El masaje I

A pesar de no haber demasiada luz, al cruzar sus piernas sobre esta mesita, advierto que luce alrededor de uno de sus tobillos una fina cadenilla de plata, y un poco más arriba, un tatuaje que rodea la pierna. Una bella y simpática ...

Ocurrió lo que aquí relato a final de un verano en una ciudad lejana a la de mi residencia habitual.

Durante mi estancia allí, me alojaba en casa de unos buenos y viejos amigos.

El último día de mi estancia allí, tras cenar con mis huéspedes, ellos se retiraron a su dormitorio.

Me quedé a solas en el salón, me puse cómodo a la luz de una tenue lámpara frente al TV, dispuesto a disfrutar, tras un largo día de trabajo, de una buena película, con una rica cervecita en una mano y un cigarrito "verde" en la otra.

Cerca de la medianoche, tocan suavemente a la puerta.

Era una vecina y amiga de la casa. Nos  conocíamos por haber coincidido allí algunas veces, pues yo iba varias veces al año y siempre pernoctaba en esa casa.

  • Hola! Qué agradable sorpresa! No esperaba verte hoy por aquí. Pasa

  • Hola. Al pasar hacia mi casa, ví luz, y se me ha ocurrido pasar a saludar. Tampoco yo sabía que estabas por aquí. La sorpresa ha sido mutua.

  • ¿Te apetece una cerveza y un cigarrito?

  • La cerveza vale, el cigarrito prefiero de los míos, aunque sean menos ecológicos.

Nos sentamos en el sofá a tomar la cerveza, con los pies descalzos sobre la mesa de centro. Ella a mi izquierda, yo a su derecha.

Hablamos de los respectivos trabajos, los conocidos comunes...Vamos, lo habitual con alguien que te cae bien pero no tienes demasiada confianza. Como dije antes, nos conocíamos, y habíamos coincidido por aquí varias veces, pero siempre con más gente, ésta era la primera vez que hablábamos a solas.

A pesar de no haber demasiada luz, al cruzar sus piernas sobre esta mesita, advierto que luce alrededor de uno de sus tobillos una fina cadenilla de plata, y un poco más arriba, un tatuaje que rodea la pierna. Una bella y simpática salamandra asoma su cabeza hacia el tobillo, sus patitas delanteras descansan a ambos lados del mismo, y extiende su cola hasta la parte posterior de su pantorrilla, subiendo por ésta.

Paso por alto la pulserita, de moda entonces, y me fijo con detalle en el tatoo:

  • ¿Y ese tatuaje?

  • ¿Te gusta? Me lo hice este verano.

  • Está muy bien, parece tener relieve.

  • En serio?

Extiende la pierna hacia mí para que pueda verlo más cerca. Yo a mi vez, alargo la mano izquierda para comprobar si en verdad tiene relieve. Por supuesto no lo tiene, pero es tan suave su piel, y me resulta tan agradable sentirla, que deslizo las yemas de los dedos, suavemente, apenas rozando su piel, a lo largo de todo el tatoo, subiendo por detrás de su pantorrilla.

  • ¡ Qué piel tan suave ! ¿Te acabas de depilar?

  • Esta tarde, así que la tengo aún un poco tensa y dolorida de la cera.

  • Pues no lo parece, yo la encuentro muy bien.

Y sigo paseando mis dedos, ahora ya un poco más firme y un poco más amplio; el roce se ha convertido en caricia y ha sobrepasado el tatoo, un poco por  abajo, hasta el tobillo, y otro poco  por arriba, hasta cerca de la corva. Coloca su pie sobre mis rodillas.

  • Tienes la mano caliente, me gusta.

  • Es agradable sentir otra piel en contacto con la de uno, y si es tan delicada como la tuya, mucho mejor.

  • Me encanta que me toquen la piel.

  • Vaya! Me alegro, no a todo el mundo le gusta. Hay quien rehúye el contacto con los demás. A mí también, siempre que la otra persona me sea cercana. Me gusta tocar y que me toquen, siento  al otro más la cerca si hay contacto físico.

Mientras digo esto último, y dada la complicidad que se establece con nuestra conversación, incorporo la otra mano a las caricias, bajando con ambas hasta el pie, una sobre el empeine y la otra por la planta, apretando ligeramente una hacia la otra, de tal forma que su pie  sienta el calor en medio de ambas, y las deslizo simultáneamente desde los dedos hasta el tobillo.  Así varias veces, pie arriba-abajo,  izquierda-derecha, ahora ya amasando su pie con las palmas de mis manos. Continúo por el tobillo, rodeándolo con ambas manos alternativamente, una-otra-una-otra, transmitiendo de nuevo mi calor y energía a través de mis dedos y palmas, y tras el tobillo, paso de nuevo sobre el tatoo, no de forma casi imperceptible como la primera vez, sino ya amasando la pantorrilla con la mano izquierda, y la espinilla con la derecha, llegando una  hasta la corva y la otra a la rodilla respectivamente.

Oigo que con los labios sellados, exhalando aire únicamente por la nariz pronuncia un placentero Huuuummmmh!, mientras se recuesta sobre el brazo del sofá cerrando los ojos, al tiempo que sube su otra pierna también sobre mis rodillas, lo que interpreto como una clara invitación a repetir la acción sobre su pie izquierdo.

Me dedico a ello sin dudarlo, aplicándome en la tarea aún mejor si cabe,  agradecido por esa sutil, pero exquisita aprobación de mi labor, y esa demostración de su confianza en mí al relajarse tumbada a mi lado.

Continuará... lo antes posible.