El masaje
Un inocente masaje de espalda se convierte en un excitante viaje de placer.
El llegó a su casa pasada la medianoche, el día había sido caluroso y ella lo recibió con un pijama de seda verde que hacía juego con sus brillantes ojos color aceituna.
Pantalón corto que dejaba ver sus preciosas y torneadas piernas bronceadas tras los primeros días de playa y camiseta de finos tirantes bajo la cual se adivinaban sus voluptuosos y turgentes pechos.
Iria medía poco más de 1´70, cabellera rubia de pelo liso y sus ya comentados ojos verdosos se veían acompañados por una gran sonrisa formada por unos sensuales labios carnosos.
Más de una vez yo había soñado con besar y mordisquear aquellos bonitos labios.
Su cuerpo con sinuosas curvas, anchas caderas y buen culo. Sus pechos eran generosos y turgentes pese a su gran tamaño, cosa que ella sabía y explotaba con sus ajustadas camisetas y sus topless veraniegos.
Ella había contratado el servicio habitual de masaje relajante para su cuello y espalda tras una larga semana de trabajo. Tras hacerlo pasar a su habitación se despojó sin ningún pudor de la parte superior de su pijama dejándole entrever ligeramente lo que él ya imaginaba había bajo ese pijama, antes de tumbarse boca abajo en la cama.
EL preparó su aceite y tras untarse las manos procedió a masajear suavemente los hombros y el cuello de su clienta. El masaje se prolongó por espacio de media hora entre cuello, hombros, riñones y parando siempre las manos a la altura de su cintura.
-“¿Hoy puedes dedicar un rato a mis piernas por favor?” fueron sus únicas palabras hasta ese momento.
El untó nuevamente más aceite en sus manos y procedió a acariciar suavemente sus piernas desde sus muslos donde acababa el corto pantalón hasta sus tobillos, arriba y abajo, abajo y arriba. En cada subida hacia los muslos sus manos subían un poco más y se introducían bajo el pantaloncito acariciando suavemente el inicio de sus nalgas. Ella instintivamente abrió un poco las piernas dejando libre acceso al interior de sus muslos. El siguió masajeando un corto espacio de tiempo centrándose más en muslos y nalgas pues parecía que a ella le agradaba, pese a la molestia del pijama interponiéndose en sus caricias.
-“ Si te molesta el pantalón puedes quitarlo”- Fueron sus últimas palabras de la noche.
Al levantar sus caderas para dejar bajar el pantalón el ya pudo ver su depilado sexo y unos pequeños labios sonrosados sobresaliendo ligeramente.
Primero se centró en masajear sus muslos y sus nalgas suavemente de manera muy profesional, pero poco a poco sus manos se movían por el interior de sus muslos haciendo que sus dedos tocasen su sexo ligeramente. Con cada roce que daba ella suspiraba suavemente y elevaba sus caderas para darle a él acceso libremente a su más preciado tesoro.
Pronto sus manos ya se dedicaban enteramente a masajear la cara interna de sus muslos mientras su largo dedo índice rozaba y masajeaba la entrada de su sexo.
El roce pronto se convirtió en un evidente masaje y a su dedo índice se le unió el dedo corazón que poco a poco fueron masajeando su sexo y abriendo sus sonrosados labios.
Sus dedos subían y bajaban por su sexo totalmente depilado, desde el inicio del perineo hasta el monte de Venus, donde se entretenían rodeándolo provocándole a ella nuevos gemidos cada vez que rozaban su todavía oculto clítoris.
Finalmente ella se giró dándole libre acceso a su ya ardiente sexo. Los dos dedos que hasta ese momento jugueteaban alrededor de sus pequeños labios presionaron suavemente su abertura y se introdujeron en su cálido y mojado sexo provocando en ella un nuevo gemido esta vez más alto que los anteriores.
Los dedos de el se movieron pausadamente primero y poco a poco fueron adquiriendo mayor velocidad, dentro y fuera, dentro y fuera, a la vez que sus gemidos ganaban en intensidad y su respiración se aceleraba.
Cuando finalmente su húmeda lengua se posó suavemente sobre sus labios y acarició dulcemente su clítoris, ella no pudo contenerse más y agarrando su cabeza empezó a guiarlo arriba y abajo sobre su ya excitado sexo.
Los labios de el se fundían en profundos besos con los labios de ella lamiendo sus jugos, y su lengua se movía arduamente sobre su clítoris arrancándole más y más gemidos, mientras sus dedos no dejaban de penetrarla hasta lo más profundo de su sexo.
La excitación de ella iba en aumento y sus caderas se movían rítmicamente al ritmo de las penetraciones de sus dedos más y más rápido cada vez, hasta que un gran orgasmo recorrió todo su cuerpo y un gran gemido salió de su garganta antes de desplomarse totalmente sobre la cama.
Cerró los ojos tratando de capturar todas y cada una de las sensaciones que había vivido en aquella última hora mientras el retira sus mojados dedos del interior de ella satisfecho del trabajo realizado.
Cuando abrió los ojos nuevamente el ya se había ido, pero se prometió a si misma volverlo a llamar pues estaba segura de que el aún tenía más cosas que ofrecer.