El masaje II. Primer contacto
...Con ambos pies sobre mis rodillas, sus piernas lucen espléndidas, pues el vestido se ha subido hasta la parte más alta de sus muslos.
Una vez reconfortados ambos pies, caliento un poco más las palmas de mis manos, frotando una sobre la otra, para seguir pantorrillas arriba; mi mano izquierda sobre su pierna derecha, pasando de nuevo, pero más firmemente sobre el tatoo, y viceversa, mi mano derecha sobre su pantorrilla izquierda.
Llego a las rodillas, y de nuevo mis dos manos se aplican a una, la derecha, primero por encima, sobre la rodilla, en movimientos circulares y la izquierda por debajo, acariciando suavemente la delicada piel de su corva.
Cierra de nuevo los ojos, y la placidez de su rostro y la relajación de sus músculos que advierto en mis manos una vez más me indica que voy por buen camino.
Cambio de rodilla, y repito lo mismo en la otra. Ella vuelve a exhalar un largo mmmmmmh... por la nariz, sin abrir la boca ni los ojos.
Otra vez coloco una mano en cada pierna, subiendo a la vez por la parte anterior de ambos muslos; el pulgar hacia el interior, la palma por arriba, y los otro cuatro dedos hacia el exterior, suavemente, arriba-abajo, a la vez cada mano va virando lentamente del movimiento recto a describir sendas elipses, de tal manera que los pulgares llegan cada vez más al interior de su muslo al subir, y las palmas más afuera al bajar; al tiempo que ambas manos llegan, un poco más arriba con cada nueva curva.
Cada vez que mis manos ascienden muslos arriba, sus piernas se abren un poco más, transmitiendo su deseo de ser acariciada más íntimamente.
Entiendo entonces que su piel y la mía han alcanzado en unos minutos la perfecta sincronización que a otras personas les cuesta meses o años: Mis manos, al percibir el bienestar que están regalando, cobran vida propia y autónomas exploran su piel; Sus piernas buscan mis manos por sí mismas, sin necesidad de recibir una orden explícita y consciente de su voluntad.
Continuamos por tanto esa cálida comunión, manos-muslos, arriba-dentro, abajo-fuera; sus caderas se unen al movimiento, oscilando a un lado y otro, lo que provoca que su vestido suba cada vez más arriba, hasta que, para deleite de mi vista, queda al descubierto más de la mitad de la prenda que hay debajo, negra y con delicados encajes en sus bordes .
Me veo obligado entonces a tomar de nuevo el control de mis dedos, cuando advierto que éstos, en el sube-baja, están a milímetros de su braguita. No los detengo, pero mentalmente marco en ese punto una frontera que de momento no les permitiré traspasar.
Invierto, después de varias aproximaciones, el sentido del movimiento, y al llegar arriba y empezar a salir al exterior de los muslos, regreso de nuevo hacia adentro, y ahora toda la mano pasea por su interior, el pulgar delante, palma y demás dedos detrás hacia abajo, hasta las corvas, y otra vez arriba por dentro; ahora llegan primero cada uno de los meñiques por su muslo a la línea prohibida. Se abren entonces sus piernas aún más, flexionando las rodillas, en lo que entiendo es una clara invitación a cruzar la línea que yo he marcado y ella desconoce, pues nada le he dicho.
No me doy por enterado, y repito varias veces el mismo movimiento por la suave piel del interior, y en una nueva prueba de sincronía, mis yemas advierten un ligeros temblores en su piel, causados, puede que por la desazón ante la duda de "¿llegará, no llegará?" o quizá por el deseo y una muda orden de "llega ya, por favor, llega ya".
Incremento la presión, al tiempo que cada mano masajea con todos los dedos sobre su piel, bajo la velocidad de subida y bajada, lo que hace que por una parte, su piel se relaje disfrutando el masaje, y aumente la incertidumbre del "me toca-no me toca", al emplear más tiempo, cada vez más tiempo, en recorrer el camino desde la rodilla a la pelvis.
Cada vez que llego arriba, noto cómo poco a poco, su incertidumbre está dando paso a un claro deseo, hasta que, una de la veces, percibo claramente un movimiento de sus caderas para tratar de llegar por sí misma adonde yo no llego, a encontrarse con mis manos y que éstas rocen su piel, aunque sea sobre la prenda.
“No hay prisa, disfrutemos cada caricia, cada sensación, esto no es una carrera sino un paseo”, le digo sin palabras.
Hasta ahora mis manos han estado dedicadas en exclusiva a su bienestar, ahora mi mente es quien tiene el control de las mismas y quien las guía; eludo el contacto con su pelvis, que me busca, y vuelvo a bajar, y como si de un castigo por su prisa se tratara, bajo muyyyyyyy despaaaaaciiio hacia las rodillas y continúo más allá, de nuevo hasta los tobillos, y los amaso con todos los dedos varias veces. Percibo otra vez la inquietud por no llegar adonde el anhelo de su piel ansía y retrasar aún más lo que de mí espera.
Subo de nuevo pantorrillas arriba, se relaja; rodeo rodillas y corvas, en las que disminuyo la presión, y apenas acaricio con las yemas, en un casi cosquilleo que la enerva. No voy a permitir que llegue a incomodarse, así que subo de nuevo, esta vez por la parte exterior de los muslos, hasta el borde mismo de las braguitas; la yema de ambos índices se introducen bajo la puntilla; estirando un poco el elástico con la yema avanzan hacia el pubis, rozando su piel con los nudillos. No encuentro pelos, por lo que la caricia es más sentida, tanto por mis dedos como por su erizada piel. Sin llegar a escalar por él, bordean el monte de venus. Vuelvo a oír otro Mmmmhhh! nasal y además, ahora ya con la boca abierta, un -Ahh- corto y leve, apenas perceptible, pero profundo, casi como una queja, o más bien de alivio tras la tensa espera.
En todo este tiempo, mientras ella disfrutaba relajada con los ojos cerrados, yo no he dejado de mirarla; ahora veo cómo con la boca entreabierta su lengua humedece el labio superior, al tiempo que su cara gira a un lado y otro, sus manos, en ausencia de sujeción más cercana, se agarran encrespadas a la tela de ambos lados de la cintura de su vestido, lo que lo ha hecho subir casi a la altura del ombligo, por encima del borde superior de las braguitas.
Saco los dedos de su prenda antes de que llegue siquiera a rozar sus labios, y de nuevo viajan hacia el interior de los muslos, y una vez más noto cómo las caderas se arquean para tratar de no perder un contacto que tan cálido y agradable se le antoja.
Decido no incomodarla más, y mantengo ambas manos en la parte alta de los muslos, acariciándolos una y otra vez hasta el borde mismo de la prenda. Ella, soltando sus manos del vestido, las extiende hasta las mías y...
Gracias por leer hasta el final, querido lector o lectora.
Espero que hayas disfrutado con la lectura como nosotros disfrutamos este casual -y ya entonces lo adivinaba feliz- encuentro.
En breve, la tercera entrega.