizo ponerme en pie de un salto, y darle un corto pero cariñoso beso en los labios.

  • Ea, vamos a la cama pues.